Jofre, Dalmau y otros (26)

En la biblioteca, además del estudio y la lectura, dos chicos se interesan por la anatomía de una manera muy práctica. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XXVI:  La biblioteca prohibida

El instituto contaba con dos bibliotecas, la general y la prohibida, llamada así por los alumnos porque se reservaba su acceso a una minoría, los chicos que cursaban los dos años de bachillerato y a los investigadores. La biblioteca minoritaria ocupaba un pequeño edificio neogótico levantado en uno de los extremos del instituto. Había sido donada por Aladí Nerons, un indiano que había hecho fortuna en Cuba. El edificio había pasado al municipio y cuando en los años setenta se creó el instituto, la vecindad de la antigua construcción determinó unirla al centro docente.

- Moltes gràcies , señor Deulofeu.

-No tienes por qué dármelas, Jofre. Tú has hecho todo el trabajo.

-No lo tengo tan claro. Sin usted hubiera tardado muchísimo más tiempo.

-Pero ésta es una de mis funciones: ayudar a los usuarios de mi biblioteca a encontrar las fuentes de información oportunas para sus trabajos… Me gusta hablar contigo, pero tengo que ir al despacho para tratar sobre un asunto engorroso. El imperio romano cayó bajo el empuje de los pueblos bárbaros, este recinto de cultura caerá por culpa de los informáticos. Están horadando toda la biblioteca y no se detendrán ni en esta venerable sala. Lo que no han conseguido termitas y ratones, lo lograrán sus malditas obras de cableado. Siento el discurso, pero es que estoy muy cansado. Ahora tengo otra breve reunión con esos bárbaros. ¡Hasta luego!

- A reveure , senyor Deulofeu .

El bibliotecario salió de la estancia subiendo por una angosta escalera que finalizaba en un pasillo estrecho que siguiendo las vetustas y enormes librerías de la sala noble conducía a un despacho construido encima del almacén. Todo el recinto parecía corresponder a otra época, con sus armarios enormes de cedro con molduras doradas poco visibles porque acumulaban mucho polvo. Los anaqueles guardaban pliegos de pergamino impresos y libros venerables, algunos con grabados, con más de 400 años. Ese mundo contrastaba con el resto del instituto y las risas juveniles que llegaban desde los patios no encajaban en ese espacio.

Jofre no reanudó su trabajo cuando salió el afable anciano. Esperaba impaciente a su Dalmau. Ayer lo había llamado, habían hecho las paces y volvían a salir juntos aunque de incógnito. Se abrió la puerta de la sala y apareció el muchacho más deseado por todas las chicas del instituto y por él, claro está. No iba solo, le acompañaba Oriol, pero eso no le molestó a Jofre. Ese chico se hacía querer.

-¿Cómo está mi cerebrín? –le preguntó Dalmau, de muy buen humor, acariciando con su mano el hombro del empollón.

-¡Hola, Jofre! Me ha dicho-señalando al capitán- que había quedado contigo aquí y he entrado a saludarte. Ahora prácticamente nuestra relación es telefónica.

-Sí, tienes toda la razón. Estoy absorbido con mis trabajos, pero cuando acabe quiero ver tus progresos ferroviarios.

-Ahora estoy a punto de instalar un mecanismo en la maqueta para que pueda simular el día y la noche, pero esto es top secret . Se entera mi padre que no dedico todo mi tiempo al trabajo de investigación, y me deshereda.

-Seré una tumba.

-Yo también –dijo sonriendo Dalmau.

-Así lo espero. No quiero cortar cabezas… Os dejo, ¡ adéu, Jofre, fins després , Dalmau !

Oriol salió de la biblioteca, como siempre, como un canguro, rápida y grácilmente

-Es muy majo –dijo Jofre

-Sí, es un chico muy especial –corroboró Dalmau mientras se sentaba en el sillón adyacente- Eres modélico: siempre trabajando, pero te conviene alguna distracción.

-¿Qué quieres decir?

El atlético rubio se mantuvo enigmático, con calculada lentitud se acercó a su amigo y le dijo al oído: -Bájate la cremallera del pantalón, sisplau .

-¿Pero qué dices? ¿No eras tú quien querías que lo lleváramos con la máxima discreción?

-Sí, pero aquí nadie nos verá. Aquí sólo vienen los empollones y los tres chicos que tenemos delante están demasiado enfrascados en sus libros cómo para darse cuenta de lo que pasa al otro lado de la mesa. Tú, relájate, y no notarán nada.

-¿Relajarme? Para ti es muy fácil, pero…

-Va, maco , no es fácil podernos ver a solas. Será divertido. Tú sé espontáneo, déjate ir –le respondió guiñándole el ojo y apretando por un momento la bragueta de Jofre que dio un respingo.

Como respuesta el empollón se bajó lentamente la cremallera, mirando de soslayo a los otros compañeros de la gran mesa de ébano. El capitán tenía razón. Estaban  absortos en sus libros y, por lo demás, con la escasa luz de la sala, la larga mesa ricamente tallada y los macizos sillones era un poco difícil descubrirlos.

-Sacátela, va. Quiero verla. Menéatela un poco.

El chico obedeció. Trataba de no mover el brazo y estimularla sólo con los dedos de una mano. Era una locura lo que estaba haciendo, pero le encantaba la pasión y el deseo que su cuerpo despertaba en Dalmau. Se acariciaba el glande, aunque renunció a humedecer los dedos con saliva, temeroso que los otros se dieran cuenta de lo que hacía. Miró a su chico y se sorprendió de su desfachatez. Con las dos manos jugaba con su verga y los huevos, pero no se había desabrochado la cremallera sino que se había bajado slip y pantalón hasta la rodilla, y no podía ocultar su desnudez con la camiseta porque era muy corta, a duras penas le llegaba a la cintura. Pero a Dalmau no parecía preocuparle en absoluto, concentrado exclusivamente en el crecimiento de su nabo.

De repente el atleta le agarró la picha mientras que le indicaba con un gesto de la cabeza que se ocupase de la suya. Sujetó aquella recia estaca carnosa. No podía abarcarla con una mano pero se abstuvo de utilizar las dos. La golpeaba levemente y la tranca se balanceaba poderosa, segura de la atracción que despertaba.   Los dedos de Jofre empezaron a pringarse con el líquido preseminal que fluía del precioso glande rosado de su semental. Pronto su vista dejó de lado los libros para detenerse exclusivamente en aquella maciza tranca por la que estaba cada vez más fascinado. Era la mayor que había tenido entre manos, con ese capuchón sobresaliente, ahora húmedo y brillante, y ese grueso y venoso pilar palpitante. Rozaba con sus uñas el capullo liso y lustroso lo que provocaba pequeños espasmos en su amigo que trataba de disimularlos al máximo. Recorría la pronunciada corona del glande aún a sabiendas que no podía llevarse los dedos a la nariz para aspirar su aroma viril aunque lo que más le desesperaba era no poder saborear otra vez ese falo alucinante. No podía dejar de adorarlo y se consumía viendo que no podría alimentarse de su substancia.

Cuando el vergón de Dalmau expulsó su denso esperma el atleta cubrió el meato evitando que su crema se esparciese alrededor. Con envidia el empollón vio como el adonis rubio se alimentaba de su mismo jugo sin ningún reparo, y rápido estiró su brazo para capturar una mínima porción de ese alimento que se llevó a la boca con disimulo.

-Buen provecho, Jofre, pero tu hermanito no crece. ¿Qué te ocurre?

-Estoy demasiado nervioso. No hay manera. Lo mejor será dejarlo para otro día.

-No, espera, déjame probar otro método –le dijo al tiempo que, otra vez con los pantalones subidos, se levantaba de la mesa. Los otros estudiantes lo miraron un momento para después volver a sus faenas. Dalmau caminó hasta el extremo de la mesa. Allí no había nadie. Observó a los tres estudiantes distraídos y, rápido, se agazapó debajo de la mesa.  Con la agilidad silenciosa de un felino volvió sobre sus pasos agachado y ocupó el espacio inferior adyacente a Jofre. Desde allí, oculto detrás de los sillones, agarró el cimbrel de su amigo y se lo llevó a la boca. Sorprendido, no pudo ocultar un pequeño suspiro, aunque después cerró la boca, presionando los dientes para impedir exteriorizar aquellas descargas de placer que iba recibiendo.

La boca de su chico no era tan hábil como la de Adam ni tenía una lengua tan vivaracha como la de Oriol, pero la prefería a  todas las otras. Su cuerpo  se puso en tensión desde el momento que devoró su tranca y ahora sí se desperezó inmediatamente y creció con rapidez. Aún a ciegas su cuerpo hubiera reaccionado igual porque estaba convencido que lo reconocería. Había algo de singular en Dalmau: ¿su olor, su manera de chupar, sus toques enérgicos y seguros? Ese rostro tan hermoso le devoraba la polla con devoción, magreaba sus cojones, enredaba sus dedos entre el vello púbico y volvía a agitar con determinación su pene ya erecto. Dalmau no descansaba ni un momento, y como un ternero con hambre atroz volvía a mamar la maciza tranca con el propósito de nutrirse por fin. A Jofre le maravillaba esa seguridad. Podía ser descubierto pero no parecía alterarlo nada. Ahora quería beber su leche y nada se lo impediría.

Le costaba reprimirse y cada vez era más difícil ante las fogosidad del cachas rubio. Se mordió el labio para atajar sus gemidos cuando el semen empezó a manar abundantemente de su manguera, pero ni una sola gota se derramó en el suelo. Dalmau fue tragándose toda la cremosa leche con avidez. Antes de salir de su escondrijo volvió a guardar el cipote en el pantalón de su amigo. A gatas volvió al extremo de la mesa e iba a levantarse cuando el señor Deulofeu apareció en la esquina, fuera de su despacho.

-Dalmau. Qué sorpresa verte por aquí. ¿Qué hace en el suelo?

-Nada importante, señor Deulofeu –le dijo, levantándose ágilmente- Me ha caído el bolígrafo y no consigo encontrarlo, pero no se preocupe. Tengo otros. Ah, y a partir de ahora me verá por sus dominios más a menudo. Jofre ha sido mi profesor particular y quiero recuperar el tiempo perdido.

-Nunca hubiera creído que le oiría decir eso. Mejor así. No le estorbo más. Siga con el estudio.

Dalmau se sentó al lado de Jofre con su típica sonrisa de triunfo. Abrió su carpeta, pero, después de comprobar que el bibliotecario había salido, su mano viajó al regazo del compañero empollón para acariciarle el muslo y otra vez la bragueta de los pantalones.

-Para, Dalmau. Te gusta jugar con fuego… y al final nos quemaremos.

-Es al revés. Lo que quiero es apagar los ardores que siento dentro de mí cuando estoy a tu lado… No te pongas nervioso –le respondió frotándole el cogote- El resto de la tarde seré un niño bueno.

-¿Tú, bon nen ? Lo veo complicado.

-De todas formas. Tenemos que aprovechar lugares como este. Entre el instituto y las sesiones de entreno extras no tengo más tiempo.

-Podemos volver al cau de Oriol, aunque sea tarde. En su refugio nadie nos molestará.

-No quiero pedírselo. Aunque quiera disimularlo, a mí no me engaña. Estos últimos días está más extraño. Tengo pendiente una charla a solas con él.

-Dalmau, a mí me intriga lo de su relación secreta. No sé quién puede ser.

-Te dijo que no lo conocías, pero quizás lo dijo para despistar. A los campamentos de Tuixén fueron sólo alumnos del instituto.

-¿Y si se hubiera enrollado con alguno de los monitores?

-En ese caso tendría de pareja un exalumno o un  profesor como Gonzalo. No recuerdo qué otros profesores le acompañaron, pero ya me enteraré.

-¿Tú crees que a Gonzalo le van los tíos?

Dalmau lo observó con una mirada suspicaz antes de responder: -No me atrevo a hacer conjeturas, pero te prometo que si alguien le está haciendo daño a Oriol, arreglaré cuentas con él aunque sea el director del instituto.

Era obvio que al empollón le gustaba el adonis rubio. Era un macho espléndido,  hermoso, atlético y dotado de una tranca de campeonato, pero la imagen de chulo prepotente  con que lo había definido durante mucho tiempo era muy pobre. Sí, con ese físico era muy fácil tener un carácter desenvuelto y muy seguro de sí mismo. Sin embargo, no era un palurdo con músculos, era mucho más interesante y le encantaba irlo descubriendo.

-¿Puedo hacerte una pregunta?

-Puedes preguntarme lo que sea. Va, dispara, maco .

-No estoy celoso, pero por qué eres tan amigo de Oriol y le proteges tanto. Me acuerdo del día de la playa.

-No estoy pendiente de él. Ahora bien, si tiene problemas siempre me tendrá a su lado. Nos conocemos desde párvulos, siempre íbamos juntos y cuando teníamos diez años ocurrió una tragedia.

-¿De qué hablas?

-Su madre fue arrollada por un camión y murió a los pocos minutos.

-Oriol nunca me lo ha dicho.

-Ni lo hará. Es muy reservado. Puede parecer un bocazas, pero oculta sus problemas. Quiere divertir a los otros y no muestra su lado triste, perfectaemnte tapiado. Por eso tengo que hablar con él. Le pasa algo grave… Recuerdo perfectamente verlo llorar amargamente, sin consuelo, en el entierro. Entonces me juré a mí mismo que no le fallaría nunca, que no lo dejaría solo.

Jofre no dijo nada más. Estaba emocionado tanto por lo que le había dicho como por la manera cómo lo había hecho. Le había contado su promesa sin ninguna afectación, con total naturalidad, como si fuera la cosa más natural del mundo. Cuando volvió a mirarlo, el rubio le guiñó el ojo y cambió el tono de voz. Hasta entonces habían estado hablando entre susurros para que los otros de la sala no pudieran oírlos, ahora elevó la voz.

-Se hace tarde y tengo que fotocopiar un artículo de una revista, de Descobrir Catalunya . Me pierdo en esta biblioteca. ¿Sabes dónde está?

-En la sala de revistas, la de la derecha. No tiene pérdida. Seguro que está en los primeros expositores.

-Te importa enseñarme el  sitio exacto. Nunca consigo encontrar en las bibliotecas lo que busco.

A Jofre le extrañó ese interés repentino por la geografía, pero se levantó sin pereza. Necesitaba desentumecer las piernas. Entraron en la sala contigua que estaba desierta y después de cerrar la puerta, Dalmau llevó a su amigo hasta un rincón para abrazarlo. Jofre se sentía muy a gusto rodeado por los fuertes brazos del líder del instituto.

-Tú eres muy inteligente, pero a veces te falta un poco de vista. Me importa un rábano el Descobrir Catalunya . No sabía qué decirte para que vinieras conmigo y estar un momento más a solas.

-¿Cómo sabías qué no habría nadie en esta sala?

-Lo he intuido. En todo el rato no ha entrado ni salido nadie por esa puerta. Vale, vengo poco por la biblioteca pero me la conozco como la palma de mi mano. Va, y basta de preguntas. Tengo poco tiempo y quiero aprovecharlo.

Dalmau le besó con determinación. En lo de las mamadas todavía estaba verde pero era todo un maestro  besando. Su lengua se internó sin obstáculos en la boca de su amigo que la recibió con devoción. Esa lengua vigorosa y hábil recorría toda la cavidad bucal sin descanso, excitando otra vez a su chico  que deseaba que ese masaje fuera eterno. Con el rostro de su adonis pegado al suyo no podía admirar su belleza, pero lo que no podía enfocar con los ojos lo percibía aún más nítidamente por el tacto y el gusto. Jofre no se quedó pasivo ante la acometida sensual de su chico, respondiendo con besos y lametazos incesantes. Además, a pesar de estar dulcemente atenazado por sus brazos imponentes, Jofre deslizó dos dedos entre la camisa para magrear el abombado y duro pectoral, atravesando la notoria aureola y pinzando el agudo pezón. A esos pinchazos no era insensible Dalmau que se revolvía excitado ante su ataque y respondía con nuevos lengüetazos llenos de pasión.

-Piiip.Piiip

- Merda , es la alarma. Debo irme. En diez minutos empieza el entreno –dijo Dalmau, separándose a regañadientes de Jofre –Esta noche te llamo. Voy muy liado, pero encontraré algún momento para volver a vernos. ¡ Adeú, maco !

El capitán del equipo de futbol se despidió dándole un nuevo beso  antes de desaparecer de la sala, pero Jofre abrió otra vez la puerta para verle salir de la biblioteca, ahora cargado con la pesada bolsa de deporte que llevaba como si fuera el paquete más liviano del mundo.  Bueno, no era extraño con los bíceps que marcaba. Ya se había ido y Jofre seguía en la puerta, alelado, con el recuerdo de su nuevo encuentro y su figura apolínea. Ya se habían visto por la mañana, antes de las clases; después, unos minutos al mediodía, y ahora, ese rato en la biblioteca, pero no tenía suficiente. Habían cambiado tanto las cosas en tan poco tiempo que le parecía imposible. Su sueño se había hecho realidad. No entendía exactamente cómo. El chico más deseado de todo el instituto lo había escogido a él. Jofre deseaba hacerle mil preguntas, volverlo a tener entre sus brazos y devorar todo su cuerpo, pero tenía claro que no soplaban vientos tranquilos para Dalmau. La final del torneo se acercaba y ésta tenía que ser su prioridad. En un partido se jugaba su futuro.


La biblioteca es un lugar que siempre me ha gustado –de hecho trabajo en una- , y era lógico que mi historia no olvidase esos lugares apacibles –bueno, a veces no tanto- y llenos de cierta magia y encanto. El capítulo venidero será diferente. Conoceréis la relación clandestina de Oriol.  No doy pìstas. Os agradezco vuestra participación y os animo a seguir dejando vuestros comentarios que leo con interés.

Cordialment ,

7Legolas