Jofre, Dalmau y otros (24)

Dalmau va al médico porque debe someterse a un chequeo. Está acostumbrado a esas pruebas, aunque esta vez la revisión no será nada rutinaria. Sucede en un lugar de Catalunya

Capítulo XXIV:  Revisión médica a fondo

Los responsables del deporte escolar estaban locos. ¿A quién podía ocurrírsele una revisión médica extraordinaria en medio del torneo más importante del curso, sobre todo cuando su instituto había llevado a cabo otra hacía tan solo un mes? Diego, el entrenador, estaba que trinaba porque le obligaba a cambiar el horario de entrenos y durante una  semana no contaría con todos sus efectivos. Ya podía indignarse tanto como quisiera, pero no le quedaba más remedio que pasar por el aro. Ese lunes estaba especialmente molesto porque su estrella, Dalmau Rovell, tenía que acudir al centro sanitario y ya daba el entreno por perdido.

El capitán del equipo se presentó a la hora convenida, con la muestra de orina. Le gustaba ser puntual, aunque a él le tocaría esperar bastante rato porque los llamaban por orden alfabético. El centro era un edificio funcional, de nueva planta, con salas amplias, limpias y luminosas, aunque no parecía que fuese muy concurrido. Esa tarde uno de sus equipos de profesionales, formado por un enfermero y dos médicos, la doctora Refredat y el doctor Maldecoll, revisaba a siete chicos más, ninguno de su instituto.

Se lo tomó con filosofía. En la sala de espera se acumulaban diarios y revistas. Se decidió por hojear El 9 Esportiu , pero aunque le interesaban las noticias, a ratos le venían otras ideas a la cabeza. Por un lado, y aunque no quería pensar en ello, la final del torneo que se resolvería en dos semanas; y por otro, el tema de Jofre era recurrente. No se hubiera imaginado nunca que el friqui que le habían impuesto como profesor ahora desempeñase un papel importante en su vida. De todos modos eso tampoco estaba muy claro porque el chico parecía creer que los otros iban siempre en su contra y así era difícil iniciar cualquier relación. También debía zanjar de una vez por todas el asunto de Blanca, acabar con sus tonterías y plantear con claridad la situación. No tenían futuro, y por tanto ya no eran medio novios ni follamigos ni nada.

-Dalmau Rovell, ya puede entrar, sisplau .

Sólo quedaba él. Rápido se levantó de la silla y pasó a una pequeña habitación. Un enfermero, de unos veintilargos, le recibió, vestido con camiseta y pantalón de un blanco impoluto, con un identificador enganchado en el pecho. Pudo leer su nombre. Se llamaba Martí. Le pidió que se desnudara.

-¿Todo?-le preguntó Dalmau

-No, quédate en calzoncillos, de momento. Coloca la ropa en esa percha.

El paciente se desvistió con rapidez, sin darse cuenta de la atención con que lo observaba Martí. El enfermero estaba acostumbrado a ver muchos cuerpos desnudos, pero sinceramente pocos podían compararse con el de ese Dalmau. Alto, muy atlético y guapo. Parecía tenerlo todo. Bueno, tampoco hacía falta exagerar, seguro que alguna vez habría tomado anabolizantes y tendría la polla de un renacuajo. De todas maneras, el chico impactaba. Ancho de hombros, pecho abombado y saliente, con unas piernas con los músculos muy definidos que delataban sus muchísimas horas jugando al fútbol.

-A ver, ponte aquí, por favor. Con la cabeza erguida. Molt bé … 1’83 m.   Y ahora aquí, en la báscula…. 81 kgs.

Después de tomarle la talla y el peso, Martí midió su capacidad torácica. Hubiera querido medirlo todo el día, pero debía pasarlo a la doctora Refredat. Por un rato le encantaría estar en la piel de esa mujer, la uróloga del centro. El chico rubio vestía un short nada ceñido, pero aún así aquel culo apuntaba maneras. Como mínimo, al final de la revisión lo volvería a tener en sus manos. Debía extraerle sangre para el análisis aunque en realidad lo que desearía sería extraerle su leche. Justo antes de salir de la habitación, el enfermero recibió una llamada. La doctora debía atender una urgencia por lo que se haría cargo del  último paciente el doctor Maldecoll.

Cuando entró en el despacho, el médico lo recibió de manera muy afable. Primero hablaron de sus hábitos, la práctica deportiva y sexual, las horas de sueño  y enfermedades y lesiones que hubiese padecido; después fue tomando buena nota de los exámenes de su capacidad auditiva y visual, los reflejos, la presión, el equilibrio, etc…

-Bueno, ya prácticamente hemos acabado. Antes de la extracción de sangre, queda una última prueba. De hecho esta revisión extraordinaria ha venido motivada por haber detectado un incremento notable de ladillas y otros microorganismos que se propagan por contacto sexual entre los jóvenes federados de la comarca. En casos como el suyo de manifiesta promiscuidad, debo examinar con el mayor detenimiento su región genital. Siéntese en la litera. Gràcies . Puede desprenderse del calzoncillo, por favor.

-¿Me lo bajo o  me lo quito, doctor?

-Mejor sáqueselo. Así no tendré el engorro de la tela. Se lo agradezco –le respondió con una sonrisa un tanto nerviosa

Dalmau, sin ninguna aprensión, se desembarazó del short y estaba allí sentado al borde de la litera, en pelota picada delante del doctor Maldecoll, con su bata blanca y el cabello negro canoso propio de sus cuarenta y tantos. Mientras se desnudaba el médico se había colocado unos guantes de látex y sin más dilaciones palpó los testículos compactos de su paciente lo que provocó que su pene empezase a despertar.

-Debería masturbarse diariamente. Sus gónadas acumulan demasiado esperma. Por eso están tan compactas.

-Ya lo hago, doctor, y desde que empecé el torneo lo repito varias veces al día.

-Nunca lo hubiera creído. Tiene usted unos cojo… digo unos testículos muy productivos –respondió sin dejar de palpar aquellos huevos contundentes- Siento tener que examinarlas con tanto detalle, pero es por su bien.

-Lo entiendo, doctor, y le agradezco mucho sus atenciones.

Maldecoll masajeaba con una mano la base del escroto mientras con la otra iba recorriendo lentamente toda su superficie. Como era de suponer, la polla de Dalmau respondía a las caricias del doctor y crecía minuto a minuto.

-Bueno, parece que la zona escrotal está libre de microorganismos dañinos. Pasemos ahora al examen de su órgano copulador. Dado su mayor tamaño me llevará más tiempo su inspección, aunque sin duda es preferible su estado actual porque puedo observarlo con mayor nitidez.

-Si quiere, le doy tres toquecitos para que quede completamente trempada –añadió Dalmau que sin esperar respuesta manoseó la tranca para que alcanzara su mayor volumen y rigidez.

El doctor estaba hipnotizado por aquella escena, pendiente de los movimientos del chaval y, sobre todo, de ese vergón imponente.

-¿Así está bien, doctor? –preguntó tranquilamente el propietario del macizo miembro, sosteniéndolo por la punta.

Maldecoll no respondió, completamente absorto.

-¿…O lo prefiere así? –continuó Dalmau, dejando la polla en libertad con lo que el grueso cilindro de carne se movió, bamboleante, chocando con la barriga del médico.

-Disculpe, doctor. A veces creo que tiene vida propia. La veo muy seca, quizás le iría mejor para el examen que estuviera un poco húmeda –argumentó el semental mientras volvía agarrar la tranca  y parecía ofrecerla como un trofeo al médico.

El hombre no pudo más y agarró el falo con  desespero, inclinando su cabeza para lamer el glande. Sorbía el líquido preseminal que fluía ya de su meato, borracho de ese aroma viril que desprendía y que le excitaba al máximo. Chupaba las bolas, aferraba esos muslos potentes y durísimos  para contar con un anclaje seguro desde donde degustar los preciados genitales. Relamía con fruición la larga e inhiesta columna, sintiendo las fuertes venas que la surcaban.

Dalmau disfrutaba de la mamada, satisfecho tanto de la boca succionadora de su doctor como del poder de seducción que manifestaba y que hasta entonces creía que sólo influía en las mujeres. ¿Cómo no se había dado cuenta antes de la atracción que podía ejercer sobre otros machos cuando en realidad eran con ellos con los que disfrutaba a tope? Se pinzaba con fuerza sus pezones, tratando de aumentar así el frenesí que le dominaba. Con una mano empujaba la cabeza canosa para que siguiera con su felación. Nunca había conocido ningún médico que se preocupara tanto de su bienestar.

Súbitamente, llamaron a la puerta, y sin pausa entró Martí, el enfermero que se quedó fascinado ante el espectáculo.

-Caramba una fiesta, y yo  sin saberlo -dijo Martí, sobreponiéndose y en segundos situándose a su lado, tirando al suelo la camiseta blanca, dispuesto a participar en la movida –¡Joder, vaya manubrio! ¡Pues sí que estaba equivocado!

El enfermero se puso a compartir con el doctor el pollón, sobando los marcados abdominales. Estaban como piedras, tan duros como la verga que adoraban. Por un momento abandonó la tranca para morrearse con el doctor, con quien compartía cama. Dalmau no había intervenido nunca en un trío, pero esa situación no le incomodaba. Le parecía estar soñando porque nunca lo había tenido en mente. No obstante, producido el hecho, lo exprimiría al máximo. A pesar de su juventud era la estrella  de la función, el que marcaba los actos y los tiempos. De hecho, estaba acostumbrado a mandar, a ser el líder de la manada, y esa situación le parecía bastante más fácil que algunas de las situaciones vividas en el instituto, en la calle o en el campo de juego. Apartó la verga de sus adoradores, dejó la litera, pidió un condón y ordenó al equipo sanitario que se situasen de espadas a él, con los brazos apoyados en el diván y con pantalones y calzoncillos bajados. Los dos obedecieron sin rechistar y dos culos peludos le saludaron.

-Ahora voy ir a la mina para abrir dos nuevas galerías. La perforadora está a punto-dijo con un punto de chulería, tocándose con orgullo su cipote erecto que vistió rápidamente.

Dalmau se aproximó al enfermero. Ayer no pudo rematar la jugada con Jofre, pero ahora se le ofrecían dos culos en pompa. Aparatosamente embadurnó sus dedos con saliva que aplicó sobre el ano de Martí. El pulgar frotaba el pequeño orificio y la zona circundante que después substituyó por la lengua que recorría la raja del culo, desde el perineo hasta la cintura, combinándose la saliva con el sudor. De todos modos, no dejó por un momento de estimular el ojete y pronto dos dedos habían conseguido abrirse paso en la sensible oquedad. Con cierto esfuerzo consiguió colocar un tercero, y tras acostumbrar el ano a su nueva situación, decidió cambiarlos por su tranca. Le fue más fácil que en el parque. Su capullo entró sin demasiados problemas y después tocó el turno al resto del largo y grueso vergón. Le daba gusto ir avanzando por aquel canal estrecho; sin embargo, la cara congestionada de Martí denotaba que no sentía lo mismo. A pesar de eso, no hizo ningún gesto tratando que Dalmau dejase de perforarlo. Siguió un poco más y entonces empezó a mover con fuerza la polla, en un movimiento incesante de avance y retirada. Sus jadeos se unían a los de su cabalgadura. Le encantaba sentir su polla friccionada con las paredes rectales de su camarada, pero no quería vaciarse aún porque tenía pendiente otra grupa.

Descabalgó y apuntó hacia el doctor que esperaba ansioso. Hasta entonces había disfrutado del espectáculo, pajeándose a gusto y preparando él mismo la penetración, masajeando y relajando su esfínter. Había hecho bien los deberes. Tardó poco en conseguir que el operario colocase su ostentoso cabezón rosado en esa nueva mina. Volvía a sentir el calor de sus entrañas y empujó con  fuerza. El avance fue mucho más rápido que con el más joven y, mientras le penetraba, el doctor Maldecoll seguía con una mano en su cipote al tiempo que acercaba su cabeza a la de Martí para  besarse y jugar con sus lenguas. En poco tiempo Dalmau consiguió introducir todo su carajo dentro de ese pasadizo estrecho. Le encantaba sentirse deliciosamente aprisionado, pero quería más y por tanto no tardó en incrementar el ritmo de sus acometidas. Ahora no quería parar, sólo disfrutar más y más de aquel masaje anal aunque no olvidaba Martí a quien palmeaba vigorosamente las nalgas peludas. A punto de eyacular se colocó entre sus monturas, se quitó el condón y el semental rubio roció con leche viscosa esas grupas peludas que se pajeaban y se corrieron casi simultáneamente. Los tres unieron sus bocas, combinando sus salivas y recuperando fuerzas.

Probablemente el ejercicio intenso de la última media hora no era lo más recomendable antes de una extracción de sangre, pero Dalmau estaba hecho un toro. Sin duda volvería a su casa por su propio pie y sin ningún problema.

Después de la extracción, los ardores lascivos desaparecieron y recuperó la cordura. El doctor Maldecoll quiso despedirse de él. Tanto él como Martí querían citarse otra vez con el semental del instituto, pero éste los rechazó educadamente. Salió del centro sanitario un poco molesto consigo mismo. Había cometido otra estupidez como el día del parque, y debía cortar por lo sano. Probablemente lo mejor sería abstenerse de más contactos con desconocidos hasta  jugada la final. Realmente se le planteaba un dilema. Era evidente que tenía mucho éxito con otros gays. Tal vez más adelante debería aprovecharlo para follar con todos los tíos buenos que estuvieran a tiro, y pasar del problemático Jofre.

De todas maneras, no quería equivocarse. Realmente ese chico le gustaba. No era un polvo pasajero. Vale, de acuerdo, ¿pero tanto como para olvidar al resto? No lo tenía claro. Podía dejar pasar unas semanas o unos meses… De hecho su abuela le decía que el amor se descubría no con precipitación sino con tiempo. Pues ya lo decidiría más adelante…¿Eso era lo más conveniente? ¿Y si durante este tiempo Jofre conocía a otro? De hecho ya había hecho buenas migas con un tal Adam. Eso no quería imaginárselo, no concebía verlo con otro chico, de ningún modo, en absoluto. Rotundamente no.

A veces debían tomarse las decisiones en los momentos menos propicios, en plena vorágine, cuando uno no puede analizar sus actos con sosiego y no puede aplazarlos porque dejar pasar el tiempo puede suponer cambiar el futuro deseado. Generalmente Dalmau no alargaba con mil cavilaciones la resolución de sus asuntos ni se iba por las ramas. No sabía qué hacer ni cómo recobrar a Jofre. Ojalá eso fuera un partido de fútbol, entonces no dudaría en absoluto, para él todo sería más claro. ´Tal vez debía actuar como en el campo de juego, dejando de lado los razonamientos y apelar a su intuición.

-Piiiiip, Piiiip.

Dalmau acababa de recibir un sms. Había pedido a Oriol que le informase de los movimientos de Jofre, con quien se telefoneaba prácticamente cada día. Interesado leía el mensaje: “Mañana tarde J. lleva perro al veterinario de Rubí” Iba a borrarlo cuando algo le extrañó. Decidió llamar a Oriol.

-Hola Dalmau. Ya te envié el mensaje.

-Sí, gràcies . Es por eso que te llamo. Hay algo que no me queda claro. ¿El perro de Jofre está enfermo?

-No, que yo sepa.

-Hace unas semanas me parece recordar que tenía que llevarlo al veterinario y ahora vuelve a hacerlo, pero con uno de otra ciudad. He creído que quizás era un especialista.

-No te preocupes. Es una vista rutinaria. Va allí porque el veterinario no le cobra nada. Conoció a Adam haciendo autostop.

-¿Adam? ¿Has dicho Adam?

-¿Sí, pasa algo?

-No, cosas mías. No me hagas caso. Gràcies , Oriol.

- De res . Fins demà , Dalmau.

El capitán guardó el móvil un poco mosca, mascullando: -Vaya con Jofre. Veo que no pierde el tiempo.


El capítulo 25 se desarrollará en la consulta de Adam, el amigo veterinario de Jofre, donde acudirá éste con su mascota. No avanzo nada más. La próxima cita, a principios de marzo.

Estoy muy satisfecho de vuestra participación. Gracias por todos vuestras puntuaciones y comentarios, los leo con interés, a veces discrepo, otros los corroboro o me abruman por ser demasiado elogiosos. En todo caso a mí me toca corresponder vuestras atenciones siguiendo con la historia.

Fins a la propera ,

Cordialment

7Legolas