Jofre, Dalmau y otros (23)

Jofre y Dalmau se encuentran por fin a solas. El encuentro tendrá consecuencias. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XXIII:  Enrollados

Había sido un acierto pasar un rato de ese domingo por el refugio, por el cau de Oriol. Allí, entre los trenes y su verborrea incesante y divertida se había olvidado por un rato de sus fantasmas. Pensaba en Dalmau aunque ahora lo que le preocupaba más era el trabajo de final de curso que debía presentar dentro de unas semanas. Su proyecto era complejo pero llevaba meses trabajando en él, los controles trimestrales le habían dado buenas calificaciones y, salvo imprevistos, confiaba tenerlo a punto sin agobios y conseguir una puntuación óptima.

Aunque lógicamente ahora lo veía mucho menos que cuando compartían clase, a Jofre le encantaba encontrarse con Oriol. Le encandilaba su aire alegre, sencillo y fresco, además de sus evidentes atractivos físicos. Lástima que el mozo no estuviese libre. Se despidió del pecoso, ahora ocupado reparando una locomotora del Orient Express y, satisfecho, salió del almacén. Antes de tomar el paseo se refugió en la plazoleta de la fuente, un lugar donde se oía el ruido del agua porque raramente nadie se sentaba en los cuatro bancos que delimitaban ese espacio tranquilo. Bebía un sorbo cuando se atragantó al oír una voz conocida.

-Está fresca, ¿eh?

Delante de él se erguía, como aparecido de la nada,  Dalmau, el capitán del equipo de fútbol, tan chulo y tan buenorro como siempre, con la melena rubia, el rostro armónico y esa figura tremendamente atlética enfundada en una camiseta gris con el dibujo de un lobo.

-¿De dónde sales tú? No te han enseñado a saludar. Un poco más y me muero del susto.

-Lo siento. Te he visto y he entrado a saludarte.

-Pues ha sido una pérdida de tiempo porque entre tú y yo no hay nada de qué hablar. ¡Déjame en paz!

A pesar del desdén que manifestaba Jofre, no cejó en su propósito. Quería hablar con él costara lo que costara, y ahora que lo había encontrado, no lo dejaría escapar. Hizo caso omiso al desplante de su compañero y le miró a los ojos con determinación

-Por muy  borde que te pongas no saldremos de aquí hasta que me haya explicado. No respondes a mis llamadas, pero ahora me escucharás te guste o no –le advirtió el capitán mientras le cogía del brazo y lo llevaba al banco más cercano.

Jofre no tenía ningún interés en volver a oír los discursos del capitán. Hizo el amago de sentarse y cuando el adonis rubio ya estaba reclinado en el asiento, salió corriendo. Dalmau no se esperaba eso, pero en pocos metros sus fuertes brazos  rodearon al fugitivo. Jofre se revolvía agitado entre esos miembros musculosos, tratando de escapar inútilmente. Parecía un cervatillo preso en una trampa y asustado ante la proximidad del cazador.

-¡No me hagas daño, sisplau ! –le pidió suplicante, entre sollozos, cuando se vio rodeado por esos brazos macizos.

-¿Daño? Yo nunca podría hacerte daño… No entiendes nada. Ni cartas, ni llamadas, ni explicaciones no sirven de nada contigo. Vete. Te prometo que no te molestaré nunca más –le dijo Dalmau, liberándolo y sentándose abatido en el último de los bancos de la plazoleta, con las manos cubriéndole la cara.

Jofre no se movió. Le retenía esa insólita visión de su antiguo compañero de pupitre. El capitán del equipo parecía una pálida sombra de su imagen habitual. Su proceder insólito, el tono triste de su voz, esa figura dominante ahora transformada en la de un mequetrefe vencido… No podía irse. Quería odiarlo y sólo le inspiraba piedad. El atleta más extraordinario del instituto le parecía una criatura vulnerable a la que deseaba cuidar. Dalmau se mantenía silencioso y ensimismado, sin querer abrir los ojos; y a su lado permanecía él, observándolo. Al final rompió el silencio.

-Va, capità , déjame sitio. Tengo todo el tiempo del mundo. Dalmauet, ¿qué querías decirme? –le dijo con suavidad mientras le acariciaba levemente el muslo. Su compañero tardó un tiempo en alzar el rostro y empezar a hablar. Aunque quería hacerlo, no le era fácil explicar lo que sentía,  su misma voz tenía un tono menos firme y seguro.

  • Es complicado. Te debo una explicación desde hace semanas, pero hasta hace muy poco ni yo mismo lo tenía claro. Las cosas han cambiado mucho en poco tiempo. Hace unos meses ni te había visto. Te conocí cuando te brindaste a ser mi profesor particular. No sé lo que pasó, lo cierto es que cada vez tenía más ganas de tus clases… y de todo lo demás. Impaciente esperaba con deseo nuestros encuentros. No quería reflexionar sobre eso, sólo continuar gozando contigo. Era genial, me sentía muy bien y entonces ocurrió lo del gimnasio. Verte con David fue un mazazo para mí, pero fue aún peor la charla posterior que tuvimos.

-¿Por qué?

-Porque fui terriblemente injusto y porque cambió nuestra relación. Tú nunca te aprovechaste de mí, siempre me echaste una mano. Yo, como un imbécil, te recriminé tu falta de honradez. ¿Honradez? Qué palabra tan extraña viniendo de mí. De todos modos las cosas fueron a peor cuando te fuiste de la clase.

-¿Por qué?

-Porque descubrí que había disfrutado de un tesoro durante unas semanas y de repente, me habían privado de él, y me sentía fatal… Tenía lo que tanto ansiaba. Había aprobado, podía jugar toda la Octogonal y llevar a cabo mi sueño, pero quería algo mucho más. Me he dejado la piel en los entrenos y en el gimnasio porque deseaba llegar a casa exhausto, incapaz de pensar en nada, pero a pesar de mis esfuerzos no lo he conseguido porque…

-¿Por qué?

-Porque me he dado cuenta… -dijo balbuceando- porque, porque, qué narices, porque te amo, Jofre. T’estimo

Dalmau había apartado la mirada de su amigo, dirigiéndola al suelo. Jofre no siguió con sus porqués. Estaba muy sorprendido. No entendía muchas cosas, pero por una vez dejó sus cavilaciones aparte, no preguntó nada más ni añadió ningún comentario. Su voz permaneció muda, fueron sus labios los que tomaron la iniciativa, yendo al encuentro de los de su capitán. Los saludó, tocándolos tiernamente, y aquel beso terminó con la extraña pasividad de Dalmau. Sin dejar el contacto con esos labios, giró el rostro para mirar al empollón. Pequeñas lágrimas felices surcaban las mejillas de los dos, pero ninguno trató de secarlas. Jofre estaba sorprendido por la mirada de su amigo. En ellos le parecía descubrir un azul con un tono más vivo y brillante. No obstante tuvo poco tiempo para examinar la tonalidad ocular, Dalmau le abrazó con fuerza e introdujo por primera vez la lengua entre sus labios. Nunca antes se habían besado, y aquella lengua explorando esa nueva cavidad excitaba a los dos. Las manos participaban también del juego, acariciando Jofre el cuello y los hombros del atleta mientras éste invadía la parte trasera del pantalón y se escurría hasta el nacimiento de su culo.

-Para, para, sisplau –le pidió azorado Jofre.

-¿Qué pasa, noi ?¿Te molesta? –le preguntó un tanto sorprendido el chico rubio que había interrumpido sus escarceos.

-No, estoy bien, pero no podemos hacerlo aquí, en un lugar público. Tendremos que buscar una mejor ocasión.

-Vale con lo de buscar un lugar más privado, pero no pienso aplazar por más tiempo nuestro encuentro. Déjame llamar a alguien, y  ya verás cómo lo soluciono en un momento.

Dalmau se levantó, se apartó un poco para hablar con el móvil. A los pocos minutos volvió satisfecho.

-Ya tenemos casa, y está a pocos metros.

-¿A pocos metros? ¿No se la habrás pedido a Oriol?

-Sí, ¿por qué te extrañas? Oriol ya me la ha dejado otras veces. Era mi picadero particular. Y no te preocupes, no le he dicho nada de lo nuestro. Él ahora se va.

-Y entonces ¿cómo entraremos?

-Tú no te preocupes.

Cuando llegaron delante del antiguo almacén de la familia de Oriol, el capitán se inclinó y en la pared, tocando la acera había una pequeña rendija donde estaba oculta una llave. Subió la persiana metálica en un santiamén sin ningún esfuerzo y, dejando atrás la sala de los trenes, pasaron a la alcoba.. Nunca se hubiese imaginado que su sueño imposible podía  ahora convertirse en realidad en el cau de Oriol.

En el umbral de la habitación Dalmau se detuvo. Allí ya no había peligro que, con sus efusiones, pudieran causar un estropicio en el mundo ferroviario creado por su anfitrión. Rodeó el cuerpo de Jofre con sus fuertes brazos al tiempo que los labios retomaban la actividad exploradora. Aunque era prácticamente novato con los hombres, el adonis rubio sabía besar, llevaba un amplísimo historial a sus espaldas, y su amante lo disfrutaba. Aquella lengua vivaz no estaba un segundo quieta, ahora humedecía los labios, ahora saludaba a su homóloga o viajaba por la boca ajena, no dejando de lado ningún detalle lo que, combinado con unos labios y dientes sensuales que sabían cómo actuar para excitarlo, llevaba al chico al borde del delirio. El empollón necesitaba parar un instante. Había sido todo tan rápido y tan intenso que debía descansar unos minutos, aunque sólo fuera para coger aire y pellizcarse para asegurarse que aquello no era una fantasía. Reclamó tiempo muerto y sorprendentemente el capitán le hizo caso. Se sentó en el colchón y sintió la mirada expectante de su compañero que se mantenía de pie. Todo el cuerpo le ardía y con ansia se desnudó completamente, tratando de recuperar el aliento y su temperatura.

A Dalmau le había gustado el precipìtado striptease de su amigo. Sin duda no se ganaría la vida como stripper, pero tenía algo que le encantaba. Ese toque torpe y tierno a la vez, ese cuerpo poco experimentado le gustaba cada vez más.

-Jofre –le llamó el capitán para reclamar su atención. Cuando sus ojos lo miraron curiosos, él empezó a levantar lentamente su camiseta gris. La imagen estampada del lobo fue desapareciendo, substituida por la piel ligeramente morena de sus recortados  abdominales. No se dio ninguna prisa. Probablemente lo tenía ensayadísimo con cada una de sus conquistas, pero para qué cambiar cuando el espectáculo era divino. Ahora descubría los henchidos pectorales con sus pezones notorios, y por unos instantes la cabeza quedó oculta por la ropa para reaparecer, con la melena dorada un poco revuelta y una risa fresca que enamoraba aún más a Jofre.

-¿Sigo?-le preguntó con mirada pícara mientras sus manos se desabrochaban el cinturón. No esperó la respuesta. A pesar de la aparente tranquilidad del atleta, tenía prisa. Nunca había esperado tanto para conseguir alguna de sus novias. Se descalzó, guardó los calcetines en las zapatillas Puma y se quitó los vaqueros. Estaba por fin en calzoncillos, con un bóxer azul marino de lycra que evidenciaba un soberbio bultazo en la entrepierna.

-A mí me gusta el chico que tengo delante. ¿Y a ti? –inquirió Dalmau, mirándolo- Todavía puedo mejorarlo.

El cachas rubio se desembarazó del bóxer con lo que su pija tomó el aire. Ya estaba crecidita y aunque Jofre ya la había visto otras veces, no dejaba de sorprenderle por su grosor. Se sentó a su lado y se observaron unos instantes.

-Tengo muchas preguntas que…

-Ahora no, por favor. Ya habrá tiempo para responder las preguntas que te planteas, pero ahora no, sisplau- le interrumpió suavemente Dalmau, estampando un pequeño beso en sus labios. El chico no insistió. Cómo podía hacerlo cuando tenía delante al hombre de sus sueños que deseaba follar con él. Lo único que le importaba verdaderamente era disfrutar de sus cuerpos sin más. Tal vez no tendría una segunda oportunidad.

Reanudaron los intercambios bucales, pero ahora los besos pasaron pronto a un segundo término. Las pollas ya despiertas estaban libres y reclamaban la atención debida. Jofre quiso descender para volver a catar la tranca de su compañero, pero éste se lo impidió.

-No, noi . Hoy me toca a mí. Tú ya conoces el sabor de mi polla, yo aún no he probado tu leche –afirmó Dalmau al tiempo que su boca empezaba el descenso con una primera parada en las tetillas de su amigo. Con la lengua mojó las puntas y después las besó. Dalmau volvía a la carga una y otra vez, alternando la boca y los dedos, amasando los leves pectorales y concentrándose en sus puntos más sensibles que pellizcaba vigorosamente  lo que provocaba gemidos de placer de su compañero. Le gustaba sentir el calor de su amigo, el tacto suave de su piel, esos pequeños gritos placenteros, y siguió descendiendo, no sin antes volver a mirar satisfecho su rostro, con los ojos y la boca entreabierta, tratando de dominar las oleadas de placer que le embargaban. Cuando las manos acariciaron la pequeña barriga, Jofre dio un respingo.

-Para, para…¡Cuidado! –le advirtió el empollón, retirando las manos de su vientre.

-¿Qué te ocurre? Si estás temblando… ¿Te molesto?

-No... no es eso... Me dan como unas cosquillas terribles y no lo soporto.

-No pasa nada. Tienes una zona hipersensible. Me lo apunto… -le dijo guiñándole el ojo, antes de bajar un poco más y tener justo delante de su rostro el bonito miembro de su antiguo compañero.

Jofre lo miraba y no daba crédito. El adonis rubio con el que suspiraba desde hacía años estaba a un paso de comerse su polla. Esa cara modélica, esos labios sensuales claramente perfilados se despegaban a punto de venerar su estaca. Sintió un escalofrío cuando su mano la agarró sin brusquedad pero con firmeza. Descubrió el prepucio y se tomó su tiempo para probar el capullo. Con el pulgar, Dalmau resiguió el contorno de la corona del glande y después se llevó el dedo a la nariz para aspirar su aroma viril. Más excitado, chupó el dedo y lo deslizó por el meato y la parte superior del glande. Jofre no decía nada, incapaz de concentrarse en nada más que las sensaciones placenteras que se acumulaban en su polla y en su cabeza. La tranca mostraba ya su máximo tamaño y la lengua traviesa del atleta mojaba ansiosamente los labios. Finalmente dio un lametón a la punta del glande al que siguieron otro y otro y otro. Chupaba el rosado capuchón y el fuste liso, repartía saliva por toda la superficie e iba conquistando el largo palo entre manoseos, chupadas y besos.

De repente y sin contemplaciones, se zampó el glande rosado y fue acomodando con rapidez parte del falo dentro de su garganta. Parecía hambriento. Por un momento, Jofre sintió sus dientes alrededor de su picha, pero Dalmau lo corrigió de inmediato. Técnicamente no era la mejor mamada que había recibido, pero tenía algo que la hacía especial. En cualquier caso, el ardor del chico era alucinante, no descansaba ni un minuto, introduciendo y sacando la boca a un ritmo frenético, dejándola brillante y pringosa de saliva. Después centró su atención en el glande y los breves momentos en que su lengua la abandonaba, dedos y uñas le provocaban espasmos de placer que Jofre no podía reprimir. Volvía a comerse la polla, ahora con una mano acariciando los testículos mientras que la otra acariciaba sus nalgas, aproximándose a su ano. Cuando el dedo índice se posó y se introdujo levemente en el ojete y por otro lado su mano dejó los huevos para acariciar la barriga sensible, Jofre no pudo más y la polla escupió leche caliente, entre gritos de goce. Dalmau no retiró la boca sino que se la tragó toda; es más, con los dedos recogió los restos en sus mejillas y mentón para chuparlos con glotonería.

-Delicioso –dijo relamiéndose los labios- Definitivamente me gustan más las pollas que los coños... Noi , ¿estás bien?

-OK. Ha sido una pasada, pero ahora me toca chupar a mí.

-En realidad lo que me gustaría sería probar algo nuevo –le respondió colocando la mano sobre sus glúteos –Tengo ganas de jugar con este culito.

-No sé si…

-Va… Será divertido.

Jofre, inseguro, se dejó convencer. El capitán empezó a acariciar su trasero. Le encantaba. No había reparado en él hasta el dia de Sant Jordi, en la ducha. Muchas cosas habían cambiado en poco tiempo y si un mes antes le hubieran anunciado lo que estaba a punto de llevar a cabo, lo hubiese juzgado como un pensamiento ilógico, totalmente descabellado. No tenía claro el porqué pero ese culo lo atraía como un imán. No se había comido nunca uno, pero se daba cuenta que había muchos asuntos pendientes que no quería posponer por más tiempo. Le atraía y al mismo tiempo sentía ciertos recelos de meter la lengua allí; no obstante al final pudo más el deseo que los prejuicios.

Acercó la lengua y rozó con ella el ano. Probó otra vez, la tercera lamida fue más segura y prolongada. Muy pronto no quiso limitar sus ataques a esa entrada sino que se dispuso a penetrar el pequeño orificio, y con la ayuda de los dedos el esfínter cedió con lo que la lengua pudo invadir el estrecho canal que aparecía. Los lametones de Dalmau despertaron otra vez el cimbrel de su amigo quien volvía a gemir sin pausa. Con cada lametón uno y otro estaban cada vez más acelerados e, incapaces de soportar más tiempo el frenesí que los consumía, se agarraron las trancas para pajearse a conciencia. En pocos minutos dos erupciones de esperma abundante mojaban el colchón entre gemidos juveniles.

Dalmau, ya recuperado, no tardó en acariciar otra vez el culo de su amigo y trataba ahora de introducir el dedo, a lo que Jofre se opuso.

-Quita, por favor... Estoy cansado.

-¿Seguro que es por eso?

-No quiero hablar ahora...

-Es por culpa de David, ¿no? No entiendo cómo no le rompí la cara en el gimnasio… No sabes cómo me contuve, pero si vuelve a tocarte una sola vez te juro que se acordará toda su puta vida –replicó con furia, cambiando por un momento el tono sosegado de sus palabras.

-Lo siento… Dame un poco más de tiempo… Por favor.

-Por supuesto, maco . Lo entiendo. No todos somos cabrones como el mierda ese –respondió para besarle después.

Jofre se levantó para vestirse. Dalmau iba a hacer lo mismo cuando su chico le pidió que no se moviera todavía.

-¿Por qué? –preguntó extrañado el capitán.

-Te parecerá estúpido, pero me gusta verte desnudo.

-Como quieras. A mí estar en bolas no me molesta en absoluto.

El empollón recuperaba su ropa pero sin dejar de mirar a su compañero tumbado. La imagen era preciosa. Un cuerpo apolíneo, con brazos y sobretodo piernas muy desarrollados, tronco imponente, un soberbio pollón y para rematar el cuadro, una cara adorable de pómulos marcados, ojos celestes y semblante fresco y sonriente. Ya se ataba los cordones de las zapatillas cuando Dalmau se irguió.

-Estoy muy contento, capità .

-Yo también, maco .

-Cuando lo sepa Víctor, alucinará.

-No tiene que saberlo nadie.

-¿Por qué? Prefieres que nuestros amigos lo ignoren porque te avergüenzas de mí

-No es eso…

-Claro. No sé qué os pasa a todos los del instituto. Por una razón u otra no queréis comprometeros, pues estoy hasta los huevos. Quizás tenga que aprovechar la invitación de Adam.

-¿Quién es Adam?

-Un hombre, no como vosotros. Estoy harto. Me voy. ¡No quiero verte más!

Jofre salió corriendo y Dalmau se abstuvo de seguirlo. No era buena idea cazarlo en cueros aunque seguro que algunos del vecindario se lo habrían agradecido. No sabía cómo escogía a sus parejas. Ahora Jofre le recordaba a Blanca, tan testaruda como él, pero algo les diferenciaba. Sentía algo que no había experimentado antes. ¿Era amor? Lo ignoraba, pero no dejaría escapar a su Jofre, aunque intuía que su relación no sería tan fácil como desearía. No entendía qué es lo que le atraía tanto de Jofre, pero lo único innegable es que su vida había dado un vuelco con él. Quería volver a tenerlo cerca muchas horas, no se cansaba de su compañía… Lástima que se hubiese dado cuenta de sus sentimientos en el momento más inoportuno, con la Octogonal por medio. Tenía que conseguir salir victorioso en sus dos objetivos... Jofre le había hablado de un tipo, Adam. ¿Quién coño era ese Adam?


Bueno, ya habéis presenciado su primer encuentro. Seguro que alguien me preguntará si habrá más. Para que eso pase,  uno y otro deben quererlo. En todo caso, en la próxima entrega no se producirá porque uno de nuestros protagonistas deberá acudir a la clínica para un chequeo necesario.

Como manda la tradición, os agradezco vuestros mensajes, las valoraciones y los ánimos. Me gusta comprobar que aquello que escribo, con más o menos fortuna, alguien lo lee y desea seguir haciéndolo para conocer toda la historia. Ah, y para aquellos que les falle la memoria, Adam es el joven que recogió a Jofre cuando hacía autostop, en el primer partido de la Octogonal.

Molt agraït, ben cordialment,

7Legolas