Jofre, Dalmau y otros (22)

Se celebra un nuevo partido del torneo de futbol al que acude Jofre sin ganas. Lo más interesante transcurrirá una vez acabado el partido. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XXII:  Del partido al parque

Sentados en las gradas del campo de futbol, Jofre, Víctor y Núria hablaban animadamente, bueno en realidad, eran los dos últimos los que charlaban mientras su amigo les escuchaba a medias, preocupado por el partido que empezaría dentro de pocos minutos. Volvería a ver al chulo de Dalmau como capitán del equipo de su instituto, y lo único que deseaba es que perdiese el encuentro y no se clasificara para la final. Sus dos amigos iban a su bola, habían hecho buenas migas y parecía que la cita había funcionado. En cambio, él no conseguía encontrar un chico que le durase dos noches. Estaba desanimado. Además hoy Víctor estrenaba una cámara nueva y estaba harto que lo fotografiase todo, animado por Núria.

Salieron al campo los jugadores. Allí, alineados, los fueron presentando uno a uno, entre ellos Jofre pudo ver a su amigo Oriol, pero también al imbécil de David y el maldito capitán. No lo tragaba y, a pesar de eso, no podía dejar de mirarlo: esos ojos azules, la melena rubia, la cara y ese cuerpo de modelo de fitness, con los músculos tan bien moldeados, sin parecer grotescos. Comparaba los uniformes de los dos equipos, que contrastaban como la noche y el día. Los del colegio Llibertat vestían camisetas holgadas de color azul claro, bermudas y largos calcetines blancos; en cambio, el equipo de su instituto mantenían la moda de los años setenta: camisetas ceñidas, calcetines y pantalones cortos y entallados que cubrían poco más que la entrepierna y el culo.

El partido era entretenido aunque desde el minuto veinte, cuando Dalmau inauguró el marcador, se pusieron por delante los Grocs, llamados así por las camisetas de color amarillo que lucían. Jofre se había jurado no seguir las jugadas en las que participase el capitán rubio, pero no pudo cumplirlo. Le fascinaba la apostura del capitán, su rapidez, la autoridad con la que dirigía el equipo, los regates modélicos y los cañonazos con los que saludaba la portería rival. El uniforme le permitía admirar sus piernas macizas que, se tensaban y marcaban aún más en los lances del partido. Poco antes de acabar la primera parte lanzó un obús por la escuadra que se hundió en la red de la portería.  Sin duda, el delantero rubio era el centro de las miradas por sus múltiples atractivos. Medio instituto, incluso algún profesor, se había congregado allí para seguir atentamente las evoluciones del capitán del equipo.

Al reiniciarse el encuentro, Llibertat salió a por todas y aprovechando el desconcierto de los Grocs, su delantero centro hizo diana. Sin embargo, eso fue sólo un espejismo. Los Grocs reaccionaron y Dalmau, en quince minutos sentenció el partido con dos trallazos espectaculares. Jofre se puso enfermo. Su equipo se clasificaría para la final y, para más inri, gracias al juego magistral del odiado capitán. Salió de las gradas con rapidez, incapaz de soportar el clima de euforia entre la afición de su instituto. Deseaba huir de allí en segundos, pero los dos tortolitos iban lentos a más no poder, y tuvo que esperarlos a la salida del campo.

-Va, moveos, que tengo prisa. A ver si podemos coger el primer autobús. En el siguiente no podremos ni sentarnos. ¡Afanyeu-vos!

-No podemos irnos todavía. Tenemos que ir a la otra puerta para recoger a Oriol –dijo Núria, sólo por un momento atenta a Jofre.

-¿Pero esa no es la de los vestuarios? –preguntó Jofre nervioso.

-Claro. Por si no te acuerdas, Oriol jugaba el partido, y era el lugar idóneo para encontrarnos.

Jofre prefirió no replicar. En mala hora había decidido ir al partido. No sólo había tenido que asistir a una nueva victoria del desgraciado de Dalmau, sino que además ahora le tocaba meterse en la boca del lobo. Deseaba que Oriol apareciese rápido, antes que el capitán, aunque eso debía ser fácil porque seguro que el ídolo del instituto estaría con su ego infladísimo y no saldría del vestuario hasta haberlo celebrado cumplidamente. Pasaron quince minutos antes que Oriol se presentase, con el cabello mojado y su sonrisa risueña.

-Por fin. Vámonos ya, que se hace tarde. ¡Correu! –apremió Jofre.

Pero ese no era el día del empollón. Sordos a sus palabras, Víctor continuaba con la dichosa cámara, ahora fotografiando del derecho y del revés al futbolista. Núria abrazó a Oriol para felicitarle por la victoria y después de comentar someramente el partido le presentó a Víctor, su nuevo “amigo”. Jofre estaba de los nervios. Entonces oyó una voz que lo crispó.

-Hombre, si aquí tenemos al cerebro privilegiado del instituto –dijo, con su sorna característica el chulo de David- Contigo animando no entiendo cómo hemos ganado.

-Déjalo en paz, noi –intervino Dalmau que acababa de salir del vestuario- ¿Me dejas hablar con él un momento a solas?

-No quiero hablar contigo –replicó rápidamente Jofre, dándole la espalda.

-Lo sé, pero como mínimo te mereces una explicación. Ven por favor –le dijo el capitán, agarrándole por el brazo.

Los dos entraron en la antesala del vestuario, ahora vacía. Dalmau cerró la puerta, mirando a su antiguo compañero de pupitre.

-Te he hecho daño y quiero disculparme...

-Mira, Dalmau, tú formas parte de un pasado que quiero olvidar. No quiero oírte más.

-Vale, no quieres escucharme. No te culpo, ya sabes que la oratoria no es mi fuerte, pero por lo menos coge esta carta. Aquí intento explicarte lo que me ha pasado estas últimas semanas –dijo el capitán sacando un sobre doblado del bolsillo de la camisa – Léela, por favor.

Jofre cogió impaciente el sobre y salió rápido, despidiéndose con un frío adéu . Sus compañeros se habían alejado un poco y no vio a David. Tanto mejor. Aquella carta le quemaba las manos, no tenía ninguna intención de leerla. Antes de llegar donde le aguardaban sus amigos, vio una papelera. Rompió la carta y la echó con cierta satisfacción. Dalmau no lo utilizaría nunca más. Caminaba lento, con tristeza. Ahora ya tanto le daba coger el primer autobús o el último. Su amigo Víctor, desde lejos le había estado fotografiando, pero al final guardó la cámara y se le acercó.

-¿Estás bien? –le preguntó preocupado.

-Sí, perfecto. Esa maldita historia se ha acabado por fin.

-¿Seguro?

-Seguro.

Tres horas más tarde del final del partido, Dalmau tenía que admitir que Jofre no quería reconciliarse con él. Nunca había escrito una carta como aquella. Por primera vez en su vida, plasmaba en un texto lo que era y sentía. Le había costado mucho traducirlo en palabras y lo había hecho siempre, a escondidas, en su cuarto, a medianoche, cuando sus padres estaban en la cama, a pesar de llegar extenuado tras las agotadoras sesiones de entreno. Era curioso, con aquella carta misteriosa había mostrado la misma reserva que con sus pajas primerizas. En realidad, era lógico, nunca se había revelado en toda su desnudez –a excepción, en parte, de Oriol-  y no deseaba descubrir a nadie más sus sentimientos. En la misiva también le imploraba que se pusiera en contacto con él. Nada. Él lo había llamado también varias veces, pero Jofre lo había rechazado.

Rechazo. Era una palabra nueva para él. El adonis que todos envidiaban y codiciaban nunca había tenido un desplante, y ahora no podía ni tan solo hablar con ese que no era más que un friqui del instituto. Era completamente ilógico. Durante los últimos días había intentado conquistarlo, pero él lo rehuía siempre, y a pesar de sus negativas le seguía gustando. No lo entendía. De todos modos, tras el último desaire de esa tarde, el capitán se replanteó la situación. Ya estaba harto. Jofre le había demostrado con creces que lo despreciaba y no quería verlo más. Pues él no iba a lamentarse. A grandes males, grandes remedios. Si Jofre no quería estar con él, le buscaría un substituto. El candidato ideal era Oriol. Por él sentía algo muy especial y recordaba con mucho cariño su excursión al Gorg Perdut, pero no quería pedírselo. Ya había hecho mucho por él e intuía que su amigo tenía más problemas de los que quería reconocer. Esa noche había ideado un plan. Después del partido sus padres cenaban fuera e irían al teatro. Tenía unas tres horas de margen, suficiente tiempo para sus propósitos.

Dalmau cogió la moto de su padre y en quince minutos se plantó en un barrio de Sabadell, una ciudad cercana. No había estado nunca, pero por internet conocía un parque donde se practicaba el cruising . Allí, por la noche los tíos que paseaban buscaban una follada rápida y anónima, sin ataduras ni complicaciones.  Es lo que pretendía. No le preocupaban las situaciones nuevas y aunque lógicamente era un  novato, no aparentaría ser un pardillo. Aparcó la moto y se dirigió decidido hacia el parque.

A primera vista parecía todo muy solitario, pero no tardó en darse cuenta de su error cuando se internó un poco en el recinto, alejándose de los accesos.  Cerca de un seto, entre dos árboles, vio un hombre que debía duplicarle la edad. Estaba allí esperando algo y cuando le vio fijó la mirada en él pero no se movió. De repente se dio cuenta que a su izquierda tenía más compañía. Otro, vestido de negro, se alzó, atento a cualquier muestra de agrado. Le miraban, pero ninguno se le aproximaba. Al final fue él quien tomó la iniciativa  hasta ponerse a dos pasos del de negro, mirarlo fijamente y lucir su sonrisa confiada.

-¿Quieres que pasemos un buen rato? Los de este parque parecéis muy tímidos. .

-No te creas. Lo que pasa es que a veces los ángeles espantan un poco.

-Mejor dejémonos de chácharas, que no hemos venido a escucharnos –dijo Jofre con aplomo mientras se tocaba la entrepierna, con calculada lentitud, donde se intuía ya un nabo interesante- ¿Te gusta lo que ves? El angelote tiene un regalo para su demonio negro.

-Sí, ya veo –respondió su compañero, sorprendido ante el bultazo que marcaba el vaquero. Ese chaval no podía tener algo tan grande. Recobrado de su sorpresa, lo condujo detrás de los matorrales para evitar los mirones.

-¿Por qué no abres el regalo del querubín con la boca? –le sugirió Dalmau con tono travieso.

-Lo que quiera el angelito –dijo mientras se arrodillaba para ponerse a la altura de la entrepierna. Se agarró a las macizas piernas  de ese tío bueno, pero antes de atacar la cremallera del pantalón tuvo que descansar por un momento. No, no se trataba de ningún pudor, simplemente aquellos muslazos que había palpado estaban fortísimos, nunca había tocado dos columnas de carne tan sólidas como esas. Repuesto, aproximó su cabeza a aquello que pugnaba por escapar de la prisión del vaquero. Con los dientes cogió el medallón de la cremallera y mientras Dalmau sujetaba el pantalón por la parte da arriba, él tiraba hacia abajo para desvelar la maravilla que guardaba. Lo había hecho otras veces por lo que no le fue nada complicado abrir  completamente el dispositivo metálico. Un bóxer blanco a rebosar de carne se plantó ante sus narices, y volvió a detenerse por unos instantes.

-¿No te gusta el paquete celestial? –preguntó con voz infantil el capitán.

-Es impresionante. Me encanta.

Sin entretenerse más,  empezó a lamer con glotonería el fino tejido blanco, pero no tenía bastante con la lengua, lo chupaba frenéticamente y sin descanso, como cumpliendo con un deber ineludible. A pesar de sus ansias no conseguía desenvolver el paquete, y Dalmau le ayudó, sacando el pollón del envoltorio. Una maciza tranca tomó el aire,  pronto saludada con deseo por una lengua voraz. Marcel, el hombre de negro, no podía dejar ni un segundo ese falo impactante. Lo lamía por todos lados, desde la punta hasta los macizos cojones, sin olvidar el largo y grueso fuste venoso. El chaval tenía el rostro de un ángel, eso era incuestionable, pero él no podía examinarlo con detalle, ocupado en adorar su formidable aparato. Con una mano sujetó la tranca mientras que con la otra sopesaba los huevos: pesados y duros, repletos de leche viscosa que muy pronto se tragaría. Antes tenía que seguir ordeñando esa soberbia viga de carne. Friccionaba la polla con determinación, jugaba con sus bolazas y sólo detenía sus manoseos para engullir los primeros centímetros de aquella maravilla. Se sentía maravillosamente colmado con ese cipote enorme en su boca, lo paladeaba con delectación, y su mamada tenía algo de salvaje. No podía ser de otro modo con el aroma viril que desprendía ese cuerpo sin duda joven, pero también sexualmente maduro.

Dalmau con sus manos en la cabeza del hombre de negro, la empujó hacia delante al tiempo que embestía con su polla la garganta. Marcel no se quejó en absoluto, se limitaba a disfrutar del enérgico avance de aquel pilón de carne por su interior. Ese chico era un atleta, como lo demostraba no solo la apariencia sino sobre todo su resistencia física. No descansaba apenas, esas caderas empujaban una y otra vez su falo que ya había conseguido ocultar enteramente dentro de Marcel. A medida que pasaban los minutos Dalmau no reducía las acometidas, en realidad aumentaba su intensidad, deseoso de regar aquella boca con leche corporal. Sólo se detuvo justo antes de la corrida, excitadísimo, con su esperma a punto de explotar. Se dejó ir y expulsó nata calentita sin escamotearla por lo que  Marcel casi se atraganta.

El semental rubio aún no había tenido bastante e iba a guardar su hermanito otra vez en el bóxer para buscar nuevos compañeros cuando Marcel le miró con ojos suplicantes.

-No te vayas todavía. Me gustaría que probaras mi otro túnel. Es más estrechito –le dijo mientras cogía la mano del adonis para colocarla en su nalga. Estaba dura. Dalmau nunca había follado con un tío, pero las novedades no le  amedrentaban. No se movió mientras Marcel con rapidez se bajó pantalones y slip para mostrarle su grupa. Dos nalgas blanquecinas le saludaron y su pajarraco se despertó otra vez. Le excitaba el ambiente y la novedad. Después de unas cuantas sacudidas su polla volvió a estar activa, exhibiendo su poderío. Se colocó detrás de su compañero que había doblado la espalda para sacar culo y se agarraba al tronco de una encina. El capitán vistió su cimbrel con un condón antes de afrontar ese nuevo reto. A veces en los vestuarios había sentido el deseo de penetrar el culo de algunos chicos como Oriol o Joan. Eran fantasías imposibles, pero ahora por fin su polla invadiría un culo viril.

Palpó el pequeño trasero y, como el día de los probadores, empezó a acariciar el sensible ojete. Humedeció sus dedos mientras con su otra mano no dejaba de frotar las nalgas de la que sería su primera montura. Sin perder tiempo centró su atención en el orificio, tratando de colar un dedo. Tenía un talento natural para el sexo y, aunque era bastante inexperto, el chico aprendía muy rápido. Pronto consiguió meter un segundo dedo. Sentía el calor de la cavidad anal. Pasaron unos cuantos minutos antes de creer que aquello ya estaba bastante dilatado. En realidad, el ano podía estarlo para una pija común, pero lo suyo era bastante diferente. Con cuidado trató de introducir su tranca. No fue hasta la tercera tentativa que el glande consiguió invadir ese territorio ignoto. El espacio era limitado y el avance de su macizo apéndice, sin vacilaciones pero lento a causa de su inexperiencia. Las paredes anales de un macho eran más duras que el coño de una mujer y su gordo cipote iba avanzando, mágicamente estimulado por la estrechez de la cavidad que conquistaba centímetro a centímetro. Le encantaba esa presión sobre su capullo. ¿Cómo podía haberlo retrasado tanto? ¡Malditos temores juveniles! Hendir la polla en un culo viril era mucho mejor de lo que imaginaba.

Marcel, intuyendo que su semental, comenzaría de inmediato la cabalgada, giró su rostro congestionado y, tratando de dominar el dolor que sentía, le dijo dificultosamente:

- Sisplau , empieza muy, muy despacio.

-No te preocupes. Ni lo notarás –respondió Dalmau, acariciándole el hombro. Era un novato, pero estaba convencido que pronto le cogería el tranquillo. Entre los matorrales veía tres hombres que le observaban embobados. Sacó lentamente el largo badajo de su cautiverio para que pudieran admirarlo antes de recuperar su antigua posición. Con la misma lentitud volvió a retirarlo e introducirlo sin pausa. Aquello le estaba gustando. Le imprimió un poco más de rapidez. Marcel no se quejaba, incluso creía haberle oído un jadeo, y por ello aumentó el ritmo de esa operación, de ese mete-saca divino. Las sacudidas se acompañaban ahora de gemidos de los dos, incapaces de refrenar el delirio que les embargaba. Dalmau penetraba una y otra vez las nalgas del hombre de negro quien, aturdido por el placer, sólo deseaba mantener aquella maciza estaca en su interior para siempre.

Al final, el jinete follador consiguió su objetivo, descargar toda su carga de leche dentro del potranco negro. Retiró su verga, desprendió el preservativo lleno y se acarició  orgulloso el capullo, recuperándose de la corrida, satisfecho  de la admiración y el deseo que observaba en la concurrencia que no se habían perdido ni un segundo de su espectáculo. Se despidió de Marcel con un rápido saludo, dudando qué hacer cuando se fijó en uno de sus admiradores. Por un momento su acostumbrada seguridad desapareció por completo. No, no podía ser. Medio a oscuras, sin querer acercarse, examinó otra vez al hombre. No, se le parecía pero por suerte no era el señor Deulofeu, el bibliotecario. Estaba bastante más delgado. Dalmau abandonó rápido el parque, completamente indiferente a más invitaciones. Había cometido una estupidez. En un lugar como ése podía aparecer alguien que lo conociese, y ponerle en problemas. Salió a toda leche. No volvería otra vez. Era peligroso. De todos modos, había otra razón aunque no quisiera admitirlo.


El capítulo 23 ofrecerá una escena reclamada por muchos. Jofre y Dalmau volverán a encontrarse en la plazoleta de la fuente. ¿Qué pasará? Tendréis la respuesta dentro de unos días.

Es lógico que con el paso de los capítulos vaya perdiendo público. La saga ya pasa de los veinte capítulos. De todos modos, entre el último episodio y el anterior he perdido más de un tercio de lectores. Pero eso no deja de ser un perfecto acicate para redactar con más ganas, tratando que la tendencia se invierta o, como mínimo, se frene. En cualquier caso, no me canso de agradeceros vuestra participación. Sin vuestros estímulos, escribir el relato me sería mucho más pesado. Moltes gràcies .

Cordialment,

7Legolas