Jofre, Dalmau y otros (21)

Un acertijo: Jofre se lía con uno de sus amigos en un paraje con vías férreas y muchos trenes, pero ese sitio no es una estación. ¿De qué hablamos? Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XXI:  Entre  trenes

Jofre estaba sentado en un banco, con una revista de crucigramas, en una plazoleta apartada de las principales calles del barrio. Una plácida fuente aportaba una pizca de frescor en esa hora tonta antes de la cena. Le gustaba ese lugar, se sentía protegido entre los setos que la circundaban y libre de las habladurías del instituto. Nadie le molestaba…

-Hola, Jofre. Un poco más y no te veo. Creía que eras una estatua. Estabas tan quieto… ¿Te molesto? –le dijo Oriol que repentinamente había aparecido al lado de la fuente, cargado con su bolsa de deporte, después del entreno. A veces el chaval pasaba por la plazoleta a tomar un sorbo.

-No, qué va. Tú, nunca. En casa estamos de obras y me he escapado en busca de un sitio tranquilo.

-Pues has acertado. Yo me paso a veces cuando voy al cau , a  mi guarida y casi siempre está vacío.

-¿El cau ? –le preguntó Jofre, sorprendido.

-Bueno, yo lo llamo así. Mi padre tiene un pequeño local que antes utilizaba de almacén y me lo dejó después de imponerme un ultimátum: O arreglaba mi habitación y me llevaba mis trenes en miniatura ahí o lo echaba todo a la basura. Cuando puedo, que es menos de lo que querría, paso a moverlos un poco. Tengo un montaje muy chulo, ¿quieres verlo? Está aquí mismo.

Cinco minutos más tarde, Oriol subía una persiana metálica que  daba paso a un local presidido por una maqueta inmensa que reproducía un paisaje surcado por infinidad de vías, desniveles, cruces, tres estaciones, pasos con barrera  y locomotoras y vagones de todo tipo. Lo puso en funcionamiento y Jofre se maravilló de la perfecta sincronización de los trenes que nunca chocaban, y de los mil y un detalles que descubría.

-Oriol, te felicito. Es una pasada.

-No creas que se lo enseño a todo el mundo. Muchos pensarían que sigo con cosas de críos.

-Seguro que lo ha visto Núria, ¿no es cierto?

-Sí, sí, ya lo conoce. Hoy mismo vendrá a traerme unos papeles, pero ¿por qué lo dices?

-Hombre, está muy claro. Se ve a la legua que te gusta mogollón. Le regalaste una rosa por Sant Jordi y siempre se os ve juntos.

-¡Ja, ja, ja! ¡Qué bueno! Te has creído que somos pareja. ¡Ja, ja,ja!

-¿Me equivoco un poco?

-Del todo, noi . A Núria le gustan los chicos, pero a mí todavía más. ¿No te has dado cuenta?

-Siempre meto la pata. Ya me lo dice mi amigo Víctor que estar todo el día haciendo suposiciones no es bueno.

Uno de los vagones se había salido de la vía y Oriol se apresuró a recolocarlo. Con precisos toques iba perfilando y mejorando el conjunto. Había situado las figuras de dos mozos de equipaje en la estación principal, al lado de un tren parado, y unas sanísimas vacas suizas, en un prado de un verde inmaculado. Examinó satisfecho los pequeños cambios, antes de volverse para retomar la conversación. Tenía un aire pensativo; en realidad, aquellas alteraciones del paisaje ferroviario habían sido un recurso para reflexionar sobre su amigo.

-Hace tiempo que me ronda una idea por la cabeza. Yo también tengo una sospecha sobre ti: A mí me da que eres de los míos…–replicó Oriol, abandonando el aire divertido y bajando el tono de voz, casi un susurro.

-No te equivocas. Fuiste de los primeros de la clase en que me fijé, pero más tarde ya no lo tuve nada claro, y después viéndote a todas horas con Núria… A propósito, en el domingo de playa ¿nadie intentó robarte, verdad? –le preguntó tocándole la mano cariñosamente.

-No, ese cerdo intentó violarme. Suerte de mis dotes como canguro, me escapé como pude. Te agradezco aquel día, cuando Dalmau fue a darle su merecido, y te quedaste conmigo para tranquilizarme -le contestó, acariciándole el cabello.

-No me costó nada –le dijo Jofre antes de besarlo en la mejilla– ¿Tu guarida, además de ludoteca, tiene otras funciones?

-No te muevas.

Con rapidez Oriol bajó la persiana hasta el suelo y después desapareció, esquivando vías de tren, pinturas y herramientas de modelismo, tras la puerta que se abría en la pared del fondo. El invitado esperaba atento. Ruido de cajas, lamento ronco de un mueble pesado, chasquido de algo al romperse y un “¡Mierda de pinceles!” de Oriol. Otros sonidos enérgicos y la voz del anfitrión, invitándolo a pasar. El otro compartimento del antiguo almacén era un poco más pequeño, con dos taburetes, mesita baja, un armario que no podía cerrarse repleto de trastos, y un colchón en el suelo. Cristales rotos y diarios viejos cubrían  las baldosas más cercanas a la puerta.

-No es el hotel Hilton, pero al menos hay intimidad –le dijo Oriol, armado de escoba y recogedor.

Jofre se sentó en un taburete mientras su amigo barría los restos del estropicio. Lo miraba con gusto. Ese cuerpo alegre y dinámico, que nunca se estaba quieto, pronto estaría a su lado. Hasta ahora no había tenido suerte, pero aunque Pep, su anterior ligue, había durado menos que un caramelo en la puerta de un colegio, estaba convencido que con Oriol todo iría a las mil maravillas.

-Por fin ya he acabado, y después del trabajo viene lo bueno –dijo sonriendo el anfitrión, masajeándole los hombros. Jofre giró la cabeza para mirar esa cara traviesa que se colocó a pocos centímetros de su rostro, con sus manos ahora ocupadas en acariciar su cuello. Le encantaba sentir sus dedos pequeños pero vivaces dándole placer. Movía la cabeza lentamente de lado a lado, gozando de los hábiles toques de su compañero. Al rato cambiaron las tornas. Jofre se volvió para tenerlo de frente y, con las manos en sus clavículas, prodigó sus mimos sirviéndose de los labios. Lentamente sus besos conquistaron el cuello y la cara pecosa de su amigo.

-Uuuuy, no me toques tanto la oreja que no respondo –dijo excitado Oriol al sentir cómo le mordisqueaba el lóbulo. Ése era uno de sus puntos flacos y tenía claro que podía llegar a eyacular si alguien se afanaba en esa zona un buen rato. Desde allí, fue recorriendo con besos diminutos y constantes el corto recorrido hasta sus labios. El pecoso dibujó una sonrisa y rápidamente sacó la lengua para saludar con  merecido alborozo a esos invasores amorosos. Los frotaba y humedecía, y Jofre adoraba aquella lengua hiperactiva tan estimulante. No tardó mucho en abrir la boca, cosa que aprovechó el querubín para explorar su interior y jugar con su igual aunque no había color. La lengua del más alto era como un automóvil al lado de un reactor. ¡Cómo se movía la condenada! Bailaba entre sus dientes, ensalivaba su paladar o abandonaba por un momento su exploración bucal para lamerle los labios.

Suspendieron brevemente sus escarceos para desnudarse. El cuerpo de Oriol seguía como siempre, con todos sus músculos perfectamente delineados, sin grasa por ningún lado. El de Jofre quizás no era tan bonito aunque la pequeña barriga tenía encanto porque le daba un aire tierno. Las piernas de uno y otro, fuertes y recias, flanqueaban dos pollas ya morcillonas que, como los perros cuando se encuentran, parecían querer olisquearse. Completamente desnudos se tumbaron en el mullido colchón. Abrazos delicados, risas frescas, susurros románticos. Oriol comenzó a jugar con las tetillas de su amigo. Las sobaba enérgica y repetidamente con las palmas abiertas mientras su boca entreabierta babeaba. Tras el masaje, labios y lengua substituyeron las manos. Realmente esa lengua era divina, estimulando con destreza los pequeños pezones del chico. Jofre no estaba muy acostumbrado a aquellas delicias, pero no se sentía en absoluto azorado. Con el pecoso podía ser natural, no tenía que representar ningún papel, convencido además que nunca  se burlaría de sus reacciones.

Oriol iba a agarrar la verga de su compañero cuando éste fue a buscar la suya para llevar a cabo un 69 de primera. Uno y otro atraparon sin falsos pudores la pija del otro para darle un bocado. El pecoso tenía hambre y en pocos minutos esa nueva verga estaba empapada de saliva. Le encantaba la textura de aquel glande rosado y del fuste liso, donde aunque no se marcaban las venas, podía sentir cómo palpitaba. Su lengua, veterana en estas lides, no conocía el descanso: la deslizaba por la maciza columna hasta el escroto que bañaba con saliva o se entretenía en el erótico cabezón, llenándolo de caricias y besos que llevaban su pareja al delirio. Jofre se aplicaba con igual devoción a la tranca de su amigo, una polla bonita, más grande de lo que se imaginaba, vista su estatura. No tuvo que pedírselo para engullir la recia manguera del canijo. Era un bocado suculento, de tacto suave y ardiente, que parecía dotado de vida propia, viendo cómo se movía dentro de su garganta, pero su invasión estaba a años luz de la violencia que aplicaba el cabrón de David; en realidad lo sentía como un divertimento obra de una tranca juguetona que hurgaba deliciosamente en su interior.

Como podía, intentando sobreponerse un poco al goce que la polla y la boca de Oriol le proporcionaban, él a su vez se aplicaba en lamer y chupar la manguera de su amigo, si bien sus caricias se dirigían también al perineo y la maravilla de culo que tenía a su alcance. Las nalgas del pecoso eran mucho mejores que el trasero huesudo de Pep. Esos glúteos potentes definían un culo redondo, que con los cachetes bastante separados parecían una invitación a explorar el ojete que protegían. No daba abasto entre las atenciones de su amante, la polla que devoraba y las manos tocando ese culo adorable. No tardó mucho en abandonar su actividad porque no podía resistir más la felación de Oriol y su dinámica endiablada: alternaba los besos tranquilos con intensas mamadas con los que rozaba el cielo. Al final, incapaz de soportarlo más, su tranca lanzó con ímpetu viscosos trallazos de nata de fabricación casera que Oriol tragó con devoción.

Tan pronto como se recuperó, iba a zamparse otra vez la polla del canijo cuando éste se lo impidió.

-Veo que te gusta mi culito. ¿Por qué no te lo comes y me lo follas después?

Ante el silencio embarazoso de Jofre, Oriol siguió hablando sin ningún atisbo de chulería.

-Me parece que no tienes mucha experiencia, pero no tienes por qué preocuparte. Sigue mis indicaciones y ya está. Chupámelo cuanto quieras… Ah, espera un momento –añadió el canijo, buscando y sacando de su pantalón un preservativo.

El más bajo se colocó de rodillas, con los antebrazos a ras de suelo, ofreciendo así una magnífica vista de su culo redondo. A Jofre se le hacía la boca agua aquellos curvos cachetes que rápidamente comenzó a degustar. Los dedos magreaban esos glúteos lisos y compactos, cuyo canal de separación no era tan estrecho como el suyo. Con la lengua recorrió sin ninguna prisa la pequeña zanja entre las nalgas rotundas hasta llegar a su tramo final donde pudo recrearse con el ojete, levemente protegido por cuatro pelos castaños. Primero lo besó con cariño, después usó la lengua para frotar el pequeño orificio. Le atraía esa hendidura y el olor viril que desprendía por lo que su boca se aplicó con ahínco a chupar el agujerito y más allá.

Oriol no era insensible a sus lametazos aunque quería más y por eso, cuando tuvo su agujero chorreando saliva, se giró y tumbado con la espalda en el suelo, alzó su culo para facilitar la penetración de Jofre. Su pollón auguraba una follada colosal. Lo observaba con su sonrisa habitual, clara y fresca, intentando tranquilizarlo. Se intercambiaron miradas, la suya confiada, y la de Jofre, más nerviosa. Sólo lo había hecho con Pep una vez, pero sinceramente pensaba que tenía ante sí la mejor pareja posible. Oriol le daba confianza y, siguiendo sus consejos su glande visitó su oquedad. Con las manos separaba las nalgas y  poco a poco fue introduciendo la barra de carne en la estrecha cavidad. Las paredes internas presionaban su verga, lo que le encantaba, y delante tenía su amigo con el rostro contraído, no sabía si de dolor o de placer. Continuó avanzando hasta que consiguió enterrar todo el cimbrel en las entrañas de Oriol. Siguió las indicaciones que, con cierto esfuerzo, le fue dando su compañero. Retiró la tranca por un momento para recuperar el terreno perdido en un santiamén, iniciando un estimulante movimiento: de fuera a dentro, y de dentro afuera, primero despacio y después con mayor rapidez. No podía parar. Sentía su polla estimulada al máximo, aprisionada entre las paredes rectales del pecoso. El placer era tan intenso que al final los dos explotaron.

-Muy bien, macho man. Ya has visitado mi culo, y gracias a ti no me sentaré hasta dentro de un ratito –le dijo, incorporándose y tocándole cariñosamente el cabello.

-Ha sido fabuloso. Estoy hay que repetirlo, mañana, pasado mañana y el otro. Oriol, me gustas mucho.

-Sí, ha sido una pasada, pero… No sé si quiero repetirlo.

-¿Por qué no?¿Qué pasa, Uri?

-No voy a engañarte… Puedo darte excusas, pero prefiero ir con la verdad por delante. Puedes pensar lo que quieras: hay otro tío con el que mantengo una relación.

-Pues vaya manera de llevarla. No dejas de sorprenderme.

-A veces las relaciones son muy complicadas. Empezó el verano pasado en Tuixén.

-¿En los campamentos que organizó el instituto?

-Sí, y la relación ha pasado por momentos buenos y malos. Ahora mismo, no sé si tiene ningún futuro.

-¿Lo conozco?

-No, no, seguro que no, imposible –replicó Oriol, rápido y nervioso- Lo siento si te he hecho daño, pero a veces soy demasiado impulsivo. Me caes muy bien. Ojalá esto no afecte a nuestra amistad.

-No te preocupes, y suerte con tu historia –le respondió Jofre, dándole la mano. Dijo lo que tocaba, pero en realidad anhelaba lo contrario. Quizás entonces Oriol lo vería con otros ojos.  En todo caso lo mejor era ahora abandonar el campo de juego. Estaban acabando de vestirse cuando de repente oyeron unos ruidos insistentes que provenían de fuera del local. Alguien estaba golpeando la persiana metálica.

-Debe ser Núria-dijo Oriol, saliendo de la habitación a toda prisa.

Pocos minutos después volvía a entrar con su amiga, con su mirada sonriente, fresca y clara.

-Hola Jofre. Ya conoces el cau de Oriol. Este amigo nuestro es un manitas.

-Va, tampoco es para tanto. Sólo es cuestión de paciencia. Seguro que si quisierais, vosotros lo haríais  mejor.

-No me vengas con falsas modestias –le respondió Jofre.

-A propósito, ¿mañana nos veremos en el partido, verdad? – le preguntó la chica.

-Bueno, lo cierto es que yo no…

-Va, Jofre, anímate, no me seas soso. Va, que quiero que invites al chaval del otro día.

-¿A quién? ¿A mi amigo Víctor? ¿Por…?

-Porque le hace tilín. –intervino Oriol sin ningún embozo.

-A ti nadie te ha dado vela en este entierro, bocamoll . Y lo que yo sienta o deje de sentir no es asunto tuyo –replicó Núria un poco molesta, para después, con tono meloso, volver a insistir a Jofre.

-Bueno, d’acord . Se lo propondré, pero con una condición. Os vaya bien o no, no me daréis esquinazo. No quiero volver solo en el autobús.

-Eres un cielo –respondió la chica, dándole un beso en la mejilla.

Se hacía tarde. Jofre se despidió de sus amigos y salió a la calle. A pesar de sus ímprobos esfuerzos no conseguía encontrar su media naranja. Todos sus candidatos le daban calabazas: Pep había vuelto con su Gabriel, Oriol mantenía una relación secreta. Era muy frustrante verse siempre  rechazado. Quizás no estaba a la altura, quizás debía buscar a alguien más normalito como él. Sea lo que fuere, envidiaba a sus amigos. Ellos tenían a alguien, él sólo disfrutaba de contactos demasiado efímeros.  Por si todavía no estaba harto de los temas de Cupido, ahora, encima, debía actuar de celestino con su amigo Víctor. Núria era una buena chica, pero preferiría que no se lo hubiera pedido. Y para empeorar aún más la situación, el lugar del encuentro entre sus amigos sería el campo de fútbol donde volvería a ver al desgraciado de Dalmau. Ojalá no pasasen la eliminatoria. Así por fin el capitán perdería su insoportable sonrisa de triunfador al hacerse añicos su sueño. Sería perfecto verlo al acabar el partido cabizbajo y hundido. ¡Lo deseaba  tanto!


Hay cosas que no cambian, y con el nuevo año sigo con la historia, ahora el capítulo 22. La acción de ese episodio se desarrollará en dos escenarios diferentes: el campo de futbol, en el que  el equipo del instituto tratará de pasar a la final, y un parque de noche, donde algunos hombres merodean buscando algo muy concreto.

Es lógico que acabado de leer este capítulo ya me reclaméis el siguiente, pero este año tendré bastante menos tiempo libre. A pesar de eso, espero seguir publicando con la misma frecuencia  mi relato. A ver si lo consigo.

Deseo que paséis un feliz año y que mi historia colabore, dándoos unos minutos de entretenimiento.

Moltes gràcies per tot.Bon any 2012!

7Legolas