Jofre, Dalmau y otros (2)

Por fin se estrena Jofre como compañero y profesor del chico más guapo del instituto. No es fácil su nueva situación aunque tiene compensaciones. Sucede en algun lugar de Catalunya.

Capítulo II: NUEVO COMPAÑERO Y PROFESOR

Nunca se había levantado tan predispuesto a ir al instituto como esa mañana, y tampoco nunca se había entretenido tanto en su apariencia. La sudadera ocultaba los pocos kilos de más de su barriga y los pantalones arrapados descubrían sus mejores talentos: piernas fuertes y trasero redondo y respingón.  Calzado con sus zapatillas Adidas y tocado con su sombrero tirolés de la suerte, salió corriendo hacia el instituto, donde llegó bastante pronto. Tuvo tiempo de vaciar su pupitre antes de que empezaran las clases y las preguntas de sus compañeros. En el pasillo se topó con Dalmau.

-Ah, estás aquí. Veo que no te has echado atrás. Perfecto. Voy muy apurado, noi –le decía el deportista a Jofre mientras le acompañaba a su nueva clase.

El pupitre de Dalmau estaba en la última fila, en el extremo más alejado de la entrada y del profesor.  Jofre se sentó en su nuevo lugar. Su compañero estaba aún de pie, con su mochila al brazo. Hablaba con su amigo Carles y Jofre podía admirar desde muy cerca la ancha espalda de su adonis cubierta por una camisa de cuadros. Sus vaqueros, de azul claro y desgastados, manifestaban bien clarito las formas rotundas de su culo y las piernas de futbolista.

Poco después, Dalmau se sentó. Jofre quería calmarse, pero la visión frontal del chico  empeoró la situación. Su figura en V tenía la base en un paquetazo que atraía la mirada de su nuevo compañero. Le era difícil concentrarse con ese tiarrón a su lado. Al final optó por cerrar los ojos unos instantes y después mirar sólo al frente, pendiente de la profesora que acababa de entrar.

-¿Estás bien, estás cómodo, noi ? –le preguntó amable Dalmau, tocándole el brazo.- Si puedo hacer algo por ti, dímelo, no te cortes.

-Sí, sí, estoy muy bien. No pasa nada.

Transcurrieron las horas y Jofre estaba muy contento del cambio. Entre clase y clase, los chicos charlaban. Dalmau se levantaba para estar con el grupo, lo que aprovechaba Jofre para admirar el físico de su ídolo. Por delante y de perfil el chico estaba de miedo, pero quizás su vista preferida era de espaldas. Aquella figura tan atlética, de cintura estrecha y muslos perfectos culminaba en un culo antológico.  Y era perfecto ver cómo actuaba con sus mejores amigos, como Oriol. Mientras hablaba, cariñosamente los cogía por la espalda o la cintura, y ante tanta familiaridad Jofre tenía una erección de campeonato. Desgraciadamente, en todas las historias hay siempre un pero. Lo que le disgustaba era la presencia de Blanca. Dalmau se atontaba con las chicas a su alrededor y Blanca era odiosa. Pelirroja, alta, figura esbelta, ojos turquesa y guapa, se creía la reina de Saba. Todo debía hacerse como ella quería, y actuaba como si todos, excepto Dalmau,  fueran sus estúpidos lacayos. No la soportaba.

En la nueva clase se sentía muy aceptado. Nunca había tenido problemas para relacionarse con la gente, pero realmente las cosas eran francamente fáciles en ese entorno. Jofre no era tonto. Tenía claro que la clave de su popularidad era ser el nuevo compañero del ídolo del instituto. La chica del pupitre más cercano era un encanto. Se llamaba Núria y le caía simpática porque no era amiga de Blanca. Se sentaba con Pep, alto y delgado, de tez blanca y con unos ojazos… Un chico muy interesante, que quería conocer más a fondo.

Después de comer, llegaba la hora más pesada. Tocaba el profesor más aburrido del instituto. El señor Vidal no generaba conocimiento, sólo sopor. Y un cuarto de hora más tarde, Dalmau dormía en su pupitre. Jofre pensó en despertarlo, pero optó por dejarlo descansar. Era tan bonito poder detener su mirada en ese rostro, de pómulos marcados, labios rosados, nariz elegante y abundante cabello dorado… De pronto, el señor Vidal se acercó y Jofre le despertó agarrándole por el muslo. Dalmau se irguió a tiempo.

-Gracias, noi . Te debo una. Al final no sabré qué hacer para compensar tantos favores.

-No fue nada- respondió. Aunque realmente para él fue un placer tocar ese muslazo. ¡Qué músculo tan duro! Su compañero estaba aún más fuerte de lo que parecía.

Jofre sonrió cuando sonó el timbre que señalaba el fin de la clase. Por fin estaría a solas con el atleta, aunque antes tuvo que oír una vez más la voz insoportable de Blanca.

-Dalmau, espera. ¿Ya te vas? Y éste –señalando a Jofre- ¿Se ha convertido en tu sombra o qué? No se separa de ti.

-Ya te lo dije. Es mi nuevo profesor particular por orden de Gonzalo y ahora tengo clase.

-Patético. Espero que sea mejor de lo que parece. Te llamo después –le dijo despidiéndose.

Caminaban a paso ligero. El maestro estaba satisfecho de tener un alumno tan macizo, y charlaba por los codos, de cualquier cosa divertida, tratando de captar su interés. Él le escuchaba, sonreía  y hablaba poco, pero le interrumpió un momento. Su pregunta le dejó descolocado.

-Te gustan mis pantalones, ¿verdad? Lo digo porque te he visto varias veces mirarlos. No me extraña. Son perfectos: gastados, con esos parches… y las chicas se vuelven loquitas  porque van tan ceñidos que …

¡RRRRRRRRRRRRRRAAAAAAAAAAAAAAASSSSSSSSSSSSS!

Dalmau se quedó de piedra. Sus vaqueros súper resistentes acababan de rajarse  y el bóxer gris estaba a la vista. Jofre tenía un cohete en lugar de una verga. Su ídolo estaba ante él con un pantalón hecho trizas y un calzoncillo que a duras penas ocultaba pene y trasero. Estaba de vicio. Y además, por primera vez, veía a Dalmau avergonzado.

-No te preocupes. Llevo en la mochila unos pantalones de chándal. ¿Los quieres?

-Gracias, eres un amigo.

Sacó el pantalón mientras el mozo se situaba detrás de un coche aparcado antes de quitarse el vaquero. Sus piernas, muy desarrolladas, podían ilustrar un tratado de anatomía, con  los músculos a la vista. Mejores eran sus nalgas, ahora sólo veladas por el bóxer. Dos recias y prominentes esferas ocupaban la base de su espalda. Un culo  alucinante al que le habría dado un bocado de buena gana. Y mientras se vestía envidiaba su chándal. Cuántas veces se lo había puesto y ahora aquella ropa estaba en contacto con la carne de su apolo.

Al rato llegaron a casa de Dalmau para empezar las clases particulares, pero primero el anfitrión quiso refrescarse.

-¿Te importa si me doy una ducha? Si quieres, haz lo mismo. Sólo hay una, pero podemos ducharnos juntos para ahorrar tiempo –dijo despreocupadamente.

-No, gracias –respondió Jofre. De mil amores hubiera gritado un sí atronador que se hubiera oído en la Polinesia, pero tenía muy claro que no era lo más conveniente. Si Dalmau se enfadaba le podía partir la cara en dos minutos. Se esperó en la habitación y mientras oía el ruido de la ducha, se imaginaba la escena que sucedía a pocos metros: El adonis desnudo, todo mojado, lavándose y restregándose su magnífico cuerpo… No podía soportarlo y se sentó en la silla, nervioso, y casi sin darse cuenta, empezó a acariciarse el pecho y a jugar con sus tetillas.

No tenía mucho tiempo pero el deseo le llevó a bajarse la cremallera del pantalón y sacar a su amigo, ya en buena forma. Empezó a frotarlo con devoción, susurrando el nombre de Dalmau. Una mano se ocupaba del pecho mientras la otra mecía su dulce palanca, cada vez con más fuerza y decisión. Sudaba y quería llegar al orgasmo rápido. Aguzó el oído, pendiente del ruido de la ducha. No era buena idea lo que estaba haciendo, pero no podía contenerse. Esa paja sabía a gloria en casa de su amigo y tan cerca de él. Se pellizcaba los pezones, su lengua humedecía frenéticamente los labios y sus dedos tocaban sin pausa el calabacín y los huevos. Todo él estaba a mil. En pocos minutos llegaría a la gloria cuando de repente sonó el teléfono.

De un bote Jofre se levantó. Un  poco más y le da un infarto. Hubiera pasado del maldito teléfono, pero Dalmau, desde la ducha le preguntó quién era. Se abrochó el pantalón como pudo y aún con la verga morcillona, embutida de mala manera entre su ropa, agarró el auricular. Dejar las cosas a medio hacer lo ponía de mala leche. Era Blanca que, todavía más impertinente que antes,  quería hablar con –según ella- su novio YA. Estaba por colgarle el teléfono cuando el deportista entró en la habitación con un pijama corto.

-¿Me pasas el aparato?-le dijo Dalmau

Jofre  no pudo articular palabra  cuando se lo dio. Hubiese querido darle su aparato de carne que volvía a estar a mil revoluciones ante su ídolo, ahora  con el pelo deliciosamente mojado y su piel fresca y sensual. Además el pijama, de manga corta y pantaloncito,  dejaba sus brazos y piernas a la vista. Su brazo macizo  sostenía el auricular, pero con ese bíceps podría haber aguantado, con la misma facilidad, el cajonero del dormitorio. La camisa del pijama le iba estrecha y acentuaba las formas divinas de sus altivos pectorales. La conversación entre Dalmau y Blanca no era amigable. Se oían los gritos de la chica y Dalmau sólo respondía con monosílabos cortantes y su semblante estaba cada vez más crispado. Al final el chico colgó.

-¿Problemas? –preguntó Jofre, dudando de si su pregunta había sido oportuna.

-No te preocupes, noi –respondió Dalmau, con voz amable- Líos de mujeres. Ahora mismo estoy con un pie fuera del equipo y Blanca se queja de que le dedico poco tiempo. No me escucha. Siempre ella, ella, ella... ¡Estoy harto!

Se dejó caer en la cama y nadie habló durante unos minutos.

-¡Va, hombre, va, anímate! Todo se solucionará. Es verdad que eres mi primer alumno, pero estoy muy motivado. ¡No podemos perder el mejor capitán de la historia del instituto!

Y Dalmau se puso a reír ante la convicción de Jofre, el chico, el noi menos futbolero que había conocido. Se incorporó y empezaron a trabajar para los exámenes. Su nuevo profesor era didáctico. Explicaba la materia de manera original, pero efectiva y él intentaba ponerse al día. Sin embargo, había mucho trabajo por hacer. Al rato se bloqueó con un problema y se levantó.

-No consigo entenderlo. -le dijo a Jofre- Estoy cansado y alterado. Mejor lo dejamos para mañana.

-Alterado… ¿Por qué alterado?

-Alterado por culpa de Gonzalo y Blanca. ¿Cómo quieres qué esté? Gonzalo me exigió que, hasta pasados los exámenes, no fuera a ninguna fiesta y no me enrollara con nadie. Y Blanca, la desgraciada, me hizo prometerle que tampoco me haría ninguna paja. SI ella no disfrutaba como quería, yo menos.

-Puedes masturbarte cuando quieras. Blanca no se enterará.

-Sí, ya lo sé, pero soy un hombre de palabra. Fui un estúpido por prometérselo, pero lo dicho, dicho está. Se lo dije y lo cumpliré. No me la cascaré hasta dentro de un mes, pero con tanta tía guapa estoy que me subo por las paredes. ¡Qué asco de vida!

-No te quejes. Esto tiene fácil solución. Puedes pedirle a uno de tus amigos que te masturbe. Tú no te harás la paja, te la harán.

-Muy gracioso. ¿Crees que Oriol o David vendrán a meterme mano y tocar la zambomba como hace años? No son críos. Ahora jodemos con pibas. Y además Gonzalo me tiene de monje. Debo dedicarme todo el santo día a los exámenes. Los amigos… ¡Lejos hasta dentro de un mes! Mi única compañía eres tú…  Espera –Dalmau quedó en silencio un momento, cavilando- Ya sé que prácticamente no nos conocemos, pero ¿tú podrías echarme una mano, noi ? Y nunca mejor dicho. Seguro que así rendiría mucho más. Va, por favor, ayúdame. Pídeme lo que quieras.

-Tío, lo que me pides es bastante fuerte –le respondió disimulando.

-Va, hombre, va. Será sólo un momento. Tal como estoy seguro que no tardo nada.

-Bueno, si ha de servir para que mejore tu concentración…

¿Quién podría resistirse a la carita y los ojazos de Dalmau? Jofre, en absoluto. Rápidamente  entró en faena. El alumno se había sentado al borde de la cama, esperando el toque de su profesor. Lentamente aproximó la mano a su entrepierna. El pantaloncito cubría algo muy abultado, y con temor sus dedos empezaron a acariciar el paquete.

-Va, Jofre, decídete. Es grande pero no muerde.

Y el chico bajó el pantaloncito para observar con toda nitidez el aparato. No sabía reaccionar. Delante de él se erguía una tranca que medía algo más de veinte centímetros, ligeramente curvada, gruesa y venosa. Era perfecta. Dura, suave y cálida. Superando la admiración que sentía, con un mano abarcó el fuste de esa  columna palpitante, mientras las yemas humedecidas de la otra se deslizaban por el glande rosado y lustroso. Era una pasada. Su mano quería permanecer eternamente unida a esa verga y empezó un suave vaivén, jugando con el mástil carnoso. Pero el aparato tenía más atractivos. En su base se asentaban dos bolas duras repletas de leche que, tras días de castidad, estaban compactas. Era un placer recrearse con aquellas esferas de carne y ambrosía y amasarlas delicadamente, con ternura. Sin embargo, la atención principal se centraba en el tronco.

Sus manos, una encima de la otra, rodeaban los cojones y el largo cipote,  y enérgicas lo frotaban arriba y abajo sin tregua y aumentando la rapidez. Al compás de la fricción del carajo, los gemidos de placer de Dalmau, primero  casi inaudibles se intensificaron y se convirtieron en pequeños gritos. Síííí, Síííí, Ohhhh, qué bueno, ahhhh, más fuerte, ahhhhhh… Su cuerpo bañado en sudor participaba de la excitación. Dalmau mantenía la vista concentrada en la lección magistral. Con los ojos semicerrados, respiraba agitadamente ante el ataque furibundo a su más preciado tesoro. El profesor conocía bien la materia y aplicaba un tratamiento infalible a sus genitales, alternando dureza y suavidad. Ya no podía más, y entre espasmos, el guapo capitán se dejó caer en la cama mientras expulsaba seis, siete, hasta nueve regueros de blanca leche caliente.

Jofre estaba alucinado. Aquel espectáculo había superado su mayor fantasía. Hubiera deseado seguir gozando de ese cuerpo divino. No era prudente. Prefirió sentarse delante de la mesa, pero no podía apartar la vista del adonis. Sus piernas macizas eran un portento, pero la mayor obra de arte estaba entre ellas. Poco después Dalmau se reincorporó, satisfecho y relajado.

Noi , eres un crack! Me has hecho disfrutar una pasada. Pero no se lo digas a nadie. Queda entre nosotros dos, ¿vale? Te devolveré el favor. Te buscaré una chava guapa.

-No te molestes. He hecho lo que me pediste, pero no quiero chicas. Sólo me interesan los estudios. Además, las que a ti te gustan no son mi tipo.

-Tu verás, pero Teresa está como un queso. ¡ Adéu, noi . Hasta mañana!

Adé u! -respondió Jofre mientras su compañero cerraba la puerta. Volvía a casa pensando en lo que le había pasado aquel día, y sobre todo en Dalmau. ¿Cómo se podía estar tan bueno y ser tan obtuso? ¿Cómo no se daba cuenta de la atracción que ejercía sobre otros machos?  Mejor así, y ojalá esa ingenuidad le durase mucho tiempo.