Jofre, Dalmau y otros (19)

Joan organiza una fiesta de disfraces con sus compañeros del instituto. Es una fiesta curiosa porque algunos en lugar de lucir las ropas, prefieren sacárselas. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XIX:  La fiesta de disfraces

Después de las jornadas de exámenes, los chicos del instituto tenían ganas de marcha, y por eso era garantizada la concurrencia en la fiesta de cumpleaños de Teresa, una de las chicas más populares. De todos modos, para algunos esa fiesta no tendría ninguna gracia. A pocos días del primer partido del torneo de la Octogonal, el entrenador sólo había permitido la participación de los miembros del equipo con la prohibición absoluta de drogas y alcohol. Quien le desobedeciera, sería expulsado de su equipo, y Gonzalo siempre cumplía sus amenazas.

Desde las siete de la tarde, la animación de la torre donde vivía Joan, el novio de Teresa, era creciente. Jofre fue de los primeros en llegar porque no quería ser el centro de atención por nada del mundo. Se había disfrazado de Sherlock Holmes, con un sombrero y un abrigo de detective que daba el pego, encontrado en el antiguo armario de su abuelo, y armado, claro está, con una pipa y una lupa, con la que observaba minuciosamente los alrededores. Había saludado a Joan, quien iba de un lado a otro, con vasos y bandejas, atento a cada detalle; a pesar de sus mil tareas, no perdía la sonrisa.

-Gracias por venir, Jofre.

-No, soy yo el que te está agradecido. No suelo ir a fiestas.

-Bueno, pues que la disfrutes.

Joan se alejó para abrir unas sillas plegables, y el empollón lo examinó con detalle. Sí, realmente, Joan era un bombón. El disfraz escogido de príncipe de Blancanieves le iba al dedillo: estatura media, cabello castaño, fibrado y guapo de narices, pero con una belleza más natural y accesible que la de Dalmau. Con gusto le tiraría los tejos, pero era evidente que el bombón estaba coladísimo por su Teresa. ¡Qué suerte tenían algunas! Sin perder tiempo fue a buscar a esa chica que era el centro de la velada. Después de un efusivo ¡ Per molts anys ! le dio su regalo: un colgante arabesco con turquesa que fue recibida con alborozo. Cumplidos sus deberes, se situó en la entrada de la casa para tener una buena panorámica de los tíos buenos que iban llegando.

Pronto se le iluminó el rostro. Su amigo Oriol hizo acto de presencia, vestido de pitufo. Su indumentaria era graciosa, tocado con una barretina blanca, una camiseta ceñida azul claro y pantalones y zapatillas de color blanco.

-Hoy saco partido a mi tamaño, ¿no crees?- le dijo, sonriendo el chico pecoso.

-Por supuesto, barrufet . Pep, con el mismo traje, no luciría igual.

-Hablando del rey de Roma, por la puerta asoma. Mejor me voy, no le caigo simpático.

Había llegado el flamante chico de Jofre, adorable con su disfraz de explorador africano, con bermudas y salacot. Fue a su encuentro y Pep le recibió con un pequeño beso en los labios que hizo feliz al empollón.

-Es perfecta tu indumentaria de explorador.

-No te confundas, voy de botánico, y esta tarde voy a estudiar la sherlockiana, una planta ardiente que me encanta –le respondió, abrazándolo por la cintura y palpándole con ganas el culo.

-¿Pero qué haces? Nos pueden ver.

-Pues que miren y que se jodan. Te lo digo yo, hoy aprovecharemos este jardín lleno de rincones –le respondió, besándole otra vez y pellizcándole la nalga antes de separarse- Voy a tomar algo.

El chico alto se alejó, y Jofre lo seguía con la mirada. Sí, le gustaba ese tío. Alto, delgado y con unos ojos mágicos de color verdegrís. Era lo que necesitaba para sacarse la espina de Dalmau. Seguramente aparecería por la fiesta, pero su embrujo ya era cosa del pasado. Se sentía libre y feliz. Por fin podía amar sin tapujos. No podía estar más contento. En aquel momento vio llegar un coche del que descendió precisamente el adonis rubio y Blanca. Ella, adornada con una diadema de marfil, se cubría con una sucinta piel de leopardo que ocultaba sus pechos, la espalda y terminaba con una especie de minifalda. Realmente estaba impresionante como princesa africana. A su lado, insólitamente, Dalmau representaba un papel segundón, vestido con una gabardina muy larga y sandalias. No entendía como Blanca le había permitido acompañarlo de esa guisa.

Pasaron la verja y entonces Jofre se quedó helado. Dalmau se despojó de la gabardina y apareció vestido con un taparrabos de leopardo y cintas de cuero en brazos y piernas. ¡Se había disfrazado de Tarzán! El empollón no podía sacar los ojos de esa figura. Hacía demasiados días que no lo había visto desnudo y ahora, con los entrenos y las sesiones extra de máquinas, sus músculos estaban aún más definidos. Aquellos potentes pectorales curvos, esos brazos que ahora saludaban al anfitrión, esa cara de ángel con su sonrisa de niño bueno… Jofre no podía soportarlo. Además le maravillaba la gallardía que exhibía a pesar de vestir solo un slip, siempre tan seguro de sí mismo. Él, en la misma situación, hubiese corrido a encerrarse en un lavabo, muerto de vergüenza, y el nuevo tarzán, en cambio, besaba a las chicas, se zampaba un emparedado de jamón o se reía de un chiste como si llevara el manto de armiño de un príncipe.

-Deberías cambiar la lupa por una pluma. En tu caso sería lo más lógico –le interrumpió David que había aparecido de repente con larga capa negra, la tez y el cabello emblanquecidos y un sobrio traje oscuro. De repente abrió un poco la boca, y a Jofre le dio un repelús. No le habían impresionado los colmillos postizos sino su expresión gélida y calculadora.

-¿Ya tienes claro de lo que voy, lerdo? Me gustan los vampiros, depredadores eternos.

-Pues pareces más bien un abuelo que chochea.

-¡Qué ingenioso! Ahora tengo claro porque has escogido tu disfraz. Es la única manera que, con la lupa, tu minga tenga un tamaño normal. Pero no malgastaré mi saliva contigo, con tantas pibas en celo a dos pasos –le replicó antes de desaparecer.

Afortunadamente Pep volvió poco después con dos copas llenas de limonada.

-A falta de alcohol, brindaremos con esto. Al menos está fresquito. ¡ Salut !

Salut ! –respondió chocando las copas y bebiéndoselo de un trago, tratando de quitarse de la cabeza al cabrón de David y, más difícil, la imagen escultórica del tarzán del instituto. Espontáneamente en el jardín se formaban pequeños corros de invitados, charlando, bebiendo y tomando canapés. Casi todo el mundo había respetado los deseos del anfitrión, disfrazándose para el evento. Pudo ver a su amiga Núria, con un disfraz de ninfa, y también pasaron por la fiesta el profesor Vidal y Gonzalo, el entrenador, como censores, comprobando que se observaban sus disposiciones a rajatabla.

Más tarde la acción se desplazó al pabellón del jardín, en el otro extremo de la residencia. Una construcción antigua con un amplio salón habilitado como discoteca.  Mientras la mayoría de chicos iban a mover el esqueleto, Pep y Jofre se adentraron entre la arboleda, buscando un lugar tranquilo y poco visible. Protegidos por un sauce llorón dieron rienda suelta a sus instintos, morreándose con deseo, abrazados.

Jofre jadeaba ante los efusivos ataques de su chico. Le mordisqueaba el lóbulo, recorría afanosamente toda su cara, le lamía mejillas y nariz, y las manos ya le habían desabotonado el abrigo y desabrochado el cinturón. Sentía como sus manos hiperactivas se habían colado por la parte inferior de la camisa y, como topos creando galerías, sus avances eran claramente visibles por debajo del tejido hacia su destino, las tetillas del empollón.

-¿Por qué te has buscado un disfraz con tanta ropa?Estoy harto de tantas estrecheces. Quítatelo ya. Quiero ver y chupar lo que toco –le reclamo Pep al tiempo que se desprendía de la camisa con celeridad y se bajaba las bermudas hasta los tobillos. En dos minutos ya era un nuevo adán, pero su compañero tan solo se había desprendido del abrigo.

-Va, ánimo, Jofre, que no tenemos toda la noche.

-Ya, pero es que esto es una locura. Si alguien nos descubre así en medio de la fiesta, yo me muero.

-No te preocupes. Ahora la mayoría están bailando y los otros, follando como conejos. Va, rápido –le apremió Pep, mientras apilaba toda la ropa para evitar dejarse algo si tenían que salir corriendo. Estas situaciones en general le divertían, pero hoy era diferente. Estaría ojo avizor porque por nada del mundo quería ser sorprendido por los machitos del instituto. Podía evitarlo dejando el folleteo para otro día, pero estaba demasiado caliente para cancelarlo.

Al final el abrigo y el chaleco de Sherlock Holmes estaban en el suelo, pero mantuvo la camisa y los pantalones sobre su cuerpo, eso sí bien abiertos. Se tumbaron uno al lado del otro. El más alto tomó la iniciativa, acercó su cabeza, se humedeció los labios y le miró con aire pícaro.

-Este detective tiene un gran cerebro, pero es un poco cagón, je, je –bromeó Pep y antes que el otro pudiese replicarle estampo un beso con lengua para volver a explorar concienzudamente su boca. Las dos lenguas se estimulaban recíprocamente, sin dejar de tocarse ni de intercambiar saliva, contactos ardientes sólo brevemente interrumpidos para tragar nueva bocanadas de aire. En la cabeza de Jofre se dirimía un batalla entre el deseo y la sensatez, y con cada nuevo lengüetazo de su amante la prudencia iba perdiendo más y más, incapaz de contrarrestar el goce que le producía el juego amoroso. Ahora Pep había abandonado su boca para comerle el cuello mientras que con las manos estimulaba sus pequeños pezones. Jofre se revolvía de un lado para otro, tratando de mitigar un poco su creciente excitación, pero no tenía ningún éxito ante las maniobras de Pep. Ahora le chupaba las tetillas obsesivamente.

Por un momento Pep suspendió su actividad. Le había parecido oír algo. Escrutó el exterior, velado por las hojas del sauce llorón, pero no captó nada sospechoso. Jofre aprovechó esos momentos para recuperar un poco el aliento. Ahora su amigo se colocó en sentido inverso a él, con la cabeza a la altura de su entrepierna, pero fue Jofre quien se avanzó en la felación. Tenía un pene como su cuerpo, largo y estrecho, y como si fuera un helado, el empollón empezó a catarlo goloso. El glande pequeño era el objeto principal de sus atenciones, sus  dedos se movían ágiles por el cuerpo esponjoso que iba aumentando su rigidez por momentos gracias a las caricias y los lametazos. Le gustaba esa verga fina que podía abarcar entera con su mano. La aprisionaba entre sus dedos y empapaba de saliva el capullo que sobresalía. Le encantaba jugar con esa elegante columa de carne al tiempo que él mismo se retorcía de placer, sintiendo la boca de Pep adorando sus genitales. El botánico le magreaba los cojones, le acariciaba el perineo y se comía su polla con avidez, como si no hubiera comido en muchos días. Con las mismas ganas, el empollón engullía la minga delgada de su amigo que, como fino estilete, penetraba fácilmente en su interior sin dejar prácticamente marca. Mamar y ser mamado, una manera gloriosa de disfrutar de sus cuerpos. Después de un cuarto de hora de masajes bucales y manoseos lascivos el cimbrel de Jofre escupió trallazos de esperma bajo el susurro de gemidos que intentaba reprimir al máximo.

-No, no, déjalo ya. Quiero correrme de otro modo-le dijo Pep cuando el empollón intentaba reanudar la mamada de su falo- Prefiero que claves el cachirulo en mi culo. Sí, ya sé que no te has estrenado, pero, joder, con una polla como la tuya es un delito no hacerlo.

-Es que ahora estoy muy nervioso.

-Tú siempre estás nervioso. No te preocupes. Yo te guío. Menéatela un poco para que vuelva a ponerse rígida. Hay tres o cuatro condones en el bolsillo de las bermudas

Jofre tuvo problemas para colocarse el preservativo, de hecho sólo lo consiguió con la ayuda de Pep. Se sentía un poco extraño con ese plástico rodeándole el pene, extraño y excitado ante lo que se avecinaba. Miraba el culo huesudo de su amigo. Ya conocía su sabor y, con menos aprensión que en la tarde del cine, volvió a acariciar esas nalgas delgadas y muy pronto centró su interés en el ojete que despertaba bajo los toques y lamidos del chaval. Su lengua exploraba el pequeño orificio, donde por primera vez había introducido un dedo. Sentía el calor de sus entrañas.

-Va, déjate de dedos, y mete la polla ya, que estoy muy cachondo –le urgió Pep. -Prueba de introducir el capullo. Sí, así, un poco más enérgico… Sí, sí… ¡ay! pero no te pases, joder. ¡Que no soy un muñeco!

El empollón había conseguido hundir buena parte de su tranca en el culo de su amigo. Era algo novedoso para él. La imagen de su miembro clavado en la grupa de Pep le parecía irreal, pero las nuevas sensaciones eran demasiado vivas para ser producto de su imaginación.

-Ahora, empieza a moverte, lentamente saca un poco la polla y vuélvela a meter, y así sucesivamente. ¿Me has entendido?

-Creo que sí –le respondió, empezando a cabalgar el jinete novel sobre su primera montura. A medida que iba moviéndose, le gustaba más ese ejercicio. Era mejor que una paja. Sentía su verga estimulada al máximo, sin manos, aprisionada por las paredes rectales de su caballo. Aquello era glorioso, y empujaba una y otra vez su polla en las entrañas de Pep, y uno y otro no podían acallar sus jadeos ante el placer que los envolvía. A pesar de su poca destreza, la notoria tranca de Jofre cumplía su cometido y estimulaba una y otra vez las cavidades de su amante. Finalmente, el botánico empezó a regar con su leche la hierba del jardín, y Jofre, con la verga, ya fuera de su grupa, se pajeaba con fuerza para volver a correrse cuando se detuvo, de súbito, ante un ruido.

Pep se subió en un santiamén los pantalones y mientras cogía la camisa, examinaba cuidadosamente los alrededores, tratando de pasar lo más desapercibido posible. Al otro lado del sauce, a unos cuantos metros, había aparecido una extraña figura vestida de color rojo con ribetes blancos. No, no podía ser cierto. Aquel hombre parecía… ¡Papá Noel!  Escudriñó la figura que le parecía familiar. No estaba seguro pero… Sí, sí, no podía ser otro. Se levantó y salió al encuentro del personaje navideño. Jofre no entendía nada, pero renunció a mirar qué pasaba más allá de su escondrijo para dedicarse a un único objetivo, vestirse ya.

Cuando acabó, decidió salir. Pep estaba hablando con un chico disfrazado de Papá Noel. Dudó si debía acercarse, pero el botánico salió a su encuentro.

-No tengas miedo. Es Gabriel. No hay ningún peligro. ¿Te importa si hablo unos minutos con él a solas?

-¿Gabriel? … No, no me importa. Habla todo lo que quieras –respondió sin dudar. Con cualquier otro chico la demanda le hubiera molestado, pero con Gabriel no. Por supuesto sabía que habían estado liados hacía muy poco, pero ese chico era especial, el tío más bueno del instituto, incapaz de hacer daño ni a una mosca. Si debían hablar, él no se lo impediría aunque su intuición le decía que esa charla pondría en peligro su flamante relación.

- Gràcies , Jofre ¿Nos vemos más tarde en el pabellón? –le preguntó su amigo.

-No, me iré pronto. Mañana, a la hora del patio.

Después de darse un beso, Jofre se dirigió hacia otra parte del jardín, la glorieta, un espacio circular definido por seis columnas dóricas y un cercado de madera cubierto de hiedra. Quería estar tranquilo unos minutos antes de volver al pabellón para despedirse de los anfitriones de la fiesta. No llegó hasta las columnas porque notó que dos figuras las usaban como nido de amor. Estaba intrigado por conocer su identidad. Sigilosamente se aproximó un poco más. Ahora lo tenía claro. Representaban una escena de cine porno de terror. El conde Drácula seducía una inocente enfermera. Bueno, lo de inocente era un decir, porque Laura se había ganado a pulso el mote con que la llamaba Pep: la comepollas. Sin embargo, lo que interesaba a Jofre no era la chica sino David. Con las manos en las tetas de Laura, el conde Drácula la penetraba una y otra vez sin tregua. Jofre odiaba a ese chico, pero sin saber por qué, se quedó quieto observando la escena. Le fascinaba David y el dominio que tenía sobre la chica. Se desabrochó otra vez el pantalón y reanudó la paja inconclusa. Con la mirada puesta en él, en su cara congestionada por el placer y su pollón, Jofre meneó su picha vigorosamente y a los pocos minutos ya regaba otra parcela del jardín.

No se entretuvo en la glorieta. Ya le había David muestras de su malicia y no quería volver a sentir su estaca. En el pabellón bailaban ahora pocas parejas. Tal como suponía, Joan y Teresa estaban en la entrada. Se despidió dándoles las gracias y cuando se marchaba volvió a ver a Dalmau. Abrazado con su chica se movía al ritmo lento de la música, indiferente al ridículo que cualquier otro hubiese sentido. Y realmente la imagen de perfil era espléndida. La parte frontal parecía pegada al cuerpo de Blanca, pero se distinguía con claridad sus hombros fuertes y su espalda ancha que  a medida que descendía se estrechaba hasta su cintura. Allí dos nalgas macizas recuperaban el terreno perdido y aparecían magníficas sólo cubiertas por la delgada tela. Después de las poderosas curvas de esos glúteos de acero, dos piernas con los músculos muy definidos remataban la estampa. Jofre dejó atrás el pabellón sin tardanza. Quería escapar de aquello que sentía. No era sólo algo físico. El chico estaba espléndido pero lo cautivaba algo más que su belleza. Su manera de ser, la voz grave y segura, esos andares confiados le atraían más cuanto más los rechazaba… Tenía que dejarlo atrás. Debía rehuir a ese maldito tarzán hasta junio. Acabado el instituto, sus vidas tomarían rumbos muy dispares… ¿Era posible sentirse atraído por alguien y odiarlo al mismo tiempo?


En la próxima entrega llegaremos al capítulo veinte y por  un rato dejaremos de lado a Jofre para concentrarnos en Dalmau y Oriol, que se darán un chapuzón en un estanque solitario. Ellos disfrutarán del agua fresca, yo disfruto de vuestra fidelidad. Vais siguiendo mi historia y os lo agradezco a todos, a los que comentáis, a los que valoráis o a los que simplemente la leéis. Moltes gràcies !

A reveure ,

7Legolas

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