Jofre, Dalmau y otros (18)

Se acabaron los exámenes y para celebrarlo Jofre se irá al cine con un chico de la clase aunque no se enterarán del argumento de la película, demasiado ocupados en otros asuntos. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XVIII:  Examen, mudanza y piratas

El lunes fatídico llegó. Dalmau había dormido poco y mal, atenazado por sus miedos. Si suspendía un examen más, se truncaría su sueño porque no podría jugar el resto del torneo y debería abandonar el equipo de fútbol. Jofre le había recomendado que mantuviese la tranquilidad antes de empezar las pruebas. ¿Y eso cómo podía conseguirlo ante exámenes de tanta trascendencia? No tenía queja de su profesor. Es cierto que su relación era mucho más fría y distante, pero Jofre había hecho un buen trabajo. Como mínimo ahora tenía esperanzas de aprobar, pero ¿sería suficiente?

Pocas horas después, la primera parte del suplicio, el examen de historia, no había sido tan terrible como imaginaba. En realidad, siempre le había gustado esa asignatura, incluso sin la tutoría de Jofre se veía capacitado para aprobarla. Sin embargo, había llegado la hora de la verdad. A partir de las once se enfrentaba a una de sus bestias negras, la condenada física, y ahí sí que se decidía su suerte.

El examen, mejor dicho, los exámenes de la señora Gómez no eran fáciles. Siempre preparaba dos modelos para que los compañeros de pupitre no pudieran copiarse. Dalmau había iniciado su examen por lo más fácil. Respondió dos preguntas teóricas  con rapidez, pero los problemas eran otro cantar. El chico estaba nervioso, trataba de entender el enunciado de cada ejercicio, pero le costaba horrores. Uno lo había resuelto, pero los otros tres se le resistían, y el tiempo iba pasando inexorable. Contaba cuantos puntos podía sacar, pero sin duda no llegaba al aprobado. Calculaba, anotaba y borraba datos, pero no conseguí sacar nada en claro. Necesitaba más tiempo. Estaba desesperado.

Dalmau compartía pupitre con Jofre. A éste le quedaba un problema por solventar cuando miró a su compañero de soslayo. Era una pálida sombra de su imagen habitual. Estaba sudando, releía los enunciados, tachaba y volvía a escribir frenéticamente… Dalmau no era tonto, pero necesitaba más tiempo. Lo veía en sus ojos: no iba a aprobar.

El capitán estaba enfrascado en su examen cuando notó cómo Jofre le acercó de manera furtiva un papel. Lo leyó: “Pásame tu examen”. Con todo disimulo dieron el cambiazo. El capitán aparentaba repasar un ejercicio en el folio de Jofre mientras éste se enfrentaba con su nuevo examen, ya arrepentido de su decisión. Si Gómez le sorprendía, adiós a su expediente inmaculado, pero ahora no podía echarse atrás. Leía los problemas a toda velocidad, pero no tenía bastante tiempo. Se concentró en el segundo ejercicio, apuntó los datos relevantes, inició el planteamiento y las fórmulas a aplicar. Con un nudo en la garganta, mirando antes a la profesora, se devolvieron los papeles sin incidentes.

Al salir, Jofre no esperó a Dalmau. Se fue a casa y recibió varias llamadas del adonis rubio pero no cogió el teléfono. Parecía otro. No quería hablar con él. Mañana el capitán recibiría sus notas y él volvería a estar tranquilo. A quien llamó fue a Pep, otro compañero de clase.

Al dia siguiente, a la hora del patio, el ídolo del instituto estaba feliz. Había superado los últimos escollos para jugar todo el torneo. Un 8’5 en historia, y un 5’5 en física. La vida era maravillosa, y salió corriendo para comunicárselo a su profesor particular. Lo encontró en el pasillo. No tuvo que decirle nada. Su euforia era evidente. Abrazó con fuerza a Jofre, pletórico y lleno de júbilo.

- Molt bé , Dalmau. Te felicito.

-No, te lo debo todo a ti. Sin ti no lo hubiera conseguido. Te dedicaré el próximo gol del torneo. Te estoy tan agradecido.

-No hace falta. He hecho lo que me correspondía. Ahora me toca vaciar el pupitre…

-¿Por qué? –le preguntó su compañero, extrañado.

-¿No te lo ha dicho Gonzalo? Ayer le llamé para pedirle un favor. Si aprobabas quería volver a mi antigua clase. Así, los dos estaremos más tranquilos: tú no tendrás que compartir tu espacio con un marica y yo no tendré que soportar a un chulo engreído.

-¿Pero qué dices? ¿No hablarás en serio? –respondió Dalmau,  frunciendo el ceño.

-Por supuesto que hablo en serio. El director ya ha dado su permiso. Aquí acaba nuestra relación. A partir de ahora podrás ignorarme, sin más.

-No digas sandeces. No te vayas.

-Ya lo he decidido. Es lo mejor para los dos. A propósito, ¿sabes por qué te ayudé en el último examen? Quería que te quedase grabado que tu aprobado me lo debes a mí, al embustero maricón. Aunque no creo que te sirva de nada. Sinceramente, dudo que ganes el torneo porque eres un fiasco, un fracasado, y yo no soy Dios para llevar a cabo milagros imposibles.

-¡Vete a la mierda, Jofre! –le gritó el capitán, con la cara crispada y llena de desprecio. Por un momento pareció que iba a atacarle, con los bíceps en tensión. El empollón quería alejarse rápidamente de allí, pero no podía. Un miedo repentino le paralizaba. Sin embargo, su antiguo amigo no le golpeó, dio media vuelta y se alejó hacia el patio. Los dos no se hablaron más. En pocos minutos Jofre había sacado todos sus bártulos y ya todo el mundo sabía que abandonaba la clase.  No alargó las despedidas. No estaba de humor después del tenso diálogo con Dalmau, aunque se sentía liberado. Caminaba hacia su nueva aula cuando Joan, uno de los compañeros de clase, fue a buscarlo.

-Jofre, no te vayas tan rápido. Deja como mínimo que me despida de ti –le dijo para darle seguidamente un abrazo.

-Ah, gràcies , Joan. Francamente, no me lo esperaba.

-Sí, ya sé que no hemos tenido demasiado contacto, pero  me caes bien. Lástima que te vayas. De todos modos, quería invitarte a una fiesta sorpresa que celebraremos  pasado mañana para celebrar la mayoría de edad de mi chica, de Teresa.

-¿A mí? Pero si casi no nos conocemos.

-Bueno, pues esa tarde será una buena manera de arreglarlo. Organizo una fiesta de disfraces, pero si no te gustan, puedes venir sin, y en paz. Va, dime que sí.

Jofre accedió. Joan parecía un tío majo, sin duda era uno de los guapos de la clase, pero no se pavoneaba como otros. Esa invitación le había alegrado un poco el día y además tenía perspectivas para esa tarde. Un clavo saca otro clavo. Se había citado con Pep para ir al cine. El chico más alto del instituto ya conocía a su “hermanito” y él deseaba intimar con el suyo.

A las tres y media salió de casa dispuesto a comerse el mundo, aunque después de un bocado tan dulce como Dalmau corría el peligro que otros platos le resultasen sosos. Se encontraron delante del Tronat, un cine con muchos años a sus espaldas y que no los disimulaba en absoluto, y curiosamente esa sala rancia  tenía su mayor público entre los adolescentes, con películas de golpes, de efectos especiales o de ligues. La pieza escogida era la última secuela de “Piratas del Caribe”. A Jofre tanto le daba la película, lo importante era el día y la sesión elegida. Un lunes, a las 4 de la tarde, estaría prácticamente desierto y no tendría que disimular demasiado. Llegaron pronto, fueron los primeros en entrar a la sala, con grafitis de declaraciones de amor en las paredes y butacas que parecían veteranas de guerra, con agujeros en la tapicería desgastada y algunas sin brazos. Jofre escogió los asientos: una fila, lejos de la zona de acceso y sin el reposabrazos entre los dos. Pep le explicaba algo sobre unas plantas carnívoras tropicales, pero él hacía rato que no le escuchaba, absorto ante sus ojazos de color verdegrís que parecían mágicos, enmarcados entre su tez blanquecina y las cejas y la melena de un negro absoluto.

-¿Me escuchas? ¿Estás alelado o qué?

-Perdona, Pep. Me he distraído. Me ha venido a la memoria aquel día que nos encontramos delante del cine. Hoy estoy mucho mejor.

-No me extraña. Aquella tarde estabas muy tocado. Parecías un zombi.

-Sí, tienes razón. Tuve suerte de encontrarte porque habría cometido alguna tontería. Supongo que es en estas situaciones difíciles cuando uno descubre a los verdaderos amigos.

-Ya te habrás dado cuenta que en el equipo de fútbol no hay ninguno.

-Uno sí, Oriol.

-¿Ese enano, el bufón del imbécil de Dalmau? No te fíes de él. Aparenta lo que no es, te lo digo yo.

-No quiero hablar del pasado. Además, ahora ya no formo parte de vuestra clase. Estoy cansado de estas últimas semanas, pero uno de los pocos recuerdos hermosos pasó aquella tarde, ya en tu casa –le respondió Jofre, acariciándole suavemente la mano izquierda.

-Me gusta verte mucho más tranquilo –le dijo Pep amistosamente mientras lo abrazaba- Mira, ya se apagan las luces. Va a empezar, bueno, primero tendremos que tragarnos el coñazo de la publicidad y el cortometraje espantoso.

Pep volvió a reclinarse en su asiento, pero el empollón no tuvo bastante con el gesto tierno de su amigo. Se acercó otra vez para rozarle la mejilla. Esa casta caricia dejó paso a besos prolongados y efusivos, cada vez más cerca de los labios de la jirafa de la clase, que, a pesar de estar sorprendido, no puso ningún reparo. La oscuridad y el poco público de la sala invitaban a ese encuentro furtivo. Las bocas de ambos pasaron olímpicamente de toda la batería de anuncios, concentrados en la tarea mutua de estimularse. Pep besaba como los ángeles. Aquellos labios encendidos demostraban su veteranía, con una lengua hiperactiva que se hundía en la boca de su amigo, colapsado ante el remolino de sensaciones placenteras que se sucedían sin pausa. No era sólo la boca, también ojos y manos participaban del hechizo. Los dedos recorrían deliciosamente la testa, el cuello y el torso de Jofre, embelesado por los dos luceros que dominaban ese rostro. Esos faros maravillosos le cautivaban. No necesitaba nada más, con admirarlos tenía suficiente. En la pantalla se proyectaban imágenes, pero ninguna superaba a los ojazos brillantes de su amigo.

Después de los anuncios empezó la película y Pep se separó de Jofre, atento a la historia de piratas. Su compañero, a pesar del cambio, no renunció a sus propósitos y jugó más fuerte, colocando su mano sobre el muslo de Pep, subiéndola lenta y suavemente hasta tocarle la ingle. Desde allí, el pulgar empezó a acariciar con movimientos circulares la entrepierna del muchacho, que crecía de forma notoria. Un paso más: con calculada lentitud Jofre bajó la cremallera del pantalón, sin ninguna oposición por parte de Pep, e introdujo la mano para palpar el bulto alargado cubierto por el calzoncillo, que muy pronto destapó para sacar fuera la polla blanquecina y jugar con ella sin cortapisas. Durante toda la operación su propietario no protestó, no dijo nada, sólo emitía débiles gemidos, con la respiración entrecortada, sin mirarlo ni un instante, aparentemente concentrado en la película. Jofre no se concedía un  momento de reposo. La oscuridad no le permitía admirar la belleza del conjunto con nitidez, pero el tacto suplía a la vista y le encantaba recorrer esa esbelta columna de carne, entreteniéndose en el sensible capullito o en pasar los cojones entre sus dedos, sintiendo la dureza de esas bolas repletas de leche.

Acercó la nariz al glande de su amigo para poder captar el fuerte aroma viril que despedía. Ese olor acre le excitó sobremanera y separó sus labios para mamar el capullo. Jofre paladeó con deleite esa carne tersa, suavizada aún más con la saliva y el líquido preseminal que bañaban el glande. Dejó salir la cabecita para lamerla con esmero y proseguir la lengua por el largo fuste. La columna palpitaba y los gemidos de Pep aumentaban de intensidad por lo que finalmente decidió comerse el largo badajo. No le daba miedo ese florete carnoso, muy largo pero poco grueso. Engulló la cabecita y sin demora, como cumpliendo un deber inexcusable, se aplicó en tragarse el rico cilindro de carne, entre los sonidos de su amigo y el fragor del combate proyectado en la gran pantalla.

Pep estaba en la gloria con aquella mamada de campeonato. Hacía rato que no se enteraba de la película, incapaz de concentrase mínimamente ante los asaltos constantes de su amigo. Sólo veía imágenes, la de su adorado Johnny Depp, y se imaginaba en un bajel pirata con el bello actor mamándosela con el mismo esmero. No se esperaba las atenciones de Jofre, pero no le disgustaban en absoluto. El chico se afanaba en darle placer, y se había comido toda su pollón. Era divino sentirse agradablemente cobijado en las entrañas de su amigo, pero uno no era de piedra y muy pronto su excitación llegó al límite. Su polla disparó un poderoso cañonazo dentro de las fauces de Jofre. Incapaz de tragarse todo el líquido lechoso, al empollón se le escapaba el esperma, pringando la moqueta y los asientos. Aunque lo intentó, Pep no pudo apagar completamente los gemidos de placer, y algunos espectadores de las filas anteriores se volvieron por un momento. Afortunadamente todo estaba muy oscuro y los cañones ensordecedores de la película taparon sus sonoros jadeos.

-¿Que tenemos aquí? –le susurró  Pep, mientras le agarraba su entrepierna ya empalmada –Me parece que he descubierto un bonito sable pirata: Me encantaría que me lo clavases en el culo.

-¿Pero qué dices, Pep? ¿Bromeas, no?

-En absoluto. Tenemos tiempo de sobra y los cuatro pasmados de delante están tan abducidos por la película que no se enterarían ni de un terremoto a sus pies.

-No, no me interesa.

Pep no replicó. Tranquilamente, como si estuviera en su dormitorio, se desabrochó el cinturón, se bajó los pantalones y el calzoncillo hasta la rodilla. Sólo entonces miró a Jofre con sus ojos impactantes.

-Va, noi , no me seas aguafiestas. Te gustará, ya lo verás.

Jofre continuó negándose, moviendo la cabeza.

-¿No quieres hacerlo? ¡Niñato! Y a comerme el culo, ¿te atreves? –le preguntó, levantándose del asiento y dándose la vuelta para mostrarle los glúteos.

-¡No soy ningún niñato!

-Pues a ver si lo demuestras. Atrévete, con dos cojones. Va, chupámelo aquí en medio del cine… ¿No me contestas? … Claro, a tus padres no les gustaría…

Jofre, dubitativo, tocó su espalda.

¿Has cambiado de opinión?...¿Sí?... Va, ponte de cuclillas… Perfecto –le dijo Pep mientras se estiraba de perfil ocupando los dos asientos, dejando muy cerca de la cara del novato las curvas sugerentes de sus nalgas.

Jofre estaba preocupado. Aquello era completamente nuevo para él y estrenarse en un lugar público aumentaba su nerviosismo. Estaba incómodo pero al mismo tiempo se sentía atraído por ese culo cercano. Tanto tiempo lo había imaginado como una fantasía imposible y ahora, a pocos centímetros, tenía a su disposición un ejemplar de su edad, algo huesudo pero atractivo. Echó a un lado sus temores y acarició las nalgas. Su tacto suave le animó a proseguir la inspección aunque no era coser y cantar debido a la oscuridad. Palpando la carne, llegó al orificio del ano. Comprobó la pequeña cavidad y acercó sus labios. Besó la zona que circundaba el ojete y antes de sacar la lengua se quedó quieto, expectante, tratando de captar algún sonido que lo hiciese desistir, pero no escuchó ningún ruido amenazador. Oía el griterío de piratas y soldados y algunos débiles tosidos de un espectador de las primeras filas. Sacó la lengua que empezó a lamer el área circundante y con cierta aprensión finalmente introdujo la lengua en el ojete. Le gustó la sensación, en un segundo intento la movió con más ligereza y a la tercera tentativa actuó con determinación, penetrando la lengua tan lejos como pudo dentro de las paredes rectales. La timidez inicial dejó paso a una actividad frenética, con una boca voraz que besaba, lamía y chupaba sin pausa, ayudado por las manos que mantenían abierto el pequeño orificio.

Pep disfrutaba como un poseso. Oía los cañonazos y el ruido de espadas, pero no le importaba perderse la lucha porque la mejor acción ocurría en su recto. Le encantaba sentirse atacado por aquella lengua vivaracha y le costaba lo suyo contenerse, acallando alaridos de placer. Su polla volvía a estar en forma y la frotaba con avidez. Entre los estímulos anales y su paja ansiosa, muy pronto su pistolón volvió a ensuciar la tapicería y el respaldo de los asientos cercanos. No tardó en recuperarse. Se vistió con rapidez y, ya presentable, continuó la fiesta con un morreo con Jofre que sólo acabó cuando las luces volvieron a encenderse. La gente salía satisfecha de la película. Los dos no tenían ni idea de la historia.

Cuando se despidieron, Pep volvía hacia su casa, recordando esa tarde deliciosa aunque… Sí, había estado bien, pero no tanto como las folladas con Gabriel. Le echaba de menos y no conseguía entender porque su oso había querido dejar por un tiempo su relación. ¿Qué coño le pasaba a su angelote? Lo ignoraba pero él tenía muy claro que no había nacido para vivir la castidad. Si Gabriel lo rechazaba, él no se quedaría con los brazos cruzados, se lo montaría con otros y a vivir, que son dos días.


Con el capítulo 19 la acción se desplaza a la torre de Joan, uno de la clase que organiza una fiesta de disfraces para su novia. Pep, Jofre, Oriol, Dalmau y Blanca son algunos de los invitados.

Gracias otra vez por vuestras puntuaciones, comentarios y muestras de ánimo.

Cordialment,

7Legolas