Jofre, Dalmau y otros (17)

Empieza el torneo de futbol y Jofre asiste al primer partido. De regreso a casa hace autostop y un conductor se ofrece para llevarlo a casa. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XVII:  Autostop

Este domingo Jofre tenía un dilema. Se jugaba el primer partido de la Octogonal, el torneo de futbol donde participaban ocho colegios de la comarca. Parecía lógico que sus simpatías se dirigieran hacia el equipo donde estudiaba, pero tenía el corazón dividido porque en el Sant Genís, el equipo rival, jugaba Víctor, su amigo y confidente. El partido se celebraba en el campo de fútbol de un pueblo vecino, a unos veinte quilómetros. Fue en autobús con Víctor, monopolizando la charla su relación con Dalmau.

-Debes alejarte de él. Mañana se acaban los exámenes y el entrenador ya no podrá obligarte a seguir con las clases.

-Ya lo sé. Deseo darle una patada en el culo y mandarlo a hacer gárgaras, pero cuando lo veo, el corazón me da un vuelco. Y no lo entiendo después de lo que me ha hecho.

  • “El corazón tiene razones que la razón no entiende”. Eso lo dijo Pascal, un pensador hace siglos, y  te va como anillo al dedo. No te conviene seguir así. El corazón es muy tozudo, pero no puedes seguir obsesionado por Dalmau. Ah, mira, ya llegamos. Mejor será que nos despidamos aquí.

Después de abrazarlo, Víctor salió del autobús hacia el punto de concentración de su equipo. Bastante delgado, físicamente no era nada del otro mundo, pero tenía algo impropio de su edad. Serio y reflexivo, mantenía siempre la serenidad y el buen juicio, y eso al empollón le iba muy bien. Jofre también se acercó al campo, tratando de evitar a los chulos de la clase, pero una voz enérgica, bien conocida, lo llamó.

-Jofre, ¿Dalmau aprobará?

-Supongo que mañana se sacará Historia y Física.

-No me sirven las suposiciones. No puede suspender más asignaturas. Otro cate y no podrá competir en el torneo. ¿Lo entiendes, cabeza de chorlito? Me juego mucho, así que haz lo que sea para que ese bobo apruebe. Puedo hacerte la vida imposible. No lo dudes.

Y dicho esto, y sin esperar respuesta Gonzalo, el entrenador, se marchó hacia la zona de vestuarios. Jofre estaba harto de esa situación. Él no era responsable del capitán del equipo. Había continuado como su profesor particular después de esa maldita tarde del gimnasio, y había hecho cuanto sabía. Nadie podía recriminarle nada. Estaba hasta el moño de esa situación. Y algo no le cuadraba. ¿Por qué Gonzalo se tomaba tan a pecho ese torneo? ¿Tantos desvelos sólo por una copa? Quizás no podía entenderlo porque el fútbol no le apasionaba, pero aún así creía que allí había gato encerrado.

El partido se desarrolló sin grandes sorpresas. El Sant Genís no era rival para el equipo del instituto de Jofre, uno de los favoritos para llevarse el trofeo. Como de costumbre, Dalmau hizo gala de su dominio del balón y a los quince minutos inauguró el marcador, después de driblar dos defensas, con un soberbio trallazo desde fuera del área. Antes de acabar la primera parte, con un pase de manual, sirvió en bandeja un gol a David. Dalmau ya estaba harto, decidió regresar a casa. No quería volver a ver más celebraciones de goles, con esos dos ególatras, abrazados y sonrientes. Se despidió de Núria, la compañera de clase que estaba a su lado, muy pendiente del partido. Era lógico. Su amigo Oriol jugaba y últimamente se les veía casi siempre juntos.

Al llegar a la parada del autobús, estaba desierta y tuvo un mal presentimiento. Rápido consultó el horario de los coches: el próximo tardaría casi media hora. Odiaba esperar y no tenía nada con qué entretenerse. Por eso optó por salir a la carretera y hacer autostop. Generalmente pasaban bastantes coches y su apariencia de buen chico no podía inquietar a nadie. Llevaba unos diez minutos sin suerte cuando un Volkswagen Golf, de color blanco, se paró a su lado. Conocido su destino, el conductor accedió a llevarlo, pero al subir, un ladrido asustó a Jofre. En los asientos de atrás había un perro encerrado en una jaula, medio tapado con una manta.

-No te asustes. Soy veterinario. Te presento a mi último paciente, Babau –le dijo mientras vaciaba el asiento del copiloto de guías y folletos de comida para animales.

-No me da miedo, en realidad me encantan los chuchos. Lo que pasa es que me ha sorprendido. Me llamo Jofre.

-Yo, Adam, encantado. Voy a llevar a Babau con sus dueños. Ya está recuperado.

Jofre miró al perro, que no parecía muy conforme con su prisión, pero le interesó más el conductor, un veterinario joven, sin muchos años de profesión y atractivo que vestía camisa roja. pantalón claro y mocasines.

-Tengo que llevar el coche al mecánico. El aire acondicionado no funciona y esto es un horno. Me estoy achicharrando. Mira, aprovecho ahora para sacarme la camisa ¿No te importa, verdad? Ni en el infierno pasaría tanto calor.

-Qué me va a importar. Es tu coche.

Sin prisas, el conductor empezó a desabotonar la camisa que dejaba a la vista una camiseta azul sobre el vientre plano. Después de liberar los botones de los puños, a Jofre se le iluminaron los ojos. La camiseta era de tirantes, exhibiendo unos brazos velludos y fornidos, con buenos bíceps. Con aquellos miembros seguro que podía sujetar al animal más fiero.  Como si estuviera solo, con parsimonia Adam se masajeó el cuello y flexionó un poco los brazos, exhibiendo la potencia de sus músculos antes de volver a coger el volante.

-Perdona, pero es que después de un día en la consulta acabo muy agarrotado… -le dijo, excusándose y encendiendo otra vez el auto- Me decías que te gustaban los perros. ¿Cuál es tu raza preferida?

-Me encantan los dálmatas, pero mis padres se equivocaron y me compraron un pointer, que se llama Mogut. Es incansable, siempre está de un lado para otro.

-Yo crecí en una casa llena de animales, aunque tengo debilidad por los periquitos y los perros, sobre todo los de cuerpo alargado como los basset o los teckel .

-¿Los teckel son los perros salchicha?

-Sí, y hay uno en el coche.

-¿Dónde? Babau parece un cocker. Yo no veo ninguno. ¿Está en el maletero?

-Aquí -le dijo Albert señalando con la mano la entrepierna de Jofre, donde una salchicha iba creciendo bajo el pantalón, sensible a los encantos del veterinario.

-Lo siento… yo…

-No pasa nada… He tenido tu edad, las hormonas no paran y el hermanito siempre tienes ganas de juerga, porque es eso, ¿no?

-Sí, por supuesto.

-Lo digo porque a veces me encuentro a tipos que lo que les pone no son las tetas y los coños sino las pollas y…

-No, no es mi caso –le interrumpió Jofre.

-¿Seguro? Deberías ser un poco más disimulado cuando inspecciones a alguien si no quieres ganarte un puñetazo.

-Te equivocas si crees que…

-Mira noi , no soy tonto. Mirarme como lo has hecho al entrar en el coche y quedarte alelado cuando me he quitado la camisa, observando fijamente los brazos y la bragueta, no es propio de heteros, y sobretodo, cuando va acompañado del despertar de tu “amiguito”.

-Yo…

-No pasa nada, tío. Mira, –dijo Adam, abriendo las piernas- yo también estoy empalmado. Sí, a mí también me gustan las vergas… Cuando quieras  podemos pasar un buen rato –le propuso, apartando por un momento la mirada de la carretera para sonreírle.

Jofre no se esperaba aquella invitación. Un tío moreno de unos veinticinco años, bastante guapo, de cuerpo interesante, con unos brazos de escándalo, se le estaba proponiendo. No podía separar la mirada de ese cuerpo, y el pantalón marcaba un bulto evidente. No lo había hecho nunca con un extraño; bueno en realidad, tenía muy poca experiencia incluso con sus amigos: tres o cuatro pajas colectivas, los percances con el cabrón de David, y su historia con Dalmau que lo había usado como un juguete con todo descaro.

-Sí, me encantaría -respondió Jofre, sorprendido él mismo de su desparpajo- pero mejor en un lugar solitario.

Como respuesta, Adam cogió un desvío para tomar una pista forestal poco frecuentada. A los pocos minutos detuvo el coche.

-Aquí estaremos tranquilos. No nos molestará la policía, los mossos d’esquadra. ¿Te parece bien?¿No has cambiado de opinión?

-No, en absoluto.

Uno y otro se sacaron las camisetas y se desabrocharon los pantalones para poder liberar sus respectivas mingas. Adam estaba bastante bueno. El torso, en consonancia con los brazos musculosos, mostraba unos pectorales amplios, no tan desarrollados ni lampiños como los de Dalmau, pero a Jofre se le hacía la boca agua.

-Ven aquí –dijo Adam, mordiéndose los labios, ansioso por probar la carne tierna que se le ofrecía. Juntó su boca con la de Jofre al tiempo que sus manos acariciaban cuello y brazos. Le encantó el sabor del chico y pronto sus lenguas se conocieron bailando sin cesar, ahora en la boca de uno, ahora en la boca del otro. Sin descanso sus lenguas se intercambiaban saliva y exploraban las cavidades ajenas. Pronto no tuvieron bastante con las bocas y extendieron su área de actuación a todo el rostro, el cuello y las tetillas. Era evidente que el recién graduado tenía un largo historial como explorador de cuerpos ajenos, y era un maestro estimulándolos. Jofre conocía su polla al dedillo, claro está, y había tenido algunas más entre manos, pero sus dedos no podían compararse a los de Adam, mucho más hábiles y experimentados. Aunque era un extraño, Jofre se sentía cómodo con las atenciones del veterinario, y su sonrisa permanente esfumaba cualquier recelo.

Este era su día. Había descubierto un pequeño tesoro. Jofre no tenía grandes músculos pero estaba bueno, con un rostro atractivo  y unas piernas macizas enfundadas en unos tejanos estrechos. Desde que subió, Adam tensó los músculos de los brazos e hinchó su pecho para exhibir algunos de sus talentos. Ahora lo tenía como un cordero lechal, pero ese vergón manifestaba que ya era un ejemplar adulto y, por lo tanto, la única leche que debía tragar era la de otro macho. Notaba que el pequeño carnero estaba un poco nervioso, quizás no lo había hecho nunca con nadie de su edad, pero sin duda gozaba. El mozo se excitaba con cada toque, con cada caricia, e incluso saltó como un resorte cuando atacó su  pequeña barriga. Disfrutaba viendo los escalofríos de Jofre cuando por sorpresa volvía a explorarla. De todos modos, el veterinario tenía otras prioridades, la principal muy cercana, una larga estaca  a pocos centímetros de sus dedos traviesos.

El falo era precioso. Largo y ligeramente grueso, casi no podía rodearlo con una mano, pero lo que deseaba no era tocarlo sino comerse entero aquel tubo carnoso, o mejor dicho, comer y ser comido. Sin embargo el sitio era demasiado estrecho para un 69. Cambiarían de lugar. Adam se desnudó completamente, sin el engorro de los pantalones a media pierna y salió del coche. En cueros, abrió la puerta de los asientos de atrás y desplazó la jaula al exterior, poco más allá de la pista, entre los ladridos de Babau.

-Todo listo-le dijo a su compañero, entrando en los asientos traseros- Aquí estaremos  un poco más cómodos. Me parece que no tienes mucha práctica. No, no, estírate, cabeza arriba… Perfecto. Y ahora me meto yo para devorar una butifarra como Dios manda. Haz lo que quieras, pero relájate y disfruta.

Adam se colocó encima del muchacho, con la cabeza en su entrepierna al tiempo que sus genitales quedaban cerca de la boca de Jofre. No se entretuvo con preámbulos, rápidamente empezó a chupar el capuchón rosado. Suave como la seda, se extasiaba con el delicado glande. Notaba cómo palpitaba la polla ante cada ataque de su lengua, deseando prolongar aquel roce divino eternamente. Todo era delicado, la piel, el aroma, el color… No se cansaba de probar ese capuchón divino y muy pronto abrió la boca para tragárselo. Lentamente fue acomodando el cimbrel en su interior. No era pequeño, pero ya había probado otros de más gordos, y adoraba sentirse lleno con esa vigorosa serpiente viril, ocupando boca y garganta. Y más cuando su propia boa recibía descargas de placer generadas por el aprendiz que, con el afán  que demostraba, no tardaría mucho tiempo en ser un maestro felador. Sentía sus dos pelotas en la boca juvenil, calientes y estimuladas por la lengua ardiente del chaval.

Jofre no se sentía abrumado con la novedad; al revés, aunque era la primera vez que probaba un 69 se sentía bastante cómodo, y sobre todo muy a gusto con el masaje bucal de su nuevo amigo que él trataba de emular. A ratos no daba pie con bola porque la mamada de su amigo le llevaba al éxtasis y le dificultaba trabajar los genitales de su compañero. Cada vez estaba más y más excitado, notaba como tardaría muy poco en estallar, sacó la polla de su boca, incapaz de controlarse, y pocos instantes después, su manguera, aún dentro de Adam, expulsó trallazos de esperma, entre los espasmos gloriosos de Jofre que, con los ojos cerrados, estaba completamente concentrado en disfrutar de aquella corrida de narices. Una vez recuperado, su amante continuaba a su lado, mirándolo.

-¿Quieres que continuemos? ¿O ya tienes bastante por hoy? –le preguntó Adam, con su sonrisa amable. Jofre atacó otra vez la verga del veterinario sin demora, tratando de excitarla al máximo porque deseaba beberse su jugo. La chupeteaba, la acariciaba, la besaba, la exprimía, no la dejaba ni un momento, sediento de ese néctar que ansiaba. Y tanto esfuerzo tuvo su recompensa: La polla universitaria demostró su hombría con un torrente blanco que se escapaba por las comisuras de los labios de Jofre que intentaba tragarse todo el zumo mientras el veterinario bramaba de placer.

Satisfechos los dos, se vistieron en un santiamén. Adam recogió el perro enjaulado y puso el coche en marcha. El trayecto fue amenizado por las anécdotas que contaba el el veterinario con mucho salero, entre ellas un conejo con sobrepeso y un pez payaso que, según su amo, estaba triste. A veces, quizás quien necesitaba tratamiento eran los propietarios. Antes de despedirse, Adam le dio una tarjeta de su consulta.

-Cuando te independices y tengas tu dálmata, ven a verme. No te cobraré las primeras visitas. Eres un encanto. Tendrá suerte quien consiga enamorarte.

Después del beso de despedida, Jofre se quedó quieto mirando como desaparecía un Golf blanco con perro dentro.Volvió al leer la tarjeta: “Adam Manescal, veterinari ”. Volvería a visitarlo. Estaba muy satisfecho de su encuentro y caminaba por el paseo recordando la tarde con Adam y repitiendo, como un mantra, la última frase del veterinario. Él no era un pobre diablo a pesar de los abusos de David y los desprecios del capitán. Desgraciadamente Oriol tampoco estaba por la labor. Era evidente que le  gustaba Núria, pero con él no se acababa el mundo. Encontraría alguien mucho mejor que todos ellos. Dalmau lo había rechazado, pues cuanto antes debía sacarse ese estúpido de la cabeza. No era digno de él. A grandes males, grandes remedios… Y se detuvo un momento cuando se le ocurrió una idea. Su rostro dibujó una sonrisa. Por fin tenía claro lo que debía hacer.


¿Qué nos traerá el capítulo 18? Por fin se acabarán los exámenes y con ellos, las clases particulares de Jofre a Dalmau. Con mucho más tiempo libre, el empollón se afanará en solucionar sus problemas sentimentales y se aficionará al cine.

Como siempre os agradezco vuestro apoyo.

Cordialment

7Legolas