Jofre, Dalmau y otros (16)

Dalmau y Oriol vuelven a las andadas, pero en situaciones muy diferentes. Uno, pendiente de una llamada que marcará su futuro y el otro, decidido a revelar un gran secreto. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XVI:  Los exámenes

-¿Cómo te ha ido el de filosofía?

-Hombre, mejor que el de biología, pero no sé yo si…

-Yo estoy más contento que ayer, aunque era fácil porque el latín me suena a chino y el inglés no me entra.

-Va, no te quejes, Joan. Siempre con la misma historia: Catearé, catearé y después un 6 o un 7.

Los chicos iban comentando los exámenes. Llevaban cuatro días y quedaban todavía los del lunes de la semana siguiente. Dalmau estaba desconocido. Desde el primer día parecía un clon de Jofre: había dejado las relaciones sociales y hasta en el patio comía el bocadillo con los apuntes, intentando entender y memorizarlo todo. Necesitaba jugar la Octogonal y se lo prohibirían si no aprobaba. El entrenador había pedido a la dirección que cambiase la normativa, pero sólo había conseguido que le permitieran jugar con tres suspensos como máximo. El capitán del equipo, siempre tan seguro de sí mismo, estaba abrumado. El claustro de profesores había decidido corregir todos sus exámenes con rapidez para poder dictaminar si podía o no jugar el partido del domingo. Esa misma tarde le llamarían para comunicarle sus calificaciones.

-Dalmau, me voy con David al cine. Nos vemos el domingo. No sufras, seguro que te aprueban. ¡ Adéu !

-¿Cómo adéu ? Yo creía que esta tarde la pasaríamos juntos.

-Me parece que todavía no hemos acabado los exámenes. Y ya sabes, lo bueno se hace esperar, je, je, je –le respondió Blanca, marchándose rápidamente. A pocos metros les miraba David muy satisfecho.

El ídolo del instituto volvía a casa solo. Era extraño porque desde hacía semanas casi siempre le acompañaba Jofre. Excepcionalmente hoy no tenían clase. Uno y otro estaban agotados. Mañana sábado volverían a encontrarse para preparar los exámenes del lunes en el supuesto, claro está, que hoy mismo no le llegara la trágica noticia que había suspendido cuatro asignaturas. No quería pensar en ello. Sería catastrófico. Si no podía demostrar su valía en el campo, adiós a su carrera de futbolista.  Y el desplante de Blanca había contribuido a aumentar su tristeza y malhumor. La chica le había rechazado. ¿Quién se creía que era? ¿la diosa Afrodita? De todos modos, lo que más le había molestado era verla del brazo de David, ese cerdo imbécil y arrogante. Sí, habían hecho las paces en aras de no perjudicar al equipo, pero cada vez le resultaba más insoportable.

A pocos metros de su casa observó una figura pequeña e inquieta que no paraba de moverse y que aguardaba en el portal. La reconoció de inmediato y aceleró el paso.

-Oriol,  ¿Qué haces? ¿No habíamos quedado, verdad?

-No. Pensaba salir con David pero a última hora me ha avisado que tenía algo urgente, y se me ha ocurrido hacerte una visita.

-Buena idea, aunque estoy molido y no soy la mejor compañía del mundo. Esperaba sacarme los nervios de estos días con Blanca, pero tenía otros planes. Ya sabes, mujeres…

Los muchachos pasaron al comedor, previo paso por la cocina para abastecerse de  latas de cerveza y Coca-Cola, queso, patatas fritas, aceitunas, pan, fuet y otros embutidos. Después de tanto desgaste tenían que recargar las pilas.

-Mis padres llegarán muy tarde porque cenan con unos amigos de Barcelona. No tengo ganas de salir. Si quieres, podemos mirar algún DVD de mi armario, de los camuflados.

A Oriol le pareció buena idea. De hecho, uno y otro ya se imaginaban como acabaría aquello. Los dos, repantingados en el sofá, con la mesa cercana para ir picando durante la película. No tardaron demasiado en animarse: las hormonas propias de la edad y las imágenes de una felación alucinante, con una morenaza tetuda devorando la tranca gorda de un chino, pusieron a tono a Dalmau. Lógicamente sin ningún reparo, se desabrochó el cinturón para bajarse los pantalones. Su huésped lo observaba, atento al bóxer blanco que ocultaba un cipote que despertaba del letargo de los últimos días. La película, centrada en las pibas y con sementales con grandes aparatos pero con cuerpos nada estimulantes, le aburría soberanamente. Era mil veces más interesante la escena que se estaba rodando en ese mismo sofá, protagonizada por un arcángel rubio y cachas, cada vez más empalmado.

-La morena está de muerte. Le da diez mil vueltas a Blanca –dijo un ángel atípico, con un pene claramente visible que acariciaba sin sacarse el bóxer al mismo tiempo que con la otra mano había apartado un poco el polo para tocarse sus definidos abdominales. El ídolo de Oriol estaba cada vez más ansioso y acelerado. Sus mejillas habían adquirido un color rosado más intenso que, unido al azul de los ojos y el cabello rubio pajizo, aumentaba aún más si cabe el atractivo de su rostro armónico. En realidad, no sabía qué es lo que más le gustaba de su campeón. ¿Los pómulos marcados, la nariz recta y elegante, la melena dorada? Tanto daba, lo único importante es que lo tenía otra vez a su vera y podría saborear ese cuerpazo, quizás por última vez. Su visita no había sido de cortesía, respondía a un propósito. De todos modos, no quería precipitar los acontecimientos; disfrutaría de su amigo y después…

-Oriol, acércate más. Ya que no hay tías, celebraremos nuestra fiesta particular. Anda, desnúdate  –se lo pidió mientras él a su vez se sacaba el polo magenta, las zapatillas Puma y los vaqueros. En aquel instante, sonó el teléfono. A Dalmau le dio un vuelco el corazón. Llegaba el momento terrible.

-Hola, ¿dígame? …Ah, señora Puig… No, mi madre no está. Sí, sí, está bien pero llegará muy tarde esta noche… No. No se preocupe... Descuide, no lo olvidaré… Sí, ya lo apunto en la agenda: en el auditorio, mañana a la siete… Gràcies. ¡Adéu!

En el transcurso de la breve charla, Dalmau había dado la espalda a su compañero para atender el teléfono. Después de un primer momento en vilo, Oriol centró su atención en la nueva perspectiva que le brindaba el adonis pues le revelaba uno de sus mayores atractivos, un culo imponente, con dos semiesferas macizas y pujantes  que el bóxer no conseguía ocultar. Adoraba esa parte de su anatomía y por las miradas que había detectado en los vestuarios tenía muy claro que era objeto de admiración general, unos deseando disfrutar de ese monumento y todos, envidiándolo. Como siempre, la dicha duró poco, o mejor dicho, cambió el espectáculo. El capitán se giró aún no recuperado del todo. El bulto de la bragueta era menos notorio, pero el resto de su cuerpo mantenía su gallarda figura.

-Esa mujer me ha cortado el rollo. Creía que era el instituto. No sé cómo no le he colgado el teléfono. El corazón me late a mil–farfulló el chico, tumbándose en el sofá.

-Mejor será que lo dejamos para otro día. Descansa, yo me largo.

-No te vayas. De hecho me dijeron que probablemente no me llamarían antes de las ocho. Ahora son las siete. Necesito liberar endorfinas, y para eso no hay nada mejor que el sexo. Espera sólo un momento a que me reponga. Oriol, ¿Te vale un concierto de zambomba a dos manos? –le sugirió mientras se despojaba del bóxer para quedarse en bolas.

-No, lo estás pasando mal. Déjame que por una vez te dedique un solo. Tú déjate llevar. Te juro que vas a liberar más endorfinas que en toda tu vida –le respondió mientras se sentaba a su lado y ponía las manos en el tórax formidable del anfitrión. Estaba muy duro, aún más de lo que suponía. Los amplios y henchidos pectorales se destacaban en el tronco del adonis aunque no suscitaban temor, suavizados por sus formas redondeadas. No tardó ni un minuto en invadir las enormes aureolas de color vino, en medio de las cuales emergían dos agudos pezones que aumentaban su lascivia. Aquellas puntas divinas que coronaban la magnífica obra torácica le embrujaron. No podía abandonar el tacto rugoso y firme de esas maravillas que parecían querer reclamarle más y más atenciones. Con la lengua fue alternando el chupeteo de las tetillas, animado por los susurros de placer de su propietario. Todo el pecho estaba bañado por la saliva de Oriol que, como un recién nacido, se aplicaba con todo su ardor en esas ubres, tratando de obtener leche, y aunque no lo conseguía, sus estimulaciones habían despertado la manguera del semental que no tardaría en expulsar una substancia caliente, tanto o más nutritiva que la leche materna. Oriol no quería abandonar la adoración de las tetillas de su amigo, pero Dalmau al final le apartó, señalándole la verga.

Desde el pecho su boca fue bajando por los marcados abdominales, que le parecían peldaños a través de los cuales su lengua fue dejando un reguero de saliva hasta hallar el bosque rubio donde nacía la altiva columna de carne. En plenitud, se levantaba firme y vigorosa, descansando sobre el magnífico pedestal del escroto, compuesto por dos cojones de toro macizos. Con apetito empezó a degustar esas sólidas bolas de billar, primero con lengüetazos y después introduciéndolas en su boca. Le era imposible alojar las dos al mismo tiempo por su tamaño, e iba alternándolas con cuidado. Miró hacia arriba, a la cara del ídolo congestionada por el goce y, satisfecho, dejó las bolazas para jugar con otro juguete aún más divertido. La mazorca, bañada de líquido preseminal, estaba a reventar. Sus dedos pequeños y delgados contrastaban con el poderío de ese magnífico pilar. Recorría el grueso tallo, surcado con fuertes venas que aseguraban la robustez del potente falo. Notaba su calidez y como palpitaba. Sin descanso meneaba la gruesa estaca: Arriba, abajo, arriba, abajo… El movimiento incesante y la fuerza con que Oriol atacaba el cimbrel no molestaban a su propietario, capaz de soportar ataques mucho más duros. Asía la tranca con fervor y después de ese constante manoseo, por un instante la dejaba libre para verla cimbrearse, soberbia y poderosa, dominando el escenario. El pecoso intentaba retardar al máximo la corrida, consciente que quizás fuera esa tarde la última ocasión de poder gozar con el divino aparato, y por eso se abstenía de explorar el glande. No obstante, al final tantas tandas de estimulantes caricias, lamidas y meneos, provocaron la erupción del gran volcán. Dalmau, entre  fuertes gemidos y espasmos, expulsó repetidas descargas de densa crema blanca que parecían copos de nieve sobre la alfombra y los muebles del comedor.

Conseguida su misión, Oriol se ocupó por fin de su cipote que estaba como una moto ante el lujurioso espectáculo. El pecoso friccionó el falo con devoción, pero no tuvo que dedicarle mucho esfuerzo, estimulado poderosamente por el cuerpo formidable que tenía ante sus ojos y que había saboreado. Recogió un copo de nieve y se lo llevó a la boca para paladearlo mientras, en éxtasis su manguera manaba nata viril de primera calidad. Agotado, se sentó en el suelo, apoyado en el sofá, sintiendo como Dalmau, ya recuperado, le acariciaba cariñosamente el cabello castaño. Pasaron unos minutos así y en silencio.

-¿Ya te encuentras mejor? –le preguntó Oriol, levantándose para ir a buscar su ropa.

-Sí, cómo no. Ha sido perfecto. Gracias. Lástima que no puedas hacer desaparecer la llamada que espero, pero como mínimo, estoy más relajado.

Los dos se vistieron. El capitán se estaba calzando las zapatillas cuando su amigo le tocó el hombro. Alzó la mirada sonriente pero ahora el semblante de Oriol estaba insólitamente serio.

-Dalmau, hay algo que hace tiempo quería explicarte, pero nunca encontraba el momento oportuno. De hecho mi visita de hoy no es casual.

-¿Qué te pasa, noi ? ¿A qué viene tanto misterio?

-Había decidido no confesártelo nunca porque no quería que cambiase nuestra relación, pero hace semanas, en la playa, cuando me salvaste la vida, me lo replanteé. Y después de lo de la semana pasada… A ti no quiero engañarte…

-Va, Oriol. Estoy en ascuas. Sigue…

-Yo…yo… -titubeó el chico, cada vez más nervioso y apartando su mirada de los ojos escrutadores del anfitrión.

-¿Tú qué? Va continúa, por lo que más quieras –le instó con dulzura.

-Yo… yo soy gay…

-¿Qué? –le interrumpió el capitán.

-Lo que oyes. Soy gay, homosexual, maricón, marieta o como se  te ocurra llamarlo…

-Oriol, no sabes lo que dices. Tú no puedes ser maricón. No eres como ellos. Debes estar confundido… Hay  chicos que a veces creen que les gustan otros tíos,  después se les pasa.

-No, Dalmau. De verdad, lo soy. Y no me vengas con monsergas como que eso no es natural ni normal –le respondió con un aplomo insospechado.

-No puede ser. Tú no –respondió casi inaudible, como un susurro.

-Soy así, te guste o no.

-No, no puedo entenderlo…-dijo el capitán, cerrando los ojos, y negándolo con la cabeza.

-No hay nada que entender. Sólo se trata de aceptarlo y de aceptarme tal como soy –afirmó rotundo.

Sonó el teléfono de la habitación, lo que mudó el semblante del adonis rubio. Aquella llamada podía llevar al traste todas sus aspiraciones. Miró a Oriol.

-No te vayas, ahora no, por favor. Espera un momento- le rogó antes de descolgar el teléfono con firmeza. A lo hecho, pecho.

-Sí, dígame... Sí, soy Dalmau…Ya, ya lo sé… Tres… Me ha dicho tres, ¿verdad?... Vale… lo tengo muy en cuenta… Moltes gràcies… Adéu.

El capitán colgó el teléfono con un respiro. Una pequeña sonrisa afloró en su rostro.

- Felicitats… ¡capità! –le dijo Oriol.

-Gracias… Puedo jugar, puedo jugar… -repetía tratando de creérselo, como si la llamada hubiera sido sólo una fantasía o un sueño inventado por sus ansias de competir… De repente, dejó de lado sus pensamientos sobre el futuro partido y clavó la mirada en su amigo.

-Nos han interrumpido. Lo siento, Oriol. Ya lo sabes, para mí eres muy especial. Nos conocemos desde críos, y ahora descubro una parte de ti completamente desconocida y que me choca…

-Ya lo sé. A mí me costó asumirlo. No puedo pretender que lo aceptes de buenas a primeras. Soy gay, aunque te disguste, y eso no cambiará…-le respondió ahora más sereno, dirigiéndose hacia la salida.

-Oriol, no puedo prometerte nada. Quizás con el tiempo…

El invitado volvió la mirada hacia su amigo. Sus preciosos ojos azules estaban empañados, pero no más que los suyos. Dalmau siempre había apostado por él. Con el paso de los años, uno de los dos patitos feos del parvulario se había transformado en un espléndido cisne, y ese ejemplar de extraordinaria belleza, aún siendo el macho más popular de todo el instituto, no había renunciado a su amigo canijo; es más, cuidaba de él. En otro lugar hubiese sido el hazmerreir de la clase por su corta estatura, la voz ligeramente aflautada y su rostro pecoso. Aquí, nadie lo había intentado nunca. La sombra del capitán era poderosa. Oriol no conseguía entender qué veía en él el héroe del instituto. Con su confesión tal vez su relación cambiaría, pero de una manera u otra deseaba creer que se mantendría pese a todo, aunque quizás eso era  pedir demasiado.


En el capítulo siguiente empieza el torneo aunque lo más importante sucederá durante el regreso a casa de Jofre, cuando decida hacer autoestop.

Vuelvo a insistir en el tema de la aparición de los episodios. Algunos lectores me reclaman que los publique con mayor rapidez. Lo siento, pero no pudo hacerlo. No tengo mucho tiempo libre. De todos modos, aunque mi frecuencia sea quincenal, no tengo intención de dejar la historia a medias. Gracias por vuestro apoyo constante. Me encantan las conjeturas que algunos formuláis sobre la evolución de los personajes. Algunos os acercáis, otros no.

Gràcies de tot cor,

Cordialment ,

7Legolas