Jofre, Dalmau y otros (15)

Entre los chicos de nuestro instituto no suele prolongarse la castidad. Cuando se acaba con uno, pronto se llena el vacío con otro. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XV:  El substituto

-¿Te das cuenta? Has resuelto bien el problema de trigonometría. Ahora se trata que en el examen del martes, hagas lo mismo. Y lo dicho vale para las otras asignaturas.

-Sí, empiezo a creer que puedo aprobar… Y te lo debo a ti.

-No digas tonterías. Eres tu quien pone los codos, no yo. Además, es mi trabajo. Por eso me pagas, ¿no?

-Sí, tienes razón, y no eres nada barato.

Había pasado una semana desde la escena del gimnasio. Aparentemente la relación entre Dalmau y Jofre no había sufrido cambios. Continuaban como compañeros de pupitre y Jofre seguía de profesor particular del capitán de fútbol que necesitaba desesperadamente aprobar para poder jugar la Octogonal, el torneo más importante en el que participaba el equipo del instituto. En realidad, la situación había dado un giro copernicano. Ya no existía la complicidad anterior, uno y otro sólo hablaban de las clases y a ratos se producían entre ellos silencios incómodos y reveladores. Jofre estaba convencido que Dalmau mantenía la relación porque lo necesitaba, y desde aquella noche el empollón se había propuesto sacarse de la cabeza ese chulo cachas y homófobo. Era fácil formularlo, pero mucho más complicado llevarlo a la práctica, sobre todo teniendo al lado ese jodido adonis todo el santo día.

Jofre pensaba en eso cuando caminaba por la calle, después de la clase. Hoy habían acabado un poco antes porque su alumno esperaba una visita. Seguro que era la maldita Blanca, alguna de sus amigas o los del fútbol. Todo el equipo parecía en alerta nuclear ya que el trofeo monopolizaba todas sus conversaciones fuera de clase. El capitán charlaba incluso con David, con quien había hecho las paces, probablemente el mismo día que le había sorprendido intentando abusar del gay del instituto. Lógicamente pesaba más la solidaridad de equipo que lo rematadamente cabrón que era el pijo de David.

-Lo nunca visto: ¡Un zombi a punto de  tragarse un árbol centenario!

-¡Ah, hola, Oriol! ¿Qué haces por aquí?

-Voy a casa de  Dalmau. La Octogonal se acerca y todos están locos. No pude ir al entreno y me quiere explicar no sé qué de la charla del entrenador...Jofre ¿Te pasa algo? Ibas muy ensimismado. Un poco más y chocas con el roble.

-No me pasa nada. Estoy cansado, eso es todo.

-Mejor. Me voy que a Dalmau no le gustan los tardones. ¡Hasta mañana, a reveure !

Y se alejó rápidamente mientras Jofre se apoyaba, cabizbajo, en el tronco del árbol. Las cosas iban de mal a peor. Ya sabía qué visita esperaba Dalmau. Hubiera preferido ignorarlo. ¿Por qué algunos podían tener a cientos y otros nunca encontraban a nadie? El mundo real era terriblemente injusto.

En la habitación del capitán del equipo, Oriol escuchó las nuevas jugadas que asegurarían la victoria contra el Sant Genís en el primer partido de la Octogonal. Realmente Dalmau quería ganar el torneo y se lo explicaba a Oriol con vehemencia. Después de media hora, ya aprendidas las consignas, el capitán le pidió que se quedase un rato más.

-Con los exámenes a la vista, estoy que me subo por las paredes. Me cuesta pegar ojo y duermo poco y mal. Y hablar contigo siempre me va bien.

-Tienes que conseguir relajarte, Dalmau. Haz yoga, taichi o lo que sea. Yo, cuando estoy muy nervioso, una paja me sienta de maravilla.

-Ya me gustaría, pero es que no puedo hacerlo.

-¿No puedes? No me lo creo. En las corridas colectivas eras el macho man del instituto.

-No, no es eso. No tengo ningún problema con mi polla. Lo que pasa es que le prometí a Blanca que no me la cascaría hasta después de los exámenes.

-¿Pero qué dices? ¿Estás tonto o qué? Pasa de Blanca y menéatela.

-Ya lo sé, pero cuando prometo algo lo cumplo. Y no voy a hacerme una paja aunque agradecería cualquier mano que me aliviara...

-¿Qué dices? ¿De verdad quieres que te pajee yo?

-Si no te importa. De críos nos la pelábamos siempre, y ahora… Va, Oriolet, tocámela como antes-le dijo Dalmau,, colocando la mano del chico encima de la bragueta del pantalón –¿La sientes? Mi picha te recuerda y está contenta.

Su amigo pecoso no retiró la mano, apretó la bragueta, y le miró de manera traviesa.

-Vale, pero lo haremos como cuando salíamos de la piscina: en pelota picada.  Paso de desabrochar botones y cremalleras.

El capitán se levantó para cerrar con pestillo la puerta de la habitación mientras su compañero se sacaba la ropa con rapidez. No quería que nada le estorbase en su contemplación del striptease de Dalmau. El capitán se tomó su tiempo. Con una sonrisa de satisfacción en el rostro y mirando a su compañero fue desabotonándose la camisa gris. Lentamente el pecho y el abdomen musculoso del apolo rubio iba asomándose al exterior. Oriol no se perdía detalle, con sus ojos dirigidos al tronco de su amigo.

-¿Me la quito? –preguntó Dalmau con seguridad.

Su compañero no le respondió. No hacía falta. La mirada hablaba por sí misma. Dalmau se desabrochó los botones de los puños y se desprendió de la camisa. Los grandes pectorales abombados saludaron a Oriol que no podía despegar los ojos de esas maravillas y de sus fantásticos abdominales que parecían cincelados por un escultor. La estatua viviente se sentó en la cama para descalzarse y sacarse los calcetines, mientras el espectador estaba absorto admirando sus fuertes brazos que doblaban el grosor de los suyos. El ángel se levantó otra vez para liberarse del pantalón y sin ningún pudor se desembarazó de ellos para dejar a la vista las macizas piernas de futbolista.

-¿Empezamos? –le dijo a Oriol, sin ninguna incomodidad a pesar de estar prácticamente desnudo. Era difícil con un cuerpazo como el suyo, vestido ahora sólo con un slip rojo que cubría su entrepierna. Estaba de vicio, de la cabeza a los pies. Muy atlético y con un rostro hermoso iluminado por unos bonitos ojos azul celeste. Relajado y seguro, su ánimo contrastaba con el del chico más bajo que, a pesar de habérsela cascado muchas veces, estaba nervioso. Habían pasado dos años desde sus últimas pajas, pero el amigo rubio había aumentado aún más su atractivo y la tranca que se adivinaba ya no era la de un chico. Oriol no respondió a Dalmau.

-Ah, claro. Perdona. Faltaba esto –dijo el capitán, deslizando el slip por sus piernas musculosas hasta recogerlo en el suelo. –Ahora, sí, ¿verdad? –volvió a hablar, mostrando con orgullo su maravillosa desnudez que exhibía una tranca imponente. Oriol se aproximó, también en cueros. No hacían mala pareja. Su cuerpo era más pequeño y menos fornido, pero con los músculos claramente marcados aunque sin volumen.  Se colocó a su lado y lo miró. La sonrisa y la mano de Dalmau cogiéndole la minga le dieron la respuesta.

Se sentaron en la cama, juntos, formando un solo cuerpo con las manos de uno en el pene del otro. Oriol acariciaba la tranca de su compañero que crecía por momentos. Sintiendo la suavidad del glande rosado, rememoraba las muchas veces que lo había recorrido en sus primeros escarceos sexuales. Lo había añorado desde el día que Dalmau dejó de llamarlo para masturbarse juntos. Durante un tempo había sentido mucho su falta. Ahora volvía a tenerlo a su disposición, pero era diferente. Había crecido y lo que rodeaba con sus manos era un grueso y caliente vergajo de más de veinte centímetros. Quizás el fuste venoso era menos suave, con la piel más firme y recia, pero no había perdido ni un ápice de su atractivo. Todo lo contrario, enamoraba.

Oriol se sentía en la gloria. Rozaba con sus dedos el rosado y amplio capuchón del ídolo del instituto al mismo tiempo que sentía oleadas de placer provenientes de sus testículos. Dalmau los había agarrado y los hacía pasar suavemente entre sus dedos, con la pericia de un veterano. Aquellos huevecillos eran viejos conocidos, no tenía reparos en tocarle los genitales, y conocía alguno de sus puntos más erógenos. Disfrutaba del contacto con el más bajito de sus amigos. Contaba con una buena manguera que parecía todavía mayor por su corta estatura. Sus dedos recorrían la viril columna, infatigables y sin descanso. Apretaba el cuerpo del pene hacia abajo, tensando el glande y jugando unos instantes con el frenillo, zona que volvía loco de placer a Oriol. No podía prolongar demasiado el juego en ese punto porque recordaba  que era la antesala de una eyaculación segura, y no quería acabar tan pronto.

Su compañero no permanecía ocioso. Embelesado, exploraba el gran capuchón rosado y liso con las yemas de los dedos, presionándolo y percibiendo a la vez suavidad y firmeza. El líquido preseminal manaba del meato, bañando toda la superficie, lo que le daba un tono brillante y facilitaba aún más el movimiento por el glande cuyos amplios bordes destilaban un aroma viril embriagador. A Oriol le encantaba acercar la nariz para percibir al máximo ese olor masculino tan intenso.

-Lástima que no seas una tía para chuparme la polla –le dijo Dalmau, frunciendo el ceño, cuando vio a su amigo con el rostro tan cerca de su tranca.

-¿Chuparte la polla?

-Sí, está bien una paja, pero una mamada es cien veces mejor… Aunque tampoco me importaría que me la chupara un tío. La picha no distingue el sexo de las bocas.

-¿Si te hago una mamada, tú me harás otra a mí?

-Te quiero mucho, pero no. Podría compensarte de otra manera. Si quieres te chupo las tetillas.

A modo de respuesta, Oriol sacó el pecho hacia fuera, vuelto hacia su compañero quien no se hizo el remolón. Acercó la cabeza a los pectorales de su amigo y después de un momento de vacilación, sacó la lengua y lamió tímidamente los pequeños pezones. Oriol disfrutó de ese momento. Nunca en su vida hubiese creído posible que el macho de Dalmau actuara así. Aquella cara espléndida se recreaba con su cuerpo para darle placer. Y los primeros lengüetazos esquivos dieron paso pronto a unas lamidas intensas. Poco a poco el capitán se acostumbró a la novedad y se aplicó en provocar el máximo gusto posible. Sólo debía usar las mismas artes -en las que era un consumado maestro- que practicaba con las tetas de sus amantes. Parecía un niño con un juguete nuevo, no se cansaba de acariciar, lamer y chupar, pero disfrutaba especialmente cuando retorcía o mordisqueaba los pezones viendo como Oriol cerraba los ojos, incapaz de soportar esas descargas placenteras. Además le gustaba descubrir que con un tío podía ser más agresivo y duro que con una piba. Al final su amigo, con los pectorales arañados, enrojecidos y marcados, lo apartó de sus tetillas. No podía más.

-Yo he cumplido el trato. Ahora te toca a ti –dijo Dalmau, apuntando con su polla a la boca de Oriol.

-No sé, no lo tengo muy claro…

-Oriol, me has dado tu palabra. Va, noi , si te lo pido es porque la castidad me está matando y con nadie tengo tanta confianza contigo. Anímate, hazlo por tu antiguo compañero de pajas. Nunca nadie lo sabrá.

El chico miraba con satisfacción y al mismo tiempo con cierto temor aquella imponente columna de carne a pocos centímetros de su cara. Su propietario había descubierto el prepucio del todo, con lo que Oriol tenía ante sí el enorme cabezón y sus fosas nasales se colapsaban con el potente perfume del formidable falo.

-Y no te preocupes, Oriol. Me importas demasiado para hacerte daño. No necesito que te lo comas todo.  Ya me avisarás hasta donde quieres que llegue.

Y dicho esto, acercó el capuchón  hasta tocar los labios de Oriol que, como un autómata, abrió la boca para alojar el glande. No pudo evitarlo porque deseaba sentir el cabezón dentro de él y saborearlo. Le encantó. Estaba caliente y con la saliva lo atemperaba un poco. Lenta y suavemente, el badajo empezó a penetrar en su interior. Dalmau estaba pendiente de cualquier ademán de su amigo. Se pirraba por las mamadas, pero era consciente que su cipote era bastante más largo y grueso que la mayoría. Avanzaba con parsimonia, deteniéndose muchas veces para acostumbrar la garganta de su amigo a su grosor. Era como una boa constrictor que se internaba en una cueva profunda donde se encontraba muy bien cobijada. Había introducido unos quince centímetros de carne cuando Oriol levantó la mano. No era necesario, ya quedaba claro con su mirada nerviosa. El adonis no siguió con la penetración. Se detuvo unos momentos antes de retirarse, pero cuando faltaban  pocos centímetros  para sacársela de la boca, volvió a avanzar hasta el punto donde le había avisado su amigo. Empezó  así un movimiento repetido de mete y saca que adoraba, y que concluyó como había empezado, con solo el glande en su boca, lo que aprovechó Oriol para presionar con labios y lengua el lustroso capuchón. Dalmau estaba en el séptimo cielo y sentía como muy pronto expulsaría su carga de leche.

-Déjame sacarla. Voy a correrme –le dijo Dalmau con un susurro, incapaz de hablar más alto, centrada toda su atención en la eyaculación inminente. Oriol hubiese preferido tragarse todo el esperma, pero no se atrevió a pedírselo. Pocos instantes después potentes trallazos de leche caliente tapizaron el suelo y la pared del dormitorio, entre los gemidos de gozo del mozarrón del instituto. Mientras Dalmau descansaba, después de la erupción de semen, el otro chico se masturbaba, excitadísimo por la visión de la corrida de su amigo, pero antes que llegara al éxtasis, sintió la mano de Dalmau en su polla que le obligaba a detenerse. Le miró preocupado. ¿No le dejaría correrse?

-Me toca a mí, noi .-se justificó el rubiales que, ya recuperado, imprimió un frenético ritmo al badajo de Oriol, a quien le encantaba ser tratado de esa manera por su mejor amigo. A los pocos minutos, la polla del payaso de la clase expulsaba nata de la misma calidad que la de su colega, emblanqueciendo un poco más la habitación.

-Eres un campeón, Oriol. Gracias por mamármela. Siento habértelo pedido, pero es que no podía más. Genial.

-Bueno, en realidad no me costó en absoluto. Lo deseaba. Ha sido un placer.

-¿Cómo dices? –le miró un poco sorprendido Dalmau.

-No… lo que quería decir es que … que deseaba hacerte feliz y que ha sido un placer … darte placer... ¡Y lo de hoy no lo repetiré, eh!   –respondió titubeando el chico más parlanchín de la clase que, por una vez, parecía haber perdido su verborrea.

El capitán lo miró fijamente, con el ceño fruncido, pero antes de hablar oyeron unos toques en la puerta, y la voz de la madre del anfitrión.

-Dalmau, la cena ya está lista. Si Oriol quiere quedarse, hay comida más que suficiente.

Se vistieron con rapidez y el pecoso sacó otra vez el tema del fútbol para escurrir el bulto y le funcionó. A los pocos minutos Dalmau estaba disertando sobre jugadas y alineaciones. El huésped declinó la amable invitación de la familia Rovell y se fue hacia su casa. No era oportuno continuar hablando con su amigo. Era un bocazas. Empezaba a charlar y a veces nos se daba cuenta de lo que decía. Cruzaba la  calle rememorando la última hora con el ídolo del instituto. Había sido impresionante, lástima del final, pero no tenía que darle tantas vueltas. Seguramente, mañana Dalmau ya no se acordaría de ninguna de sus palabras. Sí, era lo más probable, con los exámenes y la Octogonal tan cerca, ¿no?


Y con la próxima entrega la historia  ya superará la quincena de capítulos. Alguno de vosotros me preguntaba cuántos faltaban. De hecho ni yo mismo lo sé. Tengo claro lo que quiero contar, pero no sé cuánto tardaré en hacerlo. El próximo estará protagonizado también por Oriol y Dalmau, ya con el torneo de la Octogonal inminente y con una tarde crucial para los dos, pero por motivos muy diferentes.

Recibo con ilusión vuestras valoraciones y comentarios. ¡ Moltes gràcies !

A reveure,

7Legolas