Jofre, Dalmau y otros (14)

Descubrir dos chicos follando en el gimnasio escolar no pasa todos los días, y lógicamente eso tendrá consecuencias. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XIV:  Descubiertos

-¿Qué coño estáis haciendo?- preguntó Dalmau, sorprendido al descubrir a sus amigos David y Jofre follando. Había vuelto al gimnasio porque se había olvidado de apagar la caldera, cosa que le correspondía como capitán del equipo.

-¿No me oís o qué? ¡David, suéltalo! –gritó y sin esperar respuesta avanzó rápidamente hasta donde se encontraban. Agarró a David y lo tiró al suelo violentamente.

  • ¿Qué haces, imbécil? Nadie te ha dado vela en este entierro.

  • ¡El imbécil lo serás tú! ¡Y menos lobos, mamón! No me calientes porque te hago la cara nueva. En el equipo hay una manzana podrida y yo sin saberlo.

-Yo no. No te equivoques. ¡El único maricón que hay aquí es Jofre!

-Pero qué dices, hijo de la gran puta, si con estos ojos he visto cómo querías violarlo-le respondió furioso, agarrándole por el cuello.

-Es verdad, Dalmau. ¡Lo juro por mis muertos! ¡Pregúntaselo!

Dalmau iba a romperle la cara a David, con su puño ya dispuesto, cuando giró su rostro para fijar la mirada en Jofre. El chico sentía los ojos azules que lo atravesaban, pero a diferencia de tantas otras veces que esa mirada lo había inundado de deseo, ahora se le clavaba, y notaba como se endurecía y perdía su calor habitual. Jofre enmudeció. Le costaba hablar con esa mirada, ahora glacial, que le interrogaba. Quería mentirle, asegurarle que era una falacia, pero no consiguió pronunciar ningún sonido. Su semblante palidecía.

-¿Lo ves? No lo niega. Él quería un macho que lo estrenase…

-¡Cállate, cabrón! –respondió Dalmau, golpeándole en la boca, y preguntando a Jofre: -¿Es cierto, noi ?

-Sí, soy gay –respondió con esfuerzo el chico, desviando la mirada para no continuar sintiéndose atacado por aquellos ojos azules, ahora duros y helados. Se hizo un silencio absoluto durante unos segundos. Cuando Jofre osó volver a mirar a Dalmau, sus ojos continuaban fijos en él. El capitán abrió la boca y con voz fría y cortante le dijo:

-Vete. No quiero verte… No…, espérame en la puerta principal. Ahora tengo que resolver algo con David, pero no se te ocurra escaparte porque te juro que te sacaré de donde sea a rastras. ¡Fora!

Jofre cogió rápido su ropa y se marchó corriendo de la sala de máquinas, golpeándose con una bicicleta estática. Deseaba con todo su corazón huir de allí y marcharse lejos, a algún lugar remoto donde ni David ni sobre todo Dalmau pudiesen encontrarlo.

-¿Me dejas levantar ahora?-le preguntó David, doliéndose de la boca e intentando incorporarse, aunque Dalmau continuaba con una rodilla sobre su cintura.

-Ni lo sueñes. Antes quiero que me respondas unas preguntas, Creía conocerte. Ya sé que te gustan las emociones fuertes, pero lo de hoy… Seguiré tu método…

David intuyó que el capitán le haría daño e intentó escapar de su presión, dándole un fuerte codazo en la mandíbula. A pesar del golpe inesperado, el rubio no se tambaleó siquiera. Esquivó un segundo golpe y contraatacó con una llave de judo, que tumbó a su oponente y le inmovilizó, boca abajo.

-Me estás hartando, David. Estúpido, sabes muy bien que soy más fuerte. No me cabrees más. Empecemos las preguntas: ¿Si no eres marica, por qué querías petarle el culo?

-¿Dejarás que eso cambie nuestra amistad? Debí habértelo dicho, pero no lo consideré importante. Él se me insinuó el día que te fuiste. Estaba cachondo y quería alguien que se lo tirase. Sólo es un puto.

-Claro, David, claro –respondió el capitán, agarrándole los huevos y apretándoselos.

-¡Ahhhh, para, Dalmau. Ahhhh!

-¡Y te pasaste por el forro lo que te pedí! Tenías que protegerlo, no abusar de él.  No me pareció que disfrutase mucho cuando entré en el gimnasio. Estaba chillando como un verraco, y a ti te excitaba, ¿verdad? –le preguntó, mientras volvía a presionar sus gónadas, y con la otra mano le arreaba fuertes azotes en el culo duro.

-¡Ahhhhh!

Dalmau mantuvo una mano aprisionando los testículos mientras con la otra ahora pasaba suavemente los dedos por la piel salvajemente enrojecida hasta la entrada del ano. Su víctima estaba casi desnuda, sólo con el suspensorio cubriéndole los genitales, medio tumbada bajo la figura imponente del capitán.

-Debería aplicarte la misma medicina que utilizas para los otros… –le dijo mientras con un dedo acariciaba el esfínter tenso de David -pero no soy de tu calaña. Te encanta hacerte el machito. Te lo advierto. No vuelvas a repetirlo. Si no, te aseguro que aplastaré tus cojones de chulito verbenero y con mi perforadora este culo se parecerá al túnel del Cadí. ¿Me has entendido?-le dijo, volviendo a atacar las bolas y las nalgas, de un rojo vivo, y como recordatorio, de un fuerte golpe su dedo corazón penetró completamente el ojete.

-Ahhhh, para por lo que más quieras, ahhh. Sí, vale. Tú ganas, pero te aseguro que no es ningún santito. Me lo estaba pidiendo a gritos y te aseguro que empezó a chillar como un poseso solo cuando intuyó que había alguien más cerca. ¿Y de verdad te importa ese bujarrón? ¡Si te ha estado engañando!

-¡Cierra la boca! Por mí puede morirse, pero ahora mismo no nos convienen los chismes en vísperas de la Octogonal. No se te ocurra comentar a nadie lo de Jofre –Dalmau le avisó, atizándole con fuerza las nalgas antes de dejar que se levantara. David se vistió, pero tuvo dificultades para meterse los pantalones porque el culo le escocía horrores. Salieron juntos en silencio. Solamente cuando cerró el gimnasio con la llave que le pertenecía como capitán, le dijo a su colega que saliese del instituto por la puerta vieja. No quería que estuviese cerca cuando discutiese con Jofre.

-De acuerdo, Dalmau, pero ten cuidado con el bujarrón. Aunque ahora no lo creas, lo de hoy es lo mejor que podía pasarte. Conozco a esos degenerados, siempre dando problemas. Ha querido crear cizaña entre nosotros. Dale un buen escarmiento y sacátelo de encima cuanto antes. Es peligroso. Acepta el consejo de un amigo. !Adéu!

El capitán estaba triste, enojado y lleno de dudas. De buena gana se hubiese ido derecho a casa, pero sabía que no podía cancelar la cita con su compañero de pupitre. Cuanto antes mejor, y más en un asunto complicado como ese. Lo encontró, sentado en un rincón, agazapado, con las manos en sus rodillas y la cabeza gacha.

- Noi , levántate, anda –le dijo sin acritud.

Jofre se levantó con precaución, eludiendo su mirada. Se colocó frente a él, pero cabizbajo.

-Por favor, mírame. Te prometo que no te haré ningún daño –le pidió Dalmau al chico que levantó lentamente la cabeza, enseñando unos ojos enrojecidos, tristes y recelosos.

-No me gustan los maricas. En eso no tienes ninguna culpa. Lo que me molesta, lo que me duele es tu falta de hombría. Me lo has ocultado todos estos días.

-¿Y cómo querías que actuase? Si te enterabas, lo más probable era  que me echases a patadas.

-Claro, por eso escogiste ponerte en la boca del lobo. Ahora entiendo el beneficio de ser mi profesor particular. Debía encantarte jugar con mi polla, sobre todo viendo lo rematadamente estúpido que puedo llegar a ser.

-No, no es cierto. Claro que siempre me has gustado mucho. ¿A qué gay no le encantarías? Pero no me aproveché nunca. Fuiste tú el que me obligó a hacerte pajas o a chupártela.

-No recuerdo que te quejases demasiado. ¡Embustero!

-Si eso es lo que crees, lo mejor es acabar con todo. Ya se lo diré yo a Gonzalo.

-No, no, en absoluto. Seguiremos con las clases. Me has engañado, pero sólo contigo aprobaré el curso. Necesito competir en el torneo. Me da igual lo que seas. Continuaremos como hasta ahora, pero no te preocupes. A partir de mañana, te pagaré las clases. No quiero favores de ti. Y no sufras, no volveré a reclamarte que me toques ni un solo pelo.

Dicho esto, Dalmau se alejó. Sentía que si alargaba mucho más la discusión, le dominaría la rabia y acabaría lamentándolo. Estaba muy dolido. Jofre, a quien ya consideraba como uno de sus mejores amigos, le había engañado. Habían compartido tantos momentos, lo había ayudado tanto en sus progresos académicos, se sentía tan cómodo a su lado… ¿Cómo podía haber sido tan tonto para confiar en él? Los pensamientos se arremolinaban en su cabeza. Estaba harto de todo eso. Empezó a correr tan rápido como podía para evadirse de sus problemas. Sus piernas iban a todo gas sin motivo, o quizás sí: intentar dejar atrás todo lo sucedido esa tarde. Concentrado solo en la carrera, faltó poco para arrollar un hombre gafudo y calvo que salía de su coche, y que le gritó. Él no se detuvo, siguió corriendo veloz y sin descanso. Cuando llegó a casa, se encerró en su cuarto. Le había llamado Blanca. Hoy no le telefonearía. No podía. Tampoco bajaría a cenar. Se acurrucó en su cama y en el escritorio vio el maldito sombrero de la suerte de Jofre que aún no le había devuelto. Saltó del lecho y lo agarró para estrujarlo, pero a los pocos instantes lo dejó caer. No podía más. Sus ojos se humedecieron. Acabó llorando.

Mientras tanto, Jofre caminaba con rumbo incierto y a la deriva. Recordaba las tristes escenas de esa tarde, la más negra de su vida. Primero, el ataque furioso de David y después, la andanada final, la más terrible. Dalmau había descubierto la verdad y ahora lo despreciaba. Los sueños no pueden durar eternamente, y su fantasía se había hecho añicos. Su amigo Víctor le diría que era lo mejor, seguramente tenía razón pero, a pesar de ello, nunca se había sentido tan mal. ¿Por qué le habían dado la oportunidad de conocer e intimar con su príncipe azul? Hubiese preferido fantasear con él, admirarlo en la lejanía que no sentir ahora un vacío amargo y terrible que nadie más podría colmar. ¿Por qué siempre le tocaba el papel de desgraciado? Era tremendamente injusto…  Estaba tan ensimismado en sus pensamientos que no se fijó en el chico que salía del cine cercano y se le aproximaba.

-¡Hola Jofre!

-¡Hola! –respondió sorprendido, intentando mudar su semblante.

-¿Y esa cara? ¿Qué te ha pasado? –le preguntó Pep, su compañero de clase. Era difícil ocultar el rastro de una tarde con tantos sinsabores.

-Nada, no te preocupes. Si no te importa, prefiero estar solo.

-No te dejaré solo así. ¿Adónde vas?

-No lo sé… Les he dicho a mis padres que llegaría tarde.

-Ven conmigo a mi casa. Estoy solo. Los míos están de congreso. Te invito a cenar.

-No sé… no tengo ganas de hablar.

-Te prometo que no te haré ninguna pregunta. Además, no es ninguna molestia. Mi madre siempre prepara comida para cinco y es una cocinera estupenda.

Finalmente Jofre accedió y se fue con Pep. Su casa no estaba muy lejos. Pasaron rápidamente a la cocina, donde el invitado devoró con fruición algunas de los platos preparados que guardaba el frigorífico. Con el estómago lleno, Jofre estaba un poco más animado, aunque no dijo una palabra de lo que le había ocurrido. Más tarde se sentaron los dos en el sofá del salón. El anfitrión lo miraba un tanto preocupado. Se desvivía para que recuperara su ánimo, pero poco podía hacer sin saber qué le pasaba. Al final, optó por callarse. A veces, una mirada o un gesto eran mejor medicina que cualquier discurso.

Pep puso su mano sobre el cuello de su colega y empezó a masajearlo suavemente. Su amigo no hizo ningún gesto de desaprobación, al contrario se aproximó un poco más para facilitarle la tarea. Le gustaba Jofre y, viéndole tan desvalido, quería hacer todo lo que estuviera en su mano para que se recobrase pronto.  El masaje en el cuello dejó paso a las caricias en los brazos que también acogió con gusto.

-¿Te incomodo?

-No, en absoluto –respondió el chico, deseando solo concentrarse en las caricias de su amigo que mitigaban los momentos amargos y dolorosos vividos una hora antes. Ese masaje le recordaba el de Oriol en la playa, aunque era muy diferente, más calmado y relajante, a lo que contribuían los susurros de Pep que le sosegaban. Sintió los labios que mojaban su cuello y saltó com un resorte:

-¡No, por favor, en el cuello, no!

Él lo miró, un tanto sorprendido, pero cambió la sorpresa por una sonrisa afable. Entonces Jofre acercó su cabeza y besó la mejilla del chico. Después rozó su boca. Dalmau nunca había querido besarlo, y él deseaba recibir el sabor de otros labios. Pep no lo rechazó, juntó su boca con la suya. Besos pequeños, lentos y tranquilos, pero que parecían no tener fin y que, combinados con los dedos y aquel par de luceros brillantes que iluminaban el rostro del anfitrión, aumentaban la temperatura de Jofre.

-¿Te desabrocho la camisa? –le preguntó a su huésped, indeciso.

El chico asintió con la cabeza, sonriendo. No hubiera pensado que Pep fuese tan cariñoso. Le encantaba ir notando como su pecho era liberado de la tela que lo revestía y esos dedos alargados se movían delicadamente por el tórax Recorrían los dedos de Pep el tronco y los brazos, y descansaron en sus tetillas, con aureolas y pezones rosados y pequeños. Humedeció las yemas antes de rozar las puntitas de su pecho. Empezó frotándolas delicadamente para después substituir los dedos por los labios. Una vez erizadas, no suspendió sus atenciones a los pectorales sino que intensificó aún más sus caricias, acompañado por los suspiros  cada vez más audibles que exhalaba su propietario. La boca de Pep no conocía el reposo, ahora chupaba los pezones, ahora lamía el cuello, ahora le besaba…

Pep quiso acariciar su abdomen, pero Jofre apartó su mano. Prefería que no tocase esa zona. El chico aceptó su negativa y dirigió su mano de su amigo hacia su cintura y después, a la bragueta del pantalón.

-¿Puedo?

-Sí, sisplau –dijo Jofre, entre sollozos.

Manoseó la bragueta abultada del chico, y en menos de un minuto le había bajado los pantalones hasta sus rodillas. A duras penas el slip podía tapar la verga maciza del empollón. Retiró el calzoncillo para contemplar sin impedimentos la bonita tranca de Jofre. La cogió entre sus dedos. Era suave, no se le marcaban las venas y el glande mostraba un generoso capuchón de un color rosado homogéneo. Rodeó la columna carnosa con su mano y empezó a moverla arriba y abajo mientras con la otra mano jugaba con sus huevos. Quiso explorarle el culo pero Jofre se negó. El movimiento de la polla era cada vez más rápido e intenso. El chico no cesaba de gemir y a Pep le encantaba notar la excitación de su compañero. Al final, comenzó a manar rica leche de ese caño rosado que Pep probó con gusto. Después se acostó a su lado para darle un nuevo beso y permanecieron unos minutos en silencio.

- Gràcies , Pep

-No hay de qué. Me ha gustado hacerlo… ¿Me dejas que te de un consejo?

-Sí, claro.

-Me parece que tu mal viene de aquí –le dijo señalándole el corazón- y debes tener cuidado.

-No…

-Jofre, la marca del cuello no es una herida. Ten cuidado. Folla con quien quieras, pero escoge bien de quien te enamoras. Hace un año quedé colado por un guaperas. Bebía de su mano, me llevaba por donde quería hasta que se cansó y me apartó, con bronca y todo, y sin ningún remordimiento. Lo pasé fatal.

Jofre no le contestó. Sólo pensaba en los dos capullos de la tarde. David era un asqueroso hijo de puta y Dalmau le había recriminado sus supuestas mentiras. Debía hacer borrón y cuenta nueva. Sacarse la espina del chulito rubio y buscarse otro tío. Pero lo tenía tan metido en su cabeza que no sabía cómo. Debía detestarlo para liberarse de su embrujo. Él lo había rechazado, pues… ¡a la mierda con él!


En el capítulo que aparecerá, si no hay contratiempos, a principios de octubre veremos cómo cambia la relación entre Jofre y Dalmau, y aparece un posible substituto… Como siempre, siento la obligación de agradeceros vuestra fidelidad, y elogiar a los que decidís introducir algún comentario. Uno escribe desde su torre de marfil, en mi caso una habitación que da a un balcón de un patio interior bastante tranquilo, y encuentra muy estimulantes las respuestas desde el otro lado.

A reveure, cordialment ,

7Legolas