Jofre, Dalmau y otros (11)

Jofre llega tarde al instituto y, sin posibilidad de asistir a la primera hora de clase, vivirá una experiencia mucho más peligrosa y excitante. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XI:  El retraso

Sólo le faltaban pocos metros para llegar cuando oyó el cierre la puerta del instituto. Se abalanzó sobre ella, aporreando la madera, pero no recibió respuesta. Había llegado seis minutos tarde y se perdería la primera clase. Siempre llegaba pronto, pero ayer, con los trabajos de David por medio, fue a dormir pasadas las dos de la madrugada, y esa mañana no había dios que lo levantase.

- Bon dia , Jofre. ¿Tú llegando tarde? ¡Qué raro! -le saludó David a pocos metros, caminando con toda calma, con una sonrisa burlona- No sufras. Ahora nos dejarán pasar. El conserje apuntará tu nombre, nos acompañará a la sala de estudios y allí trabajaremos en silencio hasta la segunda clase.

-Veo que eres todo un experto en llegar a las tantas.

-Menos cachondeo. Al menos yo sé de qué va la historia. Siempre conozco el terreno que piso. No soy un paleto como tú.

Pocos minutos después, abrieron otra vez la puerta, y siguieron el guión anunciado por David. Jofre subía el primer tramo de las escaleras cuando fue agarrado del brazo por su compañero.

-¿Qué haces?

-Tú calla y sígueme.

-¿Pero qué dices? La sala de estudios está en el primer piso y el conserje ha dicho que…

-No te enteras de nada. ¿Viene con nosotros el conserje?  No, ni aparecerá hasta el cambio de clase. Hoy es miércoles y está demasiado atareado con las cartas de dirección.

-Pareces estar muy bien informado. Lástima que tus notas no sean tan excelentes.

-Pasaré por alto tu comentario. Ser educado y amable con las personas convenientes abre muchas puertas, pero deja de gastar saliva que quiero que te la reserves para mi polla.

-Para el carro, tío. No pienso repetir lo de ayer. Además, Dalmau ya está aquí.

-¿Ah sí? Pues no lo veo. Tomátelo como una despedida. Hoy el capitán me pedirá el parte de estos días. Si quieres puedo serle sincero. Sólo depende de ti.

Jofre no respondió y David volvió a agarrarle por el brazo, llevándolo sin esfuerzo hasta el compartimento construido aprovechando el hueco de la escalera.

-¿Qué hay ahí?

-El cuarto de mantenimiento. Está abierto, ¿lo ves? No vendrá nadie hasta la hora del patio. Aquí estaremos tranquilos.

-Pero, tío, tú vives en otro mundo. Puedes conocer todos los tejes manejes del instituto, pero esto pasa de castaño oscuro. No pienso meterme en este agujero. No quiero más problemas de los que ya tengo.

-¿Crees por un momento que no sé lo que me hago? No vuelvas a replicarme porque ya me estás cabreando.  ¡Entra o te rompo la cara, joder!

De mala gana Jofre se internó en el habitáculo. No podía hacer otra cosa. Tenía claro que a David no le importaría revelarle al capitán su secreto, es más, probablemente incluso lo estaba deseando. Tan macizo y tan cabrón. Lógicamente el compartimiento era pequeño, lleno de repisas con cables, herramientas y tornillos. La luz mortecina iluminaba una mesa sucia cubierta de papelotes, y en la única pared libre de estantes, al lado de una pizarra desvencijada, un calendario de tías en bolas. David cerró la puerta y le ordenó que se quitase pantalón y calzoncillos. Eso le extrañó ya que variaba la escena de su primer encuentro en el lavabo. Receloso, se tomó su tiempo pero observó como el morenazo, sin remilgos, se desabrochaba el vaquero, bajándoselo hasta media pierna así como el short azul marino. Se notaba a las claras que le gustaba el futbol porque tenía unos muslos potentes y definidos. Entre las piernas volvió a ver un  viejo conocido aunque estaba muy dormido. Optó por no desprenderse de la ropa sino llevarla como David, quien se colocó, apoyándose de espaldas a la mesa, dispuesto a recibir una deliciosa mamada para empezar bien el día.

  • No te creas que deseo tocarte la polla. Sólo es una medida preventiva. No quiero que me la juegues –le dijo al empollón, dibujando una sonrisa confiada y triunfal- Cuando quieras, mamoncete. Esmérate con la mano, primero.

Jofre se colocó a su lado. Era un desgraciado, pero estaba muy bueno. Ese rostro armónico, de piel morena, con el cabello corto y las cejas marcadas de un negro intenso sobre ojos azabache, y esos pectorales prominentes ocultos a duras penas por el polo verde hierba que vestía… Sí, sin duda era un buen ejemplar aunque esos ojos no transmitían ninguna calidez; ojos duros y fríos que Jofre prefería no mirar.

Fijó su atención en la pija que descansaba sobre el escroto oscuro y peludo. Cogió con una mano el pequeño falo y sin prisa empezó a animarlo. Poco a poco el cimbrel fue tomando altura y consistencia. La flacidez de la picha dormida dejó paso a la creciente dureza de una polla adulta. Descubrió completamente el prepucio para ocuparse del capuchón de un tono violáceo. Era voluptuoso, con el meato en la cima de una colina redondeada y deliciosa que finalizaba en los bordes que lo comunicaban con el fuste enhiesto. Con los dedos recorría la superficie lisa y combinaba la suavidad de las yemas con la dureza de la uñas que arañaban ligeramente el glande y que provocaban en David pequeños temblores de placer.

La verga, que ya había alcanzado un volumen notorio, era preciosa, pero no le traía recuerdos dichosos. Todavía tenía la garganta resentida de ayer cuando se le clavó como una estaca. Tal vez si se esmeraba con la paja conseguiría eludir el ataque brutal. Escupió saliva en su mano que extendió por el largo miembro a fin de lubricarlo. Le encantaba mojar la suave carne con lo que sus dedos se deslizaban ligerísimos por toda la tranca. Agarró la polla con decisión, iniciando el consabido movimiento de arriba abajo que repetía sin descanso pero sin demasiada rapidez, frotando con el pulgar el sensible frenillo. Le gustaba mover sus dedos en esa columna de carne, surcada por venas potentes, sintiendo su calidez.  No se olvidaba de los cojones que retenía con la mano izquierda, acariciándolos y pasándoselos entre sus dedos. Era curioso. Tenía muy presente el dolor vivido, pero aún así deseaba poder besar ese  monumento viril. Rechazó la idea, no le daría ni un beso al capullo. No quería pasar otra vez por lo del día anterior. Con la práctica de los últimos meses, el chico había mejorado su técnica, y la cara de David, con la boca semiabierta  y la respiración entrecortada daba buena fe de ello. Se sentía poderoso, viendo la reacción de su compañero que por un rato había abandonado su aire altivo de perdonavidas, concentrado sólo en gozar del placer.

-Para un momento que no quiero correrme todavía –le dijo David, cogiéndole con fuerza el brazo -Te veo un poco desnutrido. Ahora te daré de comer un elixir blanco de mi invención. Ya lo probaste ayer. ¿Delicioso, verdad?.¿A ver esa boquita?

Jofre permaneció con la boca cerrada y el tono jovial de David se esfumó.

-Abre la boca, noi . No voy a forzarte ni te lo repetiré otra vez. ¿Recuerdas lo que está en juego?… Bon noi . A ver –le dijo mientras le examinaba con atención dientes y lengua  -Muy bien, está limpia. Tengo ganas de otra follada bucal, pero hoy no me andaré con sutilezas.

-¿Sutilezas? –pensó Jofre- Ese tío era un borde integral. Debía romperle la polla con los dientes y arrancársela de cuajo. Seguro que las decenas de furcias que en el futuro pasarían por su cama le estarían muy agradecidas.

El empollón se arrodilló para ponerse a la altura del miembro de su compañero que no dejaba de tocárselo para no perder su rigidez. Dieciocho centímetros de carne joven le estaban esperando. David dejó de apoyarse en la mesa. Lo miró satisfecho y con sonrisa despectiva, colocó la polla a pocos centímetros de la boca del pringado. Jofre veía el glande violáceo, brillante por el líquido preseminal que le caía por los bordes. Sin preámbulos, David le endosó con furia la polla en la garganta. El chico se atragantó, tenía ganas de vomitar con aquella invasión fálica brutal, pero el agresor no se inmutó. Fiel a su propósito, entraba y salía de la garganta, a un ritmo vivo, con el objeto de conseguir el máximo goce, indiferente a los ojos y los ademanes nerviosos de su compañero. La garganta le escocía horrores, quería escapar de ese ariete salvaje e implacable que, aún con las puertas abiertas, continuaba sus embestidas sin cuartel. Sentía los pelos del escroto en su barbilla por lo que al menos tenía claro que no seguiría avanzando, pero estaba hastiado de esa pollaza frenética que le machacaba la garganta.

Finalmente, después de unos minutos que se le hicieron interminables, Jofre sintió cómo se aflojaba la presión interior. David retiró parcialmente la polla, dejando tan solo el glande en la boca de su compañero. Éste, por fin medianamente aliviado, miró el rostro del malnacido, con los ojos semicerrados, completamente absorto, disfrutando de la mamada, con las manos dentro de la camiseta, acariciándose sus desarrolladísimos pectorales. Unos segundos después notó unas contracciones en el vergón y el elixir davídico empezó a fluir. Se le escapaba por la comisura de los labios, cayendo sobre el suelo sucio y oscuro. David sacó la polla para volverla a cobijar en el short. Jofre se levantó para subirse sin estrecheces calzoncillo y pantalón.

-Vaya con la rata de biblioteca, o mejor dicho, con el mariposón del aula. Sin duda eres un maricón de tomo y lomo. Mira cómo se te ha puesto la polla al lado de un macho alfa como yo.

Jofre se dio la vuelta, incómodo, intentando tapar a toda prisa el pene erecto. No admitiría ni ahora ni nunca que podía excitarle alguien tan repulsivo como David.

-¡Hasta un mamarracho como tú tiene algún atractivo! ¿Ese culo de dónde lo has sacado? –le dijo el morenazo con su acostumbrado tono burlón, pellizcándole la nalga- Sin ninguna duda prefiero las nalgas de las pibas, pero lo tuyo es un monumento. Lástima que no tengamos más tiempo.

Jofre  se apartó y se subió como pudo los pantalones, volviéndose a girar, tocando la pared, tratando de proteger su trasero.

- Noi , no te me pongas nervioso ahora. Ya ha vuelto Dalmau, el atleta perfecto, tu caballero salvador, y no tienes que tener ningún miedo. ¿Es así, no? Lástima que el capitán no tenga ni idea que te gusten los machos… No temas, cuando vuelva a verle no le explicaré tu aventura con el suspensorio rojo de su amiguito Oriol ni lo nuestro.

De repente, David saltó como un resorte para apagar la luz, susurrando a su compañero que no hiciera ningún ruido y permaneciera quieto. Jofre no entendía qué estaba ocurriendo, pero le obedeció. Pasaron unos tensos minutos hasta que David abrió ligeramente la puerta para observar el panorama.

-Ya ha pasado el peligro. Vámonos. Nos espera la sala de estudios.

-¿Qué ha sucedido?

-¿No lo has oído? Reconozco las pisadas de la gente que me interesa, y acaba de bajar las escaleras don Gonzalo.

-Veo que ya no eres tan gallito y te achicas delante del entrenador.

-No confundas la cobardía con la prudencia. No soy imbécil, y por tanto rehúyo las situaciones que no me convienen. Deberías estarme agradecido. Si llega a descubrirnos en este cuarto, no habríamos quedado en muy buena situación, en un lugar prohibido y con semen en el suelo.

Después de limpiar los restos del encuentro amoroso, salieron sin problemas del habitáculo. No hablaban. Jofre miraba a David. Destacaba por su físico, de los mejores de la clase; sin embargo, era muy diferente de cualquiera de sus compañeros. Maestro del disimulo, astuto y calculador, parecía controlarlo todo y no dar ningún paso en falso. Aunque lo detestaba no deseaba tenerlo como enemigo.

Llegaron a la sala de estudios cuando faltaban diez minutos para el cambio de clase. Al entrar, otros chicos que habían llegado tarde estaban hablando y el caradura de David se permitió amonestarlos. La dirección había dispuesto la sala no para haraganear sino para aprovechar el tiempo. Jofre se ponía enfermo: ¡Cómo podía tener tanto morro! Lógicamente nadie le replicó. David era elocuente, pero además sus macizos pectorales constituían un clara advertencia que, a las malas, el tío tenía las de ganar.

-Soy un alumno modélico. Estoy satisfecho: ya he cumplido con mi buena obra del día. Estos niñatos estudiarán unos minutos para ser el día de mañana unos hombres de provecho –le dijo a Jofre, con sorna, antes de sentarse a su lado.

Poco después tocó el timbre que señalaba el fin de la clase. Jofre no perdió ni un segundo. Tenía muchas ganas de volver a ver a su compañero de pupitre. La única pega era David. No estaba seguro que cumpliera su parte del trato. En el pasillo vio a Dalmau, tan hermoso y atlético como siempre, que les miraba sonriente y se  aproximaba.

-¡Hola, Jofre! Por fin llegas. Esta mañana me ha sorprendido no verte, y tampoco a David. ¿Algún problema?

-No, nada. Simplemente, nos hemos dormido.

-Me alegro mucho de veros. Es fenomenal tener dos días sin clase, aunque pasarlos con toda la familia tampoco es mi ideal de vacaciones.

Jofre entró en el aula, pero Dalmau no le siguió. Permaneció en el pasillo, se llevó David a una zona sin moscones y estuvieron hablando unos minutos. El empollón no podía oírlos y decidió no imaginarse conspiraciones contra él. David le había prometido que mantendría la boca cerrada.

No se demoraron mucho. Pronto volvía el adonis rubio, con esa sonrisa seductora que rompía corazones, pero también con el ceño fruncido, y eso no le gustaba.

-David me ha comentado que estos días han sido bastante tranquilos.

-Sí, sin novedad en el frente, capitán.

-Bueno, para ti no. Ayer pasó lo del lavabo…

Jofre se quedó alucinado. Ese desgraciado le había explicado la mamada a Dalmau. No podía ser cierto. Debía estar soñando.

-No es verdad. Yo no he... –respondió rápido, intentando calmar el temporal que se le venía encima.

-No te entiendo, noi . ¿No puedes admitirlo? No pasa nada porque ayer te sentara algo mal y te encontrase en el lavabo vomitando. ¿Ya estás repuesto?

-Sí, sí, perdona. Estoy perfecto, sólo un poco agobiado con los trabajos y los exámenes. No sé lo que me digo.

-Tuviste suerte que David pasara por allí.

El día transcurrió sin más novedades. Con la principal, el regreso de Dalmau, el empollón estaba feliz. Lástima que el entreno de futbol había obligado a aplazar sus clases particulares por un día. Parecía que las aguas volvían a su cauce. David no era tan malo como creía aunque algo le intranquilizaba. Tal vez era demasiado suspicaz pero le gustaría saber qué le había contado exactamente al rubiales de su incidente en el lavabo. De hecho, David podía haber omitido cualquier referencia a ayer. ¿Lo había hecho para ponerle nervioso y que él mismo se delatara ante el capitán?  En realidad, poco le había faltado. No, David no podía ser tan retorcido.


A mediados de agosto, si no se me complica,  saldrá el capítulo 12, que situará la acción en un día concreto del calendario, el 23 de abril, fiesta de san Jorge. Por Sant Jordi en Cataluña hombres y mujeres se intercambian regalos: libros y rosas. Nuestro instituto no será inmune a la tradición. Gracias por –en palabras de uno de vosotros- estar enganchados a la historia, y por valorarla y comentarla positivamente. Sin vosotros no seguiría escribiendo.

A reveure,

7Legolas