Jofre, Dalmau y otros (10)

Dalmau, un chaval de 17 años, debe compartir alcoba con su tío segundo. Los dos recordarán esa noche durante mucho tiempo.

Capítulo X: En familia

-¿Señorito Dalmau, de verdad no le importa dormir con el señor Durand? La casa es grande pero el difunto señor tenía muchos parientes, y …–dijo excusándose Odette, la venerable ama de llaves.

-Señora,  no se preocupe. Ya se lo he dicho: Estoy acostumbrado a compartir habitación en los torneos de fútbol y en los campamentos.

-Bueno, pero es que en este caso, compartirán lecho. De todos modos, es una gran cama de matrimonio. No se molestarán en absoluto

-Ningún problema, señora. Yo me meto en la cama y a los cinco minutos duermo como un lirón.

-Muchas gracias, señorito Dalmau. Ojalá todo el mundo fuese tan comprensivo… Sígame, por favor.

A pesar de su edad, la mujer caminaba y subía las escaleras con energía. En el segundo piso, se detuvo delante de una puerta.

-Ésta es su alcoba. Espero que disfrute de su estancia… Ah, mire, aquí llega su compañero de habitación.

Se acercaba por el pasillo Pascal Durand, un tío segundo del chico. Rozaba la cincuentena, soltero, de estatura media, nariz chata y el cabello en franca retirada.

-¿Tú debes ser  Dalmau? ¿No sé si te acuerdas de mí? –le dijo dándole la mano.

-No, la verdad es que no.

-No es extraño. La última vez tú debías tener cinco o seis años. No he visto a tu hermano mayor.

-Oleguer está estudiando en el extranjero, en Grecia. No podía venir.

-Bueno, señores, yo les dejo. No duden en llamarme para cualquier cosa que les sea menester. Buenas noches.

El ama de llaves bajó las escaleras mientras Dalmau y Pascal entraban en la habitación amplia, dominada por una gran cama de madera de estilo modernista. Dos armarios enormes y centenarios ocupaban una de las paredes  Desde el dormitorio se accedía a un cuarto de baño pequeño con ducha.

-Creo que a Oleguer le hubiera reconocido, pero a ti no. Eras un niño y ahora estás hecho todo un hombre. Debes practicar mucho deporte.

-Sí, todo lo que puedo: fútbol, hockey sobre patines, rugby, atletismo, natación... Todo  me gusta y se me da bastante bien –respondió Dalmau mientras se sacaba la americana y la corbata.

-Me lo creo. Tienes un tipazo. Seguro que las chicas no te dejan en paz.

-Sí, tengo todas las que quiero –dijo el chico con suficiencia, desabotonándose la camisa del traje. –¡Ufff, qué alivio! Estaba harto de llevar esta ropa. Voy a pegarme una ducha.

Dalmau se quitó zapatos, calcetines y pantalón antes de entrar en el cuarto de baño vestido sólo con un bóxer gris ajustado que marcaba un prometedor bulto en la bragueta y  un contundente trasero. Pascal se quedó de pasta de boniato ante la aparición de un ángel casi desnudo en su alcoba. Desde que lo había visto en el entierro, no pudo apartar la vista de ese chico. Impactaba la melena rubia y esa cara de modelo, y el traje oscuro que llevaba no conseguía ocultar su figura imponente. No había podido hablar con él, pero ser el hijo soltero del difunto le daba una oportunidad de conocerlo mejor. De vuelta a la casa de sus ancestros, se había ofrecido a compartir su cama con ese pariente lejano. Estaba obligado: debía cumplir con los deberes de la hospitalidad.

Pascal se puso el pantalón de pijama, pero prefirió dejar el pecho al aire. Si todo iba como planeaba, esa noche no pasaría frío. Se sentó en la cama esperando a Dalmau. Al rato salió con una toalla anudada a su cintura. Estaba de vicio, con su pelo mojado, y aquel torso alucinante.

-La ducha me ha sentado de maravilla. Voy a dormir la mar de relajado.

-Seguro. Esta cama es la más cómoda de la casa. Lo sé por experiencia. A propósito, ¿sabes que tu madre había dormido en esta habitación cuando era niña? Le llamaban la princesita. Era muy bonita. Tú me la recuerdas. Sin duda has heredado su belleza.

-¿Sí?-dijo Dalmau un poco sorprendido por el comentario de su tío segundo. No quiso seguir la conversación y decidió ponerse el pijama. Abrió la maleta, pero el pijama no aparecía por ningún lado. Se lo había olvidado en casa. Molesto consigo mismo, cogió un calzoncillo, y cerró abruptamente la maleta.

-Mierda, me he dejado el pijama. Seré tonto… ¿No tienes otro, verdad?

-No, pero no te preocupes. Estamos entre hombres. Duerme como te plazca. A mí no me importa, como si quieres dormir desnudo.

-Me pondré el calzoncillo. Gràcies .

Pascal estaba contento. Tenía a su vera un mocetón muy atlético en paños menores. Ni en sueños hubiese creído posible compartir la noche con un chico que tenía poco más de un tercio de su edad, pero con el cuerpo de un hombre hecho y derecho. Se metieron en la cama, uno por cada lado. El lecho era grande, por lo que podían dormir sin tocarse siquiera.

-Espero no molestarte. Dicen que a veces me muevo bastante. Al menos, duermo como un tronco y no ronco –dijo Dalmau, sonriendo amable y mostrando sus dientes blancos impolutos y perfectos -¡ Bona nit , tiet !

Bona nit ! –respondió Pascal. Esa noche sería larga y el señor Durand no tenía ni pizca de sueño, centrada toda su atención en el otro lado de la cama y envidiando las sábanas que cubrían el cuerpazo de su sobrino segundo.

Había pasado media hora cuando susurró el nombre del chico. No escuchó nada. Lo llamó otra vez un poco más fuerte, pero no recibió respuesta. Parecía que por fin estaba en brazos de Morfeo. Durmiendo, Dalmau se había desplazado un poco hacia el centro del lecho. Pascal se acercó con cuidado. Lo tenía ahora muy cerca, y aunque estaba de perfil, vuelto hacia su lado, no podía admirar su bello rostro, medio tapado por los brazos que agarraban la almohada. Pascal descubrió un poco la sábana y con ello pudo admirar la parte inferior de su pecho. La bajó un poco más y pudo observar los abdominales que, aún descansando, parecían estribaciones rocosas, llenas de entradas y salientes. Acercó su mano temblorosa hacia aquellas maravillas. Estaba muy duro. Rozó otra vez el vientre del muchacho. Muy firme y al mismo tiempo, suave.

Miró hacia la cabeza del chico, pero el angelote dormido no se había inmutado. Entonces sus dedos se dirigieron hacia el hilo de vello que nacía en el ombligo y seguía cuerpo abajo hasta sus genitales. Lentamente fue descendiendo por esa senda hasta topar con el pequeño calzoncillo blanco. Todo continuaba tranquilo. Bajó aún más la sábana hasta medio muslo. Tenía ante él un cuerpo perfecto, y el bultazo que se adivinaba bajo la ropa interior iba a ser suyo. Tocó levemente los muslos abombados que, incluso en reposo, estaban duros, con los músculos bien definidos. Subiendo lentamente, su mano se situó muy cerca de la entrepierna. Con un dedo acarició suavemente la parte que cubría los huevos. Grandes y compactos. Aquello era una pasada. Pascal humedeció sus dedos que empezaron a mojar el algodón del calzoncillo. Estaba muy ansioso. No podía esperar más y lenta y suavemente bajó la prenda para liberar el tronco de carne. Un espectáculo maravilloso ante el cual no podía permanecer ocioso, debía venerarlo.  Cuando lo tocó por primera vez, el chico se movió un poco, pero sus ojos continuaron cerrados.

Después de un momento de vacilación su mano cogió el cipote y destapó el prepucio. Un amplio cabezón rosado le salió al encuentro. Era precioso: grande, de piel lisa y firme. Con la yema del pulgar rozó con delicadeza ese capuchón prominente y muy pronto otros dedos se unieron a la fiesta. No se cansaba de tocarlo y con sus estimulantes caricias, el carajo iba aumentando de volumen. Escupió sobre el glande y fue esparciendo la saliva por la cabeza y el  grueso tronco. El corazón le latía con fuerza, pero no podía detenerse. Ahora no. Tenía delante un pastel de carne suculento y debía hacerle los honores.

De reojo volvió a mirar la cara del adonis. Todo seguía igual. Los ojos cerrados y la respiración tranquila. ¡Dios, cómo podía ser tan guapo! Pero no tenía bastante con contemplar tanta belleza y se concentró otra vez en la entrepierna. Con gula sacó la lengua para lamer el rosado glande. Recorría toda su superficie con delectación, tanto la zona del agujerito de donde fluía líquido preseminal hasta el frenillo y los bordes pronunciados que conectaban con el macizo tallo. Sentía como palpitaba esa vigorosa palanca de placer. Como embrujado abrió la boca para engullir el cabezón. Delicioso. No tuvo bastante con ese pedazo de carne y lentamente fue devorando el grueso tronco que parecía dotado de vida propia, con leves estremecimientos a medida que iba desapareciendo dentro de las fauces de Pascal. El tío segundo tenía que aplicarse para tragar todo aquello. La experiencia es un grado, pero aún así no era una tarea nada  fácil. Le gustaba esa bestia ocupando su garganta, pero quería disfrutar mucho más.

Se sacó el cañón carnoso de la boca. Tenía delante un obelisco lascivo, macizo, altivo y chorreando saliva. Ahora conseguido su máximo volumen, lo utilizaría como taladro de su culo. De todas maneras, antes de empezar la operación y viendo el grosor de la herramienta, abrió el cajón de la mesilla de noche en busca de crema lubricante. La aplicó con generosidad en su ano y en toda la máquina perforadora.  Dalmau seguía de perfil. Con esa postura el tío podría introducir la estaca entre sus nalgas sin necesidad de apoyarse en el chico. Esa polla le volvía loco. Era tan gruesa y dura que aquello no parecía un trozo de carne sino un tubo de hierro. Se colocó  de espaldas al semental y con las manos cogió el taladro para empezar a perforar su anhelante culo. Sostuvo el pollón en su ano mientras su culo presionaba hacia atrás para ser ensartado por la gran estaca. Con dificultad consiguió que el cabezón penetrara el ano, y muy lentamente se iba acostumbrando al tamaño del aparato. La operación era complicada pero muy estimulante. Todo él estaba pendiente de ese magnífico carajo invasor.  Sus entrañas iban siendo exploradas por ese martillo. Aunque su culo estaba ya acostumbrado a esas lides, le dolía bastante, pero no le importaba. Pocas veces se había sentido tan lleno. Disfrutaba de cada avance de ese vergón.

De repente, algo lo trastocó todo. Notó un dolor y una fortísima presión en su cabeza.

-¡Hijo de la gran puta! ¿Qué coño estás haciendo? –dijo Dalmau enfadado, agarrándole por el cabello y estirándoselo hacia atrás violentamente, mientras sacaba el glande del culo de Pascal.

-¡Aaaaaggg! Para, no me hagas daño.

Como respuesta Dalmau le dio dos hostias que hicieron girar su cara de lado a lado.

-Voy a romperte tu cara de mariconazo ¿Pero qué creías, que no me despertaría? Tengo el sueño profundo, pero no estoy muerto. ¡Cacho imbécil, so mamón, guarro de mierda!

-¡Para, por favor, para! –gimoteó Pascal, cubriéndose la cara para intentar parar nuevos golpes. -Lo siento. Para, te lo suplico.

Dalmau dejó de golpearlo y se quedó mirándolo. Pascal había intentado abusar de él, pero no podía romperle la cabeza. Era su pariente, y aunque no lo fuera, le daba lástima ver alguien así, con la voz entrecortada y los ojos temblorosos, sin intentar siquiera devolverle los golpes.

-¿Pascal, por qué lo hiciste? –le preguntó, intentando substituir su voz colérica por un tono más calmado.

-No pude evitarlo. Estás tan bueno…

-¿Qué dices, tiet ?

-Que sí, que tienes un cuerpo y una pija fabulosa, y uno no es de piedra… -respondió Pascal tapándose otra vez la cara.

-¿Y ahora qué hago? ¿Me voy a dormir a otra habitación? Lo cierto es que no creo que pueda echar ojo. Me has puesto cachondo y…

-¿Si quieres te echo una mano? –dijo Pascal, esperanzado y temoroso.

-¡Quita la mano, gilipollas! Vuelve a tocarme y te juro que te parto el cuello. No. Haremos otra cosa. Te decía que cuando me pongo cachondo a media noche, me entra sed…

Dalmau ordenó a su tío que, en bolas, fuera a la cocina y le preparara un zumo de naranja recién exprimido. Después se lo traería a la habitación, siempre en cueros. El tío estaba preocupado. La casa estaba llena de gente, entre ellos todos sus hermanos, cuñados y sobrinos. Le daba pánico que alguien lo descubriera en pelota picada la noche después del entierro de su padre. Sería el hazmerreir de la comarca durante meses. Con el máximo sigilo bajó las escaleras hasta la planta baja para atravesar dos salas antes de llegar a la cocina. No había luz. Esperaba pasar desapercibido, el único inconveniente era la exprimidora de naranjas que hacía ruido. Confiaba que nadie del servicio tuviese el sueño ligero. Llevó a cabo la operación con mucho cuidado, y cuando ya tenía listo el tentempié de Dalmau, vio encenderse la luz de la habitación contigua.

-¿Quién hay por aquí?-preguntó el ama de llaves.

-Señora Odette, soy Pascal. Tenía un poco de sed y me he preparado un zumo –le dijo desde la cocina.

-¿Quiere que le ayude? Ahora me levanto.

  • No, por favor, señora. Ya he acabado. Ya salgo. Ya apago la luz.

Nervioso Pascal volvió a subir las escaleras y llegó sin otro percance a su destino. El desgraciado de Dalmau había cerrado la puerta. Llamó suavemente para no despertar a sus vecinos.

-¿Quién es?

-¿Quién va a ser? Yo, Pascal. Abre la puerta por favor.

-Primero, pásame el zumo. Si no es de bote, te dejaré entrar.

Dalmau cogió el vaso, pero volvió a cerrar la puerta.

-Va, corre. Ya lo has revisado. Abre.

-No, espera que me lo acabe. No quiero ser maleducado y ya que lo has preparado especialmente para mí quiero saborearlo... –le respondió con toda calma, completamente ajeno a los débiles y nerviosos golpes de Pascal a la puerta. Dalmau estaba satisfecho. Ese cerdo tenía su merecido, y no le importaría que fuese descubierto en cueros por sus parientes

Unos minutos después Dalmau abrió la puerta y Pascal no tardó ni un segundo en entrar y cerrarla, tembloroso. El dios que tenía por sobrino seguía jodidamente bueno, vestido sólo con el calzoncillo que se tocaba sin ningún reparo. Era la viva imagen de la lujuria: increíblemente bello, cuerpo alucinante y un falo de escándalo, seductor y peligroso. Sus ojos azules le miraban y dibujó una sonrisa.

-El zumo no me ha calmado como esperaba. Necesitaré algo más para relajarme, tiet –le dijo, mientras intensificaba los roces en su entrepierna, sin siquiera observar su aparato, con la mirada fija en Pascal.

El tío se acercó. El chico, prisionero de su deseo, por fin le permitiría jugar con su cuerpo delicioso.

-¿Qué haces? No se te ocurra moverte porque me lío a hostias y mañana ni tus hermanos te reconocerán –le amenazó Dalmau, con unos ojos glaciales y convincentes. El sobrino no bromeaba.

Ahora sí, el mozo dedicó toda su atención a darse placer. Sus ojos se concentraron en mirar su hermanito al que despojó del calzoncillo y saludó, agarrándolo por el grueso y largo tallo. Los dedos empezaron a jugar con él. Le encantaba tocárselo. Hacía mucho tiempo que no se pajeaba por su promesa a Blanca, pero hoy era la excepción que confirmaba la regla. Estaba muy cachondo y necesitaba dar una lección a Pascal. Le encantaba acariciar sus bolas repletas de leche, pasarlas entre sus dedos. Siguiendo la costura del escroto que separaba los dos testículos llegó hasta el nacimiento de su recio tronco que, estimulado por quien más lo conocía, se erguía pujante. Adoraba sentir el grosor y la calidez de su falo, vivificado por venas que lo recorrían en toda su longitud. Con una mano se lo agarró y empezó a moverlo, oscilando arriba y abajo, mientras que con la otra se ocupaba del cabezón, presionándolo y arañando con sus cortas uñas esa piel hipersensible, lo que le producía escalofríos de placer. Se mordía los labios ante las sensaciones placenteras que se agolpaban en su cabeza. Finalmente la manguera de Dalmau empezó a escupir trallazos de leche espesa y caliente, acompañados de fuertes gemidos que no intentó acallar. Pascal estaba nerviosísimo y al mismo tiempo excitado con todo el espectáculo, pero no se atrevió a acercarse ni tan siquiera a tocarse el pene.

Acabada la paja, el adonis volvió a cubrir la tranca con el calzoncillo, ahora pringado con restos de esperma.

-Me he quedado muy a gusto. Ahora, ¡a dormir!.

Pascal iba a ponerse en la cama cuando Dalmau le advirtió, con el ceño fruncido: –No, no me has entendido. Vamos a dormir, pero tú en el suelo. Ahora necesito toda la cama... y no se te ocurra moverte. ¡ Bona nit ! … I moltes gràcies !

-¿Gracias, por qué gracias?

-Por la bicicleta de montaña Enduro que me regalarás por mi santo. Eres muy generoso, querido tiet . Que sueñes con los angelitos.


Con el capítulo 11 la escena volverá a desarrollarse en el instituto. Dalmau ya está de vuelta, pero quien no aparece por clase durante la primera hora es Jofre. Algo le sucede. Os agradezco vuestras valoraciones y comentarios benevolentes. La próxima cita será ya en agosto.

Cordialment i agraït ,

7Legolas