Jodiéndolo todo

Me mudo con una chica muy simpática, es el comienzo de una relación difícil de explicar

Siento que abre la puerta de su habitación porque de un momento a otro todo su olor se me mete en el cuerpo; pasa por el salón hacia la cocina, no levanto la mirada porque sé que me está mirando…


Había estado buscando piso durante un par de meses, la tarea puede ser aburrida, complicada y bastante desesperanzadora mientras se acercaba la fecha en la que tendría que dejar el piso en el que vivía con un par de amigos, se me estaban acabando las opciones.

Con lo último de mi esperanza fui a conocer a la chica de la que me había hablado una vieja amiga de la universidad, por lo visto estaba interesada en compartir piso con alguien para partir los gastos y tener un poco de compañía, que era exactamente mi situación.

  • Hola – me dijo mientras me estampaba los dos besos de rigor

  • Encantada, soy Ana – respondí

  • Soy Alejandra, gracias por venir a esta hora, estarás cansada del trabajo

  • No hombre, si por lo que me dijo Cristina eres un encanto y tu piso una maravilla

  • Ah, el piso está bien…  no sé si yo sea un encanto – me dijo con una sonrisa de oreja a oreja – eso ya lo decidirás tú.

El buen rollo fue inmediato, creo que cinco minutos después ya sabíamos que viviríamos juntas.

Alejandra me contó que era un par de años menor que yo, que había venido a Barcelona para estudiar su carrera y estar más cerca de su chico. Hablamos de todo y de nada, me cayó muy bien pero no me pareció particularmente atractiva aunque era exactamente el tipo de chica que me gusta: muy delgada, de pocas pero firmes curvas, y una cara de niña ingenua. Supongo que me había hecho a la idea, desde antes de conocerla, que como compartiríamos piso, ni siquiera la iba a considerar como mujer.

Yo, por mi parte le dije que había llegado a la ciudad trasladada por la compañía para la que trabajaba, después de vivir temporalmente con los chicos, y desesperada por sus dudosos  hábitos de limpieza, estaba deseando llegar a un lugar donde hacer hogar por lo menos durante el tiempo que durara el traslado.

Inicialmente no se lo dije, pero tengo más que clara mi orientación sexual y durante el último año he decidido tomarme en serio la soltería para disfrutarme a mi misma y divertirme lo más posible; haber llegado a Barcelona, donde la mayoría de mis amigos me esperaban, era justo lo que necesitaba para recuperar el tiempo perdido en mi relación pasada.

Los primeros dos o tres meses se me escurrieron de las manos, por fin cómoda y libre, pasaba el tiempo del trabajo a los bares, de los bares a la cama y nuevamente al trabajo. La complicidad y la amistad con Alejandra habían empezado desde el día uno y no hacían más que crecer, nos llevábamos genial; el fin de semana nos turnábamos para cocinar, limpiar, ir a la compra o ver películas juntas.

Supongo que por nuestra diferencia de edad y por el hecho de que Alejandra  estudiaba lo mismo que había estudiado yo, terminamos estableciendo una relación muy de hermanas en la que yo me encargaba de las responsabilidades y ella de ponerle alegría y distensión al tiempo en casa.

Ese día llegué del trabajo y todo el piso estaba a oscuras, pensé que Alejandra habría salido con su chico, pero un par de segundos después la oí llorando en su habitación. No sabía muy bien qué hacer, si bien nos teníamos confianza no quería entrometerme en sus asuntos, pero tampoco quería que llorara sola si necesitaba una persona que la escuchara.

Finalmente me decidí a tocar a su puerta

  • Ale? – dije con voz casi temerosa

  • Ana, pasa.

Entré, lloraba sobre su cama absolutamente desconsolada, me contaba atropelladamente una historia incomprensible entre hipo y lágrimas, finalmente entendí que se había peleado con su chico, le traje un vaso de agua y una caja de pañuelos, la abracé hasta que se calmó.

-          No sé cómo pude ser tan imbécil! Vine a Barcelona por él… y ahora me deja por la primera zorra que le pasa por delante– se leían en sus palabras una amargura y decepción que me partieron el corazón.

No supe qué responder, opté por volver a abrazarla, volvió a llorar.

  • No vale la pena sufrir por cabrones, cierto?

  • Cierto –  le di la razón para tratar de calmarla

  • Alguna vez te has sentido tan imbécil, tan engañada…? No se lo deseo a nadie

  • Supongo que no, pero todos tenemos nuestra historia… - era verdad, nunca me había enterado de que me estuvieran engañando pero había pasado por momentos en los que los cuernos se habrían visto como un panorama casi alentador.

  • Cuéntame la tuya

  • No hay mucho que contar – dije, pensando cómo iba a escapar de las preguntas que venían sin mentir.

  • Da igual, cuéntame – me dijo mientras se separaba de mí.

Nos mirábamos en la oscuridad, la escena tenía un tufo a pijamada adolescente que me hizo recordar que ya era una mujer adulta, que no tenía por qué esconderme y menos de una chica que conocía de un par de meses, aun así me escudé tras la ambigüedad.

  • Pues… le conocí por un amigo, creo que nos enamoramos nada más vernos. Luego vino el noviazgo, sus desapariciones, mis celos, mi rabia, su incomprensión… aunque le dejé muchas veces, volvíamos al cabo de un par de meses, así durante cuatro años.

En mi mente aparecieron los ojos de Isa… había pasado varios meses pero las dos sabíamos que no iba a ser tan fácil superarlo, aunque ahora nos separaran los muchísimos kilómetros que habían decidido el final de la relación, me costaba asimilar el hecho de que “Isa y Ana” ya no era una realidad posible, tal vez nunca lo había sido.

  • Te quedaste callada – me dijo con gravedad

  • Si… - Isa me daba vueltas en la cabeza, yo estaba muy lejos de esa habitación oscura.

  • Cómo se llama?

Sabía que venía esa pregunta o una similar, hice una mueca de sonrisa y contesté con toda calma:

  • Isabel.

Había salido del armario ante mi compañera semi-adolescente de piso y ella se lo había tomado de la manera más cotidiana posible, era hora de darle un voto de confianza...

Desde ese día nos contábamos todo, ella aun lloraba a su ex-chico y cada cierto tiempo llegaba el momento terapéutico de decirle que todo estaría bien, que conocería a alguien más, que sólo tenía que tomar la decisión de dejarlo atrás y todas las frases hechas que me habían dicho mis amigos en su día; no me caía mal repetírmelo  a mí misma mientras se lo decía.

No sé en qué momento empecé a notar cuánto me abrazaba, lo cerca que estábamos físicamente en cada momento que nos pillaba juntas pero como había decidido mentalmente que mi compañera de piso no era sujeto de mi interés amoroso la trataba como a una hermana e intentaba mandar las suspicacias al fondo de mi cabeza.