Jodiendolo todo 6

Acepté con tristeza que no podía vivir intentando que estuviéramos bien, ya se acercaría ella cuando quisiera

Al día siguiente me levanté mientras Alejandra dormía y puse el café; me senté tranquilamente en el comedor a pesar, café y cigarro en mano, qué significaba todo lo que estaba pasando en esta casa. Desafortunadamente ya no parecía posible recuperar la amistad como había sido en un principio, lo de echar un par de polvos de vez en cuando no me molestaba pero no me daba la sensación de que estuviéramos teniendo sexo casual, y yo tenía claro que no quería pasar de estar felizmente soltera a vivir en pareja; aparte nunca he sido muy fan de las chicas heterosexuales confundidas, normalmente se aclaran de formas bastante egoístas. Me sentía absolutamente acorralada por una situación que no había propiciado, de nuevo cabreada con Ale pero sobre todo y conmigo por responder a las provocaciones, estaba pensando de una forma desesperantemente circular cómo salir de esta situación, sólo se me ocurrió sentar mi posición y que ella escogiera qué hacer.

Ale se levantó, mientras iba al baño le serví una taza de café, la esperé sentada en el comedor, era hora de actuar como adultas.

  • Qué tal? – le señalé la taza de café.

  • Bueno… bien – la agarró pero empezó a beber parada.

  • No te sientas?

  • Pues… no sé, por qué?

  • Creo que tenemos que hablar – dije lo más casualmente que pude

  • Ya… - se sentó – hablemos

  • Me… - empecé escogiendo las palabras lo mejor que pude – siento completamente afortunada de haber dado con una persona como tú, sabes que compartir piso contigo y esta amistad han significado mucho para mí. – la vi sonreír nerviosa – No sé qué te ha pasado en estos días y supongo que si quisieras decírmelo, ya lo habrías hecho… sea lo que sea lo respeto pero creo… - empezó a costarme trabajo, ya no tenía tan claro lo que diría – por lo que pasó anoche y… pensé que lo mejor sería decirte…

  • No es nada tan importante, lo sé – busqué sus ojos para saber con qué intenciones me lo decía pero me sostuvo la mirada fríamente.

  • Bueno, no sé, pero no quiero que afecte nuestra amistad… ni la convivencia

  • Eso está claro – dio un sorbo a su café, era el silencio más incómodo del mundo – bueno… si eso es todo…

  • No, ven acá – me levanté para abrazarla, joder que desastre! Hablar con esta tía era lo más cercano a la imposibilidad total. Nos abrazamos, traté de mirarla a los ojos pero me apartó la vista, la tuve así un momento mientras entendí que no servía de nada obligarla a abrirse si estaba claro que prefería permanecer cerrada e inaccesible, acepté con tristeza que no podía vivir intentando que estuviéramos bien, ya se acercaría ella cuando quisiera.


Podría contar una a una las casualidades que nos llevaron a la cama tantas otras veces a lo largo de los siguientes meses, mientras nos manteníamos en un régimen de silencio; de día éramos distantes compañeras de piso con brillantes momentos de amistad, algunas noches se nos iba de las manos la situación y terminábamos en la cama. Para mí eran polvos frustrantes porque se quedaban siempre en un desahogo superficial de la tensión que había en el ambiente, para liberarnos más que para compartir. Sé que Alejandra lo pasaba tan mal como yo, luego durábamos a veces días sin vernos o solamente saludándonos; si la madrugada del sábado me pillaba borracha (o a ella), bien podíamos terminar en la cama, follando en silencio para luego dormir solas.

Sus viajes a casa de sus padres empezaron a hacerse frecuentes, cada vez que volvía la notaba más decaída, pero como no me contaba nada supuse que no quería compartirlo conmigo, con pena acepté que nos habíamos convertido en un par de extrañas, así que volví a salir con otras chicas, acogiendo las tesis de mis amigos para diluir las inquietudes que me despertaba mi queridísima compañera de piso. No pensé jamás en dejar el piso, habíamos asumido un compromiso a un año y pensaba honrarlo a menos que ella me pidiera lo contrario, que nunca sucedió.

Un lunes de puente Alejandra regresaba de casa de sus padres, yo estaba sentada en el sofá leyendo unos documentos del trabajo. Como era costumbre nos saludamos con pocas palabras y seguimos a nuestro aire. Luego de un rato vino a sentarse a mi lado.

  • Ana?

  • Dime

  • Hablamos un momento? –  se la veía cansada, me quedé mirándola por respuesta – Mi padre está enfermo… cada vez está peor, mi madre está muy agobiada. Arreglaré todo en la universidad para irme y ayudarla lo más pronto posible… - sentí como si me hubiera dado un golpe en el estomago, por un momento no pude respirar - el piso… no sé, si te quieres quedar… - se quedó mirándome, yo estaba en blanco.

  • Bueno, hija – hice una pausa – tengo que pensarlo un poco…

  • Claro, claro – se quedó callada un momento mirando al infinito – pues eso… voy a acostarme

Joder! Me sentía desorientada, Ale se iba a ir, no era como que en un futuro se pudieran arreglar las cosas, se habían jodido y se iban a quedar jodidas… Ella estaba mal, muy mal, y yo estaba jugando a qué, exactamente? Salí a dar una vuelta por el barrio sintiéndome enferma, culpable, imbécil; luego reprendiéndome, convenciéndome de que no pasaba nada y hacía tiempo que no teníamos más relación que el sexo, que se iba solo una compañera de cama. Pero cómo podía yo ser tan egoísta? Y qué le pasaba a su padre? Desde cuándo? A donde habíamos llegado que ella no me podía contar eso y cuando me lo contaba yo no podía preguntar como una persona normal “qué le pasa a tu padre?”. Luego me ofendí, si es que vivíamos juntas, follábamos, cóño! Alguna confianza tendríamos que tener…  ella me lo había dicho por los detalles operativos de su decisión, no para contarme. Joder, que nauseas… pero y yo qué esperaba? Si había sido más cobarde y más imbécil que nadie, si había estado machacándome cada día, tratando de negarme a lo evidente.

Casi cuatro horas después me pudo el cansancio, volví a casa y me tiré en la cama; la cosa se resumía a marcharme del piso, buscar un compañero o pagarlo todo sola… de momento decidí quedarme sola, no quería un compañero nuevo y ya me había acostumbrado a vivir allí. Por otro lado, podía tratar de hablar con ella, acercarme y tratar de despedirnos de la forma más sincera? O debía dejarla irse, sin más, sin mover un músculo? Me quedé dormida, tuve una serie de malos sueños que minaron aún más el poco ánimo con el que tendría que enfrentarme a la semana que comenzaba.