Jodiendo a una funcionaria grosera
Mi primo Jorge acude a un organismo oficial en busca de información y una funcionaria con cara de vinagre lo trata de manera ruin y abusiva. Lo que no sabía la tiparraca era que mi primo estaba grabando la conversación con el móvil. Eso la llevó a pagar los platos rotos con su cuerpo...
Esta historia es una vivencia personal de mi primo Jorge, que me la contó con pelos y señales para que yo la escribiera y la publicara aquí. Todo se debe a que él no le gusta escribir, pero en cambio sí que le gustaría poder leerla de vez en cuando, aunque, la verdad, no parece muy aficionado a los relatos eróticos. Así que aquí va la historia:
Jorge acudió aquel lunes a la Administración de Aduanas, por encargo de su jefe, para conseguir determinada información arancelaria. Quería saber qué tipos impositivos se le aplican a ciertas mercancías importadas desde países no comunitarios. Lo marearon un poco, pero terminó en la mesa de una funcionaria técnica llamada Susana, que era una mujer joven, de unos treinta y cuatro años, nada fea, tipazo escultural y hermosas tetas. Ella lo examinó palmo a palmo de la cabeza a los pies —Jorge es francamente guapo, mide 1.90 y sólo tiene 29 años— pero enseguida apartó la vista, frunció el ceño y le preguntó con petulancia que qué deseaba…
—Me gustaría saber el tipo impositivo de…
—La información tributaria vinculante debe solicitarse por escrito o a través de nuestra página web— lo interrumpió ella bruscamente y con cara de vinagre.
º
—No necesito nada vinculante, sólo que me oriente un poco...
—Yo no soy ninguna orientadora ni me pagan para que lo sea…— dijo muy chulita, satisfecha por su “ocurrente” respuesta.
—Pero es que…
—No hay pero que valga, leche —volvió a cortarlo de inmediato decidida a no dejarlo hablar— . Ya le he dicho que se dirija a nuestra web o que presente un escrito en el Negociado de Registro. Espero no tener que repetírselo por tercera vez porque o es usted sordo o duro de mollera.
—Señorita, ocurre que me urge porque…
—Aquí nada es urgente —lo interrumpió de nuevo, ahora con aspavientos y otros gestos de cabreo— y márchese de una puta vez de mi mesa o llamo a Seguridad para que le echen…
Jorge se mordió la lengua para no armar gresca... Prefirió irse tan pancho a su oficina, sonriente, a sabiendas de que había grabado en el móvil toda la conversación. Al rato volvió a la Administración con dos escritos, uno lo presentó en Registro, siguiendo las instrucciones de la funcionaria, y otro intentó llevárselo en mano a la tal Susana, pero, debido a que ésta no se hallaba en su puesto de trabajo, se lo dejó encima de la mesa dentro de un sobre y después se largó. Lo que podía leerse en esa nota era esto:
«Señora o señorita Susana:
Fui a verla hoy para preguntarle por el tipo impositivo arancelario de ciertas mercancías y a usted no le salió del chocho contestarme, y encima me habló con mala leche. Deduzco que usted folla fatal o que folla poco o que ni siquiera folla. Así que si quiere solucionar su grave problema, sólo tiene que llamarme a mi móvil, número XXX.XXX.XXX (se omite en este relato) , y ya quedamos... Verá usted que al día siguiente atiende a la gente con una sonrisa de oreja a oreja».
Jorge firmó esa nota de puño y letra, e hizo constar su nombre, apellidos, número de carnet de identidad y una posdata: «Si quiere denunciarme es libre de hacerlo, pero tenga en cuenta que he grabado en mi móvil el trato vejatorio, ruin y abusivo que usted me dispensó».
Ese mismo lunes por la tarde, sobre las siete, Susana llamó a Jorge al móvil para pedirle disculpas y explicarle que su irritado carácter obedecía a que estaba pasando una mala racha al haberse roto su matrimonio y hallarse inmersa en un proceso de divorcio express sin hijos. Quería verlo a toda costa para que (por favor) borrara delante de ella la grabación, pues podía perjudicarla seriamente en su trabajo. Jorge primero se hizo el remolón, pero al final aceptó recibirla “en su apartamento”. Aunque ella hubiera preferido cualquier otro lugar de encuentro, acabó tragando por lo mucho que le importaba eliminar para siempre la referida grabación.
Susana llegó al apartamento de Jorge más o menos a las ocho de la noche y él la recibió secamente, dando a entender que con sólo pedirle disculpas no se solucionaba todo. Esa manera de conducirse provocó cierta desazón en Susana, y por eso Jorge decidió romper el hielo:
—A ver, chica guapa, ¿te parece que nos tuteemos ahora que no estamos en la Administración?
—Sí, sí, claro, no tengo el menor inconveniente…
—Estupendo… ¿Quieres oír la grabación?
—No, por favor… Sé lo que hay en ella y creo que se me caería la cara de vergüenza si la oigo. Hablemos más bien de borrar esa grabación…
—Pues dime una cosa, Susana: ¿y qué ganó yo con borrarla?
—Haces tu obra buena del día… Si he venido es precisamente para que la borres delante de mí y pueda dormir tranquila, sin miedo a que un día se te crucen los cables y me crees problemas en mi trabajo.
Jorge se levantó del sillón, caminó hacia ella y, de pie, se bajó el pantalón del chándal y le plantó la polla y los huevos a escasos centímetros de la cara. Susana se quedó muerta. Le miraba a los ojos, como pidiéndole una explicación, y después volvía la vista hacia la verga. No estaba empalmada del todo, a lo sumo morcillona, pero ya era más grande y más gorda que la de su todavía marido...
—Haz tú esa obra buena en mi polla, y yo me encargaré de borrar luego la grabación— dijo Jorge con total naturalidad, como si pidiera algo de lo más normalito.
Para Susana era un momento difícil, tenso... No sabía ni qué hacer ni qué decir. Aquello era un vil chantaje, claro, pero reconocía también que ella aceptó citarse en su apartamento sabiendo que podía pasarle una cosa así, y lo hizo además consciente, valorando que era una mujer adulta que no tenía que rendir cuentas a nadie de su comportamiento.
—Y si éste es el precio que debo pagar para borrar de una puñetera vez esa grabación de mierda, lo pago y punto— , concluyó hablando más bien consigo misma.
Así que agarró la polla con una mano, la descapuchó, y dio unas chupadas al glande; luego la blandió en el aire varias veces para hacerla crecer, y volvió a mamarla, primero engulléndola, y después dándole chupetones, lengüetazos y lamidas desde el escroto a la base, mientras su otra mano enredaba con los huevos, sopesándolos o apretujándolos suavemente. El resultado fue que la polla empalmó hasta alcanzar un glorioso esplendor de veintidós centímetros. Las venas estaban tan hinchadas que parecían a punto de explotar. Susana nunca había visto una igual, ni tan larga ni tan gruesa, pero sí que sabía perfectamente cómo tratarla. Unas veces ella se la metía golosa hasta la campanilla o se hacía flemones, y otras veces mi primo le sujetaba la cabeza para directamente follarle la boca, metiéndole y sacándole la polla mientras ella la anillaba con sus labios. El placer que sentía Jorge era inmenso y la copiosa corrida no se hizo esperar. Susana tragó lefa, queriendo y sin querer, y algún chingarazo se desvió lo justo para pringarle un ojo, el pelo y una oreja. Fue el baño para asearse y sólo pudo hacerlo dándose una ducha. Salió de allí envuelta en un albornoz de Jorge y enseguida retomó su tema:
—Te he hecho un trabajito de primera y te has corrido a lo bestia; ahora te toca a ti borrar la dichosa grabación ¡y que yo lo vea!— le dijo super contenta, convencidísima de que cumpliría su palabra.
Pero mi primo tenía planes muy distintos. Para empezar se tomaba todo con calma, y no adoptaba ninguna decisión hasta no meditarla bien... Primero descorchó una botella de cava, muy fría, y sirvió una buena copa a Susana y otra para él; luego habló despacio en un tono sibilino, como escondiéndose alguna carta…
—A ver, Susana, la grabación no es tu mayor problema, sino el otro…
—¿El otro? ¿A qué te refieres?
—Ya te lo escribí en la nota que dejé en tu mesa: que follas mal por las noches, o que follas muy poco o que ni follas. Eso explica tu mala baba en el trabajo…
Al escuchar ese análisis, que efectivamente ya lo había leído antes, Susana era consciente de que Jorge estaba dando en la diana y no le quedaba otra que reconocerlo:
—Ya te dije que llevo cuatro meses separada de mi marido y encima no voy de buscona ni de citas a ciegas por Internet— matizó con un orgullo ya trasnochado.
—Pues habrá que ponerle remedio para que no sigas haciendo pagar a los contribuyentes los platos rotos de tu abstinencia. Recuerda que yo lo sufrí en mis propias carnes.
Dicho esto, Jorge se acercó a ella y sin mediar palabra la levantó en peso y se la llevó en brazos hacia su dormitorio. Esta vez no pilló tan de sorpresa a Susana, que más o menos lo veía venir, y que no sólo no tenía la menor intención de resistirse, sino que se disponía a colaborar en todo y a deseo. La verga que había sentido en su boca quería sentirla ahora en su coño y así poner punto y final a su abstinencia. Al llegar a la habitación, mi primo le quitó el albornoz, la dejó en pelotas, y le ordenó que se tumbara en la cama bocarriba. Él también se desnudó, sacándose el chándal, y enseguida su polla apuntó al techo tiesa como un poste de la luz y dura como una piedra. Susana, extasiada y boquiabierta, ya notaba humedades varias y calientes en su chocho. Mi primo le abrió las piernas y se encaramó sobre ella, que de nuevo se mostró preocupada:
—Jorge, porfa, trátame con delicadeza; sabes que estoy desentrenada y que encima tu polla es enorme.
Pero Jorge ya casi que ni oía. Para entonces era como un caballo furioso que olfateaba a una yegua. Sólo pensaba en follársela, en penetrarla hasta el fondo. Así que enfiló su polla equina contra el coño de la funcionaria y se la metió toda entera de sólo un par de golpes de cadera. Susana respiró aliviada porque no notó que le causara ningún daño, y en cambio sí sintió que la penetraba hasta rincones no horadados, hasta donde nadie le había llegado antes. Jorge sabía bien lo que se hacía. De primeras se la metía y se la sacaba suavemente, despacio, para que el coño se fuera adaptando a las proporciones de su verga, y después ya la embestía desaforadamente, sin contemplaciones, a lo bestia. A veces incluso encontraba la manera de mordisquearle los pezones o estrujarle las tetas. Susana flipaba. Ya la polla no la asustaba. Entraba y salía de su chocho como Mateo por su casa, y dándole placer, haciéndola sentir en el Paraíso, desbordando sus flujos vaginales. Era su polla campeona, la mejor, la taladradora perfecta. Una maravilla, magia para su coño…
—Métemela, no te pares, métela mucho, así, así, fuerte, más fuerte…
Jorge también había dado con un chocho de fábula, caliente y succionante como pocos; un chocho que le acogía la polla magníficamente, como un guante, capaz de soportar sus pollazos y disfrutar de ellos. Podía follarlo al galope, sin parar, con fiereza, duro. Resistía todo con entereza, lo quería todo ansiosamente…
—Dame, dale, chíngalo, no aflojes, hasta el fondo, toda mía, enterita, eso, eso, a lo bruto…
Se corrieron los dos a la vez. La de ella era su segunda o tercera corrida; la de él más caudalosa que nunca. La espesa leche se mezclaba con los jugos de un orgasmo hembra. Susana jadeaba como una posesa, Jorge flotaba en un espacio ingrávido borracho de placer. Se durmieron un par de horas. Era el reposo de los guerreros que esperan la vuelta a la batalla. Pasadas esas dos horas Susana se despertó dando gritos y hecha un quejido…
—¡Ay! ¡Ay! ¡Sácala cabrón, ¡Me está matando! ¡Sácala por Dios!, ¡Sácala que duele! ¡que me destroza! ¡Ay! ¡Uff! ¡Ay!
La polla campeona se abría paso en su culo inexperto, muy poco follado, y lo estaba haciendo añicos. Jorge había penetrado sin permiso, a traición, y aunque se ayudó de una cremita, aquel ojete seguía siendo escuchimizado para un falo tan grande y, claro, acabó desgarrado, sangrando; por suerte milagrosa el recto aguantaba mejor las incursiones de aquella verga, pero también con las paredes martirizadas, doloridas, sufriendo. Y mi primo Jorge mirando para otro lado, ensañándose impíamente, sin aflojar ni un punto, creyendo firmemente que aquel estupendo culo de un momento a otro terminaría tomándole la medida a su polla y acoplándose a ella a las mil maravillas. Entretanto lo mejor era no darle ninguna tregua; por eso su polla entraba y salía sin miramientos, a destajo, hasta el fondo, hasta el último de los rincones…
—¡Aguanta, puta, aguanta! Pronto dejará de dolerte…
Jorge estaba en lo cierto. Poco a poco los quejidos de Susana dejaron de oírse, y dieron paso a los jadeos, a los sofocos de placer, a la respiración entrecortada. Pero en esta ocasión la funcionaria se quedó a dos velas y no hubo orgasmo hembra. Quien sí se corrió fue Jorge, y fue además otra gran corrida. El culo de Susana quedó inundado de semen de unas cuatro o cinco copiosas descargas. Cuando él le sacó la polla, una mezcla se sangre y lefa se asomó al ojete. Ella dijo que le había gustado la enculada pese a todo, pese al estropicio. A él le pareció que había poseído un culo extraordinario, apoteósico….
Volvieron a dormirse, esta vez hasta por la mañana. Susana incluso llegó algo tarde a su trabajo, pero por primera vez en mucho tiempo lucía una sonrisa “de oreja a oreja”.