Joana, alumna cubana muy obediente

Me invitan a dar un curso a México, y me reencuentro con una alumna cubana que ya había prometido obedecerme en todo

Agotador. Agotador. Viajar a México desde España es agotador. Y eso que me han tratado a cuerpo de rey, que viajaba en clase Bussiness (Bussiness Plus de Iberia), que allí fueron especialmente amables,...

En el vuelo a Madrid me sirvieron el desayuno y ¡sorpresa! la tortilla estaba caliente. En Madrid al menos pude esperar en la sala VIP de Iberia, en la T4.

Al subir al avión, todo lo enfocan en procurar que duermas. Te reciben con una copa y una sonrisa. Se agradece. Viajar en Bussiness de Iberia es toda una prueba a tu estómago. La comida no es especialmente pesada, pero siempre está buena y cada poco tiempo te ofrecen algo que te apetece. En el pack regalo de viaje incluyen un antifaz para taparte los ojos y unos calcetines para que te descalces. Recuerdo que decidí llevarme el antifaz, por si le daba otro uso en México. El asiento se convierte en una superficie completamente lisa a unos 30º del suelo del avión. Puedes estirarte completamente o dormir como un bebé en posición fetal. A mi lado, se encontraba un empleado del BBVA, que también iba a impartir un curso a México DF. No se lo remuneraban, sólo le pagaban el viaje, el hotel y las comidas. Yo iba en condiciones algo mejores, pero no se las expliqué, sólo lo animé a que negociara mejor, pero puso cara de resignación ante su escasa capacidad de reivindicación. No era precisamente el hijo del presidente del consejo de administración, solo un trabajador cualificado. Me dormí en pleno Atlántico y me desperté para ver Florida.

¡Una hora me llevó salir del aeropuerto de México DF! ¡Una hora! Me dirigí, como me habían indicado por activa y por pasiva a los taxis de sitio . Me habían recomendado de todas las formas posibles no coger un taxi de los que me  ofertasen. No me ofertaron ninguno, hasta llegar a los taxis de sitio . El taxista me recitó las alineaciones de casi todos los equipos de fútbol españoles. Llegué al hotel. No estaba en el centro que dijéramos. Pero no es estar en el centro es una cosa, estar a 20 km del Zócalo, es estar bastante alejado. Creo que lo eligieron por su proximidad a la zona de hospitales y por motivos de seguridad, allí sólo pasaban coches. En la recepción del hotel, la eterna pregunta cuando sales de España: "¿Del Madrid o del Barcelona?". Había otro español, amigo del recepcionista. Quedaban para ver el fútbol. Me sugirieron que cenara en un Sanburs, algo parecido a un VIP de Madrid, pero con algo más de gracia y picante. No encontré el que me recomendaron en la recepción del hotel, así que no sé dónde tomé algún burrito.

E

l lunes, en el desayuno del hotel, se reconocían las caras de quieroconocergente , así que comencé a hablar con dos argentinos. A ellos también les había costado diez horas llegar a destino, pero sólo atravesaron países donde se hablaba español y que tenían poca diferencia horaria. ¡Es increíble vivir tan lejos y ser capaz de comunicarte con esa facilidad!  Reconocí a una chica cubana que había besado en Madrid. Volví a ver sus manos entre las mías, despidiéndonos en la recepción de su hotel hacía tres años. "¿Soy tu prisionera? Me encanta" - Eran las últimas palabras que recordaba de sus labios. Ella se acercó a mi mesa, pero prácticamente sólo habló con el otro profesor, también cubano.

Pensé que no me reconocía y me saludó con un discreto "Siií...te conozco". En el salón donde se iba a impartir el curso, la directora me espetó "¡No esperaba a alguien tan joven!". No sé si delataba cierta desconfianza, espero que se le fuera disipando a lo largo de las clases. No es culpa mía aparentar menos edad. A última hora me habían añadido una clase el lunes por la mañana y participar en un debate por la tarde. Por la noche fui a tomar algo con algunos alumnos, todos chicos. Entramos en un pub donde nos pusieron alguna canción de cada país de donde procedíamos. De España eligieron una canción de Mocedades que no reconocí.

El martes era casi libre para mí, pero me obligaron a hacer las preguntas del examen - que pondríamos el sábado y organizar las prácticas. ¿Quién ha dicho que en Mëxico no se trabaja más que en España?

El miércoles me lo tomé libre. Fui a ver las pirámides de Tetihuacán. Las pirámides son impresionantes. No es frecuente encontrar un conjunto monumental tan grande y tan antiguo. A la vuelta le pedí a mi conserje y taxista ocasional que pasara por el centro. Llegué justo cuando los alumnos terminaban sus prácticas. Fuimos a cenar a un centro comercial en Cuicuilco. Ya eramos capaces de montarnos en un pesero (especie de autobús, que en realidad se escribe con c). El centro comercial era una antigua papelera, rescatada para la ciudad. Un pequeño logro del urbanismo mexicano. Ya compartíamos chistes como si nos conociéramos de toda la vida.

El jueves tuve un día extenuante. Toda la mañana dando clases. Tras la comida apresurada en una pizzería con la directora del curso, nos encaminamos a realizar las prácticas en el hospital. Terminamos a las seis de la tarde. Volvimos al hotel. El tiempo para ducharnos y volver a bajar. Casi nadie se disponía a salir. Eran alumnos bastante aplicados. El otro profesor, el cubano, tenía muchos amigos que visitar.

El caso es que sólo había tres personas dispuestas a conocer México DF de noche: un uruguayo, la chica cubana (Joana a partir de entonces) y yo. Primero fuimos a un centro comercial, un shopping en jerga local. Después, nos aventuramos por el barrio de San Ángel, como nos había recomendado el recepcionista. Cenamos en una terraza que daba a una placita colonial con un parque en el centro. En algún momento, el uruguayo sintió la necesidad o la disculpa de irse al hotel, viendo las miradas cómplices que me dirigía Joana. Nos quedamos solos Joana y yo. Decidimos entrar al Mama Rumba, local de salsa cubana. Cobraban a la entrada, pero cuando se viaja, es mejor adaptarse a las costumbres locales, y en México DF, cobran a la entrada de casi todos los locales. A las nueve, apareció un cubano de pelo rubio teñido y culillo respingón, decidido a animar a todo el mundo. Los jueves había clases de salsa, por eso había grupos de esbeltas rubias americanas acompañadas por grupos de mexicanos bajitos y bailongos. Joana insistió en hacer de mí un bailarín. Como sabía que le gustaba, me atreví a salir a la pista sabiendo que no iba a reírse de mí. Empezó la clase con "padentro - pafuera". Era para enseñar a marcar el ritmo. Después había que girar, primero la chica: "vasii-la-la", después el chico: "vasii-la-te", después los dos: "vaasilón".

Después la cosa empezó a complicarse y había que bailar no salsa, sino casino (cambiando de pareja). Creo que estos locales, como la liga española, son parte de este mundo globalizado, sólo cambia el color y la gracia de los alumnos. Antes de que el sudor hiciera acto de aparición, sugerí que nos sentáramos y poco después de terminarnos el último sorbo de mojito, empezamos a besarnos desesperadamente. Un taxi de vuelta al hotel. Ella compartía habitación con una chica brasileña, así que no discutimos si en su cama o en la mía. Al llegar a la habitación, ella pronunció esa frase que solían pronunciar las chicas antes de 2008 justo antes de acostarse con un chico y donde dejaban muy claro que esa noche no iba a haber penetración. En España, tal vez esta frase dejó de escucharse desde que aprobaron la venta de la píldora del día después sin receta médica. Esta vez, el argumento de la frase era la ausencia de condón. Estoy de acuerdo con el sexo seguro y todo lo que se quiera, pero llevo más de quince años practicando la marcha atrás y nunca he concebido un hijo no deseado. La verdad de esa frase no duró más de quince minutos, los necesarios para asearnos un poco y dejar que la pasión nos arrastrase a la cama y nos despojase la ropa. Lo hicimos al menos tres veces en la cama. Las tres la puse a gatas y la penetré salvajemente. Las tres golpeé sus nalgas hasta dejarlas enrojecidas. Las tres toqué su clítoris mientras la follaba. Las tres limpio con avaricia los restos de semen con su boca mientras le dirigía el movimiento de  su cabeza con mi mano derecha, dueña de su pelo. Entre polvo y polvo, nos masturbamos y me lamió la polla arrodillada demostrando que lo hacía con placer. Realmente nos lo pasamos bien.

Cuando nos despertó el teléfono de la habitación, como le habíamos indicado al recepcionista, nos dirigimos a la ducha. La ducha era grande, no tenía bañera. Era como una pequeña habitación en el cuarto de baño. Sentí ganas de orinar y le ordené que se arrodillase en la ducha. Oriné sobre su cara hasta vaciarme y apreciar su cara de asombro al encontrarse humillada y excitada. Introduje un pie en su vagina y la noté aún más húmeda que la noche anterior. Con el pie aún introducido en su vagina, masturbándola como a una perra en celo, le di una bofetada y noté cómo se humedecía aún más. Le dí otra bofetada y acerqué mi mano a sus labios. La besó con fervor e incluso la lamió, mostrándose superexcitada. Finalmente empezamos a asearnos y a enjabonarmos el uno al otro, dejamos que nuestras manos recorrieran el cuerpo del otro y no pudimos reprimirnos. De repente ella tenías sus manos contra la pared, mi mano derecha tiraba de su pelo recién lavado y mi otra mano movía su cadera rítmicamente o caóticamente, según el momento.

  • "Un polvo limpio"-. No pudo evitar la sonrisa al oír esa frase. Nos separamos algo más de una hora, yo tenía que llamar a casa. Desayunamos por separado. Dos tostadas de pan de molde, un café aguado con una crema que recuerda a la leche y un zumo de naranja natural bastante bueno. El minúsculo desayuno continental nos dejaba a todos con hambre, aunque a unos con más hambre que a otros. Casi dentro del mismo día, se me presentaba el segundo maratón lectivo. Ese largo día de 48 horas. Joana, en primera fila, se durmió sobre la mesa. Tenía la garantía de que el profesor no iba a llamarle la atención, aunque en los cursos de adultos, nunca se hace. Ella había olvidado dos gomas para atarse el pelo y una pinza. Se las di con la discreción de que fui capaz en la parada del desayuno. Le pregunté si era despistada, ella confesó que sí.

Esa tarde, todos querían estudiar para el examen del sábado. Joana, quería al menos dormir. Yo soy muy malo para dormir solo. La habitación me empujaba a la calle. "No deambule solo por Ciudad de México. Los secuestros express están a la orden del día". Eran las instrucciones de seguridad.

  • ¿Dónde ir esta noche? - Preguntó un profesor español a un recepcionista.

  • Puede ir a San Ángel. Al Mama Rumba, aunque yo prefiero otro, pero está más al norte. Después puede ir a la discoteca "Hotel". Allá está lo más-. Contestó el recepcionista.

  • Son muy exclusivos, no lo dejarán pasar. Hay que ir en traje-. Apuntilló el avejentado botones.

  • Él tiene los ojos asules , seguro que lo dejan pasar.

  • ¿Es seguro pasear por allí?

  • Pues claro. Ahorita mismo le llamo un taxi.

El cebiche. Fue el cebiche. Noté algo raro en el sabor del cebiche, pero me lo comí igualmente. Tantas chicas jóvenes y guapas bailando, quién se fija en el raro sabor del marisco. Fue el cebiche. En Mexico, no abundan las chicas guapas paseando por la calle, pero aquel local peruano estaba de moda y repleto de chicas jóvenes vestidas de verano. Volví al Mama Rumba. Pagué más por la entrada que la noche anterior, pero el ambiente no era el mismo. Los viernes no hay clase, no se baila casino,...Terminé la noche en la discoteca "Hotel". ¡Claro que me dejaron pasar! Dije “¡Buenas noches” y pagué la excesivamente cara entrada. Incluía barra libre. No quería beber, pero la barra libre no incluía bebidas sin alcohol. Les pedía cubatas infantiles (con poquito alcohol), no conocían la expresión. En algún momento, una camarera me insistió en que le dejara propina. No estoy acostumbrado a dejar propina en todas partes. En México, es costumbre. Terminé hablando con un chico de padre catalán y madre mexicana. Estaba empeñado en hablar de fútbol. Yo miré con descaro a una chica de cuerpo despampanante. Llevaba una minifalda blanca y un top escotado que dejaba ver el piercing de su ombligo. Entre la minifalda y la piel que rodeaba su pubis, un móvil la acariaba. Un chico vestido con traje la invitaba a copas (en teoría era barra libre) y le regalaba globos. Coincidimos a la salida, mientras esperaba que se calmase una pelea con los guardias de seguridad y llegase un taxi. No pude reprimirme. "Llevo toda la noche envidiando a tu móvil". Pronunció una extraña frase de agradecimiento, mientras sonreía. Le dije que era la última oportunidad para besarme, mañana me voy a España. Reconozco que no fue una frase brillante. "Mis besos no son gratis". Su respuesta me dejó confundido y decidí coger el taxi e irme al hotel.

El sábado volví a pensar en el cebiche. Pensé en él camino del cuarto de baño al levantarme. Pensé en él después del café. Volví a pensar en el cebiche casi todo el sábado. La venganza de Moctezuma, me aclararon los Mexicanos. El sábado por la tarde, nos decidimos a ir al Zócalo y recorrer el centro de México DF. Fuimos en pesero y metro. En la cena, sólo compartí la mesa. Cené dos tónicas. Al llegar al hotel, había fiesta en la habitación de Joana y una brasileña. Joana había traído una botella de ron de cuba. Yo le susurré que cuando terminase la fiesta, tocase en mi habitación. Me duché y me metí en la cama. Me sorprendió el teléfono a las dos y media, no fui capaz de cogerlo. Pero algo más despierto, llegué a abrir la puerta cuando sonaron unos golpecitos en ella. Era Joana. Aunque se lo había pedido, me sorprendió agradablemente que viniera. Me encontró algo desmejorado, pero pensó que era una buena oportunidad para abusar de mí. Oí el ruido de la ducha mientras la esperaba en la cama. Llegó oliendo a gel. Se metió en mi cama. Creo que una sonrisa borraba mi cara de sueño. Para animarme, la obligué a que lamiera mi polla mientras la cogía del pelo. Se quejó un poco y se decidió a follarme. Ella se puso encima. Yo masturbaba su clítoris o tiraba de sus pezones, según me apetecía. Nunca me corro con la chica encima. Ella me folló hasta que se corrió. Entonces le di la vuelta y volví a follármela a cuatro patas. Dormimos hasta la mañana siguiente. La enfermedad me había debilitado.

Ambos queríamos volver a ducharnos juntos. Empezamos algo alejados, cada uno enjabonándose a sí mismo. Aquello duró poco tiempo. Recuerdo mi mano tirando de su pelo seco. No quería volver a lavárselo. Al sentir mi mano en su pelo, no mostró escándalo, del tipo hoy no quería mojarlo, sino que sentí su cuerpo moverse con lujuría y agradecimiento por tratarla sin miramientos. Al salir del baño, vio mis dedos marcados en la piel de su cadera. "¡Qué bruto eres!". "Así te acordarás de mí en Cuba". Esas frases aún me suenan a despedida.