Jo y yo

De como con mi hermanastro fuimos descubriendo otra forma de relacionarnos.

JO y YO

1- "Conocernos"

Creo que pocas veces puse cara de desagrado tan notoria como el día que me presentaron a Jo. Así le decía su madre. Jo. Yo me llamo Leonardo. Leo, me llamaba mi padre.

A mis nueve años no había manera de que entendiera que ese muchacho, de mi misma edad, meses más, meses menos, con ojos de un verde profundo, pelo largo y negrísmo , de piel blanca y unas pocas y diminutas pecas en sus pómulos, a partir de ese momento pasaría a ser parte de mi familia. Sería mi "Hermanastro", por darle un nombre.

Su madre, joven y viuda se había puesto hacía un tiempo de novio con mi padre, también joven, a quien mi madre abandonó y nunca más dió señales de vida ó de preocupación por el hijo de dos años que dejaba al cuidado de su padre.

Luego de varias salidas a solas de ambos y de seguro, haberse probado sexualmente, decidieron convivir un tiempo para ver como resultaba la experiencia de hacer pareja con sus hijos a cuestas.

Así que ahí estaba yo, de pié frente a Mabel y Jo, a quien mi padre presentaba como nuevos integrantes de la familia y habitantes de la casa. Por supuesto que ambos jóvenes sabíamos ya de los amores de nuestros padres, pero esto de la convivencia arrasaba con toda la armonía de mi vida hasta entonces.

Los primeros días fueron de corridas y acomodos. Traer cosas del departamento de ellos hacia nuestra casa, disponer muebles que se sumaron a los nuestros, hacer espacio en placares y en distintos lugares de la casa que hasta ese momento habían sido solo de mi padre y míos.

Como dije, Jo me cayó mal de entrada. Con los días me fui dando cuenta que lo que caía mal era la situación y que en realidad Jo era un chico más, de mi edad y que él estaba tan desorientado y descolocado como yo.

Como era de esperarse, tuvimos que compartir la habitación. A mi solitaria cama se sumó otra y se reacomoaron los muebles para que entre un nuevo escritorio y otras pertenencias de Jo.

La convivencia estaba en marcha. Por unos días tuvimos un trato distante, conversaciones más en la mesa, ahora familiar, que privadas. Como dos desconocidos de campamento. Pero con el correr de los días, que se hicieron semanas, nos fuimos haciendo amigos. Contribuía a esto el ver que nuestros respectivos padres alcanzaban una felicidad que no tenían antes. La vida en la casa se volvió realmente familiar, con risas, comidas especiales, salidas de los cuatro a pasear. Daba gusto sentirse familiarmente unidos y a ver a Mabel y mi padre que se convertían en una pareja ideal.

Yo, por mi parte, poco a poco encontraba en Mabel lo más parecido a una madre y ella me dedicaba tanta atención y cuidado como a Jo. Lo mismo sucedía entre mi padre y Jo. Todo esto se fue conjugando y con el correr de las semanas, que fueron sumándose en meses, veía en Jo a un hermano al que solo lo había conocido de grande. Un hermano con todas las letras.

Empezamos a compartir todo: Juegos, amigos, ropa, salidas, el colegio, ya que debió cambiar del suyo al que iba yo, por cercanía. Eramos dos hermanos como se dice uña y carne, que además teniamos la bendición de un hogar cálido, bien avenido y feliz. Compartíamos todo. Hasta nuestro crecimiento, con todas sus dudas y preguntas.

Sin darme cuenta, en poco tiempo tenía una familia bien constituída, y, sobretodo, feliz.

2- "Primer contacto"

Contábamos ya para esa fecha con once años y medio, y ya hacía casi dos años que vivíamos bajo el mismo techo. Nuestros padres estaban en su pieza durmiendo la siesta y nosotros haciendo tiempo en la nuestra, ya que la lluvia nos tenía a mal traer desde hacía varios días.

Habíamos agotado todos los juegos. No sabíamos más que hacer. Estabamos cada uno tirado en su cama, con la tele prendida pero mirando la lluvia por la ventana. Aburrimiento total. Luego de un largo silencio:

Jo: ¡Tengo un juego al que seguro no te animás!

Yo: ¿A qué no me voy a animar?

Jo: A un juego...

Yo: ¿Cuál?

Jo: A uno....

Yo: Dale... ¿A cual?

Jo: ¡A ser pareja!

Yo: ¿Qué?

Jo: Eso... A ser pareja... ¡Ves que no te animás!

Yo: ¡Que no me voy a animar!

Jo: Y bueno... dale... Vamos a jugar...

Yo: ¿Y cómo?

Jo: ¿Sos tonto? Si vamos a jugar a ser pareja quiere decir que vamos a ser pareja. Como Mámá y papá....

Yo: Eso me suena como jugar a las visitas, como las nenas...

Jo: ¿Tenés algún juego ó una idea mejor?

Yo: No....

Jo: Bueno... juguemos a esto entonces....

No tenía por qué negarme, pero algo me sonaba mal en esta idea de Jo. Pero de alguna menra también despertaba mi curiosidad.

Yo: ¿Qué hacemos?

Jo: Primero ver quién hace de qué. ¡A sorteo!

No sé si perdí ó gané. Me tocó hacer de la mujer en la pareja. Jo fue explicando como iba a ser ese juego-escenificación y yo me iba entusiasmando. Supuestamente, como toda pareja, él llegaba de trabajar a la noche y yo tenía que servirlo y a partir de ahí improvisábamos de acuerdo a lo que pasara.

Él salió de la pieza y tras un momento volvió a entrar. Yo lo recibí, saludándolo, el se me acercó e imprevistamente me dió un ligero beso en los labios. Me quedé duro. Recuerdo que pensé: "¡Guau sí que está jugando en serio!"

Pero volví en mí enseguida, y le pregunté por su día, cómo le había ido, mientras en mi rol acomodaba un poco la pieza. Así inventó una historia de trabajo y compañeros, como las que mi papá contaba casi siempre cuando llegaba de su trabajo. Yo, al verlo tan metido en su rol en el juego, me fui contagiando y también me metía más en el rol de la mujer. Hasta aflauté un poco la voz cuando le pregunté:

Yo: ¿Qué querés comer amor?

Jo: Nada... ni ganas de comer me quedan... estoy molido....

Y realmente ponía cara de estar cansadísimo. Quizás por el entusiasmo de verlo bien plantado en su personaje y con esa cara de cansado le propuse:

Yo: ¿Querés acostarte y que te haga uno masajes?

Jo: Dale.... me vendrían bárbaro....

Y uniendo la palabra al movimiento, con gesto y paso cansado se fue sacando el pantalón jogging y la remera, quedando solo en slip y, así, se acostó boca abajo en mi cama. Yo lo observaba mientras hacía que terminaba de acomodar la casa. Me dirigí hacia la cama y me senté al borde, dispuesto a hacerle masajes, siguiendo el juego.

Jo: ¿Cerraste la puerta de calle?

Lo dijo tal como se lo decía mi padre a su madre. Yo, siguiendo el juego, fui hasta puerta de nuestra habitación y eché llave. Volví a la cama, sentándome a su costado y comencé a hacerle masajes en la espalda. Subía y bajaba por su espala masajeando. Pude comprobar, reccoriéndolos con mis dedos, que sus músculos se iban formando y tomando tonacidad adolescente, tal como los míos. Al llegar por quinta vez a la base de su columna, ya que no me animaba a más, Jo se dió vuelta hacia mí:

Jo: Acostate, amor... vamos a dormir.

Tan metido en el juego estaba que me saqué el short, la remera y me acosté de costado a su lado y dándole la espalda. El se acercó a mi, de manera que pude sentir su pecho en mi espalda y su bulto en la raya de mi trasero. Un escalofrío me recorrió, justo en el instante en que Jo pasaba su brazo sobre mi cuerpo y, abrazándome, me acercaba más a él. Yo respondí apretándome aún más, sintiendo la dureza de su aún no muy desarrollado pene apoyado en mi culo y puse mi mano sobre la de él.

Habremos estado así unos diez minutos. Sin hablar y sin movernos, pero con el corazón latiendo como si fuera un tambor desbocado. De pronto, la mano de Jo, con la mía encima, comenzó con una leve caricia en mi pecho. Esa caricia, primero tímida y pequeña, se fue extendiendo hasta que llegó al mi tetilla, que ya estaba endurecida. Mi pene también se endurecía y al de Jo lo sentía palpitar pegado a mi raya.

Jugueteaba con mi tetilla y fue a la otra, iba y venía, cuando sentí el roce de su pelo en mi hombro e inmediatamente la humedad de sus labios bajo mi nuca. Eso me hizo dar un respingo y darme cuenta que mi corazón parecía que se iba a reventar si seguía latiendo de esa manera. La mano de Jo, aún sobre mi pecho, me hizo volver a la posición en que estaba. Yo, con el corazón que parecía me iba a salir por la boca, la voz aflautada, aunque temblequeante y en mi rol de mujer, pregunté:

Yo: ¿No estabas cansado, querido?

Jo: ¿A vos te parece, amor?

-Contestó con la voz entrecortada- y al decir eso empujo su pelvis bien contra la redondez de mi culo que sintió, en forma categórica, la rigidez del miembro de mi esposo, que redoblada los besos en mi nuca e iba abarcando con la humedad de sus labios y a veces su lengua, mis hombros y espalda.

Poco a poco, entrando en ese juego de seducción, fui quedando boca abajo, merced a los besos en mi espalda, las caricias en mi pecho y la presión del aparato de Jo, que ya estaba sobre mí, aprisionadome contra el acolchado. Sus manos tomaron las mías, y las llevaron, con los dedos de una y otra entrecruzados, a los costados de nuestros cuerpos.

Y ahí comenzó un apretar su paquete contra la raya de mi culo y aflojar. Apretar más fuerte, hundiendo su pelvis entre la redondez de mis cachetes, y aflojar, como elevándose, y volver a apretar. Un claro movimiento copulatorio, con nuestros boxer como límite. Apretaba y aflojaba, apretaba y aflojaba, sin dejar de besarme la espalda, los hombros y el cuello. Mi pene sintió el efecto del roce del apretar y aflojar contra el colchón y la excitación del momento. Estaba durísimo, como el de Jo, tanto que creí que iba a vencer la resistencia de las telas de los slips, el de él y el mío y finalmente alcanzar mi culo.

El movimiento poco a poco fue haciéndose más intenso, los besos sobre mi piel más atrevidos y apasionados. Gemíamos los dos, el empujando y retirando un poco, como si realmente me cojiera el culo y yo siguiendo el movimiento, elevando mi trasero hacia su verga, y bajando. Fue cada vez más rítmico y frenético, hasta un momento único, en que los dos, al mismo tiempo, ahogamos un grito desesperado de placer.

Habíamos acabado por primera vez. Los dos juntos y al mismo tiempo, en el desarrollo alocado de un juego. El se hizo a un costado, separando su piel de la mía. Yo también me dí vuelta hacia él. Nos miramos, quizás con un poco de vergüenza, que se hizo más intensa al observar los slips manchados con el producto de nuestro juego. El se levantó y se dirigió al baño mientras yo me sentaba en el borde de la cama. A mitad de camino se detuvo, se dio vuelta y me miró. Sentí en ese cruce de miradas que no tenía por qué haber vergüenza. Él se acercó a mí y me besó, tiernamente y con los labios cerrados. Luego si, fue al baño.

3- "Creciendo juntos"

Lo ocurrió esa tarde quedó en un silencio cómplice. No hablamos de ello y no nos puso en ninguna posición incómoda. Tampoco se repitió, aunque yo no lo olvidé y creo que tampoco Jo. Lo que sí, a partir de esa tarde, una confianza más intima fue creciendo entre nosotros.

Se notaba en pequeños detalles, gestos, casi siempre en tono de broma. Y a solas ó lejos de las miradas de otros. Un pasar delante de su cama y tocarme el trasero. O el paquete. O recorrer los labios con su lengua, mirándome lascivamente. Ó ponerse tras mío y al darme vuelta yo, besarme ligeramente con los labios cerrados. Y lo mismo hacía yo con él.

Con esta intimidad, que, no pasó a más, fue pasando el tiempo. Y con el paso del tiempo, fue haciéndose evidente nuestro crecimiento.

Jo fue transformandose en un ejemplar alto, de hermoso pelo lacio que llevaba a la altura de los hombros, fibroso más que musculoso y sin un pelo en el pecho ni en las piernas, solo un fino y negro camino de vellos que nacía un poco más debajo de su ombligo y se perdía en sus boxer. Sus ojos se volvieron de un verde tan intenso que uno quedaba prendido a su mirada. Y hermosísimas pestañas. Labios carnosos y parecían siempre, siempre húmedos.

Yo, por mi parte, tenía la misma altura y cuerpo que él. Flaco, fibroso, un bello rubio que iba poblando mi pecho, pubis y piernas. Rubio y pelo corto. Buen porte, ojos almendra.

Desde los catorce años, ambos empezamos a salir con chicas. Bailes, fiestas en casas de compañeros, la misma escuela, eran siempre un lugar propicio para tratar de iniciar un amorío. Pero jamás dejamos esos "Toques" y "Bromas" entre nosotros, cuando estábamos solos ó en la intimidad de nuestro cuarto.

Un día, teníamos quince años ya, volvimos a casa apurados de un entrenamiento y teníamos que ir enseguida a un cumpleaños familiar. Para ahorrar tiempo, nos metimos juntos bajo la ducha. Yo me metí primero y mientras me lavaba el pelo, sentí la presencia de Jo tras mío bajo el agua.

Yo: ¡Llegó el trolo! –dije mientras seguía lavándome el pelo-

Jo: ¡Trolo.... esta! –dijo él medio riéndo mientras apoyaba su pedazo entre mis nalgas.

Yo: ¡Salí boludo!

Jo: ¿Qué pasa? ¿Te calienta?

Yo: ¡A vos te calienta la mía! –contesté, mientras me daba vuelta para enfrentar mi verga a la suya

Jo: ¡Apa! ¡Que pedacito!

Yo: ¿Viste que te gusta?

No escuché contestación, solo sentí la mano de Jo que juntaba su verga a la mía e iniciaba una masturbación con las dos pijas enfrentadas en su mano. Y seguido a esto, sus labios sellaron los míos, y lentamente los fueron abarcando. Yo, con los ojos cerrados aún, estremecido de placer, apuré el enjuague de mi pelo y pude abrir mis ojos y con ellos mi boca que recibió la lengua de Jo que buscaba inquieta la mía. Lo abracé. El seguía con la masturbación, nuestras lenguas se encontraban y envolvían apasionadas. Con su mano libre recorría mi cuerpo y yo solo lo apretaba con mi abrazo hacia mí. Los cuerpos pegados, la mano llevando y trayendo las dos pijas. Los besos interminables.

Hasta el momento final. Culminante y convulsionante. Un torrente se semen saltó de nuestras vergas, mientras nuestras lenguas seguían buscándose y nuestros labios recorriéndose. Bajo la ducha, con los cuerpos laxos por esa acabada conjunta, inesperada y fascinante, seguimos besándonos un largo rato, hasta acallar cualquier cosa que quisieramos decir al respecto. Nos enjabonamos y recorrimos nuestros cuerpos, uno a otro y otro a uno, repitiendo los besos y las caricias. Solo eso. Y ni más ni menos que eso.

Salimos de la ducha como si nada hubiera pasado. Pero una nueva etapa había comenzado en nuestros "Juegos privados".

4- "Juegos Privados"

A partir de ese día, era normal que nos besáramos cuando estábamos solos, que nos masturbáramos mutuamente mientras apretábamos como locos. Solíamos acostarnos a la noche cada uno en su cama, pero ya desnudos. Y cuando ya no se oían ruidos en la casa, uno de los dos se pasaba a la cama del otro y comenzaba nuestra "Sesión". Caricias, besos, más caricias, masturbación mutua y acabar en la mejor compañía. Dormir abrazados. Las diarias duchas juntos, enloqueciendo uno al otro, como dos enamorados, en nuestro baño privado, eran también parte de nuestra rutina.

Esto no interfirió de ninguna manera en las relaciones con las chicas. Los dos salimos con muchas chicas, apretábamos con ellas, gozábamos con los cuerpos sinuosos, los pechos turgentes y los manoseos calientes con ellas. Los dos debutamos sexualmente a los 16 años. La misma noche, con dos hermanas, yo salía con la mayor y él con la menor (se llevaban un año de diferencia). Volvimos a casa exultantes, felices. Habíamos cojido por primera vez y eso no era poca cosa. Nos contamos detalle por detalle como lo hizo cada uno. Pero eso no impidió que una vez que apagamos la luz de nuestra habitación repitiéramos nuestro ritual apasionado.

Cualquiera pensaría que esto nos generaría confusión ó algo así. Pero no. Los dos teníamos muy en claro que ese espacio, ese momento, esa intimidad, era nuestra. Era solo nuestra y lo que ahí pasaba entre los dos, no interfería en nada en nuestra vida fuera de esa habitación. No manchaba ni nuestra hombría ni la condición de ninguno de los dos. Por mi parte puedo decir que el amor por mi hermano era apasionado y eso no me daba ninguna vergüenza, pues quedaba circunscripto a las cuatro paredes de nuestra pieza.

Promediando nuestros diecisiete años, dimos un paso más adelante. Ese verano, nuestros padres planearon un viaje de vacaciones a las sierras. Los cuatro, en familia. Sonaba divertido e interesante.

Hacia allí fuimos. El lugar era de ensueño. Un pueblo perdido entre las sierras y cuyos principales atractivos eran la tranquilidad y un lago bellísimo, rodeado de rocas y árboles a sus orillas. Los cuatro estábamos encantados con el lugar. Tanto Jo como yo, eramos amantes de la paz y la tranquilidad. Bastante ruido y bochinche teníamos ya en nuestra vida en la ciudad.

El hotel era casi nuevo y tal como en casa, mis padres durmieron en su habitación y nosotros en la nuestra. La sorpresa mayor fue comprobar que por error en las reservas, nuestra pieza tenía solo una cama matrimonial. Tanto nosotros como papá y mamá, no hicimos demasiada historia por ese detalle. Eramos grandes y hermanos...

Pronto descubrimos que ese lugar tenía una característica inamovible: La siesta. Y no era por mero costumbrismo, sino por salud. Desde pasado al mediodía hasta alrededor de las cuatro y media de la tarde, se hacía imposible estar al aire libre. El sol y el calor arrasaban con todo, incluso con lo que estuviera a la sombra ó dentro del agua. Descubrimos esto nuestra primera tarde cuando con Jo quisimos pasarla en el lago que, por suerte, quedaba a dos cuadras del hotel. Volvimos calcinados a nuestra pieza. A tal punto que ni siquiera quisimos ducharnos juntos, como ya era nuestra costumbre. Cada uno se tiró, abatido por el sol que habíamos tomado y el calor sufrido, de su lado de la cama y de a uno, fuimos a ducharnos.

Al segundo día, ni siquiera pensamos una aventura igual. Luego del almuerzo, nos encaminamos a la habitación para la siesta. Si bien teníamos aire acondicionado, el calor algo se hacía sentir. Yo me duché ni bien entré a la pieza y luego lo hizo Jo. Mientras él se duchaba yo me recosté en la cama a mirar televisión y me quedé dormido.

Desperté confundido, pues ni me había dado cuenta de haberme dormido. Levanté mi vista y ví que la televisión estaba prendida y también que Jo estaba sentado sobre la almohada, con la espalda apoyada en el respaldar de la cama. Se había dormido, sentado, mirando TV . A diferencia de mí, no se había puesto su boxer, solo se había atado una toalla a la cintura que se le había desprendido, por lo cual mi vista se topó de frente con su ya enorme miembro, flaccido, que descansaba sobre su pierna. Me encantó esa imagen. Sentí que me inundaba todo el afecto y amor que tenía por mi hermano.

No sé qué me impulsó, pero en un segundo, fingí estar dormido, pasé mi brazo abrazando sus piernas y acomodé mi cabeza pegada a su pierna, por lo que mi boca quedo a milímetros de su verga. Todo esto en un mismo movimiento. Empecé a respirar y exhalar por la boca, por lo que mi aliento tibio iba directo a su herramienta.

Y de poco empecé a estirar mis labios y acomodar mi cabeza hasta que la punta de su miembro quedó pegado a mis labios. Y lentamente abrí la boca, dejé salir mi lengua y toqué su glande. Me supo perfumado y con gusto a jabón. Daba vueltas con mi lengua a esa cabeza gruesa, apenas tocándola. Y la besaba tiernamente, besos cortos, casi castos, con la punta de los labios.

Al poco rato el pijón de mi hermano comenzó a dar señales vida, irguiéndose, inflamándose. Despertando a la sensación de mi lengua y mis labios llamándolo. Sentí la mano de Jo en mi cabeza, revolviendo mi cabellos y haciendo una leve presión hacia abajo. No forzando, invitando. El, tal como la había hecho su miembro, había despertado.

Ante esta aceptación e implícita invitación a seguir adelante con algo que nunca habíamos hecho antes, me animé a más. Besé y recorrí con la punta de mi lengua todo el largo de ese portentoso pene, de un lado y del otro. Una y otra vez. Hasta que finalmente abrí mi boca cuanto pude y me lo metí el la boca. Mi hermano gimió fuertemente y yo sentí su excitación en la vibración de su verga. Mi lengua comenzó a trabajar sobre su tronco, y mi boca trataba de tragar todo la extensa y gruesa extensión de esa maravilla. Lo mamé por completo, como si lo quisiera exprimir. Mi hermano se revolvía sobre su espalda, levantaba su pelvis, gemía. De la forma en que Jo se retorcía, y me pasaba la mano por mi nuca, revolvía mi pelo y gemía, se deducía que estaba gozando como nunca. hasta que en un momento, me apartó.

Tomó con sus manos mi cara y me besó largamente, con uno de esos besos profundos, bucedores y apasionados que acostumbrábamos. Su mano bajó por mi cuerpo y tiró del elástico de mi boxer hacia abajo. Con un movimiento de piernas me deshice de él, Jo se inclinó sobre mi pecho y comenzó un lento, desesperante y erótico recorrido de besos sobre mi pecho, tetillas, abdomen hasta que llegó a mi miembro, tan grande como el suyo y a punto de estallar de tanto placer dado y ahora recibido. Mi pija desapareció en su boca y empezó a ser besada, acariciada, masturbada por esa lengua maravillosa. Gemí como nunca hasta ese momento.

El fue girando su cuerpo, de tal manera que su aparato quedara nuevamente a la altura de mi boca. Y allí comenzamos, por primera vez un increíble sesenta y nueve, entanto que nuestras manos acariciaban con frenesí el cuerpo del otro, del amado hermano.

No nos preocupamos por los gemidos que se fueron convirtiendo en casi gritos de placer, pues la TV tapaba los sonidos del goce fraternal. Los dos arqueábamos los cuerpos, bombeábamos en la boca del otro. Hasta que primero yo y luego él, llegamos al momento glorioso, al momento sublime de la eyaculación en la boca del otro. Sin haberlo dicho ó planeado, tragamos el semen del otro y nos fuimos acomodando, hasta quedar él encima mío para besarme e intercambiar los restos de fluído boca a boca.

Una nueva etapa se inició esa tarde. A nuestras habituales sesiones de besos, caricias y masturbaciones, sumamos una variante: la mamada, chupada ó como le digan. Uno a otro, los dos al mismo tiempo, combinándolo con lo besos, caricias y masturbaciones mutuas de nuestros encuentros y juegos privados. Y lo repetimos con las mismas ganas, amor y pasión como en cada una de las etapas anteriores.

5- "Juguetes"

Los nueve días restantes fueron una continuidad maravillosa de esa siesta. Incluso hubo días en que inaugurábamos la mañana con una ducha con juegos, luego la siesta nos amparaba nuevamente para repetir nuestro encuentro y las penumbras de la noche eran testigo de un nuevo renacer de cuerpos.

Nuestros padres habían planeado seguir sus vaciones rumbo a la Costa. Por distintos compromisos con el equipo de Voley del que tanto Jo como yo éramos parte, nosotros nos debíamos quedar en la ciudad. Fue entonces cuestión de que nos dejaran en casa y ellos siguieran viaje rumbo a la extensión de sus vacaciones.

Nuestra madre se hizo tiempo para hacer una compra increíble de mercadería y provisiones para que no nos faltara nada durante la ausencia. Dejó la multitud de bolsas y paquetes sobre la mesada de la cocina para que nosotros mismos las guardáramos y organizáramos, así teníamos idea de que había y en qué cantidad de cada cosa. Y ellos partieron de viaje.

Jo y yo comenzamos a ordenar la compra. En la cocina los dos, solo con nuestros shorts, comenzamos la tarea, no sin antes besarnos apasionadamante, como preludio a la libertad de acción que tendríamos durante los días que venían por delante. Luego del beso, empezamos con trabajo en sí, comentando la cantidad de cosas que había comprado mamá. Parecía que más que a dos jóvenes de 17 años por una semana hubiera provisto para un batallón durante un mes.

Jo guardaba cosas en el freezer y heladera y yo abrí una de las últimas bolsas que contenía verduras varias. Lo primero que ví, fue una bolsita con cinco ó seis pepinos de un tamaño considerable. La abrí y comencé a lavarlos. Inexplicablemente me excité al sentir en mi mano el grosor y tamaño de esa verdura tan parecida a una buena verga. Mi propia pija comenzó a elevarse como respuesta a la agitación y excitación que sentía. Era un hermoso ejemplar vegetal, de unos 22 cms. de largo y unos buenos 5 cms. de diámetro, pero con la particularidad de iniciarse en una punta fina e ir creciendo inmediatamente hasta alcanzar, en la mayor parte de su longitud, su grosor máximo y terminar como era en su comienzo.

Sequé uno, Lo tomé con toda mi mano, me lo puse a la altura de mi propia pija, sobre mis shorts , apuntando hacia delante y fuí hacia Jo que acomodaba cosas en el heladera. Me paré tras él y apoyé mi pelvis, pepino inclusive, contra su cola.

-¡Papito! ¡Como se siente! ¿Qué cargás? -dijo al sentir la imponente presión del pepino contra sus nalgas. Y se quedó parado, de espaldas a mí, su desnuda espalda contra mi pecho y empujando su cola contra la turbadora dimensión de mi falsa pija.

  • Algo que tengo para vos, belleza... ¿Te gusta?- le susurré al oído al mismo tiempo que presionaba más sobre la raya de su redonda y parada cola. Y comencé a besarle el lóbulo de la oreja, el costado e su cuello y el hombro. Él reclinó su cabeza hacia atrás, dandome permiso para seguir con mi recorrido de besos. Llevó su mano a la mía, a la que sostenía el pepino y tomándola, la llevó hasta el borde de sus shorts. Luego, siempre con su mano guiando la mía, trató, hasta que lo consiguió, bajar esa parte del short, para que mi artificial aparato quedara en contacto directo con la piel de sus nalgas. Apoyado en todo su largo contra la raya de su encantador trasero.

Yo no dejé de besarlo, él giró la cabeza para que sus labios se encontraran con los míos, para que nuestras lenguas comenzaran a danzar juntas. Y empezó a mover su trasero. Casi imperceptiblemente, pero en un sube y baja que no se interrumpía y cada vez se hacía más notorio. Mi pija estaba que reventaba por salirse mientras seguíamos besándonos y él seguía recorriendo con sus nalgas y raya la magnitud vegetal.

-Vamos a la pieza grande- me susurró en un momento, mientras se daba vuelta hacia mí y bajada la mano que tenía sobre la mía para agarrar también el pepino. . La "pieza Grande" era la de nuestros padres. Y luego de besarnos, con el pepino agarrado por nuestra manos, fuimos hacia allí.

Ni bien entramos, el corrió las cortinas y prendió el aire acondicionado. Yo me saqué short y me recosté desnudo sobre la cama, con el pepino sobre mi estómago. Jo se deshizo de su short y vino hacia mí. Hacia mis labios, para un beso largo y afiebrado. Bajó con su lengua por mi pecho, recorrió mis tetillas y bajó hasta el pepino. Lo besó y empezó a chupar con frenesí, como si realmente fuera una pija. Una vez que se cansó, bajó hasta la mía y recomenzó la tarea, mientra yo jadeaba y trataba de alcanzar su miembro para prodigarle una mamada. Lo conseguí y puse en la tarea un afán como nunca hasta ahora. Mi lengua dejó su verga, saboreó sus hermosos huevos y fue subiendo, hasta encontrarse con su hoyito. Lentamente y cuidando de que llevara bastante saliva, fui introduciendo la lengua en su virgen ano. Reconocía los pliegues, la profundidad hasta ahora no explorada, las paredes estriadas al gusto. Jo, gemía como loco e hizo el mismo recorrido que había hecho yo en él.

Un temblor de placer infinito me sacudió cuando sentí la humedad de su lengua inaugurando me esfinter. Sentí que las piernas no me pertenecían, que solas se abrían para permitir la explración. Y él hacía lo mismo: Los dos nos perdimos en ese nuevo juego. Nos dejamos perder, llevar por esa marea de placer sin impedirla, abriéndonos cada vez más.

Abandonado al placer de sentir el baile de la lengua e Jo en mi ano, quise hacer más por él. Abandoné ese beso negro y tomé el pepino. Ensalivé bien la punta y lo fui acercando lentamente hacia el ojo de culo y lo dejé apoyado allí. Un largo suspiro hizo interrumpir el trabajo que Jo estaba haciendo con su lengua en mi culo y luego siguió, más enardecido que antes con su empresa. Yo dejé el pepino apoyado donde estaba y me dedicá a lamer con dedicación sus testículos y la base de pija.

Así estábamos los dos cuando siento que en forma leve, Jo iba haciendo fuerza con su cuerpo contra el pepino. Y a medida que lo hacia gemía. Empujaba su cuerpo hacia atrás y gemía al tiempo que volvía a su posición original. Estaba tratando de introducir él mismo esa fingida verga en su culo. Pero sin apuros, levemente. Dejaba entrar la pequeña punta y la hacía salir. Y con cada movimiento, un callado gemido de placer rompía el silencio de aquella pieza. Hasta que sin darme cuenta yo, el pepino había entrado en el canal de su culo casi en una tercera parte. Esto me calentó más aún, ya que en ese momento fui consciente de los quejidos intensos de goce que emitía Jo y que se movia circularmente, rodeando con las paredes de su ano la dimensión del intruso que él mismo había introducido en su culo.

Jo gemía, se movía acariciando con sus pliegues la redondez de ese tronco y seguía con su lengua explorando mi esfinter, la superficie de mis huevos y mi pene. Todo al mismo tiempo. No pude más.

-¿Cómo se siente? –le pregunté.

-¡Divino!.... ¡¡¡Ahhhh!!!!... –contestó al tiempo que empujaba un poco más adentro el garrote que yo solo sostenía con mi mano.

-Aguantá un chachito....-dije al tiempo que delicadamente soltaba el pepino, que quedó clavado en su culo, y trataba de salirme de debajo de Jo.

-¿Adónde vás?

-Ya vengo – apuré a contestar, mientras me bajaba de la cama y saliendo de la pieza me dirigí a la cocina. En la pileta estaban todavía los pepinos que yo estaba lavando. Elegí uno de similar dimensiones al que Jo tenía clavao en su trasero, lo sequé y volví corriendo a la pieza.

-No vas a probar solo vos -dije, dándole el pepino que traía y acomodándome a su lado. Y al acomodarme nuevamente a la altura de su trasero, la visión del pepino saliendo del culo de mi hermano y sabiéndolo enterrado en su, hasta ahora, virgen ano, casi me hace acabar de la calentura.

-¡Dale! –Lo apuré mientras volvía a mi tarea, besar su pija, sus huevos y sostener la ficticia verga que emergía de su trasero. Comence a darle un leve movimiento de mete y saca. Eso hizo gemir más a Jo. Y como respuesta sentí que ponía atención a mi agugero y separaba mis cachetes.

No puedo explicar todas las sensaciones, el estremecimiento que como agujas que se me clavaban en mil partes del cuerpo, sentí cuando la fría superficie del pepino se apoyó en la entrada de mi culo. Y como respuesta clara, acerqué con fuerza mi cuerpo hacía él. Hasta que lo sentí atravezar la embocadura de mi esfinter y deslizarse hacia adentro, produciendo dolor y placer combinados en un cóctel inigualable. Gemí y me retorcí hasta acostumbrame al grosor que iba ocupando un lugar inexplorao.

Como ejecutantes de una orquesta, al mismo tiempo empezamos a deslizar hacia adentro y sacar, meter y sacar, al tiempo que mutuamente mamábamos la verga uno del otro. Perdimos toda noción de límites, de espacio y de cuerpos. Uno era y manipulaba el objeto de placer del otro. Los movimientos se fueron haciendo más intensos y las vergas pugnaban por atravezar las gargantas. Los falsos miembros eran aceptados cada vez más en nuestras cavernas. Hasta que ambos llegamos al estampido del goce, al estallar de placer, a la descarga del deleite, de la vuloptuosidad. Los gritos de la satisfacción y el goce, resonaron en cada rincón en la casa. Y los dos buscamos, desesperados y urgentes, la boca del otro, para sellar en pacto íntimo, una nueva variante de nuestros juegos privados.

Exhaustos, agotados de tanto deleite, prodigándonos pequeños besos, nos fuimos quedando dormidos uno en brazos el otro, sintiendo una pequeña molestia en nuestros culos y un vacío que, de ahora en más, pediría ser habitado de alguna manera.

"Completo"

Días agotadores siguieron a ese. Jornadas en las cuales

fuimos buscando variantes en los elementos para introducirnos mutuamente: Dedos, lenguas, otros vegetales. Un descubrimiento revelador fue el darnos cuenta que el envase del gel íntimo que nuestro padre guardaba celosamente en su mesa de noche, era perfecto: Tenía la punta redondeada, por donde, desde un pequeño orificio, salía el gel. Perfecto en todo sentido. Lubricaba y dada su punta era ideal para introducirlo sin dolor. Descubrirlo, usarlo e ir a la farmacia a comprar otro envase, fué una sola cosa.

Ya se había hecho una deliciosa rutina tener dos ó tres sesiones diarias. Aparte de tomar en forma absolutatamente libre nuestra casa. Los dos vivíamos desnudos todo el día. Solo la salida a los entrenamientos nos obligaba a vestirnos. Y la convivencia se transformó en un catálogo imparable, extensísimo de gestos y formas de comunicarnos de una sensualidad sín límites. Abrazos, besos, tocamientos. Todo el día, sin interrupción, con amor y pasión en las miradas. Perdimos toda clase de fronteras el uno con el otro, amparados por la soledad de la casa. Solo los cuerpos hablaban, las caricias, besos imprevistos, apoyos y tocamientos eran las palabras y los encuentros de nuestro sexos el modo de afirmar esa armonía.

La quinta noche estábamos, como ya era costumbre, en la cama de nuestros padres, iniciando el segundo encuentro de ese día. Las lenguas se buscaban afanosas y las manos recorrían las formas del otro. Ambos teníamos el venoso miembro del otro agarrado con la mano, masturbándolo sin apuro, lentamente. Mi mano libre recorrió la redondez dura de sus nalgas, siguío con un dedo la extensión de la raya y empezó a buscar el camino hacia su hoyito. Y lentamente empecé a introducirse en ese camino maravilloso. Jo hacía otro tanto con mi propio culo.

-Se siente mejor cuando es así- dijo, interrumpiendo el beso, apoyando su mejilla contra la mía, apretando más su cuerpo al mío, mientras juntaba sus nalgas con un estremecimiento para luego aflojarlas y dejar paso libre mis dedos que poco a poco se introducían, uno a uno, en su culito.

-¿Mejor qué?- susurré, tratando de alcanzar el lóbulo de su oreja con mi lengua.

-Calentito... lo humano- me contestó, empujando su trasero contra mis dedos que exploraban su más íntima profundiad.

-No te entiendo- dije.

Jo sacó sus dedos de mi culo y concentró su mirada en la mía. Mis dedos, tres ya, dibujaban círculos, en su hoyo. Con su mirada rpofunda quizo decir más de lo que luego fueron sus palabras:

-Que todo lo que nos metemos es frío, sin vida. Con la lengua ó con los dedos, es otra cosa. Se siente algo humano.... calentito- me decía al tiempo que con su lengua rrecorría mis mejillas hasta llegar al cuello. –Quiero más... otra cosa- dijo en un suspiro que terminó en i boca con un prolongado beso.

Mientras nuestras lenguas se buscaban cada vez más desesperadas, saqué mis dedos de su canal y traté de bien entender el significado de las palabras de Jo. Me parecía lo más normal que así pensara, pues la penetración real era el único paso faltante en nuestra relación.

Seguí besándolo y acariciándolo hasta que los quejdios y gemidos del goce se hicieron música continua en la pieza. Con mis labios bajé por su pecho, mamé con ganas sus tetillas, seguí bajando por supecho, llegué con mi lengua hasta su ombligo, jugué con él y seguí bajando. Un leve reconocimiento de su esplendorosa y cabezona verga, sentí la pelambre que recubría sus huevos en la punta de mi lengua y llegué a su esfinter. Lo recorrí por completo al tiempo que lo iba llenando de saliva y Jo se retorcía de placer contra las sábanas.

Me incorpore, me puse a la altura de sus piesy los elevé hasta montarlos sobre mis hombros. Acerqué mi pelvis contra sus nalgas y apoyé la cabeza de mi verga en la entrada de su ano. Lo miré a los ojos y hubo un asentimiento sin palabras en las miradas. Y empujé. Solo eso. Penetré. Sentí la comodidad de la entrada de mi pija en su culo, ya dilatado durante días por los juegos y juguetes. Y fui abriendo camino con mi verga, tratando de llegar a lo más profundo del cuerpo de mi propio hermano. Y sentí como las paredes de su culo abrazaban la piel caliente de mi pija. Y la apretaban. Jo había cerrado los ojos durante la prenetación y los abrió cuando los pelos de mi pelvis se unieron a la piel de sus nalgas. Y me pidió que lo bese. Y luego que lo coja. Y empecé a meter y sacar, meter y sacar, cada vez más fuerte, arrancando gritos de algo de dolor y mucho placer de Jo. El se nió al mete y saca, moviendo, acompasado, su culo taladrado y en ocaciones, moviendo circularmente su culo alrededor de mi verga. Era tanto el goce que veía en la cara y sentía en el cuerpo demi hermano, que no quería perder oportunidad de yo mismo probarlo también.

A pesar de las quejas cuando le pedí que yo quería sentir su miembro dentro mío, saqué mi verga y acomodé sus piernas, dejándolo acostado. Me eché boca abajo a su lado, él me besó e inmediatamente se montó sobre mí. Abrí los cachetes de mi culo y sentí la cabeza gorda de su pija en mi culo. La punta apoyada en el hoyo y el presto presionando contra las nalgas. "Vá a ser difícil y doloroso" –pensé para mí. Y así fue. Pese a los juguetes, la cabeza del miembro de Jo tuvo que hacer mucha fuerza para abrirse paso. Y ví mil estrellas. Y grté y sentí una lágrima surcar mi cara. Pero luego vino el cielo. Las galaxias del placer se abrieron de pronto y siguieron pasando por todo mi cuerpo cuano sentí toda la verga de mi hermano enterrada en mi, su pecho apoyado en mi espalda y el mete y saca primero leve y luego cada vez más furioso. Yo ya no gritaba de dolor, sino de un placer sin fronteras, sintiendo en cada poro de mi piel la sensualidad a su máxima expresión. Jo bombeó como loco hasta que estalló de placer dentro mío. Me inundo el orto de esperma caliente y espesa.

Apurado la sacó y se echó boca abajo en la cama, abrió sus cachetes y me apuró:

-Por favor, terminá lo que empezaste- . Y así lo hice, apunté nuevamente mi verga hacia su culo y se la metí hasta el fondo, de una sola vez. Con ganas bombeé y taladré ese trasero apretadito, haciendo gemir de gusto a Jo, besádolo, gritando con él, hasta que mis testículos explotaron y llenaron de leche sus tripas.

Esa noche lo hicimos una vez más, luego de haber estado besádonos y acariciándonos durante mpas de dos horas, como agradecimiento recíproco por el desvirge "humano" que nos habíamos dado mutuamente.

"Juntos para siempre"

En los días siguientes, hasta que volvieron mis padres, vivimos solo para eso. Para saciarnos uno el otro. Para acabar con esa necesidad. Para retorcernos uno en la boca del otro, fundirnos en cuerpo, bebernos uno al otro, sentirlo dentro y hacerlo sentir lleno.

Mis padres volvieron y lo único que varió fue que no teníamos tanta libertad para hacerlo, pero buscábamos nuestros momentos y las noches, en nuestra pieza, eran solo nuestras. Las duchas juntos con sesión completa, eran cosa frecuente.

Siempre creí que esa llama se iba a apagar algún día. Que la necesidad de nuestros encuentros iba a menguar. Pero no fue así.

Ambos seguimos saliendo con chicas, disfrutando con ellas, pero sabemos que uno le pertenece al otro y viceversa. Nos necesitamos más allá de toda lógica y razón. Y saciamos nuestra necesidad sin tapujos ni prejuicios. Con libertad y con todo el amor que solo un hermano puede dar.

Si te gustó el relato ó sos de la Costa Atlántica Argentina (BsAs) y querés tener un encuentro (Yo 42, Bi, pasivo) escribime a :

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