Jingle bells, jingle sex

Relato típico en el que tres parejas de amigos juegan a las prendas, se desmadran y terminan en una espectacular orgía.

"Otra vez llega la Navidad; otra vez la Navidad.

La gente emana felicidad; emana felicidad.

Todos sonríen sin parar; todos sonríen sin parar.

¿A quién pretenden engañar si todo sigue igual?"

(Soziedad Alkoholika – "Feliz falsedad")

¿Qué es la Navidad? La Navidad es la mayor campaña comercial que ha existido jamás. La gente se ha olvidado del verdadero significado de la Navidad, el de celebrar el nacimiento del Mesías que un día ha de salvarnos a todos y que, viendo como va el mundo, no sé a qué coño espera. El espíritu navideño al que tanto se evoca es, en realidad, el espíritu colectivo de la sociedad de consumo disfrazado. Consumistas compulsivos en esas fechas, todos acudimos en rebaño a los centros comerciales y a las grandes superficies poseídos por la inmotivada necesidad de comprar regalos para los familiares y los amigos y comida en exageradas cantidades, olvidándonos de que la Navidad, para mucha gente, es el mismo pan del que carecen cada día. Los medios nos meten la publicidad por los ojos y, las tiendas, el recibo de compra por el culo, y si mañana no hay para comer, ¿qué más da?, es Navidad.

La Navidad es la época de redención en la que todo el mundo es amable y caritativo, simpático y solidario, para así intentar redimir sus pecados y poder volver a ser un cabrón el resto del año. Irónicamente, quizás sea esto lo mejor de la Navidad… y el turrón, el marisco, el cordero asado y el papel cuché.

Parece que fuese ayer cuando presenté a Manolo y a Marisa y ya llevan seis años juntos. Ellos son mis mejores amigos. A Manolo le gustaba ella de verla por los pubs de nuestro pueblo por los que salíamos cuando teníamos 17 años y, como yo la conocía porque el año anterior habíamos ido juntos al instituto, una noche les presenté. Una conversación, unas risas y, a partir de ahí, ya es historia.

Yo le contaba mis tragedias y mis problemas con las chicas a Manolo… Bueno, con las chicas solo tenía un problema: que no tenía chicas con las que tener problemas, ninguna quería salir conmigo. Muchas veces estaba presente Marisa, por lo que nuestra mutua confianza creció y así empecé a ir a su casa, a conocer a sus padres y a su hermana Carolina, una morenita preciosa y espigada, con el pelo por los hombros y unos ojos marrones muy bonitos, cuatro años menor que nosotros y con la que siempre había tenido una relación estupenda de amistad. Por aquel entonces, era una púber que comenzaba a desarrollarse y que a los 15 años ya tenía mejor cuerpo que su hermana, por lo que, gracias a ello, estuvo más de tres años con David Cabo, el chaval más guay y popular de su instituto, hasta el mes de junio de aquel 2005 en que nos encontrábamos.

El padre de Manolo es un escritor con cierto prestigio y hace unos años compraron y remodelaron una casita en un pequeño pueblo rural de Guadalajara, limítrofe con la provincia de Zaragoza, en el que parece que el tiempo se ha quedado estancado y en él se podría relajar los fines de semana y encontrar la tranquilidad para escribir. Es un municipio de población caduca donde la mayoría de la gente se dedica al pastoreo o a la agricultura y la juventud ha emigrado a un futuro más prometedor y con más posibilidades.

En 2005, Navidad y Año Nuevo cayeron en domingo; una putada para los curritos como yo, que llevo trabajando desde los 18 años. El miércoles, 28 de diciembre, me llamó Manolo desde aquel lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme.

–Carlos, mira… Ayer me vine al pueblo con Marisa para estar solos y se le ha ocurrido a ésta que podríamos hacer el viernes por la noche la última fumada del año –me comunicó.

–¿Y los demás? –pregunté refiriéndome a nuestros amigos, que se habían ido todos a pasar las fiestas con sus parientes–. Lo suyo sería que la hiciéramos cuando estuviéramos todos juntos, ya que va a ser la última.

–Los demás están repartidos por toda la geografía, tío, y el año se acaba el sábado, así que

–Sí, ya… Pero es que paso de estar con vosotros dos de sujetavelas.

–No te preocupes, también va a venir mi primo Sami –me informó.

–¿Va Sami? ¡Hostia, de puta madre! –me sorprendí gratamente–. Hace… hace meses que no le veo.

–Ya, es que desde que se echó novia no va a Mejorada –que es donde nosotros vivimos– ¿Te acuerdas de Susana, que la llevó un día para que la conociéramos? –me preguntó.

–Sí, me acuerdo, aunque no me viene a la mente su cara.

–Era rubia… –me dijo.

–Uhm

–Pelo largo

–Uhm

–Ojos verdes

–Uhm

–Un culo tremendo

–¡Ah, sí! –me acordé– Que llevaba en un bolsillo de atrás de los pantalones una lengua de los Rolling Stones.

–Sí, esa es Susana –me confirmó.

–Qué buena estaba –suspiré.

–Pues alégrate, ella también viene.

–¿Siguen juntos? Pufff, entonces estamos en las mismas. No es que esté buscando una excusa para no ir –le expliqué– pero es que no me mola para nada que vayáis en plan de parejitas y ser yo el único que vaya solo.

–A ver, Carlos, coño –dijo Manolo molesto por las trabas que me ponía a mí mismo–. No vamos en plan de parejitas, vamos como amigos. Cenamos algo, nos tomamos unos cubatitas, nos fumamos unos porros y el sábado, que es Noche Vieja, nos volvemos a Madrid después de desayunar. Además, Marisa está intentando convencer a su hermana para que se venga, a ver si se olvida ya del David Cabo de los cojones, que todavía está depre.

– ¿Todavía sigue deprimida? –le pregunté con algo de asombro– ¿No cortaron hace seis meses?

–Sí, pero ya ves –dejó ahí el asunto–… Entonces vienes ¿no?

–Venga, vale, voy –acepté al final.

–Genial, tronco –se alegró–. Mi primo va a llevar el costo, ¿tú puedes encargarte de comprar seis pizzas de esas congeladas para calentar en el horno y la bebida?

–Sí, claro, eso está hecho.

–Muy bien, pues el viernes a las 18:00, mi primo pasará por tu casa a recogeros. Le diré a Marisa que le diga a su hermana que vaya a tu casa un poco antes para no perder tiempo –me contó y nos despedimos.

Samuel fue adoptado por los tíos de Manolo. Le trajeron de Ecuador, tiene las características facciones latinoamericanas y un cuerpo fibroso y definido que demuestra que no comparte los mismos genes con su primo.

Con 19 años se sacó el carnet de conducir y, un sábado por la noche, fue a nuestro pueblo a hacerle una visita a Manolo por primera vez en su propio coche. Como le gustó salir de copas con nosotros y el paladar de Adela, comenzó a venir con frecuencia. A los seis meses, el cabrón, en sentido amistoso, ya se había cepillado a todas las chicas de nuestro grupo y a alguna más, sin contar a Marisa porque era la pareja de su primo. Además de un tío estupendo, Sami es un triunfador, un follador nato con mucho magnetismo y más labia, justo lo que me falta a mí. Nuestra empatía hizo que un día, él se ligara a una chica bastante buenorra para ser yo quien se enrollara con ella. No me la pude tirar, pero mis manos se conocieron al dedillo, nunca mejor dicho, cada curva de su cuerpo, cada redondez, cada desnivel del terreno parcelado que era el cuerpo de aquella chica.

En abril inició su relación con Susana, con pocos augurios para su estabilidad por su fama de conquistador empedernido, pero ella le cautivó de tal forma que le absorbió completamente y por eso hacía tanto que no le veía, porque incluso dejó de venir a Mejorada. Tenía un año más que nosotros, exceptuando a Carolina que ya he dicho que contaba con 19; y era el arquetipo de tía cañón, la clase de chica con la que yo ni me atrevía a soñar porque estaba totalmente fuera de mi alcance y los sueños son muy traidores. Carol me decía que era el amigo más guapo que tenía su hermana, pero era algo subjetivo, yo nunca podría aspirar a una chica como Susana. Tenía unas tetas grandes y opulentas, un culo impresionante y, más que guapa, yo diría que atractiva con esas dos esmeraldas protegidas por las cejas, que le daban un aspecto exótico junto a su ondulada melena rubia.

El día señalado, Carolina vino a mi casa media hora antes de lo acordado. Mis hermanos pequeños estaban viendo una de esas típicas pelis navideñas de Papa Noel; así que la invité a una Coca Cola en la cocina y le pregunté cómo llevaba la ruptura con su ex novio para sacar conversación.

–Lo entiendo –le dije comprensiblemente cuando empezó a contármelo–. Es que eran más de tres años lo que llevabais saliendo.

–Sí, pero ya estoy mejor. Ya han pasado más de seis meses y lo tengo casi superado –continuó ella–. De hecho, esta Noche Vieja, voy a olvidarle definitivamente, para siempre.

–Año nuevo, vida nueva, ¿no?

–Eso es –dijo con firmeza–. Cuando salga con mis amigas después de las campanadas de fin de año, vamos a ir a una discoteca, voy a localizar al primer tío bueno que esté libre y le voy a decir: "Quiero follar contigo" –al oírlo, me costó tragar saliva– y voy a estar toda la noche tirándomelo en el coche. ¿Quién puede rechazar una proposición así?

–Yo, desde luego, no –le aseguré.

Nunca jamás había oído a Carolina pronunciar la palabra "follar", o algo similar, y reconozco que me dio morbo escucharla. Además, hay que tener en cuenta que estaba muy buena, quizás un poco delgadita para mi gusto, pero con curvas suaves y para nada despreciable. Vamos, que yo me la follaba. Como he dicho antes, tenía mejor cuerpo que su hermana, sobre todo desde los dos últimos años, en los que Marisa había engordado un poco, le había ido todo a las caderas y su culo había perdido las formas que tuviera antaño.

Sami llamó con puntualidad al portero automático de mi casa y en la puerta del portal le presenté a Carol y él, ya dentro del coche, nos presentó a Susana, aunque ella misma dijo que nosotros dos ya nos conocíamos. Me elevó la autoestima saber que se acordaba de mí.

Yo no tenía vacaciones como ellos y ese mismo día había trabajado, por lo que cuando no llevábamos ni media hora de viaje, me quedé sopa en el hombro izquierdo de Carolina. Cuando desperté a las dos horas, llevaba la cabeza apoyada en uno de sus menudos pechos y ella me había rodeado el cuello con su brazo, con lo que su mano caía sobre la mía, e iba jugando con mis dedos. Estaban haciendo balance del año y enumerando sus propósitos para el próximo.

–… y acabar la carrera –fue lo primero que oí, una vez recobrada la consciencia, dicho por Susana.

–Mirad, ya se ha despertado el bello durmiente –anunció Carol y me saludaron– ¿Qué tal la siesta, cari?

–Pues mis buenos propósitos para el año que viene –comenzaba Sami– son que el Real Madrid gane otra copa de Europa

–Eso no es un propósito –le interrumpió Carolina–. Tienes que decir méritos tuyos, cosas que puedas hacer tú.

–Yo les envío mis mejores deseos y les animo todos los fines de semana desde las gradas. También quiero que me hagan encargado en el curro y hacer un cuarteto con Susana y dos chicas más.

–Mírale, qué listo –rió Carol–. Y ¿por qué no con Susana y dos chicos?

–Porque los tríos ya los hemos hecho este año y ahora toca los cuartetos y porque la bisexual es ella.

– ¡Oye…! –le reprendió la aludida dándole un puñetazo en el hombro–. No hace falta que lo vayas pregonando por todas partes.

Susana ya me excitaba de por sí porque estaba buenísima y por todo lo que me había contado Manolo sobre la novia de su primo, que, según esas anécdotas, era un poco guarrilla y a pocas cosas decía que no en materia de sexo; pero saber que era bisexual, que se lo montaba con otras tías, me daba un morbazo terrible. Ahora estaba todavía más lejos de poder alcanzar a una chica como ella.

En pocos minutos, entramos en el pueblecito y estacionamos frente a la casa, que tenía un jardincito en el que lo único que crecía era musgo entre sus baldosas. Al entrar en ella, vi, en un mismo ambiente, una cocina totalmente equipada, una mesa para comer y, al otro lado, un sofá, dos sillones y otra mesa más chiquitita que hacían de salón delante de un mural donde estaba la televisión y algunas cosas más. Había dos tramos de escaleras que conducían a la buhardilla y, entre estos, en la entreplanta, se encontraban el cuarto de baño y la alcoba de matrimonio.

–Esta noche dormiremos mi hermana y yo en la habitación de los padres de Manolo –nos daba instrucciones Marisa–. Tú –señalando a Susana, que sonreía encantada– vas a tener que dormir con los chicos arriba, en una cama con tu novio, porque las tres no vamos a caber en la de matrimonio. Y Manolo y Carlos se tendrán que echar a suertes la otra cama y el sofá.

–Tío… –me llamó la atención Manolo sacando lo que había en las bolsas del supermercado que había llevado con lo que me pidió–. Solo has traído cuatro botellas de Coca Cola y dos de Fanta Naranja.

–¿Y qué pasa? –pregunté con toda mi ignorancia.

–¿Cómo que qué pasa?¿Dónde está el alcohol?

–¿Tenía que traer alcohol? –y me dijo que sí–. Y ¿yo qué sabía? Como me dijiste que trajera bebida, creí que decías refrescos para cenar, no me dijiste nada de alcohol.

–Pero te dije be-bi-da, se sobreentiende que alcohol también –y nos pusimos a discutir.

–Vale, tranquilos –intentaba poner orden Marisa–. Tranquilos

–Por lo menos dos botellas de Cacique y una de Eristoff –seguía Manolo agregando aspavientos de atrezo.

¡Basta ya! –gritó la anfitriona y paramos– Vamos al ayuntamiento y ya está.

–¿Al ayuntamiento? –pregunté extrañado– ¿Qué quieres? ¿un juez de paz para solucionar esto?

–No, es que aquí el ayuntamiento es un bar.

–¿Un bar?

–Si –respondió Manolo–. Aquí no hay ningún edificio que haga de casa consistorial, y, como el alcalde es el dueño del único bar del pueblo, pues el equipo de gobierno se reúne ahí y legislan y discuten tomándose unos chatos de vino –sació afable la curiosidad que a todos nos embargaba.

–Qué fuerte –dijo Susana–. El alcalde es el camarero.

–Y el electricista –añadió Marisa a su comentario–. Venga, vente conmigo –me dijo poniéndose el abrigo y tirándome del brazo.

Llegamos al establecimiento y había un papel en la puerta pegado por dentro en el que ponía: "CERRADO POR NAVIDAZ NOS SEMOS IDO A ALBACETE".

Cuando volvimos a casa, todos estaban arriba viendo la buhardilla enmoquetada. Esta tenía dos camas desnudas con sendas mesillas en los dos metros que las separaba. A la izquierda, casi donde comenzaba la escalera, un armario empotrado; en el rincón de la derecha, la caldera, que solo servía para esa estancia de la casa; y, junto a ella, una caja de cartón de donde el anfitrión sacaría más tarde dos trozos de madera y una página de una revista para encenderla.

Al otro lado del hueco de la escalera, bajo la única ventana que había, se encontraba un escritorio con un ordenador de mesa, una impresora y un teléfono. A un lado de ella, una pila de compactos y algunos DVD´s, y al otro lado, también en el suelo, un equipo de música, cuyos dos altavoces estaban colgados en una esquina opuesta cada uno. En la pared contraria por la cual bajaban los escalones, lo único que destacaba sobre su color blanco, era un sofá cama azul, en el que uno tendríamos que dormir.

–Joder, pues nada; nos someteremos a la ley seca –se quejó Manolo cuando volvimos.

–Es más efectiva la ley húmeda, jeje –comentó simpática Susana.

–Bueno, da igual –dijo Marisa por si empezábamos a discutir de nuevo–. Porque por una vez no os toméis unos cubatas, no os vais a morir, así que os aguantáis.

Como se habían hecho las 21:00, pensamos que podríamos cenar, así que me bajé con Manolo para ayudarle mientras los otros encendían la caldera, cargaban en la bandeja de CD´s de la mini cadena un disco de Billy Talent, otro de Paramore y otro de Fall Out Boy, para que se reemplazasen durante toda la velada, y liaban los primeros porros de la noche con la marihuana que Sami traía en una bolsa de cierre hermético. Como nos fumásemos todo aquello esa noche, al día siguiente íbamos a estar para vender cupones de la O.N.C.E.

Según iban saliendo las pizzas del horno, yo las iba subiendo para que empezasen a comer los demás. Las había comprado de distintos gustos para que hubiera más variedad y cada uno pudiese comer de la que quisiera. Pronto el calor se hizo patente y nos quedamos todos en manga corta menos Susana, que, bajo su jersey, llevaba una camiseta blanca ajustada de manga larga que marcaba las líneas de su sujetador, y que, a través de ella, se veía que era de un color claro. Y minuto a minuto, en el suelo cenamos, charlamos, reímos, fumamos y comimos turrón de Conguitos hasta que, sobre las 22:30, Marisa propuso jugar a algo y, tras elegir un juego de cartas, Manolo bajó a buscar una baraja.

Mientras, escuchaba que Carolina les estaba relatando a Sami y a Susana todo lo de su ex, lo mal que lo había pasado y que ya se veía capaz de conocer a otros chicos, de experimentar y de aprovechar lo que se le fuera presentando.

Me di cuenta de que formábamos tres parejas y que, la primera letra de los integrantes de cada una, era la misma. Manolo y Marisa con M; Sami y Susana con S; y Carolina y yo, que soy Carlos, con C, aunque sí, ya lo sé, Carol y yo no éramos novios.

–Pues no he encontrado cartas –nos comunicó Manolo al subir–, lo que he encontrado… ¡es esto! –y sacó de detrás una botella de whisky casi entera, lo que los tres chavales celebramos.

Pero al borrachuzo de mi mejor amigo se le chafó el cubata cuando Carol sugirió jugar a algún juego de beber. Después de debatir varias opciones y conseguir arrancarle a Manolo la botella de las manos, nos decantamos por el juego de la cerilla, que tuve que explicar a Sami, Susana y Carol porque no lo conocían.

–Primero, nos sentamos en corro, luego uno enciende una cerilla y nos la vamos pasando. El que la apague para no chamuscarse los dedos, pierde esa ronda y se bebe un chupito de Cacique.

– ¿Y si te quemas? –preguntó Carol.

– Si te quemas, instintivamente apagas la cerilla.

Pasados tres cuartos de hora de comenzar el juego, la botella estaba vacía, el calor parecía haber aumentado, la cabeza daba alguna que otra vuelta y, la espesa capa de humo que teníamos sobre nosotros, no ayudaba para nada.

–Y ¿ahora qué? –pregunté echándome hacia atrás para reposar la espalda en el suelo y que las paredes dejaran de moverse.

–Pues no sé, pero yo no me quiero ir a la cama –dijo Marisa–. Es muy pronto.

–Podemos seguir jugando y vemos si conseguimos animar a esta chiquilla –se le ocurrió a Sami, quien hizo, además, clara alusión al estado de ánimo de Carol–; pero ahora quien pierda, en vez de beberse un chupito, tiene que superar una prueba o cumplir un mandato –a todos nos pareció bien y tomamos nuestras posiciones anteriores–. A mí me la pondría Susana y yo se la pondría a Carlos –es decir, que si Sami me la ponía a mí, que estaba a mi derecha, yo se la tendría que poner a Carolina, que estaba a mi izquierda.

Manolo subió con una caja de cerillas y prendió la primera, que nos fuimos pasando dando una vuelta y media al corro hasta que Carolina se vio obligada a apagarla. Primera prueba y el verdugo era yo.

Cuando me ayudó a llevar los platos de la cena al fregadero, mientras bajábamos por la escalera a oscuras, se encaramó a mi brazo hasta que le di al interruptor porque le daba miedo. Era una casa desconocida y la luz que se filtraba por el cristal ámbar translúcido de la puerta de la entrada, la cual estaba precedida por el pequeño jardín enlosado; se proyectaba en la cocina y creaba sombras tétricas.

–Mi primera orden –le dije mirándola– es bajar hasta la cocina, llamar al timbre, para comprobar que has llegado a la puerta; y volver

–¿Solo eso? –preguntó con sarcástica sonrisa.

–… sin encender la luz –y su sonrisa se tornó tan oscura como lo estaría la escalera.

–Tan fácil no podía ser… –se lamentó y se situó en el primer peldaño empezando a dar pequeños saltitos, como calentando para salir corriendo, e intentando animarse– Venga, Carol… Venga, va –se decía a sí misma sin decidirse a hacerlo.

–Que no tenemos toda la noche.

–Vale, vale, ya voy. A ver, a la de tres: uno… dos…. dos y medio… dos y tres cuartos

– ¡Venga, coño!

–… ¡tres! –y salió corriendo, bajó el primer tramo hasta la habitación matrimonial y el baño, y volvió a subir otra vez–. Lo siento, lo siento… –se disculpó nerviosa–. Otra vez. Ahora sí. Uno… dos… y… ¡tres! –e hizo lo mismo, bajar hasta la entreplanta y subir de nuevo–. No puedo, no puedo –decía mientras nos quejábamos todos–. Pago prenda –dijo enfurruñada sentándose en el suelo y quitándose las zapatillas y los calcetines, dejándonos mudos a los demás.

–¿Eso vale? –pregunté mirando a todos, que ese acto de Carol les había pillado tan desprevenidos como a mí.

–Pues… no sé… –titubeó Sami.

–Vale, jugamos con prendas –abrió la boca, finalmente, Marisa unos segundos después– pero pongamos un límite, porque yo no pienso quedarme en pelota picada aquí, delante de todos.

–Muy bien –confirió Sami–. El límite es el bóxer o las braguitas, pero el sujetador os lo tenéis que quitar –mirando a las tres chicas– ¿Alguna tiene algún problema con eso? –y ninguna dijo nada, así que, quien calla, otorga–. Vale, pues las prendas serán calcetines, camiseta, pantalones y, como las chicas tenéis una prenda más que los chicos, vosotras os quitáis el sujetador y nosotros el reloj.

–Y ¿cómo sabremos quien pierde? –preguntó Manolo– ¿o no pierde nadie?

–Pues cuando a uno de nosotros solo nos quede el bóxer o las braguitas y pierda una vez más, se le impone un castigo –pensó Susana.

–Pero hay que cumplirlo –advertí con cierta autoridad.

–Sí, algo en lo que todos estemos de acuerdo –y nos pusimos a pensar.

–¡Ya lo tengo! –saltó de repente Marisa–. El que pierda… mañana nos prepara el desayuno a todos –y los demás lo celebramos, por lo que nos volvimos a sentar en el suelo, reanudamos el juego y Carol se quemó los dedos.

–Joder, ahora podría perder otro, ¿no? –protestó.

¿A qué tío no le mola un mogollón ver a dos hermanas besarse? A mí sí. Encima, si esas dos hermanas son amigas mías, la excitación está garantizada, así que eso era lo que le iba a mandar a Carol y, en caso de que no aceptase, se tendría que quitar la camiseta, así que era una orden que, saliera como saliera, acabaría muy bien.

–Tienes que besar a tu hermana –y las dos se echaron hacia delante hasta darse un piquito fraternal como ya les había visto otras veces–. Pero así no tiene gracia, tiene que ser con lengua.

–¡Ah, no! –se escandalizó Marisa–. Eso sí que no. ¿Cómo le voy a meter la lengua a mi hermana en la boca?

– ¿Quieres verlo? –le pregunté en tono jocoso.

–Pero, tío ¿cómo quieres que hagamos eso?

–Lo siento, Carol –dijo Manolo– fuera la camiseta.

–Y una mierda, yo no me quito nada –le contestó Carolina haciendo gala de una mala leche que no pega nada con su cara de niña buena–. Es ella la que no quiere hacer la prueba, no yo.

–Esperad todos –nos solicitó Sami–. Antes de continuar, vamos a dejar claras las reglas para que luego no haya malentendidos como este.

–Vale, a ver qué os parece esto –dijo Marisa para proseguir hablando–. Seguimos con las bases que hemos puesto antes, pero, a partir de ahora, si la orden requiere la colaboración de otra persona y esa persona no quiere hacerlo, se propone otra prueba y ya está. En este caso, Carol solo se quitaría la camiseta si fuera ella quien no quisiera hacerlo. ¿Os parece bien? –todos estuvimos de acuerdo y dejamos, de esta manera, las reglas concretadas hasta que finalizase el juego.

–Vale, pues besa a mi novia –le soltó a bocajarro Sami a Carolina, dejándola un poco desconcertada.

En un principio, todos creíamos que se negaría a hacerlo, pero de momento se lo estaba pensando.

–Yo no tengo ningún problema –dijo Susana para terminar de convencerla.

Finalmente, contra toda previsión, la hermana de Marisa fue de rodillas hasta ella. Ante nuestro estupor, Susana, con determinación, sujetó el rostro de Carol con las dos manos, una en cada mejilla, y la atrajo hacia sí. Esto lo recuerdo a cámara lenta: la punta de la lengua de la rubia asomaba entre sus labios entreabiertos cuando se unieron a los de Carolina, los besaron y succionaron el inferior, para ver luego como el músculo húmedo, resuelto y decidido, con un brillo acuoso, entraba en la cavidad bucal de Carolina. Los brazos de esta, caían muertos a ambos costados y parecía que su alma flotaba como éter entre el humo de nuestros canutos, pero toda su voluntad la tenía Susana en el interior de su boca.

Pronto nos dimos cuenta de que el carrillo de Carol no era el único que se abultaba al tener una lengua moviéndose dentro, sino también, aunque casi imperceptiblemente, el de la rubia, que bajó una mano hasta el culo de Carolina sin que esta protestase ni se quejara. A mí me parecía que el morreo duraba demasiado para ser algo impuesto. Si no le estuviese agradando a Carol, se hubiera apartado mucho antes y el beso hubiera terminado en unos breves segundos, nada más, pero tenía pinta de que a las dos chicas les gustaba, y el bulto del carrillo de Susana, ahora mucho más patente, me lo confirmaba.

Se separaron por fin y Carolina volvió a sentarse en su sitio como en trance. Un silencio sepulcral nos rodeaba. Marisa seguía con la boca abierta alucinando por lo que acababa de hacer su hermana y solo se intuía el murmurante crujir de tres braguetas cediendo a la tensión. La voz de Manolo acabó con el enmudecimiento general: "Tierra llamando a Carolina. Enciende una cerilla, niña".

A partir de ese momento, una especie de pudor se apoderó de todos. Creo que desde el principio, sabíamos de antemano que las órdenes picantes de índole erótico o provocativo, tarde o temprano, se producirían con la excusa de la desinhibición que nos había dado el alcohol que llevábamos en la sangre, pero después de ese mandato estábamos expectantes y esperando que alguien diese el primer paso para romper ese hielo que se había solidificado alrededor nuestro.

Mientras, continuábamos jugando con pruebas como comerse tres magdalenas en un minuto, con el que yo perdí los calcetines; o superar el imposible tercer nivel de un video juego del teléfono móvil de Manolo elegido con el único fin de que Carolina se quitase la camiseta y mostrase un bonito sujetador negro semitransparente, que enturbiaba la visión de unos pezones que ocupaban la mayor parte de unas areolas pequeñitas, porque, tanto él como yo, sabíamos que era una prueba evocada al fracaso. Mi amigo y yo teníamos un trato con el que el primero de los dos que consiguiese pasarse ese nivel, le pagaba al otro una cena.

Ella era la que peor suerte estaba teniendo esa noche y me daba pena mandarle órdenes muy difíciles, pero, claro, eso no quería decir que pudiera superarlas todas, porque en algunas influían otros factores además de su habilidad y su destreza, aunque la mayoría eran de atrevimiento, como la que le hizo desprenderse de los pantalones, que ahora mismo os voy a contar.

Los tres chicos bajamos a la cocina a prepararle un cóctel explosivo.

–A ver qué vais a echar –se preocupó Marisa–. Solo cosas que se puedan consumir y que no hayan caducado.

Pusimos agua en una jarra y Manolo echó en ella todo lo que Sami y yo íbamos encontrando por los armarios y en la nevera: cacao en polvo, Coca Cola de la que había sobrado, capuccino en polvo, sal, yogur líquido de coco, natillas, zumo de naranja, zumo de melocotón y soja, leche, tomate frito, ketchup, mostaza, mayonesa, sirope de caramelo, miel y, por último, cascamos un huevo y lo vertimos en la marmita de la poción mágica antes de removerlo bien con un cucharón. Si eso no tenía bifidus activo, L. Casei Imunitass, omega 3, omega 4, omega 5 y omega tropecientosmil, lo que no le faltaba era un aspecto asqueroso.

Carol ni se atrevió a olerlo. Se quejó de que eso no era válido, que estábamos jugando con su salud, que si se tomaba eso estaría una semana con diarrea… Susana propuso tomarnos un chupito del brebaje tóxico cada vez que alguien perdiera, pero todos nos negamos; era menos nocivo y más excitante quitarse ropa. Los beneficios de tan nutritivo preparado, se los llevó el retrete.

Carolina, mosqueada y disconforme, se situó en el centro del círculo. Le había jodido perder una prenda más.

–Me las vas a pagar, cabronazo –me amenazó un poco molesta, pero sin tomárselo muy en serio, con buen rollo, porque ella quiso jugar, nadie la obligó.

–Con sensualidad, por favor –le contesté adoptando en la voz un tono burlesco para picarla más, que estaba preciosa cuando se cabreaba, a pesar de ese horrible piercing que llevaba sobre el labio superior.

Se situó en el centro del círculo que formábamos y, como respuesta a mi ironía, me dio la espalda para que no me perdiese detalle de esa sensualidad que le había sugerido. Atento como un ojeador, se me secaba la boca a medida que el pantalón beige de Carolina comenzaba a descubrir un tejido como el que, en su sostén, obstaculizaba la nítida visión de sus pezoncillos marrones.

Las braguitas, negras como las dos finas gomas que rodeaban sus caderas, tapaban la parte alta de su culo y, poco a poco, se iban estrechando mientras cruzaban sus nalgas, dejando gran parte de ellas a la vista, entre las cuales se terminaba ocultando la tela para reaparecer un poco más abajo, formando varios pliegues que delineaban a la perfección el coñito de Carolina y la raja que llevaba seis meses sin catar bocado. Con qué gusto la daba yo de comer. Tenía la lengua ya desertizada por la visible grieta que partía en dos su trasero. Así sí que estaba preciosa.

–Si lo llego a saber, me hubiera puesto un conjunto sexy y no estas bragas del rastrillo– discrepábamos en el concepto de "sexy".

Llegábamos a la recta final del juego. Los tres chicos nos encontrábamos en bóxer y Carol y Susana en ropa interior. La única que no corría ningún riesgo, de momento, era Marisa, que solo se había quitado la camiseta, un hecho que, la verdad, no es relevante. A ella y a su hermana, siempre las había visto con ojos de amigo leal, sin mala intención, pero eso estaba cambiando con Carolina aquella noche.

Yo parecía una veleta echando continuas miradas silenciosas a los pezones y a la mancha de pelo que se apreciaba sin dificultad en las braguitas de Carolina, que estaba sentada a mi izquierda; y a Susana, que estaba justo enfrente mía y llevaba un provocativo tanga azul claro de lycra, con un pasacintas que rodeaba toda la prenda, con su correspondiente tira amarilla de raso que, en la parte de atrás, terminaba en una lazada, cuyos largos extremos caían sobre su rotundo culo. El sujetador iba a juego y el lacito amarillo lo tenía adelante. Además, en ese mismo momento, había recogido sus piernas hasta su pecho sin darse cuenta de que, entre sus pies, me daba una divina visión de su vulva henchida por tener los muslos juntos. Me estaba poniendo a cien. Entre ella y yo había solo dos metros de moqueta, pero para mí era un abismo porque sabía que nunca iba a poder disfrutar de cualquier manera con lo que esa tela, probablemente ignífuga, protegía de mis miradas ardientes.

Fue a ella quien le tocó la siguiente orden.

–Si tu novio no tiene ningún inconveniente, Susana… vas a tener que besarnos a los tres con los ojos vendados –le decía Manolo mientras doblaba sobre sí misma la camiseta blanca que ella se había quitado unos minutos antes, pues empezó, al contrario que todo el mundo, quitándose el pantalón gris de pana–, y luego adivinar de quien han sido los besos. No te importa, ¿verdad, cariño? –mirando a su novia.

–No sé, no sé… –actuó exageradamente Marisa– pero no te acostumbres, que eso son cuernos.

–Se supone que ella no verá un pijo –continuó Manolo mientras le ataba las mangas de la camiseta por detrás de su cabeza a modo de venda–, así que tendremos que ser nosotros, los chicos, quienes acerquemos nuestra boca a la suya –Susana rodeó el cuello de Sami con los brazos dispuesta a ello–. Eh, eh, eh, las manos a la espalda, que si no nos puedes descubrir por el pelo.

Estaba claro que sabía que el primer beso era de su novio, por lo que no me pareció raro que fuera prolongado y apasionado. Lo que me puso nervioso y me hizo un nudo en el estómago, fue que a Manolo también le besase con mucho énfasis y mucha lengua, cuando yo imaginé que con un simple pico bastaría para no sobrepasar un límite, pero, claro, el límite lo ponía quien estaba realizando el mandato.

Llegó mi turno y me acerqué a ella poniendo mis manos en su estrecha cintura desnuda, lo que ya me produjo un escalofrío. Creo que lo primero que entró en contacto con mis labios, no fueron los suyos, que observé brillantes y alargados, sino su lengua, que no tardó en franquear los míos, como hiciera con mis dientes, y penetró en mi boca trayendo consigo el sabor del extinto canuto que unos momentos antes apagase en el cenicero.

Un ansia contenida se desató cuando las dos lenguas, afanadas en lubricar nuestras gargantas con saliva, se enroscaron sin dejar de forcejear y batallar por recorrer y restregarse por toda la boca ajena, en una contienda húmeda y lasciva que, por desgracia, fue interrumpida por las características del juego. Entonces, mi corazón pudo volver a controlar la cantidad de sangre que recibía a causa de la tremenda excitación que me invadía.

Sé que es más emocionante cuando lo vives que cuando te lo cuentan, pero ya había traspasado una frontera con Susana, algo que jamás pensé que sucedería al ser yo tan poca cosa y ella tan arrebatadora. Me congratulaba el saber cómo era la muchacha en acción, me sentía eufórico.

–El primero ha sido Sami, evidentemente. Después… después –se dijo ella como para sí misma–… El segundo ha sido más torpe, así que Carlos; y el tercero, que ha sido más entusiasta, Manolo.

–Oye, ¿por qué crees que el mío ha sido más torpe? –me desilusioné.

–Bueno… esto… no sé –intentaba justificarse–. Manolo tiene novia, así que supongo que tendrá más… más experiencia, digamos… en besar. Ha sido, si Marisa me permite decirlo, más animal, como un arrebato, pero tierno, no sé si me entendéis. Sin embargo, tú

–Pues no –la corté–. El segundo ha sido Manolo y el tercero yo, yo, el entusiasta ha sido el mío –le dejé bien claro y pareció sorprenderse.

–Pues que sepas que ha sido un gran beso. Bueno, cambiando de tema, me tengo que quitar el suje, ¿no? Carlos, va por ti –me dijo, con una disculpa implícita, guiñándome un ojo.

–Ahora no me hagas la pelota.

Se situó delante de mí para cumplir su dedicatoria. Llevó las manos a su espalda para separar los corchetes y sus tirantes quedaron flojos sobre sus hombros. Cuando sus brazos se desembarazaron de ellos, mientras sujetaba las copas del sujetador, pidió la colaboración de su novio.

–¿Así que Carlos besa mejor que mi primo? –le preguntó Sami quedamente, lo cual pude oír por su proximidad.

–Sería la hostia tener su lengua en el clítoris –le contestó ella musitando también y con cierta picardía, lo que me dejó perplejo y al borde de un orgasmo, lo juro.

Empecé a imaginar una mínima posibilidad, en algún futuro, de que ella comprobase que sí que era la hostia tener mi lengua en su clítoris. Lo siguiente que le dijo, que ya no se qué fue, me devolvió a esa buhardilla. La miré y, cuando ella me miró a mí, se mordió el labio inferior y sus ojos brillaron. No, perdón, lo que brilló fue el piercing de su ceja. También miré a Manolo por un momento, contemplando embelesado, desde su posición, el formidable culo de la novia de su primo. Lo entendía, con semejante panorama, no creo que estuviera entreteniéndose, precisamente, con los tatuajes que la chica tenía en la espalda, un hada detrás de un hombro y un tribal en los riñones.

Cuando por fin Susana lanzó el sujetador a la montaña que íbamos formando con la ropa que perdíamos, las grandes manos de Sami tapaban sus generosos senos. Comenzó a magrearlos, ajarlos, sobarlos como tantas veces él habría hecho y yo no, haciéndonos ver, y torturándome a mí con ello, cuan blandos y amasables eran, hasta que ella le llamó la atención para que cesara el agasajo, por lo que fue restregando sus manos hacia los lados hasta que las tetas de su chica estuvieron al aire. Mis párpados se abrieron desmesuradamente.

Se recogió el pelo con ambas manos, lo que hizo que sus trémulos pechos, con uno de sus rosados pezones perforados por una varilla en cuyos extremos lucían sendas bolitas de plata, se irguiesen un poco más allá de la firmeza que su juventud gozaba, ayudada por dos implantes de silicona, lo que conseguía otorgarles una majestuosidad solidez. La lámpara colgante les obsequiaba con su luz para que pareciesen dos lunas llenas, redondas y grandes, destacando en el cielo oscuro de mi líbido voladora. Ante semejante obra arquitetónica, me sentía pequeño y desgraciado.

Estaba cachondo perdido y me preocupaba que fuese peligroso tener la polla tan tiesa durante tanto tiempo. Si casi no follo… Rectifico, si follo mucho menos de lo que quisiera y encima me la tuvieran que amputar, terminarían antes amputándome directamente el cuello y acabando con mi sufrimiento venidero.

Cuando me tocó perder una ronda, Carol vio la oportunidad de vengarse por el mandato de la poción mágica, pues me acusaba, siempre de broma, de haberla intentado envenenar. Le dijo algo al oído a Sami, este le pidió a su novia que se acercase y también le cuchicheó algo sin que nadie se enterase.

Tanto secretito me estaba poniendo nervioso, pero era peor saber que Susana tenía que participar en la prueba, que pareció aceptar lo que fuera que le planteasen. Se tumbó en el suelo boca arriba, apoyando la nuca en sus manos. Sami me rodeó el cuello en señal de amistad para comenzar a desvelar lo que tenía que hacer.

–Tienes que recorrer el cuerpo de mi novia con la lengua.

–¿Cómo? –pregunté incrédulo porque me parecía que no había entendido bien lo que acababa de decir.

–No te preocupes, somos muy liberales, a los celos les damos asco. Mira, tienes que empezar por el cuello de mi novia, pasarás entre sus pechos y seguirás bajando hasta el tanga, para después pasar a una pierna y seguir chupando hasta el pie, que será la meta. Debes hacerlo de rodillas y con las manos a la espalda. Si apoyas una mano, perderás. Si separas la lengua un milímetro antes de llegar al pie, perderás. Si pierdes, mañana me tendrás que preparar un café y dos tostadas con mantequilla.

Me arrodillé junto a Susana, puse la lengua en su mentón y la dejé descender tipo slalom por su cuello. Ahí fue cuando me di cuenta de la dificultad de la prueba. Con las manos a la espalda, el cuerpo inclinado hacia delante y con un punto de apoyo tan frágil como era la lengua, andar de rodillas era difícil y muy incómodo. Pensé que lo mejor era ponerme a horcajadas sobre ella, así que pasé una de mis piernas por encima de su cabeza y tuve que reconocer que así era más complicado todavía porque tenía las rodillas más separadas, y, a pesar de que lo intenté, no pude volver a la posición anterior. No me quedó más remedio que intentar superar el mandato de esa manera, pero bueno, sarna con gusto, no pica.

–Foy a dezjazá un zojo –pronuncié como pude al llegar a su canalillo sin saber si me habrían entendido. Traducido significa "voy a descansar un poco".

Reposé la cabeza sobre uno de los senos de Susana, en los que me mecía al compás de su respiración. La gente cree, y yo también creía, que los pechos operados eran duros, pero en ese momento, yo podía dar testimonio de que es un mito, eso no es así, los pechos operados no son tan duros (que no, joder). Lo que sí que estaba duro, era una punta cerca de mi oreja: sus pezones se habían desperezado.

Despacio pero sin la menor pausa posible, restregando mi cara entre sus tetas altivas y mis muslos por sus costados, dejando un reguero de saliva tibia, crucé el desfiladero de su pecho, donde su piel era suave y lisa y tenía un gusto salado. La travesía se hizo más placentera cuando a ella no se le ocurrió otra cosa que imitarme sacando su lengua. A medida que yo pasaba por su esternón, ella pasaba por el mío; cuando surcaba su tripa, ella surcaba la mía, ella hasta mi ombligo y yo hasta el suyo. Yo hacía el camino al andar que ambos recorríamos en hemisferios distintos.

–Me estoy poniendo cachonda –dijo ella, acompañado por una risita, tras mojar una fina pelusilla, que nacía como musgo en su vientre, y llegar al elástico de su tanga.

Mis rodillas comenzaban a resentirse, mi respiración se me hacía escandalosa en mis tímpanos, la lengua se me secaba a su paso por la fibra sintética y mi corazón inyectaba sangre a marchas forzadas. Notaba ya el calor habitual y el olor a almizcle de su conejo cuando tropecé con algo que sobresalía. A sabiendas de que era su clítoris, hice presión sobre él con fuerza, puse rígido mi músculo húmedo y lo intenté hundir con el fin de estimularlo, que Susana lo sintiera y encenderla más si podía. Abrí la boca todo lo que pude abarcando su coño y la pendiente de su monte de Venus para encubrir el recorrido que mi lengua hacía a lo largo de lo que creía su raja, ascendiendo y descendiendo por la misma, y me volví loco cuando mis papilas despertaron al sabor que se filtraba moderadamente a través de la lycra.

De pronto, sentí un resoplido y un pequeño mordisquito en el tronco que destacaba en mis bóxer y quedaba a centímetros de la boca de la rubia. No sé que significó dicho mordisco en la polla, pero temiendo que los demás, sobre todo Sami, se diera cuenta de que pretendía que la demora en el sexo de su chica fuese una comida de coño a todas luces, las que yo ya veía por todas partes, decidí bajar de la parra con cuidado de no caerme y continuar por las ingles, también con cierto regusto salado, hasta su pie, donde estaba la meta a la que mi nariz llegó antes que mi lengua.

Me quedé derrumbado en el suelo con las rodillas destrozadas, las mejillas coloradas y una buena mancha en mi ropa interior, que fue motivo de risas y mofas, aunque los otros dos también llevaban lo suyo. Estiré un brazo para alcanzar mi vaso de Coca Cola, la cual fue un bálsamo para mi pobre lengua de trapo.

–Vaya repasito, ¿eh? –comentó Marisa sin estar seguro de que se dirigiera a mí.

–Ni te cuento, tengo el tanga empapado –fue Susana la que respondió, sin saber tampoco a qué se refería exactamente.

Sin levantarme del suelo, la siguiente cerilla pasó de los dedos de Sami a los míos y de los míos a los de Carolina dos veces antes de que Susana se viera obligada a apagarla. Estaba deseando que fuera Carolina quien perdiese una ronda para ordenarle hacer algo realmente difícil para que tuviese que deshacerse del suje. Desde que la conocía, habíamos tenido los dos una relación estupenda de amistad y estaba deseando ver esas peritas en dulce, porque lo prohibido siempre es lo más hermoso y atrayente y porque, como he dicho con anterioridad, un creciente deseo por ella se gestaba en mí.

–Ya que sois tan liberales –enfatizó Manolo–, te voy a poner una prueba un poco espinosa. Si creéis que me estoy pasando, pienso otra y no pasa nada. Mi primo, aquí presente y con amplia experiencia sexual, dice que nunca ha conocido una chica que la chupe mejor que tú. Como eso yo no lo sé, aunque no me importaría averiguarlo –dijo por lo bajo ganándose una colleja de Marisa–. ¡Ouch! No me maltrates, coño. Bueno, lo que quiero es que nos demuestres que es verdad y se la chupes para que se corra en cinco minutos –y todos nos quedamos mirando a la parejita a ver si se oponían, tan deseosos como desconfiados pues era un mandato que rebasaba bastante cierta frontera.

–Con lo excitado que ya está, si me empleo a fondo me van a sobrar cuatro –dijo finalmente ella–. Bueno, manos a la obra.

–¿Voy por papel higiénico para que se corra? –preguntó Marisa– Digo yo que tendremos que ver la eyaculación para comprobar que ha cumplido.

–No hace falta, antes de tragármelo, os lo enseño –respondió ella.

Con una novia tan promiscua, qué envidia me daba Sami, quien se bajó el bóxer en cuanto ella se arrodilló a sus pies. No es que solo tuviera mucha labia y fuese muy atractivo, es que también la tenía enorme, aunque la verdad es que ya nos habíamos percatado cuando se desprendió de su pantalón, que creo que desde entonces ya la tenía erguida. Yo se la había visto a Manolo en las duchas del gimnasio, y si nos comparamos con él, Sami es el rey de bastos y nosotros las sotas, que parecen mariquitas.

Duelo de miradas y sonrisas cómplices en la previdencia del puño de Susana, que masturbaba a su chico realizando giros de su muñeca en la ida y venida de su mano. La verga estaba rígida, no tenía ni un solo pelo cerca de ella y presentaba venas marcadas saturadas de sangre, pues una gota de líquido pre-seminal, que se escurría por su falo atezado, era señal de que la excitación era grande.

La rubia retiró el prepucio atrás del todo, abrió los labios y, con la lengua fuera de su boca como avanzadilla, comenzó a introducirse el rabo se Sami lentamente casi hasta la base. La sacó con parsimonia, mientras jugaba masajeando sus huevos con sus dedos, haciendo un movimiento como los que harían al tocar un piano del revés.

Yo estaba absorto en la mamada, en cómo el brillo acuoso de los labios femeninos contagiaban de los mismos reflejos el pene que los separaba, en el regreso del mismo al paladar de Susana, y me parecía oír un ruido como el que haría una babosa al arrastrarse. Otra vez casi en el tope, la mandíbula de ella comenzó a oscilar levemente, supongo que por alguna actividad de su lengua, hasta que volvió a sacarla mojada y, como el tiempo apremiaba, se agarró a sus nalgas y empezó a comérsela con rapidez y vehemencia.

Los ojos verdes de Susana contemplaban, desde abajo, los gestos de su novio, las muecas y las exhalaciones que expulsaba, transformadas, algunas veces, en sonoros jadeos. De pronto, su mirada se clavó en la mía, la sostuve adentrándome en la vegetación de sus iris y me pareció que sonreía, algo difícil de apreciar con una polla deformando sus mofletes en su interior.

Yo, que me encontraba a la derecha, me di cuenta de que algunos de sus dedos se habían colado entre las nalgas de Sami, probablemente para estimularle el ano o la próstata a través del recto. No quise decir nada para no delatarla si lo que buscaba era algún tipo de ayuda extra mediante estimulación digital, después de lo atenta que había sido conmigo y la excitación que me había concedido. Y a falta de uno o dos minutos para alcanzar los cinco que Manolo había estipulado como máximo para hacer que su novio se corriera, éste lo hizo. Sacó la polla de su boca, apuntó a sus tetas y un par de chorros de lefa, seguidos de varios colgajos blancos que se balancearon hasta desprenderse dirigidos por Sami a los pezones, adornaron el tórax de Susana.

–No te limpies… no te limpies –le pidió Sami sentándose en el suelo e intentando recuperar el aliento–… ¿Qué os parece si… si el próximo mandato es lamerle el semen del pecho a Susana?

Carol se reía y Marisa preguntó qué pasaba si le tocaba a la rubia, y esta alzó sus pechos con las manos y dio un lametón al aire, casi rozándose, para hacernos saber que ella misma se podía chupar las tetas. Era asqueroso, muy fácil de fracasar y terminar el juego, pero, por otra parte, estábamos ya molidos y el cansancio nos pesaba y también podía ser divertido ver como otro lo hacía, y subrayo "otro". Con argumentos a favor y argumentos en contra, al final, unos con más facilidad que otros, todos estuvimos de acuerdo con la idea de Sami.

La verdad es que nos habíamos pasado, los porros y el alcohol consumidos nos habían envalentonado demasiado y el juego se nos había ido de las manos. Ya veríamos a la mañana siguiente si nuestras caras podrían levantarse al enfrentarnos unos a otros. Llevados por la lujuria y afectados por el morbo, los mandatos fueron siendo cada vez más atrevidos hasta llegar a presenciar en directo una escena porno como había sido la felación que Susana la había hecho a su novio. Yo solo puedo alegar que era lo mejor que me estaba sucediendo y solo me preocupé de vivir el momento. ¿Qué me arrepentía al día siguiente? Bueno, era un riesgo que debería asumir y tendría que aprender a vivir con el hecho de haber visto a Carol con ropa interior transparente, haber absorbido los aromas y sabores de la piel y de la entrepierna de una chica como Susana y haber contemplado en toda su magnificencia sus tetas grandes y firmes. Sí, me resignaría a tener que vivir con ello.

Lo intenté, lo intenté, pero, finalmente, la varilla de madera chamuscada cayó entre Carol y yo cuando me quemé los dedos. Todos se alegraron y no sé si celebraban que me hubiera tocado a mí la prueba del semen o que no les hubiera tocado a ellos.

Chorretones blanquecinos iban calle abajo y discurrían en procesión por el tronco de la novia de Sami. Yo me debatía entre hacerlo y no hacerlo, pero me moría por chuparle las tetas a Susana. Le pedí a Manolo que trajese una palangana, por si las moscas; hice de tripas corazón, suspiré, llevé mis manos a la cintura de la rubia y me lancé a su pecho izquierdo. El sabor de un gelatinoso grumo seminal que hacía cima en el pezón, me llenó la boca, era más intenso de lo que había pensado. Con los ojos cerrados con fuerza, reprimí las náuseas y me dediqué a hacer lo que me había empujado al pecho de Susana. Rodeé varias veces su aureola, lengüeteé repetidamente la prominencia que sobresalía, la cual sentí endurecerse dentro de mi boca, y me separé registrando en mi memoria la rigidez que, durante breves segundos, tuvieron el significado de un sueño.

–No puedo, no puedo. ¡Ohh, he perdido! –y me revolqué por el suelo dramatizando.

Ese era el plan que tenía: exprimir al máximo todas las oportunidades que se me presentasen, incluyendo esta última. ¿Qué más daba no haber podido disfrutar de sus pechos a placer, como me hubiera gustado? Todo lo que había pasado, ya era más, mucho más, de lo lejos que alguna vez pude esperar a llegar con Susana o con una chica de su mismo calibre; me había quemado en el aura fulgurante de una diosa, sin menospreciar, por supuesto, los apetecibles encantos que dejaba ver la lencería delatora de Carolina. Quién me lo iba a decir a mí el día que Sami nos la presentó en nuestro pueblo o cuando me pajeé durante días con la foto que le hice, pasando a ser su macizorro culo una imagen más de la galería de mi teléfono. Esos días de onanismo volverían, pero ahora con más material de todos los retazos de su cuerpo que me llevaba en mi mente.

–Bueno, chicos, nosotros nos despedimos, que tenemos cosas que hacer –dijo Manolo tirando apresuradamente de Marisa escaleras abajo a la habitación de matrimonio, obligando a Carol a dormir en la buhardilla con nosotros.

Sacamos del armario tres fundas nórdicas, dos para las camas y otra para el sofá, cuyo respaldo me ayudo Sami a abatir. Bajé a dejar la palangana en el servicio y enjuagarla, pues escupí en ella el semen que recogí del pezón de Susana, que era poco, sí, pero yo eso no me lo tragaba ni por los cojones de Cristo. Al subir, Carol me preguntó dónde prefería dormir yo. Obviamente, le cedí la cama y me fui al sofá.

Pasó un cuarto de hora. La luna se asomaba por nuestra ventana y el silencio solo era roto por mis continuos cambios posturales, porque aquel sofá era un mecanismo de tortura. En una cama de clavos hubiese estado mejor. Anhelaba apoyar mi cabeza otra vez sobre el pecho de Susana.

–Chist, Carlos… chist, chist, Carlos –me llamó Carol en voz baja, haciendo que me incorporara–… Si no estás cómodo ahí, vente conmigo.

–No, no hace falta, Carol, gracias. Es solo coger la postura –le contesté yo sin levantar la voz tampoco.

–Vente aquí, venga –esperó–. Vente conmigo, de verdad, en esta cama cabemos los dos de sobra.

Me acosté a su lado. Ella me dio la espalda, mirando hacia la cama de Sami y Susana, y yo me puse boca abajo. Efectivamente, había sitio para los dos, pero el contacto físico era inevitable, por lo que mi hombro tocaba su espalda y mi antebrazo estirado, su culo, livianamente cubierto por sus braguitas. Sintiendo el calor que desprendía su cuerpo, me quedé dormido en poco tiempo.

No sé cuánto tiempo pasó. La luna se asomaba por nuestra ventana y el silencio solo era roto por una respiración fuerte, y esta vez no era yo. En un primer momento, se la atribuí a Carol y, sin darle ninguna importancia, volví a cerrar los párpados. Entonces, sentí una vibración en el colchón, un temblor, más bien; algo casi imperceptible o inexistente, pero innegable. A continuación, más claramente, un resuello y un lamento quedo en la cama de al lado.

Levanto la cabeza y, mirando por encima del cuerpo de Carol, veo un bulto enorme en el pielero de la cama. No tardo en saber que es Sami haciéndole un cunnilingus a Susana, sobre cuyos pechos, que son amasados presas de sus manos, cae un haz de luna. Ocasionalmente, sus dedos carceleros pellizcan uno u otro pezón, pero algo me distrae del morboso cuadro: una rodilla de Carol, que se encuentra dándome la espalda, se alza bajo la funda nórdica y un jadeo se oye demasiado cercano para provenir de la otra cama.

Por la excitación contenida en mi cuerpo durante casi toda la noche y esa exhalación, quizás sospechosa solo en mi mente calenturienta o quizás no, colocándome de lado, pongo mi mano en el hombro de Carol para observar su reacción y averiguar si realmente duerme. Recorro todo su brazo en una caricia prolongada, como si fuera una pista resbaladiza, hasta su muñeca, donde me detengo al toparme con la banda elástica de sus bragas. Meto los dedos bajo la tela y los dejo sobre los de ella. Todo se detiene menos los latidos de mi corazón y el pálpito de su sexo. Carolina retira su mano, y, el vacío que esta deja bajo la palma de la mía, se llena de un pelo recortado, groso y de punta, signo de que habitualmente se lo rasuraba y lo había descuidado un poco.

Agudizadas las sensaciones que llegan a mi cerebro provenientes de su caliente vagina, yo sigo inmóvil, no sé que hacer, me he quedado bloqueado. Su mano no tarda en volver a su entrepierna, esta vez por encima de su ropa interior, para presionar la mía, apremiándome a continuar con la labor que yo mismo había interrumpido.

Mi dedo medio sigue la hendidura encharcada entre sus labios, blandos, vellosos e hirsutos, hundiéndose entre ellos, y asciende en busca de la perla de su almeja. Descubro un clítoris redondo y pequeño, que se hincha y endurece cuando pierde la vergüenza inicial con la que recibe mis fricciones; primero suaves, midiendo la fuerza, y después con más decisión.

Carol se vuelve boca arriba para poder abrir más las piernas y dejarme restregar y abarcar toda su húmeda vulva, incrementando así su respiración acelerada por la boca. Manotea mi torso hasta reconocer mi abdomen, desde donde poco le cuesta alcanzar mi paquete, que soba con fervor; recorre mi polla y la aprieta, actuando con sigilo pero sin vergüenza. Por comodidad para los dos, adopto la misma posición que ella, mirando las vigas del techo, por lo que tengo que cambiar la mano que la masturba y lo que la permite a ella buscar un contacto más directo con mi piel, y lo encuentra unos centímetros por debajo de mi ombligo. Con la mano que me queda libre, me bajo el bóxer lo que puedo para facilitar sus movimientos, que desde un primer momento son rápidos y enérgicos, marcándome el ritmo que ella misma necesita para conseguir su orgasmo.

Llegamos a un punto en que el aire que sale de la garganta de Carolina son jadeos demasiado evidentes para pasar desapercibidos para nuestros amigos. Y lo dicho: de súbito, la luz se hace. Me quedo paralizado y subo un poco la cabeza para mirar a Sami y a Susana, él en calzoncillos, sonriente detrás de su novia, que, parcialmente cubierta hasta su cintura, nos observa divertida.

–No pares, por favor, no pares ahora –ruega Carol.

Me sostengo en la frondosa mirada verde de morbo con la que Susana me enreda, igual a con la que nunca me han mirado, y apenas me entero de las sacudidas que impelen el frágil cuerpo de Carolina y el que le hace elevar su culo del colchón mientras se corre gimiendo dejando escapar sus fuerzas por su chocho y quedando, al final, inerte a mi izquierda.

–Para, para, después… uff, después de correrme, el clítoris se me sensibiliza mucho y… y me… uff, y me duele si me tocas –me dice fatigada con los ojos cerrados.

–Carol… –la llamo segundos después.

–Espera… un momento –me dice normalizando todavía su respiración y su pulso.

–Sí, tranquila, tómate tu tiempo, pero ¿puedes hacerlo moviendo la mano?

Oigo una risita de la rubia y subo la cabeza de nuevo para mirarla. Sami le dice algo al oído y ella se levanta de la cama con sus redondeadas caderas, sus pechos altaneros y toda la voluptuosidad de su cuerpo estallando; coloca su almohada al lado de la cama, hinca las rodillas, acaricia el cabello de Carol y se inclina sobre ella para besarla, otro ósculo húmedo al que no opone resistencia ni rechazo. Le sigue otro en el pecho, entra las copas del sujetador transparente en el que los dos pequeños pezones se resguardan; otro antes del ombligo y otro en el pubis. Después, me pide que me ponga en el lado que ocupa Carolina.

Diligente a las órdenes de la rubia, y habiendo perdido el bóxer por el camino, paso por encima de Carol, que, con los ojos aun cerrados, se desplaza lo mínimo para dejarme un hueco, lo justo para no caerme al suelo.

Susana usa su mano como si fuera una pequeña bandeja, acomodándola entre mi pene erecto y mi vientre. Su lengua da un largo y húmedo lametón desde mi periné hasta el capullo. Suave y ávida pasa por mis testículos, entre los huevos, discurre por todo el tronco y termina acariciando el glande, acorazado como un puño. Repite la maniobra un par de veces más y ya no vuelve a mis cojones, se queda picoteando en la punta de mi verga para, a continuación, rodear la cabezota con los labios y aplicar la lengua nuevamente en círculos alrededor de él.

Sami saca una caja de condones del bolso de su novia, depositado en el suelo, y deja su contenido sobre la mesilla de noche. Rasga el sobrecito de una goma y se la enfunda. Cautelosamente, se acerca a su chica, a quien sorprende con un fuerte azote en su trasero perfecto, produciendo un grito de dolor que es enmudecido por mi falo, que se sigue beneficiando de la hospitalidad de la boca de Susana, que empina el culo, lo alza con su distinguido enaltecimiento y, tras recibir unos golpecitos que su novio le da con el pene, se la mete de una. No puedo verlo, pero no hay que ser un lumbrera para saber a qué se deben los repetidos golpes del rey de bastos en los glúteos de su chica y los gemidos de ella, que repercuten en mi miembro abotagado.

Dejo mi mano posada ya en la cabeza de Susana cuando retiro su cabello que cae sobre mi tripa para ver cómo me come la polla, cómo sus labios, ejerciendo presión en mi tronco, van bajando hasta que su nariz llega al jaral de mi pubis y vuelven otra vez al glande para degustar el líquido pre-seminal que rezuma. Una vez más, lo rodea una y otra vez con la lengua.

De improvisto, una caricia en la mejilla me sobresalta. Joder, qué susto, creí que era Sami y que lo de la bisexualidad no era algo exclusivo de su novia. Afortunadamente, al abrir los ojos, veo una cortina de pelo moreno y liso y me doy cuenta de que se trata de Carol, de rodillas a mi lado, y los azucarados labios que se juntan con los míos, también son de ella. Pronto, nuestras lenguas se aparean y aprecio las diferencias con Susana, que, entre sus gemidos provocados por las acometidas de su chico horadando su vagina, sigue trabajando mi verga que no tardará mucho más en estallar.

La lengua de Carol es plácida, besa con afecto, con dulzura y delicadeza pero se desenvuelve con pasión y sensualidad. En cambio, la rubia arrasa, es un torbellino, un lascivo ciclón desbordado que descarna la sensibilidad, una vorágine de saliva que se desencadenó en el interior de mi boca cuando me dio el morreo o por toda la superficie de mi dureza, como era el caso. No es mejor ni peor, solo diferente e igualmente excitante.

Carol empezó a esparcir besitos por mi cuello, la clavícula y, después, rotando sobre sus rodillas, prosiguió su camino con destino al vientre haciendo paradas recreativas en mis pezones. Picando mi piel y lametón a lametón, llega a la zona de acción de Susana. Esta, a mi pesar, sustituye mi pene por la boca de Carolina en un nuevo baile de lenguas. Parece que mi amiga se está aficionando a los besos lésbicos. A continuación, le ofrece mi polla, que tiene bien agarrada, y Carol, ni corta ni perezosa, se la mete sin dudarlo volviendo la primavera a envolver mi polla.

–Eso es, preciosa, cómetela toda entera. Ya es hora de que pruebes más pollas –masculla Susana mientras en sus pulposas nalgas se producen ondas por el golpeteo incesable del vientre de Sami, que está a lo suyo perforándole el coño a su novia.

Esto es alucinante. Dos lenguas para mí solo, dos lenguas que me la chupan de maravilla, dos lenguas que se juntan terminando en besos lujuriosos entre las dos chicas… Mientras una se mete mi verga en la boca, la otra succiona, rechupetea mis cojones y, de vez en vez, asciende hacia el glande para encontrarse con su homónima, y con su paladar, para que esta pueda bajar a ocupar su puesto.

Llegados a este punto, todo está permitido y digo yo que Carolina no me pondrá objeciones a que lleve una mano, teniendo la otra rozando con la yema de los dedos superficialmente la espalda tatuada de la rubia, a su culo en pompa, que lo veo muy cerquita de mí al girar el cuello.

Carol es delgada, siempre he pensado que demasiado, por lo que su trasero es pequeño, igual que sus pechitos. No obstante, es una delicia de tenues caderas y carnes tersas con el tacto de la seda natural. Cuando llevo un rato cerciorándome de que es cierto lo que os acabo de decir, las braguitas comienzan a molestar, entorpecen mis agasajos y suponen un obstáculo que limita el recorrido de mis manos, por lo tanto, cojo el borde de la prenda y tiro para abajo para quitárselas, a lo que ella colabora, pues, tan pronto como su conejera queda destapada, alzando una pierna, la pasa por encima de mi cabeza adoptando una postura idónea para un 69.

Observo su vulva tapizada, cerrada como la de una cría, abro sus delgados labios con los dedos y veo la entrada de su vagina anegada de flujo por lo excitada y caliente que Carolina está. Un poco más arriba, está su ano, chiquito, casi inexistente. Separo sus nalgas para dejar espacio cuando empiezo a lamer desde su clítoris, otra vez endurecido, hasta su orto, confirmándome con jadeos y exhalaciones que le gusta.

–Chicas, estoy a punto de venirme –les anuncio.

–Ahora te lo vas a tragar todo, ¿verdad que sí, cielo? –oigo que le dice melosa Susana a Carol, quien, engullendo de nuevo mi falo y arañándome con los dientes, por lo que se nota que es menos ducha que la rubia en el arte de la felatio, toma el relevo en la mamada– ¿Verdad que te lo vas a tragar todo?

–Ajá –es lo único que ella puede emitir con su boquita llena de rabo.

Los vellos encrespados del sexo de Carolina, siguen raspándome la lengua y hacen contraste con lo suaves que siento sus labios menores y su abertura, en plena efervescencia, a mi paso, recogiendo y saboreando sus fluidos con matices dulzones hasta que llego al ano, donde el gusto se vuelve un poco más desabrido y ácido. Juego ahí un rato, haciendo una leve presión, consiguiendo que ella se estremezca, y luego vuelvo al clítoris para que se agiten sus pulsaciones por las sensaciones que parten desde tan pequeña estación de placer.

Estoy flotando, igual que el humo de nuestros porros, que ya se ha disipado, como lo estoy haciendo yo cuando mi consciencia se evade y se me escapa un gruñido de mi garganta y un litro de lefa de mi polla. Según se contrae mi perineo y siento mi semen manando en la boca de Carolina, aprieto mi rostro contra su culo y la punta de mi nariz se incrusta en su pequeño orificio.

Sin desatender la perlita de Carol con los dedos, ladeo la cabeza para contemplar la escena que sigue transcurriendo y de la que el trasero que tengo delante me priva, aunque me compensa con su sola presencia ante mis ojos. Sami, cuyo tórax brilla por el sudor, adquiere ahora una posición más cómoda que aquella con la que llevaba largo rato; esto era con las piernas flexionadas. Rodea con los brazos la cintura de Susana, apoya la cara sobre su espalda y no deja de ensartarla con rudeza. Ella, que hinca sus codos en el colchón a la altura de mi cadera y ha reconvertido sus gemidos en gritos, que no sé cómo no alarman a los ocupantes de la habitación de abajo, aunque estarían como lirones ajenos al mundo, tiene el rostro desencajado.

El oleaje en el que sus grandes nalgas se han transformado por los envites de su chico, me fascina. "Ya… ya…" musita la trajinada muchacha y, tras el esfuerzo de incorporarse con la carga que le supone Sami en su chepa, iza su pecho, quedando sus melones pendulando, y atrae a Carolina de la nuca hacia sus labios mientras se deshace en un orgasmo. Por enésima vez en la noche, los carrillos de Carol se deforman, igual que los de Susana.

Durante unos segundos, solo se oyen respiraciones agitadas y pesadas por el cansancio. El ambiente está muy cargado. Cuando Carolina empieza a menear las caderas para restregar el coño en mi cara, Sami se percata de su exasperación y le habla:

–Niña, ¿no te gustaría seguir probando pollas nuevas? Lo digo por ayudarte a superar lo de tu ex –bromeó con la excusa.

–Claro que sí. Lo siento, cari, la polla de Sami necesita mi chocho para correrse –se excusaba ahora ella ante mí desmontando de mi cara mojada por su flujo.

–No te preocupes, corazón, aquí tienes otro conejito que comer –me consoló Susana, notoriamente desmadejada, viniendo hacia mí a cuatro patas sobre la cama y poniendo su potorro a mi disposición, pero al revés que Carol, es decir, la rubia mirando a la pared, sobre la que fija sus palmas.

Carolina está sentada al borde del colchón, con las manos a su espalda apoyadas en el espacio que había entre mis dos piernas estiradas, cerca de mis testículos, y con los muslos separados flanqueando los costados de Sami, al que le faltó tiempo para empalarla con su polla enrojecida.

Después, le saca el sujetador como si fuese un top dejándome ver de costado, por fin, sus pequeños y puntiagudos pezones con total claridad, libres del oscurecimiento de aquella tela negra transparente; hasta que con sus manos recias las cubrió para sobarlas. Entonces, decidí concentrarme en el coño de Susana, pero sentí celos. Sí, sentí celos, celos de Sami. No es que no me gustara que me la chupasen, y menos si son dos chicas guapas y atractivas las que están entregadas a mi satisfacción, pero a mí también me hubiera gustado follármelas y era él quien se aprovechaba de esas concesiones, pero pensé, humildemente, que con todo lo que estaba aconteciendo esa noche, ya me podía dar con un canto en los dientes. Resignado, pero sin mucho pesar, me aboqué en confirmarle a Susana que, como ella había imaginado, tener mi lengua en su clítoris era la hostia.

Todo lo que os acabo de contar de Sami, Carol y mis celos, sucedió en cuestión de segundos, por lo que Susana me aguardaba abriéndose los labios del chocho con los dedos para asegurarme de que estaba abundantemente lubricada, pues veía sus fluidos blanquecinos hirviendo en el interior de su vagina rugosa e irritada, según su color intenso, tan palpable como el excitante olor que despertó mi olfato y el amargo sabor que degusté cuando, al acercar mi boca a su agujero abierto, absorbí su néctar.

Irresistiblemente atraído por sus tetas gordas e ingrávidas, cuyo canalillo estaba empapado en sudor, me aventuré a pellizcar y pinzar sus pezones, y, ¿cómo no?, deleitarme con el resto de la trémula carne de sus ubres magreándolas sin restricciones. Luego ya, me pude entretener todo el tiempo que quise mordisqueando con delicadeza sus inflamados labios; los menores, caldosos y sobresalientes, y los mayores, carnosos y recién afeitados. También pude comprobar la suavidad de su pubis, imberbe y salino, a lo largo y a lo ancho, como una arruguita encantadora que lo surcaba justo donde terminaba su vientre por debajo del ombligo; hasta que localicé su clítoris y me aferré a él. Reteniéndolo entre mis labios, lo succioné, lo froté, lo lamí con ímpetu y, aunque sus caderas se movían con energía, acerté a clavarle dos dedos en el fondo de su ser. Ella me revolvía el pelo, daba algún tironcillo que otro, y sus gemidos hacían coro a los lamentos y grititos de Carolina siendo bien follada.

Susana, entre jadeos, que parecía que le faltaba el aire, me pidió que parase un momento y se dio la vuelta. Su raja y su ano seguían al alcance de mis atenciones linguales y mi polla a las suyas. Solo bastó que me la pelase unos breves segundos para que mi pene, con una importante semierección, tomase de nuevo su brío para empezar a hacerme una nueva felación.

Ya no tengo sus tetas a mano, pero sus glúteos, redondos y voluptuosos, están en mejor posición que antes y en degastarlo es donde empleo mis manos, clavando los dedos, apretándolos y sobándolos con crueldad. Lo malo es que de mi lengua sale humo y me dan calambres, pero, aun así, intento seguir explotándola pasándola desde su clítoris a su ano, como le hiciera a Carolina, cuyos gemidos oigo lejanos, y, sin embargo, a pesar de haber estado centrado en las partes pudendas de la rubia, siempre los he tenido presentes, como banda sonora que engrandece la escena, y he estado pendiente de su placer. Parecía que la depre se le estaba yendo a base de pollazos. Cada embestida, era un recuerdo menos de David Cabo, su ex, para retener en su memoria.

Y Susana seguía prendida de mi polla y otra vez sus labios ejercían presión sobre mi palo enhiesto, y otra vez su lengua se movía alocada por mi glande y el resto de mi tronco, mientras la mía seguía estoicamente hasta que se desconectó sin que pudiese seguir plantando cara. Todavía no estábamos en crisis, pero yo ya me estaba hartando de comer conejo.

–Méteme… los dedos otra vez –me pidió Susana entre suspiros, y yo, presto, no la hice esperar y mis dedos índice y corazón de la mano derecha, volvieron dentro de su gruta para friccionar y seguir sacando zumo de su melocotón. Iba a decir melocotoncito, pero su coño era grande, carnoso y abultado y estaba abierto como una flor, con sus descarados labios menores relucientes y alargados–. Más… más –volvió a pedir y, una tras otro, uní dos dedos más en su interior, presionando sus paredes y ensanchando, más de lo que era, su vagina–… Por el culo, Carlos… Por el culo también –y, el índice de mi otra mano, entró sin dificultad, por lo que me atreví a meter, con sumo cuidado, otro, y, mecánicamente coordiné los movimientos de unos y otros, entre tanto ella agitaba sus caderas violentamente hasta introducirse incluso mis nudillos.

Esta situación concedía una tregua a mi lengua y me daba libertad para echar un vistazo a la otra pareja.

Carol estaba tumbada de lado sobre mis muslos, por lo que enseguida comprendí los besos que algunas veces me parecía escuchar cuando Susana hubo cambiado su posición sobre mí. Tenía una pierna sobre el hombro de Sami y la otra se meneaba en el aire entre las de él, que, con el gesto de la cara constreñido, la taladraba bufando. Ella se había llevado una muñeca a la boca para atenuar un poco sus gemidos viscerales, mientras que la polla de Sami desaparecía como tragada por el tupido jardín de pelos negros de Carolina, cada vez más deprisa, presagiando su inminente orgasmo. En un pispás, se la sacó, arrancó el condón y dos chorros de lefa cayeron en la tripa de Carol seguidos por unas gotitas que se quedaron en su vello púbico en forma de pegotes. El semental, agotado, dio unos pasos hacia atrás hasta que sus piernas chocaron contra la otra cama y en ella se desmoronó su cuerpo agitado.

–Carlos todavía no ha metido en caliente –se acordó de mí la diosa, cuyos agujeros estaba examinando a fondo–. ¿Te quedan fuerzas, reina?

–Fuerzas no sé, pero ganas, muchas.

–Cariño, pásame una goma –solicitó Susana a Sami, que, inerte sobre la cama, estiró un brazo a la mesilla y le lanzó un preservativo a su chica, quien lo desenrolló a lo largo de mi pene.

La rubia se tuvo que incorporar, sentándose literalmente sobre mi cara, lo cual me impidió seguir con mis manualidades. Carolina se apoyó en sus hombros y fue Susana la que guió mi polla a la entrada de su conejito. Lentamente descendió hasta que empecé a sentir como poco a poco mi dureza iba entrando en su vientre, en su vagina apretada que oprimía deliciosamente mi miembro produciéndome descargas eléctricas.

Tras una pausa, Carolina comienza a sacudir sus caderas, acción que Susana imita mojándome toda la cara con sus copiosos fluidos. "Tengo que darle el mayor placer posible a este pedazo de cuerpo", me digo a mí mismo, y, aunque suene absurdo, cogiéndola de la cintura, la insto a que eché su culo un poco más atrás, con lo que mi nariz queda encajada en la abertura de su almeja, un pivote contra el que frotar su clítoris con el poderío indómito que suele poseerla.

No solo yo disfruto de ambas en ese momento, entre ellas también gozan. Veo las manos de Carol deambular por los costados del cuerpo de Susana, acariciar sus brazos, su pelo y pulular por donde su deseo la guía, incluso inclinarse y, por esos mismos costados, ver la cabeza ladeada de Carolina mamando de los pezones de la rubia implicada ya, completamente, en el juego de la novia de Sami, que arquea la espalda y tiembla convulsa. Mientras, de tanto en tanto, también oigo estallidos de besos y la crepitación de la saliva y del roce de sus lenguas.

De repente, no sé por qué, Susana desaparece de escena, pero me da igual; ahora veo a Carolina preciosa, más que nunca, y mis cinco sentidos solo reparan en ella, en la transpiración de su pecho, en sus gestos, en sus lamentos, en su placer interactuando con el mío. ¿Quién me iba a decir a mí que un día tendría sexo con aquella lejana púber, ya convertida en mujer?

La verdad es que alguna vez, mientras me he masturbado, he pensado en ella, pero era solo una fantasía porque Carol se movía por otros círculos, su rollo era distinto y, además, era la hermana de Marisa, y con familiares de amigos existen unas normas no escritas, con lo que Carolina no era más que una chica fuera de mi alcance, pero ahora estaba ahí, estaba sintiendo el calor de sus adentros, la hoguera de su furor uterino. No podría volver a mirarla con los mismos ojos después de esa noche, ya estaba seguro de ello, y empecé a pensar por primera vez, desde que se desencadenó esa vorágine de sexo que nos arrastró, en las consecuencias, y tuve miedo de que nuestra relación se deteriorase tras ello, pero, por desgracia, ya era tarde para remediarlo, así que pensé, quizás frívolamente, que sería mejor pasárselo bien, ya que estábamos.

Así, mis diez dedos engarfian su culo, que oscila entre ellos, y empiezo a cooperar en el vaivén de su pelvis, cada vez más acelerada, dando fuertes golpes de cadera para hundir mi falo hasta el fondo de sus entrañas, mientras mis manos siguen sobando con ganas su pequeño y blandito trasero. Se inclina hacia delante, apoyándose en mi pecho y dejando sus pezones bamboleándose delante de mis narices, riéndose de mis labios que, recibiendo esporádicamente los de Carolina, no pueden hacerse con ellos. No para de cabalgarme y su velocidad va en aumento, hasta que se deja caer sobre mí, moviendo ahora su trasero de arriba a abajo, zumbando su dificultosa respiración en mi oído.

En ese momento, giro con ella posicionándome yo encima para ser quien empuje. Sus pechos ya no tienen escapatoria y atrapo con los labios uno de sus pezones, tan duros que podrían rayar cristal. Repaso su aureola con la lengua, mordisqueo sus puntas con delicadeza y alterno con su otro seno, bebiendo también de él y succionando su morena protuberancia, convirtiendo un deseo en una realidad y, una realidad, en un sueño.

Mi polla, estrangulada por lo estrecha que es su vagina, que me provoca un placer superior, recorre su oquedad por completo, llegando el glande a salirse un par de ocasiones pero volviendo a entrar con cierta brusquedad, lo que molesta a Carolina. Sin embargo, ella no deja de alentarme diciéndome bajito: "Sigue… sigue…" y haciendo fuerza con sus piernas, que me rodean la cintura por los riñones, igual que sus brazos se encaraman a mi cuello. Observo su rostro detenidamente, tiene la boca entreabierta, los labios húmedos y los ojos apretados, cuando, de pronto, los abre y caigo en el negro pozo de sus pupilas. Entre tanto, la pasión parece formarse en nuestras bocas con un beso de anclaje, y lo que empieza a tomar forma en el resto de su cuerpo, es el orgasmo que empieza a convulsionar su esqueleto y libera los gritos que ingiero según nacen.

Mezclamos el sudor de nuestros cuerpos con un largo abrazo, con mi cuerpo acoplado sobre el suyo como si fuera un molde. "Gracias" me susurra y me da un tenue beso en el cuello, donde su garganta ha empezado a recolectar oxígeno para volver a llenar sus pulmones. Aunque permanezco relajado y solo existe su piel para mí, mi erección persiste dentro de su vientre, porque yo no he terminado.

En esto estoy cuando Sami me llama y la buhardilla vuelve a materializarse. Miro a la cama de al lado, donde, con la espalda pegada a la pared, se está follando otra vez a su novia. La rubia, en cuclillas y con las rodillas muy separadas, hace sentadillas sobre su gruesa verga.

–Carlos, si todavía te queda fuelle, Susana tiene un agujero libre todavía. Nunca tendrás otra oportunidad de follarte un culo como este –me propone Sami palmeándolo–. Métesela.

Le hago caso y me voy a su cama. Me deshago del condón para sentirla mejor, sin nada de por medio.

La rubia se detiene, deja de cabalgar su corcel esperando mi intrusión. Su pelo, empapado, se adhiere a su espalda totalmente revuelto. Coloco mi miembro en su ano y empiezo a presionar. Ella se queja y mi pene no entra, pero me aconseja: "Empuja fuerte". En un segundo intento, parece que su ano cede y mi rabo comienza a entrar, poco a poco, abriendo ese estrecho agujerito, pero me duele y la saco, para seguir insistiendo en un tercer intento. Esta es la buena y, aunque cuesta bastante, la voy penetrando lentamente, hasta que mi bajo vientre hace contacto con sus nalgas, que no me resisto a sobar y manosear mientras espero que su recto se acomode al invasor. Sami comienza a moverse otra vez en el interior de la rubia, lo que yo también hago una vez que el muelle está más flojo. Poco después, ya entro y salgo de su trasero a un ritmo constante y, sobre todo, placentero, sintiendo como Sami hace lo propio en su coño.

Siendo sincero, no estoy cómodo y mis rodillas se debilitan por momentos, pues estoy en la misma postura que Susana, con los pies sobre el colchón junto a los suyos y las rodillas flexionadas; además, en mi caso, no paro de ir y venir dentro de ella, por lo que mis rodillas no tienen descanso. Por esta razón, me veo obligado a dejar de acariciar sus pulposos glúteos y mudar mis manos a otro lugar igual de abundante, intentando colar mis manos entre los cuerpos de la pareja para buscar sus senos. Cuando consigo mi objetivo, mis palmas se llenan de la carne consistente y compacta de sus tetas, que rebosan. Así puedo tomar impulso para seguir incrustando mi verga en su culo, labor que vuelvo a retomar con energía, pues estoy deseando llenarle de leche.

–Ahh… dios… Estoy a punto de correrme. Seguid, seguid –implora Susana.

–¿Sí? ¿Ya llegas, perra? –dice Sami.

Parecía que les gustaba ese tipo de lenguaje obsceno de peli porno y, aunque a mí me parecía ridículo, en ese momento, implicado en el polvo en curso y con la polla embutida en el angosto conducto de Susana, estaba a punto de estallar y rellenarla de merengue.

Llevo una de mis manos a su boca, dejando la otra sujeta a la perfecta redondez de su pecho izquierdo, sintiendo las aceleradas palpitaciones de su corazón. Cuando su orgasmo le sobreviene, sacudiendo su cabeza, la mascarilla que le he puesto, tapa sus gritos de éxtasis y se rinde, queda inerte, como un objeto inanimado, emparedada entre Sami y yo, resistiendo nuestras dobles acometidas, que no tienen piedad. No sé quien de los dos se corrió primero un rato después, pero ambos entonamos una serenata de placer a dúo cuando pintaba las nalgas de la muchacha de blanco esperma.

Terminé derrengado, completamente agotado y desfallecido encima de Susana y Sami, hasta que este intervino protestando: "Me estáis aplastando". Saqué mi pene del culo de la rubia y me dejé caer hacia atrás, dejando colgar mi cabeza por los pies de la cama.

–He sufrido mejores dobles penetraciones, acuérdate, cariño –le dijo Susana a Sami, quien, acurrucada a su lado, sonreía traviesa con su cabello en un estado lamentable– pero, aunque me habéis destrozado, me ha gustado. Eso sí, tu lengua es la hostia, Carlos. Bueno, y tu nariz también –y se echó a reír.

La alborada ya empezaba a decolorar el cielo y Carolina estaba de pie poniéndose las bragas para, acto continuo, meterse bajo nuestra funda nórdica. Cuando me levanté, me di cuenta de lo perjudicadas que tenía las rodillas porque casi tengo que llegar a rastras hasta nuestra yacija. Cuando me acosté, Carol volvió a darme la espalda, pero esta vez la rodeé con un brazo, posando mi mano sobre su vientre, acompañada por la suya en un gesto de cariño.

No sé si es que estaba tan hecho polvo que ni siquiera podía conciliar bien el sueño, pero no puedo decir que descansase bien y tuviese un sueño profundo, por lo que no es de extrañar, que una presencia en la buhardilla me hiciese despegar el ojo. Era Manolo rebuscando entre el montón que habíamos hecho con todo nuestro ropaje.

–¿Qué hora es? –le pregunté bostezando en voz baja para no despertar a los demás.

–Las 10:30. Estoy buscando nuestra ropa, pero no encuentro el jersey de Marisa. Ah, aquí está. Bueno, me voy otra vez al dormitorio –antes de llegar a las escaleras, se paró y se volvió a agachar para recoger algo que yo no podía distinguir– ¿Y esto? –me lo lanzó y se marchó.

Eran las braguitas de Carol, pero juraría que la había visto ponérselas. Llevé una mano al culillo de mi acompañante para comprobar que no llevaba nada, preguntándome que habría pasado mientras yo dormía, cosa que creo que nunca sabré. Al tocarla, se despertó, se estiró y me miró.

–Qué sueño tengo –bostezó– ¿Qué tal has dormido, cari? –se interesó dándome una caricia en la cara.

–Muy bien.

–Para mí un Colacao y zumo de naranja, gracias –y me volvió a dar la espalda. El desayuno iba de mi cuenta.

Aquella Noche Vieja, después de las campanadas que le daban el pistoletazo de salida al nuevo año 2006, Carol salió de marcha para celebrarlo con el grupo de amigos de su hermana, como había hecho algún que otro fin de semana, aunque ese día solo estábamos Marisa, Manolo y yo.

Sobre las 4:00 de la mañana, me acerqué a Carolina, que estaba apoyada en una barandilla que delimitaba la pista de baile de la discoteca.

–¿Qué?¿Echándole un vistazo al percal?¿Has encontrado ya algún candidato para olvidarte definitivamente de David Cabo?

–Sí, lo encontré. Aunque adelanté el polvo un día –me contestó y nos sonreímos mutuamente.

Nos quedamos callados mientras apuraba mi cubata, pero ella me miraba de una manera que no podría definir.

–¿Qué pasa? –inquirí con inseguridad.

–Carlos, a decir verdad… me gustaría empezar el año como lo acabé.

–¿Qué quieres decir? –pregunté extrañado, pero ella sonrió.

–Que me beses, tonto.

Me gustaría daros las gracias a Malefromguate, GatitaKarabo, Lydia, Rojosatén, Pintiparado, Shabbehe, Chus, Taqpol30… y a aquellos que me leéis, que, aunque no os haya nombrado, pues solo he mencionado los primeros nicks que me han venido a la cabeza, os considero tan importantes como el que más, porque todos, con vuestros comentarios y vuestras valoraciones o si solo os dedicáis a leer, estáis presentes. Gracias de todo corazón.

Prometo que el próximo será mucho más corto.