JHAMAL, mi hermano negro
Desde pequeño fuimos como hermanos, pero según íbamos creciendo, la relación tomó otros derroteros.
Gracias por sus comentarios a Albany, Traga, Diexsh, Munius, Hades y Ben por sus comentarios, en cuanto a Dacota, te diré que no tengo ni puta idea de porque pasa lo que pasa con el tamaño de la letra porque si la pongo en el 22 o en el 20 se publica tan pequeña que es imposible leerla y en la 24 sale gigante. Lo siento, pero no se el porqué.
A todos los demás lectores, gracias por leerme, sin vosotros no seríamos nadie.
JHAMAL, mi "hermano" negro
Recibí una invitación de amistad en facebook de Jaime. No sabía de él desde hacía tiempo. Entré en su perfil en el que aparecía una foto de él en una playa con su hija en los hombros. No le había visto desde hacía diez años. Su aspecto era espectacular. Su cuerpo estaba cincelado. Tenía los brazos en alto sujetando a la niña, su cuerpo seguía tan fuerte y musculado como yo lo recordaba y se veían sus sobacos depilados como el resto del cuerpo. Un eslip de estampado floreado y multicolor le cubría los genitales pero se intuía la dimensión de su rabo que yo conocía tan bien. La sonrisa blanca destacaba entre sus labios oscuros y carnosos y sus maravillosos ojos negros emitían felicidad en ese instante. Me quedé unos minutos mirando al hombre que más había amado en mi vida. Y acepté su oferta de amistad.
A mi padre le contrató una empresa que tenía su sede en una ciudad del sur y allí nos fuimos a vivir. Yo tenía diez años. Nos instalamos en un piso de uno de los edificios que tenía la compañía. En el mismo rellano vivía un matrimonio (el marido era compañero de mi padre), que habían adoptado a un niño subsahariano negro como el betún que le llamaban Jaime. Tenía dos años más que yo e íbamos a ir al mismo colegio a dos manzanas de nuestra casa.
Era un chico guapo, con una sonrisa preciosa y unos ojos alegres. Enseguida nos hicimos amigos. Como nuestros padres y madres trabajaban, le hicieron responsable de mi. Me llevaba al colegio y a la salida, hacíamos los deberes y merendábamos un día en su casa y otra en la mía.
Nuestra relación fue afianzándose hasta considerarnos hermanos. Me llevaba de la manos al colegio, hacíamos los recados de las respectivas casas, veíamos la televisión juntos, yo le ayudaba en lo que podía y el me instruía en matemáticas. Así pasaban los días, pero yo no podía dejar de mirar su cuerpo, su manera de andar, que no andaba, se cimbreaba, tenía una elegancia innata que admiraba lo mismo que su cuerpo, alto musculado, fibrado, más que fibrado, musculado a su edad, cuando se ponía el chándal, su culo era un prodigio de la naturaleza y su rabo basculaba bajo el pantalón. Yo lo único que quería era ver aquel prodigio porque lo que yo me veía en el espejo era una berruga en comparación. Pero un día lo vi...
... Jaime (más tarde supe que su verdadero nombre era Jhamal), era un reconocido atleta en el colegio. Se le rifaban en el equipo de baloncesto, de gimnasia, de fútbol o de atletismo. Tenía un físico espectacular y en cualquiera de las modalidades era el mejor. Yo me quedaba en los entrenamientos y cada vez me fascinaba más el cuerpo de mi hermano postizo. Luego nos íbamos a casa, hacíamos los deberes y merendábamos. Un día, hubo una avería de agua en el colegio por lo que tuvo que salir sin ducharse. Al llegar a casa, se desnudó... Dios mío... no podía imaginar un cuerpo tan perfecto, tan maravilloso, tan erótico, su culo era perfecto, redondo y duro que apetecía acariciar o besar, pero, cuando se dio la vuelta, una sensación de mareo me produjo la aparición de su rabo. Me lo había imaginado de muchas maneras pero aquella imagen colapsó mis neuronas. Imaginaos... una polla negra como la tinta, grande, larga y gorda, cubierta por un largo prepucio que se me antojó un chipirón y coronada por una espesa mata de vellos negros y rizados y unos huevos pequeños negros y lampiños que se ajustaban a la entrepierna. Con toda la naturalidad del mundo me dijo que le acompañara al baño mientras se duchaba y así charlábamos mientras se lavaba. Por supuesto le seguí como la bella durmiente al huso y mientras se duchaba, le observaba... no... le admiraba... los más bello del mundo estaba desnudo frente a mi mientras la espuma blanca le resbalaba por el cuerpo y se adentraba por la raja de su culo y por las ingles, pero en aquellos momentos lo que más me excitó fue como el jabón desaparecía de sus sobacos y dejaba a la vista su vello oscuro. Una intranquilidad me inundó. No sabía lo que me estaba pasando en ese momento. Era un niño y esas sensaciones eran nuevas para mi. Lo único que sabía era que adoraba a aquel "hermano" y que le quería a tope y que haría cualquier cosa por él.
Después de aquella experiencia, me dediqué más a observarle en los ejercicios deportivos. Cuando nos sentábamos en ordenador a jugar o a ver la tele, no dejaba de mirar su entrepierna, cuando se levantaba le miraba el culo, cuando se desperezaba no dejaba de admirar sus axilas... en fin... Lo que siempre intentaba era que alguna parte de su cuerpo estuviera en contacto conmigo, el brazo... el muslo... la pantorrilla... el hombro... lo que fuera... pero un contacto físico que me transmitiera el calor de su cuerpo y que el mío lo asimilara... así sabría que una parte de ese chico entraba en mi.
Un día me dijo que había descubierto una página en internet y que quería enseñármela. Entonces yo ya tenía once años. Me dijo que me sentara a su lado frente al ordenador y me preguntó si me había hecho una paja. Le dije que no, que había oído hablar de ello a mis compañeros pero que no sabía exáctamente que era. "Mira", me dijo y abrió una página en la que se veían cantidad de fotos de hombres desnudos agarrándose la polla con un gesto extraño en su cara que no supe adivinar.
"¿Dime a cual de ellos quieres ver?", me preguntó. No supe que responder y entonces el decidió y en la pantalla apareció un chico blanco y rubio con un buen cipote que, mirando a la pantalla, se pajeaba y se lamía los labios. Yo estaba anonadado mirando hasta que estalló en una corrida gloriosa. Miraba la pantalla alucinado por lo que acababa de ver y de repente otro chaval aparece en pantalla... moreno, guapo, joven, con un buen rabo saliendo de una buena mata de vello y guiñándonos el ojo y soltando un chorro de saliva en sus manos comienza a masturbarse mientras que con la otra se acaricia los cojones.
Entonces miré a Jaime que miraba la pantalla fijamente y noté algo extraño en sus movimientos por lo que bajé la mirada y vi que tenía una mano dentro del chándal y se estaba acariciando como el chico de la pantalla. Le miré y me miró. Hizo un gesto que no entendí y sonriéndome me cogió la mano y la metió entre sus pantalones hasta que toqué lo que más me apetecía en toda la vida, su polla... su pollón... su instrumento... que en ese momento estaba en todo su esplendor. Era la primera vez que tocaba una verga y la suavidad de su piel me desconcertó porque siempre había pensado que era áspera y gruesa... y no... era suave y fina... cálida... Jaime se inclinó hacia atrás en su silla y dejó que le tocara... gemía... y yo no sabía que debía hacer, pero por intuición y curiosidad comencé a acariciar aquel elemento que tenía entre manos. Bajaba y subía la piel con una mano, mientras que con la otra le acariciaba los huevos. Miré a Jaime y noté que estaba en otra galaxia mientras decía suspirando y sin parar: "Sigue... sigue... sigue... "
De repente, noté que su cuerpo se contraía mientras que su polla se endurecía y como si tuviera vida propia comenzaba a escupir un líquido viscoso que mojó mi mano. Iba a dejar de acariciarlo cuando le oí decir: "No la quites... no la quites todavía... sigue...". Seguí hasta que noté que se iba deshinchando y que mi "hermano" se tranquilizaba. Le miré y vi en su rostro un gesto de tranquilidad y placidez. Era tan hermoso que no pude reprimir la tentación de besar aquellos labios oscuros y carnosos.
Aquella fue la primera vez, de otras muchas, que lo hicimos.
Cuando llegué a casa, en la soledad de mi habitación y de mi cama, recordando lo que había pasado, me excité por primera vez y, pensando en la polla negra de Jaime, me calcé la primera paja de mi vida.
A partir de aquel momento todo fue diferente,
no sólo la confianza, sino la intimidad cambió: mi vida, mi sexualidad, mi cariño por mi hermano fue amor incondicional, la admiración por su cuerpo fue atracción total.
A partir de aquel momento comenzamos a investigar maneras de satisfacer nuestra necesidad de conseguir placer y llegar a orgasmos... y a ello nos dedicamos.
Con el tiempo y con la preparación física de sus entrenamientos, Jaime consiguió una perfección física admirable, creció y se desarrolló, su andar dejaba a la gente hipnotizada, su mirada enigmática te desarmaba y si te sonreía te hacía pensar que eras el único o única en su vida, en fin, que se convirtió en el objeto del deseo de toda la juventud y parte de los adultos de la ciudad... pero ese elemento deseado era mío, vivía a mi lado y experimentábamos el sexo entre los dos.
El se había desarrollado magníficamente pero yo también porque había seguido sus instrucciones y a mis ya 12 años tenía un cuerpo fibrado y musculado (dentro de lo que cabe a esos años), me habían comenzado a brotar los primeros vellos en los sobacos y el pubis, pero a diferencia de mi hermano eran ralos y rubios. Mi cuerpo era blanco y mi pelo claro. El contraste era radical, pero la atracción era muy fuerte entre los dos.
Después de la primera paja que le hice a Jaime (A partir de ahora será Jhamal, porque le dije que quería llamarle por su verdadero nombre y el el consintió), comenzamos a vivir el sexo como un descubrimiento.
Un día le pedí que se bajara el pantalón porque quería verle desnudo y lo hizo y yo le masturbé viendo como su piel bajaba y subía de su tranca dejándome ver su capullo oscuro y brillante y sus huevos negros y lampiños. Otro día me ofreció entre sus dedos sus dedos la leche que había ordeñado y se los lamí (no me disgustó su sabor en absoluto), otra vez le pedí que me dejara ordeñarle con la boca para notar su sabor recién salida de la ubre y me lo concedió proporcionándome un placer inimaginable, pero...
... Un día le comenté que lo que más me gustaba era cuando olía a sudor después de una sesión de entrenamiento, que el olor de sus áxilas, de su pecho, de su entrepierna me volvía loco, así que decidimos que no se ducharía más en el gimnasio y que lo haría en casa después de haberle olido y lamido.
Y así fue. Cuando volvíamos de sus entrenamientos, se dejaba desnudar y yo le iba oliendo y lamiendo el cuerpo poco a poco hasta que se excitaba, le mamaba y se corría en mi boca. Ese cuerpo negro, suave como la seda, con olor a sudor y con el vello rizado y negro en las partes más apetecibles hacían que me corriera cuando su pollón oscuro eyaculaba en mi boca.
Fuimos creciendo y nos fuimos desarrollando, su cuerpo no tenía comparación con el mío, pero yo no estaba nada mal. Me iba musculando y a mis catorce años ya era un chaval muy, pero que muy majo, el vello rubio se iba espesando entre mis piernas, en mis sobacos y comenzaba a aparecer en mi pecho. Jhamal comenzó a afeitarse el cuerpo imitando a los deportistas del momento. A eso también le ayudaba y me excitaba. Pasar la cuchilla por sus axilas por su pecho, por su pubis, por sus piernas... por su culo... me producía una excitación que sólo me calmaba la mamanda y la corrida que ocurría a continuación.
En una ocasión se me ocurrió oler sus calcetines cuando se duchaba y ese olor me dio tal subidón de excitación que aspiré su olor como si fuera popper, no contento olí sus zapas y aquello fue la locura. No se que ocurrió en mi cerebro, pero me enganché de tal manera a su olor que no podía dejar de olerlas cada vez que se las quitaba. Mi obsesión con ese olor llegó al extremo en que le pedí que no se duchara hasta que le lamiera los pies. En un principio puso cara de extrañeza pero después de lamerle la primera vez los empeines, los dedos, de metérmelos en la boca y disfrutar con ello y de correrme sin tocarme sólo del placer de mamar su dedo pulgar y aspirar su olor, no había día en que no se duchara sin que yo le mamara sus pies.
En alguna ocasión hacía que le lamiera un dedo y luego me lo metía por el culo proporcionándome un gran placer. De un dedo pasó a dos y yo abría mis piernas pera dejar pasar con facilidad sus dedos. De dos pasaron a tres y yo gemía de placer cuando lo hacía mientras sus oscuros labios me besaban y me lamía la lengua con la suya.
En otra ocasión me dijo que quería que viera unos vídeos que se había descargado en los que había penetración y quería probar conmigo. A mis quince años nadie había me había follado, pero accedí advirtiéndole que tuviera cuidado porque eso debía doler.
Vimos los vídeos abrazados y nos fuimos excitando ante las imágenes, nos acariciamos y nos sobamos los genitales hasta que ya no pudimos más, entonces Jhamal se levantó y me llevó a su habitación, nos desnudamos y me lubricó el ano con un gel, metió sus dedos poco a poco... primero uno, luego dos, luego tres y jugó con ellos abriéndolos, sacándolos y metiéndolos, luego, imitando a los personajes de la película, me tumbó boca arriba en la cama, me abrió las piernas, se bajó la piel negra para dejar libre a su calibre, se embadurnó de gel, puso su capullo en mi entrada y comenzó la follada...
¡Joder....joder...! no me lo podía creer... aquel pollón había entrado en mi culo... en mi virginal y adolescente culo...
En un principio, intentó meter su ciruelo en mi culo pero mi virginidad no lo permitía así que abrí más las piernas y con la ayuda de mis manos me dilaté el culo para facilitar la entrada a semejante manubrio. El dolor era lo que menos me importaba en ese momento. Quería que mi cuerpo recibiera al suyo como ya lo había recibido por la boca, quería ser suyo y el mío, que nos uniéramos, que me preñara con su lefa, y si había dolor que lo hubiera, pero esa polla negra tenía que ser mía sí o sí.
Y fue mía.
Entró el ciruelón de golpe y di un respingo por el dolor, pero decidí respirar y relajarme. Mi negrazo me estaba penetrando, era mi primera vez y la suya, por lo que había que sufrir la novatada. Respiré hondo como recomiendan a las parturientas e intente relajar el esfínter para dejar paso al pitón que mi amante tenía entre las piernas. Jhamal se inclinó y me besó en los labios. Me mordió los labios. Me hizo sangre, pero a la vez metía su rabazo poco a poco. Dolor en los labios, dolor en el ano. Gemía de dolor pero a la vez de placer al sentir que ese macho me estaba mancillando por la boca y por el culo y que yo era suyo, que me poseía... mi cerebro experimentó un cambio total y me abandoné a sus deseos, me relajé de tal manera que mi ano se abrió para alojar aquella boa negra mientras mi boca alojaba aquella lengua rosada húmeda y yo disfrutaba de sus penetraciones.
Jhamal comenzó a follarme como un auténtico macho y yo lo recibía como un tierno adolescente, me dejé llevar por el placer y la excitación, sus entradas y salidas de mi ojal me proporcionaban tal excitación que le pedía más y más entre sus labios diciendo que me jodiera que me follara y gimiendo de gozo hasta que mi macho se corrió dentro de mí. Al notar su eyaculación me dio tal subidón que yo también me corrí como una zorra y grité de placer... de un placer tan indescriptible que no quería que saliera de mi. Hubiera querido que esa polla estuviera dentro de mi para siempre. Cerré el culo para retenerla, pero poco a poco se fue deshinchando y resbalando salió de mi culo, pero la sensación que me produjo ese masaje de salida hizo que volviera a eyacular la poca lefa que quedaba en mis cojones hasta quedarme vacío.
Las folladas no quedaban ahí, luego nos duchábamos y allí continuaba la tormenta de feromonas que nos invadía y nos rodeaba como un tornado. Cuando no nos las mamábamos unas vez límpias, nos las restregábamos cubiertas de espuma y gel hasta que estallábamos, otras veces, después de afeitarle el culo le practicaba la lamida de mi especialidad, con la punta de la lengua le lamía el ojete hasta que se abría y me dejaba paso, se abría como la boca de un pez y la punta de mi apéndice entraba en su interior así hasta que se corría y con sus espasmos cerraba el ano atrapándome la lengua como si de besos se tratara. El se corría pero mi polla no podía contener tal excitación y estallaba en borbotones.
Mi Jhamal se había desarrollado físicamente como un atleta: alto, fuerte, musculado, sin grasa, los pezones duros y tiesos, la polla siempre a punto en cuanto te acercabas, el culo duro y terso, su calor y su olor me llamaba como si fuera una trampa, pero lo que realmente me excitaba como si fuera un sátiro era la carnosidad de sus labios, la blancura de su dentadura y la humedad de su lengua. Aquello me desarmaba de tal manera que yo sabía que podría hacer conmigo lo que quisiera...
... y lo hizo
Continua ...