Jet Set (7)

Pasaron unos días en Florencia...

Pasaron unos días en Florencia, paseando por sus calles cogidos por la cintura o de la mano como cualquier otra pareja, visitaron sus monumentos, museos y catedrales, visitaron Pisa y siguiente destino, Roma, más paseos, más visitas y más sexo romántico. Cenando en una de las terrazas se fijaron en una pareja de hombres que se les sentó al lado, uno de ellos muy corpulento, tenía en el brazo un llamativo tatuaje y un no menos llamativo reloj en la muñeca.

Fueron bajando hacía el sur y llegaron al pueblo de su padre, un pueblo bastante perdido, se atravesaban bastantes kilómetros de carretera de montaña para coronar, al empezar el descenso se veía el mar y un pueblo no muy grande al final de la sinuosa carretera. Viendo que las calles eran muy estrechas dejaron el coche en las afueras y entraron al pueblo agarrados de la mano paseando, les extrañó que en un pueblo tan bonito no hubiera casi nadie por la calle, algún turista como ellos medio despistado y nadie más, se fueron adentrando, a Lorena le encantaban las callejuelas, Sandro esperaba encontrarse con alguien que hiciera la pinta de ser de allí para preguntarle por la dirección que le dio su madre. Una puerta se abrió y salió una señora, la vieron a unos cuantos metros de distancia, se acercaban a ella cuando la señora se giró mirándolo, la cara de terror que puso y como se volvió a meter en su casa los dejó helados.

LORENA: ¿Qué le ha pasado?, has visto como te miraba.

SANDRO: Y yo que sé, no estarán acostumbrados a ver turistas.

Siguieron paseando y algunas ventanas se cerraban a su paso, Lorena se empezaba a acojonar.

LORENA: Sandro, este pueblo es muy bonito pero porque no nos largamos de aquí, esto es muy raro.

SANDRO: Lorena no podemos volver sin hacerle el recado a mi madre.

LORENA: Pues yo me estoy cagando de miedo.

SANDRO: Tranquila, no pasa nada, solo debe ser gente muy cerrada.

Lorena se juntaba más a él y le pasaba el brazo por la cintura, llegaron a una plaza, había una pequeña terraza de un viejo bar con varios hombres de diferentes edades sentados en unas mesas bebiendo, atravesaron la plaza para preguntarles por la dirección, faltaban varios metros para llegar cuando los miraron, los hombres de más edad se levantaron de golpe quedándose de pie tragando saliva, salió el camarero con un delantal y una bandeja con un par de vasos de vino, los miró y se le cayó la bandeja al suelo abriendo los ojos como platos.

Sandro se dio cuenta que Lorena tenía razón, en aquel pueblo pasaban cosas muy raras, se acercó al camarero, Lorena se quedó donde estaba, le daba miedo aquella gente, los demás se movían intranquilos, sacó del bolsillo el papel con la dirección y se lo enseñó, el camarero lo leyó y sin levantar la cabeza le señaló una calle, nadie dijo nada, nadie movió un pelo, alguno temblaba, antes de meterse en la calle vieron como se volvían a sentar y hablaban entre ellos extrañados, alguien salió corriendo en otra dirección.

LORENA: Ahora sí que me tendré que cambiar las bragas, me estoy cagando viva.

Sandro intentaba calmarla, él estaba igual de preocupado.

SANDRO: Tranquila, ya verás cómo no pasa nada, no me dijiste que te gustaría ver cómo vivía la gente hace cien años atrás, pues aquí lo tienes.

LORENA: Ya he visto bastante vámonos de aquí, que miedo tengo tío.

Al final de la calle llegaron a otra pequeña plaza, en un lado había un pórtico con un hombre a cada lado trajeados, se acercaron a ellos, le enseñó el papel a uno mientras el otro hablaba por teléfono, les hicieron un gesto con la cabeza para que siguiera al del teléfono y el otro se quedó, los llevó por varias callejuelas muy estrechas y llamaron a una puerta de una casa muy grande, les abrió otro hombre en traje, los acompañaron a una sala con varios sillones y sofás, uno de los hombres se quedó en la puerta vigilándolos.

Ahora sí que estaban los dos acojonados de verdad, miraban la lujosa decoración del interior que contrastaba con la humildad de la casa por el exterior, se oyeron los pasos de varias personas acercándose por el pasillo, una voz dijo, “cachéalos”, el tío de la puerta se acercó a ellos, a Sandro lo tocó por todos lados buscando algo, un arma, Lorena iba vestida con un tejano apretado y una camiseta ajustada, se podía ver a simple vista que no podía esconder nada, le hizo abrir el bolso para mirar y trastear un poco dentro devolviéndoselo. Entraron varias personas, algunas se quedaron alrededor de la estancia vigilándolos como si fueran unos peligrosos criminales, los tres de más edad se acercaron a ellos, el que parecía que llevaba la voz cantante miró a Sandro de muy cerca.

EL JEFE: Hay que joderse, eres clavadito a tú padre, no me extraña que la gente se acojone.

Aquel hombre pudo ver en sus caras el miedo, se dio cuenta que no eran peligros, les indicó con la mano un sofá donde sentarse y él lo hizo en un sillón delante, los otros dos se quedaron detrás de él uno a cada lado.

EL JEFE: ¿Y por qué se supone que me estás buscando?

SANDRO: Mi madre, ella fue quien me dio su nombre y esta dirección, me dijo que hablara con usted, pero nada más, no sé de qué.

EL JEFE: Ya vi por la televisión que se habían divorciado.

Se quedó pensativo un rato, ellos no sabían qué hacer, se miraban de vez en cuando para ver una cara conocida por lo menos. El tío levantó una mano y uno de los hombres que había detrás de él se agachó para que le hablara en el oído, al hacerlo pudieron ver claramente un pistolón que llevaba dentro de la chaqueta, Lorena involuntariamente le apretó la pierna a Sandro. Les trajeron una botella de grapa y tres vasitos, se lo sirvieron.

EL JEFE: Vamos a tomarnos esto.

Levantó el vaso y se lo metió todo de un trago, Lorena y Sandro se miraron, cogieron los vasos y lo imitaron, el líquido les quemó todo el recorrido hasta el estómago, Lorena tosió tapándose la boca poniéndose roja como un tomate, Sandro no tosió pero le subieron los colores, el jefe los miraba con una sonrisilla y se levantó, ellos también lo hicieron y se movieron todos los tíos que habían allí dentro intranquilos, entonces Sandro se dio cuenta del reloj y el tatuaje que tenía en el brazo uno de ellos, el de Roma, los habían estado vigilando todo el viaje, el jefe levantó una mano para tranquilizarlos y se giró, Sandro pensó que no le iba a decir nada, que su viaje hasta allí habría sido para nada, caminó con sus dos acompañantes hasta la puerta y se giró.

EL JEFE: Mañana nos volveremos a ver.

Miró al tío del tatuaje.

EL JEFE: Acompáñalos tú.

Uno de los que estaba al lado del jefe se le acercó y le dijo algo en la oreja, él asintió con la cabeza y les hizo una señal para que lo siguieran. Salieron a la calle y respiraron, no estaban seguros de cómo saldrían de aquella casa. Fueron siguiendo a aquel tío grande y fuerte, los llevó por varias calles y salieron a un paseo delante de él mar que parecía más turístico, había gente en la playa y parecía todo más “normal”, los llevó hasta un hotel, se acercó a recepción y sin decirse nada un hombre le dio una tarjeta, subieron en el ascensor hasta la última planta y les abrió la puerta entregándole la tarjeta a Sandro.

Entraron y se encontraron con una suite lujosa y grande, muy grande. Lorena se dejó caer en un sofá cansada, estaba reventada de la tensión de toda la mañana.

LORENA: ¿A ti te ha parecido normal todo lo que ha pasado?

Sandro movía la cabeza, todavía con el susto en el cuerpo acercándose a una botella de whisky que había en un mueble bar, puso hielo en dos vasos y sirvió un chorro de buen escocés, se sentó al lado de Lorena ofreciéndole uno de los vasos.

SANDRO: A mí me pareció raro desde que salimos de casa de mi madre, pero lo de hoy ha sido la hostia.

Dieron un sorbo mirándose asustados.

LORENA: ¿Todos los que nacen en este pueblo te obligan a beber lo que a ellos les sale de los cojones?, porque aquel tío cuando nos ha hecho beber aquello tan fuerte me ha recordado a tú padre.

Rieron relajándose un poco. Intentaron descansar un rato y llamaron a la puerta, pegaron un salto poniéndose los dos de pie, se miraban preguntándose quién sería, la abrió Sandro y entró un camarero con un carrito lleno de comida y botellas de vino.

CAMARERO: Buongiorno, les dejó esto en la mesa.

Aquel hombre fue el primero en hablarles a parte del “jefe” en aquel puto pueblo, lo colocó todo encima de la mesa, al salir Sandro le quiso dar una propina y el hombre levantó las manos.

CAMARERO: No gracias, están invitados a todo.

Comieron, descansaron, no se atrevieron ni a pegar un polvete pensando en lo vigilados que los tenían, capaces eran de tener la habitación llena de cámaras. Por la noche les subió la cena el mismo camarero.

CAMARERO: Si quieren salir, aquí cerca hay un local con música donde se puede tomar una copa, por supuesto también están invitados.

Ellos se lo agradecieron, pero viendo el plan que había en aquel pueblo prefirieron quedarse en el hotel, se sentían más seguros.

Al día siguiente después de desayunar en la terraza, vieron varios coches grandes y negros que paraban delante del hotel, bajaron un montón de hombres rodeando uno de los coches, haciendo una especie de pasillo que entraba en el hotel, varias personas que caminaban por el paseo dieron media vuelta, el tío del tatuaje abrió la puerta y salió el jefe con los otros dos que no lo dejaban solo ni para cagar entrando en el hotel. Ellos se prepararon para la visita, entró el del tatuaje y le volvió a cachear, vio el bolso de Lorena y lo volvió a mirar por dentro. Entraron los tres tipos y se sentaron haciéndoles una señal para que lo hicieran ellos también.

EL JEFE: Este pueblo cuando era un crio era una puta mierda, malvivíamos de la pesca y poco más. Lo descubrieron los turistas y empezó a crecer, con ellos llegó el dinero y algunas familias nos montamos nuestros negocios para aprovecharlo, no había para todos, si una de ellas se quedaba con todo podía ganar mucho dinero, así empezaron las rencillas, que pasaron a peleas y acabaron con dos familias que lo manejábamos todo, la mía y la de tú padre, acabó ganando la más cruel y sanguinaria, supongo que ayer te diste cuenta cuando la gente te miraba, se pensaban que eras él.

El tío se puso a reír a carcajadas.

EL JEFE: Le tenían tanto miedo que al verte han pensado que se había rejuvenecido, tú familia nos tenía a todos bajo presión, nos hacían pagar impuestos por los negocios, y mejor era que pagaras porque si no desaparecías del pueblo y nunca más se sabía de ti. Tan bien les iba que se fueron expandiendo a los pueblos vecinos, incluso por las islas. Ahí es donde entra tú madre, dile que sí, durante aquel tiempo el “capo” era tú padre, la pobre era tan inocente criando a sus hijos que no tenía ni puta idea del monstruo de marido que tenía, sobre todo a ti que todavía eras muy pequeño.

Pidió que les sirvieran una grapa.

SANDRO: ¿No lo entiendo, por qué se fue de aquí?

El jefe levantó una mano para que se callase, cogió el vaso mirándolos, sabían lo que tocaba, lo levantaron y se lo calzaron de un trago, caras raras, risas del jefe y siguió…

EL JEFE: Tan bien les fue que cuando dominaban todo el territorio tú padre fue conociendo a gente influyente, fue diversificando los negocios y cuando ya era un hombre importante me vino a visitar una mañana, no recuerdo una reunión más tensa que aquella. Me dijo que estaba dispuesto a vendérmelo todo, que me haría buen precio para poder dedicarse a los negocios legales que tenía, más de una botella de grapa entre los dos nos costó llegar a un acuerdo. Yo me quedaba con sus negocios aquí y el no volvía a Italia nunca más, no hace tantos años que acabé de pagárselos. Habéis tenido suerte de hacer turismo como una parejita feliz, nos enteramos que habíais entrado al país y os seguimos, vimos que erais inofensivos, sino no creo que hubierais llegado hasta aquí.

A Lorena y Sandro les cambió la cara al oírlo.

EL JEFE: Ya os podéis ir cuando queráis, tenéis el coche en la puerta.

Se levantaron y caminaron para irse.

SANDRO: Visitaremos la Toscana unos días, se lo digo para que esté informado.

EL JEFE: No, saldréis directos del país, el trato con tú padre se extiende a toda la familia, no vuelvas a entrar porque no podrás hacer turismo como lo has hecho esta vez.

Se fueron todos, esperaron a que los coches desaparecieran y salieron corriendo de aquella habitación, entregaron la tarjeta en recepción y al salir a la calle tenían el coche delante.

LORENA: ¿Cómo es que está aquí?

SANDRO: Yo que sé, pero vámonos que tengo la piel de gallina.

Abrieron el maletero, lo tenían todo como lo habían dejado, lo que no entendían era como les habían cambiado el coche de sitio. Salieron de allí a toda hostia, Lorena le preguntó a Sandro si había entendido algo, le contestó que lo más importante sí, en su familia iba a ver un terremoto que lo movería todo.

Salieron del país lo más rápido que fueron capaces, una vez en Francia respiraron tranquilos, pararon en el primer pueblo para alojarse en un hotel, ducharse y descansar del estrés de las últimas horas, estaban estirados en la cama, él en pelotas y ella en braguitas.

LORENA: ¿Te has creído todo lo que nos ha contado ese hombre?

Sandro le miró los ojos y Lorena se dio cuenta que era verdad, le costaba mucho creerse que Carlo hubiera hecho todas aquellas barbaridades, ella conocía a un hombre muy ocupado, serio en algunos momentos y bromista en otros, que quería a sus hijos y los cuidaba, con ella siempre fue correcto y claro desde el principio.

Cuando llegaron a la casa de Lucrezia, Sandro habló con su madre explicándole lo que le habían dicho en Italia, ella se puso a llorar y su hijo la acogió en su hombro.

SANDRO: ¿Y ahora qué mamá?

LUCREZIA: Tengo que digerirlo, luego ya veré, perdóname pero quiero estar sola.

Sandro salió, se reunió con Lorena que lo esperaba fuera para que pudiera hablar con su madre en la intimidad.

Volvieron al barco recibiéndolos Carlo solo saltar a cubierta, Lorena lo saludó educadamente y se fue con su bolsa a su camarote, pensaba en el papelote que le quedaba a Sandro con su padre. Se sentaron en la parte privada en los sillones.

CARLO: Bueno, explícame, ¿cómo os lo habéis pasado?

Sandro no podía disimular la cara y su padre se dio cuenta.

CARLO: ¿Ha pasado algo, estás bien?

SANDRO: No pasa nada son cosas entre Lorena y yo.

Carlo reía.

CARLO: ¿Una discusión de enamorados?, hay que ver como es el amor, no te imaginaba a ti discutiendo por estar enamorado.

Sandro le iba a contestar que no tenía nada que ver con eso pero se lo pensó mejor, era una manera de poder disimular los dos.

SANDRO: Algo parecido no te preocupes.

En ese momento llego Lorena cambiada para hacer su trabajo también seria.

CARLO: No te preocupes Lorena que lo arreglareis, todo se arregla cuando dos se quieren.

Lorena no entendía nada de lo que le estaba diciendo mirando a Sandro, le giró los ojos haciéndole una señal.

SANDRO: Le he tenido que explicar nuestra discusión para que no se imagine cosas y esté tranquilo.

Ella pilló la idea.

LORENA: Ya lo discutiremos cuando no esté trabajando.

CARLO: Si queréis podéis iros los dos a hablarlo, yo no necesito nada.

Sandro se levantó y cogió de la mano a Lorena, se metieron en su camarote, le explicó lo que había pasado con su padre para que siguiera el juego y poder disimular los dos, si les veía una cara “rara” pensaría que era porque no estaban bien entre ellos.

Aquella noche Lorena fue a dormir con Sandro como cada día, estaban en la cama de lado mirándose a los ojos.

LORENA: No entiendo como tú padre puede pensar que estamos enamorados.

SANDRO: No sé, ¿será porque duermes cada noche conmigo, o porque nos damos sexo el uno al otro como si se acabara el mundo?

Lorena reía tocándole la cara.

SANDRO: ¿O porque me das el cariño que le daría cualquier chica a su enamorado?

LORENA: Te doy el cariño que me da la gana y quiero, punto.

Se besaron y durmieron.