Jeni y Rosa (9)

En los brazos de la mujer fuerte.

Ahora vamos a ajustar las cuentas tú y yo, dijo Marta, y avanzó decidida hacía mí que permanecía firme con las manos a la espalda. Total, sabía que en un espacio tan reducido no tenía ninguna posibilidad de huir, tampoco la tenía de hacerle frente con éxito, estaba desnudo y a su merced y ambos lo sabíamos; pensé que lo mejor era poner cara de: "pasaba por aquí y me dije…" y rezar para que no se sintiera muy agresiva. Llegó a mi lado, me miró fijamente a los ojos hasta que consiguió intimidarme. Cuando agaché la cabeza, incapaz de sostener su mirada, dijo: "Vamos a ver como estás de los golpes, después te ajustaré las cuentas". Yo me sentía como si flotase en una nube; la enfermera había puesto su brazo desnudo sobre mis hombros y me llevaba hacia la zona del cuarto donde había más luz, me mandó tumbarme, fue pasando el dedo por todos los golpes que consideró oportuno, no me dolían demasiado hasta que llegó a uno que me hizo dar un bote y me arrancó un gemido, preguntó qué pasaba y le respondí que me dolía. Lo observó con una particular atención, preguntó hasta que punto me dolía y le respondí que mucho; se incorporó, cogió la pomada de la nevera y me dio un masaje en el golpe y los alrededores, acabado éste se volvió a mí, dijo: "No sé como no les guardas rencor, han estado muy cerca de matarte".

La frase de Marta me asustó algo, pero tampoco mucho, estaba vivo y con ella; le respondí: "Sí, seguro que tienes razón, pero ya pasó y ahora me siento muy bien, a tu lado". "No creas que con esas frases pelotilleras te vas a librar del castigo", aseguró, pero no se la veía muy amenazadora, así que le contesté: "Estoy deseando que mi ama me castigue", y ella: "No tienes miedo de mí". "No", le respondí y al oír mis palabras, la gigantona volvió a la carga: "¿Por qué?" "Porque tú no estás loca, y eres una buena profesional… estando contigo me siento protegido, confiado, sé que no harás nada que pueda dañarme de verdad".

Marta suspiró: "Eres un maldito cabrón, estás consiguiendo ablandarme". "Eres el ama y yo el esclavo, ¡haz de mí lo que quieras!", le dije. Siguió revisando mis golpes, gemí en otro, volvió a darme otro masaje, cuando acabó dijo: "Dentro de unos minutos nos meteremos juntos en la bañera y comenzará tu castigo"; "gracias", le dije, y al oír estas palabras me miró de malas maneras y aseguró que iba a ser un castigo y que sería mejor para mi que no lo olvidase. "Será lo que quiera el ama", le dije y ella, moviendo la cabeza con aire de desesperación, aseguro que era un hombre desesperante y añadió: "vamos a aprovechar estos minutos para proceder a tu interrogatorio, ¿por qué le dijiste a mis padres que era una vaga y no estudiaba nada?" "Porque era la verdad", le respondí y añadí: "lo sigo pensando y volvería a hacerlo".

Ella se subió encima de mí me inmovilizó y colocó sus manos alrededor de mi cuello como si fuera a estrangularme, dijo: "Sabes que por culpa de esas palabras mis padres me hicieron trabajar un montón tu asignatura, hasta me pusieron un profesor particular"; "sí, lo sé, volvería a hacerlo porque gracias a eso estás estudiando la carrera que quieres y en la que serás una gran profesional, ya lo eres". "¿A qué te refieres?", preguntó intentando ser agria, pero no podía evitar sentirse muy complacida con lo que yo había dicho. "Me refiero a que en selectividad sacaste un nueve en mi asignatura, si hubieras sacado un seis no te habría dado la media y estarías estudiando algo que no te gusta, entraste en tu escuela, te lo recuerdo, con la nota mínima".

Encajó el golpe y supe que había ganado, aunque ella fingía estar muy enfadada, para que no se le notara se fue a llenar la bañera de agua muy caliente, pero se reía y, a veces, yo lo veía por los espejos, quizá me castigase algo, pero sería poco y lo haría más que nada por aquello de no reconocer que yo tenía razón, quedar encima y que quedase claro quien mandaba, como si hiciera falta que hiciese la demostración.

Cuando finalmente la bañera estuvo como ella quería (poco más de la mitad) me llamó y mandó meterme dentro. "¿No quieres que le eche sales?" pregunté mientras le enseñaba un buen bote de sales con olor a naranja. "No", contestó ella, "a ver cómo le explico a mi madre que salí de casa oliendo a pino y vuelvo oliendo a naranja". No dije nada más, entre en la bañera y acepté mi destino. Ella entró a continuación, la bañera era lo suficientemente grande como para que entrásemos los dos, aunque, eso si, un poco apretados.

"¿No te vas a quedar conmigo esta noche?, tengo teléfono, puedes llamar a tu madre". "¿Por qué quieres que me quede?", preguntó ella. "Porque contigo en mi casa me siento muy bien, y porque tengo miedo de quedarme solo". Por toda respuesta ella echó en la bañera un puñado de sales de naranja. Decidí que ya estaba bien de simular, me moría de ganas de comérmela, le sonreí y le di las gracias; ella no contestó, me dijo que cogiera aire e inmediatamente me metió la cabeza bajo el agua, cada cierto tiempo, quince segundos aseguró ella, me sacaba la cabeza, repetía que volviera a tomar aire y repetía la acción anterior. La verdad es que eso era para mí un castigo y bastante cruel, dos o tres veces tuve un ataque de pánico que controlé porque ella me sacó la cabeza a tiempo. Al fin se cansó de jugar al ratón y al gato y me preguntó si me había gustado el castigo; le contesté lacónicamente que no, eso era evidente, respiraba con fatiga, la voz se me cortaba y tenía los ojos llorosos, hasta se me escapó alguna lágrima; se apiadó: "pobre chiquitín mío, he sido mala, lo sé, pero es que no puedo pegarte en el culo, lo tienes machacado; ni en la cara o cabeza, sería gravemente peligroso; ni en el estómago o las costillas, te podría hacer demasiado daño… ¿cómo quieres que te castigue?" y yo le contesté, por si colaba, que haciéndome lamer su chochete.

A todas estas debe ser verdad que todos los ahorcados (asfixiados) mueren empalmados, porque se me había puesto durísima y a ella le hizo gracia verlo y volvió a jugar con las tres piezas del aparato haciéndome gemir, esta vez no de dolor, e incluso tuve que avisarla que, si seguía jugando de ese modo, tendría una explosión lo que la hizo enderezarse y advertirme: "ya te cuidarás"; pero dejó ese juego y sentada en mi barriga se dejó caer hacia delante poniéndome las tetas en la cara, pasó los brazos por detrás de mi cabeza y apretó asfixiándome una vez más. Me debatí, volví a gemir, me soltó, hizo una pose culturista y me dejó fascinado. Marta no iba al gimnasio, odiaba el deporte, pero sus músculos se marcaban enormes. Aproveché que tenía las manos libres para acariciarle la espalda, el culo, los muslos, subí por el vientre y el pecho sin que ella protestara o me lo impidiera, al fin dijo: "vamos a terminar el baño, si después de salir eres capaz de llevarme en brazos a la cama jugaremos a lo que tu quieras

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