Jeni y Rosa (8)

Marta se ensaña un poco.

La perrita se puso sobre los muslazos robustos de su ama, y empezó la cuenta de su castigo: "uno, dos, tres…" cada vez su voz estaba más tocada y, cuando la zapatilla rosa de Eva llegaba a la docenita de golpes, ocurrió algo terrible: Rosa se orinó. No se meó sobre el suelo, sino sobre el muslo poderoso del ama

Cuando Marta sintió resbalar sobre su muslo la orina de la perrita dio un bote en el asiento que resulto cómico; para Rosa no, para empezar porque cayó al suelo de golpe y se hizo daño, pero eso fue pecata minuta, antes de que supiera que iba a pasar, estaba sujeta por el pelo, arrastrada hasta el pequeño charco de pis, su cara fue frotada en éste Además el pie izquierdo de la enfermera se puso al momento sobre el cuello de Rosa, la orina empapaba parte del pelo y la mejilla derecha de la vencida que lloraba sin parar, la fortachona seguía castigándola con tirones de pelo, con patadas y pisotones del pie libre mientras la insultaba por cochina.

Yo estaba fascinado con la escena, al principio cuando había visto el río amarillo en el muslo de Marta me había asustado un poco, después cuando observé el curso que seguían los acontecimientos me tranquilicé y decidí disfrutar de la nueva obra de teatro (la fortachona solo quería pegarle más a la vencida, y lo estaba haciendo a base de bien, pero no le había dejado ninguna marca ni la lesionaba). Tampoco era yo el único que en aquel momento estaba gozando, a mi izquierda oí un gemido y, al volverme a mirar que pasaba pude ver como Jeni se estaba haciendo una paja tan grande que pensé que se iba a romper en dos. Estaba tan centrada en su auto masaje que ni se dio cuenta de que yo la observaba.

Mientras tanto Marta arrastraba a Rosa al cuarto de baño, la hizo meterse en la bañera y le enfocó por todo el cuerpo con la ducha, con el agua fría para ser más exacto, solo de pensarlo me entró frío, dentro de la casa la temperatura era agradable, pero de ahí a ducharse con agua fría, era el mes de noviembre el agua fría estaba fría, la perrita se quejaba y su vencedora la ridiculizaba: "Vamos sucio animal, límpiate", la vencida tiritaba de forma penosa, se lo hice notar a la enfermera que se burló de mí: "¿de veras?, no me había dado cuenta, menos mal que tu me has advertido", pero abrió el grifo del agua caliente, entre otras razones para poder limpiarse el muslo, se limpio sentada sobre su prisionera, puso el tapón de la bañera y le dijo a la perrita: voy a divertirte metiéndote la cabeza bajo agua por cochina", al oírla yo me preocupé y le pedí que dejara irse ya a Rosa, que ya había tenido suficiente castigo, me llamó blando, bobo y me dijo que se había equivocado al defenderme, que yo era un sumiso por vocación, que no valía para amo, que Rosa nunca habría intercedido por mí, le contesté que sí, que tenía razón en todo lo que había dicho, pero que no quería que le pegase más, ella, al ver mi actitud, no insistió, me pidió que le llevara dos toallas.

Se limpio el culo y los sobacos con la de Rosa antes de pasársela, después exigió a la cautiva que dejara su culo algo húmedo porque, dijera yo lo que dijera, los azotes con la zapatilla rosa que faltaban se los iba a llevar hasta el último y prefería dárselos con el culo húmedo, "pican más", aseguró.

Los dieciocho zapatillazos que cayeron sobre el trasero de la perrita debieron ser como cañonazos, la perdedora se convulsionaba con los golpes, sobre todo con los tres últimos, lloraba como una magdalena, pero consiguió tener la boca cerrada y no emitir la menor queja, no quería que le fuera a caer ninguno más. Después de la paliza que le había dado la enfermera, Rosa no podía oponerse a nada, estaba aniquilada tanto desde el punto de vista físico como desde el punto de vista mental, no tenía ninguna capacidad de resistir, de negarse, acabada la azotaina se quedó tirada en el suelo, inmóvil, llorando como una niña, con auténtico desconsuelo. Me dio pena, me acerqué a la gigantona, me arrodillé delante de ella, le supliqué: "No le pegues más, déjala que se vaya de una vez, estoy seguro de que ha aprendido la lección".

Marta movió la cabeza como diciendo este hombre es tonto, después me aseguró que la bondad es como la maldad, hay que saber administrarla y yo no sabía; pero llamó a Jeni y Rosa, las mandó arrodillarse delante suyo, les hizo preguntas, pareció satisfecha con las respuestas, mandó a Jeni (que estaba desnuda) que viniera con su ropa, mientras la muchacha de los ojos verdes estaba arrodillada delante de ella la enfermera revisó su ropa, después revisó su bolso, comprobó que no se llevaba las llaves de mi casa y, al fin, le dio una bofetada que la tumbó cuan larga era (para que nunca se olvidase de lo que había visto y vivido), le echó la ropa encima y la mandó vestirse y esperar; después le tocó el turno a Rosa.

Nunca la había visto tan humilde, ofreció su ropa arrodillada mientras miraba al suelo, las dos o tres preguntas que la fortachona le hizo las contestó diciendo "si, ama", "no, ama", "como usted quiera ama"; Marta siguió el mismo protocolo que con Jeni, pero no le dio la bofetada, le dio una patada en el culo dolorido que arrancó de la perrita un aullido de dolor, le acertó en todo el ojete.

Finalmente y tras aleccionarlas para que no volvieran a ser crueles, la campeona las agarró por los pescuezos y las echó del piso, cuando estuvimos solos se volvió hacia mí, se quedó mirándome un largo rato y al fin dijo: "ahora te toca a ti, tu y yo vamos a ajustar las cuentas".

Continuará

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