Jeni y Rosa (4)
El miedo hace hacer cualquier cosa.
Me sacó del pensamiento la voz de Rosa que preguntaba; "¿quieres librarte de otra tanda?"...
"Sí, ama, claro que sí, ordéneme algo, por favor", dije yo y, en mi voz, había tal tono de suplica, o de desesperación, que hasta Jeni se echó a reír con lo trabajada que ya estaba en ese momento. Yo tenía solo una esperanza a esas alturas, que llegara de una vez Marta, me diera una tunda de padre y muy señor mío y me mandara, al fin, al hospital, porque cuanto más tardara la otra, más palos me daría Rosa.
"Ven aquí a cuatro patas, y hazme un buen servicio con la boca, si consigues que suba al cielo te librarás de la tercera tanda y pasaré directa a la cuarta, fíjate, te habrás librado de la mitad del castigo inicial y aún puedo ser más generosa".
Ni que decir tiene que lamí como si en ello me fuera la vida, quizá me iba la vida. Cuando Rosa se recuperó me mandó volver a colocarme sobre sus rodillas. Yo lo hice como me había mandado, pero le dije que no me parecía justa la paliza que estaba recibiendo si, además, después iba a recibir otra de Marta. Fue entonces cuando Rosa nos dijo y, al hacerlo nos dejó paralizados por la sorpresa, en mi caso también por el miedo, "Marta no va a venir, solo fue un globo sonda que lancé para ver que hacía mi amiga", después, dirigiéndose a ésta le comentó, "ya ves, podías haberte ahorrado los golpes que llevas encima, ahora es demasiado tarde, ya sé que no me eres fiel y no debo confiar en ti".
Jennifer se echó a llorar desconsoladamente, Rosa se sintió poderosa y feliz ante tal desconsuelo, me dio cuatro o cinco zapatillazos y, súbitamente la mandó acercarse y ponerse a su lado a cuatro patas; Rosa la acarició, la cara de la perrita era un poema, con los lagrimones el rimel se le había corrido llenándole las mejillas de manchas negras que junto a las marcas de los golpes, el resto del maquillaje también corrido y el sudor de la pelea; el pelo revuelto, la expresión miedosa y suplicante... le daba un aspecto en verdad penoso, solo se salvaban del naufragio general sus preciosos ojos verdes, que en su humedad seguían brillando como siempre, incluso con más luz. Rosa pareció que se apiadaba de su amiga, le habló con cariño, como si fuera una niña muy pequeña que estuviera asustada, había razones serias para ello: "¿qué le pasa a la pobre pequeñita?, ¿ha sido muy mala y mamá ha tenido que castigarla?, ¿quiere la pequeñita que mamá la perdone?"
Algo me dio miedo, ¿qué buscaba Rosa?, no tardé en saberlo, apenas la vencida contestó que sí.
Si quieres librarte del resto del castigo, dijo dirigiéndose a su esclava, más aún, si quieres volver a ganarte el favor de tu ama, tienes que darle una paliza; una verdadera paliza a este estúpido y arrogante animal que tengo prisionero. No esperé a escuchar que contestaba la perrita, me volví hacia mi vencedora diciéndole suplicante: "Si me sigues pegando me matarás, por favor para ya, hazme alguna otra cosa, pero nadie en el mundo puede resistir un castigo tan tremendo como el que me estás dando y ahora quieres añadir más todavía". Ella se echó a reír.
"Pobrecito mío, aniquilado en su orgullo, suplicando como una débil mujercita" y dijo a continuación: "no te preocupes, si mi amiga te da la paliza te libraré de varias tandas de zapatillazos y quizá después te folle por el culo, si hago eso te quitaría aún más tandas de jarabe de palo; y para que veas que soy buena te puedo repartir el resto entre hoy y mañana" y añadió, después de estar unos instantes dubitativa, "deja ya de portarte como una nenaza, a mi me daban de pequeña auténticas tundas con la zapatilla y no me hicieron ninguna cosa grave en el culo".
"Anda ya", saltó Jeni impulsiva al oír hablar a su compañera, "a ti como mucho te dieron cuatro zapatillazos y solo alguna vez que combinaste algo muy gordo, conozco muy bien a tu madre".
"Ay, ay", dijo Rosa, "esta estúpida perrita no aprende nada, ¿desde cuándo una esclava contradice a su ama", dos rotundas bofetadas cruzaron la cara de Jeni, Rosa tomó de una oreja a su amiga y tirando la obligó a acercarse mientras le preguntaba, "¿qué se dice?, perrita estúpida".
"El ama siempre tiene razón, el ama siempre tiene razón. Ama, por favor, déme alguna orden para que pueda cumplirla, lo que usted desee, ama, sea lo que sea. Yo solo quiero servirla".
"Está bien", dijo Rosa me echó de encima de sus piernas empujándome, después de esto las abrió, "mete aquí tu lengua, cuando acabes de hacerme el servicio le darás a este imbécil la paliza que se merece", y la agarró por el pelo dirigiendo la cabeza de la vencida a su objetivo.