Jekill y Hyde

El gran error

JEKYLL AND HYDE

  • ¿Qué define la felicidad?¿La buena presencia? ¿Los logros académicos?

Si es así, no me puedo quejar, con veinte años, una buena estatura y buen porte, sumado a mi titulación secundaria en electromecánica y llevar sin tropiezos mi tercer año de ingeniería, debería sentirme feliz.

  • ¿O acaso la felicidad, la define la pareja que has elegido para compartir tu vida?

En ese caso, al estar de novio con Juana, una niña preciosa de mi edad, rubia, bonita, con buenas curvas, estudiante avanzada de medicina, a la que amo con locura desde mi tierna infancia debería sentirme el hombre más feliz de la tierra.

  • Quizás la verdadera felicidad radica en la familia.

Por ese lado nada que decir, mi madre Raquel es abogada, tiene cuarenta y dos años y es toda una belleza, está mal que lo diga un hijo, pero realmente está muy buena. Asidua concurrente al gimnasio de nuestra vecindad, se mantiene muy en forma.

Mi padre Raúl, en cambio, si bien es un hombre culto y elegante de cincuenta años, contador de profesión, es un poco más dejado. Prefiere las noches de poker con sus amigos a transpirar haciendo ejercicios en una máquina.

Los tres conformamos una familia moderna donde todos respetamos el espacio del otro. Amplios de mente y modernos en nuestras costumbres, nos llevamos realmente bien. Vivimos en un chalet muy cómodo, con amplio jardín y piscina en el fondo, ubicado en un conglomerado de clase media alta de la ciudad.

  • ¿Se puede pedir más felicidad?¿O también depende de los vecinos que te toque? Si es así tampoco me puedo quejar.

A un lado de nuestra casa vive una pareja de jóvenes profesionales. Roberto, de treinta años, es el CEO de una importante compañía inversora. Alto, delgado, fibroso y muy atractivo de cara, es asiduo concurrente del gimnasio al que va mi madre. Su esposa Rosa, es azafata, tiene veinticinco años y es una rubia exuberante que me tiene a mal traer. Verla tomar sol en biquini junto a mi madre en verano, me ha puesto cardíaco más de una vez, obligándome a calmar mi gran problema, mediante onanistas sesiones en mi dormitorio.

Es que realmente tengo un gran problema entre las piernas y por culpa de eso, desde que en la escuela secundaria, me cambié por primera vez en el vestuario del natatorio, me quedó el mote de Jek. Por lo de Jekyll y Hide. No es para menos, mi otro yo oculto es para el asombro e imposible de ocultar bajo los pequeños slips de competición. Y por su culpa, a pesar de que mi mayor afición, después de mi carrera, es la natación, siempre me he negado a competir.

Al otro lado de mi casa, vive mi gran amigo Joaquin, delgado, pasota, divertido y  estudiante de medicina como mi novia. Los tres nos conocemos desde párvulos y solemos ir juntos a todos lados, acompañados generalmente por las cambiantes novias de Joaquín que es un ligón de primera. Solo hay una cosa que Joaquín ama más que a las mujeres, su nuevo auto rojo tuneado, al que cuida más que a su madre.

La vida de nuestro grupo transcurre habitualmente de forma plácida y relajada. La buena situación económica de todas nuestras familias, sumado a su alto nivel intelectual y cultura, contribuye a ello.

  • Entonces, por ese lado también está todo bien. ¿No es así? ¿Y la vida social?

Juana y yo pasamos juntos todo el tiempo que nuestras múltiples obligaciones nos dejan libre. Solo hacemos una excepción al mes, la salida de chicas de Juana con sus amigas y las reuniones con mis ex compañeros de bachillerato en la parroquia del barrio. Tanto nos amamos, que siempre tratamos de coordinarnos para que sean en la misma fecha y no nos reste tiempo de pareja.

Solo tenemos un pequeño problema, nunca hemos pasado de los besos y las caricias. Tengo terror a que mi novia descubra a mister Hyde y lo rechace. Juana, en cambio, no entiende por qué no avanzo. Lo atribuye a mi timidez, pero el tema por ahora no le preocupa demasiado. Ya se verá

  • Un asco empalagoso de felicidad por ese lado también. ¿Entonces por qué me siento como el culo, deseando no haber nacido?

Quizás porque hoy fué uno de esos días de excepción y además coincidió con el día en que mi padre tiene la reunión de poker con sus amigos. Cosa que mi madre aprovecha para irse de copas con las suyas.

  • Cierro los ojos y lo vuelvo a vivir.

EL GRAN ERROR

Son las doce de la noche y regreso cabreado, la reunión de colegas ha sido un fiasco, dos compañeros se han pasado con las copas y resolvieron arreglar viejas diferencias de la adolescencia a la trompadas. Todo se desmadró tanto, que tuvieron que suspender el encuentro.

Estoy pasando por la puerta de la casa de Juana y veo el auto rojo de Joaquín metido en la entrada del garaje. Tiene los vidrios empañados y se nota movimiento en su interior. Sin llegar a pensar que está haciendo ese auto estacionado en la casa de mi novia, decido abrir de golpe la puerta de atrás para gastarle una broma a mi amigo.

Lo que veo me deja helado, Juana está sentada en la mitad del asiento con la cadera echada hacia adelante, la corta pollera arremangada en su cintura y el top bajado mostrando sus preciosas tetas. Tiene las piernas abiertas montadas sobre los hombros de Joaquín, que la embiste furioso con los pantalones y el boxer caídos sobre los tobillos, mientras ella se sostiene colgada de su cuello.

Ambos amantes giran las cabezas con los ojos abiertos como platos, mirando hacia la puerta abierta sin dejar de embestirse mutuamente. No pueden parar de copular, las sorpresa los tomó en el momento cumbre. Apenas se produce el impacto del portazo que pego al cerrarla, escucho que ambos estallan en un orgasmo simultáneo que los deja afónicos. Caminando hacia mi casa, descubro que no estoy dolido. Estoy cabreado, muy cabreado por la traición de mis amigos. La ira ha tapado el dolor.

Llego a casa y descubro que mi madre ha regresado. Su cartera está sobre el sillón y escucho jadeos desde el piso superior. ¿Lo de las salidas ha sido un engaño de mis padres para follar con tranquilidad? Subo sin hacer ruidos y morbosamente me asomo. Se que no está bien, pero la idea de ver a mi madre en pelotas me puede.

La puerta está entornada y cuando asomo la cabeza sin hacer ruido, descubro a mi madre en el borde de la cama, exactamente en la misma posición que ví a Juana, con las piernas sobre los hombros de su amante, pero siendo salvajemente follada por el culo por mi vecino Roberto. Los alaridos de mi madre son ensordecedores. El espectáculo es tan dantesco que pierdo el control y la furia me domina, mi padre no se merece esta traición. Bajo a la cocina, tomo el palo de amasar y vuelvo a subir.

Abro la puerta de golpe en el exacto momento en que Roberto eyacula. Éste pega un salto hacia atrás por la sorpresa y mi madre lo mira aterrada con las piernas aún levantadas. Trata de taparse tetas y coño con los brazos, pero sin poder ocultar la lefa que le brota de sus entrañas a borbotones. Todo sucede en un segundo, pero lo vivo como si fuera en cámara lenta.

Antes de que Roberto logre cubrirse, le llega el primer palazo a la cara. Cae redondo al piso donde lo sigo apaleando hasta quedar exhausto y cubierto de sangre, mientras la puta de mi madre grita aterrada pidiéndome que pare. Cuando me ve acercarme a ella con el palo levantado, se pega a la pared paralizada. Me acerco a su cara y la escupo con desprecio. Mis ojos están rojos, he perdido la razón.

Salgo al parque y veo luces encendidas en la casa de al lado. Decido que debo contarle a mi vecina lo que ha pasado, nadie se merece vivir engañado como lo he estado yo. Cruzo el seto y arribo a la cocina, desde donde escucho ruidos provenientes de la sala de estar. Entro sin preguntar y veo a Rosa saltando enloquecida ensartada sobre la gran polla de mi padre. Dentro de la espesa nube que tapa mi discernimiento, descubro de quien ha heredado mi complejo, pero por lo que veo, para mi padre no parece ser un gran problema.

Los amantes me miran aterrados, me ven llegando desde el parque totalmente ensangrentado, con los ojos rojos, mirándolos con la cara desencajada y se temen lo peor. Paralizado ante la escena, no tardo en darme cuenta que he cometido un gran error, y cuando lo hago, reacciono y paso de largo, abro la puerta de calle y me voy. No puedo permitir que se den cuenta de que Hyde se ha despertado, ver a esa diosa en pelotas ha sido demasiado para mí.

Vuelvo a entrar a mi casa mientras escucho el ruido de sirenas acercándose. Mi madre ya  se ha vestido con chándal y buzo y cuando me ve entrar ensangrentado, se le paraliza el corazón. Paso a su lado y  trata de detenerme para explicarse, pero me zafo y cuando encaro las escaleras corre tras de mí, teme que quiera rematar las tarea.

Más tarde supe que hace meses que mis padres practicaban intercambio de parejas con los vecinos. A mi madre le encanta la fogosidad de Roberto y gracias a él ha descubierto el mundo del sexo anal, cosa que, con la que se gasta su marido nunca fué posible, en cambio Rosa estába enamorada de la gran polla de mi padre. Ellos lo llevaban muy bien y nunca pensaron que todo podría terminar así.

Paso de largo el dormitorio matrimonial, entro en el mío, me saco la ropa ensangrentada, tomo un gran bolso y lo lleno con la ropa necesaria. Tomo mis ahorros, mis documentos y dejo las tarjetas de crédito que me dió mi padre, también dejo el móvil y me voy de casa.

Cuando salgo, la ambulancia ha llegado, un médico trata de pararme pero me zafo. No me he mirado al espejo, tengo  la cara ensangrentada y el médico no puede saber que la sangre no es mía, ni se da cuenta que todavía llevo el palo en la mano.

Decido ir a aclarar las cosas con mi novia y pasar página, ya nada tiene sentido para mí, lo he perdido todo. Tiro el palo de amasar a mi jardín y encaro hacia su domicilio, no es bueno para nadie que lo lleve encima, estoy demasiado cabreado. Llego a su casa y golpeo la puerta, Juana abre cantarina, vestida solamente con una pequeña bata transparente.

  • Joaco, que rápido volviste. Estás apurado por repet…..

Queda paralizada cuando me vé con el rostro ensangrentado parado a la puerta.

No puedo creer lo que veo, nunca la he visto desnuda. No pienso en la traición, la pasión me domina, tiro el bolso al piso, la tomo del cuello y la arrastro al sillón. La tumbo en la misma posición que la ví en el auto. Me bajo los pantalones y el slip, pongo sus piernas sobre mis hombros, tomo la polla con la mano y la ensarto.

  • ¿Qué haces? ¿Estás loco?.... Eso no me entr…..Aggg. Nooo,  por favor, paraaaggghhhmmmm….

Increíblemente, tiene un orgasmo demoledor, pero no paro. Estoy enloquecido

Lo que sigue es demencial, durante media hora la martillo sin cesar, le saco media docena de orgasmos antes de llenarla de lefa nuevamente. Queda agotada, tumbada semi desmayada. Pero mi locura pide más, casi no he perdido la erección.

VENGANZA

Sé que iré preso por asesinato y decido vengar la traición. ¿Que más me pueden hacer?  De un plumazo me han sacado todo, si es que alguna vez tuve algo  ¿Cuánto me pueden agregar a la condena? Me decido.

La levanto, la doy vuelta y la pongo doblada boca abajo sobre el brazo del sillón. Embadurno un dedo con la mezcla que le sale del coño y se lo meto en el culo. Luego dos. Finalmente tres. Dentro y fuera. Dentro y fuera. Ella toma conciencia y reacciona.

  • Nooo..Ni se te ocurra...Me vas a reventaaaaayyyy

. El glande ya está dentro

  • Ay...ay...ay…

Rítmicamente la enculo, poco a poco voy metiendo todo, hasta llegar al fondo.

El dolor va cediendo paso al placer,  poco a poco Juana colabora con la enculada y finalmente explotamos juntos. Por fin Hyde está satisfecho. Retiro la polla manchada y ensangrentada y me voy a lavar al baño.

Cuando me estoy yendo golpean la puerta. Sé quién es. Tomo un grueso jarrón y abro. Joaquín, apenas llega a descubrir quién está frente suyo, que ya le he partido el jarrón en la frente. Por suerte los médicos están cerca, pienso con una extraña sonrisa en el rostro

Sentado del lado de la ventanilla y perdido en mis reflexiones, veo pasar la ruta. De vez en cuando, las luces de los autos que vienen de frente iluminan mi rostro sereno. Sé que la ha cagado. Que mi vida ha cambiado para siempre. Me he subido al micro que me lleve más lejos y me bajaré en algún pueblo chico, en el que hagan una parada de descanso cuando esté bien lejos de la ciudad.

LA HUIDA

Diez horas después, el micro entró a repostar y permitir que los pasajeros estiren las piernas. Habíamos llegado a un pequeño pueblo, a mil kilómetros del punto de partida. Tomé mi bolso y descendí. Pregunté a la encargada de la posta donde podría alojarme por esos días y me recomendaron una posada frente a la plaza principal, ubicada a mil metros de donde estábamos en ese momento.

La tarde se presentaba cálida, ideal para una caminata. Llegué a la pequeña posada, y me registré como Jek Jaid sin mostrar los documentos. Acostumbrados a no hacer preguntas a los viajeros de paso y sabiendo que mucho marginal se cobijaba en los campos, no me los pidieron, me exigieron el pago por adelantado y me dieron la llave de la habitación.

No estaba tan mal el lugar para lo que yo pretendía en ese momento. Un pequeño placard, una cajonera, una cama simple y un pequeño baño con ducha, eso sí, con un horario para ducharse con agua caliente. No acomodé la ropa en los muebles, no pensaba quedarme mucho tiempo. Sali a recorrer un poco.

El pueblo, era un lugar simple pero próspero, con su placita arreglada, la iglesia, un cine-teatro y un multimercado donde se abastecen los dueños de los campos de los alrededores y sus empleados. Acostumbrados a la gente de paso que llegaba a la estación de micros, nadie me prestó especial atención.

Pasé tres días en esa pensión, ahora que había tomado distancia, pasaba las tardes meditando lo que me había pasado. Comprendí que mi reacción violenta, fue una manera de protegerme de la profunda decepción que me produjo la traición en cadena de la gente que más había amado.

Lo de mi novia y mi amigo me dolía mucho. Pero era mayor la humillación de sentirme burlado. Pensar que mientras Juana me juraba amor entre besos, se follaba a otro, me enervaba. Lo de Joaquín no era raro, vivía fardando de meterle los cuernos a cuánto novio podía.

Creo que eso lo excitaba mas que el sexo en sí. ¿Por qué iba a ser diferente conmigo?  Pensar en cuántas veces se habría reído en mi cara, me ponía enfermo. Si no me lo hubiera cruzado después de desahogarme con mi novia lo hubiera matado.

Pero peor fué lo de Roberto. Después de comprobar la traición de mi novia, comprobar que mi madre era tan zorra como ella, me puso loco. Cada palo que le dí a él, era para mi madre. Pero darme cuenta más tarde, cuando ví a Rosa con mi padre, que estaban haciendo un intercambio de parejas, me produce una desazón insoportable. Matar a alguien ya es duro, pero matar a un inocente, duele el doble

Así fueron pasando los días, hasta que un mediodía almorzando en un bodegón, escuché una conversación entre dos parroquianos. Hablaban del dueño de un campo, que estaba contratando peones en una oficina, cerca de la plaza donde estaba mi hotel.

Dejé la comida sin terminar y hacia allí partí. Rubio, delgado, fibroso y con ropas caras, mi imagen contrastaba con el aspecto humilde de los demás pretendientes. Ramón el capataz, que era un tigre viejo, descubrió enseguida en mis ojos desesperanzados, que estaba huyendo de algo o de alguien. Y esa clase de gente le convenía. No se quejaban por nada con tal de estar ocultos y seguros.

Un poco de revancha también había en su decisión. Siempre era gratificante humillar a un pijo de ciudad. Ya vería él cuánto aguantaba. Lo que el capataz no podía saber, era cuánta desesperación anidaba en mi alma. Matar parece fácil, pero después, es una carga muy difícil de llevar.

Me contrataron y me pidieron que estuviera en dos horas en la plaza, para abordar el vehículo, que me llevaría al campo. Volví al albergue, me dí una ducha, tomé mi bolso y bajé a la plaza. A la hora señalada, me subieron a la parte trasera de una camioneta junto con otros tres peones y partieron. Después de media hora de marcha, cruzamos una tranquera y entramos en la estancia.

Llegamos al edificio principal, una gran mansión con aires victorianos. Nos apeamos de la camioneta y nos dirigimos a un galpón donde había una serie de camastros de camas superpuestas, en el cual nos alojaríamos.

Me tocó una cama superior en el fondo del galpón, arriba de la cama de otro de los nuevos. Pronto llegó la noche con sus silencios, algunos peones fueron llegando y se fueron presentando. Gente hosca de pocas palabras. En especial, Juancho, un gigantón mal entrazado que me miró mal de entrada.

Cenamos en un gran mesón, nos sirvieron un guiso bastante graso y nos retiramos a descansar. El trabajo comenzaba a las cinco de la mañana y no terminaba hasta que todas las tareas estuvieran terminadas. No era estúpido, claramente era un trabajo esclavo. Pero cuanto menos tiempo tuviera para pensar, mejor para mi.

Al otro día, nos despertaron con el tañir de una campana, nos dieron los monos de trabajo, pasamos a desayunar en el comedor y nos distribuyeron los trabajos. De mí, se encargó el capataz en persona y me delegó la limpieza de los tambos y los establos. Así me ví con una carretilla en las manos, limpiando la bosta de vacas y caballos, para después volcarla en las quintas como abono.

Desde ese día, me llamaron el bostero y  lo acepté. Mis manos sangraron, se encallecieron y mi cuerpo se curtió. Trabajé jornadas agotadoras y nunca me quejé, a pesar de estar todo el día con olor a mierda, a tal punto que mis compañeros no me dejaban compartir la mesa con ellos en las comidas. Me acostumbré, todo era mejor que el infierno que me consumía.

El primer hecho que cambiaría las cosas lo protagonizó Juancho. Aquel hombretón que siempre me molestaba y se burlaba de mi.

Estaba apilando bosta en el terreno para dejarla lista para mezclar con barro y fabricar ladrillos, cuando en un momento en el que estaba inclinado mezclando con la pala, pasó Juancho por atras y me empujó del culo con la suela de la bota, dejándome enterrado en la inmundicia ante las risas de todos mis compañeros.

No emití ni una queja. Me levanté, me quité la ropa, quedándome en slips sin importarme la mañana fría y me fuí a lavar a una bomba cercana a los cobertizos. Lo que no podía saber era que la esposa del capataz me estaba observando con ojos hambrientos, desde su casa.

JULIA

Al otro día, el capataz me informó que todos los días a las cuatro de la tarde, al finalizar la jornada normal, debía ayudar a su esposa con la huerta familiar. A diferencia de su marido, que era un hombre vulgar y obeso, ella era una mujer que se notaba había sido muy bella en su juventud.

Belleza que aún conservaba en su madurez, levemente ajada por la dureza del ambiente. Julia a sus treinta y cinco años era una mujer morena de ojos oscuros, corpulenta, con unas tetas y un culo para el escándalo. Gruesa sin ser gorda, imponía respeto con su carácter fuerte. Esa era la razón de tenerla a cargo de todo el personal doméstico.

La otra tarea de Julia, era el manejo de la huerta que abastecía de productos frescos a la casa familiar y al comedor de los jornaleros.

Después de hacerme abonar con bosta todo el terreno, dar vuelta toda la tierra y tenerme trabajando jornadas agotadoras toda la semana, me citó para el siguiente día en el invernadero.

  • Escúchame bien, pijo de mierda, acá eres menos que la bosta que acarreas, ¿ te enteras ?

No le contesté, solo la miré. Estaba sentada en un banco alto con las piernas abiertas. Vestía una pollera larga y una blusa con varios botones abiertos mostrando el canalillo de unas tetas generosas, cuyos pitones empinados delataban lo que pretendía

  • Si te arrodillas, podría hacerte la vida más fácil.

Me arrodillé. Julia se levantó la pollera mostrando un coño peludo, babeante y hediondo y me enterró la cabeza en él. Me fue indicando lo que quería hasta que alcanzó un orgasmo escandaloso, dejándome toda la cara empapada. Por una vez agradecí haberme acostumbrado al olor a bosta.

El marido, que veìa todo por una ventanilla, meditaba que si su mujer quedaba satisfecha, posiblemente esa noche lo dejaría tranquilo.

Finalizada la tarea me mandó a las barracas. A partir de ese día, todos los días, salvo cuando tenía la regla, debía satisfacer al mujerón. Nadie sabía que alguien más estaba al tanto de lo que pasaba.

El siguiente episodio se dió un mes más tarde. Toda la cuadrilla comìa en la mesa salvo yo, que antes por mi olor a bosta y ahora por costumbre, lo hacía en un banquillo al lado de un fogón. Disfrutaba de mi soledad y de ese remanso de paz después del trabajo pesado.

Por lo general, los peones acompañaban el guiso acostumbrado con algún pan o alguna fruta que les alcanzaban sus mujeres. El único que nunca tenía nada para acompañar era yo y no me importaba, estaba bien así.

Ese día Juancho estaba especialmente cargoso, la había cagado con un trabajo y el capataz lo había levantado en peso delante de todos sus compañeros. Entonces se desquitaba conmigo, que nunca le  contestaba.

A esa alturas poco quedaba del José estilizado que había llegado mendigando trabajo. A mis anchas espaldas producto de la natación, le había agregado una masa muscular considerable, con brazos y piernas poderosas producto del trabajo pesado. Mi pelo, antes corto y prolijo, ahora lo llevaba recogido en una coleta, ya que me llegaba a media espalda y mi barba era larga y abundante.

A mitad de la cena, cuando estaba por llevarme un cucharón con guiso a la boca, Juancho me golpeó en el codo, provocando que toda la comida se me vuelque encima. Me levanté tranquilo y encaré al agresor que se levantó contento, preparado para la pelea y cuando menos se lo pensaba, recibió un terrible puntapié en las bolas que lo dejó doblado. Acto seguido saqué un grueso tronco encendido del fuego y descargué toda mi frustración sobre el lomo del fanfarrón. No paré hasta que el tronco se disolvió en mis manos.

Acto seguido me serví más guiso, acerqué el banquito al fuego y seguí comiendo en silencio. Uno a uno, el resto de los peones se fueron levantando y se sentaron en ronda junto a mi, inclusive Juancho cuando se recuperó de la golpiza. Hasta me ofrecieron algún pedazo de pan y una fruta. Me había ganado el respeto de mis compañeros.

Algo más había pasado esa noche, por primera vez en muchos meses Hyde estaba intranquilo, quizás por la descarga de adrenalina o quizás por la larga abstinencia. El tema es que requería atención. Terminé de comer, me enjuagué la boca y me dirigí a la casa del capataz.

Crucé la puerta, pasé por al lado de Ramón que estaba fumando sentado en la cocina, entré en el dormitorio, trabé la puerta y me quedé parado mirando a Julia. La hembra, que estaba acostada vestida solamente con un suave camisón transparente, me miraba paralizada.

Me acerqué a los pies de la cama, me saqué los pantalones y los slips y enarbolé mi polla encabritada con un par de meneos ante los ojos desorbitados de la mujer. Finalmente la tomé de los tobillos y tiré hacia mi. Coloque sus piernas sobre mis hombros, tanteé la entrada entre la pelambrera y la empalé.

La yegua, que hasta ese entonces se dejaba hacer paralizada, pegó un  grito que espantó a todos los animales de la estancia. Descargué sobre ella toda la humillación recibida. Toda la furia contenida fue recibida por una Julia desbordada, que orgasmo tras orgasmo fue quedando subyugada por la potencia del macho que la sometía. Cuando finalmente la rellené con mi blanca sustancia, perdió el sentido.

Pero Hyde pedía más. La dí vuelta, le puse un almohadón bajo su vientre y le empecé a embadurnar el culo con el simiente que chorreaba de su coño mezclado con sus jugos. La hembra se dejaba hacer entregada. Su nuevo macho se lo había ganado. Cuando finalmente la enculé, tocó el cielo con las manos, ahogando su grito mordiendo las sábanas. La estuve follando toda la noche y Julia no paró de gritar.

Antes de irme le advertí:

  • A partir de mañana te sacas toda esa pelambrera y te lavas el coño antes de estar conmigo. O no me ves más.

Finalmente salí del dormitorio y me crucé con Ramón que me miraba divertido. Por fin habían domado a la yegua. Ese día, casi todos fueron a trabajar sin pegar un ojo y más de una paja cayó en los camastros. A la hora del desayuno, nadie  preguntó.

Nuestra relación de trabajo no cambió en lo absoluto, ella mandaba yo obedecía. Pero a la hora de nuestra cita apareció una mujer diferente. Arreglada, levemente maquillada, bien peinada, vestida con un vestido de tela suave con breteles, y lo más extraño, una sonrisa sumisa en el rostro.

Se sentó en el banco alto, adelantó su culo, y cuando levantó su pollera, apareció un hermoso coño totalmente depilado. Me arrodillé ante la dama y me prendí al jugoso manjar, que no solo olía a flores, sino que estaba delicioso. Cuando la hembra explotó entre convulsiones, me puse de pié, bajé sus breteles y me prendí a sus hermosas tetas.

Cuando estuve satisfecho y Julia acariciaba mi nuca para que siguiera, me separé y la miré a los ojos. Nos acercamos lentamente y nos dimos el primer beso. En el momento que devino en morreo, le clavé la polla hasta la matriz, estábamos muy calientes. Menos de diez minutos después, nos volvimos a correr. Nos repusimos abrazados sin decir palabras. Cuando menos lo esperaba, la hembra se agachó, se tragó mi menguante polla y no paró hasta dejarla reluciente.

A partir de ese día, nuestros encuentros diarios, fueron cada vez más pasionales. Siempre después de terminar todas nuestras tareas. Las noches de los sábados las pasaba en su cama.

Tres meses después, en una noche de sábado bastante fría. Cuando llegué a su casa, me estaban esperando con la mesa servida. Julia estaba hermosa. Esos meses había adelgazado y se había cuidado mejor. A sus treinta y cinco años lucía estupenda. Pero lo llamativo era que su esposo estaba bien vestido, se había afeitado y cortado el pelo. Lucía muy prolijo a pesar de sus kilos de más.

La mesa con mantel estaba preparada para fiesta, para mis adentros pensé que alguno de los dos cumplía años. Ramón me miraba serio y Julia lucía nerviosa.

  • Necesitamos contarte una historia.

  • Dele nomas, soy todo oídos.

  • Julia y yo estamos juntos desde que era una niña de quince años. Nuestro mayor deseo era tener una parva de hijos. Pero lamentablemente no se dio. El trabajo duro nos fué encalleciendo y poco a poco, lo nuestro pasó a ser más una amistad, que un matrimonio. Hace mucho tiempo que no compartimos cama.  Encima se nos agrió el carácter.

  • Bueno creo que les pasa a muchas parejas. Lamento si yo he tenido algo que ver...

  • Calla, no me interrumpas. Que ya es difícil hablar para mí y ella no tiene el coraje. Yo todavía sueño con ser padre, amaría criar un niño y enseñarle todo lo que sé. Necesito pedirte que me dejes ser ese padre. Es mas...te lo ruego.

  • ¡¡ Pero hombre, qué dices!!  ¡Que tengo yo que darte permiso!  ¿Estamos locos?  Es tu mujer. Como mucho, soy yo el que te pedirá ser el padrino. Ja, ja, ja.

  • Jek, no me entiendes ....¡¡¡ Julia está embarazada !!!

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