Jefe de guardia

Siendo el jefe de guardia aparecen oportunidades insólitas para cojer: enfermeras, pacientes y médicas.

Jefe de Guardia

Continúo con mis recuerdos de juventud. Tenía pocos años de haberme graduado de médico en la Universidad de Buenos Aires, y aún no habían acabado mis aprietos económicos. Pero trabajaba mucho y estudiaba más. Mi vida era una sucesión de guardias en establecimientos públicos y privados, sin dejar de frecuentar el Hospital de Clínicas que dependía de la Facultad de Medicina, y era donde podía aprender directamente de los docentes de la Cátedra de Ginecología. Toda mi dedicación me posibilitó obtener, por concurso, la jefatura de una guardia en un hospital del Gran Buenos Aires. Una guardia es un mundo de gente y de experiencia, y el Jefe es el Jefe. Eso me permitía casi siempre seleccionar los casos en los que intervenía, dejando los menos interesantes para los otros médicos y practicantes ,según la complejidad de los casos que se presentaban, yo elegía los casos que tenían que ver con la ginecología, ya que deseaba aprender todo lo posible de esa especialidad. Aunque no podía sustraerme a las consultas de mis subalternos, que recurrían a mí cuando algo los superaba.

La tarea era agotadora, en la mayoría de los días. Eran 24 horas contínuas en las que a veces se podía dormir algunas horas seguidas y en otras el sueño era permanentemente interrumpido.

El Jefe disponía de una habitación para él sólo, y los residentes dormían, cuando podían, en habitaciones de dos o tres, agrupados por sexo.

Había algunas médicas recién recibidas que integraban el plantel, y eran objeto de las bromas pesadas de sus compañeros. Entre esas chicas había una, a la que llamaré María, que era más respetada por ser la novia de un médico con algún tiempo más de graduado que ella y que integraba la guardia de otro día en el mismo hospital.

María era una jovencita de la que no se podía decir que fuera linda. Nariz grande, labios muy finos, casi carente de tetas, con un culo grande pero no muy bien formado, y piernas buenas aunque algo chuecas.

No me llamó la atención, y por ese entonces yo cojía con una enfermera que estaba bien buena.

Pero el hombre propone y la ocasión dispone.

Una noche, cerca de las 23, me encontraba en mi cuarto descansando cuando tocan a mi puerta, era la mentada María que había quedado a cargo de la guardia, que venía liviana, con la recomendación de llamar a alguien si algún caso la superaba.

Jefe, vení que tengo algo que no sé manejar. Consultorio 7.

Ya voy, dejame que me lave la cara.

Acomodé mis ropas, usábamos ambo azul, y me dirigí al 7. Al entrar me hizo gracia la situación. Sobre la camilla había un hombre de unos 40, con los pantalones y calzoncillos bajos por las rodillas, y con una tremenda erección de su verga que no bajaba de los 25 centímetros. Y María lo más lejos posible del paciente con una cara de horror conmovedora. Me dijo.

Entró y me mostró eso, dice que no la puede hacer bajar.

¿ Y vos que hiciste, tomaste alguna medida?

Se lo dije con doble intención, que ella no captó.

No, me asusté y corrí a llamarte.

Pero vamos, una médica no puede asustarse de un paciente. Además vos estás aquí para aprender de todo lo que se presente. Este es un caso evidente de priapismo, y te voy a enseñar a tratarlo. Ponete guantes y acercate.

Me calcé yo también guantes y nos aproximamos a la camilla. Con una mano apreté la poronga del paciente, estaba caliente y dura como madera.

Vení María, tocá vos.

Ella se acercó y tocó apenas, con la cara roja de vergüenza.

No María tocá bien, apretá.

Venció su vergüenza y su temor y tocó, y apretó, según yo le iba indicando. Posiblemente era la primera vez que tenía algo así entre sus manos, porque todos sabíamos en el hospital que su novio no era muy dotado. Allí comencé a interrogar al paciente, más que nada para ilustrar a María.

¿Y desde cuándo estás así?

Tordo, de me paró como a las cinco cuando estaba trabajando en la carnicería. Como no aguantaba a las seis le pedí al patrón que me dejara ir porque me sentía mal. Me fui a mi casa y la tiré a mi Negra en la cama, aunque no tenía ganas de cojerla. Igual acabé cuatro veces, dos en la concha, una en la boca y otra en el culo. Pero nada, no se me bajó nunca, los cuatro polvos me los eché seguidos. Me puse hielo y lo mismo, nada. Hasta que me vine para acá, porque esto debe ser algo raro.

¿Ves María como son las características del priapismo? Pero no es demasiado grave si no ocurre con frecuencia. Se arregla con una inyección... que le vas a aplicar vos... tranquila que yo te indico.

Preparé la inyección, y bajo mi guía María se la aplicó en la base del pene. En minutos la erección cedió. Al paciente le sugerí que tomara un turno en urología para lo más pronto posible, y se retiró agradecido

María quedó hecha un manojo de nervios, no podía seguir a cargo en ese estado, así que desperté a Joaquín, otro médico, para que la reemplazara. A ella la invité a que fuera a mi cuarto donde tenía café y coñac, porque necesitaba tranquilizarse y distenderse.

Mi cuarto era pequeño, tenía una cama, dos sillas, un armario y una mesa sobre la que estaba la cafetera eléctrica casi llena, la botella de coñac y tres copas. Me senté en la cama y le pedí que sirviera café y coñac. El rubor de María se había convertido en palidez, al haberse aflojado la tensión. Bebimos callados por un rato, y luego se le soltó la lengua.

Nunca había visto eso. Ni en los libros.

Será que no estudiaste lo bastante.

Al ver su copa vacía me paré y se la llené otra vez, al entregársela rozó mis manos con las suyas de dedos largos y huesudos, hermosas manos, le tomé la derecha.

¿Quién diría lo que esta mano tuvo apretado hace un rato?

Se paró para agradecerme con un beso fraterno, pero desvié la cara de modo que su beso cayó en mis labios.

No me digas que no te excitaste un poco al tener semejante instrumento en tu mano.

Bueno, no lo niego, un tanto me excité.

María era una niña de una familia acomodada que no estaba acostumbrada

al trato de los pacientes de hospitales públicos. Su emoción y su estado de indefensión hicieron que yo me empezara a calentar, y noté mi poronga creciendo. La noté un tanto mareada por el alcohol y me acerqué a ella tomándola de los hombros, sus manos estaban ocupadas por la taza de café y la copa, así que no me costó abrazarla y pegarla a mí. La besé en la boca, esta vez con toda mi lengua, y si bien no respondió tampoco se negó. Liberé sus manos de los objetos que las ocupaban y volví a abrazarla, ahora acariciando su cuerpo sobre la ropa. Estaba pasiva y no hablaba. Lentamente la fui desvistiendo hasta que quedó en corpiño y calzones. Los calzones eran muy grandes, llegaban desde el ombligo hasta debajo de su sexo. La deposité en la cama y me quedé en slip acostándome a su lado. Volví a besarla, esta vez con algo más de respuesta de su parte. Le saqué el corpiño y besé y chupé sus tetitas, notando como se endurecían sus pezones. Seguía muda. Le bajé los calzones hasta quitarlos del todo. No lograba que abriera las piernas para poder mamarle su concha como era mi costumbre. Apenas si pude meter un dedo entre sus piernas cerradas hasta hallar su vagina y luego su clítoris que estaba muy duro, me dediqué a acariciarlo con mi dedo y noté algunos estremecimientos. Mi verga ya había alcanzado su mejor estado y quería penetrarla, pero no abría las piernas.

Me saqué el slip y me puse sobre ella dispuesto a hacer lo posible por mí que ya estaba muy caliente. Fui pasando la punta por su mata de vello, hasta que encontré una pequeña brecha, separando la carne de sus muslos logré llegar hasta la entrada de su concha, le metí la cabeza y poco más. Con menos de un tercio de mi pija apretada por el comienzo de su canal empecé a bombear, a cada mete y saca le iba entrando algo más. Esa posición de piernas cerradas produce un estrecho contacto de la pija con el clítoris. María gemía y se sacudía de placer. Le pregunté por sus reglas, y al saber que no había riesgo de embarazo seguí con mi tarea hasta notar su orgasmo. A continuación volqué toda mi leche en su concha. La oía sollozar muy suave. Pero no se movió ni habló.

Yo seguía caliente; la moví un poco para poder admirar su gran culo y acariciarle los muslos que estaban bien buenos, eran lo mejor que tenía, largos, carnosos y duros. Con la visión y el tacto se me volvió a parar la poronga. Con esfuerzo separé algo sus nalgas, ella apretaba para impedirlo, pero igual llegué a su ano. Con el gel que tenía a mano se lo empecé a untar y trataba de meterle un dedo.

Esto le devolvió el habla.

No, por ahí no. No me lo han hecho nunca y me va a doler.

Vamos nena, así que el Dr. Vallina se ha perdido esta belleza.

Por favor, pará, por ahí no.

Nena si me retaceaste la concha me vas a tener que entregar el culo.

Logré meterle un dedo, mientras se quejaba, pero yo ya no podía parar. Le hice beber otra copa de coñac de un solo trago y volví a mi tarea. Fueron dos dedos, su ano empezó a dilatarse, y sin perder tiempo le acerqué la cabeza de mi verga a su preciado anito. María protestaba y yo empujaba; cuando mi glande traspasó su esfínter soltó un grito, pero ya le estaba entrando toda mi estaca. Cuando estuvo entera adentro me quedé quieto unos minutos hasta que empecé nuevamente a bombear, ya no le dolía cuando se la sacaba casi entera y volvía a meterla; casi me pareció que le estaba gustando. La manejaba desde sus caderas para lograr el movimiento que ella ignoraba. Luego trabajé con mis dedos en su clítoris, y allí sí empezó a gozar y a moverse por su cuenta con la sabiduría del instinto. Su orgasmo anal fue tan fuerte que me hizo acabar a mí también. Ahora María lloraba.

Fui al baño y me lavé bien la verga, había que terminar la faena. Al regresar se la acerqué a la boca.

¿No me digas que al Dr. Vallina tampoco se la mamabas?

No me contestó, pero adiviné que sí lo hacía, porque empezó a lamerme el glande, se lo introdujo en la boca y lo chupaba con arte. Se metió la verga entera y la deslizaba apretando los labios. En un momento se la sacó para advertirme que no le fuera a acabar en la boca. Y enseguida se la tragó de nuevo.

Cuando noté que ya me venía se la saqué de la boca y volví a ponérsela en el culo que se mantenía dilatado, allí largué mi último lechazo. Le dije que se vistiera y se fuera a dormir, que ya no tenía que trabajar más hasta las ocho que terminaba la guardia.

Con María volví a coger de tanto en tanto, me gustaba mucho hacerle el culo, en especial sabiendo que el boludo de su novio no lo hacía. En las veces siguientes ya abría las piernas para que le pudiera poner toda la verga en la concha. Mientras compartimos la guardia nos hicimos muy amigos; y la seguí cojiendo aún después que se casó. Fui su médico durante años, hasta atendí su primer parto. Y la cojí embarazada una semana antes.

Sergio