Jazz en el infierno
Aceptó una invitación para escuchar jazz y fornicar con las mujeres más hermosas de la tierra. Desconocía que dentro de aquellas mujeres estaban sus hijas.
JAZZ EN EL INFIERNO
Es extraña la historia de este pueblo perdido en el lejano Sur de la República Dominicana en pleno 2005. Las jóvenes y niñas de la última generación lo saben, conocen su destino, un día pasarán unos hombres que se enamorarán de ellas, las invitarán a salir y jamás regresarán, porque allá fuera está la gloria, el Edén; nadie, ni hombres ni mujeres que han salido de allí han regresado, pero tampoco ninguno de los emigrados han enviado una carta, un mensaje. Por eso la expectación, el cuchicheo por el rugido del motor de un automóvil que se escucha lejano, acercándose como un rumor lúgubre. Lucían conmocionados ya que se perdía en el péndulo del tiempo la última vez que un ser humano ajeno a ellos pasó por esta aldea desmantelada.
Santiago se imaginaba que el recién llegado se llevaría a las hijas adolescentes de Harry, quien no podía negarse ya que ningún mortal puede torcer el destino de un pueblo maldito, arruinado y desamparado de la gracia de Dios, como no lo pudo torcer él cuanto hace unas dos décadas aquel hombre vestido de azul se llevó a pasear a Mariam, Elisabeth y Norma, sus tres hijas adolescentes y aún las está esperando.
Se paró en el porche de la ventana y a pesar del enorme sombrero y el sobretodo azul que casi llegaba a ras de tierra vio que aquel individuo le buscaba a él. Era Tomás, el prestamista, jamás pensó que lo encontraría ya que fue precisamente por culpa de él, es decir por la deuda que no podía pagarle, que hace unos 35 años dejó la capital, Santo Domingo, para internarse en este macondo tropical, en virtud de lo cual se adelantó:
--Tommy, soy yo, Santiago el Gringo, aún no puedo pagarte, tendrá que seguir esperando.
--Ya me pagaste Gringo ¿Acaso no recuerdas? Me pagaste, repitió, ¿Por qué he de cobrarte de nuevo?
---Mientes, nunca te pagué, contestó con la misma contundencia.
--Me pagaste. Además no he venido aquí a discutir deudas ni nada que se le parezca. He venido a escuchar jazz con las mujeres más lindas del mundo, y vine a invitarte porque sé como disfruta del jazz. -¿recuerda nuestras veladas con Miles, Coltrane y Mancini? Me informaron que se pueden escuchar en vivo en las barcas del viejo puerto.
--Pues claro, claro, y el Misty de Ella y el Duke, el Mambo Swing de Goodman, contestó Santiago, extrañado de cómo Tomás había dado con él, y de las barcas del puerto, ya que a su entender el viejo puerto no tenía actividad desde unos cincuenta años atrás.
Pero Tomás insistió y le habló del sexo libre, de las barcazas atestadas de las mujeres más hermosas de la tierra, de las bebidas más costosas, de tuberías terminadas en grifos que contenían cervezas de todas las marcas, piscinas de coñac; le afirmó que en aquel nuevo Edén colgaban de los árboles pipas gigantescas de opio y marihuana así como jeringuillas de todos los tamaños para la administración de morfina, cocaína y derivados, y jazz de los grandes en todos los ángulos del embarcadero. También Le afirmó que todo era gratis porque a un hombre sólo se le permitía entrar allí una sola vez en la vida.
Santiago, como es de suponer, no le creyó ni media palabra, pero decidió ir con él pensando encontrar a sus tres hijas que nunca regresaron, de manera que se despidió de su mujer y sus hijos, suministrándole la certeza de que volvería, y salió junto con su antiguo amigo y acreedor rumbo al viejo puerto a la búsqueda de un goce que de antemano reconocía concebido por la mente delirante de Tomás.
Sin embargo un sentimiento de emoción placentera le embargaba cuando lo miraba tarareando alegremente un rock antiguo de Priscilla Rollins mientras sus manos chocaban el guía al ritmo de la música. Al doblar la vieja carretera que conducía al puerto abandonado recibió su primera sorpresa. La avenida estaba recién asfaltada, las potentes luces de neon de las isletas del centro daban la sensación de que era el mediodía, las barreras laterales la constituían tubos galvanizados de color amarillo que por su brillo parecían haber salido de la fábrica ese mismo día. Ningún peón de la aldea, recordó, había trabajado en el área de construcción por muchos años.
Empezó a temer, pero al llegar al puente una vez más la embargó el sentimiento de felicidad al observar los barquichuelos que parecían de pescadores, una barcaza grande donde se observaban borrosamente parejas danzando, lanchas de motor fuera de bordas que despedazaban las aguas en violentas rompientes, cepillando el aire con su velocidad y dejando sus rastros espumantes de vitalidad. Lo único que hasta el momento le perturbaba eran los barcos que desfilaban sin hacer ruido como si tuvieran los motores apagados y el sol, un sol extraño rojinegro apagado, y la sensación de que detrás de la tupida floresta verde obscura se escondían entidades ominosas.
Pero era sólo eso, una impresión, porque al cruzar el puente se conmovió de tanta belleza; una gran cantidad de ríos y riachuelos desembocaban en el río principal, los árboles, el paisaje todo parecía dibujado y en lontananza el océano que parecía un espejo azul; el ambiente musical se sentía en lo más íntimo del alma, trompetas, violines, fagotes, oboes, acariciaban el oído al son de una música salerosa. Sin embargo hasta ese momento el primer ser humano que observó fue el niño rubio, sin camisa, enredado en lo que parecía un trombón, que se interpuso en el camino para tocar una melodía triste, casi tétrica lo que produjo que mirara interrogante a Tomás, quien sonrió diciéndole: --Es nuestra bienvenida.
Efectivamente, tres mujeres desnudas, las más hermosas que sus ojos habían visto llegaron hasta él, le tomaron de la mano y lo llevaron a un Chair long, lo desnudaron suavemente y al ritmo de "its a wonderfull World" de Armstrong, juguetearon con todos sus utensilios íntimos, mientras la rubia de ojos azules le acariciaba el rostro con su enorme, húmeda y exquisita lengua, la morena de ojos y busto grandes mimaba el área de su pecho mientras la negra mas hermosa que jamás imaginara bailaba tan lentamente como el ritmo de la tonada de Armstrong dentro de su pene erguido como cuando rozaba la adolescencia.
Luego llegaron, igualmente desnudas dos hembras más, cargada una de un cesto colmado de frutas, las que iba colocando en su boca una por una, mientras la pelirroja le ofrecía calimetes sujetos a copas con bebidas que no había saboreado ni en sueños. La morena, la rubia y la negra se turnaban con su pene, mientras las dos nuevas también se alternaban restregando tibiamente sus vaginas en su bigote, bajo la voz sensual de Ella Fitzgerald y su "Blues Skies".
Las cinco chicas derretían sus deseos en cada milímetro de su cuerpo anhelante. Era tanta la pasión, tanto los divinos goces que experimentaba que no deseaba un orgasmo, lo que quería era alargar ese momento tan memorable, y por eso trató de pensar en algo serio como sus hijas desaparecidas, por lo que miró al derredor buscando encontrar algún elemento desagradable y lo que encontró fue innumerables chicas hermosas de todas las razas masturbándose acostadas en posición sentadas, paradas, introduciéndose los dedos y dildos de todos los colores y tamaños en unos gemidos tan sensuales que a veces bloqueaban al "Salt Peanuts" de Dizzie Gallespie que sonaba en aquellos momentos.
No pudo más, su cuerpo se tensó, sus nervios se englobaron como si fueran a reventar y en un gemido que estremeció la selva limítrofe se recogió en una posición que pareciera como si de su figura sólo hubiera quedado la piel. Exhausto, miró a su alrededor y allí estaban todas dispuestas a servirle. Sorbió un trago raro pero exquisito y fumó una pipa que le fue ofrecida por la pelirroja; la rubia enredó sus rosados labios dentro de su boca deslizándole una fruta de un sabor tan suave como excitante, su pene volvió a encenderse y delirante tomó la iniciativa e indistintamente penetró los agujeros de aquellas hembras que se saboreaban de placer abriendo sus intimidades ante este hombre nuevo, poderoso, dueño de un falo inagotable, y de una capacidad y calidad incomparable de acariciar sus partes íntimas.
Parecía un desequilibrado repartiendo penetraciones en aquellas hermosas nalgas abiertas para él, y se creía un Dios al escuchar aquellas hermosas mujeres gemir de satisfacción ante el hundimiento intespectivo de su estaca y las sensaciones que le producían su lengua infatigable bajo la voz inconfundible de Etta James "At Last" produjo un grito que movió las aguas del arroyuelo mas cercano.
Aún no se había recuperado cuando una despampanante morena de senos enormes le tomó de la mano, parándole suavemente con el propósito de de darle un paseo por el río a lo que él se resistió:
No prefiero quedarme aquí, por el Jazz, le pidió.
--El jazz está en todas partes, mi querido, contestó la hermosísima mujer quien dijo llamarse Andrea, agarrándole de la mano y llamando una de las barcazas que llevaban orquestas. Si sus ojos y oídos no le engañaban era el propio Herbie Hancock en persona quien dirigía la orquesta, y bajo la cadencia de "Tell me a Bedtime Store" todos en aquel barco hacían el amor. Andrea, le tomó suavemente por sus sienes e introdujo su rostro entre sus dos grandes melones, luego le dirigió a chupar cada uno de sus redondos pezones marrones, estaba de nuevo enardecido ya que sintió su pene que alcanzaba su mayor tamaño, sin embargo se molestaba con una adolescente que en la gran excitación con su pareja chillaba de manera extravagante y molestosa. No tuvo mucho tiempo para fastidiarse ya que Andrea, siempre dirigiéndole con las manos en sus sienes, se sentó en un taburete abrió sus piernas lo más que pudo y dirigió su cabeza hacia el centro de su selvática vulva.
Disfrutaba acariciando aquella mujer tan hermosa, lamiendo sin dejar de mirar de reojo las demás parejas que no paraban de acariciarse y penetrarse por todos los agujeros. Los músicos de Hancock, comprobaba, no miraban a ningún lado, tocaban como si estuvieran en el paraíso, sin embargo le seguían molestando los aullidos de excitación de la chiquilla, por lo que se excusó con Andrea, quien le dispensó el permiso para conversar con la chica que lo irritaba.
--Señorita, ¿no podría usted por favor, aminorar sus chillidos, le solicitó, al tiempo de verificar que aquellos ojos verdes claro le parecían conocidos.
--Papá? la chica buscó rápidamente una toalla y se tapó, -¿papa? ¿Eres tú, dime que sí, dime que viniste a rescatarnos.
Se quedó embelesado, era Norma, la menor de sus hijas, pero habían pasado casi 20 años y no había envejecido.
--¡Elisabeth! --Papi esta aquí, llegó a rescatarnos! llamó la chica de los ojos azules claros, y una preciosa adolescente desnuda quien ese momento acariciaba el pene de un negro musculoso, buscó igualmente sábana para cubrirse y de un par de saltos llegó hasta donde él se encontraba.
Sintió vergüenza delante de sus hijas, igualmente se cubrió. Había encontrado a Norma y Elisabeth, faltaba Mariam. Ella está en la barca de Benny Goodman, Papi, dijo Norma manipulando una palanca de mango verde que bajó lentamente una de las lanchas que había visto a su llegada a aquel extraño lugar.
Remontaron río arriba hasta alcanzar un barco enorme de donde se oía perfectamente la dulce "Moonligh Serenade" de Goodman, subió la escalerilla y de nuevo sintió la vergüenza de ver a Mariam con un hombre debajo y otro que la penetraba por detrás, lo que no fue óbice para sacarla de allí llorosa de la alegría por el hecho de ver nuevamente a su padre y de vislumbrar por primera vez su libertad.
Dirigieron la lancha de nuevo río arriba en busca de Tomás a quien encontraron en una playa con unas seis muchachas que le bañaban y acariciaban: --Tomás, tenemos que salir de aquí, dijo notando que sus hijas escondían sus rostros.
Es imposible Santiago ¿Acaso no has oído Hotel California de Eagles? preguntó Tomás, hasta cierto punto sorprendido.
--Ya sabes que no me gusta el Rock.
--Pues observa, allí viene la barca de Eagles, es la única tonada que tocan aquí. ¡Escúchala! dijo Tomás resignadamente.
No quiso escuchar, esa canción la había estado oyendo desde que era un mozalbete, remontó de nuevo el río buscando la ruta donde habían parqueado la Todo Terreno pero sólo encontraron al chico del Trombón quien le señaló el bosque que tanto le temía.
Esa selva daba miedo, pero le era obligatorio penetrarla por la necesidad de localizar la camioneta que lo sacaría de allí junto a sus hijas; y la encontró. Parecía como si hubiera chocado frontalmente con un camión Estaba totalmente destrozada y aún se veían dos cuerpos en su interior. Sólo reconoció el de él.
Al salir de allí oyó la canción predilecta de su artista preferido: "Tenderly" de Chet Baker, pero esta vez la trompeta le parecía como la corneta del diablo. Ya sabía que estaba en el infierno, pero ¿y sus hijas? ¿y el otro hombre en la camioneta que no era Tomás? ¿Por qué sus hijas escondieron sus rostros cuando hablaba con Tomás?
Decidió entrar a la selva de nuevo, bajó por el terraplén hasta donde estaba la camioneta destruida y miró el rostro de cerca del joven que le acompañaba, también observó la chapa de la camioneta "Santo Domingo, 1985". y comprendió que en verdad había pagado la deuda con creces, -comprendió y se apenó de la vergüenza de sus hijas ante Tomas- Sólo le quedó la esperanza de que, como a Tomás, le ofrezcan la oportunidad de salir, no para vengarse ni traer a nadie, sino para cumplir la promesa que le hizo a su esposa y a sus hijos pequeños.
Cabizbajo, escuchó de Nuevo que se repetía "its a Wonderful World" y supo de inmediato que odiaría el Jazz para toda la vida o para toda la muerte.
Joan Castillo
12/01/2005.