Jazmín, una princesa oriental (Parte número 8).
Octava parte de esta historia, con contenido escatólogico, que es una de las últimas que he escrito y que publico en primicia. Espero que sea de vuestro agrado. ¡Feliz año 2.014 que os deseo lleno de sexo y de gozo!.
Cuándo Jazmín, después de lavarse meticulosamente el cabello y de cambiarse de ropa interior en el cuarto de baño, salió de la oficina era bastante tarde y como todos los días se dirigió a una cercana estación de Metro para regresar a su domicilio. En la calle se cruzó con muy poca gente y al acceder al andén vio que un tren se alejaba por el túnel por lo que, completamente sola, tuvo que esperar la llegada del siguiente. Al principio, caminó despacio por el andén pero, al ver que se demoraba, decidió sentarse.
Para hacer más amena la espera pensó en la distinta actividad sexual que, sobre todo a cuenta de las apreturas, había tenido ocasión de presenciar en ese medio de transporte colectivo durante sus cuatro años de idas y venidas. Recordaba a varias jóvenes que, con el sujetador levantado y el tanga separado de su raja vaginal ó con la braga a la altura de las rodillas ó colgándolas de uno de sus tobillos, se dejaron magrear a conciencia; a una atractiva madre y a su joven hija a las que un nutrido grupo de hombres sobaron, masturbaron y ultrajaron antes de echarlas su leche por vía anal, bucal y vaginal a escasos metros de ella; a unas lesbianas que se estuvieron dando tralla hasta que, uniendo sus caldosos coños y manteniéndose fuertemente apretadas agarrándose de los glúteos, se mearon casi al mismo tiempo la una sobre la otra; a las estudiantes que, a primera hora de la mañana, intentaban dar con un varón de su agrado para proceder a frotarse con él mientras le besaban en la boca con el propósito de comprobar las dimensiones que iba adquiriendo su pirula y evitar sorpresas desagradables al toparse con colgajos y miembros flácidos, antes de que se la sacaran al exterior para sobársela, “cascársela” y/o chupársela con intención de verles echar la leche ó de que las dieran “biberón”; a un hombre de mediana edad que, tras haberse recreado con las tersas y voluminosas tetas de su guapa y joven pareja, descubrió que la supuesta mujer estaba dotada de un pequeño pito que la tuvo que chupar durante bastante tiempo hasta que se la puso tieso y se lo pudo enjeretar por el culo ó a un buen número de chicas a las que los hombres habían “metido mano” y excitado el clítoris y la seta usando unos pequeños estimuladores a pilas antes de masturbarlas hasta que se meaban para, tras verlas echar su primera micción, ponerlas un enema tras otro con el propósito de que se vaciaran en público tanto por delante, expulsando un montón de flujo y una gran cantidad de orina, como por detrás, provocándolas unas copiosas y largas evacuaciones líquidas y para que, convertidas en unas dóciles perritas, terminaran arrodillándose delante de ellos dispuestas a efectuarles una felación y en más de una ocasión, había tenido ocasión de ver a una fémina chupando dos pollas al mismo tiempo.
Jazmín envidiaba a todas aquellas hembras al mismo tiempo que lamentaba que, a pesar de sus continuos desplazamientos en Metro, aún se tuviera que contentar con el recuerdo de algunos roces, con los ligeros tocamientos a través de la ropa de sus tetas, de su almeja y de su culo y con la media docena de machotes que se habían apretado a ella, la mayoría agarrándola por la cintura, con intención de poder frotar el rabo en su trasero. A lo más que habían llegado era a sacarlo al exterior y a subirla la falda con intención de, a través del tanga, poder mantenerlo en contacto con la raja de su culo para, cuándo se les ponía duro y tieso, brindarla la oportunidad de que les pajeara y les viera echar la leche por lo que, en cierta forma, anhelaba el llegar a verse forzada por un varón elegante que la diera mucha caña en aquel medio de transporte. Además, para la mayoría de las mujeres era un motivo de satisfacción el llegar a sentirse putas mientras las ultrajaran puesto que si sus agresores las escogían era porque consideraban que estaban muy buenas y que eran cerdas y golfas.
En aquel instante el tren hizo su entrada en la estación y Jazmín, que ni remotamente se podía imaginar que ese desplazamiento iba a ser muy distinto a los demás, subió a uno de los vagones centrales y observó que iba prácticamente vacío puesto en su interior no viajaban más de diez personas por lo que encontró asiento sin ningún problema. Mientras, después de acomodarse, se colocaba bien la plisada falda de su traje de chaqueta y se estiraba la camiseta blanca que llevaba debajo, pensó que cada día acababa más salida tras mantener su contacto sexual con Günter y en lo mucho que la gustaría que la introdujera regularmente su descomunal salchicha entre las piernas y que la “taladrara” el chocho para joderla pero, eso sí, sacándosela cuándo estuviera a punto de explotar puesto, que con la gran cantidad de leche que echaba al eyacular, no se podía exponer a que “diera en la diana” y a pesar de sus limitaciones ováricas y uterinas, la dejara preñada. Con estos pensamientos se puso tan “burra” que decidió que, en cuanto llegara a su casa, se desnudaría y se tumbaría abierta de piernas en su cama para excitarse el abultado clítoris con un estimulador a pilas hasta que alcanzara varios orgasmos y la lluvia dorada se la saliera de gusto para, luego, usar un “sacaleches” que la mantenía presionadas las “peras” al mismo tiempo que la masajeaba y la succionaba los pezones poniéndoselos sumamente erectos y un vibrador para darse satisfacción por vía anal.
Como estaba muy cansada y el viaje era largo, en cuanto se puso a leer un libro, que sacó de su bolso, se durmió. En una de las siguientes paradas subió al vagón un hombre de mediana edad vestido con traje y corbata y con un maletín en su mano derecha que miró hacía un lado y otro antes de decidirse a tomar asiento junto a ella. Mientras ponía su maletín debajo del asiento observó las esbeltas piernas de la muchacha e incluso acercó su nariz para olérselas e intentar ver lo que escondía entre ellas antes de terminar de acomodarse manteniendo sus ojos fijos en el sugerente físico de la chica. El varón, después de comprobar que el resto de los viajeros estaba a lo suyo y que no les miraban, decidió aprovechar el sueño y los pliegues delanteros de la falda de Jazmín para írsela subiendo muy despacio y con suavidad utilizando dos de sus dedos hasta que la dejó al descubierto la parte inferior del tanga en tonalidad morada y negra que llevaba puesto. Como lo hizo con suma delicadeza la joven no se enteró de nada pero, en cuánto la puso su mano derecha sobre la rodilla izquierda y haciendo una ligera presión comenzó a ascender, se despertó sobresaltada y al darse cuenta de que tenía la falda levantada, se apresuró a bajársela.
De esta manera, comenzó un tira y afloja entre el hombre, que la volvió a subir la falda una y otra vez y la joven, que se la bajaba. Pero el varón tenía más fuerza y cuándo se cansó de aquel juego, se la levantó con tanto ímpetu que la dejó todo el tanguita al descubierto y estuvo a punto de rompérsela. Daba la impresión de que se le estaba haciendo la boca agua mientras con la mano izquierda, que era la que le quedaba libre, intentaba acariciarla la raja vaginal a través de la prenda íntima pero la joven mantenía sus piernas cerradas para impedirlo por lo que el hombre la levantó con brusquedad la extremidad izquierda y en un tono de voz bajo, la dijo que no iba a dudar en rompérsela si no la colocaba inmediatamente sobre sus piernas lo que Jazmín, dándose cuenta de que la hablaba muy en serio, hizo con lo que su apuesto agresor pudo comenzar a recrearse pasándola, a través del tanga, su mano extendida y sus dedos por el coño lo que le permitió descubrir que disponía de una raja vaginal sumamente abierta y amplia.
La joven, muy incomoda, miró a su alrededor intentando encontrar ayuda para librarse de su agresor pero el resto de los viajeros estaban muy separados de ellos y al haberse acostumbrado a presenciar todo tipo de actividad sexual en el transcurso de sus desplazamientos, permanecían ajenos a ellos. Pensó en gritar pero se dio cuenta de que, en cuanto se percataran de que el varón la estaba sobando, nadie acudiría a auxiliarla por lo que optó por girarse hacía el lado derecho con intención de que la dejara de tocar la seta pero, en cuanto lo hizo, el hombre aprovechó para subirla con brusquedad la parte trasera de la falda y sacando su erecta tranca al exterior, se la colocó en la raja del culo con la que, a través del tanga, la frotó mientras conseguía introducir su mano por un lateral de la prenda íntima de Jazmín entrando en contacto directo con su almeja que procedió a sobarla al mismo tiempo que la estimulaba el clítoris con lo que la muchacha, aunque pretendía evitarlo, comenzó a lubricar y de una manera bastante masiva, mientras el varón se apretaba más a ella. Extrayéndola la mano tiró del tanga hacia abajo con lo que, a pesar de la oposición de la joven, lo hizo descender lo suficiente para poder verla su poblado “felpudo” pélvico y el gotear de su “baba” vaginal antes de meterla hasta el fondo un par de dedos en el chocho con los que la masturbó mientras la mantenía presionado el clítoris.
Aquel hombre la hizo recordar a Günter cuándo la empezó a insultar llamándola cerda, golfa y puta mientras, a través de sus contracciones pélvicas, sentía que se estaba acercando al orgasmo. A pesar de que la joven quería evitar a toda costa el llegar a “romper” en tales circunstancias, cuándo notó que la estaba viniendo se sintió defraudada puesto que el varón la sacó los dedos en el momento más crucial con intención de no perderse el menor detalle de como llegaba al clímax sin más estímulos que las caricias que dedicaba a su “bosque” pélvico. La chica, a pesar de la jugada, disfrutó de un intenso orgasmo en medio de unas impresionantes contracciones pélvicas a pesar de que, pensaba, podría haber llegado a resultarla memorable si la hubiera seguido masturbando.
C o n t i n u a r á