Jazmín, una princesa oriental (Parte número 7).
Séptima parte de esta historia, con contenido escatólogico, que es una de las últimas que he escrito y que publico en primicia. Espero que sea de vuestro agrado.
Su nuevo superior no tardó en fijarse en Jazmín y en demostrar mucho interés por ella hasta que una tarde la hizo acompañarle a su despacho y después de cerrar la puerta con llave, se despojó del pantalón y del calzoncillo y la enseñó su soberbia chorra y sus gruesos huevos incitándola a sobárselos antes de que la joven se decidiera a “darle a la zambomba” con lo que no tardó en sacarle una lechada impresionante. Mientras la muchacha le veía echar un montón de chorros de espesísima lefa, Günter la hizo un “chupetón” en el cuello y la propuso que a diario, al finalizar su jornada laboral, se encargara de darle gusto y satisfacción para “aliviarle” de sus continuos “calentones”. Jazmín se sintió halagada y aceptó sin pensar en las consecuencias futuras que esa decisión pudiera tener.
Con el paso del tiempo y a pesar de que la trataba con desprecio y de que se daba cuenta de que pretendía convertirla en su esclava sexual, se llegó a sentir tan encandilada por su duro, erecto, grueso y largo cipote que se consideraba una privilegiada al poder vérselo, tocárselo y chupárselo a diario lo que ocasionaba que se motivara por el simple hecho de estar con él. Además, sabía que, una vez que había accedido a ello, no la quedaba más remedio que aceptarlo de buen grado puesto que Günter, que la había impuesto la obligación de usar tanga, no dudaría en despedirla en cuanto no hiciera lo que la pidiera ó no lograra darle toda la satisfacción que la demandaba y al menos, de momento, no la había hablado de mantener relaciones sexuales con penetración.
Aquella tarde había sido especialmente movida en su actividad laboral y como era habitual de lunes a sábado desde hacía tres meses, tuvo que prolongar su jornada para poder quedarse a solas con Günter. En cuanto entró en su despacho se quitó el traje de chaqueta en tonalidad rosa con la falda plisada por encima de sus rodillas y la camiseta blanca que llevaba debajo ante su superior, que marcaba un buen “paquete” en su pantalón con el ciruelo como siempre tieso hacía adelante, para lucir su ropa interior lo que la obligaba a ir conjuntada. Günter la acarició la almeja a través del tanga antes de, como otros días, hacer que se tumbara boca abajo sobre sus piernas para proceder a magrearla, pellizcarla y castigarla la masa glútea al mismo tiempo que, tirando con la otra mano de la parte de la prenda íntima que la cubría la raja del culo, la mantenía fuertemente presionada la raja vaginal. Como Jazmín se encontraba dotada de un chocho abierto y amplio y de un abultado clítoris, la presión la iba estimulando hasta el punto de hacerla lubricar masivamente con lo que, además de mojar su prenda íntima, llegaba a alcanzar el clímax. Cuándo Günter se cansaba la obligaba a despojarle del pantalón y del calzoncillo y a ponerse en cuclillas entre sus abiertas piernas para que le acariciara los huevos lo que era suficiente para que su descomunal minga, que permanecía con el capullo totalmente abierto incluso cuándo permanecía en reposo, alcanzara unas impresionantes dimensiones antes de efectuarle una felación, sin dejar de acariciarle los cojones, mientras la incitaba a saborear cada chupada sacando al exterior la zorrita que llevaba dentro.
A su jefe le encantaba agarrarla con fuerza de la cabeza, eyacular dentro de su boca y hacerla tragar su leche aunque algunas veces, como sucedió esa noche, la sacaba el nabo cuándo se encontraba a punto de descargar para meneárselo delante de ella y culminar mojándola el rostro con su “lastre” mientras la llamaba cerda, golfa, puta y otras “lindezas” similares. Después de su espléndida descarga no solía tardar en mearse por lo que se la volvía a meter en la boca para que Jazmín se la chupara mientras la iba dando su abundante lluvia dorada que a la joven la encantaba recibir y beberse sin desperdiciar una sola gota puesto que la agradaba el olor y el sabor de la micción tanto masculina como femenina y consideraba que, el que la diera su orina, era una especie de premio ó de regalo. Otras veces le gustaba empaparla el sujetador al intentar echarla la micción en el canalillo y en las tetas. En todo caso, en cuanto acababa de recibir su pis tenía que efectuarle unas breves “chupaditas” al capullo y a la punta del pene para succionarle la abertura y extraerle el “lastre” que, supuestamente, le hubiera podido quedar retenido en el conducto antes de lamerle meticulosamente la zona externa de la picha y de las pelotas hasta que perdía parte de su erección y por unos momentos, se le quedaba a “media asta”.
Jazmín estaba segura de que era capaz de lograr, a través de otra felación, que su soberbia pilila volviera a lucir inmensa y con evidentes ganas de darla más leche pero Günter, aunque solía permitir que se la chupara un poco más, la hacía dejarlo diciéndola que le encantaría verla esmerarse para sacarle otra lechada pero que, el echar dos polvazos, era un privilegio que tenía reservado para su cónyuge y para las guarras con las que, de vez en cuándo, pasaba la velada nocturna en la habitación de un hotel que, precisamente, era lo que más fastidiaba a Jazmín que anhelaba convertirse en una de aquellas cerdas pero nunca se acordaba de ella a la hora de mantener esos encuentros sexuales extramatrimoniales nocturnos.
A la chica, acostumbrada, no la importaba que la echara su copiosa lefa unas veces en la boca y otras en la cara, en el cuello, en los hombros e incluso, que descargara en sus sobacos pero lo que no la hacía gracia era que la empapara el sujetador cuándo pretendía soltarla su leche ó su lluvia dorada en el canalillo y en las tetas ni que, a cuenta de la fuerza con la que le salía, en múltiples ocasiones algunos de los chorros de lefa se depositaran en su cabello puesto que la obligaba a lavarse la cabeza con champú, que tenía preparado en su taquilla, para poder eliminarla antes de salir de la oficina.
Para romper la monotonía Günter había decidido unilateralmente hacer un exhaustivo y largo sesenta y nueve dos días a la semana, que solían ser los miércoles y los sábados, después de magrearla y castigarla la masa glútea. Al varón, que solía llamarla “mi bella y golfa pedorra”, le agradaba lamerla hasta la saciedad el ojete mientras la incitaba a apretar y a pedorrearse en su cara y la masturbaba manteniéndola presionado el clítoris con su dedo gordo con lo que Jazmín solía llegar al clímax en dos ó tres ocasiones antes de mearse al más puro estilo fuente sobre él. La joven, por su parte, le efectuaba una lenta felación, le acariciaba y le sobaba los huevos y solía masajearle con sus dedos el orificio anal, estímulo con lo que había comprobado que Günter la daba un aún más largo y masivo “biberón” que cada día la gustaba más poder “degustar” e ingerir íntegro. En cuanto terminaba de explotar en su boca era raro el día en que no la recordaba que, además de echarle su “baba” vaginal y su lluvia dorada, tenía que irse habituando a cagarse encima de él.
Jazmín sabía que, además de ella, había otras dos compañeras, llamadas Evelyn y Virginia, que se ocupaban de darle satisfacción sexual. Evelyn solía madrugar para, antes de que el personal llegara, encerrarse con Günter en su despacho lo que, asimismo, hacía Virginia, una chica liberal y moderna dotada de una excelente “delantera” que era bastante asidua a compartir habitación y cama con él durante sus veladas nocturnas, a primera hora de la tarde. Aunque no las había prohibido expresamente que comentaran el desarrollo de su actividad sexual, las tres se mostraban sumamente cautas y discretas y cuándo hablaban entre ellas, no mencionaban para nada el tema por lo que desconocían lo que las otras dos hacían cada vez que acudían al despacho de su superior. Las tres necesitaban el dinero que ganaban para sobrevivir y tenían miedo de que, si decían algo, Günter las despidiera como había hecho con Jocelyn, una joven y agraciada compañera, que después de haber bebido más de la cuenta durante una fiesta confesó a sus amigas que, además de prodigarse en hacerle cubanas, su jefe la daba unos días por el culo y otros la obligaba a cabalgarle vaginalmente.
A Evelyn era a la que menos la gustaba verse envuelta en aquello y sentirse usada a su antojo por Günter pero, al igual que Jazmín y Virginia, quería continuar disfrutando del reconocimiento de su superior por sus favores sexuales y mantener sus privilegios, que se limitaban a disponer de la tarde del sábado libre mientras que en el caso de Jazmín era el llegar una hora más tarde por la mañana, durante el mayor tiempo posible por lo que se esmeraban en complacerle para que no se llegara a plantear el sustituirlas por otras puesto que allí trabajaban muchas hembras y no le sería complicado el contar con varias candidatas entre las empleadas en buena disposición para suplirlas.
C o n t i n u a r a