Jazmín, una princesa oriental (Parte número 6).

Sexta parte de esta historia, con contenido escatólogico, que es una de las últimas que he escrito y que publico en primicia. Espero que sea de vuestro agrado.

Entre los educadores y sus compañeros terminó quedando preñada aunque no llegó a enterarse puesto que, en las primeras semanas de gestación y antes de que la sometieran a una nueva exploración, sufrió una hemorragia vaginal y perdió el embrión. Medio año más tarde y tras otros dos embarazos “express”, algunas de sus cuidadoras decidieron llevarla a la consulta de un ginecólogo que la examinó y descubrió que tenía una malformación en los ovarios que la originaba una mínima ovulación por lo que no encontraba una explicación lógica para justificar que hubiera podido quedar preñada y en tres ocasiones en tan poco tiempo y que el cuello del útero se encontraba un tanto deteriorado y demasiado abierto y dilatado por lo que el embrión no se podía agarrar a él lo que causaba que lo perdiera enseguida. Según la indicó, todo aquello le hacía suponer que, aunque no pudiera descartarse el que a base de intentarlo lograra quedar en estado, se iba a encontrar con bastantes problemas cuándo deseara tener descendencia.

El médico, considerando que la joven llevaba una vida sexual demasiado activa para su edad y que su grave problema uterino no se debía a causas fortuitas, decidió evitar más riesgos poniéndola el DIU pero no se lo debió de colocar bien ó se la movió una vez puesto y Jazmín no conseguía adaptarse a él y además de pasarse el día humedecida, se sentía sumamente incomoda al ocasionarla escozor y molestias por lo que lo comentó con dos de sus instructoras sexuales que decidieron extraerla el “paraguas” usando unas largas pinzas de cocina.

A la dirección del centro no les sentó nada bien la manera en que habían actuado las cuidadoras de Jazmín puesto que una de las normas del establecimiento era que todo lo que sucediera dentro del recinto tenía que solucionarse en él, sin que trascendiera al exterior y menos cuándo se trataba de una joven que, por su edad, podía crearles serios problemas y meterles en líos por lo que, tras comprobar que la quedaban pocas semanas para abandonar el centro, decidieron hacer una buena escabechina entre las cuidadoras echando a más de la mitad para contratar a otras nuevas y “leer la cartilla” a las que quedaron que tuvieron que unirse para conseguir domar a los dos cabrones que estaban obteniendo satisfacción sexual de buena parte del personal empleado y del acogido en el centro y para indagar hasta que localizaron al familiar vivo más directo de la chica, su abuela, a la que informaron por teléfono de lo que la había ocurrido.

La hembra hacía medio año que había perdido a su marido y al enterarse de lo sucedido acudió al orfanato y se hizo cargo de su nieta a la que se llevó a vivir con ella. Aquel mismo día la habló de Gwendoline, su madre, que había fallecido a los veinte años, pocos meses después de haberla internado en el centro de acogida, tras permanecer algo más de una semana hospitalizada a cuenta de una cirrosis hepática irreversible que la había provocado su excesiva adicción al alcohol. A la joven, que no se acordaba de su progenitora, la noticia no la afectó.

Al darse cuenta de que la situación económica de su abuela no era muy boyante, Jazmín decidió ayudarla poniéndose a trabajar no tardando en encontrar una ocupación laboral en la sección de distribución de una fábrica de confección textil en la que la inmensa mayoría del personal eran femenino y en la que, de lunes a sábado, se veía obligada a realizar jornadas laborales de once y doce horas sin poder abandonar su puesto de trabajo nada más que para beber agua ó para hacer sus necesidades a cambio de un salario ridículo a lo que se unía las casi tres horas diarias que dedicaba a estudiar para intentar completar la escasa formación que, exceptuando en el terreno sexual, había recibido en el centro de acogida. Cuándo estaba comenzando a asentarse, su abuela falleció a cuenta de un problema coronario que Jazmín desconocía y la muchacha, haciendo frente a todo, siguió adelante con lo poco que ganaba en su trabajo y el dinero que su ascendiente había conseguido ahorrar.

A pesar de sus múltiples atractivos físicos tampoco tuvo suerte con sus conquistas puesto que, tras perder a su abuela, se enredó de mala manera con un joven, cinco años mayor que ella, que resultó ser un chulo que pretendía que lo mantuviera y un vago que sólo pensaba en comer, en dormir y en follarse al mayor número de mujeres posible a pesar de que, excepto al principio de su relación, con ella no se prodigaba en el aspecto sexual ya que, aunque era una excepción entre los asiáticos al encontrarse dotado de un miembro viril de buenas dimensiones y de unos gruesos huevos, no lograba dar la talla en la cama y siempre parecía estar cansado para encarar cualquier tipo de actividad sexual por lo que la joven lo único que consiguió fue que la efectuara diariamente una exhaustiva y larga comida de seta y que, en ocasiones especiales y colocada a cuatro patas, la “hiciera unos dedos” mientras la lamía el ojete con intención de darla satisfacción anal antes de sacarle la leche efectuándole una cubana. Jazmín tardó varios meses en descubrir, de una forma casual, que la desgana del chico la ocasionaba la intensa actividad sexual que llevaba a cabo con Imelda, una vecina que estaba casada y era madre de tres hijos a la que consideraba su mejor amiga, mientras se encontraba fuera de casa. El joven intentó excusarse por haberla “puesto los cuernos” diciéndola que necesitaba desfondarse con “yeguas” sumamente activas y cerdas como Imelda mientras que a ella siempre la había visto como una golfa que, en la cama y sobre todo cuándo permanecía debajo de él ó le cabalgaba, resultaba un tanto clásica y sosa. Lógicamente, Jazmín rompió inmediatamente con él.

Más adelante se fue a vivir con un apuesto y jovial hombre separado de mediana edad que se encontraba dotado de una tranca de lo más normalita, que durante las semanas previas y los dos primeros meses de su convivencia la dio lo suyo todos los días aunque mostrándose siempre sumamente dominante y sádico. Le gustaba recrearse introduciéndola los dedos en sus agujeros vaginal y anal; martirizarla la masa glútea con un gran felpudo para sacudir las alfombras; magrearla y mamarla las tetas y ponerla los pezones en orbita; tocarse mientras la veía mear y/o defecar lo que tenía que hacer delante de él manteniéndose en cuclillas y muy abierta de piernas sobre el inodoro y obligarla a ganarse a pulso cada uno de sus polvos. La convenció para que dejara de limpiarse al terminar de mear con el propósito de que la braga que llevaba puesta se fuera impregnando en la “fragancia” de su lluvia dorada para, al quitársela por la noche, poder colocarla cerca de su nariz con intención de estimularse con el olor mientras se la tiraba. Pero, de repente y sin conocer los motivos, el hombre comenzó a tener serios problemas con la erección y con la eyaculación y a pesar de que se pasaba horas trajinándosela echado sobre ella, no conseguía que la verga se le pusiera dura y tiesa y por lo tanto, no la daba ni una gota de leche. El varón la culpó de ello diciéndola que si fuera más cerda y más golfa no le habría sucedido aquello y acabó echándola de su domicilio para intentar solventar su problema zumbándose a otra dama que parecía dispuesta a mostrarse tan complaciente y dócil como Jazmín.

Como esas dos experiencias la dejaron marcada al sentirse culpable de que no hubieran dado el resultado deseado, no se planteó mantener más relaciones estables hasta que, el mismo día en que cumplió veintiún años, entró a formar parte del personal de la empresa en la que trabajaba un alto, muy atractivo y robusto joven de cabello rubio y ascendencia alemana llamado Günter que se encontraba casado con una escultural actriz y modelo de origen escandinavo a la que, en cuatro años de matrimonio, había hecho tres “bombos” con los que la había retirado del mundo del cine y de las pasarelas. El muchacho ocupó la plaza que había dejado vacante una compañera que, tras un parto múltiple, tuvo que dejar de trabajar para poder atender a sus hijos y en pocas semanas consiguió ganarse la confianza de los dueños que le convirtieron en el jefe más inmediato de la sección en la que trabajaba Jazmín al sustituir a la fémina que, hasta aquel momento, ocupaba el puesto y que, en más de una ocasión, había hecho saber a los directivos que deseaba dejarlo para convertirse en una empleada más y poder dedicar más tiempo a su familia.

Ese cambio tan rápido ocasionó que surgieran ciertos comentarios en el sentido de que Günter era un salido que se pasaba el día centrado en dar satisfacción a sus atributos sexuales y que no había dudado en ponerlos a disposición de uno de los propietarios, con clara tendencia homosexual, para, a base de darle por el culo, lograr aquel ascenso.

C o n t i n u a r á