Jazmín, una princesa oriental (Parte número 5).
Quinta parte de esta historia, con contenido escatólogico, que es una de las últimas que he escrito y que publico en primicia. Espero que sea de vuestro agrado.
Desde que comenzó con sus ciclos menstruales y a mantener relaciones sexuales completas con sus compañeros, tuvo que pasar un examen ginecológico mensual lo que era requisito previo para que, al finalizar, la entregaran tres conjuntos de ropa interior y media docena de bragas sueltas. A Jazmín la fastidiaba el tener que ponerse en posición y lucir su chocho ante unas mujeres, que casi siempre eran distintas, a las que no conocía y que no dudaban en sobarla la raja vaginal hasta que se la ponía caldosa y una de ellas, sin la menor delicadeza, la metía muy profundo uno de sus puños enfundado en un guante de látex para proceder a explorarla durante unos minutos bajo la atenta mirada de sus ayudantes. Siempre salía bastante revuelta de aquellos exámenes pero su malestar se incrementó desde el día en que, durante una de las revisiones, observó como usaban el famoso “cucharón” con una de sus compañeras, tumbada en otra camilla junto a ella, para extraerla el feto después de confirmarse que estaba gestando. En otra ocasión pudo ver como otra chica, supuestamente preñada y atada de pies y manos, se retorcía de dolor mientras la inyectaban en el clítoris una sustancia que, por lo que llegó a saber, la provocaría el aborto.
La faltaban pocos meses para poder abandonar el centro e intentar olvidar tanta vejación como había sufrido durante sus casi quince años de internado cuándo se jubilaron tres educadoras que fueron sustituidas por dos nuevas instructoras sexuales muy jóvenes que empezaron su andadura con muchos bríos y ganas. En escasas semanas demostraron un desmesurado interés por Jazmín, que se había convertido en una cautivadora señorita que levantaba pasiones y más de una “lámpara mágica”. Después de tantearla durante unos días, una mañana hicieron que sus cuidadoras la llevaran a un aula en donde la desnudaron y la forzaron introduciéndola un montón de “juguetes” tanto por delante como por detrás hasta que, viéndola totalmente entregada, una de ellas se puso la descomunal braga-pene que usaban para instruirlas con las felaciones y manteniéndola bien abiertos los labios vaginales con sus dedos, procedió a “clavarla” el “instrumento” al mismo tiempo que la incitaba a disfrutar de la penetración mientras la otra la pasaba la lengua por el canalillo, la mantenía apretadas las tetas con sus manos y la excitaba los pezones con los dedos. La chica no se sentía cómoda viéndose poseída de esa manera pero, convenientemente estimulada, no tardó en elevar su culo; consiguió “romper” varias veces; se orinó al más puro estilo fuente en un par de ocasiones y después de efectuarla una penetración vaginal exhaustiva y larga, acabó reconociendo que ese día había disfrutado del, hasta entonces, más elevado número de orgasmos de su vida.
La instructora que la había estimulado a través de su “delantera” esperó pacientemente a que su compañera la extrajera el “instrumento”, tras obligarla a efectuarla una cabalgada vaginal, para poder meterla y sin ninguna delicadeza, su puño derecho por vía vaginal con el propósito de forzarla, con rabia y entre continuos insultos, hasta que la joven “disfrutó” de sus primeros orgasmos secos lo que la educadora aprovechó para lograr su compromiso de entregarse a ellas sin condiciones.
Las féminas la convirtieron en una dócil perrita dispuesta a darlas satisfacción sexual pero no tardaron en cansarse de ella y para quitársela del medio no se las ocurrió otra solución que ponerse de acuerdo con las cuidadoras a la que propusieron que, durante sus ratos de ocio diurnos, la hicieran permanecer, encadenada y desnuda, en una sala de castigo insonorizada en donde se encargaron de que recibiera a diario la visita de algunos de los educadores masculinos que experimentaban con ella toda la actividad sexual que se les ocurría y la obligaban a efectuarles felaciones sin privarse de darla “biberón” que, como siempre, Jazmín tenía que “degustar” e ingerir. No contentos con ello, se solían recrear masturbándola y comiéndola el coño hasta que conseguían que “rompiera” y que se meara de gusto para, acto seguido, penetrarla. Ni los pitos con los que se la trajinaban ni sus descargas de leche eran, precisamente, como para tirar cohetes pero, como se la zumbaban a conciencia y solían tardar bastante en eyacular, lo más habitual era que terminara el día volviendo a “disfrutar” de las muy desagradables y molestas sensaciones que la ocasionaban los orgasmos secos. La mayoría de los instructores se la “clavaban” usando condón para evitar dejarla preñada pero otros, que eran los que la trataban de una manera más sádica, no se lo pensaban a la hora de metérsela “a pelo” y de descargar libremente en su interior.
Además de verse humillada todos los días de aquella manera, las cuidadoras la hacían pasar dos noches cada semana en el pabellón de los chicos en donde la amordazaban y la ataban de pies y de manos a una cama y la dejaban allí hasta la mañana siguiente para que todo aquel que lo deseara la “clavara” la polla ó hiciera con ella lo que le diera la gana. Aunque les daban preservativos, ninguno los usaba y como estaban de lo más salidos, lo único en lo que pensaban era en tratarla como a una fulana mientras se la cepillaban y descargaban con total libertad una y otra vez dentro de ella.
Durante este periodo fue cuándo se vio obligada a mantener un contacto sexual continuado con dos autenticas joyas que, a pesar de que hacía más de seis meses que habían alcanzado la edad para abandonar el centro, continuaban en él puesto que, al llevar años pensando exclusivamente en el sexo y no asistir a ninguna clase, sus educadores se negaban a autorizar su salida hasta que adquirieran un nivel académico mínimo. Se comportaban como auténticos salvajes por lo que pasaban semanas enteras encerrados en las celdas de castigo pero, a pesar de ello, las cuidadoras no eran capaces de someterles como a los demás. Parecía que todo les daba lo mismo y que lo único que de verdad les importaba era el obtener satisfacción a través de su rabo por lo que, sabiendo que eran de los mejor dotados del centro, que habían conseguido disponer de una meritoria virilidad al haberse acostumbrado a echar un par de polvos en cada uno de sus contactos y podían mantener varios al cabo del día y que a las cuidadoras las entusiasmaban unos buenos atributos sexuales, llegaron a amedrentarlas de tal forma que, sin importarles que fueran jóvenes ó maduras, las hacían “comer de su mano” hasta conseguir que se comportaran como unas dóciles corderitas para que, mientras unas les hacían pajas y les efectuaban felaciones, otras permanecieran con sus tetas al descubierto para podérselas magrear y mamar antes de que las penetraran a su antojo cuándo les venía en gana y descargando con total libertad en su interior obligándolas a prodigarse en realizarles cabalgadas vaginales y anales. Llegaron a someter de tal forma a tres ó cuatro de ellas que terminaron por convertirlas en su water personal con intención de depositar las meadas en su boca y obligarlas a colocar sus labios en el orificio anal para que ingirieran su evacuación cada vez que defecaban.
Cuándo la subdirectora del centro decidió intervenir para evitar que aquellos actos continuaran produciéndose, la maltrataron y la humillaron haciéndola lucir sus encantos delante de sus compañeros y la trataron con su sadismo habitual antes de que hacerla un “bocadillo” al penetrarla al mismo tiempo por delante y por detrás. Al terminar y bajo amenazas, se vio forzada a aceptar que aquel par de cabrones visitara tres veces por semana su despacho con intención de darles satisfacción sexual.
A sus compañeros masculinos les martirizaban dándoles repetidamente por el culo, sobre todo en la ducha, con lo que conseguían agradar y excitar a las cuidadoras mientras que las chicas, a las que denominaban “pedorrinas”, huían despavoridas de ellos puesto que preferían que las echaran a los perros antes de que pudieran ponerlas sus manos encima. Algunas se llegaron a ocultar entre los libros de la biblioteca, permaneciendo tumbadas en las baldas, para intentar evitar que las poseyeran más veces por lo que cuándo se encontraron por la noche con una “perita en dulce” como Jazmín, atada y bien ofrecida, no dudaron en mostrarse de lo más sádicos con ella para culminar penetrándola y descargando, con recochineo y en medio de un buen repertorio de insultos, en su interior dos veces cada uno. Al cabo de mes y medio se cansaron de sus mamadas y de “clavársela” por vía vaginal por lo que decidieron desvirgarla el culo bajo la atenta mirada y la “oportuna aprobación” de sus cuidadoras. Uno de ellos, tras estimulárselo con sus dedos y con su lengua, consiguió que su estrecho orificio anal dilatara lo suficiente para que su compañero la “clavara” entera su erecta y larga, aunque estrecha, salchicha para poseerla analmente hasta que explotó y con muchas ganas, dentro de ella con lo que la provocó la evacuación dando lugar a que, durante varios minutos, no dejaran de llamarla cerda y guarra. Una media hora más tarde y con bastante más delicadeza, la enculó el segundo. Como esa doble penetración anal y el hacerla el “bocadillo” se repitió con frecuencia, además de darse cuenta de que liberaba su esfínter con suma facilidad en cuanto la regaban el interior del culo con su leche, Jazmín sufrió un completo repertorio de escozores y los efectos de unos procesos diarreicos que fue superando a medida que se iba habituando a una práctica tan regular del sexo anal.
C o n t i n u a r á