Jazmín, una princesa oriental (Parte número 4).

Cuarta parte de esta historia, con contenido escatólogico, que es una de las últimas que he escrito y que publico en primicia. Espero que sea de vuestro agrado.

Las cuidadoras las obligaban a sobarse la raja vaginal con cierta frecuencia pero, sobre todo, mientras meaban y/ó cagaban y al acostarse, antes de apagar las luces del pabellón, mientras las insultaban y las incitaban a masturbarse y a meterse bien profundos un par de dedos en el ojete para que se estimularan analmente mientras los movían hacía adentro y hacía afuera. Fue entonces cuándo Jazmín decidió comportarse ante ellas como una golfa ardiente, cerda y viciosa ya que era la mejor manera de ponerlas de su parte por lo que, aunque la mayoría de las cosas que la mandaban hacer no la agradaban, intentaba complacerlas en todo con lo que consiguió librarse de un montón de vejaciones y que su alimentación, aunque no era mala, mejorara.

Al darla hormonas con la comida para retrasarla tuvo su primera menstruación bastante tarde pero, desde aquel momento y al igual que el resto de sus compañeras, en cuanto se encontraba con la regla la hacían acudir, a días alternos, por la noche al pabellón en el que se alojaban los chicos mayores para que pasara la velada nocturna con ellos explicándola que, durante su ciclo menstrual, por más leche que la echaran dentro del coño no la dejarían preñada. En cuanto llegaban al pabellón y bajo una tenue luz, las cuidadoras las obligaban a desnudarse y a exhibirse ante sus compañeros para que estos se excitaran con el olor a fémina y contemplando sus encantos mientras, como si se tratara de un desfile de modelos, pasaban una y otra vez por delante de ellos. Al cabo de unos minutos las cuidadoras los destapaban y les obligaban a permanecer con sus atributos sexuales al descubierto. A los que se encontraban empalmados ó lucían una tranca que prometía, les hacían colocarse el miembro viril entre las piernas y les obligaban a abrirlas y a cerrarlas hasta que las rodillas se golpeaban, para que se les pusiera bien tieso. Una vez que la verga lucía en condiciones les instaban a dejar de estimularse, les ponían debajo del culo una especie de pañal absorbente y les hacían permanecer con las piernas dobladas sobre ellos mismos para que las ofrecieran su orificio anal. Una de las cuidadoras les introducía su porra de goma por el ojete con la que procedía a forzarles con movimientos hacía adentro y hacía afuera indicándoles que, como supuestamente aquella no era la primera vez ni sería la última que les daban por el culo, pensaran que la porra era la chorra de alguno de sus compañeros mientras otra se recreaba sobándoles los huevos y pajeándoles lentamente pasando repetidamente su lengua por el capullo y por la abertura hasta que les sacaba la lefa para lo que, en algunos casos y aunque no parecía importarlas, llegaban a emplear casi media hora puesto que, para retrasar aún más la eyaculación, les daban golpes secos en los cojones.

Aunque ninguno llegaba a lucir un cipote descomunal ni echaba una gran cantidad de “lastre”, a las cuidadoras las encantaba irles viendo explotar por lo que continuaban “dándole a la zambomba”, incluso durante la descarga, hasta que, a medida que iban perdiendo la erección, una parte de ellos se meaba. Los chicos debían de avisarlas de ello ya que, mientras unas se limitaban a verles expulsar la lluvia dorada después de haber eyaculado, a otras las agradaba poder ingerir la micción al mismo tiempo que les chupaban el ciruelo. Cuanto más concentrada y larga fuera más tiempo empleaban en efectuarles unas intensas “chupaditas” al capullo al terminar de recibir su pis. Lo último que hacían era extraerles la porra del orificio anal y casi siempre impregnada en mierda, con lo que unos evacuaban en el pañal sin variar su posición y otros se apresuraban a dirigirse al cuarto de baño para defecar ante dos de las cuidadoras. Aquellos chicos quedaban lo suficientemente satisfechos como para no pensar en el sexo y pasarse el resto de la noche durmiendo.

A los demás, es decir a los peor dotados, tenían que “atenderles” ellas. Los chicos evidenciaban haber asumido las enseñanzas recibidas de sus instructores sexuales en el sentido de que no era preciso preñarlas para disfrutar de las hembras por lo que les encantaba sobarlas y dejarse tocar antes de permitir que les pajearan para sacarles la leche, que a la mayoría les complacía echarlas por todo el cuerpo, que les realizaran cubanas ó que, de acuerdo con las indicaciones de las cuidadoras, les efectuaran una felación con intención de culminar dándolas “biberón” con lo que Jazmín se acostumbró a esmerarse para lograr que aquellas mingas flácidas y fofas llegaran a lucir tiesas y en condiciones de dar leche que, cada vez que chupaba un miembro viril, la obligaban a ingerir lo que la resultó bastante más agradable de lo que había pensado. Pero lo que más la complacía era que se mearan después de eyacular. La agradaba verles echar la lluvia dorada y sobre todo, poder recibirla en su boca ó que la enjeretaran vaginalmente el nabo para depositar la orina en el interior de su seta mientras la daban unos buenos envites con sus movimientos de “mete y saca” y sentía unas sensaciones tan sumamente placenteras que la llevaban a disfrutar del clímax mientras notaba caer dentro de ella la, casi siempre, abundante y larga micción de sus compañeros.

Como todos tardaban en explotar las cuidadoras limitaban a los jóvenes a darlas una lechada y en su caso una meada, para dejar su sitio a otro e irse a acostar. En el transcurso de esas sesiones y a menos que fuera para mearse en su interior, nunca les permitieron penetrarlas pero, en cuanto las educadoras comenzaron a animar a ambos sexos a llevar una vida sexual activa puesto que en aquel país era bastante normal que perdieran la virginidad a temprana edad, colaboraban con los chicos para que pudieran encontrar el lugar y el momento idóneo con el propósito de mostrar sus atributos sexuales a las compañeras que más les gustaban para que les “cascaran” el miembro viril ó les efectuaran cubanas ó felaciones antes de comenzar a prodigarse en los sesenta y nueve y en una penetración regular. Jazmín, que era una de las muchachas más acosadas y solicitadas por sus compañeros, se topaba con cierta frecuencia con chicos tan salidos que, tras darla un “biberón” como culminación a su felación, intentaban echarla un segundo polvo y la mejor manera de lograrlo era “clavándola” el pene a través de la almeja con intención de poder irse estimulando al mismo tiempo que la jodían y sabiendo que, durante un buen rato, iban a disfrutar follándosela puesto que su segundo descarga tardaba mucho más en producirse que la primera. Casi todos la sacaban la picha al sentir que su eyaculación era eminente para mojarla con su leche la parte exterior del chocho, la raja del culo, los glúteos, las tetas ó la espalda ó para volvérsela a meter en la boca con intención de darla otro “biberón” mientras les chupaba la pilila antes de que, inexorablemente y a medida que iban perdiendo la erección, empezaran a sentir una imperiosa necesidad de orinar lo que la permitía recibir más lluvia dorada dentro de su boca ó de su coño.

Pero había otros chicos que se encontraban tan a gusto jodiéndola que solían apurar tanto que la soltaban los primeros chorros en el interior de la seta antes de sacársela mientras que otros, los menos, hacían todo lo posible por descargar íntegramente dentro de ella ante la apatía y conformismo de las cuidadoras que, en otras ocasiones, les solían tirar de los huevos para obligarles a extraerla la pirula al percatarse de que se estaba produciendo la eyaculación.

Las cuidadoras solían mostrarse sumamente condescendientes con las chicas que no se oponían a complacer sexualmente a sus compañeros dándolas tiempo para descansar y para reponerse del esfuerzo pero, a las que se negaban a dejarse penetrar “a pelo”, las arrastraban hasta un patio interior y si era necesario tirándolas del cabello, en donde las desnudaban y las ataban con cadenas para hacerlas permanecer el resto del día a merced de un grupo de perros adiestrados que las lamían hasta la saciedad la raja vaginal antes de que, cuándo les instaban a ello, se las tiraran varias veces.

Al acostarse por la noche y tras la sesión de sobamientos, masturbación y perforación anal, las cuidadoras la empezaron a introducir muy profundos en la almeja y en el ojete plátanos y zanahorias artificiales de unas dimensiones considerables que tenía que mantener en su interior hasta la mañana siguiente lo que, hasta que se acostumbró, la molestaba para conciliar el sueño.

C o n t i n u a r á