Jazmín, una princesa oriental (Parte número 3).

Tercera parte de esta historia, con contenido escatólogico, que es una de las últimas que he escrito y que publico en primicia. Espero que sea de vuestro agrado.

Para su educación general no se dedicaban más de tres horas diarias pero su instrucción sexual las mantenía ocupadas de cinco a seis horas lo que originaba que muchos días todas las alumnas tuvieran que chupar el descomunal “instrumento” de la braga-pene tanto por la mañana como por la tarde. Algunos domingos y después de la correspondiente felación matinal, rompían la monotonía haciendo que se comieran unas a otras la almeja con el propósito de satisfacerse hasta que la que recibía gusto culminaba meándose en la boca de la que se lo daba lo que las educadoras aprovechaban para obligarlas a ingerir la orina con intención de que se fueran acostumbrando al sabor de la micción femenina. Asimismo, solían reunirse con sus instructoras durante una media hora antes de la cena para que, en un tono bastante distendido, las aconsejaran sobre el vestuario y los complementos que, teniendo en cuenta su físico y su personalidad, consideraban más adecuados para cada una de ellas lo que daba lugar a largos debates sobre temas como si debían de usar falda ó pantalón, mostrándose las educadoras a favor de continuar con los tradiciones del país y como la mayor parte de las hembras utilizaba falda, también debían de decantarse por tal prenda que siempre las daría un toque más elegante y sensual que el pantalón y mientras fueran jóvenes cuanto más corta y fina mejor para que pudieran lucir sus piernas y mantener lo más aireada posible su cueva vaginal ó si era ó no aconsejable ponerse botas altas con la ropa lo que tenía varias detractoras aunque la mayoría de las instructoras se mostraban a favor de usarlas tanto con falda como con pantalón puesto que, convenientemente conjuntadas, las llegarían a dar un toque muy provocativo y sexy. Uno de los temas estrella de aquellas reuniones fue si debían de usar braga ó tanga, prenda que estaba adquiriendo auge. Las educadoras las indicaron que era una decisión personal y que debían de limitarse a utilizar la ropa interior que más cómoda las resultara ya que las prendas íntimas debían de ajustarse a ellas y no al contrario haciéndolas ver que un buen número de mujeres que usaban tanga no acababan de acostumbrarse a mantener la prenda introducida en la raja del culo mientras que otras se quejaban de que se pasaban el día humedecidas. No obstante y para que se lo fueran pensando, las explicaron que con el tanga la raja del culo se las marcaría perfectamente en el pantalón cada vez que lo utilizaran lo que evitarían con la braga, que podía ser baja y que, además, las mantendría la masa glútea tersa y no ligeramente caída como sucedía con el tanga.

En cuanto las instructoras vieron que sus alumnas se iban dando buena maña con las felaciones las intentaban estimular, antes de que comenzaran a chupar el “instrumento”, hablándolas de que, por desgracia y salvo honrosas excepciones, los varones asiáticos no se encontraba tan magníficamente dotados como los africanos que se encontraban dotados de una descomunal “lámpara mágica” que, convenientemente estimulada, no tardaba en lucir sumamente dura, gorda, larga y tiesa y que, al estar provistos de unos gruesos huevos llenos de leche, echaban unos polvazos impresionantes. Según las indicaron los asiáticos que disponían de un pene de dimensiones superiores a las normales solían encontrar una buena fuente de ingresos convirtiéndose en protagonistas de películas y vídeos porno ó actuando en determinados locales que frecuentaban calientes turistas ansiosas por poder verles, sobarles, pajearles mientras les lamían los cojones y chuparles la “banana”.

Aquellos comentarios tuvieron el debido complemento las siguientes semanas en el visionado de unas completísimas colecciones de fotografías con primeros planos de la picha, erecta y en reposo y de las pelotas de hombres de los cinco continentes aunque las instructoras demostraban tener un interés especial por mostrarlas los atributos sexuales de varones americanos y europeos al ser los que más visitaban el país con fines sexuales. A pesar de que vieron miembros viriles descomunales las imágenes que más las llamaron la atención fueron las de unas pililas tan sumamente largas que, aunque se mantenían en reposo dentro del calzoncillo, parte del “pepino” asomaba por la parte superior ó por un lateral de la prenda luciendo una apetecible abertura y un abierto capullo. Mientras se recreaban con aquellas fotografías y se imaginaban como sería la parte que permanecía oculta y el grosor de los huevos, las educadoras las obligaban a permanecer unos instantes con los ojos cerrados pensando en el soberbio “paquete” que tenía que marcárseles en el pantalón mientras las comentaban que, al encontrarse tan bien dotados, era normal que hasta las damas más refinadas no dudaran en convertirse en unas autenticas golfas salidas con tal de permanecer junto a su poseedor para disfrutar y recibir satisfacción sexual mientras iban sintiendo que esa extraordinaria pirula causaba estragos en su interior cada vez que se la “clavaban”, las jodían y las echaban y casi siempre en el momento idóneo, unas ingentes cantidades de leche sin que las importara el tener que compartir a los varones con otras guarras puesto que a aquellos agraciados les solía encantar dar debida cuenta de su virilidad y llegar a vaciar sus cojones manteniendo contactos diarios con más de una cerda meona.

Más adelante llegaron los vídeos de más ó menos duración en los que pudieron ver a sugerentes féminas pajeando y chupando el pito a atractivos y bien dotados varones hasta que lograban sacarles una cantidad impresionante de leche. Mientras les efectuaban las felaciones las instructoras las hacían ver el momento exacto en el que comenzaban a darlas “biberón” y como resultaba bastante evidente que la hembra de turno se lo tomaba. Meses más tarde empezaron a ver vídeos con exhaustivas y largas penetraciones, casi siempre vaginales, en los que el hombre poseía a la mujer a conciencia cambiando con frecuencia de posición hasta que, cuándo estaba a punto de producirse su eyaculación, la sacaba la polla con el propósito de que los espectadores pudieran verle echar la lefa lo que a las educadoras y a las alumnas las agradaba de la misma forma que las encantaba el observar como una parte de los varones expulsaba una abundante micción al terminar de descargar.

Las instructoras, imaginando que con esos vídeos sus alumnas acababan poniéndose sumamente “burras”, se solían poner la braga-pene cuyo “instrumento” tantas veces habían chupado y haciéndolas permanecer convenientemente dobladas para que exhibieran sus encantos, las iban penetrando una a una con una periodicidad de dos a tres veces por semana ante sus compañeras, con el artilugio previamente ensalivado, durante unos quince minutos que es lo que solían tardar en explotar los protagonistas masculinos de los vídeos con lo que conseguían que se orinaran de gusto y que alcanzaran sus primeros orgasmos.

Mientras sus instructoras sexuales las incitaban a estimularse para que mearan con frecuencia y eliminaran toxinas, diciéndolas que el retener líquidos era perjudicial para su salud, las cuidadoras las obligaban a retener su pis durante horas hasta que salían al patio en donde, hiciera frío ó calor, las hacían desnudarse para que, permaneciendo de pie y abiertas de piernas, orinaran delante de sus compañeros y de ellas. A buena parte de las cuidadoras las encantaba beberse la lluvia dorada del mayor número posible de muchachas a las que, al terminar, las introducían su porra de goma por el chocho que las hacían mantener durante varios minutos en su interior mientras las decían que, de aquella forma, conseguirían mantener los labios vaginales bien abiertos para que, en su momento, los varones sintieran más gusto cuándo las magreaban la chirla ó las “clavaran la pistola”. Después las hacían darse la vuelta para golpearlas la masa glútea con un látigo con el que las llegaban a provocar hematomas y moratones al mismo tiempo que las forzaban el ojete con sus dedos obligándolas a apretar hasta que, con aquellos estímulos, las provocaban la defecación. A las que se resistían las humillaban más poniéndolas unas lavativas de efectos rápidos que las producían unas largas y masivas evacuaciones líquidas. Según las indicaban, cuándo fueran mayores y vieran que su tránsito intestinal era regular, las agradecerían que las hubieran efectuado aquellos vaciados. Para finalizar las cuidadoras dejaban que algunos de sus compañeros masculinos las lamieran el ojete con su lengua con intención de limpiárselo lo que los chicos aprovechaban para verlas de cerca la raja vaginal que, los más decididos, llegaban a sobarlas.

Un día a la semana y después de aquellos espectáculos, las cuidadoras obligaban a los chicos de más edad a lucir sus atributos sexuales para que sus compañeras se pudieran estimular viéndoselos. A pesar de que les echaban un montón de sustancias en la comida para reducir su deseo sexual y retrasar su eyaculación siempre aparecían unos cuantos empalmados luciendo un rabo, de dimensiones bastante normales, muy tieso. Las cuidadoras se acercaban a ellos lentamente, se lo miraran, se lo tocaban repetidamente al igual que hacían con sus huevos y se lo meneaban con su mano hasta que lograban verles el capullo bien abierto. Después les hacían mostrarse ofrecidos, colocados a cuatro patas y elegían a cinco de sus compañeras, privilegio al que únicamente tenían derecho las chicas mayores que mantenían una relación “cordial” con las cuidadoras, para que, arrodilladas detrás de ellos, metieran sus manos por sus abiertas piernas con intención de sobarles los cojones y “cascarles” la salchicha con movimientos rápidos mientras las cuidadoras les ponían la masa glútea como un tomate con sus porras y les hurgaban analmente con sus dedos. Al contrario de lo que sucedía con las chicas y aunque todos solían quedar de lo más predispuestos para la defecación, no era demasiado habitual que llegaran a evacuar en público puesto que, a pesar del bromuro, sus descargas de leche se producían con celeridad y una vez que las cuidadoras la recogían en frascos de cristal, en los que se mezclaba el “lastre” de unos y otros, se desentendían de ellos para, llevándose a las jóvenes, encargarse de dar satisfacción y de sacar la lefa a los siguientes.

C o n t i n u a r á