Javi, su hermana, Belén y la profe

Javi vive con su hermana, tiene una profesora por la que está colado y además sale con una chica de su barrio que se llama Belén.

Este relato consta de 12 capítulos. El tiempo de lectura aproximado es de dos horas.

Javi, su hermana, Belén y la profe

1

¿Cómo me iba a fijar en mi hermana? Mi hermana era un ser gris y amorfo. La veía a todas horas, en todos los sitios de la casa, de todas las maneras. Me parecía una nena estúpida, ignorante, entrometida. Siempre andaba remoloneando por donde yo estaba, intentando llamar mi atención. Le sacaba solo un par de años y podría pensarse que es poca la diferencia de edad, pero mientras yo me había convertido en un chico más o menos mayor, ella era todavía una sebosa adolescente. Pasábamos mucho tiempo solos y a veces era insufrible. La despreciaba, la mandaba a freír espárragos, le hacía rabiar, llorar, y luego me arrepentía y le pedía perdón. Mis amigos hablaban de lo guapa que era, de lo aptecible que la encontraban, pero eso yo no lo podía apreciar.

La que por entonces me tenía sorbido el seso, por la que andaba babeando a todas horas, era la profe. La profe estaba buenísima, era un bombonazo de tía. En clase, estaba todo el rato mirando a la profe. Me encantaba su forma de moverse, de explicar la lección, de andar, y me volvían loco sus piernas y sus tetas. Para mí era la mujer ideal, la que más se adaptaba a mis gustos y a mis exigencias. Miraba porno en internet y había muchas mujeres que me gustaban pero nada que ver con la profe. Con la profe todo era mucho más intenso, más ardiente, más redondo. Estaba atento cada día para ver cómo venía al colegio. Si por alguna causa no acudía, sentía una gran decepción. Por el contrario, si la veía llegar y encima llevaba falda, se me removía el estómago y se me inflamaba el morbo. Todos le decían: Buenos días, seño, y yo también, solo que a mí no me salía tan natural; se me quedaba ahí, medio atrancado, porque yo ya estaba pensando en pescarle algo por debajo de la mesa, esperanzado en verle algo. Me conformaba con poco aunque siempre quería más. Lo normal era verle las rodillas y, con suerte, los muslos, cuando abría un poco las piernas. Eso ya era suficiente para hacerme una buena paja. Se me quedaba grabada la imagen y me pajeaba un montón de veces. No hacía falta más que recordarla para empalmarme. La seño tenía unas piernas llenas, redondas, que me enloquecían; toda ella me enloquecía. Si le veía las rodillas, quería verle los muslos, y si los muslos, las bragas. Verle las bragas era lo más. Y no era fácil. No entendía cómo se las apañaba para no enseñarlas, sobre todo cuando llevaba falda corta. Tenía una habilidad enorme. Pero yo se las había visto más de una vez. Una, ella estaba hablando por teléfono y mirando al mismo tiempo unos papeles que tenía sobre la mesa y descruzó las piernas y las andó moviendo de un lado para otro hasta que se las vi. Pensé morirme del gusto. No me lo podía creer. ¡Le estaba viendo las bragas a la profe! Enseguida se acabó lo bueno, cuando se dio cuenta. Me miró y entonces pensé morirme de la vergüenza, pero ya me había llevado el recado. Me hice un pajote como una catedral tan pronto llegué a casa. Me la pelé recordando aquellas bragas rojas tan jugosas, tan llenas, al final de unos muslos maravillosos. Reventé de placer. Puse le váter perdido de leche. Fue el primero de una larga serie. Me hacía un pajote detrás de otro.

No hay ni que decir que soñaba follar con ella. Me montaba historias en mi cabeza. Me encontraba con ella por un lado u otro, por una causa o por la otra; imaginaba su casa, su vida, y todas acababan de la misma manera: la seño me sonreía y me decía ven acá y me dejaba que me la follara. En algunas ocasiones, era ella misma quien se subía la falda, se bajaba las bragas y me decía ven. Era todo tan real, las historias que me montaba eran tan buenas, que parecía posible. Después de meneármela como un salvaje, me percataba de lo iluso. Yo, un insignificante alumno, follándome a la profe, una mujer mucho mayor que yo, una mujer como se dice hecha y derecha. Para eso había que ser un hombre, también hecho y derecho, y que a ella le gustara.

¿Con todo, cómo iba yo a pensar en mi hermana? Mi hermana no era nada más que mi hermana, una cría tonta que no tenía sexo. Bueno, sí que lo tenía, como todo el mundo, pero yo no se lo veía por ninguna parte. Y esto no quiere decir que ella se tapara de un modo especial, todo lo contrario. Siempre estaba con las piernas en alto, dando saltos, haciendo pinos en el suelo o contorsiones absurdas en el sofá, y enseñando las bragas. Y no como la profe, que solo enseñaba una mínima parte de ellas, un segundo de tiempo, tratando de ocultar todo lo que podía, sino todas enteras, todo el tiempo. Aquellas bragas flojas dadas de sí, que, a veces, hasta dejaban entrever su raja.

Se aburría mucho. Quizás por eso siempre estaba detrás de mí y mo me dejaba ni a sol ni a sombra. Sobre todo cuando dejaba a sus amigas a última hora de la tarde. Tenía que volver a casa y no sabía lo que hacer hasta la hora de cenar. Yo estaba a lo mío, con mi ordenador, en mi cuarto, jugando a algún juego o viendo algo en internet. También podía estar haciendo otras cosas, pero esas procuraba hacerlas cuando ella no estuviera o luego, en la cama. No quería arriesgar y que me pillara. Porque ella no tenía ningún cuidado y se presentaba cuando menos lo esperaba.

Yo podía ser un hombre que le gustara a la profe. Es lo que me imaginaba, que ya era mayor y le podía tirar los tejos. Le podía hacer saber que estaba por ella. Y lo hacía. Me atrevía a decírselo. Y ella abría los ojos y sonreía diciendo ¡Oh! mientras se quitaba el vestido y se bajaba aquellas bragas rojas. Y me la follaba, claro que me la follaba. Me restregaba la pija pensando en que se la metía toda por aquel agujero suyo enloquecedor y me estremecía de los pies a la cabeza.

La clase era cada día una especie de sesión íntima entre la seño y yo. Un nuevo motivo, una nueva ocasión de disfrutar de ella y de pillarle algo. Me horrorizaba que me sacara a la pizarra, por lo que pudiera pasar -lo más seguro es que fuera un desastre y ella lo sabía-, y procuraba sacarme lo mínimo, no así nunca. Y, la vez que me tocaba, pensaba morir. No ya porque me pusiera un cero, sino por lo mal que quedaba delante de ella, lo ridículo, lo humillado que me sentía. Me sacó a resolver una ecuación; precisamente eso. Estaba muy nervioso mientras me movía desde mi mesa a la pizarra. Me sentí morir de vergüenza cuando pasé por su lado. Tenía las piernas cruzadas y llevaba puesta una falda negra y me miraba esperando a ver cómo hacía lo que me había indicado. Cogí el rotulador temblando y se me cayó al suelo. Lo recogí entre las risas de todos. Borré lo que había escrito y planteé la operación. La resolví como creí que debía. De forma sorprendente, no me salió del todo mal. Entonces la profe se giró al resto de la clase explicando lo que yo había hecho y por qué esa era la forma correcta de hacerlo. Respiré hondo e, incluso, me subí arriba. Tan bien me sentía, que hasta me atreví a echar un vistazo a la profe. Tenía una melena larga y abundante de pelo rubio rizado y llevaba unos cuantos botones de la camisa desabrochados. Puede verle el sujetador bajo la tela blanca, abrazando aquellas dos tetas hermosísimas. Fue el premio. Me fui a mi asiento cuando ella dijo:

-Muy bien, Javi, así me gusta.

Luego yo, en el aseo, me repetía: Muy bien, Javi; así me gusta, mientras me la pelaba, imaginando metérsela en aquel coño divino, teniendo delante de las narices su par de tetas redondísimas. Y yo: ¿Es así como te gusta, profe? Y ella: Muy bien, Javi, así me gusta.

Mi hermana, cuando se hartaba de hacer tonterías en el sofá, de ver basuras en la TV, venía a mi cuarto. Si estaba haciendo algo interesante, la echaba con cajas destempladas: Vete de aquí. Si no, la dejaba estar. Tenía la costumbre de sentarse encima de mí y pedirme que la dejara jugar a lo que yo estuviera jugando. Era una nena pesada y sobona. Siempre me estaba buscando y a mí me daba asco. Al final era ella la que se apoderaba del juego y yo el espectador. Era mucho más hábil que yo con el teclado y siempre llegaba más lejos. Se apoderaba del juego y del espacio. Se acababa acomodando a placer encima de mis piernas y yo me cansaba de tenerla encima. Se me clavaban sus huesos y me levantaba para irme a hacer otra cosa y la dejaba allí jugando. Ahora no te vayas, no te vayas, decía ella sin apartar la vista de la pantalla y pulsando teclas como una loca, pero yo me iba. A preparar la cena, por ejemplo. Si yo me adelantaba, ella tendría que fregar los platos, que era lo más ingrato.

Solo ver a la profe y se me encendían hasta las orejas. Es que la tía era guapísima además estar como un tren. Un día circuló por la clase un papel con un dibujo de estos que son una ordinariez y que a mí me gustaban menos que nada. Lo habría pintado algún gracioso. Era un palote con dos bolas abajo y una eme invertida encima. En lo alto de la eme ponía "profe" y debajo de las pelotas "yo". Lo habían ido pasando de mesa en mesa hasta que llegó a la mía. Tuve la mala suerte de que fuera a mí a quien pillara con él en la mano. Me miró con una cara de espanto en medio del murmullo general. Luego enfurecida. No le convencieron mis explicaciones, no me valió de nada insistir en que no era yo quien lo había pintado. Me mandó una hora al trastero como castigo. Nosotros lo llamábamos la mazmorra. Allí no había más que cosas inútiles: carpetas atestadas de papeles, libros viejos, papeleras y persianas rotas. Me chupé todo ese tiempo sentado en una banqueta. Vino a liberarme a la hora del recreo. Me cayó la de dios. Me dijo de todo, preguntó qué clase de educación me daban en casa para hacer esas cosas.  Yo le insistía una y otra vez en que no había hecho eso, que me parecía una guarrada.

-Una guarrada, ¿eh? Conque una guarrada... ¿Y cómo llamarías tú a estar todo el rato espiándome, eh, que no te pierdes una; dime, cómo lo llamarías? ¿No es eso una guarrada?

Me dio una vergüenza terrible porque era verdad y no esperaba que me lo echara en cara, así que bajé la cabeza.

-¿Qué, no contestas?

No sabía lo que decir, el corazón me daba unos saltos enormes.

-¿Para qué tanto mirar y mirar, que me vas a desgastar de tanto mirarme? Dime, ¿para qué? ¿Qué sacas con eso? ¿Por qué lo haces?

Si ella lo supiera...

-¿No quieres contestarme?

No podía contestar, un nudo me impedía hablar.

-Solo quiero que me respondas con un sí o un no a la siguiente pregunta antes subir a hablar con el director.

¡No, al director, no! ¡No, por favor, no me hagas eso! -le pedía con el pensamiento.

-Solo un sí o un no. ¿Te masturbas...?

Con esa pregunta me subió un sofoco insoportable a la cara. Era un disparo a la línea de flotación.

-No te preocupes, no se lo pienso decir a nadie si me respondes y eres sincero conmigo.

Me lo pensé mientras transcurrían los segundos. Me la iba a jugar si no le decía nada o le mentía. Las consecuencias iban a ser inmediatas. Contesté afirmativo. Ella solo dijo: Ya. Luego añadióa algo que me dejó perplejo: ¿Cuántas veces? Moví la cabeza a un lado y a otro, evitando tener que mirarla. "Cuantas veces", menuda pregunta.

-¿Todos los días? ¿Te masturbas todos los días?

No quería responder a eso.

-Dime -insistió.

Afirmé otra vez. Ella dijo otra vez Ya y luego añadió Entiendo. Lo más sorprendente es que todavía siguió preguntando, aunque con un tono de voz más calmado; parecía insaciable.

-¿Una vez al día?

Yo negué, ya me daba todo igual.

-¿Eso quiere decir que te lo haces más de una vez al día?

Dije sí de palabra para que le quedara claro. Ella exclamó:

-Joder, joder. ¿Y ya puestos, cuántas, puedo saberlo?

Levanté una mano y le respondí con dos dedos. Lo pensé mejor porque había muchos días en que también me lo hacía por la noche, antes de dormir, y puse tres, y luego lo pensé mejor porque había algunos días en los que también me lo hacía en el baño del colegio y puse cuatro. Luego tres y luego dos. Dos, tres, cuatro.

-Eso quiere decir que te masturbas un par de veces al día como mínimo y que hay días en que te lo haces hasta cuatro...

Cuando la profe decía "masturbas" o "te lo haces" me venía una enorme punzada a la pija, sin yo quererlo.

-Joder, joder, Javi; esto te lo tienes que hacer mirar.

La profe estaba delante de mí, con la falda negra, y no hacía intención de irse, pero yo ya no me sentía como un animal acorralado.

-Te la meneas más que un mono, ¿crees que eso es sano?

Le respondí que no lo sabía. Esas palabras -mono, meneas-, dichas por ella, me indicaron que ya había bajado a los infiernos y lo sabía todo.

-¿Y sabes lo peor de todo esto?

No, yo no lo sabía, no sabía nada.

-Lo peor de todo es que me haces sentir incómoda cuando estoy en la clase, que no dejas que me relaje ni un solo minuto. Vale que no seas el único que pierde los ojos mirándole las piernas a la profesora, pero tú no tienes parangón. No paras hasta que consigues verme algo. Dime que es así; es lo último que pienso exigirte que me digas.

Afirmé una vez más moviendo la cabeza, reconociendo por entero mi culpa, deseando acabar cuanto antes con la tortura. La profe tardó un poco en reaccionar.

-Bueno, al menos creo que has sido sincero.

Después abrió la puerta.

-Puedes irte.

2

Mi hermana llevaba días preguntándome si me podía pedir algo. Yo respondiéndole que dependía de lo que fuera. Me daba que quería que le respondiera sí antes de aclarar lo que quería pedirme; yo pensando qué sería eso tan importante a lo que le daba tantas vueltas. Yo, que dependía, y ella, dale que dale. Pues por fin se aclaró. Al principió me dejó de piedra, luego me dio un ataque de risa. ¿Cómo se le había pasado semejante cosa por la cabeza y cómo se le había ocurrido pedírmela a mí? Estaba como un chorlito. Le dije por supuesto que no, que si no tenía amigos para una cosa así que se lo has tenido que pedir a tu hermano. Se puso muy triste y lloró. A mí me dio mucha pena y traté de consolarla pero no se dejó. Se ve que estaba bastante enfadada conmigo. Yo la dejé como tal cosa y me fui, ya se le pasaría. Y se le pasó, como siempre. Lo que no se le pasó fue la perra, y yo, temiendo que se pusiera otra vez como antes, procuraba no ser brusco con ella. Ella insistía y yo daba de lado a hacer lo que me pedía diciendo simplemente no. Pero ella volvía a insistir una y otra vez, preguntando por qué no -porque era una pesada-, una vez y otra. Se subía a mí como acostumbraba a hacer y me echaba los brazos al cuello y no me dejaba hacer nada. Andaaa, Javiiii. ¿Pero cómo quieres que te enseñe esas cosas? Yo no puedo hacer eso. Y ella: ¿Por quéeeee? Pues porque no, como si no lo supieras. Y al poco: Andaaa, Javiiii, así que pensé que lo mejor era hacer algo parecido a lo que me pedía y quitármela de enmedio. Choqué mis labios contra los suyos una décima de segundo. -¿Qué, ya? ¿Te has quedado contenta? Pues venga, vete.

No solo no se fue, sino que se quedó quieta y seria como un pasmarote.

-No es así. No quieres hacerlo.

-¿Cómo que no es así? ¡Te he dado un beso en la boca!

-¿Crées que soy tonta? No es así como se besa y lo sabes. Seguro que tú ya has besado a alguna chica.

-¿A alguna chica?

-Sí. A Belén, que lo sé yo. Y no me quieres enseñar. No me quieres...

Se fue corriendo y me dejó perplejo.

Yo me olvidé al poco rato del asunto. Todavía ocupaba mi cabeza lo ocurrido con la profe la semana de antes. Para rematar, me había mandado al fondo de la clase. Después de lo ocurrido, procuraba no mirarla tanto, hacerlo con un poco más de disimulo. De todas formas, si creía que no le vería nada estando al fondo de la clase, iba aviada. Hacía falta que se pusiera pantalones o que la falda le llegara hasta los pies, y aun así. Algunas veces llevaba leggins negros debajo y eso lo hacía aún más interesante. Entonces es que los ojos se me iban como un imán detrás de sus piernas, no lo podía evitar. Es que estaba tan buena la jodida profe, que me era imposible no mirarla. Esa cara, esa boca, esa melena rubia, esa forma de las tetas detrás de la camisa, esa figura de diosa del sexo, ¿cómo quería que no la mirara? Era algo superior a mí.

Pues esa fatalidad me costó nuevos arrestos. Me castigó varias veces con eso. Javi, media hora al trastero. Yo protestaba, indignado. ¡Pero si no he hecho nada! ¡Al trastero, he dicho! Me había cogido manía. ¿Y qué podía hacer yo? ¡La última semana se había puesto ropa cada vez más corta, le veía las bragas todos los días y se me ponía la pija como un obelisco en la misma clase! ¿Qué podía hacer yo?  Me había contenido después de la reprimenda. Me cortaba pensar que ella lo sabía. Que sabía que me lo estaba haciendo pensando en ella. Me quedaba allí, sentado en el váter, con la pija tiesa y sin hacer nada. Le daba un poco de vuelta antes de terminar. Luego eso desapareció. Me daba igual que lo supiera. Me la "meneaba como un mono", como ella decía, ponia el aseo perdido de disparos de leche.

Pasaron semanas, yo cumplía otro de mis arrestos, y ella entró en el trastero de nuevo.

-Escucha, Javi. Ya no sé lo que voy a hacer contigo.

Nada -dije yo mentalmente-, es lo mejor.

Se quedó pensativa un momento. Luego prosiguió.

-Es normal que a los chicos os gusten las chicas, incluso mujeres más mayores que vosotros. Es normal. Pero no hay que tener fijación con una, no es necesario. Sobre todo si esa una es tu profesora, creo que no eres tonto y lo entiendes. He estado tentada varias veces de hablar con el director, pero me digo: Javi es un buen chico. No quiero que sus padres se enteren de lo que hace en clase, ni que lo expulsen del colegio.

A mí me entró canguelo.

-Me he dicho que quizás sea mejor arreglarlo entre nosotros, antes de que llegue a oídos de nadie; no sé cómo lo ves tú.

A mí no solo me pareció bien sino que me consoló mucho.

-Eso tiene contrapartidas, naturalmente. Lo primero es que te comportes; que, si estás tan salido como parece, al menos hagas algo para que en clase no se note demasiado. ¿Me has entendido?

Yo dije que sí.

-Muy bien. Hay una cosa que tiene que quedarte clara: yo soy libre de vestirme como me dé la gana y no tengo necesidad de soportar que tú ni nadie me mire babeando como un obseso, ¿sabes de lo que hablo?

Afirmé, aunque solo fuera por complacerla.

-Muy bien. Ahora me gustaría saber cosas. Por ejemplo: ¿qué es lo que te llama la atención de mí?

Yo dije enseguida "todo" mentalmente.

-No te quepa la menor duda de que, si colaboras, las cosas van a ir mejor.

Me limité a decir que no sabía.

-No sabes... Pues di algo, lo primero que te venga a la mente.

Para entonces, su tono era, incluso, amable. Entonces me atreví a decir lo de todo.

-¿Todo? -dijo, y se rio con ganas, tapándose la boca para no hacer ruido. Después chasqueó la lengua.

-¡Ay, Javi, Javi! Menudo bicho estás hecho. Conque todo.

Mi hermana estaba moña y apenas quería hablar conmigo. Se tiró así unos buenos días. A mí en cierto modo me venía bien, porque de esa manera no me estaba dando la tabarra todo el rato, pero por otro lado me sentía mal con aquel ambiente negativo. Me preguntaba en qué lugar me habría visto darle un beso a Belén. Belén nunca había venido a casa. Solo quedaba que nos hubiera visto en el parque.

-¿Nos viste en el parque?

La pilló de improviso y tuvo que situarse.

-¿Qué?

-Que si nos viste en el parque. A Belén y a mí. Dándonos el beso.

Dijo que sí.

-¿Y por qué quieres aprender?

Dijo que para cuando tuviera que besar a un chico.

-Pero si todavía eres muy joven...

Dijo que no, que todas sus amigas sabían.

-¿Y quién ha enseñado a tus amigas, a ver, listilla?

-Pues no sé -contestó la muy pánfila.

-Nadie -añadí yo-, no saben.

-Sí saben -insistió ella muy convencida.

-¿Y tú cómo sabes que saben, solo porque te lo dicen?

Dijo que había visto con sus propios ojos a más de una besarse con chicos en el colegio, a la hora del recreo. Y que algunas entraban con el novio en los aseos. No tuve manera de escapar, pero bueno, al menos había restablecido la relación con mi hermana. La consecuencia fue que no tardó en venir a pedírmelo otra vez. Anda, Javi, no seas malo conmigo. Me chantejeó vilmente con las faenas de la casa y yo no pude resistirme porque había tocado una de mis debilidades. Entonces cedí.

-Bueno, anda. A ver. Tienes que girar un poco la cabeza... No, no tanto; solo un poco, idiota. Así. Ahora cierra los ojos. ¡Pero no hace falta que los aprietes! Así.

Le di un par de besitos tiernos en la boca. La boca le sabía todavía a la merienda que habíamos tomado. Abrió los ojos después.

-¿Podrías repetirlo?

La profe se paseaba pasillo adelante, mirando cómo hacíamos los ejercicios. Se paraba en una mesa y corregía, sugería o preguntaba a alguien. Eso nunca lo hacía conmigo, por eso me extrañó que ese día lo hiciera.  Se presentó delante de mi mesa y se interesó por mí. Yo me temía lo peor.

-¿Qué tal lo llevas, Javi?

El tono de su voz, sin embargo, no olía a guerra. Se inclinó apoyándose con las manos en el tablero. Llevaba los suficientes botones de la camisa desabrochados como para que se le pudieran ver parte de sus dos preciosas manzanas. Morí del gusto de acariciarlas con la vista, aspirando ese perfume tan suyo. Levanté la vista y dije que bien, que creía llevarlo bien.

-Déjame ver.

Le pasé los folios. Echó un vistazo. Luego los dejó y volvió a apoyarse como antes.

-Eres un crack cuando quieres. Me pregunto por qué no lo eres todo el tiempo.

Esto lo dijo mirándome a los ojos con una sonrisa irónica y yo no lo pude soportar.

Mi hermana era una plasta insoportable. Y una chantajista de mucho cuidado, esto era lo peor.

-Bueno, está bien. Anda, ven.

Le di otro beso de aquellos y luego otro porque ella siempre decía: ¿Podrías repetirlo?

-Bueno, ¿qué tal? -pregunté después.

No parecía estar muy contenta con el resultado. Se fue porque la llamaron sus amigas. Pero a la noche volvió. Se sentó encima de mí y me echó los brazos al cuello.

-¿Tú me darías otro, Javi?

Yo te voy a mandar a la mierda un día de estos -respondí mentalmente.

-Pero otro de verdad -añadió ella.

-¿De verdad? ¿Y cómo son los de verdad? ¿Crees que no han sido de verdad los otros que te he dado?

-No.

-¿No?

Levanté los brazos haciendo mucho aspaviento.

-¡Dice que no!

-Andaaa... Sabes de sobra cómo se hace. Hago yo la cena y lavo los platos y hago tu cama, ¿vale?

Esos eran resortes mágicos.

-Bueno, vale, pero que conste que este es el último, el definitivo, ¿de acuerdo?

Aceptó el trato. Cerró sus ojos y yo también los míos haciéndome a la idea de que iba a besar a Belén. Le comí la boca un poco como había aprendido a hacer con ella. Y paré enseguida. Se me empezó a encabritar la pija y me dio espanto que eso me pasara con mi hermana.

Vino haciéndose la encontradiza, apoyando un brazo en mi hombro.

-¿Qué haces, Javi?

Yo estaba jugando una partida de un juego en internet después de haber hecho mis santos deberes.

-Ya ves.

Como veía que no se iba ni se quedaba, le pregunté qué era lo que quería. Dijo que nada. Pues bueno, yo seguí jugando, pero al mismo tiempo me fui alertando porque me temía lo peor. Como aún seguía allí, apoyada en mi hombro, le pregunté si no tenía nada que hacer. Dijo que no, que ya lo tenía todo hecho. Pues bueno, ya se hartaría. Al rato:

-Javi...

-¿Qué? -solté yo con retintín.

-Nada -respondió, y salió corriendo.

Paré la partida. Me había sacado del juego, había hecho que me preocupara. Aproveché la pausa para desperezarme y tomar la merienda. Estaba en la cocina, tomando un zumo, cuando ella entró. Cogió un vaso alto del escurreplatos y lo puso sobre la encimera. Vació zumo dentro y empezó a bebérselo, como yo, a mi lado. Estaba seria y como un poco enfadada. Joder, no es que no la comprendiera... Se había hecho mayor y quería aprender cosas, a mí también me pasaba, pero no era forma comprometer a tu hermano para que te las enseñara.

Se sentaba sobre mis piernas y ya pesaba demasiado como para que no supusiera una molestia. Se movía y me clavaba los huesos del culo en los muslos.

-Me estás haciendo daño.

Dejó de castigar el teclado, se levantó, y se desarrugó la falda. Luego volvió a sentarse sobre mí dándome la cara esta vez y echando un solo brazo sobre mi cuello. Quizás creyera que todo podía seguir como siempre, pero yo me daba cuenta de que no. Ya no era una nena inocente. Yo estaba mirando la pantalla del ordenador, pasando páginas en internet, disimulando la incomodidad de tenerla encima y no ya por el peso. Acercó la cara a la mía hasta el punto de notar su aliento. Miraba ella también a la pantalla, disimulando, la giraba para mirarme y luego otra vez a la pantalla.

-Javi...

-¿Qué?

-Nada.

Sentía cómo se me iba despertando la pija, cómo se iba apoderando de mi cuerpo un calor sospechoso, pero no hacía nada por evitarlo. Prefería esperar a actuar. A levantarme y hacer que mi hermana dejara de estar sentada de aquella forma sobre mí. O a decirle que me estaba haciendo daño, como antes. Era horrendo sentir eso con mi hermana, pero no hacía nada por evitarlo. Prefería no hacer nada. Mi hermana apoyó su cabeza sobre la mía.

-Javi...

-¿Qué?

Yo sabía muy bien lo que buscaba, lo malo es que ahora no me molestaba. O no me molestaba lo suficiente como para evitarlo.

-¿No tienes otro con quién practicar?

-No.

-¿Por qué? ¿No tienes amigos?

-Sí.

-¿Y por qué no lo haces con alguno de ellos?

-No lo sé.

-¿No lo sabes?

-No.

-Dices que tus amigas tienen novios, no veo por qué tú no lo puedas tener. ¿No hay nadie que te guste?

-No

-¡Vaya!

Me giré y la miré, le di un pico y ella se cogió enseguida uno un poco más grande y así empezamos. No era nada exagerado, solo rozar labios con labios, morder labios con labios... pero tampoco inocente. La pija se me puso como un auténtico tocón. Tuve que decir basta de la mejor manera que pude para cortar. Fui al baño y me bajé los pantalones y la tenía encendida viva. Joder, Javi -me dije-, que es tu hermana.

Luego no queríamos ni mirarnos. Cenábamos y como si estuviéramos solos y fuera solo un fantasma lo que teníamos enfrente. Ella rompió a decir que una amiga suya había tenido una falta en la regla. Que si eso signifcaba que se había quedado embarazada. Yo estuve a punto de vomitar. ¿No había podido elegir otro tema de conversación?

-¿Por qué lo preguntas?

-No sé.

"No sé", "no sé"; ella nunca sabía nada.

3

La profe me mandó al trastero de nuevo y esta vez sí que no había hecho nada para merecerlo, nada. La ha tomado conmigo -me dije-, está claro. No me perdona que la mire y me pajée. Cada vez tengo peor nota en la asignatura porque no me lo perdona. Como suspenda se va a joder todo. Pero por otro lado se portaba muy bien conmigo, trataba de apoyarme como no había hecho antes, para que llegara aunque fuera al aprobado, y eso me confundía enormemente. No había quien la entendiera. "Javi, al trastero x minutos", esa era su frase preferida. Siempre un poco antes del recreo para joderme más. Pero estaba vez no había hecho nada, nada. Lo juro.

-Bueno, Javi, creo que tú y yo debemos mantener una conversación sobre este asunto...

Una conversación -me dije yo- ¿sobre qué asunto? La luz entraba por el ventanuco como un caño y se postraba a sus pies y yo pensé que el mundo entero lo tenía postrado a sus pies y no había nada que hacer contra eso. En el resto del trastero flotaba una neblina llena de los puntos de luz del polvo.

-No por nada sino porque lo necesito para comprender, espero que me entiendas.

Meneé la cabeza en sentido afirmativo como para decirle: Vale, adelante, me tienes en tus manos. No puedo hacer nada, tengo que someterme a un nuevo interrogatorio, no hay nadie que pueda acudir en mi ayuda.

-Quiero saber. Creo que tengo derecho a ello. Tú me miras impunemente, te pajeas cómo y cuando quieres y creo que, como mínimo, tengo ese derecho.

Dio unos pasos en un sentido y en otro y luego se quedó en la misma posición: enfrente de mí y con los brazos en jarras. Yo estaba sentado en la banqueta y esperé la primera andanada. Y fue muy fuerte. Tan fuerte como jamás la imaginé.

-Quiero ver cómo te lo haces.

Y de inmediato añadió:

-No me mires con esa cara de animalito asustado, ahora no me mires con esa cara. Seguro que cuando te la estás machacando y piensas en tu profe no es esa la cara pones. ¿O me equivoco?

Su tono de voz era bajo, como para no armar escándalo, pero firme. Yo no sabía muy bien lo que quería. Si es lo que pensaba, me parecía descabellado. ¿Cómo me iba a poner allí a enseñarle cómo me hacía una paja? ¿Cómo me iba a pajear delante de ella? Eso no era posible.

-Vamos, a qué esperas. Has venido a clase, le has visto las bragas a tu profesora, te has ido a casa y te has encerrado en el baño. Ahora quiero que me muestres el resto de la película.

No me atrevía ni a mover un dedo. Estaba paralizado como si me hubiera caído un rayo encima.

-¿Me he explicado bien o tengo que repetírtelo?

Yo seguía sin poder mover un músculo.

-Bueno, quizás necesites algo de ayuda. Levántate, ponte de pie. ¡Vamos!

Hice lo que me ordenaba. Me desabrochó los pantalones con una sola mano como si hubiera hecho magia, y pegó un tirón de ellos para bajármelos. Yo caí sobre la banqueta. Miraba mis piernas desnudas, mis calzoncillos al aire, qué vergüenza tan grande. La pija estaba tan asustada como yo, ¡como para hacerme una paja!

-Vamos, Javi; ¿qué te pasa? ¿No te da ninguna vergüenza mirarle las piernas a la profesora, espiarla cada segundo que estás en clase y ahora te la da que te vea cómo te lo haces?

Dejó la pregunta en el aire y flotó por todo aquel cuchitril lleno de trastos. De pronto, dijo:

-¡Oh, qué fallo el mío!

Y yo pensé en qué habría fallado, ella que no fallaba en nada.

-Ahora comprendo. En los últimos días no me las has podido ver porque he llevado pantalones... ¿Es eso, Javi?

No, no era eso, pero cierto que los últimos días había llevado pantalones. Con lo que a ella le gustaban las faldas. Sobre todo las ajustadas, como la que se  había puesto hoy. Yo se la podía ver, aun amorrado como estaba. Sus zapatos, sus piernas, la falda por encima de las rodillas.

-¿Es eso, Javi? ¿Que no me has visto las bragas los últimos días? ¡Qué gracia me hace! Creo que has debido de vérmelas todas, y mira que tengo. Pues eso tiene solución.

No sabía muy bien qué quería decir con que tenía solución, solo que todo aquello había empezado a parecerme un sueño, algo irreal.

-Te las puedo enseñar.

Cuando dijo eso el corazón empezó a latirme alocado. Cuando se echó mano al borde de la falda y comenzó a tirar para arriba de ella casi sufro un infarto. La pija se me erizó de un golpe.

-No tengo inconveniente en hacerlo.

Tiró muy despacio de la falda arrugándola. Yo iba viendo al mismo tiempo cómo se le desnudaban las piernas, cada vez más arriba y pensaba morir. Cuando dio un tirón de los lados para subírsela del todo y aparecieron las bragas, tenía la pija con una erección despiadada, a punto de reventar.

-¿Las ves ahora, Javi?

Se rio un poco.

-Sí, ya veo que sí.

Se acercó a mí y con una mano tiró de los calzoncillos y me desnudó. La pija estuvo a punto de sufrir el mismo infarto que yo hacía unos segundos. Dolía de tan tiesa.

-Vamos, Javi, ¿a qué esperas? Cáscatela.

Oír "cáscatela" desencadenó una ola terrible en mi cuerpo. Tomé la pija en la mano mientras perdía los ojos en el triángulo de las bragas y no  hizo falta hacerle nada más, saltó echando chorros como una endiablada. Los primeros disparos alcazaron un zapato de la profe. La profe se acercó a mí y pegó mi cara a su vientre mientras yo me debatía conmigo mismo. Las bragas de la profe olían a su perfume y a coño, a su coño divino. Me venían retemblidos como no había tenido nunca. Me echó una mano a la barbilla y me apretó la boca.

-Ay, Javi, Javi. Creo que la conversación ha sido muy productiva. ¿No te parece?

Cada vez que la veía venir se me revolvía algo en el estómago. Javi, no lo estás haciendo bien. Es tu hermana y lo estás permitiendo. Lo estás permitiendo. Pero por otro lado lo estaba esperando, en cierto modo. En cierto modo y desde algo escondido en mí, lo estaba esperando. No hacía nada por que se produjera pero tampoco por impedirlo. Ahora venía y se apoyaba en mi hombro y me decía qué haces Javi y yo le respondía que echando un rato en el ordenador. Le rodeaba con un brazo las caderas y la apretaba levemente, y entonces ella interpretaba eso como un permiso y se me subía encima. No nos besábamos enseguida, tenía que pasar un rato haciendo como si ese propósito no existiera, como si necesitáramos mentalizarnos de que el hecho, cuando se produjera, sería algo espontáneo, no premeditado. Necesitábamos que pasara el tiempo. Lo cierto es que a mí se me ponía la pija erecta desde el primer minuto. Ella me rodeaba el cuello con los brazos y yo asomaba la cara por encima de su hombro para mirar al ordenador.

-Javi...

-¿Qué?

-¿Tú sientes algo?

-¿Algo? ¿Cuándo?

-Ya sabes.

"Ya sabes". Sí que lo sabía. Lo que no sabía muy bien era qué contestar. Si le decía que sí, abonaría el terreno. Si le decía que no, tal vez se acabara todo. Opté por devolverle la pelota.

-¿Y tú?

Dijo que sí.

-¿Y qué sientes?

-Como cosquillas.

-¿Como cosquillas?

-Bueno, no como cosquillas, parecido. Como cosquillas por todo el cuerpo.

"Como cosquillas por todo el cuerpo", era una manera de definirlo. Tragué saliva.

-¿Nos damos uno, Javi?

Dejé el ratón y puse la mano sobre una sus piernas. Con la otra la sujetaba por la cintura.

-Bueno.

Nos morreamos muy lentamente esa noche y muy lascivamente. Me sentía tan mal como bien. Tan horrendo como disparado.

-¿Te gusta? -me preguntó.

Afirmé con la cabeza y luego de palabra. Ella se respondió después.

-A mí también.

-Pero no deberíamos hacerlo, ¿lo sabes?

-¿Por qué no?

-Porque somos hermanos.

-¿Los hermanos no hacen estas cosas?

Me indignó la pregunta.

-¡Sabes de sobra que no!

-No, no lo sabía.

-¿No lo sabías o no quieres saberlo? ¿Conoces muchos hermanos que se anden besando como si fueran pareja?

-No.

-¡Pues entonces!

-A mí no me importa. ¿Y a ti?

-¿A mí? -dije airado-, ¡a mí no sé lo que me importa!

-No quiero que te enfades conmigo, Javi. No te enfades, por favor.

Mi hermana me preguntó si a su amiga le vendría la regla pronto. Al día siguiente se lo comenté a Belén. Estábamos en el parque, con los amigos. Me aconsejó que le dijera que no se preocupara, que, si habría de vernirle, le vendría, y que si no, pues eso. Belén y yo no es que hubiéramos llegado al punto de salir juntos, quizás estábamos un poco antes. Nos gustábamos y hacíamos cosas. Nos morreábamos mucho y nos poníamos calientes. A ella le gustaba que la tocara, pero siempre por encima de la ropa. Siempre llevaba shorts y camisetas y estaba bastante buena. Yo le pedía que me tocara la pija y me la tocaba por encima de los pantalones. A veces estábamos completamente solos y nos calentábamos mucho. Belén empezaba a dar pequeños gemidos cuando llevaba un rato amasándole la entrepierna y yo me corría, mojándome los calzoncillos y los pantalones, y tenía que volver a casa con la mancha. Aún no la había visto desnuda, ni siquiera en sostén y bragas, ella no quería. Yo se lo proponía cada dos por tres, pero no había manera. Notaba al tacto sus tetas y sus pezones y el sujetador a través de la tela de la camiseta, lo blando del coño a través del vaquero de los shorts, pero nada más.

No me creía nada de lo que había pasado. Era perfectamente como si lo hubiera soñado. No podía convencerme de que hubiera sucedido. Todo estaba envuelto en una niebla, exactamente igual que los sueños. Había sido demasiado fuerte. Era terrible a la vez que inflamante. Empecé a mirar a la profesora de otra manera, no sabría explicar cómo. Y la profesora a mí, creo que eso también. La profe se limitaba a mirarme de vez en cuando con algo que yo interpretaba como indiferencia, como si lo del trastero no se hubiera producido jamás. Y podría pensarse que aquella experiencia me podía haber servido de escarmiento, pero nada más lejos de la realidad. Lo que hizo fue aumentar mi cegación por ella. Estaba ciego por ella. No tenía ojos nada más que para ella. Y pija. Recordar lo que hizo con la falda me ponía enfemo. Me la tenía que pelar varias veces seguidas para aplacar el fuego. Albergaba esperanzas de que algún día se repitiera algo parecido, pero, a medida que pasaba el tiempo, ya se veía que aquello no iba a ser posible. La profe estaba más buena que nunca pero de enseñar nada. Lo más aquellos leggins negros. Mi nota iba para abajo, en proporción inversa a mi chaladura por la profesora. Me sentía tan inflamado como desesperado. Lo daba todo por perdido cuando hizo una parada en mi mesa. Algo me recorrió de las uñas de los pies a las puntas del pelo.

-¿Qué tal, Javi?

Respondí que bien.

-Ven a mi despacho a la hora del recreo. Quiero que hablemos de tu nota.

Yo nunca había entrado en el despacho de la profe. El despacho de la profe solo lo visitaban los plastas y los pelotas, que a veces eran el mismo o la misma. La profe me indicó que me sentara. Qué guapa estaba la jodida. ¡Y qué tetas tenía! Y qué manos y qué todo. Dijo que no le gustaba el bajón que había pegado, que si continuaba así lo más probable es que suspendiera y que nada le agradaba menos que suspender a un alumno.

-Dime una cosa, Javi. ¿Cómo llevas lo de estudiar en casa?

Fui sincero. Dije que apenas le dedicaba tiempo.

-¿Y a qué se lo dedicas, aparte de lo que ya sabemos?

Fue un golpe bajo por su parte, pero yo seguí siendo sincero: a los videojuegos, internet, la tv.

-¿Y qué dicen tus padres de todo eso?

-Nada.

-¿Nada?

Le dije que trabajaban en un restaurante y que solo estaban en casa unas horas por la mañana y los lunes.

-Entiendo. Bueno, pues me vas a prometer que vas a hacer un esfuerzo por dedicarle un poco de tiempo al día. Ya verás como todo mejora.

Se lo prometí más que nada porque era ella, sin estar muy seguro de poder cumplirlo.

-Y vamos a hacer una cosa, si te parece bien.

Me pregunté yo "qué cosa".

-Me vas a llamar después de haber echado ese rato para que yo tenga constancia de que lo has hecho.

Caramba, la profe estaba allí, detrás de la mesa, revestida de una autoridad que yo desconocía.

-¿Te parece bien?

Me parecía de perlas. Claro que lo haría.

No, no solo le estaba tocando la pierna, estaba haciendo algo más. Javi, eso no puede ser, es tu hermana. Pero había otro Javi que no pensaba lo mismo. ¿Y mi hermana, qué pensaba mi hermana? Mi hermana no pensaba nada, lo veía todo tan normal. ¿Estaba pirada... o era una pánfila ignorante que no se enteraba de nada? No lo sabía muy bien y el otro Javi no buscaba más que aprovechar las grietas para meterse dentro.

No solo le estaba tocando la pierna, se la estaba acariciando, había subido y bajado la mano a lo largo de ella y había llegado hasta el borde de las bragas. Y aun tenía ganas de más. Mientras nos dábamos esos besitos seguidos, después de habernos rebañado la boca, mi pija estaba que botaba debajo de mis pantalones. Erguida hacia arriba como un mástil, queriendo alcanzar a toda costa la entrepierna de mi hermana. Y yo me contenía diciendo: No, Javi, eso no puede ser, eso supondría traspasar un límite peligroso. ¡Pero sí que pudo ser porque ella misma lo hizo! Se levantó un momento para volver a sentarse justo encima de mi paquete. Yo la miré a la cara pero ella no quería mirarme. Miraba para abajo o  para un lado con los ojos entornados. ¿Lo habría hecho a posta y le estaba dando vergüenza? ¿O me estaría equivocando y sería que estaba incómoda y quiso cambiar de postura? Nada de esto tenía seguro. Lo seguro era que el sexo de mi hermana y el mío se estaban tocando, aunque fuera a través de la ropa. No me atrevía a hacer ningún movimiento. A través de la pija, notaba la blandura en la entrepierna de mi hermana y eso  me hacía tragar saliva. ¡Joder, qué estábamos haciendo! Mi hermana se había estrechado contra mí y no hacía más que darme besitos en la boca, pequeños pero ardientes. Le ardía la boca y el bigote. Yo le mordía algunas veces un labio con los míos y tiraba un poco de él, como para darle un pequeño pellizco. No pude resistir la tentación de cogerla del culo y de apretarla un poco contra mi cuerpo. Entonces se zafó de mí y salió disparada. Me dejó estupefacto. Salí detrás de ella intentando alcanzarla pero ya se había encerrado en su habitación. Me dieron ganas de preguntarle qué había pasado, si la había molestado algo de lo que yo había hecho. Me reprendí a mi mismo: ¿Cómo has dejado que pase todo eso? ¿Cómo lo has consentido? Al poco rato, cuando ya me la había pelado, me dije: Mejor. A ver si ya se entera la idiota esta de qué va la cosa y no vuelve más.

4

Marqué con nerviosismo los nueve dígitos. El teléfono empezó a sonar, y a sonar, y a sonar, y no lo cogió. Probé una vez más, y otra, y fue inútil.  Qué desastre, qué frustración la mía. Lo dejé, desilusionado. Ahora que había empezado a estudiar de verdad... Mi hermana me veía con el libro de texto en la mano y me miraba extrañada.

Ese día salí con los amigos y también me fui con Belén al parque. Acababa de llover y estaban los bancos mojados, así que nos fuimos a uno de los rincones oscuros. Teníamos que estar de pie, pero nos daba igual. Yo le metí mano, como siempre, y ella a mí, aunque ya se sabe, sin traspasar la ropa. Intenté desabrocharle el pantalón y ella respondió dándome un manotazo.

-¿Pero qué haces? ¿Tú qué te has creído?

Belén era mucha Belén. Sin embargo, si dejó que la abrazara y la morreara, le sobara las tetas y le diera empellones con la pija en el coño. A eso no se oponía; bien que abría ella las piernas.

Cuando miré el teléfono tenía un mensaje de la profe. Me estalló de alegría la cabeza. "Siento no haber atendido tu llamada, Javi. Prometo estar más atenta la próxima vez. Lo que importa es que has estudiado".

Luego en clase me dedicó una sonrisa de aprobación. Eso me motivó muchísimo porque era la primera vez que la profe me sonreía de esa manera. Qué guapa estaba la jodida y qué polvo tenía.

Tenía que cortar con lo de mi hermana. Se había convertido en un vicio oscuro que se había apoderado de mí y me hacía daño después, cuando todo terminaba. Cuando me iba al baño y me la pelaba porque ya no quedaba otra. Después me sentía muy mal. Tenía que cortar, pero no sabía cómo. Porque cuando se acercaba a mí con esas intenciones -y yo las podía oler a distancia- me entraba un veneno en el cuerpo que hacía que me paralizara y lo consintiera todo. Me ardía algo dentro y lo deseaba. Deseaba el beso y el abrazo con mi hermana, el contacto. La abrazaba por la cadera y ella saltaba enseguida encima de mí, como si hubiera estado días esperándolo, sin ningún cuidado, con vicio. Eso es, con vicio. Ella también tenía vicio. Y llegaba un momento en que se ceñía a mí, tanto como para situar su entrepierna encima de mi paquete. Ahora yo la cogía del culo con una mano y con la otra le recorría la espalda mientras le daba morro. Abría la boca para coger dentro toda la suya, y ella empezó a hacer lo mismo. Nos besábamos con las bocas abiertas, intercambiando las salivas. Aquello había degenerado en un deseo violento. Yo ya no tenía cuidado en moverme para empujar la pija en lo blando de mi hermana y mi hermana no tenía reparo en mover las caderas arriba y abajo para sobarse con ella. Darnos la lengua fue una pura consecuencia y, sin embargo, significó mucho más que eso: un punto de inflexión, de no retorno. Un consentimiento expreso y brutal para todo. La primera vez que se la metí y me encontré con la punta de la suya fue algo tan vibrante, tan electrizante, que me corrí de seguido. Me apoyé en el hombro de mi hermana, emitiendo gemidos hondos y roncos. Mi hermana me preguntó de pronto:

-¿Qué ha padado, Javi?

Lo repitió, retirándose de mí un poco, mirando para abajo.

-¿Qué ha pasado, Javi? -como con miedo. Y viendo que yo no respondía más que "nada", "nada", cuando podía respirar, se levantó y se fue corriendo a su cuarto.

Moviéndonos por la casa, haciendo las tareas cotidianas, eso no lo íbamos a evidenciar. No lo íbamos a evidenciar hasta que no estuviéramos dentro de la vorágine. Mi hermana me estaba besando con los labios ya encendidos, con la boca medio abierta.

-¿Qué pasó, Javi?

Respondí que nada, y seguí besándola. Eran ricos aquellos besos, deliciosos, como no lo eran con Belén, ¿por qué?

-¿Te corriste?

Me retiré de ella, asustado.

-¿Tú cómo sabes eso?

-Joder, Javi; ¿piensas que soy tonta?

Debo reconocer que lo pensaba pero que me estaba equivocando.

-Sí, fue eso -dije escuetamente.

-No pasa nada, a mí no me importa.

Esto era lo peor de todo, que a ella no le importaba nada. Hasta me autorizaba a correrme delante de ella. Metí una mano entre mi cuerpo y el suyo para situar mi pija bien delante de su coño. La empujé para asegurarla ahí. Mi hermana empezó a besarme más fuerte, más apasionada, a darme lengua sin control. Yo a comerle la boca a mordiscos, a mordisquearle en el cuello y las orejas y a empujar y empujar hacia arriba. Entonces ella hizo algo totalmente inesperado para mí. Metió una mano por debajo de su falda y empezó a tocarse el botón. Me puso enloquecido. Tanto que la tomé del culo y empecé a dar empellones contra su raja. Ella se tocaba con frenesí y exhalaba respiraciones entrecortadas. Paró de golpe y huyó, como había hecho tantas veces, pero esta vez, al contrario que las otras, no la seguí sino que me quedé sentado donde estaba, con la pija a punto de explotar. Después me dio la idea de acercarme hasta su habitación con sigilo y poner oído a la puerta. Ya venía sospechando algo. Se lo estaba haciendo. ¡Se lo estaba haciendo! A eso es a lo que venía cada vez que estábamos de esa manera, cada vez que hacíamos "eso". Los ruidos que hacía no dejaban lugar a dudas. Jadeó hasta correrse. Yo me la pelé allí mismo. Saltaron los chorros al lado de la puerta. Me vino el bajón y me sentí morir. Ahora tendría que limpiar todo aquello. Eso no podía estar allí cuando ella saliera. Fui rápido a por la fregona. Di unos hisopazos donde estaban los rastros de leche. Mi hermana debió de oírme.

-¿Javi?

Dije: ¿Sí?

-¿Qué pasa?

Dije que nada.

5

"Muy bien, Javi. Te has portado. Llámame mañana a eso de las tres de la tarde. Quiero felicitarte". Su mensaje me volvió a regocijar. Que la profe se ocupara de mí me hacía sentir importante, al mismo tiempo que reforzaba mis esperanzas con ella. Más después de haber tenido un desencuentro con Belén. Le pregunté si se masturbaba y ella me respondió:

-¿Pero qué me estás diciendo? ¿Qué te has creído, so guarro? ¡Eso solo lo hacéis los chicos, que sois unos salidos!

Me hizo sentir mal. ¿De verdad que Belén no se lo hacía, no se lo había hecho nunca? Entonces, ¿a qué venían aquellas respiraciones fuertes y aquellos gemidos reprimidos cuando estábamos acalorados? Porque no era cierto que solo nos lo hiciérmos los chicos, ahora estaba seguro. Le iba a proponer que me dejara tocárselo, meterle la mano por debajo de las bragas, pero como para hacerlo.

Llamé a las tres.

-¡Hola, Javi! ¡Qué bien que me hayas llamado! Bueno, tengo que felicitarte porque hayas sabido dejar un rato cada día de esta semana para tus estudios. Enhorabuena. No hace falta que te lo creas mucho, pero desde luego es un buen dato. Espero que sigas así.

-Sí, lo haré -le aseguré, aunque no completamene convencido.

-Muy bien, Javi.

Dejó transcurrir un par de segundos. Noté el tono algo cambiado.

-Me siento tan contenta, que me gustaría invitarte a merendar esta tarde en casa. Dime, ¿tienes algo esta tarde?

Ni aunque lo tuviera.

-No.

-Es viernes, ¿seguro que no?

-Seguro.

-¿Te apetece, entonces?

Yo creo que a aquellas alturas ya sabía todo lo que me apetecía.

-Bueno, pues, ¿te espero a las siete?

Dije que sí, a las siete.

-¿Cómo andas de memoria? ¿Lo mismo que de pene?

Ella se rio alegremente y yo aguanté el golpe bajo.

-Si es así, no tendrás que apuntar nada. Si no, es mejor que tomes papel y lápiz.

-No, dígamelo -me atreví a sugerir yo.

Ella me dio su dirección.

-¿Tendrás problema para llegar aquí?

Dije que no, muy convencido. Estaba lejos, al otro lado de la ciudad, pero estaba seguro de poder encontrar su casa.

Quise vestirme bien. Me había duchado concienzudamente y peinado, me había puesto el desodorante que me gustaba y la colonia. Mi hermana me preguntó  dónde iba. Le dije que me habían invitado a merendar, sin especificar quién. Esta vez estaba dispuesto a mentirle. Vio lo bien arreglado que me estaba poniendo.

-¿Te ha invitado Belén?

Dije que no. Le dio algo de vueltas a preguntarme de nuevo.

-Entonces ha sido Ioana, ¿a que sí?

-Tampoco.

No preguntó más. Ioana era una nena del barrio de orígen rumano que se llevaba a los chicos de calle, pero que a mí no me gustaba. Hablaba de aquella manera, comiéndose palabras y solo imaginarme en la intimidad con ella me daba grima. Pregunté a mi hermana si se las podía apañar sola y dijo: No te preocupes.

Llegué un cuarto de hora después. La verdad es que la cosa estaba más liada de lo que pensaba. Me costó encontrar el portal y la escalera. La seño me abrió la puerta con una sonrisa pero yo estaba un poco nervioso. Bastante, a decir verdad. Me invitó a pasar. Caminamos a lo largo del pasillo y ahora la profe no me pareció tan alta -apenas me sobrepasaba-, ni tan dura e inflexible como en clase. Me invitó a sentarme en el sofá mientras ella iba a por la merienda.

-¿Qué tal, Javi? -me preguntó desde la cocina.

-¡Bien, muy bien!

-¿De verdad que estás bien, no te sientes algo nervioso?

Yo recapacité sobre su pregunta. La verdad es que estaba bien, a gusto sentado en aquel sofá tan cómodo, pero al mismo tiempo algo nervioso.

Dije: Las dos cosas, y reí. Ella también rio un poco.

-Es normal. Todos nos sentimos algo nerviosos en determinadas ocasiones. ¿Pero no será la primera vez que te invitan a merendar?

Me dio vergüenza decir que sí de modo que dije no.

Vino con la bandeja y la dejó sobre la mesita. Había dos vasos altos con naranjada, dos servilletas, dos posavasos y dos cruasanes en dos platos. Se sentó a mi lado. Llevaba chándal y zapatillas de deporte, unas zapatillas de deporte preciosas. Aún con el chándal y todo estaba buena de cojones. Me estuvo hablando un poco de la asignatura, de lo que ella esperaba de mí. Yo no podía apartar la vista a sus tetas, me resultaba imposible.

-Solo te puedo asegurar que no te vas a arrepentir nunca de haber dedicado un tiempo a tus estudios. Y entiendo que vosotros esteis pensando en otras cosas; es normal, a todos nos ha pasado.

Trajo cuchillos y tenedores y nunca pensé que ella se fuera a comer el cruasán con la mano. Yo como un idiota trinchando y cortando.

-Y dime, ¿tú tienes novia? Quiero decir, ¿andas con alguien? Porque también puede ser otro chico...

Me apresuré a decir que no.

-O sea, novia. O compi, o como tú la llames.

Dije que sí, pero que no era nada importante.

-¿Eso quiere decir que no os acostáis juntos?

Qué jodidamente directa era la tía.

-No.

-Pero sí que haréis otras cosas, manitas y eso.

Se recostó en el sofá después de tomar su naranjada. Qué buena estaba la jodida. Qué polvo tenía. Quién tuviera la suerte de follársela.

-Y usted... -dije con la voz un poco rota-, ¿usted tiene... marido?

Se echó a reír estrepitosamente.

-No, nunca he tenido marido. Y no me llames de usted, no aquí en mi casa, al menos, ¿de acuerdo?

Afirmé.

-Aquí me puedes hablar de tú y llamarme por mi nombre. Otra cosa es el cole.

Inspiró y expiró con fuerza.

-O sea, que manitas.

Más bien habría que decir manazas. Yo le sobaba la entrepierna a Belén como para que saltaran chispas, ella me retorcía la pija por encima de los pantalones hasta hacerme daño.

-Qué maravillosa esa época.

-¿Maravillosa por qué?

-Ah, qué decirte, Javi. Porque uno no sabe nada, solo intuye cosas. Y las cosas que intuye son maravillosas, y, a medida que las conoce bien, son más maravillosas todavía.

No la entendía un comino. Giró la cara para mirame.

-Tú, por ejemplo. Te la machacas todos los días y debo de entender que eso te satisface mucho, porque si no, no te lo harías, y lo haces ¿pensando en qué? Dime, ¿en qué piensas en ese momento, en concreto? No te cortes, me gusta la gente que habla claro. Y aquí no hay nadie que nos vaya a oír.

Yo amorré un poco la cabeza, mirando al suelo.

-No sé.

-Venga, Javi, sí que lo sabes. No me lo quieres decir. ¿Te pongo un caso concreto?

Me ves las bragas, vas a tu casa y te la machacas, ¿en qué piensas en ese momento?

Se me estaban calentando hasta las puntas de las orejas. Hice memoria y se lo dije.

-¿Solo en las bragas? ¿O en eso y en algo más?

-No sé, en todo.

-¿Qué quiere decir "en todo"?

-Pues que pienso en todo. Pienso... -lo quise dejar más o menos elegante-, pienso en ti.

-¿Piensas en mí? -dijo entre risas-. Qué bien, piensas en mí. ¿Y qué piensas hacer conmigo?

-No sé, cosas.

Estaba que me moría de la vergüenza. Ella alargó una mano a mi barbilla y me subió la cabeza para que la mirara.

-Conque cosas, ¿eh? Pedazo de guarro...

Me soltó y volvió a recostarse.

-¿Qué imaginas, venga? No pienses que me voy a espantar por nada que digas.

¡Cómo le iba a decir lo que imaginaba teniéndola allí delante, cómo iba a hacer eso!

-¿No contestas?

No podía.

-¿Piensas...? Cuando estás en ello, ¿piensas... en follar? Dilo, venga.

Alcé la cabeza en un arrebato de valor para decir que sí. Ella me miró y luego suspiró hondo. Después se incorporó y se pegó a mi costado, me desabrochó los pantalones...

-¿No te importa?

Sí me importaba, pero ya lo había hecho una vez. Me indicó que me levantara un poco y me sacó las calzonas por los pies. Acto seguido, hizo lo mismo con los calzoncillos. Mi pija se empinó como una lanzadera. La seño volvió a recostarse en su rincón del sofá.

-Venga, Javi, háztelo. Me encanta ver tu polla y cómo te lo haces. Piensa que estás follando conmigo, si quieres.

Yo la miré y luego me eché mano. Subí para arriba y para abajo. La pija me ardía.

-Piensa que estás follando conmigo, venga.

Esas palabras incendiaron todo mi cuerpo. Aun así, me daba vergüenza hacérmelo delante de ella. Me di unos masajes, pero despacio. Entonces la profe se volvió a pegar a mi costado, flexionó las rodillas y echó los pies arriba al sofá. Apoyó una mano en mi hombro. Otra la dirigió a mi pija.

-Déjame a mí, ¿quieres?

Eché la cabeza hacia atrás y dije sí. Empezó a rebañármela con la mano de un modo pasmoso, como yo no conocía. Como si fuera un pomo y estuviera bruñendo la punta. Luego, cuando ella lo consideró, pasó a darme una friega bien fuerte y apretada, como nunca nadie me había hecho. Terminó sobándome solo el tronco, muy abajo, y ya no pude contenerme y me dejé ir. Un chorro, el más largo, lo oí estrellarse en un plato. Ella siguió dándome después, aunque más despacio, y  yo sentía que no podía dejar de echar chorros. Ella puso entonces la mano encima para que no siguiera manchando. Luego, después de que terminó todo, me restregó la leche por los pelos del pubis y por la barriga. Más tarde se levantó y me dijo: Espera.

Vino con una pequeña toalla. Limpió todo y me cubrió después con ella. Me dio un beso. El beso se me quedó grabado a fuego en los labios. Volvió a sentarse.

-Gracias, Javi. Ha sido espectacular.

Me giró la cabeza, que yo tenía apoyada en el respaldo, me volvió a besar.

-Ay, Javi, Javi. No sé qué voy a hacer contigo.

¿Follar? -respondí yo mentalmente, con todo lo mal que estaba.

-Ven aquí.

Me tomó por los hombros, se recostó, abrió las piernas e hizo que me tumbara sobre ella, medio desnudo como estaba. Yo no daba crédito a nada de lo que estaba pasando pero ahora menos. Me besó otra vez.

-¿Eh, dime, qué voy a hacer contigo?

-¿Follar? -pregunté yo, en un arresto de valor.

Empezó a reírse otra vez con esas ganas con que ella lo hacía.

-Follar, ¿has dicho follar?

Todo esto sin dejar de reír. Luego, más sería, a mi oído:

-¿Crees que tienes polla para eso?

Si algo tenía era polla y dije que sí con la cabeza, muy seguro de mí mismo.

-¿Que sí? A ver, ¿dónde está esa polla?

Me levanté un poco y quedó colgandera, allí abajo, medio tontona.

-A ver -dijo ella metiendo una mano-. Bueno, esto no es exactamente una polla, más bien una morcilla.

Se rio con estrépito. Y luego, otra vez seria, a mi oído:

-Pero vamos a conseguir que sea toda una polla, ¿a que sí?

Yo no tuve dudas y afirmé con la cabeza. Me sobó despacio los huevos como si los estuviera calibrando, y luego la pija, despacio.  Estuvo un rato amasándomelo todo con calma y con una delicadeza increíble. Al cabo, me la  puso como un obús.

-Creo que ahora si merece ser tenida en cuenta, Javi.

Me echó los brazos al cuello y me besó restregándome la lengua. Qué zafio y qué dulce era a la vez todo con ella, intenso y abrasador. Su boca y su lengua quemaban. Me la cogí con una mano y la apunté donde intúia su raja.

-¿Qué pasa? ¿Quieres follarme de verdad?

La dejé apoyada en ella y culeé con fuerza. Le di unos cuantos empellones.

-¿Estás seguro de que puedes, Javi?

Y yo asentía con mucha convicción y, para demostrárselo, clavaba mi pija en la blandura, la metía para adentro junto con toda la ropa. Ella me echó mano bajo el pelo y me tiró de él, me agarró de la espalda, del culo.

-Espera, espera.

Me hizo incorporarme. Se quitó los pantalones y luego las bragas. Le vi fugazmente ese coño divino lleno de pelo por todas partes. Luego la sudadera y el sujetador. Me cogió de la cara.

-Ven aquí.

Hizo que le chupara las tetas. ¡Qué tetas más preciosas! Hizo que me tumbara sobre ella. Me la cogió y se la apuntó ella misma a la raja. Yo tenía la pija de dura como un hueso y reventona. Empecé a morder a la profe por todas partes, los pezones, las tetas, los hombros, el cuello, la cara, y se la metí del tirón. Ella echó la cabeza para atrás, y empezaron a salir por su garganta ruidos de placer e insultos.

-Cabrón, hijodeputa; mirándome las bragas todo el rato... ¿Ahora qué vas a hacer, me vas a follar? Es lo único que te falta.

-Lo estoy haciendo -dije sacándosela y metiéndosela.

-"Lo esto haciendo, lo estoy haciendo" Qué machito él.  Pero ¿tienes polla para eso?

Respondí otra vez que sí.

-Sí, ya lo veo. Una polla monstruosa, un pollón de mil demonios.

Dejó los insultos y ya no decía más que: Eso es, eso es, al ritmo de mis embestidas.

Me cogió del culo y con pequeños apretones me ayudaba a marcar el ritmo, haciéndolo cada vez más rápido, más intenso.

-Eso es, eso es, ya me tienes.

No sabía lo que quería decir con aquello de ya me tienes, pero yo empujaba y empujaba y cada vez me pedía más el cuerpo, más fuerte, más adentro. Más fuerte, más adentro, hasta que ella empezo a gemir, a gritar, a desgarrarse la garganta, y entonces yo entendí. La pija explotó dentro con un montón de descargas de leche. Sentí unas sacudidas tremendas, una tiritona gemebunda que me hizo temblar de los pies a la cabeza. Nunca había sentido nada parecido. La saqué enseguida.

-No, no la saques todavía, por favor. Quiero sentirme llena.

Entró de nuevo hasta el fondo con una facilidad pasmosa. Todo estaba chorreando ahí abajo. La besé despacio en el cuello, en los labios. Se calmó. Me miró. Se rió. Tembló su vientre con la risa sobre mi vientre. La pija se fue retrayendo poco a poco, saliéndose ella sola a medida que se aflojaba.

-¿Qué voy a hacer contigo, eh?

Yo dije que nada mientras le daba besitos en los pezones, en las tetas.

-Tienes razón, nada. Es lo mejor.

Se levantó, recogió su ropa del suelo y se fue en dirección al baño.

-Vístete, enseguida vuelvo.

Al poco rato volvió vestida. Vestida estaba casi más guapa que desnuda, aunque de todas las maneras era un bombonazo de tía.

-¿Tienes que irte, Javi?

Yo recordé a mi hermana. Había pasado el tiempo y cómo. Eran las nueve de la noche ya.

-Creo que sí.

-No quiero retenerte ni un minuto más. Ven, te acompaño a la puerta.

Camino de la puerta, se detuvo.

-No hace falta decirte que de esto ni un sola palabra a nadie.

-No. Ni una sola palabra, seño.

-No me llames ni una sola vez más seño.

-Vale, perdona.

Me cogió de la cabeza con las manos y me estrechó la cara para darme un beso.

-Muy bien, Javi, así me gusta.

Yo la estreché de la cintura, la abracé, la besé en la boca.

-¿Querrás que te invite otras tardes?

-Claro que sí. Lo estaré deseando.

Tenía la pija tiesa de nuevo y la empujé contra la pared. Busqué con el culo la posición para apuntarle en la raja y le empujé por ahí. Ella suspiró, se encendió otra vez, pero paró enseguida. Se separó de mí, me tocó la pija por encima del pantalón, me la sobó a todo lo largo.

-Tienes que irte.

Me marchaba ya y me dio un manotazo en el culo. Me giré.

-Hasta la vista, Javi.

En clase y con sus gafas no era Ana, era la profe. Me costaba trabajo pensar que aquella mujer era la misma con la que yo había estado follando -así, con todas las palabras- el fin de semana pasado. Tanto, que dudaba de que fuera la misma. Tenía la misma cara, la misma y guapísima cara, el mismo pelo, las mismas tetas, las mismas divinísimas tetas, pero ella no era la misma. No podía ser la misma. La misma que decía aquellas palabrotas, que profería aquellos insultos. Tan comedida aquí, exacta, inflalible. No, no era la misma. La misma con la que yo había follado por primera vez en mi vida. Y qué vez. Todo estaba grabado a fuego en mi mente. Después no había querido ni tocarme para seguir disfrutando de ese leve placer, de ese vuelo que se siente después de haber follado. No quería que nadie ni nada lo estropeara. Era la primera y mágica vez que ocurría eso en mi vida. Solo quería verla a ella. Mirarla. Ver su cara. Verla a ella por entero moverse. Y ahora sí que veía a Ana en la profe. Ana estaba ahí, dentro de la profe. No se debaja ver porque estaba haciendo otro papel.

-¿Qué miras, Javi? ¿Te vas a pasar todo el día como si te hubieran hechizado?

Esas tipo de frases las decía a voz en grito en la clase, mientras se paseaba por ella, provocando las risotadas de todos. La tenía tomada conmigo.

-¡Bueno, ya está bien! ¡Estamos todos en lo que estamos!

Pues así estaba, como hechizado. Me apliqué al papel. Merecía que me preocupara por mis estudios, como decía ella. Mi nota subió en la gráfica lo mismo que me subía la pija cuando soñaba con ella.

Le había visto todo y todo era sencillamente maravilloso. Aquel coño divino, aquellas tetas divinas, aquellas piernas divinas. No por eso me dejaba de gustar verle las bragas, qué buena estaba la jodida, mucho más buena de lo que podía imaginar. Se las veía y me echaba una mirada y se sonreía por lo bajo como diciendo: Ya estás otra vez, cabrón; no habrás tenido bastante. Yo nunca tenía bastante. La pija, el cuerpo, me pedía a gritos más.

Ahora había un salto abismal entre eso y lo de Belén y no me apetecía ya lo que hacía con ella.

-Si quieres follamos y si no mejor nada.

Fue cruel decirle eso, lo sé, pero me apetecía.

-¿Follar? ¿Te has vuelto loco o qué?

-¿Por qué había de estar loco? Todo el mundo lo hace.

Por todo el mundo me refería a las parejas que conocíamos en la pandilla y el colegio y a la profesora y a mí.

-Eso es lo que tú te crees.

-No, no es lo que yo creo, es así.

Comenzamos esa discusión estúpida de pareja.

La verdad es que Belén estaba un poco gordita, no mucho, solo un poco, al contrario que mi hermana, y, no sabía por qué, me llamaban mucho la atención esas formas suyas tan redonditas, tan poco angulosas. Me deshacía pijeándole en la entrepierna y me corría como un endiablado. Tenía un vientre con una curva que me encantaba sobarle, bajando hasta el coño. Y debía de tener un coño enorme, porque toda la entrepierna se le ponía blanda y húmeda cuando se la sobaba. Los muslos tan llenos y tan lustrosos que tenía, y el culo tan respingón. Por ahí si me dejaba meterle mano cuando se ponía los shorts. También me había dejado para entonces meterle la mano en las tetas por debajo de la camiseta. No era poco conociendo a Belén. Yo le había dicho que tenía permiso para meterme la mano por la bragueta y sacarme la pija, pero ella no había querido. Tampoco quería que yo me la sacara del pantalón.

6

-¿Dónde has estado?

A ti te lo voy a decir -pensé para mí.

-En casa de un amigo.

-¿De un amigo? ¿De qué amigo?

-¿Y a ti qué te importa?

-Has llegado tarde y lo sabes. También podría llegar yo tarde, no creas que me apetece encerrarme tan temprano.

-Bueno, es verdad que se me ha hecho un poco tarde. Me he despistado un poco. Lo siento.

Mi hermana me miraba fijamente.

-Tienes manchas en la camiseta.

No dijo más que eso y se fue. Me miré al espejo del baño. ¡Horror!

Luego, en la cena:

-¿Has estado con una chica?

No le quise mentir. Dije sí.

-¿Con quién, con Belén?

Tampoco le quise mentir:

-No te lo pienso decir.

-¿Y qué habéis hecho?

-Pues nada, divertirnos, qué íbamos a hacer.

Mi hermana se afanó con la comida.

-¿Y tú? -le pregunté yo.

-He ido al súper.

-¿Has comprado todo?

-Sí. Además he traído compresas. Me hacían falta. La cuenta está ahí -dijo señalando la encimera-, y el dinero que sobra.

-¿No has visto a tus amigas?

-Sí. Han venido conmigo a comprar y luego me han ayudado a traer la compra a casa.

-Qué bien. ¿Y a tus amigos? El otro día te vi con uno.

-Ah, ese no es mi amigo.

-Pero iba contigo.

-Ya, pero no es mi amigo.

-¿Entonces?

-Viene tras de mí.

-¿Y te molesta?

-No. No me molesta. Solo quiere ligar conmigo.

Me vino una punzada de celos. Qué injusto que me pasara eso.

-Si te molesta, me lo dices, ¿vale?

-Vale.

Comía con su boquita y yo la estaba viendo. La estaba viendo y me estaba poniendo verla comer. Pensar en esa boca, en su lengua y en sus labios, desataba algo sucio y detestable en mí, no lo podía evitar.

-Al trastero, Javi. Quince minutos más todo el tiempo del recreo.

La clase se rio al unísono pero yo ya sabía que eso no era ningún castigo sino la señal. Esperé los primeros veinte minutos hasta que se hizo presente.

-Venga, Javi, bájate las calzonas y háztelo. Quiero verte otra vez. Me fascina.

Fui obediente y me las bajé, pero despacio. Ella echó la llave. Me bajé los calzoncillos y me tomé la pija. Ella se subió la falda hasta enseñar las bragas.

-Venga, Javi, ya las tienes aquí.

La mano de Javi ya estaba subiendo y bajando por su pija a buen ritmo.

-¿Las ves bien? -me preguntó mientras ella misma se tocaba, subiendo y bajando la mano desde lo más alto hasta la misma entrepierna.

La pija saltó enseguida echando leche a todo trapo.

-Joder, qué bueno, Javi.

Se acercó a mí y topó su vientre contra mi cara, aprentándome la cabeza contra él.

-¿Esto te lo provoco yo? ¿Te basta mirarme para correrte de esa manera?

Yo bajé instintivamente la cabeza y comencé a morderle en las bragas, hasta que llegué al coño. No sé, me vino así, de forma espontánea.

-¿Qué haces, Javi?

Ella se sorprendió pero no se apartó en ningún momento. Yo me arrodillé en el suelo para llegar mejor. Ella abrió las piernas, aunque después lo pensó mejor y dijo: Espera, espera. Se quitó las bragas y puso el coño debajo de mi cara. Yo empecé a chupárselo con delirio. Lo tenía completamente chorreando. Ella se contorsionó y abrió más las piernas. Gemía y exhalaba suspiros entrecortados. Le metí la lengua en la raja y probé sus jugos. Sabían a gloria bendita. Ella me cogió por la cabeza y me apretó contra su coño. Yo lamí con frenesí, tal y como había visto hacer. Ella retembló con todo su cuerpo, le flaquearon las piernas. Tuvo que caer de rodillas como yo. Estaba medio despeinada y babeando por la boca.

-¿Y ahora qué hago contigo, eh? ¿Te pego dos hostias o qué?

Su amiguito tal vez estuviera depertando su curiosidad y se olvidara de hacer nada conmigo. Si era así, mejor. Me quitaría un peso de encima. ¿Un peso de encima? Ahí estaba el otro Javi. Mi hermana entró en la casa llamándome, tal como hacía siempre. Se había puesto un vestido corto y suelto, a cuadros grises y amarillo clarito, uno de esos que tenía. Por eso dirían mis amigos que estaba tan buena, por todo lo que enseñaba sin darle cuidado. Yo estaba viendo una serie en la tele y se sentó junto a mí.

-¿Hoy no has quedado con la pandilla?

Dije que no.

-¿Y tú?

-Yo sí, hemos dado una vuelta.

Se la veía contenta. Yo miraba la tele y de reojo a ella. Se extendió y se plisó la falda, cruzó las piernas. Estuvimos viendo la serie un buen rato, hasta que acabó. Yo apagué la tele y me recosté en el sofá, todavía era demasiado pronto para cenar. Ella vino a mí y acomodó su cabeza sobre mi hombro.

-Javi.

-¿Qué?

-Aún es pronto para cenar, ¿no?

-Sí.

-Podemos ver otra cosa en la tele.

-No, déjalo, ya estoy harto.

-Bueno, es igual.

Empezó a sobarme un brazo con la mano.

-Javi.

-¿Qué?

-¿Lo hicísteis?

-¿El qué?

-El amor, esa chica y tú.

-¿Por qué preguntas eso? ¿Crees que te lo voy a decir a ti?

-Lo hicísteis, lo sé.

-¿Y si lo hicimos, qué? A ti es algo que ni te va ni te viene.

-Fue con Ioana, ¿verdad? Se está tirando a todo el barrio.

Me sorprendió. Estaba lanzando globos sonda...

-No te lo pienso decir de ninguna de las maneras.

-Fue con Ioana, lo sé.

Yo ya no dije nada más. No estaba dispuesto a seguir con una conversación tan absurda. Ella lo notó y se quedó callada, hasta que volvió con lo de siempre. Me lo dijo al oido, muy despacio:

-¿Nos damos uno, Javi?

Yo la miré, le miré las piernas que salían por debajo de la falda.

-Bueno.

La besé y me besó, nos dimos la boca. Le eché el brazo por los hombros para estar más cómodos. Le llevé una mano a las piernas y se las comencé a acariciar.

-¿Qué haces en tu habitación?

Se turbó de golpe.

-¿En mi habitación?

-Sí, cuando te encierras, lo sabes de sobra.

Se retiró de mí, sorprendida.

-Nada.

-¿Nada? Me mientes.

-¿Y tú, qué haces en el baño? -contraatacó ella-, ¿crees que no lo sé?

Jamás pensé que lo sabría. Procuraba no hacer ruido. O sea, que uno sabía del otro. ¡Joder, vaya par de dos!

-¿Qué es lo que sabes, mocosa, a ver, qué es lo que sabes?

-No te enfades conmigo, Javi. No te digo más, pero no te enfades conmigo, por favor.

-No me enfado. Es que tú no sabes nada. Nada, ¿lo entiendes?

-Sí.

-A ver, ahora quiero que me vuelvas a dar un beso. Pero bien dado.

-Sí.

Se acercó a mí para dármelo, yo la abracé. Luego empecé a meterle mano por debajo de la falda. Javi, te estás perdiendo. Estás haciendo cosas de las que luego te vas a arrepentir. Pero estaba el otro Javi. Le acaricié los muslos, uno y otro, desde las rodillas hasta casi la entrepierna, por fuera y por dentro. Los labios y la lengua de mi hermana ardían, la boca entera de mi hermana ardía y se daba a la mía.

Le subí la mano hasta tocarle las bragas, se las pinzé con una mano, se las sobé. Tenía el coñito húmedo, los jugos le empapaban la tela. Entonces ella, en uno de esos cambios de postura vertiginosos que hacía, se tumbó bocarriba en el sofá, con la cabeza apoyada en mis piernas. Me alargó los brazos para que yo bajara y la besara en esa postura. Lo hice. La lenguas se tocaban de lado, mi saliva le empapaba la boca. Entonces comprendí por qué se había colocado en esa postura. Le subí la falda del vestido y metí la mano por debajo de las bragas. Tenía el coñito hecho un charco. Le sobé el botón, le metí los dedos dentro. Una vez, otra. Luego los saqué y recorrí con la mano todos los alrededores, desde cerca del ano hasta su pubis. Llevaba el pubis rasurado, la muy idiota. Volví a insistir mucho en su botoncito, metiendo los dedos de vez en cuando en su vagina. Se corrió como una desesperada al cabo de un rato. Cerró las piernas y me apretó la mano con los muslos, se estremeció y rodó a un lado y a otro del sofá. La cara la tenía completamente roja y la boca abierta como a quien le falta el aire. Le meti toda la lengua dentro y ella se encaramó a mí. Luego se contorsionó para esconder la cabeza entre mi cuello y mi hombro. La cogí del culo y la apreté contra mí. Tenía una erección del copón. O sea, que esto es lo que haces en tu habitación -dije para mí-. Mereces que te folle sin piedad, mocosa. Pero solo le acariciaba el pelo y la espalda.

-Te lo prometo.

Esto era lo más. ¿Qué..., qué clase de bicho tenía en casa? Pero qué clase de bicho eres tú, Javi -me dijo el otro Javi.

-¿Demonios, cómo vamos a hacer eso?

-No es nada malo, lo dicen los profes.

-¿Que no es nada malo? ¿Has oído a algún profesor decir que es bueno que se masturben dos hermanos juntos?

No contestó a mis preguntas. Se limitó a callar. Luego dijo su frase favorita.

-A mí no mi importa.

Estábamos los dos en pijama, a punto de irnos a la cama. En la cocina, recogiendo las últimas cosas. Me había puesto la pija como un obelisco. Se me notaba la erección por encima del pantalón, ¡demonios! Traté de ocultarla.

-Bueno, anda, vete a tu habitación. Ahora voy yo.

Me escuché a mí mismo decir "Ahora voy yo" y me dio espanto, pero no hice nada por impedirlo. Di todas las vueltas que se podían dar antes de ir, pero no hice nada por dirigir mis pasos hacia mi propia habitación. Por contra, me encaminé hacia la suya. Ella ya estaba debajo de las sábanas, con los brazos fuera y los ojos muy abiertos, con la lamaprilla encendida, esperándome. Su habitación era más acogedora que la mía, estaba más limpia y olía a perfume.

-Vamos, métete, Javi. Estabas tardando mucho.

Apagué la luz, entorné la puerta y me metí en la cama. Acto seguido se abrazó a mí.

-Quiero que me enseñes a hacer el amor, Javi, quiero que me enseñes, por favor.

Yo tenía la pija para reventar debajo del pijama. Estaba tan gorda, que no tenía seguro que no explotara en cualquier momento. Mi hermana se subió encima de mí, me besó, me restregó su boca contra la mía.

-Venga, Javi, hazme el amor, por favor.

-Eso no está permitido entre hermanos, y lo sabes.

-Tampoco está permitido besarnos y lo hacemos y no pasa nada.

Se sentó sobre mí, apuntó mi pija a su raja, todo por encima de los pijamas.

-Venga, Javi, por favor, quiero saber qué se siente.

La descabalgué de mí, la tumbé a mi lado.

-Ya lo sabes.

-No, no lo sé.

-Sí. Es lo mismo que cuando te masturbas, lo mismo, idiota.

-No puede ser.

-Sí que puede ser. Además no era eso lo que habíamos hablado.

Se calló momentáneamente. Yo tenía toda la razón.

-Te lo haces tú antes -dije para adelantarme.

-No, tú antes.

-No, tú antes.

Y ella aceptó.

-Vale. Pero tienes que darme besos, muchos besos, ¿de acuerdo?

-Bueno, vale.

Se quitó los pantalones del pijama y luego las bragas bajo las sábanas. Yo me dispuse encima de ella para besarla pero sin que mi cuerpo tocara el suyo. Ella se llevó la mano ahí y empezó a masajearse. Yo le daba lengua, le lamía aquella boquita tan enloquecedora. Le mordía en un costado del cuello, en la barbilla. Ella empezó a hacer ruidos con su garganta, a respirar fuerte. Los músculos de su brazo se movían con una rapidez increíble masajeándose el clítoris. Paraba y se metía los dedos, volvía al clítoris. Qué bien se lo sabía hacer la muy guarra. ¿Dónde lo habría aprendido? Se corrió como había hecho cuando yo la pajeé, como una desesperada. Tenía la pija que me dolía de lo tiesa. Me senté delante de ella. Me bajé los pantalones y los calzoncillos y me puse a pelármela delante de su cara. Estaba tan tirante y los huevos tan pasados de rosca que solo con tocarme un poco me salieron los tiros de leche. Le puse la cara perdida. Ella se restregaba para quitarse la pringue pero sin dejar de tener los ojos muy abiertos, la sorpresa en su boca y los chorros de leche deslizándose por su cara. Me dejé caer sobre ella otra vez y nos besamos, ahora con ternura, despacio.

El vicio se había hecho tan fuerte entre nosotros que, solo ver a mi hermana por la casa, pensaba en perseguirla y follármela. Ella misma me lo había pedido. Pero otro lado me pedía prudencia, no ir más allá de lo que ya habíamos ido. Porque el resto del día, todo esa cantidad de tiempo que era la mas grande con diferencia, parecía como si no hubiera nada entre nosotros, comos si la cosa fuera de lo más natural, y era agradable sentir ese confort del yo no he hecho nada ni tú tampoco.

Vino a mi habitación y la abracé por las caderas. Se sentó encima de mí y me besó sin pedir permiso. Yo la correspondí.

-Me gustó cómo te lo hacías. No había visto a ningún chico hacérselo antes. Es espectacular.

Era exactamente lo mismo que yo pensaba de ella.

-¿Tenéis mucha... Bueno, quiero decir mucho esperma? ¿No se os acaba nunca?

Me hizo reír.

-No, no se nos acaba nunca.

-¡Qué fuerte!

Yo aún estaba mirando la pantalla, tecleando, pero dejé de hacerlo.

-Te sorprendió mucho...

-Sí, mucho.

Nos besamos como solo nosotros habíamos aprendido a hacer.

-A mí también me parece muy chulo como te corres tú -le dije yo.

-¿De verdad?

-De verdad.

-Bueno, en las chicas es diferente.

-Ya, pero no deja de ser chulo.

-¿Quieres que me lo haga ahora?

-¿Ahora mismo?

-Sí. No me importa.

-Bueno.

Se bajó de mí y se quitó las bragas, las echó al suelo. Luego volvió a encarmarse encima de mí. Metió la mano bajo su falda y empezó a tocarse. Me miraba a la cara y se tocaba alternativamente. Yo no hacía más que mirarla. Se aceleró en el botón, se metió los dedos en la raja. La manera de menearse el botón era frenética. La de meterse los dedos cuidadosa, profunda. Paró un momento.

-¿Quieres que nos lo hagamos los dos juntos?

Estaba enloqueciendo de la excitación. Dije que bueno. Me abrió la bragueta y me buscó la pija. La sacó por ahí. No asomaba toda pero casi. Se la quedó mirando. Bajó una mano y me la presionó todo lo abajo que pudo. Me miró.

-¿Crees que sabré hacerlo?

-Estoy seguro de que sí.

Teníamos los sexos a un palmo el uno del otro, los dos desnudos, los dos descubiertos. Ella dio un golpe de cadera entonces y se me puso encima, me abrazó fuerte.

-¡Házmelo, Javi, por favor!

Yo consentí en mantener el miembro allí, para empezar, en la misma raja de mi hermana. La besé con una lujuria insoportable.

-Eres una puerca asquerosa, babosa.

Ella gemía en mi misma boca, resoplaba. Le ardía la cara y todo su cuerpo.

-¡Házmelo, Javi, por fa! Como tú quieras, pero házmelo.

Consentí en que se le colara la bola del glande dentro. Ella dio un pequeño grito que no supe si había sido de dolor o qué, y me retiré, pero ella metió la mano enseguida para alcanzármela y situarla otra vez en la puerta.

Me la cogí y se la restregué por la raja mientras ella me mordía haciendo verdadero daño.

-¿Qué más quieres que te haga, chocholoco?

Le encasqueté de nuevo el glande, estaba subidísimo con él metido allí, violentamente enfebrecido.

-Sigue, Javi, por favor, no lo dejes ahora.

Se la calcé un poco más. Me abrazó, me estaba destrozando el cuello y la cara a mordiscos. Me la quité de encima. Ya lo siguiente hubiera sido tumbarla en la cama y meterle la pija hasta que no asomara ni un solo milímetro, hasta los mismísimos huevos; follármela sin piedad. Se quedó descompuesta. Entonces la hice que se sentara en la silla y yo me arrodillé delante. Le comí el coño como ya había aprendido hasta que se corrió.

Voces, discusiones tontas.

-¡Tú eres virgen todavía!

-¿Y qué? A mí no me importa.

-Pero a mí sí.

-¿Por qué?

-Yo ya no sé ni por qué.

Tenía la cabeza medio volada, los dos la teníamos volada. Estábamos en la cocina, fregando los cacharros, y todavía teníamos las manos llenas de espuma.

Me fui hacia ella, la estreché en un abrazo.

-Yo ya no sé ni por qué.

Se echó todo el pelo para atrás. Abajo tenía mi pija apuntando a su coño.

Me agarró de la espalda para ceñirme contra ella, me agarró del culo.

-A mi no me importa, Javi -dijo mirándome.

Le rebañé la boca. Estaba descalza. Le chupé las tetas por encima de la camiseta del pijama.

-¿Te gusto, Javi?

Dije que sí.

-Tú también me gustas a mí, eso es lo importante.

Abrió las piernas para que entrara entre ellas, con la espalda apoyada en los muebles. Nos estrechamos, nos besamos, nos tocamos en la cocina. Ella me metió la mano y echó los cinco dedos sobre mi pija, yo le palpé el coñito empapado.

-Vámonos a la cama -dijo.

La llevé en volandas hasta ella, nos metimos bajo las sábanas. Ella se quitó la ropa y luego me ayudó a quitarme la mía. Los dos nos abrazamos desnudos. Luego me puse de rodillas enfrente de ella. Chúpamela un poco. Lo hizo tan torpemente que casi me corro, y dije: Basta, basta. Me recosté sobre ella y se la apunté. Le recomí y relamí las tetas, mientras ella me mordisqueaba por todas partes, hasta en la cabeza. Ahora no decía: "Venga, Javi, quiero que me lo hagas". Ahora iba en serio. Me desahogué sobándoselo con la punta de la pija. Hice círculos alrededor e incluso creo que le llegué a tocar el ano. Luego se la paseé por los muslos abajo. Tenía la pija tan dura como hueso y amoratada de lo tensa.

-¿Qué quieres que haga contigo, a ver, lista?

-Quiero que me hagas el amor, Javi. Lo quiero.

Le puse la punta en su raja, le metí la cabeza del glande. Suspiró y enrojeció de calor.

-Bueno, pues ya está, ya lo tienes dentro. ¿Qué más desea usted, señora princesa?

-Que me lo hagas. Que me la metas del todo. No soy tonta. Ni una princesa.

-¡Ah, toda entera! ¡Qué ansiosa, la nena!

-No seas idiota. No seas payaso, Javi. Quiero que me hagas lo que ya has hecho con otras.

Se la metí del tirón. Noté un estrechamiento hacia la mitad pero se coló sin dificultad después. Dio un respingo y un grito de dolor. Luego se fue calmando. Yo no me moví ni un milímetro, con la pija encajada por completo en mi hermana.

-Bésame, por favor -me pidió.

Y me tumbé completamente sobre ella para besarla. Para comerle el cuello entero y mordisqueárselo como había hecho ella conmigo. Sentía la polla atrapada duramente por su carne, estrechamente envainada en su vagina. Me situé junto a su oído.

-¿Te sientes bien?

-Sí, muy bien.

-¿Quieres que te la saque?

-No, no, por favor, no lo hagas.

Empecé a moverme muy despacio. Se lo había roto y eso le dolería. Nunca había desvirgado a nadie pero lo había leído. Se la saqué y se la metí y a cada metida me iban atrapando como una mordaza las paredes de su vagina. Estaba para explotar, aunque me contenía una barbaridad, como nunca antes había hecho.

-¿Y ahora qué? ¿Quieres más?

-Sí.

Aumenté el ritmo de mis embestidas aunque ligeramente. Le salía y le entraba con toda la delicadeza que podía.

-¿Y más? Ahora no puedes decir que no te lo esté haciendo.

Agitó la cabeza para darme la razón. Le besé el nacimiento del pelo alrededor de la cara, los párpados, las cejas, la nariz, toda la cara. Le iba dando cada vez más pija. Aumenté considerablemente el ritmo. Le machacaba el clítoris con el hueso en un intento de metérsela hasta donde era imposible, en un pequeño golpeo frenético. Por fin se estremeció debajo de mí, se agitó su barriga debajo de la mía, estiró las piernas y le temblaron bajo las mías, se asomó a su cara un gesto de dolor y de placer a un tiempo. La saqué enseguida y le rocié la barriga entera con la leche. Hice que me la chupara un poco, mientras continuaba teniendo espasmos y echando líquido. Le limpié la boca con la sábana antes de tumbarme a su lado y besarla, antes de preguntarle al oído.

-¿Estás bien, chocholoco?

Afirmó con la cabeza, sonriendo.

7

¿Y ahora qué? Ya estaba todo hecho. Y no sentía siquiera remordimiento, arrepentimiento. Me había follado a mi hermana, ¿y qué? Empezamos a actuar sin disimulos, habíamos follado y ya estaba. No pasaba nada, no se hundía el mundo sobre nuestras cabezas. Ahora, incluso, todo en casa se había vuelto más calmado, más fluido, más agradable. Desayunábamos con nuestros padres como si no hubiéramos roto un plato. Nos íbamos cada uno a nuestro colegio. Nos reuníamos con nuestros amigos, charlábamos, lo mismo que siempre. Regresábamos a casa por la tarde, después de comer en los comedores. Hacíamos nuestros deberes y nos poníamos a ver o a jugar o a cualquier otra cosa que nos agradara.

Mi hermana llevaba un vestido con un cinturón ancho, blanco, una falda de vuelo. Le encantaban esa clase de vestidos. Estaba guapa con ellos, debía reconocerlo, estaba buena con ellos. La tomé en mis brazos como quien coge una flor en lo más espléndido de sus días para olerla, le planté un besazo en su boca. Luego se zafó de mí.

-Me vas a arrugar el vestido y tengo que salir con él.

-Pues bueno -dije yo.

-¿Has visto a Belén hoy?

-No. ¿Y tú al muchachito ese?

-Se llama Roldán.

-Pues a Roldán.

-Sí. Me ha pedido que salgamos juntos.

-Ah, qué bien.

-Sí, está bien.

-¿Y tú que has dicho?

-¿Yo? Que me lo pensaría.

-Muy bien dicho.

¿Cómo sería Belén en la cama? ¿Lo habría hecho ya con alguien? Lo dudaba. Con tanto remilgo... Pero eso nunca se sabía. Recordé que también tenía un hermano mayor, joder lo mismo la había desvirgado él y no había quién se la tirara por eso. Bah, descabellado -me dije-. No todos los hermanos se follan a las hermanas. No todos son como yo, un imbécil y un cabrón como la copa de un pino. Y sin arrepentimiento. ¿Por qué Belén no llevaba casi, casi nunca falda? ¿Por qué llevaba siempre pantalones, largos o cortos? Con lo bonitas que tenía las piernas... Bah, preguntas tontas. Cogí a Belén de la mano, íbamos paseando por la calle. Acabábamos de tomarnos algo en una hamburguesería, para eso era domingo. Llegamos hasta el parque y ella saltó encima de un muro, bajo los árboles. Los aspersores estaban funcionando y saltaban de rebote pequeñas gotas. Yo me acomodé entre sus piernas, la tomé del culo. Nos abrazamos y nos besamos. Por detrás pasó un grupo haciendo mucho ruido, corriendo y gritando.

-Besas jodidamente bien, Javi. No sé cómo lo haces. Me voy a correr un día de estos mientras me besas.

-Pues córrete.

Se rió.

-No sé, a lo mejor tú quieres que me corra de otra manera.

-¿Cómo?

Belén era así de bruta.

-Mientras me la metes.

Aproveché la ocasión.

-¿Te la han metido alguna vez?

-¿Por qué me preguntas eso?

-No sé, por saber si te has corrido cuando lo han hecho.

-No he estado con nadie más que contigo. Lo sabes.

-Entonces eso quiere decir que no.

-No.

-Entonces no sabes cómo te vas a sentir cuando te la metan, si te vas a correr o no.

-Yo creo que sí; vamos, estoy segurísima de que sí.

-Pues no deberías estarlo tanto.

-¿Por qué? ¿Qué sabes tú?

-Nada, solo lo que me dicen o lo que leo.

-¿Tu has follado alguna vez, Javi?

Mentí. Me convenía mucho.

-No.

Se hizo el silencio. Seguimos a lo nuestro. Tenía mi pija encabritada golpeando en su entrepierna. Belén paró un momento para volverme a preguntar.

-¿Te gustaría hacerlo conmigo?

-Sí, lo sabes de sobra.

-¿De verdad?

-Pues claro.

-Bueno, todo llegará.

-Sí, es un consuelo.

-¡Qué tonto eres!

Nos comimos el morro de lo lindo.

Tomábamos algo de pie, en la cocina, antes de acostarnos. Ella estaba ensartando trozos de pera sobre un plato y yo mordiendo la mitad de un sandwich.

-¿Habéis follado ya?

-No.

-No me lo puedo creer. Con lo salida que está.

-¿Por qué dices eso? Tú no la conoces de nada.

-No importa, lo lleva en la cara.

-Si tú lo dices. Pero no hay quien se coma un rosco con Belén.

-Mucho me extraña, pero en fin...

-¿Y tú? ¿Has visto al Roldán ese?

-Sí. Ahora no me deja ni a sol ni a sombra.

-¿Y qué tal?

-Es un imbécil, ya te lo digo, pero un imbécil que me gusta -dijo chupando el último trozo de fruta.

-Bueno, está bien.

Terminamos y dejamos los platos en el fregadero. Me miró de soslayo, yo estaba apoyado en los muebles. Vino enseguida a mí y me echó los brazos al cuello y me besó. Yo no hice intento siquiera de abrazarla. Ella me rebañó la boca con la lengua, como había aprendido a hacer conmigo.

-Si crees que todas las noches vamos a follar, vas aviada.

-¿Y por qué no? Necesito que me enseñes.

-Me he corrido ya siete veces restregándome contra Belén.

Me golpeó el pecho con un puño.

-¡Tonto, imbécil; eso es mentira!

La rodeé con los brazos, la elevé del suelo. Le cogí el culo por debajo del vestido, la apreté contra mi pija.

-Te lo aseguro -dije sorbiéndole un labio-. Me he quedado sin una puta gota de leche. O sea, que esta noche a dos velas.

-Eres un payaso. La tienes dura, a mí no me engañas.

-¿Dura? -dije aspaventado-. A ver cómo de dura.

Me bajé los pantalones del pijama y los calzoncillos y la pija saltó hacia arriba como una posesa.

-Bueno, parece que no está tan mal.

La tomó entre sus dedos y lo comprobó de primera mano.

-Tonto, eres tonto. Vamos a la cama, anda.

8

Hacía calor, los días eran largos. El curso estaba terminando, apenas quedaba un mes. Belén y yo íbamos cogidos de la mano por el parque. Le pregunté qué iba a hacer este verano.

-Me voy con mis padres al camping, no me queda otra. ¿Y tú?

-Mis padres están en temporada alta.

-Vaya, eso es jodido.

-Nos vamos con una tía mía y su marido un mes, a la playa.

-Bueno, eso no es poco.

-No.

-¿Y qué vais a hacer allí?

-Ya te puedes imaginar.

Sonaba una canción melancólica por los patios mientras yo estaba fregando la cocina. Me afanaba en cumplir con mi parte y con la suya, las tornas habían cambiado. La escuché abrir y cerrar la puerta, su voz llamándome. Se inundó la cocina con el aire que traía, un olor a tela de vestido y perfume, a chica.

-¿Has hablado con los padres? -me preguntó nada más entrar.

-Sí.

-¿Y qué tal?

-Bien.

-¿Has comprado los billetes?

Volví a contestar que sí.

-Tenemos que prepararlo todo.

Fue a su habitación y luego regresó.

-¿Cómo te ha ido, Javi?

-A mí bien. Apruebo mates, definitivamente.

-¡Hurra! -gritó la muy idiota.

-¿Y a ti?

-No ha ido mal. Solo tengo un problema.

-¿Cuál?

-Roldán.

-¿Te mosconea tanto que te llega a molestar?

-No, no es eso.

-¿Entonces...?

No  me lo quería decir de buenas a primeras.

-Que no sé qué hacer.

-Pues ya te explicarás.

-Que no sé qué hacer; ya está, Javi.

-Bueno, bueno.

Levanté las manos y la dejé estar. Se apoyó sobre los muebles. Hice que moviera las piernas pasando la fregona por debajo.

-Pues no sé, que tengo dudas.

-¿Dudas sobre qué?

-De si tirármelo o no. ¡Cojones, Javi, que hay que decírtelo todo!

Me entraron unos celos terribles. Unos celos terribles dobles, como hermano y como amante. ¿Ese imberbe se iba a tirar a mi hermana, ese soplagaitas? ¿Se la iba a follar así, con toda la facilidad del mundo, sin tener que esforzarse lo más mínimo? Era consciente de cuánto había allanado yo el terreno.

-¿Tan pronto? Hace poco que os conocísteis, ¿no?

-No tan poco, llevamos un par de cursos juntos, pero no es eso.

-Ahora sí que me he perdido.

-Pues que se quiere venir a la playa.

-A ver si lo he entendido bien, ¿a la misma a la que vamos nosotros?

-Sí.

-¡Acabáramos! Menudo mequetrefe. ¿Tan fuerte le ha dado?

-No hables así de él, es un buen chico. Lo hace porque está enamorado de mí.

-¿Y tú de él?

-Pues eso es lo que te digo y no lo acabas de coger.

-¿Y cómo piensa hacerlo? ¿Va a arrastrar de una cuerda a sus padres o se va a alquilar un apartamento para él solo?

-No lo sé. Lo que tengo claro es que vendrá si yo no pongo pegas.

-Y ese es tu dilema...

Afirmó frunciendo la boca y moviendo la cabeza.

Hablaba con un grupo de compañeros a la salida de las clases. Llamó mi atención levantando una mano. Me acerqué, ella se apartó del grupo. Vino a mí con aquella forma de andar que quitaba el hipo.

-¿Te vienes esta tarde a casa?

-Bueno.

-Te preparé algo sabroso -dijo sonriendo y mirándome a los ojos.

-Vale.

-¿A las siete?

-A las siete.

La comida estaba buenísima, como ella. Se había puesto una falda bien corta de cuero y una de esas camisas con las que iba a clase que tanto le gustaban y que le realzaban "el busto" (las tetas) de una manera especial. Qué jodido bombón era. Estuvimos hablando mientras tomábamos la merienda. Del curso, de mi nota, y del curso siguiente. Dijo que era probable que no estuviera, que aún no tenía plaza definitiva. También hablamos del verano. Dijo que no le gustaría perder el contacto conmigo.

Me había hecho sentar enfrente, yo ya imaginaba para qué. Se había puesto carmín en los labios, todo como si fuese a salir hacia el colegio de un momento a otro para dar clase. No tuvo cuidado con su falda a posta y la pija empezó a encabritarse en mi bragueta. Me la bajaba para abajo pero ella subía para arriba como si tuviera un muelle. La profe se acercó y me dio un beso.

-Deja que te la vea.

Me recosté para facilitarle la labor. Me sacó las calzonas por los pies y de seguido los calzoncillos. Se retiró para sentarse. Cruzó las piernas.

-Tienes una polla genial, Javi.

Se rió. Yo dije un sí medio apagado, porque me daba demasiada vergüenza estar así, delante de ella, con la pija enhiesta como un mástil.

-Venga, friégatela.

"Friégatela", como si fuera tan sencillo como decirlo.

-¿Quieres que te ayude?

Contesté afirmativo.

Se acercó a mí y se puso en cuclillas. Le veía todas las bragas, unas bragas de colorines tropicales. La pija se me puso mastodóntica, monstruosa, reventona. La cogió con una mano y me la rebañó de esa forma que sabía hacer tan bien.

-Joder, Javi; la tienes bien dura. ¿Qué haces para que se ponga así?

Me basta mirarte -dije yo para mí-. Entonces hincó una rodilla y acercó su cara y empezó a mamármela. A chuparme el glande como si fuera una golosina y lamerme el tronco. No hay ni que decir los saltos que pegó a los pocos lametones y la de leche que echó. Le puso la cara perdida. Ella se rio, se quitó la leche de los ojos y de la boca, echó mano al tronco de la pijia y siguió lamiendo hasta que descendió de tamaño. De vez en cuando el cuerpo me pegaba un tirón y la pija echaba un nuevo escupitajo de semen. Luego fue al baño a traer una esponja y una pequeña toalla. Me pasó la esponja por todo el miembro, por el pubis y por los huevos. Después me lo secó todo. Fue al aseo a llevar las cosas y vino de nuevo. La pija estaba rendida, pero ella se arrodilló otra vez entre mis piernas y comenzó a tocarme los huevos.

-Pobrecitos, el trabajo que les das. Los vacias cada dos por tres.

-No importa, ya se llenarán.

-¿Se llenan pronto?

-Sí. Rápido.

-¿Y la polla?

-La polla también.

Me dio unos lametones a lo largo de ella, se metió la punta en la boca y la tocó con la lengua. La pija se removió al instante y empezó a crecer. Ella lamió y chupó con más ahínco y la pija se puso como el tronco de un roble, como un palo enhiesto y ardiente. Yo bajé desde el sillón al suelo y me puse de rodillas frente a ella. Tenía toda la falda subida. La besé dándole mucha lengua, le rebañe la boca como hacía con mi hermana. Pegué un tirón a su camisa y le hice saltar los botones, metí las manos por debajo del sujetador. La seño gimió del gusto.

-Así me gusta, Javi. Eso es ni más ni menos que lo que debes hacer.

Le saqué las tetas por encima del sujetador, se las lamí, le comí los pezones. Le llevé una mano a la entrepierna al mismo tiempo que ella me atrapaba la pija. La sobé despacio por encima de las bragas. Tenía las bragas empapadas. Se las hice a un lado para tocarle la raja. La raja la tenía chorreando, el botón empalmado. Le rodé en el botón con un dedo sin mucha fuerza ni mucha prisa, le colé un par de dedos y se los saqué lamiendo la pared de arriba hasta el pubis.

-Pedazo de guarro, ¿quién te enseña a hacer esas cosas? Pero espera, espera.

Se bajó las bragas hasta donde podía, hasta las rodillas. Entonces me puse en pie, la rodeé y me tumbé bocarriba en el suelo metiendo la cabeza por debajo de ella. Ella echó mano a un cojín y me lo puso debajo. Relajó las piernas y las fue abriendo para dejarme el coño al alcance de mi boca.

-Que malas ideas te dan. Estás hecho un pieza de mucho cuidado.

Asentí con la cabeza mientras la agarraba por las caderas y se lo sorbía y lamía con ansia. Ella jadeaba como quien está subiendo un monte.

-No, déjame, vas a hacer que me corra. ¡Vas a hacer que me corra, pedazo de puerco!

Mientras más me lo decía, más loco me ponía yo comiéndole el coño.

-¡Vas a hacer que me corra! -decía ella arrastrando la última palabra.

Le metía la lengua entera dentro del coño, le lamía frenéticamente el botón, y hubo un momento en que le entró un telele en las piernas, movió el culo aplastándome.

-¡Pedazo de cerdo...! ¿Por qué lo has hecho?

Gimió y siguió moviendo el culo, aunque despacio, mientras yo solo apoyaba los labios cerrados y apretados en la exagerada apertura de su vulva. Después se tumbó en la alfombra bocarriba, con las piernas flexionadas y abiertas.

-Anda, ven.

Me eché sobre ella y le apunté la pija.

-Entra, joder, que no va a pasar nada. Si está en su casa.

Metí la cabeza del glande. La besé.

-¿Estás a gusto? -le pregunté.

Se rió. La risa hizo que le temblara el vientre y la pija entrara un poco más.

-¿A gusto? Eres un pieza, Javi; un pieza.

-¿Quieres más polla?

Se volvió a reír. Yo la besé con lujuria, sobre su risa; me encantaba cómo se reía y quería comerme su risa.

-¿Más polla, menos polla, toda la polla?

Se la encajé hasta el final pero no me moví. La dejé estar ahí. Cada vez la sentía más atrapada por su vagina.

-¿A cuántas te has follado ya, dímelo?

-Solo a ti.

Se rió con estrépito. Con la risa se agitaba su vientre y me entraba un gusto suave y maravilloso en la pija.

-¡Ay, lo que me haces reír! ¡Solo a mí! Y a unas cuantas más, ¿no?

No había quien la convenciera.

-Ya no las podrás contar con los dedos de las manos. Con esa cara, con esa polla, con esas maneras... Te has tenido que follar ya hasta tu madre.

Le mordí fuerte en las tetas, mordisquitos pero muy fuertes.

-¡Ay, que me haces daño! Me vas a hacer marcas, ya lo verás.

-No pasa nada, no se ven con el sujetador.

Le rebañé los pezones muy suavemente después, hasta que se pusieron como piedras. Notaba cómo su vagina iba destensándose, cómo se avenía a que la castigara de nuevo con la pija. La saqué y la metí despacio, como para dar aviso. Ahora el que mandaba era yo.

-¿Me vas a follar?

-Te estoy follando. Y lo voy a hacer hasta que digas basta.

-¡Basta!

Paré. Se rió una vez más. De mí.

-¡Imbécil...!

Entonces le mordí en el cuello, en la oreja, y le di fuerte. Le di tan fuerte y tan rápido que gritó del gusto.

-¡Cabrón, hijo de puta! ¿Cómo me haces esto?

Me costó llevarla a la cima. Tuve que darle todo lo duro y suave que sabía, sacarla casi afuera y metérsela a tope con furia, culear rápido y sostenido.

-¡Hijo de puta...!

Me la saqué y se la disparé toda en el cuello, en las tetas. Le puse perdidas las tetas de leche. Luego se la llevé a la boca para que me la mamara un poco.

Los profesores estaban juntos en la fiesta de fin de curso y ella estaba entre ellos. Tomaban un vino de pie en torno a una mesa. Me dolía mirarla porque sentía que, después de todo, no era nada mía. No era ni una pizca mía y eso me estragaba el alma. Estaba tan guapa, tan alegre, tan ella misma... Enloquecía de ganas de follar con ella otra vez, por que me dijera aquellas palabras obscenas. Inesperadamente me llamó. Me dijo Ven. Yo acudí. Se dirigió a sus compañeros.

-Mirad, este es Javi, el alumno del que os he hablado.

Saludé. Todos me dieron la enhorabuena por haber aprobado la única asignatura que se me resistía siempre.

-Bueno, Javi; ¿no tienes nada que decir?

Di las gracias e hice intención de marcharme.

-No me digas que me vas a dejar así -dijo ella con aspaviento-, que no me vas a dar mi premio.

Todos rieron. Ella abrió los brazos. La abracé. Sentí su cuerpo pegarse al mío. Luego ella se separó un poco y me dio un beso. Un beso en la boca. Todos aplaudieron.

-¿A que es guapo?

Me dio un manotazo en el culo para despedirme.

-Suerte, Javi.

9

Domitando todavía, tiré de su brazo para despertarla. La besé en la boca hasta que se desperezó. No dijo más que ¿Eres tú, Javi? y yo le contesté que sí. Movió la boca sin salir del sueño para abrirla para la mía. Le lamí los labios resecos y se los humedecí. Di un pequeño salto y me puse sobre ella. Le subí la camiseta y descubrí sus tetas. Se las chupé con delicia. Le apunté la pija en la raja por encima de toda la ropa y le empujé con suavidad. Ella movía la cabeza a un lado y a otro, adormilada.

-¿Me estás haciendo el amor?

Dije que sí.

-Está bueno.

-Sí, está muy bueno -dije yo.

Culeé dándole golpecitos con la pija. Ella abrió los ojos. Me echó los brazos al cuello y me besó, ahora con verdadera lujuria.

-Qué bueno que me estés haciendo el amor.

Empezaba a admirar esas vocecitas que ponían las mujeres cuando te las estás follando o les estás haciendo algo que les gusta.

-Sí, está bueno.

-Sigue, Javi, sigue así; me gusta mucho.

-Ya lo sé, mocosa, ya sé que te gusta.

-No me llames mocosa, por favor.

-Vale, entonces ¿cómo te llamo?

-Por mi nombre. Pero no pares.

Nos habían recibido con una gran muestra de afecto. El apartamento era pequeño pero su generosidad grande. Nos ayudaron a acomodarnos.

-No tenemos más que dos habitaciones -dijo nuestro tío político-, la de matrimonio y la de invitados. La de invitados tiene dos camas, pero si no queréis compartir la misma habitación, uno de vosotros puede dormir en el salón. Javi, por ejemplo. Y, Bego, tú en la habitación sola. O como queráis.

Nosotros dijimos que no nos importaba compartir habitación y ellos aplaudieron nuestra elección, diciendo que éramos unos hermanos ejemplares. Ellos no tenían hijos, tal vez por eso lo dijeran.

-¿Que no pare de qué?

-De hacer eso.

-¿Es que te gusta? -dije yo empujando con fuerza y sosteniendo el empuje.

-Sí, me gusta mucho.

-Bueno, basta ya -dije yo-, tenemos que levantarnos.

Protestó.

-No me puedes dejar así. Hazme el amor de verdad, Javi, por favor, yo quiero que me lo hagas.

-Es muy temprano para hacer el amor.

-No, eso no es cierto.

-Sí que lo es.

Estas discusiones absurdas pero agradables al mismo tiempo. Regresé a mi lado de la cama.

-Venga, Javi, por favor.

-¿Estas tonta o qué? Aquí no podemos hacer nada. Nos oirían.

-No, lo haremos despacio.

-¿Crees que son idiotas? Antes de que escuchen lo más mínimo se darán cuenta y la habremos liado.

-Pero yo quiero que me lo hagas.

-Eso ya es chiquillada.

-¡Tonto!

Soltó el brazo y su puño me impactó en el estómago. Me dolí. Luego volvió a la misma perra. Es que en realidad no acababa de salir del sueño.

-Venga, házmelo, Javi; por favor.

-Ni lo pienses. Además, ahí fuera tienes al Roldán ese.

-No hables de él ahora.

-¿Por qué no?

-Pues porque no quiero.

-Pues yo sí. Lo tienes ahí fuera, babeando, esperando a meter su pilila en tu coñito. ¿Por qué no consientes de una vez y te olvidas de mí? Es seguro que te va gustar más hacerlo con él que con tu propio hermano.

-Eres un imbécil. Ya no me está gustando.

Todo el mundo, todo el mundo. Todo el mundo la miraba. No sé lo que le encontraban, lo que le veían. Era una chica alta y en cierto modo agraciada; estaba buena, sí, pero como están todas las chicas a su edad. Pues todos. Los chicos muy, muy jóvenes, los menos jóvenes, los casados con sus mujeres y los solteros y hasta los viejos y hasta los viejos viejísimos. Nadie se acercaba porque creían que éramos pareja. Eso no me gustaba demasiado. Procuré dejarla sola, aunque no me alejara de ella como para perderla de vista. No tardaron en acudir los moscones. Ella les explicaría que ese chico que estaba con ella era su hermano. A los pocos días acudían por docenas, y no exagero. ¿Tal vez ese bikini? No sé lo que le veían a mi hermana. A unos les daba largas, con otros charlaba un rato, hasta que nos íbamos. Yo me había hecho amigo de una de las socorristas. Era una chica muy morena del sol, con un pelo negro negrísimo recogido en una larga coleta.

Mi hermana y yo nos bañábamos juntos en la playa y por una o por otra acabábamos abrazados.

-No pensaba que se os pudiera poner dura debajo del agua.

-Pues te equivocas. Se pone incluso más.

-Javi...

-¿Qué?

-¿Por qué haces esto si no quieres hacerlo conmigo?

-¡Oh, tienes razón!

La solté y salí nadando mar dentro.

-¡Idiota, ven aquí!

No le hice caso y seguí nadando. Ella vino detrás.

-¡Ven aquí! ¡Por favor, Javi!

Paré. Vino salpicando con estrépito, se detuvo delante.

-Cógeme como antes, por favor.

-¿Lo ves? Es porque me lo pides. Y porque la pija se me pone así sin que yo me lo proponga.

La atrapé otra vez entre mis brazos. Ella me echó mano al bañador y me la sacó para apuntarla en su raja.

-¿Y tú por qué haces eso?

Me besó muy caliente. Era un bicho de mucho cuidado.

-Porque me gusta.

Roldán estuvo solo los dos primeros días, se echó de ver que el presupuesto no le alcanzaba para más. Salieron juntos la noche del sábado.

-¿Qué tal fue todo?

-Bien.

Notaba a mi hermana decepcionada. No es que fuera muy de expresar sus alegrías, todo lo contrario. La conocía bien y, cuando se lo había pasado en grande, trataba de ocultarlo a toda costa, y cuando no, de disimular el disgusto o el tedio.

-Eres idiota preocupándote por ese mequetrefe. Con la cantidad de chicos que tienes aquí.

-¿Ninguno de los dos tenéis pareja?

-Son muy jóvenes los dos todavía, Paco. Bueno, Bego más joven todavía.

Cenábamos algunas noches con los tíos en alguna terraza.

-Ahora no se emparejan tan pronto como en nuestra época.

-Mejor, tiempo tendrán.

-Sí. Ahora salen con unos y con otros pero no se comprometen. ¿Tú sales con alguien, Bego, o no?

-Sí, con un chico de allí. Pero no es nada serio.

-¿Y tú, Javi?

-Sí. Hay una chica con la que he salido este curso. Se llama Belén.

-¿La conozco?

-No tía, creo que no.

La soco morena era una chica delgada y no muy alta pero atractiva, muy atractiva. Se me iban los ojos detrás de ella sin quererlo. Habíamos hablado dos o tres veces y en alguna ocasión se pasó por donde nosotros estábamos para saludarnos y charlar aunque fueran solo unos minutos, ella estaba trabajando.

-¿Te gusta esa tía?

-No está mal. No está nada mal, la verdad.

-Pues no lo entiendo, Javi. Está escurrida y escuchimizada.

-Tiene unas tetas preciosas. Y esos ojos y ese pelo tan negro... Es una chica bonita, y atractiva, muy atractiva.

-Bueno, deja ya de piropearla.

Era inútil resistirnos estando en la misma habitación. Nos habíamos acostumbrado a acostarnos juntos, nos llamaba el vicio. Aguantábamos algún tiempo mirando al techo,  cada uno en su cama, pero al cabo del rato saltábamos el uno a la del otro. Es lo que acababa de hacer mi hermana. Yo le había dejado sitio enseguida, levantando la ropa para que no tuviera dificultad.

-¿Te acuerdas cuando nos dimos el primer beso, Javi?

-Sí.

-Nunca había probado nada más dulce que eso.

Se apoyó con el codo para elevarse de la cama y besarme. Echó una pierna sobre las mías, la flexionó subiéndola hacia arriba y topó con mi pija.

-Ya está dura otra vez.

Me la tocó por encima del pantalón corto del pijama.

-Es genial.

Se encabalgó sobre mi estómago dándome la espalda. Le acaricié las tetas desde atrás, bajé las manos hasta sus caderas.

-No podemos hacer ruido, recuérdalo.

Me bajó el pantalón despacio, con mucho cuidado. Luego la atrapó con las dos manos. Me la estuvo palpando un rato. Notaba bajar y subir sus manos por mi pija. Por fin se inclinó sobre ella y se metió el glande en la boca. No pude aguantarme y di un respingo del placer. Me la estaba mamando muy despacio y suave y me estaba subiendo al cielo y yo no podía quedarme quieto. Tiré de sus caderas para que se pusiera a cuatro patas, le arrastré la ropa. Ella me ayudó a que se la quitara levantando una pierna y otra. Ahora tenía delante su culo desnudo y tiré de ella un poco más para ponerme debajo de su coño. Allí estaba ese coñito respingón y allí apliqué mi boca y mi lengua. Qué cosa tan recatada y tan tierna tenía mi hermana entre las piernas. Tan suave, estrecha y jugosa al mismo tiempo. Mi hermana me la estaba mamando con extrema suavidad y lentitud y por eso iba acercándome al punto álgido despacio pero inexorablemente, acumulando megatones de placer y litros de leche. Yo se lo lamía con una intensidad controloda pero mantenida, colándole la lengua de vez en cuando. Le hacía juegos en el clítoris, le sobaba con la lengua arriba y abajo, arriba y abajo, restregando su botón. Y otra vez arriba y abajo y un poco más de apretado y deprisa. Mi hermana empezó a convulsionar y yo apreté la boca contra su coñito. Esas convulsiones tuvieron su reflejo en la comida de pija que me estaba haciendo e hizo que saltaran los resortes. Nos agitamos como bestias, retemblamos y aguantamos los retortijones, pero mantuvimos el silencio tapando nuestras bocas con nuestros sexos. Cuando se nos pasó, mi hermana gateó para darse la vuelta. Me besó con la boca todavía embadurnada de semen.

-Me lo he comido. Me lo he comido todo.

-Shhhh.

Por las mañanas era delicioso despertarse tarde, ver cómo el sol batía sobre la ventana marcando una hora cercana al mediodía. Lo habitual es que yo me despertara antes y tuviera una erección potente, muy potente. Y me encantaba despertar a mi hermana apuntándosela en el coño.

-¿Eres tú, Javi?

-Sí.

-Está buena.

-¿Sí?

-Sí, muy buena.

-¿Quieres que siga?

-Sí, por favor.

Pero solo era así, por encima de las telas.

-Javi.

-¿Qué?

-Dame un beso, por favor.

La besaba.

-Está muy rico, ¿sabes?

-¿El qué, el beso o lo otro?

-Las dos cosas. Lo mejor son las dos cosas juntas.

Le subía la camiseta y le sobaba las tetas, se las lamía, se las comía a grandes bocados.

-Si sigues así, no voy a poder contenerme.

Abandoné la postura y volví a mi sitio. Ella se desperezó del todo y vino ahora al ataque. Se sentó sobre mí y se acomodó la pija en la puerta de su coño. Se acercó a besarme. Lo hizo con esa lengüecita tan dulce que dios le había dado. Me puso a mil. Empujé la pija hacia arriba. Entonces ella se levantó y comenzó a quitarse la ropa. Yo dije: ¿Qué haces? Ella me indicó que me callara atravesando un dedo en su boca. Se sacó los pantalones, las bragas. Volvió a sentarse sobre mí. Consentí que me la sacara del pantalón y se metiera el glande. Me pidió silencio de nuevo.

-Solo es un poco.

Se tumbó sobre mí y me dio boca de nuevo. Se la devoré. Ella se echó para atrás, entonces, para írsela metiendo del todo. Yo la saqué de golpe, hice como si le estuviera gritando en susurros.

-¡Ya está bien! ¡No puede ser! ¡Nos van a oír!

-¿Qué tal, cómo habéis dormido?

-Muy bien.

Nos tenían preparado un suculento desayuno.

-¿Extrañáis las camas?

-No, son comodísimas -dijo mi hermana.

-¿Y la tuya, Javi?

Ellos querían que estuviéramos a gusto en cada momento, que nos sintiéramos como en casa.

-Muy bien.

Habló nuestro tío político:

-¡Qué bien te sienta ese vestido, Bego!

-Es el de la playa -dijo mi  hermana.

-De todas formas, te sienta muy bien. Qué alegría ser jóvenes y disfrutar de la vida como lo hacéis vosotros.

Mi hermana se ponía ese y otros vestidos cortos y sueltos y no sé si lo hacía con toda la intención, el caso es que al menos a mí me excitaban. Enseñaba demasiadas piernas y todo se intuía muy suelto ahí debajo, muy aireado. Yo creo que era una de las claves de su éxito, porque simpatía no derrochaba precisamente. Teníamos baño dentro de la habitación -ajustado al mínimo pero baño al fin y al cabo- y ninguno de los dos guardábamos las formas, entrábamos y salíamos sin mucho recato. Yo pensaba que era mejor aparecer completamente desnudo, en pelota picada, de cara a mantenernos en nuestro sitio y no hacer nada que nos comprometiera. Mi hermana solo pensaba de forma parecida. Me daba que conocía los resortes masculinos y los dominaba a la perfección, aunque apareciera como una mosquita muerta, y que esos conocimientos los ponía en práctica siempre, siempre. Las fragancias que utilizaba contribuían a reforzar esa idea.

Mi hermana salió del baño envuelta en la toalla. Se sentó en la cama y, con un pie apoyado en la banqueta, se andaba pintando las uñas de los pies. No llevaba nada debajo, naturalmente, y yo le podía ver el coñito recién depilado. Pensé en lo fresco y apetecible que estaba para hacerle una comida. Sentado en la cama de al lado, noté levantárseme la pija y me la acaricié un poco por encima de los calzoncillos. Enseguida se me puso brava y deseé tocármela sin la interposición de la tela. Mi hemana miró de reojo cómo me los quitaba y me los sacaba por los pies. Intenté calmar falsamente a la pija retorciéndola, estrujándola. Se me puso como un obelisco.

-¿Qué haces?

-Nada.

Me había visto con el badajo en la mano y lo sabía de sobra. Empecé a sobármela despacio mientras le miraba aquella deliciosa rajita entre las piernas. Pensé en lo que me gustaría ahora metérsela por ahí, en lo que disfrutaría haciéndolo. Mi hermana estaba bombón con la toalla por falda y su coñito al aire.

-Me estás poniendo nerviosa.

-Y más que te voy a poner.

Me la pelé con ritmo, me la restregué a todo lo largo cuando la dureza se ponía marmórea y disparé. Los tiros de leche saltaron al suelo justo delante de donde estaba ella.

-¡Joder, Javi!

Mi hermana tenía la cara enrojecida del calentón.

10

Caminábamos cogidos de la mano por las calles soleadas con olor a mar. Mi hermana se había puesto uno de esos vestidos y llevaba los pies calzados con unas sandalias de plástico transparente. Se estaba poniendo morena y se la veía bien. Yo había quedado esa noche con la soco y ella con uno de los chicos que la rondaban. La soco se llamaba Irma y el chico Roberto. La música sonaba alta cuando llegamos a la zona de ocio. Buscamos primero a Irma. La vimos acercarse a nosotros desde lejos. Se había puesto un vestido ajustado negro con un gran escote y se había hecho un moño. Irma derrochaba vitalidad y simpatía.

-¿Javi?

-¿Qué?

-¿A ti cómo te gustan las mujeres?

-No sabría qué decirte. Me gustan casi todas.

-No me refiero a eso, tonto.

-Pues no sé... Alegres, risueñas -dije sin pensármelo mucho.

-Entonces, yo no soy tu chica...

-No. Tú eres mi hermana.

Luego fuimos a donde mi hermana había quedado en verse con Roberto. El chico se sorprendió al verme y encima acompañados por la socorrista. Nos fuimos los cuatro a tomar algo como cena. Irma nos contó que era de allí y que aquel de soco era su primer trabajo remunerado y que lo había conseguido a base de pelear mucho. La piel bronceada le brillaba en los brazos y en los hombros, en la nuca y el escote y en las piernas. Roberto sonreía mucho a mi hermana. Roberto nos dijo que había venido con sus padres de vacaciones, que le gustaba mucho la música y que quería ser cantante. Nos estuvo contando cómo hacía para intentarlo y fue divertido escucharle. Pensé que mi hermana necesitaba tipos así, que esa clase de gente era la de su cuerda. Después de cenar, nos separamos y fuimos cada pareja por su lado. Ellos a la zona de pubs que había cerca del puerto, nosotros a una sala de salsa. Mientras estuve bebiendo y bailando con Irma apenas me acordé de mi hermana. Me sentí muy a gusto con Irma. Después de bailar salimos a tomar otra copa fuera y después a dar una vuelta. Estaba bastante tocado por el alcohol y me atreví a tomarla por la cintura mientras paseábamos. A ella no le importó y me echó el brazo por el hombro.

-Os lleváis muy bien tu hermana y tú...

-Sí.

-Ya lo imaginaba, para venir juntos de vacaciones...

-No creas, lo hacemos porque de otra manera es imposible. Mis padres tienen un negocio y no lo pueden dejar.

Al cabo de la noche, decidí acompañarla. Irma vivía en un barrio alto. Tardamos bastante en llegar a su casa. Me dio un beso como despedida.

-¿Nos vemos otro día?

-Claro que sí.

Mi hermana me dio largas por segunda vez. Yo la esperaba en donde habíamos quedado, junto a la playa, y ella me mandó un nuevo mensaje en el que solo decía: Nos vemos más tarde. Te llamo. ¿Qué estaría haciendo la mocosa? ¿Sería capaz de tirarse al chico la primera noche? Sería capaz. Si le gustaba lo suficiente, sería capaz. Sentía esos dobles celos que me atacaban cuando ella salía con alguien. Los de hombre que no quiere que nadie haga el amor con la mujer con la que él lo hace y la del hermano que se preocupa en exceso por la hermana, y ni uno ni el otro eran puros. Porque por un lado no me sentía con derecho a privar a mi hermana de nada, ni siquiera de pensamiento, y por el otro tampoco era tan extrema la preocupación, pensando que ella siempre me tendría a mano para lo que necesitara. Pero estaba allí, sentado en el muro, esperando como un gilipollas, y no paraba de darle vueltas a la cabeza. Estaría morreándose con el tal Roberto, o peor, metiéndole mano ya por dentro de los pantalones, sacándosela afuera, como si la estuviera viendo. Diciendo las cosas con esa vocecita como quien no  hace nada, vistiendo ese vestido como quien no viste nada, enseñando las piernas como quien no enseña nada, bajándose las bragas como quien no se baja nada. El tal Roberto había sido cazado a la primera mirada y ya era presa de la mantis de mi hermana. Se lo estaría tirando a aquellas horas, eso era casi seguro. Si no, ¿qué iban a estar haciendo tan tarde? Grandísima mocosa, todavía no había aprendido que no debe follarse bajo ningún concepto en las primeras citas. Pero ella no iba por ahí, ella iba por otro lado, si no lo sabría yo.

De pronto sonó en el teléfono un nuevo mensaje: Voy para allá. En un momento estoy ahí.

Mejor que fuera así, me estaba alterando demasiado. Cuando llegó, la reprendí.

-¿Es que no vas a tener tiempo mañana?

-Déjalo, Javi, no lo vas a entender.

-No, no lo voy a entender. Como si se acabara el tiempo...

-Y dale.

-¿Qué quieres? ¡Me has tenido dos horas esperándote!

-¿Tan pronto se ha ido Irma a casa?

-No todo el mundo está de vacaciones como nosotros. Bueno, como nosotros y como Roberto.

Le eché un brazo por los hombros y nos encaminamos hacia el apartamento. Fuimos un rato en silencio. Luego yo quise saber.

-¿Qué tal con él?

-Bien. Es muy divertido.

-Ya, ya lo he comprobado. ¿Habéis hecho algo?

-¿Y vosotros?

-No. No es plan engancharse la primera noche.

-¡Javi! ¡Javi! ¡Despierta!

Estaba echada encima de mí.

-¿Qué quieres?

-Que despiertes.

Tenía resaca, pero abrí los ojos y allí estaban los suyos, el pelo cayéndole por los lados de la cara. El sol daba ya de lleno en la ventana.

-Le toqué la polla.

-¿Solo se la tocaste?

-Sí, solo eso.

-¿Y qué?

-Nada. Me puso muy caliente. Me lo tuve que hacer nada más venir. ¿Tú crees que eso es normal?

Me costaba mucho concentrarme para responder a esas preguntas tan complejas.

-Sí, no te preocupes.

-¿Tú has salido con alguna chica que te la tocara la primera noche?

-No, pero no he salido con ninguna Bego todavía.

-¡Tonto! ¡Despierta de una vez! Quiero que me beses.

-¿Y él, también te metió mano?

-Sí, claro.

-¿Y qué?

-Nada. Bien. Me gustó. ¿Y tú, hiciste algo con Irma?

-No.

-¿Se negó?

-No.

-¿Entonces?

-No sé, ninguno de los dos hicimos intención.

-Vaya muermos. ¿Eso es que no te gusta lo suficiente?

Por fin lo consiguió. Hizo que me espabilara de una vez.

-Eso es que me gusta lo suficiente como para esperar.

-Esperar...

Las olas pasaban despacio por debajo de nuestros cuerpos y nos mecían. Mi hermana había dicho que le gustaría comer fuera y habíamos acordado hacerlo en un restaurante de la playa. La tenía atrapada por la cintura desde atrás.

-¿Tú qué te vas a pedir? -me preguntó.

-No lo sé, lo decidiré cuando vea la carta.

-Yo quiero mariscada.

-Bueno.

-Javi.

-¿Qué?

-Bésame, por favor.

Se dio la vuelta y nos abrazamos. El agua chapoteaba en nuestros cuerpos. La estreché contra mí cogíendola de las caderas, ella me rodeó con sus piernas, se amarró con sus brazos a mi espalda. Me besó rodando los labios sobre los míos y yo le comí a mordiscos la boca. Pendenciera mocosa.

-Lo podemos hacer aquí.

-¿Aquí? Es complicado. Además hay gente.

-No importa la gente.

-¿Cómo no va a importar la gente?

-Nada -dijo dándome lengüetazos en la boca-, no  importa nada.

La pija ya estaba como un mástil y le rozaba en su entrepierna.

-¡Ummmm! Está buena, Javi.

-¿Sí?

-Sí, muy buena.

-Tú si que estás buena.

-Házmelo, por favor, Javi.

Me afané para sacármela de los calzoncillos, apartale un poco la braga del bikini y enchufársela en su coñito respingón. No era fácil haciendo equilibrios dentro del agua. Conseguí metérsela, aunque no del todo.

-¡Ummmm! Eso está riquísimo, Javi.

Lo peor de mi hermana es que ya no se cortaba nada.

-Sigue, por favor, sigue -dijo mirando abajo, a la parte por donde estábamos unidos.

Vi venir a un grupo numeroso de bañistas en dirección a nosotros. No nos iban a dejar en paz, era pedir demasiado. Se la saqué enseguida, nos recompusimos. Los bañistas eran un par de matrimonios con sus chavales detrás. No salpicaron agua cuando pasaron junto a nosotros. Nosotros volvimos a abrazarnos después.

-Ya has visto que no puede ser.

Mi hermana me echó mano a al pija.

-La tienes muy dura, así no vas a poder salir del agua.

-No importa, ya se bajará.

-¿Quieres que te masturbe?

-No, prefiero que no.

-Anda, Javi, déjame que lo haga. Quiero coger práctica.

¡Práctica, práctica! Me la peló allí mismo, metiendo la mano entre los dos, mirando a la pija debajo del agua y mirándome a mí a la cara alternativamente. Me la fregó con fuerza hasta que me atacaron unos espasmos brutales. Los hilos de leche fueron saliendo a la superficie y flotaron entre los dos.

Me iba a vengar de eso, de alguna manera me lo iba a cobrar. La estaba esperando que saliera del baño, en nuestra habitación de casa de los tíos. Apareció en la estrecha puerta reatándose la toalla en el pecho, con otra liada en la cabeza.

-¿Qué miras?

-A ti.

-¿Qué estás pensando? Me das miedo.

-Y más que te voy a dar.

-No, Javi, ahora no, por favor, acabo de ducharme.

Me lancé a ella y la hice caer sobre la cama. La atrapé y le besé con furia.

-No, Javi, acabo de ducharme.

-Pues por eso.

Olía a sus glorias de perfumes. Bajé para abajo y le abrí la piernas y con ellas la toalla, me metí a chupárselo. Cuando le di el primer lametón, cerró sus piernas contra mi cabeza.

Yo le lamí muy abajo del coñito, buscándole el agujero con la lengua hasta que noté la primera humedad, la primera gota de flujo. Entonces la repartí por todo aquella rajita respingona, le comí aquel botoncito retozón que saltaba a la primera. Ahora no decía nada, estaba a gusto. Se arrancó a gemir y le tapé la boca para decirle que no hiciera ruido. El coñito se fue llenando de humedad y facilitándome la tarea. Se lo comí como la fruta fresca que era, con todo el deleite del mundo. Ella volvió a atraparme la cabeza con las piernas y de pronto su vientre pegó pequeños saltos, embestidas, toda ella se agitó resoplando para aguantarse los gemidos. Después vino a besarme la boca aún empapada de sus jugos.

-Tenemos que hacerlo, Javi; no podemos seguir así. Yo quiero.

-Ahora no puede ser. Tenemos que irnos a comer. Hemos quedado, ¿recuerdas?

-Yo quiero tu polla.

-No está en el menú.

11

Ah, y solo le gustaban los cuadros o las líneas, o los dibujos geométricos, nada de estampados florales y mucho menos de topos. No sé dónde los compraba. No era nada que estuviera de moda. La veía devorar la comida de esa manera suya poco delicada pero a la vez muy sensual y todo encajaba a la perfección. El tío político comentó por enésima vez lo guapa que estaba. El camarero se deshacía en atenciones con ella, mientras nos ignoraba a los demás. La tía quería saber, como siempre.

-Bueno, qué, ¿os divertís? No me iréis a decir que aquí no hay lugares en los que pasárselo bien.

-Sí -dije yo-. La verdad es que nos lo pasamos muy bien. La otra noche estuve bailando salsa y fue fenomenal.

-¿En dónde? -volvió a preguntar ella.

Le dije el nombre de la sala. No la conocía.

-Cambian tanto las cosas de un año para otro... ¿Y no fue Bego contigo?

No me atreví a decir nada. Mi hermana saltó enseguida.

-Yo me fui con un chico a otro lado, tía. A unos pubs que hay en el puerto.

-¿Tú sola? ¿Y tu hermano lo consintió?

-Sí, no pasa nada, tía. No tiene por qué venir nadie detrás de mi. Soy lo suficiente mayor como para ir sola a donde quiera.

-Bueno, si tú lo dices y si tu hermano lo ve bien...

Creo que mi hermana metió un poco la pata. Podría haber dicho que vino conmigo. Haber mentido, joder.

Derrengados, estábamos derrengados. Dormimos como marmotas toda la noche y parte del día, cada uno en su cama. Nos habíamos dado una buena paliza en el mar. Ese día no quisimos ya ir, nos levantamos muy tarde, poco antes de almorzar. Luego nos echamos a dormir la siesta los dos juntos. Mi hermana se quitó el vestido y se quedó solo en bragas, unas de esas que ella acostumbraba a usar, siempre muy claras o blancas, y yo solo los calzoncillos, normalmente oscuros. La tenía acurrucada en mi pecho, con sus pezones erectos punzándome en el costado, y suspiró.

-Se nos están acabando las vacaciones y apenas me he dado cuenta.

-Suele pasar.

-¿De verdad lo hiciste con Irma?

-¿Por qué iba a mentirte?

-Yo también con Roberto.

Había una nota en su timbre de voz, sin embargo, por la que yo intuía que me estaba mintiendo.

-¿Dónde?

-¿Dónde crees que se puede hacer el amor si no tienes dónde?

-No se me ocurre.

-¡Cojones, Javi, pareces tonto! Pues en un aseo.

-¿En un aseo? Eso debe ser incomodísimo.

-Sí, pero si no hay más remedio... Hay mucha gente que lo hace así. Algunas de mis amigas lo han hecho. Me lo han confesado. Algunas incluso en los aseos del colegio.

-¿Del colegio? ¡Qué atrevimiento! ¿Y cómo os lo montásteis en el aseo? No debió ser fácil.

-¿Y tú con Irma?

-En su casa, un día que sus padres salieron.

-¿Te lo pasaste bien con ella?

-Folla como los mismísimos ángeles, si es lo que quieres saber.

-¿Y cómo follan los ángeles?

-Lo hacen todo bien. Hacen que lo recuerdes toda tu vida.

Se quedó callada.

-¿Y a ti? ¿Cómo te fue con Roberto?

-Bien.

Yo ya sabía que eso sonaba a decepción.

-¿Qué fue lo que pasó?

Se lo pensó antes de contestar.

-Se corría enseguida, en cuanto lo tocaba.

Me reí a carcajadas.

-¡Calla, te van a oír! -me susurró, tapándome la boca con la suya.

-¿Por qué pasa eso, Javi?

-No todos los hombres aguantamos igual, quiero decir sin correrse, sin eyacular, y hay algunos que se van enseguida.

Me daba besitos de los suyos, con una pierna echada por encima de las mías.

-Tú no te vas enseguida, ¿no?

-No, aunque tampoco soy de los que más aguantan, no creas.

-La tienes dura.

-Eso parece.

-Siempre está así.

-Sí, siempre que tú me sobas.

-¿Por qué?

-No sé, será por que sabes sobarme.

-¿Puedo tocártela?

Hice como que me lo pensaba.

-Bueno.

Me quitó los calzoncillos y me la atrapó. Me mostró cómo se lo hizo a su amiguito.

-Solo con hacer esto.

Volví a reír con estrépito.

-No te rías, a mí no me hizo ninguna gracia.

-Lo entiendo.

Le di yo ahora besitos mientras me la sostenía, alargué una mano y se la metí en la entrepierna.

-¿Y no te hizo nada aquí?

-No como debía. Creo que era la primera vez que estaba con una chica.

-¡Oh, vaya, qué pena!

-No te rías de mí, por favor.

-No me río, te beso.

Le amasaba el coñito por encima de las bragas. Se las quitó enseguida para que no hubiera estorbo.

-Quiero que me hagas el amor, Javi.

-Ya queda menos para llegar a casa.

-Quiero que me lo hagas ahora.

-Aquí es imposible hacerlo sin que se den cuenta, ya lo sabes.

-No haremos ningún ruido.

-¿Tú estás segura de que no lo haremos? Porque yo no lo estoy.

-No, no lo haremos Javi. Mantendremos la boca bien cerrada.

-No sé qué decirte.

Se tumbó encima de mí y ella sola empezó a restregarse mi pija en su coñito.

-Me gusta mucho. Está muy rica.

Se encajó el glande y de seguido se la metió por entero. Se acercó a mi oído para hablarme.

-No digas nada, Javi, por favor, ni digas nada. Házmelo, solo eso.

La abracé muy fuerte y con ella tomada en los brazos hice que rodáramos sobre nosotros mismos y nos diéramos la vuelta. No consentí que la pija se saliera ni un milímetro del coño respingón de mi hermana. Ahora ella estaba debajo, con su cabeza apoyada en la almohada, el pelo desparramado, la boca entreabierta y los ojos entornados.

-Está muy bueno, Javi, muy bueno.

-Tienes que aprender a esperar, a no precipitarte.

Culeé muy despacio, a todo lo largo que me daba la pija. La sacaba hasta que el glande se quedaba en la entrada de su vagina y se la volvía a empujar toda dentro. Su vagina me la atrapaba dentro con mucha fuerza, como si fuera un elástico potente, y me hacía enloquecer de gusto. Tenía que controlar muy mucho cada vez que se la encajaba.

-Ummmm, eso está buenísimo, Javi, buenísimo.

Hacía el doble ejercicio de darle pija y de taparle la boca con una mano cuando no se la tenía tapada con mi propia boca. Sobre todo al final, cuando empezó a sentirse demasiado bien como para no gemir como una gata. Nos corrimos los dos como bestias, aguantándonos las ganas de echar por las gargantas todo lo que sentíamos. Nos retorcimos en la cama, uno contra el otro. Esta nena de mi hermana con esa cara blanca que se le quedaba después de haberse corrido como una salvaje, con esos pelos alborotados y esa boca entreabierta.

-Me gustas mucho.

-Y tú a mí.

Entonces me percaté de que me había corrido dentro. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza que podia dejar embarazada a mi hermana, ni tampoco mi hermana me advirtió en ningún momento. Le toqué el coñito y ya estaba saliendo el semen. Maldita sea, ¿cómo no había evitado que sucediera?

-¡Bego, Bego!

-¿Qué?

-¡Lo he hecho dentro! ¡Me he corrido dentro!

-No te preocupes, lo tengo controlado.

-¿Lo tienes controlado?

-Sí. Por favor, no te preocupes ahora por eso. Bésame.

La besé.

En los paneles estaba apareciendo la hora a la que iba a salir el tren. Nos estábamos tomando un refresco. Aún quedaba algo de tiempo para marcharnos. Mi hermana llevaba puesto uno de esos frescos vestidos de siempre. El vuelo de ese vestido iba despertando lascivia por donde pasaba. Mi hermana chupaba la pajita y extraía el líquido del vaso y yo pensé que era la viva imagen de lo que haría a lo largo de su vida con cada hombre.

En el tren, cada hombre que pasaba junto a nosotros la miraba y le miraba las piernas. Qué complacida debía de sentirse. Iba al baño y movía su culito por el pasillo, arrastraba su perfume por el vagón, y atraía como un imán todas las miradas masculinas. Me di cuenta de que una chica bien follada desprende un magnetismo poderosísimo. Mocosa asquerosa. Era como ir diciendo a los hombres: Me han follado bien, muy bien, ¿tú serías capaz de mejorarlo? Moviendo ese culo y ese pelo, sin complejos.

12

El siguiente curso, empezó a salir con otro chico, este mayor que yo y más alto. Era su primer ligue más o menos serio. Venía a casa a buscarla dos o tres veces por semana. Yo empecé a mentalizarme: no era nada mía ni lo sería, por regla natural. Ya no estaba sobándome todo el rato, siempre encima de mí como antes, pasaba mucho tiempo fuera de casa. No por eso dejamos de acostarnos juntos, de follar casi todas las noches. Parecía que había seguido mi consejo de no precipitarse, de aguantarse las ganas, y dejaba al chico con dos palmos de nariz como manera de tenerlo babeando detrás de ella, de poseerlo de un modo bestial, antes de plantearse nada. Y luego venía a pagar los platos rotos conmigo. Los días que salía con él llegaba bastante tarde. Se colaba en mi cama y me despertaba.

-¡Javi! ¡Javi! ¡Despierta!

Me empezaba a tocar la polla, a morrearme, hasta que lo conseguía. Venía puesta, encendida, con las bragas húmedas, los pezones erizados, el coñito chorreando de baba, y no podía aguantarse. Había aprendido muy bien a follar, demasiado bien, y me secundaba en las embestidas, acompasándose conmigo, movía el culo y daba unos golpes de cadera debajo de mí que me volvían loco, que hacían que no me pudiera aguantar y me corriera. Me clavaba las uñas en los costados, en el culo, cuando se venía. Pero sentía que cada vez era menos mía.

Hubo una larga temporada en que no hicimos nada. Lo entendí. Debían estar en esa luna de miel de los amantes, poniendo en práctica todos sus conocimientos. No me lo tomé a mal, la comprendía. Me sentía un poco abandonado, pero al mismo tiempo pensaba que era injusto sentirme así.

-¿Tiene un palo grande?

Frunció la boca y afirmó con la cabeza.

-¿Te lo hace medio en condiciones?

Movió la cabeza con una media sonrisa para decir que sí.

-Bueno, eso está bien.

Yo decidí traer a Belén a casa. A mi hermana no le gustaba nada la perspectiva, no le gustaba nada Belén. Tuvimos una pelotera por eso, aunque yo solo la traía cuando ella salía con su chico.

-¡Tú lo que buscas es follar con ella!

Yo no le iba a hacer la contra, era lo que buscaba.

-¿Qué pasa, no tengo derecho o qué?

Pero no había manera de que se le pasara el enfado. Y como era de esperar, Belén y yo follamos. Por fin follamos, habría que decir. La invité temprano, para que tuviéramos tiempo. Belén siempre se hacía la despistada, como quien no se entera de la cosa, pero bien que la conocía yo. Esas miraditas al paquete lo dejaban bien claro. Tomamos palomitas mientras veíamos una película. Luego nos morreamos en el sofá. Se recostó y yo me eché encima de ella, le pijeé en la entrepierna.

-¡Qué bruto eres, Javi! Me metes la ropa dentro.

-Eso es que la tengo muy dura. ¿Te molesta?

Ella dijo casi por la naricita que no.

-Se pone así porque la excitas mucho.

-Ya -dijo mientras nos besábamos.

-¿Te gustaría vérmela? -le pregunté yo, aprovechando que estábamos solos.

No dijo nada. Eso quería decir que sí, que le gustaría.

Me levanté del sofá con toda la hinchazón manifestándose en mis pantalones cortos. La tomé de la mano y vino tras de mí al aseo. Ella se apoyó de espaldas en el labavo y yo, enfrente, me desabroché los pantalones  y me la saqué. La miró con la caja enrojecida.

-¿Nunca has visto una?

Dijo que no. Que solo en internet.

-Puedes tocármela, si quieres.

No se atrevía. Yo conocía bien a Belén. Quería hacerlo pero al  mismo tiempo no quería dar el paso. Le tomé una mano y se la llevé a mi pija.

-Cójela.

La tomó y me la manoseó con mucho miedo.

-Está muy caliente -dijo.

-Sí. Es lo normal.

Entonces yo me acerqué a ella más y le desabroché los shorts. Los hice caer hasta sus pies. Llevaba puestas una bragas rosas. Acerqué la pija y la sobé en la entrepierna mientras le amasaba las tetas. Belén aguantó un gemido con la boca cerrada, como solía hacer cuando estaba excitada de verdad. Luego le bajé las bragas y le vi por primera vez el coño. Tenía un coño enorme, con una raja grandísima y unos labios gordos, carnosos, todo rodeado de un pelo negrísimo. Le llevé la punta de la pija y se la metí. Estaba y húmeda y caliente como para metérsela toda. Ella respiró fuerte y me miró. Eso quería decir que quería más y que no se opondría a nada. Empujé la pija hasta donde pude, Belén tenía las piernas casi cerradas y no podía más. En esa postura nos abrazamos y nos besamos. Yo veía la espalda de Belén en el espejo del baño mientras le daba pequeñas embestidas. Ella me agarró del culo para reforzar lo que le estaba haciendo. Me retiré enseguida y le subí las bragas y los pantalones. La cogí otra vez de la mano para conducirla a mi habitación. Nos acostamos y nos desnudamos. Por primera vez vi a Belén completamente desnuda. Tenía unas tetas abundantes y muy redondas, con un pezón pequeño en lo alto de cada una de ellas. Una barriguita con unos michelines adorables y un pubis muy velludo. Unas piernas muy llenas y redondas y un coño enorme. Le restregué la pija por todo él mientras la miraba y la besaba. Ahora no ponía ninguna pega. Se la paseé por el interior de los muslos, se la apoyé un poco tiempo en el capuchón, le rebañé los labios del coño con ella, se la encasqueté al final toda entera en aquella raja tan jugosa. Belén se removió debajo moviendo el culo de un lado a otro en círculo, con mucho arte. Seguro que yo no era el primero que se la había tirado. Me atrapó con las piernas y me hizo rodar de un lado a otro de la cama.

-¡Eh, eh; que vas a hacer que me corra antes de tiempo!

Abría de un modo exagerado las piernas pidiéndome que se la metiera hasta lo imposible y más allá. Ahora no ponía pegas, ahora no me daba largas, ahora todo eran facilidades. Yo quería aguantar todo lo que fuera posible, pero ella empezó a embestir hacia arriba, como si fuera ella la que me estuviera follando a mí, y no pude aguantar mucho tiempo. La  noté venirse cuando empezó a dar aquellos grititos y revolucionó el culo como si fuera una máquina, y yo sentí que la pija me reventaba dentro y la saqué justo antes empezar a manar. El primer disparo se estrelló en el coño de Belén, nada más sacarla. Sentía nuevos tirones a cada momento y no paraba de echar, nuevos retortijones y nuevos disparos de semen que fueron a parar al coño de Belén. Belén se quedó descuajaringada debajo de mí, con las piernas y los brazos abiertos y extendidos. Pensé que acababa de hacerla mía y que, en adelante, a medida que folláramos, se iría haciendo cada vez un poco menos. Pensé que cada chica tiene su propia magia.