Jane Morris

—¡Vamos, folla conmigo, sé que lo deseas! —gritó mientras yo huía...

Morris, Jane

Dicen que una madre haría cualquier cosa por su hijo, yo digo que una madre efectivamente lo haría, a pesar de tener que pagar un alto precio por ello.

Hoy es sábado y ya estoy pensando en lo que pasará esta noche, pero no adelantemos acontecimientos, vayamos por partes.

Soy viuda desde hace ya cinco años, cinco largos años en los que la vida me ha cambiado por completo. Mi marido era conductor de camión, iba y venía de viajes internacionales. A él le gustaba, pues le encantaba viajar. En los veranos nos íbamos con nuestra caravana por los países nórdicos y él nos hacía de guía para mí y para mi hijo, John.

Pero llegó aquel día, el día fatídico en el que me llamaron de su empresa para decirme que Mike había tenido un accidente fatal, su camión se había despeñado por una ladera a consecuencia de un choque con otro vehículo y no había sobrevivido.

En aquel momento no supe cómo reaccionar, me quedé allí de pie, al teléfono, mientras la secretaria al otro lado de la línea me preguntaba si estaba bien con la voz entrecortada, sin duda ella estaba también muy apurada, pero yo no reaccioné, tardé en hacerlo.

Pero bueno, tras aquello me quedé con mi hijo de dieciséis años por aquel entonces y tuvimos que rehacer nuestras vidas.

Yo tuve que comenzar a trabajar, pues, aunque cobramos el dinero del seguro, acumulábamos muchas deudas entre la casa y el camión, que estaban ambos por pagar, de modo que la indemnización se la llevaron los bancos que nos habían prestado el dinero.

Así que volví a ser secretaria de dirección, mientras mi hijo iba al instituto y se preparaba para la universidad.

John era un hijo magnífico, buen deportista y buen estudiante, lo que toda madre desea para su hijo, pero un buen día empezó a comportarse de una manera extraña. Tenía la mirada ausente, estaba como perdido y me llamaron del centro donde estudiaba, porque provocaban constantes peleas, ya no solo con los maestros, sino también con los profesores, a los que llegó a insultar y amenazó.

Conmigo su comportamiento también se había vuelto agresivo, si bien hasta entonces yo no daba la suficiente importancia, pensando que podría deberse a la pérdida de su padre.

Hasta que llegó el día de su ataque epiléptico, me llamaron estando yo trabajando y salí a toda velocidad hacia el hospital donde lo había llevado la ambulancia. Estuvo semanas en ese hospital mientras los médicos le hacían toda clase de pruebas sin saber el porqué de su comportamiento agresivo.

Finalmente dieron con el diagnóstico, según me dijeron, era la primera vez que venían aquellos síntomas combinados en un paciente, por un lado, tenía ataques de epilepsia y por otro tenía se sentía perseguido por la gente y oía voces, así que le diagnosticaron esquizofrenia.

Al principio empezó a tomar la medicación y parecía que funcionaba, pero a los pocos meses volvió a recaer y comenzó a mostrarse más y más agresivo, tanto conmigo como con sus amigas y profesoras, en especial con las mujeres, no se sabía bien porqué, pero sus paranoias versaban en torno a conspiraciones de las mujeres contra él.

Le aumentaron la medicación y empezó a no querer levantarse de la cama. Yo lo veía mal, pero tenía que trabajar para pagar las facturas así que me iba a mi empresa y volvía ya tarde. Él dormía casi todo el tiempo por el día, por lo que por las noches se desvelaba y no me dejaba dormir, encendía las luces, deambulaba por los pasillos de la casa y se asomaba a mi habitación. Discutíamos constantemente, pues me ponía de los nervios y cuando perdía el control a veces me pegaba.

Yo evitaba decir nada en el trabajo y me cubría los moratones con pañuelos y con ropa de cuello alto. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Hasta que un sábado le pillé espiándome mientras me duchaba, lo vi simplemente mirándome mientras salía de la ducha desnuda. Rápidamente me tapé con la toalla y le sonreí, tratando de no darle importancia al incidente, entonces él me la arrancó y se quedó mirándome.

Yo le di una bofetada y entonces él me la devolvió y caí al suelo. Por suerte para mi, pareció tener un momento de lucidez y viéndome allí se marchó a su cuarto y se encerró.

Tras pasar un rato le llevé la cena a su cama y al entrar lo pillé viendo vídeos porno mientras se masturbaba, él se tapó rápidamente y bueno, yo hice como si tal cosa y entré a verlo.

Puse la bandeja sobre la cama y hablamos, por lo visto me confesó que ver porno le relajaba y masturbarse también. Aquella noche estuvo muy lúcido y me dijo que no quería seguir tomando las pastillas a lo que yo reaccioné asustándome, pero traté de que no se me notase.

Tras el incidente siguió con sus vídeos porno, los veía a todas horas en su cuarto y le daba igual si yo estaba como si no. Yo escuchaba aquellos gemidos, aquellas voces y la verdad, tras años de no tener sexo comencé a excitarme y secretamente me masturbaba algunas noches mientras oía los gemidos de fondo, ¡aquello era de locos!

Recuerdo que otro sábado entré a su cuarto y también estaba masturbándose, salvo que ese día no paró de hacerlo.

— ¡Oh cariño, lo siento! Te traía la cena —dije muy avergonzada sin querer mirar su miembro erecto.

— No tengo hambre mamá, ¡sólo quiero follar! —exclamó mientras me miraba.

— ¡Pero hijo, por favor no seas grosero! —dije yo tratando de conservar la calma.

— ¡Tú podrías follar conmigo! —exclamó de repente.

— No hijo yo soy tu madre, ¿cómo voy a hacer tal cosa?

Seguí intentando no darle importancia a sus palabras, mientras dejaba la bandeja donde le traía el refrigerio en la mesilla de noche, junto a su cama.

— Mira mi polla mamá, ¿es que no te gusta?

— ¡Oh John, no digas esas cosas!

Exclamé mientras no pude evitar clavar mi mirada en su gran miembro erecto. Aunque escandalizada, lo cierto es que me pareció bonita, ¡pero por dios! ¡Aquello me superba!

Recuerdo que entonces él me subió la falda y sentí su mano tocarme las ingles y subir hasta mis bragas tocándome en lo más íntimo, así que de un respingo me eché hacia atrás y corrí despavorida saliendo de la habitación.

— ¡Vamos, folla conmigo, sé que lo deseas! —gritó mientras yo huía.

Ya de madrugada no podía dormir, estaba tensa pesando en su comportamiento y no sabía qué hacer, pasé toda la noche en vela.

Al día siguiente en cambio pareció no acordarse de nada así que pensé que todo aquello había sido como una pesadilla y me alegré de pensar que fuese algo pasajero.

Su enfermedad era así, cuando discutía conmigo y me pegaba, luego no se acordaba de nada. Así que de alguna forma pudimos continuar con nuestras vidas.

Pero en los días siguientes volvió a la carga, me metía mano mientras estaba cocinando y se acercaba por detrás. Y cuando lo rechazaba me llamaba puta, zorra, ramera y cosas así. Si le daba una bofetada me la devolvía y por las noches apenas dormía atemorizada pensando que podría entrar en mi cuarto, a pesar de que echaba siempre el pestillo de la puerta.

Esa semana en el trabajo estuve rara, como apenas dormía por las noches y no rendía en la oficina, tenía que quedarme hasta tarde para terminar mis tareas.

Recuerdo que aquella tarde estaba sola en la oficina, bueno sola no, estaba también el hombre de la limpieza. Un hombre joven negro. Y pensando en que tenía que volver a casa y escuchar los insultos de mi hijo me desesperé y empecé a llorar como una loca.

— Señora, ¿qué le pasa? —dijo el hombre acercándose a mí con buena voluntad.

— ¡Oh nada nada! —me excusé tratando de serenarme.

El chico siguió a mi lado y yo creo que me puse colorada pues no sabía ni qué decirle, así que me dispuse a marcharme. Entonces él me dijo que al menos me tomase un café con él en la máquina y así le acompañase. De modo que no pude rechazar su invitación después de haberse mostrado tan amable conmigo.

En la máquina de café me estuvo contando que estaba estudiando medicina, pero que como necesitaba dinero trabajaba limpiando aquella oficina. Era muy joven y sonreía todo el rato, lo cierto es que me encantó su amabilidad y su sonrisa.

— Geral, ¿y tienes novia por un casual? —le pregunté directamente.

— Novia no, sólo amigas —sonrió sin darme más información.

— ¡Con que solo amigas pillín! Pues tal yo también querría ser amiga tuya, ¿me aceptarías? —me insinué.

No podía creer lo que estaba haciendo, estaba flirteando con aquel chico a quien no conocía de nada.

Seguimos hablando, yo estaba allí de pie ya muy cerca de él y empecé a sentirme muy excitada.

— Bueno Geral, ¿y no se te hace larga la noche limpiando? —le pregunté muy de cerca, rozándolo con mis pechos y metiéndole mi muslo entre sus piernas.

— ¡Oh señora, verá yo…! —dijo él asustado retirándose de mí.

— ¡Lo siento Geral, no quería ofenderte! Claro me ves muy mayor para ti —asentí mirando al suelo, sintiéndome realmente ofendida.

Entonces él se acercó a mí y me cogió el brazo suavemente.

— No señora, no me malinterprete, usted es muy guapa, es solo que antes la vi llorando y ahora me hace esta proposición y la verdad, supongo que tiene problemas y no querría que se equivocase, ¿lo entiende?

Sin duda el muchacho era sincero, con aquella frase terminó por conquistarme.

— No me equivoco créeme, ahora sólo quiero chuparte la polla, ¡vamos compláceme! —le dije arrodillándome ante él como una perra rabiosa.

Su cara ya fue suficiente respuesta, eché mano a su cinturón y lo desabroché, luego bajé su vaquero y finalmente extraje su negra herramienta por la raja de sus calzoncillos. Allí estaba, ¡una buena polla negra! Que admiré mientras la acariciaba con mis manos, aún no estaba del todo erecta, pero con mis caricias no tardó en reaccionar.

Cuando entró en mi boca la sentí suave y grande, muy grande, su capuchón me llenó toda la boca y casi no pude pasar de ahí. El chico cerró los ojos y yo me aparté las bragas para acariciar mi raja allí abajo.

Me sentía tan caliente y tan puta como decía mi hijo, entonces me acordé de sus palabras y no supe qué pensar, el caso es que seguí manando aquella gorda polla negra hasta que él, decidió recompensarme relevándome y comiéndome la raja con su larga lengua arrodillado también ante mí.

Me corrí en su boca apenas al poco de empezar, estaba tan tensa que no pude evitarlo, luego él pasó a follarme allí mismo, de pie, me incliné hacia adelante aferrándome a la máquina del café y lo sentí entrar en mi desde atrás y follarme con ganas. Se ve que el chico estaba tan necesitado como yo.

Su corrida no tardó en llegar y sentí su leche entrar en mi coño mientras pensaba que no habíamos tomado ninguna medida, pero ya era demasiado tarde, se corrió dentro de mí y gocé de cada instante de aquellas últimas acometidas.

Cuando salió de mi sentí su leche caer de mi chocho y gotear en el suelo, en aquel momento me sentí como una guarra, pero no me importó lo más mínimo, por una vez estaba satisfecha, ¡plena de gozo!

Luego la sensación fue algo tensa entre los dos, nos despedimos sin saber si besarnos o darnos la mano. Finalmente opté por acercarme y darle un casto beso en la mejilla, ¡qué estúpida, tras follar y voy y le planto un simple beso de prima! Tras eso fui a mi mesa, recogí mi bolso y salí corriendo de la oficina.

1

Me había follado al chico de la limpieza, e iba inmersa en mis pensamientos mientras conducía de vuelta a casa: ¿Acaso eres una puta? —me pregunté a mi misma mientras aceleraba.

No lo sabía, pero me había encantado el rápido polvo en la máquina del café y me mordía los labios sensualmente recordándolo.

Mientras conducía bajé mi mano y me acaricié mi coño, estaba aún muy lubricado, yo diría que hasta tal vez insatisfecho. Le hubiese gustado una segunda follada.

Paré de camino a casa y compré una píldora del día después y una caja de anticonceptivas y tomé la primera allí mismo. Después de todo lo último que necesitaba es quedarme embarazada de aquel chico negro.

Aparqué frente a la puerta y entré decidida a nuestra casa. Sin miedo por una vez en los últimos meses. Allí en el sofá estaba John.

— ¡Qué pasa puta, por qué bienes tan tarde! ¿Te has follado a alguien de camino? —me dijo a modo de recibimiento.

— Si, me he follado al chico de la limpieza, ¡y me ha encantado sabes! —le espeté acercándome desafiante.

John se levantó y se acercó a mí intentando intimidarme.

— ¿Y te ha gustado puta? —me preguntó mientras se acercaba a mi cara hasta sentir su aliento en mi boca.

— ¡Si me ha encantado hacer de puta como tú me dices! —exclamé yo aún más desafiante.

Entonces él me soltó una bofetada y acto seguido me cogió del cuello y apretó hasta dejarme sin poder respirar. Ahí me asusté mucho, y por unos momentos pensé que ese sería mi final. Pero entonces él echó mano a mi falda me la subió y apartándome las bragas introdujo su dedo en mi coño y comenzó a follarme con él mientras sentía que la presión en mi cuello menguaba.

— ¡Vamos hijo de puta! Sácate la polla que te la chupe, ¿no es eso lo que quieres? —pregunté empujándolo con violencia haciendo que tropezara al ir hacia atrás y callera en el sofá.

Me arrodillé y ante un atónito John le desabroché el vaquero, le bajé la cremallera, metí mi mano y busqué su polla hasta sacarla por la bragueta, la tenía ya dura el muy cabrón.

La introduje en mi boca y se la chupé con fuerza. Seguí chupándola con ganas mientras lo masturbaba al mismo tiempo con la mano.

John se sujetaba al sofá con las manos y no se atrevía a tocarme.

— ¡Qué cariño! Estás contento ya, ¿sí? Quieres que te la chupe todos los días, ¿eh? Así tratarás mejor a tu mami, ¿sí? —comencé a decirle mientras le masturbaba arrodillada ante él.

— ¡Oh mamá, nunca pensé que dieses este paso! —exclamó John en un momento de lucidez.

Como una posesa liberé mis pechos y John me pellizcó los pezones mientras yo me lo trabajaba arrodillada ante él. Es más, llegué a apartar mis bragas a un lado y comencé a masturbarme otra vez, a pesar de que me había follado al negro aquella misma noche y encontré gran goce al hacerlo mientras la polla de John me entraba hasta adentro.

Me sentí aún más puta que cuando me follé al negro aquella noche, aquello ya fue demasiado lejos, pero vi que John estaba tan calmado mientras se lo hacía que supe que esa sería la perfecta medicina para mantenerlo a raya en casa y asumí mi papel.

Cada noche que lo requiriera le haría una mamada y así me dejaría tranquila, él sería feliz y yo también.

Chupé y chupé hasta que su corrida me sorprendió en la boca. Nunca lo había hecho, pero estaba tan cabreada aquella noche con él y su actitud que el coraje me hizo hacerlo sin pensar.

John se contrajo mientras se corría y yo seguí chupando su glande, terriblemente hinchado y rojo como un pimiento. Su polla era blanca, de un blanco nacarado muy en contraste con la otra negra que había chupado hacía un rato.

Cuando terminé me incorporé y él se quedó allí sentado, con cara de éxtasis tras mi mamada con final feliz, pero decidí no dejarlo allí. Lo tomé de la mano y lo conduje hasta su cuarto, donde yo misma lo metí en la cama y él como un niño se dejó arropar, terriblemente tranquilo y relajado…

— Buenas noches… —le susurré al oído para despedirme.

En el fondo Jonh seguía siendo mi hijo, con esquizofrenia o sin ella y lo que hice lo hice por él y no me arrepiento, ¡pues me funcionó! Tras esto, John no volvió a molestarme en los días siguientes.


Acabas de leer los dos primeros capítulos de Siete Madres Desesperadas , esta es su sinopsis:

Siete Madres Desesperadas es una recopilación de relatos cortos, de cuatro capítulos cada uno, con la excepción del penúltimo, que cuentan la caliente historia de una madre diferente.

Ese es el nexo de unión entre ellas, todas son madres, todas tienen un hijo, todas se enfrentarán a situaciones extremas y todas tendrán sexo.