Jane - 4

Jane llega descalza a casa, terriblemente excitada, descubriendo que incluso el ver descalzas a otras mujeres, la excita. LA joven necesita saciar su placer, así que decide masturbarse de nuevo.

CUATRO

Jane rió, sintiéndose incluso algo excitada, mientras Bruce la hacía cosquillas en uno de sus pies - algo más sucios ya, sobre todo tras los pasos sobre el pegajoso suelo del local - y Martha se las hacía en el otro pie ante la divertida y atenta mirada de sus otros compañeros y de algún curioso que les observaba detenidamente - algunos de ellos igualmente divertidos, otros indignados en diferentes grados y muchos curiosos - en Harry’ s desde que Jane había hecho su aparición descalza hacia ya una hora.

Sus amigos se habían reído abiertamente al verla aparecer descalza acompañada por Anna tras su conversación, y ella, sin sentirse ofendida, había seguido sus risas, poniendo sus pies descalzos sobre la mesa al grito de “ si, veis bien, estoy descalza” provocando las miradas de las mesas cercanas.

Tras pedirse una coca-cola, con sus blancos pies descalzos de sucias plantas ya en el suelo sin que le molestara ya que todo la superficie estaba pegajosa, había contado a sus amigos su decisión, - la acordada con el director como excusa, no la de verdad, la que solo sabían ellos dos y Anna - estos, sorprendidos la dijeron que estaba loca, pero que si era lo que deseaba adelante, pero que tuviera cuidado y mirar siempre por donde pisaba.

Todos los presentes, incluidos los chicos, irían mañana descalzos al instituto para celebrar “ EL DIA SIN ZAPATOS” Jane, que ya le había contado la verdad a Anna, dijo a Martha y Betty que porque no dormían en su casa el viernes.

  • Celebraremos nuestra particular fiesta de cumpleaños de Martha.

Los chicos bromearon sobre la típica fiesta de pijama y preguntaron si se podrían colar por la ventana de la habitación de Jane. Tras las risas y los comentarios de “ mi padre tiene un arma” “ inténtalo y verás” o “ pobre de vosotros” los comentarios volvieron a circular sobre Jane y sus pies descalzos.

Las chicas aceptaron su invitación. El viernes, se dijo, las contaría la verdad a sus amigas, aunque Anna ya la sabia, Martha y Betty, sus otras amigas de toda la vida, también la merecían. Las cuatro se conocían desde niñas y eran muy amigas, se habían contado todo, incluso sus primeras experiencias sexuales, y esto, que al fin y al cabo era una nimiedad, también merecía ser compartido. Además, ya se veía a las cuatro descalzas el día de la graduación, y quien sabe, a lo mejor incluso lo que queda de curso.

El grupo siguió sonriendo y viendo como Jane reía a carcajada a medida que las cosquillas en sus pies iban en aumento, al igual que su excitación aumentaba provocándola de nuevo deseos de masturbarse, mientras eran observados por un grupo de cuatro chicos en una mesa cercana. Uno de ellos miraba detenidamente los pies de Jane, y deseando tenerlos entre sus manos, se dijo que haría lo posible por hacerlo, fuera lo que fuera necesario.

A las siete de la tarde, mientras Laura Higgins montaba en su coche para ir a ver a su marido, Jane enfilaba el camino de entrada a su casa pisando segura y feliz el asfaltado terreno con sus pies descalzos.

Desde Harry’ s a su casa había media hora andando, pero como de camino pillaban la casa de Anna y Betty, las tres fueron andando todo el rato.

Martha se había quedado con Bruce, con el que empezaba a mantener una relación, y el resto de chicos se había marchado.

Las tres chicas andaban juntas, riendo, mirando al suelo para ver por donde pisaban y que Jane no se lastimara, y sonriendo divertidas cuando alguien se quedaba mirando fijamente los pies de Jane, que se veían perfectamente pues al chica seguía con los bajos de los pantalones subidos.

Por el camino, y una vez Betty se quedó en su casa, cruzaron el parque Kennedy para acortar, andando por el sendero de baldosines amarillos que habían puesto hacia años imitando a la película de El mago de Oz.

A ambos lados del sendero se extendía el parque, una enorme zona boscosa que no solía estar cuidada salvo dos zonas con columpios para los niños en sendos claros. El resto, era una zona que de noche no era recomendable cruzar sola, y aunque ni era de noche, ni iba sola, ni estaban cruzando la zona del parque sin asfaltar, Jane se sintió incomoda por ir por allí. Ella prefería ir siempre por la calle, aunque dieran más rodeo, pero Anna estaba cansada y no quería andar mucho.

Pararon unos segundos para que jane se inspeccionara los pies, que se ennegrecían más a cada paso, y rieron al ver como sus plantas se oscurecían por la suciedad y polvo de las calles. La gente con la que se cruzaban las miraban. Muchos reprobando la actitud de Jane, otros sonriendo, y tras ellas, sin que se percataran, ya que no eran los únicos, las seguían el grupo de cuatro chicos que había estado sentado cerca de ellas en Harry’ s, solo que estos las seguían a propósito, para ver a Jane, y el resto porque era su camino a seguir.

Ninguna de las dos chicas se percató de que las seguían, y abandonaron el sendero y el parque para enfilar finalmente la calle en la que Anna vivía.

Jane acompañó a Anna hasta su casa, y antes de entrar, su amiga sonriendo, se descalzó sus deportivas, pero no se quitó los calcetines a rayas que llevaba puestos. Jane sonrió mirando los pies de Martha, que le parecieron bonitos, incluso sin verlos desnudos. Ya se los había visto otras veces, en sus fiestas de pijama desde hace años, incluso se habían pintado mutuamente la una a la otra las uñas de los mismos, pero hasta ahora, Jane no había percibido esa belleza de unos pies femeninos, y a pesar de que no sentía ninguna atracción sexual por su amiga, ni por ninguna mujer, supo que si tocara los pies descalzos de su amiga, la excitaría tanto como tocar los suyos propios o que alguien los tocara.

  • Bueno. – Dijo Anna sintiendo el suelo bajo sus pies pero no apreciando como hacia Jane su cálida aspereza – Es un comienzo. Mañana iré descalza.

  • ¿Del todo?

Anna hizo una mueca.

  • Con medias.

  • ¿Y pasado?

Su amiga sonrió.

  • Debería de hablarlo con el director. Quizás deje pasar unos días a ver como se te da, y ponga como excusa solidarizarme contigo.

Jane sonrió divertida, encogió los deditos de los pies y sonrió mientras los miraba.

  • El viernes se lo contaré todo a Betty y Martha.

¿No sería genial que estemos las cuatro descalzas hasta después de la graduación?

Anna sonrió, no dijo nada. En el fondo pensaba que sería genial, pero también la asustaba e incomodaba lo que dijera la gente.

  • Si. – dijo sonriendo a su amiga y mirando los pies de ambas, descalzos los dos pero unos desnudos del todo – Seria genial.

Y dándose dos besos se despidieron.

Se detuvo en el porche y se revisó las plantas mientras desde unos veinte metros la observaban los cuatro chicos, uno de ellos excitadísimo al pensar en esos pies atados y boca arriba listos para azotarlos y apagar en ellos sus cigarros. Jane observo admirada y sonriente las hermosísimas plantas de sus pies. Estaban negras, y sonrió aun más al comprobar que estaban mucho más sucias de lo que esperaba. Sin saber porque, mordiéndose el labio inferior, sonriendo y algo excitada, se las acarició sonriente sintiendo una suave aspereza al rozar su yema de los dedos la suciedad y una deliciosa suavidad al hacerlo en la parte blanca de sus delicados arcos. Por un instante presionó en la pequeña dureza de sus almohadillas y recordó al director, sintiéndose excitada de nuevo y deseando que ese hombre la volviera a tocar los pies.

Sin pensarlo más, entró en la casa y sonriente, saludó a voz en grito, como hacía cada día, al entrar.

  • ¡HOLA, YA HE LLEGADO!

  • Estamos en el salón cariño – dijo su madre.

Jane, cogiendo aire, sonriente, fue hacia allí, entrando en el mismo, de frente, estaba el sofá con la mesa de té en el centro. Sus padres estaban sentados en él. Su padre estaba aun con el traje, pero sin la chaqueta ni la corbata, y su madre, que hoy tenía el día libre, estaba vestida con unos vaqueros y una camiseta, apoyando sus pies descalzos, cubiertos por unas medias negras, encima de la mesita, una posición que a su madre le gustaba mucho y que tomaba a diario. Jane admiró los pies de su madre y notó que eran muy parecidos a los suyos, con los juanetes algo más marcados, pero nada feos, pues no estropeaban ni deformaban los dedos de los pies ni el resto del mismo. De nuevo, Jane tuvo la misma sensación de excitación al ver los pies de su madre que había tenido con Martha, y esta vez la hizo sentirse algo avergonzada, y se ruborizó, algo que sus padres atribuyeron a la desnudez de sus pies y la sonrieron amistosos.

  • Pasa cariño, pasa tranquila y no tengas miedo, no te preocupes. Tu madre me lo ha explicado todo – dijo su padre amable mirándole los pies descalzos de su hija sonriendo.

Jane se acercó a sus padres y se quedó de pie al otro extremo de la mesita, mirando sin poder evitarlo los pies descalzos de su madre y los mocasines de la misma que descansaban en el suelo, a un lado. Sus padres sonrieron.

  • Jane, cariño… - dijo su madre sonriendo mientras bajaba los pies y los apoyaba en el suelo del salón, todo de madera pulida – Míranos, por favor. No te vamos a castigar cielo.

Suspirando, apartando la vista de los pies de su madre, Jane, aun ruborizada y al borde del llanto por la vergüenza que sentía al sentir deseo por los pies de su amiga y de su madre, sin poder evitar sentirse excitada aun, sin saber porque le pasaba esto, obedeció y les miró.

  • Lo siento – murmuró sollozando – si no queréis que lo haga, no lo haré – dijo pensando en que repetiría curso, pues no se sentía con fuerzas de decir nada del trato con Higgins. ¿No se sentía con fuerzas, o acaso no deseaba hacerlo?

Su madre se levantó y fue a abrazarla. Jane soltó la mochila y la carpeta y abrazó a su madre, los pies descalzas de ambas se tocaron y Jane volvió a sentir una leve excitación que la hizo cerrar más los ojos y llorar más aún.

  • Queremos que hagas lo que desees cielo.

Y siguió llorando abrazada a su madre durante casi cinco minutos.

Tras separarse de su madre sonriendo, Jane pidió a sus padres que la dejaran hacer esto, que deseaba estar descalza hasta, por lo menos, el día siguiente de la graduación.

  • ¿Por lo menos? – dijo su padre levantándose y sonriendo a su hija mientras se acercaba para darle un cálido beso en la frente que la joven agradeció – Pensé que solo seria hasta la graduación.

No pareció incomodarle esa decisión de su hija, peor estaba sorprendido.

  • Si, pero creo que seguiré así hasta empezar mis estudios en la universidad - y quién sabe si incluso allí también, se dijo a sí misma. – El poco que llevo hoy no me ha parecido desagradable.

Su padre la sonrió, y su madre también. Jane procuraba evitar mirar a los pies de la mujer, pues sabía que verlos descalzos la seguiría excitando, por lo menos hasta que fuera a su cuarto de baño y se masturbara.

  • Bien. – Dijo su madre – pues subamos a guardar tus zapatos en cajas y dejarlos en el desván.

  • Quiero regalarlos – dijo rápidamente y convencida.

  • Como quieras. – dijo su madre sonriendo. – Si me dejas cambiarme, te reviso a ver si tienes alguna herida en los pies y te ayudo a guardarlo.

  • Déjalo. Prefiero darme una ducha antes y revisarme yo los pies. – no podía pensar en que la pasaría si otra persona la tocaba los pies. Sorprendida aun por cómo estaba reaccionando su cuerpo en estas últimas horas desde que Higgins acariciara sus pies, Jane pensaba que no podría soportar a su madre tocando sus pies, de hecho, solo pensarlo, la estaba excitando, y ello la estaba haciendo sentirse mal nuevamente.

  • Como quieras, pero si deseas que te lo mire yo alguna vez…

  • Te lo diré mamá. – dijo besándola en la mejilla.

Empezó a subir las escaleras a su habitación y a mitad se detuvo, miró a sus padres desde done estaba y sonrió.

  • Gracias por entenderme. – Dijo – Cuando me duche y esté lista te aviso mamá.

La mujer asintió, y sonriendo, vio a su hija terminar de subir las escaleras y girar en el pasillo para ir a su dormitorio.

Nada más entrar en su habitación cerró por dentro.

Tenía pestillo en la puerta de su cuarto, y lo podía usar siempre que estuviera sola o con amigos, si alguna vez traía un chico, cosa que aun no había ocurrido, no podría usarlo.

Sus padres eran muy abiertos de mente, podían entender que su hija se encerrase para estar más tranquila cuando quisiera estudiar o estar con amigas, e incluso para lo que muchas veces sospechaban que su hija hacía – sospechas acertadas – que no era otra cosa que masturbarse. Pero preferían que no se encerrase con chicos. No porque fuera a costarse con ellos, si no para que pudieran saber en todo momento que estaba bien y el chico no intentase nada con ella. No la vigilaban, la daban libertad, pero se preocupaban por ella, por eso, tenía el pestillo, y por eso, cuando quería estar a solas, cuando quería desnudarse en su dormitorio y masturbarse, se encerraba, y esta vez, a pesar de haberse corrido de una forma salvaje hacia pocas horas, Jane necesitaba volver a hacerlo.

Agitada, excitada, se desnudo de cintura para arriba y se sentó en la cama antes de seguir desnudándose. Notaba sus pezones hinchados y erectos, tanto que hasta la dolían. Apoyó su pie derecho en su rodilla izquierda y se inspeccionó le pie. Le pareció hermoso incluso a pesar de la suciedad. No se apreciaba herida alguna, y en el izquierdo, según comprobó, tampoco.

Se levanto y terminó de desnudarse. Excitada, se agachó bajó la cama y sacó de su interior una bolsa de deportes, de su interior sacó una pala de ping-pong, y sentándose en el suelo, con las piernas abiertas, se metió el mango de madera forrado con piel en su coño hinchado y abultado, abriéndose paso a través de los pliegues sonrosados y el vello rizado y moreno que cubría su pubis, hasta hundirlo entero en sus profundidades y notar la base de la superficie redonda rozar su rajita. Gimiendo, mordiéndose el labio inferior por el dolor fugaz que había sentido por el roce de la superficie del canto de la pala en su rajita. Cogiendo la pala por el extremo de esa base, empezó un mete saca en su coño moviéndola de dentro afuera y arriba abajo mientras se pellizcaba los pezones y frotaba sus pies uno con otro, tumbándose enseguida presa del placer y la excitación, gimiendo lo más bajo que podía, sintiendo el sabor de la sangre de su labio al morderse con fuerza para reprimir los gemidos, Jane no tardo en correrse, dejando la pala dentro de su coño al acabar mientras se pellizcaba los pezones y acariciaba un clítoris terrible y obscenamente hinchado que deseaba salir de entre la delicada maleza que era su vello púbico, mientras de entre sus labios separados por la pala sobresalía su corrida deslizándose hacia el suelo de su habitación.

Media hora después, en su habitación, mientras guardaba en cajas todos sus zapatos ayudada por su madre, Jane sonreía ya más tranquila y relajada tras haber guardado a pala de ping-pong en su sitio y darse una buena ducha - en la que todavía excitada, aunque menso tras la masturbación con la pala de ping-pong, se había dado con el chorro de la ducha a plena potencia en su hinchado coñito hasta correrse de nuevo - y porque su madre, vestida ahora con un chándal viejo, cubría sus pies con unas zapatillas que solo dejaban al aire sus talones desnudos, de piel blanca y delicada, que aunque le hacía sentirse incomoda a su hija, no le producía esa sensación excitable que le había producido el verla descalza.

Jane nunca había sido una derrochadora. No tenia tantos pares de zapatos como podría tener su propia madre o su amiga Martha, pero llenó dos cajas con deportivas, sandalias, botas y zapatos de todo tipo. Cuando acabaron, las dos sonrieron satisfechas al ver las dos cajas ya bajadas al garaje y cerradas con cinta aislante con la palabra IGLESIA escrita en un lateral.

La madre abrazó a su hija y la besó en la frente, después la miró los pies, descalzos por completo sobre el suelo sucio y grasiento del garaje.

  • Entra en casa a lavarte los pies otra vez, se te habrán puesto perdidos.

Para corroborarlo, Jane se los inspecciono allí mismo y comprobó que así era.

  • Si entro así pondré el suelo perdido, mejor salgo al jardín y me los lavo fuera con la manguera.

La mujer asintió y salió con su hija al jardín por la puerta del garaje. Jane se quedó parada en mitad de la zona que estaba asfaltada y que daba a la entrada del garaje, donde solía jugar al baloncesto usando la canasta que colgaba sobre la puerta del mismo y sonrió a su madre, que era con quien solía jugar.

  • ¿Una partida antes de cenar?

La mujer, sonriendo, se descalzó sus zapatillas, y quedándose descalza como su hija, cogió la pelota de baloncesto, y tras cerrar la puerta del garaje, se la pasó. Jane, que había vuelto a mirar a su madre a los pies, se dio cuenta de que en ese momento ya no sentía la excitación, si no una agradable sensación de agradecimiento hacia su madre por haberse descalzado para jugar con ella, una especie de compañerismo, de vínculo más allá de lo maternal.

Sonriendo, y aliviada por notar que ya no sentía excitación al ver a su madre descalza, empezó a botar el balón junto a sus pies descalzos con una sonrisa en la boca mientras sentía la agradable sensación del terreno rugoso y asfaltado sobre el cual se deslizaba ensuciando aun más sus hermosos pies.