Jane - 3

Conocemos un poco a Laura Higgins, la mujer del director del instituo de Jane, una mujer que goza de sus pies, y del fetichismo de su amrido para con ellos, consintiendo los deseos de su amrido por ver los pies de sus alumnas, a pesar de tener a veces, ciertas dudas.

TRES

Laura Higgins era una mujer hermosa.

A sus cuarenta y cinco años podía aparentar fácilmente tener diez menos a poco que se maquillara adecuadamente, y si no fuera así, no aparentaría más de cuarenta.

De estilizada figura y generosas caderas, pechos no muy grandes pero firmes a pesar de la edad y de no haber pasado por cirugía alguna, llevaba el pelo siempre recortado a la altura de la nuca y bien peinado, sin una sola cana en él y sin necesidad de tintes ni mechas.

Su matrimonio con Jack Higgins había resultado en todo momento apasionado y emotivo. Se querían profundamente a pesar de no poder tener hijos, y ella conocía todos sus secretos y pecados, sobre todo ese fetichismo obsesivo con los pies descalzos del que se había vuelto cómplice en muchas ocasiones, pasando por alto sus pequeños devaneos con los pies de otras mujeres, incluyendo los de algunas alumnas. Sabía que jamás se acostaría con otra mujer. A pesar de que había oído rumores de que aprobaba a las alumnas a cambio de mamadas o de dejarse ser folladas por su marido, Laura Higgins sabía que lo más cerca que había estado su marido Jack era de llenar de semen los pies de alguna alumna como hacía con ella. Lo que no sabía – y no le importaba si lo hacía o no - era si luego las obligaba a ellas a lamerse los pies hasta dejarlos limpios, tragándose todo el semen, como si hacia ella cuando su marido la inundaba sus pies, pues sus corridas eran profusas y densas y encharcaban sus pies, que solían estar desnudos o con unas medias de nylon cubriéndolos. No obstante, ella fue de las primeras alumnas a las que vio descalza y dejó tocar sus pies cuando solo era profesor de matemáticas.

Mientras preparaba la cena, Laura Higgins pensaba en mañana, “ EL DIA SIN ZAPATOS ”.

Desde que empezara a celebrarse ese día, ella lo había celebrado para mayor satisfacción de su marido que gozaba de sus pies sucios al final del día, los cuales el mismo lavaba mientras la daba un suave y delicioso masaje; además, desde que se casara con Jack, hacia ya casi veinticinco años, Laura Higgins había andado descalza en incontables ocasiones por la calle sin que la época del año, el lugar, o el clima influyeran. De hecho, el día de su boda, un lluvioso día de octubre de 1988, Laura Higgins, por entonces todavía Laura Jones, lucia sus pies totalmente descalzos bajo el vestido blanco de novia. Algo que todos los invitados pudieron apreciar en varias ocasiones, incluso mientras era llevada hasta la iglesia por su padre, en un descanso que dio la lluvia, y sus hermosos pies totalmente desnudos pisaban los charcos sin que la importase.

Desde entonces, sus pies totalmente descalzos habían pisado todo tipo de superficie. Por ejemplo, Laura había andado descalza por completo sobre la nieve que cubría su jardín en diciembre, incluso los últimos cinco años había limpiado así, totalmente descalza, el paso de su casa y la zona de calle que le correspondía ante la asombrada mirada de los vecinos y la excitada mirada de su marido que al entrar en casa la desnudaba para follársela en el suelo del recibidor.

También había pisado sin protección alguna para sus pies el caliente asfalto de la ciudad de Nueva York en pleno mes de julio, sintiendo como las tapas de alcantarilla habían llegado a quemar y ampollar en alguna ocasión sus delicadas plantas.

Con vestido largo y medias que tapaban sus pies – o sin medias, según las preferencias del momento de Jack - había bailado en alguna fiesta de graduación a la que su marido había sido invitado por cortesía del alumno o alumna de rigor, o por el aeropuerto, tras cruzar el embarque, había seguido así, descalza, hasta incluso tras aterrizar horas después en la otra punta del país con solo unas medias o calcetines cubriendo sus pies como mucho.

A pesar de todo, no solía andar descalza por la calle así como así en su día a día. En vacaciones era distinto, pero de normal no. Normalmente solo en ocasiones contadas, tales como al volver de alguna cena o alguna fiesta, se quitaba los tacones, e incluso las medias si las llevaba puestas, para darle a su marido ese placer de verla así, pero por norma, y sin contar sus vacaciones, solo andaba totalmente descalza por la calle en el “ EL DIA SIN ZAPATOS ” , ya que dentro de casa, y en el jardín de la misma, tanto el trasero como el delantero, Laura Higgins estaba descalza cada día del año, estaba totalmente descalza, con sus pies largos, delicados, finos y estilizados, de arcos ligeramente pronunciados y dedos largos acabados en una sempiterna manicura azul que mantenía casi siempre salvo cuando dejaba respirar a sus uñas, moviéndose grácilmente por toda la propiedad, cubriéndolos con medias o calcetines solo si su marido la daba permiso, y no es que fuera una mujer sometida a la vieja usanza a su marido, era más bien un acto de esa especie de sumisión fetichista que tenía con Jack, y algo que no la costaba, pues desde la adolescencia, siempre había andado descalza por casa, ya que para ella, que había procurado evitar los tacones hasta que empezó a trabajar, estar descalza era lo más cómodo del mundo. Quizás por eso estaba predestinada a estar con Jack.

Mientras cocinaba, vestida con unas mallas ajustadas que dejaban sus pies desnudos desde sus finos y pronunciados tobillos, Laura tarareaba la canción que sonaba en el IPHONE conectado a los altavoces en ese momento.

Había llegado de trabajar hacia media hora, y se había cambiado, como siempre, nada más hacerlo.

Había aparcado su pequeño Ford en el garaje de casa y ya había salido de él descalza, que era como conducía. Había aprendido a hacerlo así, y junto a estar siempre descalza en casa, era el único sitio donde también lo estaba en todo momento, en el coche, ya fuera conduciendo o siendo la copiloto. Tras entrar en la casa, se había desnudado y se había puesto cómoda con las mallas y una camiseta holgada que dejaba uno de sus hombros al descubierto. A su edad, tener los pechos firmes todavía la permitían no llevar sujetador, y aunque para ir a trabajar siempre se lo ponía, en casa y cuando salían fuera y Jack se lo pedía, dejaba sus pechos libres.

Mientras tarareaba una canción sonó el teléfono de casa.

A un lado de la placa de vitroceramica sobre la que estaba haciendo la comida de mañana mientras en el horno se hacía la cena descansaba el inalámbrico, así que descolgó contestando a la llamada viendo antes el número del cual llamaban en la pantalla del mismo y reconociendo el del despacho de su marido.

  • Hola Jack – dijo cariñosa mientras frotaba su pie derecho en el empeine izquierdo para calmar un picor que sentía.

  • Hola vida mía. Necesito un favor. Necesito que vengas y me traigas un pantalón y ropa interior de repuesto.

Laura suspiró. Su marido se había corrido ya muchas veces en el trabajo, sobre todo cuando alguna alumna le había pajeado con los pies, pero normalmente tenia cuidado de no mancharse, aunque había ocasiones en que no tenia cuidado, y aunque siempre solía ser una mancha desde dentro afuera, no quedaba elegante en un hombre una mancha así, y mucho menos si uno decía “ o, no es que me haya meado encima, si no que me he corrido con los pies de una chica” . Sin duda, pensaba, esta era una de ellas, ya que cuando tenía pensado pajearse con una chica se lo comunicaba el día antes, y ayer no le dijo nada.

  • ¿Tienes prisa? Estoy terminando la cena.

  • ¿Cuánto tardaras?

Hizo un cálculo rápido.

  • Media hora más o menos.

Jack guardó silencio, al otro lado de la línea sonrió, y aunque Laura no lo pudo ver, lo supo, y ella, sonrió también. Miró al suelo y vio el empeine izquierdo de su pie sucio tras el frote que había efectuado con su otro pie. Aquello excitaría sin duda a Jack si lo viera, se dijo.

  • ¿Qué llevas puesto? – dijo Jack Higgins lo más sensual que pudo.

Laura le contestó frotando ahora su pie izquierdo en el empeine derecho hasta ensuciarlo igual o más que el otro.

  • Ven así a buscarme, pero una cosa…

  • Lo sé, - dijo sonriendo - nada de ir calzada.

Al otro lado Jack Higgins sonrió. Adoraba a su mujer, adoraba sus pies, y adoraba verla descalza más que a ninguna otra mujer en este mundo. Había tocado, besado, lamido y mojado con su semen tantos pies que no podía recordarlos, pero con los que más gozaba, con los que más disfrutaba, los que más le gustaban eran los de su mujer.

  • ¿Estaremos solos?

  • Yo ya lo estoy, solo quedan el celador de noche y las dos mujeres de la limpieza.

¿Importa si se enfría la cena?

  • No. – dijo ella sabiendo entonces que su marido la follaria en el despacho.

  • Pues quizás nos entretengamos aquí un rato. Creo que tus pies se merecerán un trato especial cuando lleguen.

  • Si. – dijo mirándoselos y moviendo los deditos separándolos y juntándolos de nuevo – creo que sí, y ya deseo que le des ese trato.

  • Pues ya estas tardando.

  • Salgo en cuanto acabe. - y colgó a su marido sonriendo.

Laura sabía lo que la esperaba al llegar. No sería la primera vez, ni la última, que su marido la follaba sobre el suelo de su despacho o apoyada sobre la mesa del mismo, y solo pensarlo, mientras apreciaba sus empeines sucios y se imaginaba lo que eso excitaría a Jack, ella misma noto sus pezones endurecerse de placer y se metió la mano por dentro de sus mallas y sus braguitas para acariciar su pubis rasurado, algo que hacía desde que Jack se lo pidió tras follarla la primera vez en su habitación la casa de sus padres cuando aun eran profesor y alumna. Un ramalazo de placer la recorrió al acariciar la rajita de su coñito recordando esa vez, su primera vez, ya que Jack tuvo el honor de desvirgarla. Notó la creciente humedad que empezaba a segregar su coñito y metió un dedo hasta que gimió. Lo sacó rápidamente mojado y recomponiéndose, sacó la mano de su interior y tras chuparse el dedo mojado, fue a lavarse la mano antes de seguir con la comida mientras notaba su coño humedecer su ropa interior.

Al acabar de hacer la comida de mañana, apagó todos los fuegos, y sin perder más tiempo, corrió al piso de arriba pisando firme sobre la tarima de madera que cubría toda la casa, incluido los elegantes peldaños, y cogió del piso de arriba un pantalón vaquero y unos calzoncillos para su marido. Los guardó en una bolsa y bajo corriendo de nuevo.

Cinco minutos después, sus hábiles pies descalzos con sus empeines sucios y sus plantas aun más sucias, pisaban delicada, pero decididamente, los pedales del Ford negro en dirección al instituto donde su marido era el director desde hacía diez años.

Pensando en la cantidad de veces que su marido habría tocado, besado, y encharcado con su semen los pies de alumnas del instituto desde hacía ya más de veinticinco años, Laura sonrió acordándose de cuando le conoció y de que si no hubiera sido por él y por aceptar su lujuriosa fantasía sexual fetichista jamás se habría graduado, ya que siempre había dudado que si le hubiera denunciado habría acabado por aprobar matemáticas con ayuda de otro profesor. De todas formas, ella no tenía intención de denunciarle, recordaba, ya que Jack tenía algo que hacía que no se le pudiera denunciar. Sus condiciones no eran nunca nada sexuales - o al menos no como si podían hacer otros, o decían los rumores que él hacía, como obligar a las alumnas a mamar pollas o a acostarse a cambio de aprobados - al menos al principio, ya que solo si una chica accedía a sus primeras pretensiones – y todas, absolutamente todas siempre accedían gracias al encanto inocente de la forma de decir y hacer las cosas de Jack -, que solían ser dejarse tocar los pies, o incluso acudir descalza a clase alguna vez, intentaba convencerlas para ir más allá y que le pajeasen con los pies, que era lo que más se había permito su marido con una alumna. Por suerte para él, ninguna había dicho nada a nadie, o por lo menos no le había denunciado. No sabía si todas habían accedido, pero si estaba segura de que hasta ahora, ninguna había denunciado a Jack.

Laura siempre había imaginado que si las alumnas lo hacían gustosas era porque deseaban eso, diablos, a ella le pasó. Jack era un tipo atractivo, tenía una polla enorme, y eso a muchas chicas les excitaba y gustaba, así que suponía que muchas chicas lo hacían encantadas. Quizás alguna por miedo a ser expulsada o suspendida. Lo que si estaba claro, es que ninguna le había denunciado, y con ninguna había ido más allá de la paja. Ahora bien, ¿y si algún día Jack se enamoraba de alguna alumna como hizo con ella hace ya más de veinte años? ¿Y si a alguna alumna le proponía ir más allá? O por qué no, dado que seguía siendo tan atractivo, tan elegante, dado que sabía cómo tocar los pies de una mujer… ¿y si alguna alumna se enamoraba de él y era ella la que le proponía ir más allá? ¿Lo consentiría Jack? y ella… ¿Qué haría? ¿Lo dejaría? ¿Lo perdonaría?

Algo aturdida y amedrentada por esta repentina idea, detuvo el coche en un semáforo mientras se encendía un cigarrillo para tratar de ahuyentar este pensamiento. Cuando arranco, no tenia clara sus respuestas, pero algo le decía que pasara lo que pasara, si Jack no la abandonaba, podría perdonarle cualquier cosa.