Jaime, Luis y la lectora tímida

Jaime y Luis se reunían cada tarde aquel verano para bañarse en el río y masturbarse leyendo literatura erótica y mirando revistas pornográficas. Yo tomé por costumbre esconderme para espiarles...

Jaime y Luis se reunían cada tarde aquel verano para bañarse en el río y masturbarse leyendo literatura erótica y mirando revistas pornográficas... Yo tomé por costumbre esconderme para espiarles y acariciarme mientras les observaba. Por aquella época yo era una chica de 18 años increíblemente tímida, pero una tarde me armé de valor y me acerqué a hablar con ellos. Aproveché un momento en el que se estaban bañando, les saludé desde la orilla y pregunté si nos les importaba que me uniera a ellos. Jaime, el más extrovertido de los dos, me animó a que lo hiciera enseguida. Jaime y yo congeniamos rápidamente, charlábamos sin parar, sin embargo Luis no abría la boca y de vez en cuando se alejaba nadando y luego volvía de nuevo para no decir palabra. Luego, mientras nos secábamos al sol comenzamos a hablar sobre literatura y en concreto sobre los relatos del Marqués de Sade y noté que Luis me miraba de otra manera. Cuando dije que me iba Jaime insistió en que me uniera a ellos cuando quisiera y Luis confirmó que les encantaría. Me fui de allí eufórica.

Esperé un par de días y volví a verles. Cuando llegué Luis leía apoyado en el tronco de un árbol centenario y Jaime descansaba desnudo al sol. Saludé y los dos me dieron la bienvenida sonrientes. Noté que Luis escondía algunas revistas debajo de una toalla. Me senté a su lado, bajo el árbol y comenzamos a charlar los tres y al cabo de un buen rato dijeron que se iban a dar un baño. Yo me quedé en tierra dispuesta a echarle un vistazo a aquellas revistas. Cuando salieron y me vieron ojeando una de ellas Jaime bromeó sobre el hecho de que hubiera descubierto su secreto bla, bla, bla. Eran como historietas tipo cómic pero con fotos. Yo me estaba poniendo fatal con una historia muy morbosa y tremendamente irreverente sobre una monjita y un cura . Ella se confesaba de actos impuros y él decía necesitar detalles, ella decía que se tocaba ahí abajo y él insistía en que tenía que ver exactamente y con sus propios ojos de qué se trataba. La hacía pasar dentro del confesionario y ella se levantaba el hábito y le mostraba con detalle al buen hombre como se masturbaba cada noche. Cuando la inocente monja se corría, el cura le decía que aquello que hacía no estaba nada bien, pero que él tenía un remedio. En aquel mismo momento comenzaba el tratamiento que para empezar consistía en lamer a conciencia el coñito depilado de la monja.

Total, que les confesé a mis nuevos amigos que me estaba gustando su revista y les invité a leerla juntos. Los dos me miraron sorprendidos y divertidos al mismo tiempo. Jaime se secó y se sentó a mi lado, bajo el árbol, con la toalla a la cintura. Luis se sentó justo al otro lado y me encargó que leyera en alto. La monja, aunque no paraba de mostrar sus dudas sobre si aquello era la penitencia adecuada, se moría de gusto con la lengua del cura entre las piernas y de hecho no tardaba en correrse. Entonces, el cura le decía a la monja que debía pedir una segunda opinión o no se quedaría tranquilo. Total, que en la siguiente escena están en el despacho de otro cura más madurito que el otro. El primer cura expone el problema y le ordena a la monja que tome asiento y proceda. Ella se desabrocha el hábito, comienza tocarse las tetas despacio, se chupa los dedos de la mano derecha y empieza a masturbarse otra vez, el cura joven se agacha y empieza a lamerle el coño como antes... Después de un rato el cura madurito, que no es de piedra, se acerca a la pareja, se saca una polla enorme y se la mete a ella en la boca . En este punto me dio la risa nerviosa y Jaime y Luis se rieron conmigo. Confesé mi excitación y me reconocieron que ellos estaban igual. Es más, Luis me dijo que el hecho de que yo se lo estuviera leyendo le daba muchísimo morbo. La postura de Luis no me permitía confirmarlo, pero el bulto de Jaime bajo la toalla era evidente. Entonces, sin pensarlo les pregunté si nos les importaba que me tocara... y les propuse que lo hicieran ellos también sin les apetecía. Ya me estaba arrepintiendo de mi osadía cuando Jaime apartó la toalla y dejó a la vista su preciosa polla. Me dijo que sólo con escuchar mi propuesta había estado a punto de correrse. Me besó y me pidió que siguiera leyendo. Yo, mientras leía, veía con el rabillo del ojo el movimiento lento de la mano de Jaime.

Tenía la revista sobre mis rodillas y la sujetaba con la mano izquierda. Metí la derecha entre los muslos y empecé a acariciarme la vulva por encima de las braguitas lentamente. Notaba la tela húmeda. Estaba muy cachonda. Enseguida quise notar el contacto directo de los dedos con la piel, así que aparté la tela y deslicé la mano hasta mi coño, que estaba empapado. La monja y los curas habían cambiado de posición: el madurito había propuesto que ella se sentara sobre sus piernas a horcajadas de manera que su enorme polla pudiera entrar en la monjita hasta donde ella quisiera y al ritmo que ella eligiera, mientras él la acariciaba el clítoris y le estrujaba el culo y su joven colega le lamía las tetas... Todo esto como parte de la penitencia que habían puesto en marcha, claro. Dejé un momento la revista y me quité las bragas para tener más libertad de movimientos. Luis se también se quitó el bañador, tenía una erección tremenda y me gustó mucho lo que vi. Entonces, Jaime me pidió que le enseñara las tetas. Me bajé los tirantes del vestido que quedó enrollado en mi cintura. Jaime dijo que eran preciosas, pero sorprendentemente fue Luis el que preguntó si podía tocarlas. Le supliqué que lo hiciera y lo hacía tan bien que no podía concentrarme en leer. Cogí una mano de Jaime, me metí varios dedos en la boca y una vez mojados los puse sobre mi coño. Luis agarró mi mano izquierda, la puso sobre su polla y marcaba el ritmo con su mano. Mmm, lo hacían tan bien... Creí que iba a morirme de placer. Les advertí de que si seguían tocándome así no tardaría en correrme. Me pidieron que les avisara y así ellos lo harían también.

Después de aquel día quedamos cada tarde hasta que acabó el verano para descubrir juntos el sexo.