Jaime - El Amo novato

Un cincuentón ejecutivo recién enviudado decide entrar en el mundo BDSM. Tras unos meses visitando webs da el paso para vivirlo en persona

Jaime entró en el local después de pagar los doscientos euros que le exigían por ir solo. Había estado navegando por internet y buscando alguna prostituta que quisiera acompañarle, incluso pagando más era menos vergonzante, pero no encontró ninguna.

También había investigado el local por internet. Bajo la apariencia de un club, un bar de música y copas, se escondía el centro de reunión de los más refinados practicantes de BDSM de la provincia. Y este sábado tenían una subasta.

Las reglas eran simples: los sumisos subastados por sus dueños se ofrecían por un tiempo determinado y con unos límites que se anunciaban en la página web. Podía haber alguna sorpresa pues alguien podría presentarse a última hora. Aunque entonces no explicaban como funcionaba. Pero él no estaba por las sorpresas. Estaba allí por María.

Miró su móvil. Había hecho una captura de su página del catálogo: «Muy puta y muy sumisa, dispuesta a todo. El único límite es que te tienes que comprometer a no abandonarme. Su quieres librarte de mí tendrás que volver a subastarme». Junto con ese texto figuraba su edad, 45 años; su experiencia como sumisa, 25 años; el número de dueños anteriores, dos; sus medidas, 120G en el pecho, 90 cintura, 118 caderas, 160 cm de alto, 80 kilos de peso, talla de calzado 40; información de tatuajes, piercing y otras marcas, seguido de una larga relación de los mismos, y una foto de cuerpo entero: una mujer gruesa de grandes senos y una atractiva melena rubia ondulada vestida con una túnica corta que dejaba ver una piernas gruesas y un poco fofas.

No era su ideal, pero, después de quedarse viudo, Jaime quería empezar una nueva vida y había descubierto que un dominante sin sumisas no era nada en el mundo del BDSM y que si quería conseguir algo tenia que empezar por conseguir una, lo que no era fácil. Quizá podía parecerlo, si eras un joven niñato de veinte años sin oficio ni beneficio pero con papa rico. Pero siendo un cincuentón, con trabajo fijo de ejecutivo, que tampoco te dejaba tanto tiempo libre como para ir al gimnasio como en las películas… era difícil incluso ligar como vainilla… Mucho más como dominante.

Para la mayoría la subasta era un juego, como lo demostraba algunas de las opciones: sumisos que se ofertaban ellos mismos, por carecer de dueño, para apenas unas horas o días y con restricción de no permitir pujar más que a hombres o mujeres, según los casos. En otros eran los dueños quienes subastaban a sus amantes, en algunos casos indicando que permanecerían como espectadores todo el tiempo de sesión. El pago era en efectivo, ya que era entre particulares, aunque cuando los oferentes eran los propios esclavos el club guardaba el dinero hasta el final del contrato. Además se podía pujar con bienes no dinerarios, que serian tasados por el propio oferente.

Pidió un gin tonic en la barra y se sentó en una mesa a esperar su momento. Hasta la subasta dos mujeres representaron un numero lésbico. Aprovechó para contemplar a los asistentes: los dueños vestían todos ropas elegantes, no llegaban al smoking, pero la mayoría de hombres lucían trajes de chaqueta negros, con la excepción de algún motero vestido de cuero, mientras que ellas llevaban vestidos de fiesta , ropas góticas de cuero o tules , corsés y pantalones de látex o una amplia panoplia de ropas entre lo elegante y lo fetish. En cuanto a los sumisos la mayoría iba con diversos grados de desnudez. Desde la completa desnudez a disfraces ridículos de animales complementados por colas sujetas por plug en el ano, pasando por una vasta amplitud de oficios en su versión sexy con ropas extremadamente cortas como para dejar al aire total o parcialmente los atributos sexuales. En muchos casos solo el calzado y un collar de perro adornaba a los sumisos. Algunos hombres iban descalzos, pero la mayoría de sumisos, tanto las mujeres como los varones calzaban algo con no menos de doce centímetros de tacón, generalmente de aguja. Sandalias romanas, zapatos de salón, botas… gran variedad con el único elemento común de los tacones. Aunque eso no diferencia a las sumisas de las amas, si lo hacía con los varones. Solo algunas pocas sumisas llevaban cinturones de cantidad metálicos, aunque entre los sumisos varones abundaban, en especial aquellos llevados por sus amas. Además mientras los dueños se sentaban cómodamente en las mesas, los distintos siervos adoptaban variadas posturas, desde pie firme detrás de sus amos atentos a sus necesidades hasta en los suelos, ya sea arrodillados entre sus piernas dándoles placer o comiendo de escudillas (o directamente del suelo) lo que sus amos les ordenaban.

Empezó la subasta. El mecanismo era muy simple: la persona subastada era llamada, subía al escenario donde se despojaba de toda la ropa (si llevaba) para que fuese contemplada por los posibles compradores mientras el subastador recitaba un resumen de sus características y límites. Siempre indicando el plazo y recordando que la información completa era la de la web.

A partir de ahí los presentes que querían pujaban. A Jaime le llamó la atención que mientras muchas mujeres, amas, pujaban tanto por hombres como por mujeres, eran pocos los hombres que pujaban por otros hombres. Y estos solo pujaban por hombres. Entre ellos le chocó ver como dos de los moteros más musculosos compraban los servicios de un joven heterosexual al que su ama había decidido subastar una semana como castigo. Naturalmente le subastador anunció que solo los hombres podían pujar. Incluso las tres parejas mixtas de dominantes presentes solo pujaban por un sexo concreto: dos de ellas por mujeres, la otra por hombres.

Pasaba ya la medianoche cuando el subastados anunció la penúltima oferta. Jaime se sorprendió pensando que se había descontado pues si no recordaba mal era la última de la web. Llamó a Maria, la perra vieja. La mujer gorda de la foto subió al escenario. Llevaba el mismo vestido túnica corto que en la foto que dejaba los anillos de su chocho a la vista, así como los múltiples tatuajes de sus piernas, algunos ya desvaídos, y zapatos plataforma de altísimo tacón. Un hombre vestido con traje de chaqueta marrón subió al escenario. Discutió con el subastador. De lo poco que trascendió al público, pues el volumen de su discusión subía y bajaba, era que una chica sumisa se auto subastaba después, también sin límite de tiempo. Y que al ser la propia sumisa la que se subastaba por protocolo iba detrás.

El hombre se retiró enfadado y el subastador comenzó con su perorata:

—Tenemos aquí a María, una sumisa experta y que un gran aguante que hará las delicias de los amos más duros. —ella empezó a quitarse el vestido túnica—. Seguro que más de uno habéis contemplados sus vídeos extremos en la web. —En la ficha había un enlace a algunas webs, pero eran de pago y de momento Jaime se había abstenido—. Y en todo caso como habréis visto en su ficha se subasta de forma permanente: entrega total por su parte por el resto de su vida. Y también sin límites, o casi; el único límite que expresa es el de que no puede dejarla ir sino que su nuevo duelo deberá traspasarla, pero eso mejor que nos lo explique ella.

Se había quitado la peluca, quedando completamente calva, al quitarse la túnica. Puesto que iba sin bragas únicamente un enorme sujetador deportivo la vestía, por así decirlo. Junto con un apretado cinturón de cuero de unos diez centímetros de ancho. El subastador le puso el micrófono en la boca.

—Yo… pues… no esperaba tener que hablar.

—Explica lo de tus límites, como si se lo dijeras a tu nuevo amo. —Risas entre el público.

—Bien. Lo que quiero es que quien me compre no me abandone. Puede hacer conmigo lo que quiera… incluso si quiere matarme lo prefiero a ser dejada. Si no pues eso que me ceda a otra persona o me subaste. No pongo ninguna restricción de sexo ni edad a quien me compre.

—Bien ya lo habéis oído. Se entrega completamente. —Mientras ella se soltó en cinturón, lo que amplió algo su cintura, aunque quedó bastante estrecha en comparación con el resto, y el sujetador, dejando caer sus enormes tetas que le colgaban a medio abdomen, lastradas por los enormes aros de casi trescientos gramos de peso que llenaban los piercings de sus pezones—. En el momento que esté completamente desnuda y libre de todo aquello que no le sea propio, a excepción de los piercings, como sabéis empezaremos la subasta.

Ella miró al subastador y a su amo. Este finalmente se encogió de hombros y le hizo un gesto con la mano. Ella se metió la mano en la boca y sacó una dentadura postiza que dejó con el resto de ropa.

—Bien. Como podéis ver tiene la boca libre de peligros para su uso —bromeó el subastador—. Empezamos las pujas con cien euros que cubren los gastos de la inscripción en la subasta.

Jaime, aun en shock por lo de la dentadura se olvidó de pujar. El subastador llamó varias veces. Viendo que nadie pujaba su amo subió al escenario. Discutieron de nuevo. Esta vez en tono lo bastante alto como para que todos los oyesen.

—¡No debías haber hecho que se quitase la dentadura! —protestó su amo.

—¡No debías haberle quitado los dientes con la excusa de que así mamaba mejor! ¡Cabronazo! Las normas son las normas y no puedo permitir que se subaste con ella.

—¡Me lo debías! ¡Por haber colado otra chica detrás!

—¡Es el orden del protocolo! Haré un último llamamiento y si no declaré la subasta desierta.

—¡Espera! ¡Eso no!

—Es el reglamento y lo has firmado.

—Bien. ¡Pues aplica el reglamento! —Sacó un billete de cien euros y se lo entregó—. ¡Aquí tienes la cuota! ¡elimina la puja mínima y vuelve a empezar!

—Vale.

El amo se bajó del escenario y el subastador retomó el micrófono, aunque todos habían oído la discusión.

—Bien. El amo de esta puta ha abonado la cuota de la subasta, por lo que las pujas son sin suelo. Cualquier puja deberá ser aceptada por su oferente… pero parece ser que lo será. Os recuerdo que una vez realizada son vinculantes para quien puja y no podrá volverse atrás si el vendedor la acepta.

»Partiendo de cero euros, ¿alguna Puja?

Jaime había oído la discusión y le hubiera gustado humillar al amo de la mujer. Posiblemente fueses él el culpable de que haya mentido en la declaración de edad. Una mujer tan estropeada no podía tener cuarenta y cinco. Parecía quince años más vieja que él, como mínimo y cumplía cincuenta este mismo año. Buscó en su monedero y sacó la moneda más pequeña que llevaba. La miró.

—Por tercera vez ¿alguna puja?

—¡Cinco céntimos! —gritó Jaime.

Un coro de risas respondió a su puja. El subastador se esperó a que callasen y preguntó.

—¿Está pujando o es una broma?

—¿Le parece que bromeo? —Jaime levantó la manó en alto sujetando la moneda con dos dedos—. Han dicho que no había mínimo. Pujo cinco céntimos.

—¡Cinco céntimos el caballero solitario! —anunció el subastador—. ¿Alguna puja más?

Silencio.

—Cinco céntimos a la una.

Silencio.

—Cinco céntimos a las dos.

Silencio.

—Cinco céntimos a las tres. ¡Adjudicado!

Jaime subió al escenario. Como estaba en el borde ya le esperaba el amo junto al subastador.

—Puesto que la puja es inferior a los gastos —se dirigió formal el subastador al amo de la mujer—, aunque haya sido usted quien la autorizase debe aceptarla. ¿Acepta una puja de cinco céntimos por Maria?

—Acepto —respondió este—. Son cuatro más de los que vale.

Jaime le entregó la moneda.

—Habría pujado uno —repicó acido Jaime—, pero no llevo monedas tan pequeñas y dudaba de sin tendría cambio. No quería estropear la subasta por una minucia.

—Ya está pagado y la trasferencia realizada —anunció a ambos el subastador—. Lo que resta es la burocracia que se realizará al final de la subasta. Recordaros que ya es firme y no culminar el papeleo se castiga con la expulsión permanente del club.

»La esclava es suya —se dirigió a Jaime—, si sedea las ropas o algún otro aditamento tendrá que negociarlo con su dueño luego del papeleo.

—Pedro Orgaz —se presentó este tendiéndole la mano.

—Jaime Danzi —replicó cogiendo su mano. No sabía porque pero sintió el impulso de hacer que le costase localizarlo por internet, ya que en casi ningún lugar figuraba su segundo apellido.

Bajaron. La mujer se quitó los zapatos que dejó con su ropa y lo siguió y se arrodilló a sus pies en la mesa sin que él indicase nada. Subió una chica delgada, incluso anoréxica, en opinión de Jaime.

—Ultima subasta de la noche. Fuera de inscripción y llegada a última hora se subasta a sí misma. Os presento a Rocío.