Jaime

Amor y sexo clandestinos en el ejército.

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Los hechos que marcan nuestra vida, los que escriben nuestro futuro, suelen venir a nosotros cuando menos lo esperamos.

Mi historia se inicia en una época negra y sombría de nuestro pasado, en una época no muy remota; pero que afortunadamente las nuevas generaciones no conocieron y de la que les es difícil hacerse una idea. Una época en la que ser homosexual era un delito.

Yo era el hijo mayor de una familia de agricultores, propietarios de una pequeña explotación que nos permitía vivir holgadamente pero sin lujos. Sobrellevaba mi homosexualidad como buenamente podía; una sexualidad clandestina, atropellada, de urgencias.

Llegó el temido momento de ir a servir a la patria, de cumplir el servicio militar. Era consciente de que allí, más que nunca, debía ocultar como era. No sabía que me aterrorizaba más, si acabar en un calabozo o las burlas o vejaciones que podía sufrir.

Mi padre, antes de marchar, me dio un último consejo:

Vicente, eres inteligente y trabajador. Intenta conseguir un puesto especial o, si no puedes, fúndete con la masa, no destaques para nada

El CIR era un lugar feo y triste, un ambiente zafio y burdo lo invadía todo. Un conjunto de tugurios, antros y prostíbulos, donde ladillas, gonorrea y sífilis convivían con rameras y proxeneta, habían crecido a su sombra. Sólo se podía hacer dos cosas: emborracharse o irse de putas, y no hacerlo ponía en cuestión tu hombría. La oficialidad, formalmente reprimía estas actividades; pero, en el fondo, su machismo hacía que lo toleraran e incluso lo fomentaran.

Una noche, a los pocos días de estar allí, después de leernos la orden del día siguiente, pidieron voluntarios para trabajar en el jardín de la casa del comandante. De inmediato, vi una oportunidad para poner en práctica el consejo de mi padre. Nos presentamos tres: un cara dura que se presentaba a todo; un chico rubio, de ojos claros y delgado que decía haber trabajado de aprendiz de jardinero en su ciudad y yo.

Al día siguiente, nos presentamos al comandante. Pareció mirarnos como quien va al mercado a comprar un animal de carga y finalmente dijo:

Este - señalándome a mí

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La casa era una vieja mansión, rodeada de un amplio y descuidado jardín y con un pequeño huerto en una esquina de la propiedad. Había mucho trabajo que hacer y comencé por arreglar una caseta que había junto al huerto, para tener un sitio donde guardar herramientas, abonos e insecticidas y donde tener un sitio para cambiarme de ropa.

Hacía mucho calor, y me había desnudado para ponerme ropa cómoda y más fresca que el uniforme de trabajo. No pude evitarlo, comencé a masturbarme, hacía mucho tiempo que no me corría y he de reconocer que algunas visiones de cuerpos de mis compañeros me habían excitado más de una vez y tenía ganas, muchas ganas; pero los lavabos y duchas del CIR no me ofrecían la suficiente intimidad. En realidad, supongo que tenía miedo a ser sorprendido. Estaba con los ojos cerrados, gozando del aquel momento, cuando un ruido atrajo mi atención.

Me quede helado, mi verga se escondió entre los dedos como un caracol asustado se oculta en su caparazón. Allí estaba el coronel, mirándome sonriente y caminando pausadamente hacía donde me encontraba, sin parar de hablar, recitando un monólogo:

No, no pares. Es normal que un chico como tú se desahogue de esta manera.

Lejos de casa y sin tener al lado a la novia.

Por qué con un cuerpazo como el tuyo, tendrás novia. ¿Verdad?.

Se paró justo delante de mí y siguió con su salmodia, haciendo una pausa después de cada frase:

¿No tienes novia?...

Claro. Eres homosexual...

No te preocupes. Será nuestro secreto...

Déjame. Yo te ayudaré.

Retiró la mano que ocultaba mi sexo, se arrodilló y tomó mi verga con su boca. Sus carnosos labios, subiendo y bajando por el mástil, su cálida lengua lamiendo mi glande y sus suaves manos acariciando mis testículos, me hicieron reaccionar. Se tragó toda mi polla y levantó la mirada. Por primera vez vi su mirada profunda, sincera y cariñosa. No paró hasta que llené su boca y ni una gota resbaló entre sus labios.

Se levantó, me beso tiernamente y se marchó diciendo:

Nos volveremos a ver.

Aquello se repitió varias veces de idéntica manera. Llegaba con su uniforme impecable, su porte marcial y su cuerpo atlético, me daba una mamada y me dejaba que siguiera trabajando.

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Aquel día me estaba esperando en la penumbra de la caseta. No lo vi, y me desnudé como de costumbre para cambiarme de ropa, mientras él me observaba sin que yo lo supiera. Me abrazó por detrás, me beso en el cuello, estaba desnudo y sentí su excitación en mis glúteos.

Hoy será diferente – Me susurró al oído.

Se dio la vuelta, puso sus manos sobre un caballete y me ofreció su culo.

Quiero tenerte dentro de mí, que colmes el culo con tu polla, que me folles como seguro que sabes hacer..

Sin decir nada, humedecí dos dedos con saliva y tanteé la entrada. De inmediato supe que no iba a ser el primero que atravesara aquel umbral.

Mi polla se deslizó lentamente hacía lo más profundo de sus entrañas y cuando mi pubis topo con su trasero, me abracé al musculoso cuerpo de aquel hombre maduro y me quedé inmóvil.

¡Ummm!. Perfecto. No te muevas, quiero sentirte así, como me llena la potencia de tu juventud – Musitó dando muestras evidentes de estar gozando de la situación.

Mis manos habían recorrido el camino hacia su sexo y se habían encontrado por primera vez con una verga soberbia, palpitante y llena de vida.

Pues Usía no tiene nada que envidiarme.

No me trates de Usía mientras me follas. Me llamo Jaime.

Empecé a mover rítmicamente las caderas y él me respondió culeando, moviendo circularmente las suyas al mismo ritmo que yo lo hacía. No paramos hasta que me corrí e inmediatamente, le hice dar la vuelta y agachándome rodeé su polla con mis labios. Estaba húmeda de excitación y su sabor inundo mis sentidos. Noté como se estremecía al llegar al fondo de mi garganta. Metí los dedos en su lubricado recto y no paré hasta que lo hice eyacular copiosamente.

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Jaime me consiguió un destino en el CIR y que mantuviera mi puesto de jardinero y nos hicimos amantes.

Un caluroso día me hizo pasar a la casa. Su mujer y sus dos hijas estaban fuera pasando unos días en casa de la abuela y me invitó a tomar una ducha para mitigar el calor. El ruido del agua cayendo sobre mí, ocultó el que Jaime hizo al desnudarse y, sin que me percatara, se metió bajo el fresco chorro de agua y me abrazó tiernamente. Fue una locura, nos besamos y acariciamos hasta la saciedad, nuestras vergas se entrecruzaban como los florines de dos espadachines y me sentí arrastrado por su masculinidad. Cerraba los ojos y veía la tremenda fuerza erótica de su cuerpo uniformado, a la vez que sentía toda la ternura y cariño, que era capaz de darme.

Allí mismo, me penetró por primera vez. Fue como una explosión sentirlo abrirse paso en mis entrañas. Su polla me hizo gozar, como nuca en mi corta experiencia, me entregué a él en cuerpo y alma y él me dio todo su saber. Era un macho en celo; pero a la vez sus poros emanaban dulzura, mi placer era para él tan o más importante que el suyo y cuando su calor inundó mis entrañas, yo me deshice entre sus dedos.

Cada día nuestras relaciones fueron más tórridas y más atrevidas e incluso alguna vez, estuvieron a punto de sorprendernos.

La siguiente vez que volvió a quedarse solo, me dijo sin tapujos que quería follar conmigo en su cama de matrimonio. Me llevó de la mano y me hizo esperar fuera de la habitación hasta que me pidió que entrara.

Me llamó por mi nombre y cuando entre llevaba puesto un conjunto de ropa interior femenina, negra, tenue, ínfima, casi transparente. Se lanzó sobre mí y me denudó llenándome de besos y caricias. No tuvo que hacer nada más para excitarme. A gatas sobre la cama, le penetré sin quitarle las estrecha banda que cubría la entrada de su recto. Lo cabalgué agarrado a sus pezones, mientras él me gritaba que era mía, sólo mía.

Descargué mi excitación en sus entrañas y, vuelto boca arriba, vi el éxtasis que le producía la situación. Su miembro tensaba el delicado tejido que apenas le cubría y la amoratada y vibrante cabeza asomaba, viva como una serpiente, bajo el elástico que ceñía su cintura. Se la lamí haciéndole arquear el cuerpo, mordisqueé su verga y sus testículos de toro que se mantenían prisioneros en aquella leve cárcel de encaje femenino. Al liberarlo, saltó como un resorte y mi boca lo recibió ansiosa de sentir su sabor. Hice deslizar su polla entre mis labios mientras la presionaba entre la lengua y el paladar, tragando goloso las primeras gotas que brotaron de él.

¡No, no así no!. ¡Soy tu hembra!.¡Folláme!. ¡Quiero tenerte dentro! – Gritó, convulso.

Su excitación era contagiosa y pronto estuve de nuevo listo para penetrar en su dilatado y lubricado ano.

Su miembro, rígido como un monolito, se cimbreaba con la cadencia de mis envestidas. Tomé su verga fuertemente con mis manos y la hice resbalar rítmicamente entre los dedos. Arqueó su cuerpo empalándose en mi polla hasta lo indecible, estrujó las sábanas con sus manos agarrotadas y un chorro blanco, cálido y espeso golpeo mi cara, seguido de otros varios que cayeron como cálida lluvia sobre nuestros cuerpos sudorosos.

Caímos el uno sobre el otro y quedamos exangües sobre la cama abrazados con nuestros cuerpos entrelazados Debimos quedarnos dormidos durante no sé cuanto tiempo. Lo siguiente que recuerdo es que me despertaron sus brazos abrazando mi torso desde atrás, sus besos en el cuello y su miembro abriéndose paso entre mis muslos.

Me moví para facilitarle el paso, me penetró dulcemente y quedó inmóvil cuando su vientre topo con mi trasero. No me follaba, era como si quisiera aumentar al máximo nuestro contacto corporal y yo me sentía en la gloria. Envuelto por sus brazos masculinos en su cálido seno, su robusto pecho contra mi espalda y con su verga dentro de mis entrañas me hacía flotar, como fuera de este mundo. Sabía que me protegía que nada me podía suceder, que era suyo; y a la vez recordaba como se me había entregado diciendo que era mi hembra, como había llegado al orgasmo sintiéndose mío.

En aquella extraña situación de profundo contacto físico, empezó a hablar, a relatarme su vida. Me explico como, hijo de una familia de larga tradición militar, había abrazado la carrera castrense sin planteárselo y como, fruto de la endogamia, se había casado con la hija de otra familia de militares. Como la noche de bodas le había regalado a su esposa el juego de ropa interior que se había puesto para mí y que había hecho traer expresamente de París, y como ella lo había rechazado alegando que no era una puta. Su sexo comenzó a perder fuerza al recordar como había dormido sólo aquella noche señalada; pero pronto lo se sentí renacer cuando me abrazó fuertemente y me musito al oído que ya no le importaba pues me tenía a mí y que aquel día era para él su autentica noche nupcial. Siguió relatándome cuando le pidió a su mujer una mamada y como ella le había dicho que buscara una ramera que se lo hiciera y que luego se confesara, porque el sexo era sólo para tener descendencia. Nuevamente sentí como su verga se encogía con el mal recuerdo y como volvía a llenarme mientras me cubría de besos y me decía que yo si sabía hacerle feliz.

Siguió narrando como un día, por casualidad, había encontrado en las duchas a un quinto haciéndole una felación a otro y como había obligado a los dos a mamarsela a cambio de su silencio. Su polla palpitó en mi culo y gimió de manera apenas perceptible, moviendo sus caderas levemente. Me explico como desde aquel día espiaba a los reclutas en las duchas, intentando cazar algunos en situaciones comprometidas y como así había logrado satisfacerse numerosas veces.

Me contó como había conocido a su primer amante fijo. Tomás, un joven homosexual, moreno, muy moreno; pero con ojos verdes, profundos y embrujadores, con un cuerpo tremendamente bello y fuerte.

No tengas celos, a ti te amo, de él sólo me enganché. – Me dijo malévolamente a la vez que comenzaba a follarme y yo sentía su potente y duro sexo moviéndose en mis entrañas.

Me relató con pelos y señales, como si hubiera sido ayer, como se dejo penetrar por primera vez por ese macho; el placer y la plenitud que sentía cuando la verga de Tomás dilataba su inexperto ano y le llenaba con toda su potencia masculina; como le hacía gozar con su desbocada sexualidad juvenil y como se había convertido en su juguete, embelesado con su físico y sus habilidades amatorias.

Le había protegido y facilitado la vida; pero, al licenciarse, Jaime había recibido sus insultos, echándole en cara todo lo sucedido. Le dijo que sus babas y su leche le daban asco, que sólo los había soportado para vivir bien; que cuando tenía su polla y sus huevos en la boca, se contenía para no arrancárselos de un mordisco; que hubiera deseado meterle por el culo un hierro candente en lugar de su verga y que cuando se dejaba follar, fingía que gozaba para halagar al viejo mariquita que era.

¿Tú estas conmigo por que quieres, verdad?. – Preguntó en un momento de duda.

Sí, Jaime. Te quiero. Estaría siempre a tu lado.

Gozas cuando follamos. ¿Verdad amor? – Insistió.

Sí, sí, adoro todo lo que hacemos, tu cuerpo, tu sexo, el sabor de tu saliva, de tu sudor, de tu semen. Cuando tu culo me recibe ansioso o cuando me penetras, fogoso como un adolescente. – Exclamé sin mentir un ápice. – Y ahora sigue follándome, que te siento más mío que nunca.

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Creo que estaba realmente enamorado de aquel hombre que era militar, estaba casado, tenía tres hijos y me doblaba en edad y al que algunas veces le había planteado directamente las dudas sobre nuestra situación. Él me tranquilizaba con el argumento de que el ejercito era tan machista que, aunque nos descubrieran, no harían pública la verdad por mantener lo llamaban "el honor castrense". El ejercito no podía reconocer que tenía maricones entre su oficialidad.

Más con el corazón que con la razón, hice como que me había convencido, pero le propuse que alquiláramos un piso, un lugar donde encontrarnos sin sobresaltos. Aceptó mi sugerencia y busqué uno como hacían innumerables soldados.

El tiempo fue pasando y el piso se convirtió en nuestro refugio. Nos encontrábamos casi a diario como cualquier pareja de enamorados. Había día que simplemente hablábamos, abrazados sobre un viejo sofá y evidentemente, otros muchos dábamos rienda suelta a nuestra pasión. Junto a él, no pasaba el tiempo y cada vez que nos separábamos me dolía el alma. Me faltaba muy poco para licenciarme y habíamos planeado que me quedaría a vivir por allí cerca y que buscaría trabajo para poder seguir junto a él, para continuar amándonos como lo hacíamos

Pero, como he dicho al inicio de esta historia, los hechos cruciales de nuestras vidas ocurren cuando menos te lo esperas. El haber conocido a Jaime era lo más importante que había ocurrido en mi vida; pero iba a ocurrir algo que nuevamente iba a alterar mi camino.

Una mañana, me avisaron que antes de ir a casa de Jaime me pasara por la oficina del CIR y que preguntara por el capitán Alcarria. Así lo hice, pregunté por él y un soldado me hizo pasar a su despacho.

Con su permiso, mi capitán. – Dije respetuoso.

Pasa, pasa. – Te estaba esperando

El capitán me esperaba de espaldas, de pie frente a la ventana y golpeándose la palma de la mano izquierda con una fusta que sostenía con la derecha.

Se acercó con paso firme y me tomo por la barbilla mirándome fijamente a los ojos.

No está mal. Guapo y atractivo. No me esperaba menos. – Comentó sarcástico.

Me quedé petrificado y no supe reaccionar. Mientras recorría el contorno de mi figura con la fusta, siguió diciendo:

Buena figura, buena musculatura y... buen paquete. – Añadió agarrándome fuertemente los cojones, casi arrancándome un quejido.

Yo seguía sin saber con certeza que pasaba; aunque empezaba sospechar que habían descubierto mi romance con Jaime y el ejercito no estaba reaccionando como él preveía.

Bien muchacho. Ahora vas a demostrarme que saber hacer y me vas a hacer una mamada de las buenas. – Me ordenó, abriéndose la bragueta, con una cínica sonrisa bajo su cuidado bigote.

Era evidente que no era lo que pensaba. Allí pasaba algo raro y no sabía lo que era. Pero seguí sus deseos sin rechistar y tome su miembro con la boca y empecé a chuparselo sin convicción, lo mejor que sabía en aquellas circunstancias tan poco eróticas. A él no le importaba para nada lo que yo quisiera y rápidamente tuve la boca repleta de su polla erecta y palpitante.

Realmente lo haces muy bien: Pero para, que no quiero correrme aún..

Me hizo levantar y me ordenó que me bajara los pantalones. Allí mismo, apoyando mis manos sobre la mesa de su escritorio me la metió de un golpe, sin preparación, sin lubricación alguna. Sentí un tremendo dolor; parecía como si mi cuerpo se partiera en dos y una oleada de calor salió de mi culo recorriendo todo mi ser. Me mordí los labios para no gritar e intenté relajarme para soportar lo mejor posible aquella violación. Me follaba solazándose con cada una de mis contracciones de dolor. El culo me escocía y me ardía, cada envestida era más salvaje y el dolor aumentaba; pero yo no quería que se notara.

De repente, paró, la sacó de golpe dándome un respiro y, tomándome de los pelos, me obligó a volver a metérmela en la boca. Un asco tremendo casi me hace vomitar; no tanto por el nauseabundo olor a mierda que despedía aquella polla manchada con mis propias heces, como por el sentimiento de impotencia y de repugnancia que me producía aquel ser abyecto que me había violado.

Con un tremendo golpe de cadera, hizo llegar su verga hasta el fondo de mi garganta; añadiendo un factor adicional a la sensación de ahogo y nausea que me embargaba. Sujetaba mi cabeza, impidiendo que su polla retrocediera un milímetro y para culminar su tortura, se corrió. No podía respirar, me atragantaba, era un infierno y aquel cerdo no cedió un ápice hasta que expulsó hasta la última gota de leche.

Sacó un pañuelo, se limpió y me ordenó retirarme, diciéndome con cara maléfica:

Nos volveremos a ver. Y no se te ocurra contar esto a nadie o prolongarás tu mili 6 meses en un calabozo.

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Aquel día le rehuí, no quería verlo, me sentía muy mal por lo que había pasado. Y acabé yo solo, sobre la cama de nuestro piso, acurrucado, adormilado y con los ojos húmedos por la rabia. Jaime se presentó en el piso buscándome, no habíamos quedado citados; pero vino a ver si me encontraba.

Se desnudó y se acostó junto a mí acariciándome.

Vicente, ¿Qué té pasa?. He notado que hoy me has evitado durante todo el día. ¿Es que ya no me quieres?.

No Jaime, no es eso. Te quiero más que ningún día. - Le respondí sin atreverme a levantar la cara.

Me abrazó y, al sentir su verga rozando mi ano, el dolor me hizo saltar de manera instintiva.

¿Qué sucede?. – Preguntó extrañado. - ¿Me rechazas?.

No pude más, me agarré a su pecho, estalle en sollozos y le expliqué con todo lujo de detalles lo sucedido. Me sentía como un niño pequeño que explica a su madre un mal día.

Jaime se levanto pálido, lívido, desencajado y comenzó a deambular inquieto por la habitación. Nunca lo había visto así y ahora fui yo quién le pregunté.

¿Qué té pasa a ti ahora?.

El capitán Alcarria es mi hijo. – Respondió secamente mirándome a la cara con un gesto de disgusto en su semblante.

¿Tu hijo?. ¿Y el apellido?. – Dije, no creyendo lo que oía.

No te lo he explicado todo. Mi hijo me sorprendió en la cama con Tomás. Dijo que nos descubría por no herir a su madre. Pidió el traslado y desde entonces ha usado el apellido de su madre. No había vuelto a saber nada de él y ahora parece que ha vuelto.

El corazón me dio un vuelco. Por primera vez estaba realmente asustado y no lo pude disimular.

Lo mejor será que dejemos de vernos unos días. Tranquilízate, no va a pasar nada. – Siguió diciéndome en todo dulce y tranquilizador.

Al día siguiente volví a casa de Jaime, intentando dar sensación de normalidad. Los vi a los discutiendo, se separaron y al marchase el capitán Alcarria paso junto a mí. Me miró, sonrió y me hizo un gesto obsceno con el puño cerrado y dedo medio señalando al cielo.

No volvimos a estar juntos, no lo volví a ver hasta el día de mi marcha. Me esperaba en la calle, se acercó y me abrazó tembloroso. No me dijo nada, no hacía falta.

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Al llegar a casa de mis padres, después de los abrazos y besos rituales, decidí que no podía seguir así. Expliqué a mis padres mi condición de homosexual y mi padre, mirándome fijamente, me dijo:

Ya lo sabía. Sólo tenía la vana esperanza de que el ejercito te cambiara.

No volvimos a hablar del tema, él se comportaba como siempre, pero yo no. No quería seguir allí, había decidido marcharme y emprender una nueva vida y así se lo hice saber. Mis hermanos gustosamente mantendrían la explotación familiar; pero a mí la vida del campo me ahogaba. Nuevamente mi padre me dio una sorpresa; me entregó una libreta de ahorros:

Esto es para que puedas empezar a hacer lo que quieras.

No la acepté; pero me hizo prometer que si alguna vez lo necesitaba se lo pediría.

Los primeros años en la ciudad fueron muy duros; pero tuve la enorme suerte de conocer a Toni, mi compañero actual de quién me enamoré y con quién comparto mi vida. Al morir mi padre, no reclamé mi parte de la herencia; pero mis hermanos me hicieron llegar la libreta de ahorros que mi padre me había ofrecido sustancialmente aumentada por el paso del tiempo.

Con ese dinero montamos una floristería. Los comienzos fueron difíciles; pero nuestro mundo es muy extraño. No sabemos como por el barrio empezó a correr la noticia de que éramos una pareja gay y curiosamente la tienda se nos llenó de clientes. "Es que vosotros tenéis mucho gusto y mucha sensibilidad para estas cosas", es el comentario que oímos a diario de la boca de nuestros compradores.

¡Cosas de la Vida!. Con más de 60 años, nuestra floristería luce en la puerta el distintivo arco iris y se ha convertido en un establecimiento de moda tanto entre gays como entre heteros.

Soy feliz, completamente feliz; pero no puedo olvidar a Jaime y Toni lo sabe. He intentado localizarlo, saber que ha sido de su vida; pero ha sido imposible. El ejercito se ha negado a facilitarme ninguna información alegando que no soy familiar.

He llegado a viajar a los lugares en que todo aquello pasó. Fuimos a ver la casa de Jaime. Estaba abandonada y en bastante mal estado. Un agujero en la tapia permitía colarse y aparecimos en el pequeño huerto, ahora totalmente de malas hierbas que ocultaban los vestigios de los antiguos cultivos. El viejo cobertizo todavía se mantenía de pie y la puerta descolgada de los goznes daba paso franco a su interior.

Mira, el destino de este lugar parece ser refugio de amores clandestinos. Dije a Toni señalando con el dedo a varios condones tirados por el suelo.

No pude contenerme, me abalance sobre mi pareja y comencé a besarle y a acariciarle con pasión.

¿Qué haces?. Estás loco, Vicente. –Protestó Toni.

Siempre se hace el estrecho; pero, en el fondo, estas situaciones le excitan tanto como a mí.

Mientras me penetraba viví algo indescriptible más allá del mero placer físico, e incluso de sentirse correspondido por la persona a la que amas. Me hizo revivir los encuentros con el primer hombre que me hizo vivir el sexo apasionadamente; el que me hizo saber lo que significa entregarse y que se te entreguen; el que me enseño lo que era la ternura y el cariño, el dar y recibir placer como un acto de amor. Por mi mente pasaron todo el sinnúmero de momentos en las que, allí mismo, había entrado en su cuerpo rendido a mi amor; en todas las veces en que había bebido de mí hasta dejarme exhausto; todas y cada una de las situaciones en las que me penetró, haciéndome sentir como nunca lo ha hecho nadie; cada uno de los instantes es que había sentido su cálido semen golpeando en mi paladar y resbalando entre mis labios; y su sabor, y su olor, y todo él. Me corrí sin darme cuenta; estaba en un clímax mantenido y el orgasmo llegó calladamente y sin aspavientos.

Ahora que pienso en Jaime con la perspectiva del tiempo transcurrido y lo aprendido circulando por este mundo, me he dado cuenta de que fue un cabrón. Compensaba su insatisfecha sexualidad y su no aceptada homosexualidad, abusando de aquellos jovencitos que acababan rendidos ante le poder del mando, en el fondo era un violador. Estoy seguro de que algunos de ellos no eran homosexuales, que sólo los había sorprendido desahogando sus instintos como buenamente podían. Pero yo lo amé, lo quise con locura y creo que él me adoraba.