Jacinta (1)
Comienza la historia de una mujer con todas las pelotas.
Jacinta es una de las tantas mujeres que en determinado momento de su vida se tienen que hacer cargo de todo.
A los veinte años la abandonó el marido dejándole sólo el hijo de dos años.
Desolada, no sabía que hacer. Era conciente que le esperaban situaciones muy duras, pero quizás nada tanto como el soportar a un hombre de muy baja calaña, como era su, ahora ausente, marido.
Más proclive a golpearla que a trabajar y al trago que al afecto familiar, en un principio Jacinta lo vió como una salida a su misera vida pero enseguida entendió que más que salida fue la entrada a una situación peor que la que vivía.
Muy limitada no por capacidad, ya que era muy inteligente, sino por posibilidades sólo sabía trabajar el campo o ocuparse de las cosas de la casa.
Como en la ciudad no existía la posibilidad de trabajar la tierra optó por dedicarse a trabajos de domèstica por horas.
Empezó mal, no duraba nada en los empleos que la aceptaban con el chico, porque a poco de comenzar el dueño de casa o el hijo pretendian que en los servicios que brindaba, se incluyeran los sexuales. Cosa entendible porque Jacinta era una mujer muy atractiva.
Alta, morena, de belleza aindiada plena de magnetismo y con un exhuberante cuerpo moldeado por las rudas tareas realizadas en su vida. Los pechos habían tomado con la lactancia un impresionante porte que se mantenía intacto a pesar de que el nene ya no mamaba, y sus anchas y bellas caderas no habían sido alteradas por el parto.
En sus idas y venidas fue a parar a la casa de un señor sólo, que necesitaba a alguien que se ocupara de mantener la casa en funcionamiento.
Jacinta estaba contentísima, el señor era muy gentil, tremendamente educado y además le encantaba el nene al que colmaba de afecto y regalos.
Por esas razones y también porque era tipo muy atractivo y porque ella estaba realmente necesitada de un hombre, aceptó cuando le hizo la consabida invitación a compartir su cama.
A Jacinta le gustaba naturalmente el sexo pero sus experiencias hasta ese momento habían sido rayanas con la violación.
Tipos necesitados de una mujer sólo para descargar sus vergas indiferentes a las necesidades de ella, adolescentes rápidos como vuelo de pájaro y un marido agresivo que incrementaba esa agresividad cuando, totalmente tomado, no conseguía mantenerla dura, habían sido sus experiencias.
Con su patrón, por llamarlo de alguna manera, todo era diferente. Suave y sutíl la besaba totalmente, se detenía en sus pechos que, sabiamente estimulados conseguían una brillantez especial, sobre todo los pezones por los que aún, salían chorritos de leche que él bebía como si fuera un bebe inmenso.
La primera vez cuando su lengua llegó a la vulva ella instintivamente lo rechazo pero el firmemente insistió hasta lograr que el clítoris fuera un caramelo en su boca. Jacinta, al descubrir que eso que ella rechazaba era fuente de inmenso gozo, se entregó totalmente retribuyendolé con los abundantes jugos que manaban imparables de su vagina.
Jacinta también se maravilló al ver como la verga de él, que delicadamente le había metido en la boca, aumentaba de tamaño y dureza y la beso ardientemente, a pesar de su inexperiencia, imaginandola como instrumento de placer clavada en su concha.
Eso fue sublime, sensaciones no sentidas hasta ese momento hacían que Jacinta perdiese el control una y otra vez al compás de un cadencioso movimiento que la llevaba a sentir desde la puntita sola haciendo cosquillas en su puerta hasta la integra introducción de esa dura barra dentro de ella.
Cuando el derramó con una interminable eyaculación todo su semen dentro de ella, Jacinta comprendió porque eso que a ella le atraía pero no la satisfacía, debía ser considerado un acto sumamente placentero.
En su lenguaje simple y llano exclamó:
-Señor, ¡¡eso si que es cogerse a una mujer!!
Continuará
No se pierda en el próximo capítulo el increible vuelco que sufrira la vida de Jacinta como consecuencia de un polvo bien echado.