Ivanna y Sandra

Pequeño relato de Ivanna y su incondicional sumisa en mitad de una reunión.

Era un día tranquilo y como otro cualquiera. Sandra, una mujer de apenas 22 años, pelirroja, de ojos verdes, esbelta y se prepara como cada mañana para ir a su trabajo de contable en una empresa. Hoy se viste especialmente elegante ya que reciben una visita muy importante. Se pone sus mejores medias, su mejor traje, el perfume específico para sus más importantes citas y un pintalabios que resalte sus labios y su blanca tez. Una vez vestida, se calza sus zapatos de tacón y sale hacia la empresa en su coche. Aparca el coche y recorre el pasillo matutino saludando a todo el mundo y preguntando si su jefa ya ha llegado. Le informan de que tanto la visita como su jefa se retrasaran pero que ya hay una persona esperándoles. Entra al despacho, cierra la puerta y se encuentra una mujer, de apariencia mucho más mayor que ella, cercana a los 50 años, morena, de piel un poco más oscura, de labios pequeños, ojos azules y mucho más esbelta que Sandra.

  • Ama Ivanna, ¿qué hace aquí?

  • Es evidente. Venimos a cerrar un trato con vosotros.

  • Mi Señora

  • Cállate. Abre la boca.

Ivanna, que estaba fumando, tira la ceniza dentro de la boca de Sandra y le ordena que trague. Ella lo hace.

  • Escúchame bien. No habrá trato.

  • Pero Ama, usted no

-No habrá trato. Ayer no viniste como planeamos, así que sufrirás las consecuencias.

-Son más personas las que se han implicado... Haré lo que sea.

-¿Lo que sea?

-Sí Ama. Lo que sea.

-Decidiremos si hay trato, después de esta noche. Y hasta entonces, ponte esto.

Ivanna le muestra el cinturón de castidad que tantas veces le ha puesto y que tanto le desagrada, ya que lleva incorporado una entrada anal y otra vaginal vibratoria. Sandra no tiene más remedio y se lo coloca sin rechistar aún sabiendo los problemas que le podría causar si tuviera algún orgasmo dentro de la oficina o si tuviera ganas de mear. Una vez que su sumisa se ha colocado el cinturón de castidad metálico, Ivanna sale del despacho. Ese día no hubo reunión alguna, se canceló para el lunes siguiente. Pasan las horas y Sandra cada vez está más inquieta, debe hacer demasiadas cosas para no tener un orgasmo, desde golpearse en el clítoris, pellizcarse los pezones con mucha fuerza, pegarse como su Ama debe darle en cada sesión para que no se corra antes de tiempo. O incluso, pensar que tiene relaciones sexuales con un hombre. Llega la hora de irse del trabajo y reunirse como cada jueves en el café que hay cerca de la casa de su Ama para charlar.

-Hola perra.

-Ama.

-¿Cómo lo llevas? ¿Quieres que te quite el cinturón?

-Se lo ruego. No aguanto más.

-Lo llevarás hasta esta noche. Quiero que estés bien receptiva.

-Se lo ruego Ama.

-(Tras una bofetada fuerte en mitad de la cafetería) No me interrumpas perra inútil.

-Lo siento Ama.

-Te has merecido un castigo.

-Sí Ama.

-Esta noche vamos a quedar con la gente con la que debías reunirte esta mañana, y vas a tener una sesión con ellos bajo mi supervisión. Con los dos.

-Ama, hay un hombre.

-(Tras otra bofetada aún más fuerte) Te he dicho que te calles. No me interrumpas más. Me estoy enfadando... Como iba diciendo, quedaremos con los dos en mi casa esta noche. Como es puente estaremos tres días en mi casa. Si les gustas, habrá trato. Y si te niegas a hacerlo, no habrá trato y te abandonaré delante de una comisaría y con un cartel que diga Soy Sandra,... utilízame.

Todo queda en silencio. Sandra no cree lo que ha oído. El miedo que siente a perder a su Ama tras estos 4 años la invade, por lo que aunque entre esas personas haya un hombre, asiente con la cabeza para informar de que aceptará el castigo. Ivanna, complacida, apaga la vibración de los accesorios anales y vaginales del cinturón de castidad de su sumisa. Sandra paga la factura de las consumiciones y se dirige a su casa para preparase adecuadamente aún con el miedo en el cuerpo. Llega a casa, deja su material y ropa de oficina encima de la cama, se desviste completamente y se dirige a la ducha, en la que se enjabona adecuadamente con el gel olor a melocotón que su Ama siempre le obliga a ducharse antes de tener una sesión con ella si no quiere ser flageada durante una hora con su látigo de siete puntas. Se lava bien el pelo, se enjabona, se limpia bien con agua caliente e intenta limpiar su sexo que desafortunadamente está totalmente cubierto por el cinturón de castidad. Una vez acaba de ducharse, se coloca los piercings en los pezones, su collar metálico plateado con letras doradas bien pronunciadas que resaltan la inscripción Perra Lesbiana y prepara el maletín con todo su material sado: esposas para 4 extremidades, mordaza de bola, de pony e inflable, correa metálica, fusta de madera, su corsé negro de cuero que deja el pecho al descubierto y en dónde su Ama la esposa si se comporta inadecuadamente y accesorios para Ponyplay, desde plug con cola, los zapatos correspondientes, un traje de látex marrón, sus hebillas y otros accesorios. Una vez lista se dirige a casa de su Ama.

Una vez allí, llama al timbre y su Ama responde ordenándole que se dirija a la puerta trasera especialmente diseñada para ella. Da la vuelta a la mansión de su Ama, se dirige a la puerta trasera para perros que hay instalada y una vez que consigue pasar por la puerta su Ama la abofetea alegando que se lo merecía por no entrar mirando al suelo. Por ello le castiga adecuadamente amordazándola con su mordaza inflable y la esposa en el corsé diseñado exclusivamente para su perra. Su Ama le ordena que se tumbe en su sitio, por lo que Sandra se retira a su casita de perro que hay al lado de la chimenea. Una vez instalada Ama Ivanna se dirige a la pareja en la que la sumisa se encuentra amordazada y encerrada en un saco efecto sauna y empieza a tener una conversación con el hombre dominante.

-Excelente ejemplar, veo que la conseguiste joven.

-Sí. Aunque yo no practico tus métodos de encerrarla en el saco o aplicarle ciertas torturas.

-Cada una a su manera.

-¿Ya has pensado algo?

-No. Quiero improvisar.

-En tal caso me veo obligada a desestimar esa idea. Mi sumisa es demasiado importante.

-La verdad es que, había pensado básicamente que ellas dos se relacionaran, ella no soportaría tener una relación con una mujer y esto es el castigo por desobedecerme en vestirse.

-Perfecto. Me gusta. Pero tú también has de participar con mi sumisa.

-¿Por qué?

-Ella es lesbiana. Disfrutaría demasiado.

-La torturaré lo suficiente para que eso no pase.

-Pero si pasa te la follarás hasta que yo lo diga.

Tras asentir, ambos de dan la mano e Ivanna ordena a Sandra que salga de la caseta, ella lo hace, le quita las esposas y le ordena que vaya a por la carretilla. Una vez que Sandra está de vuelta con la carretilla, cargan a la otra sumisa encima y se dirigen al jardín, a la casita de madera prefabricada que se montó el verano pasado exclusivamente para este tipo de uso. Al llegar, les quitan todos los atuendos, las dejan desnudas a excepción de Sandra, que su Ama Ivanna le cambia el cinturón de castidad que tenía por otro en que cualquiera puede tener relaciones anales con su sumisa. A Sandra le ordenan que se dedique a comerle el sexo a Vanesa, la otra sumisa, mientras ésta es esposada en la Cruz de San Andrés. Vanesa está muy nerviosa ya que es la primera vez que han quedado con otra gente para tener una sesión. Se les ordena tocarse, lamerse, besarse y que ambas lleguen al orgasmo a la vez, de lo contrario serán castigadas.

La mayor parte de la sesión ha consistido en que Vanesa, anclada a la cruz, no ha parado de intentar separar su sexo de la jugosa boca de Sandra y no gritar de dolor mientras cada vez la Ama Ivanna le colocaba una nueva pinza en el cuerpo, de las que ya lleva 200 repartidas entre senos, barriga, y orejas; Sandra a su vez es obligada a lamerle el ... a Vanesa sin parar y sin poder soltar ningún signo de queja o dolor mientras el Amo no deja de tirarle cera por el cuerpo, darle latigazos o masturbarla analmente. Ivanna da la orden de parar momentáneamente la sesión con su sumisa, a la que segundos más tardes cuelga de una polea con infinitas cuerdas. Ivanna realiza numerosos nudos y entrelazados para tener colgando a su sumisa horizontalmente sin que se pueda mover ni un milímetro y por último, antes de cambiarle la mordaza

inflable por una que acaba en pene, le ordena al hombre que la folle analmente. Sandra se dolió por el hecho de no querer ser tocada por un hombre y por las constantes bofetadas recibidas por su Ama al no poder concentrarse en introducir parte de su mordaza acabada en pene en el sexo de la otra sumisa. Tras media hora en que ambas se quejaron con gemidos constantemente, ambos Amos las liberan completamente, les meten dentro de una jaula, de pie, a cada una en la que no se pueden mover, les colocan a ambas el cinturón de castidad con entrada anal y vaginal vibratorias y dos chorros de agua fría para cada una apuntándole a los senos. Los Amos salen un momento excusándose de que van a tomar el aire.

Pasan los minutos, ambas sumisas no pueden moverse ni un milímetro para desquitarse la tortura del cinturón de castidad o poder secarse. Cuando parecía que se habían olvidado de ellas abren la puerta, apagan los chorros de agua, las liberan de su jaula y del cinturón de castidad y les quitan la mordaza. Estaban empapadas, heladas, pero muy calientes. Tanto que Sandra sí recibió un par de bofetadas por sentir placer, ya que figuraba que esto era un castigo. El Amo por lo contrario le prometió concederle un deseo, una necesidad, a lo que ella respondió que no quería ver ese cinturón de castidad en lo que quedase de sesión. Su Amo lo aprobó. Y sin más dilación las llevaron al exterior donde habían preparado unas peculiares carrozas: unas enormes bolas de metal atadas a una cuerda y que deberían transportar hasta la entrada de la casa, a 100m, antes de la hora de comer si no querían ser castigadas. A ambas se les ataron las manos a la espalda con esposas y les ataron por la cintura, pasando por el clítoris, el extremo de ambas bolas. Empezaron a tirar lentamente ya que resultaba muy doloroso tirar de esas bolas de metal si para colmo la cuerda no para de rozarte y apretarte sin cesar tu sensible clítoris. Ambas se sentían extremadamente humilladas, desnudas, alumbradas por los focos en plena noche, y arrastrando esas bolas de metal por un jardín un tanto espeso y lleno de piedras.