Iván y Aníbal

Un joven es dejado por sus padres bajo la custodia de un muy sexual y pervertido mayordomo.

Iván y Aníbal

Iván tenía diecisiete años. Vivía en una casa con todas las comodidades en el mejor barrio de su ciudad. Sus padres, demasiado ocupados en sus labores, contrataban siempre un mayordomo que atendiera todo lo relativo al hogar mientras ellos viajaban, incluida la educación del joven. Normalmente, quien realizaba esa función era Josué, un amable anciano de cerca de ochenta años. Pero ahora él estaba demasiado enfermo, por lo que recomendó a su propio hijo: Aníbal.

-Sólo serán dos meses –dijo el padre a su hijo Iván mientras preparaba las maletas-. Y ya verás como volvemos llenos de regalos.

Pero nada de eso importaba a Iván, quien podía comprar lo que quisiera con la tarjeta de su padre. Por lo demás, nadie registraba entre sus muebles, donde guardaba una gran colección de dildos de todos los tamaños.

Tan poco le importaba la nueva partida de sus padres, que sólo se recordó de ello cuando al volver de la escuela vio a un sujeto diferente frente a la puerta

-Buenas tardes, joven –dijo el sujeto quitándose los lentes de sol, tras los cuales aparecieron un par de grandes ojos verdes.- Estoy aquí para servirlo. Mi nombre es Aníbal.

El mayordomo debía medir cerca del metro ochenta. Ancho de hombros y de cadera, su cintura era bastante más estrecha. Tras el perfecto traje negro de chaqueta y corbata, se insinuaba un cuerpo musculado por el gimnasio.

Iván apenas pudo responder y partió hacia su dormitorio. El remolino de pelo rubio que llevaba sobre el ojo izquierdo pareció levantarse más aún. En su mente, quedó fija la imagen del mayordomo.

Por la tarde, decidió volver a reencontrarlo por la casa.

-¿Y el resto del servicio? –le preguntó el chico.

-Están de vacaciones, mañana llegará un nuevo contingente de reemplazo. Pero no se preocupe que nada le faltará.

-¿Podrías llevarme un jugo de uvas a la piscina?

Iván también tenía una colección de zungas. De cada lugar que viajaba traía por lo menos una. Todas ellas rebajadísimas. Ahora escogió la de color rojo oscuro que había traído del Brasil. Mirándose en el espejo, no dejó de admirar su bien proporcionado cuerpo, su pelo ligeramente largo y ondulado, su pecho resaltante y lampiño, sus piernas bien torneadas y cubiertas de un ligero vello rubio, similar a pelusas. Pero sobre todo lo más admirable era ese trasero ancho que hacía que sus profesores y tíos lo tuvieran en tanta admiración. A pesar de ese, su ano era completamente virgen, exceptuando los dildos de su colección.

Cuando llegó a la piscina, ya estaba servido su jugo. Aníbal había vuelto a ponerse las gafas oscuras y lo esperaba con una bandeja en la mano. Si se miraba bien, una indisimulada excitación aparecía entre sus pantalones.

Iván, sin tomar en cuenta al mayordomo, se tiró al agua y comenzó a patalear y hundirse sacando su trasero a la superficie. Aníbal, a pesar de que la temperatura bajaba, sudaba copiosamente.

¿Por qué no te bañas conmigo? –se atrevió a insinuar el joven.

-Es que no tengo traje de baño.

-¿Y eso qué? Vamos, el agua está agradable.

Entonces, lentamente, el mayordomo se deshizo de sus zapatos negros, de sus calcetines, su chaqueta, su camisa y sus pantalones. Todo ello de color negro. Entonces apareció su cuerpo bronceado en todo su esplendor, cubierto sólo por un bóxer de seda negra. Dejando sus anteojo sobre la bandeja, se lanzó de piquero al agua.

Si bien los bóxer son una prenda ideal para andar durante el día, su elástico no resiste la zambullida en una piscina, por lo que quedó tras él, dejándolo completamente desnudo. Arrobado como un tomate, quiso recuperar la prenda, pero el muchacho la tenía entre sus manos.

-Joven... –quiso insinuar.

-Mi nombre es Iván...

-Iván...

-Dime, Aníbal

La sonrisa era el mejor armamento sexual del muchacho, que terminó de desarmar al hermoso mayordomo, ya bastante desnudo de por sí.

Entonces Iván dio el siguiente paso y besó los labios del sereno mayordomo. Varios minutos estuvieron ambos bebiéndose, besándose hasta en los lugares más recónditos del cuerpo humano, aguantando la respiración por la fascinación de un tobillo, amando las axilas, los pezones y cada lóbulo de cada oreja.

Cuando anocheció, el viento nocturno hizo que despertaran de su pasión y que corrieran desnudos dentro de la casa.

Ya en la habitación, continuó durante unos minutos el mutuo devorar al otro, en un sesenta y nueve de primera calidad. El pene del muchacho era más largo que ancho, recto y rosado, excepto en el ángulo en que comenzaba el glande, ligeramente curvado hacia arriba. Al nacer había sido cortado su prepucio, por lo que su órgano parecía un champiñón listo para ser comido.

El pene del mayordomo, en cambio, era más bien ancho, de un color más oscuro, ya que acostumbraba a tomar sol sin ropa. Tendía a elevarse buscando el cielo, lo cual casi lograba, aunque sus compañeros sexuales sí lo hacían. Él no estaba circuncidado, pero cuando estaba excitado el glande asomaba tímidamente la cabeza.

-Espera aquí –dijo el mayordomo y se acercó al mueble de los dildos, sacando la llave de debajo de un platillo chino y mostrándosela al chico, sorprendido absolutamente.

-Pero.. pero...

-Josué, el mayordomo anterior, me contó hace mucho de tu colección. Y como soy curioso, en cuanto llegué me puse a buscar el mueble tan bien descrito.

-Pero...

-Ahora cállate o me veré en la obligación de golpearte y contarle de esto a tus padres. Apuesto que en tan famoso diplomático no se vería bien el que se supiera que tiene un hijo puto.

-Tan puto como tú... –respondió el muchacho con rabia de sentirse sobornado.

-Eso no lo dudo. Pero yo no soy hijo de nadie importante. Pero como te dije que no hablaras y desobedeciste, me veo en la obligación de castigarte hasta que pidas perdón.

Entonces Iván se dio cuenta de que sólo le quedaba asentir y esperar que en dos meses volvieran sus padres. Con terror vio que el rubio mayordomo se acercaba a su cama con un set de anillas y cuerdas. Pero él sólo debía dejarse hacer. Sus manos y piernas fueron atadas a la cama, quedando él mirando hacia arriba. La base de sus huevos y pene, ya no enhiesto, fue apretada con una anilla de metal. Y todo su miembro fue cubierto con una apretada cuerda. Sus ojos fueron cubiertos por un pañuelo negro que impedía la visión. Entonces sintió como su ingle era acariciada por plumas. Su pene comenzó nuevamente a reaccionar, pero las cuerdas se le incrustaban entre la carne produciéndole dolor agudo. Quiso gritar pero sabía que sería castigado también por ello. Así es que sólo movió ligeramente la base de su cuerpo al sentir que algo pugnaba por entrarle. Así, dejo que los miles de centímetros del consolador negro entraran en su ser. Cuando la corriente fue dada, su herido pene se hinchó más aún y entre estertores expulsó gran cantidad de esperma.

-Que sueñes conmigo, tu ángel guardián –escuchó que le decían en la puerta mientras ésta se cerraba suavemente.

Continuará...

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