Iván y Aníbal (2)

Luego de la experiencia vivida con su mayordomo, Iván es rematado en un juego sexual lleno de lujuria y calentura.

Iván despertó sintiendo el sol en la cara, pero no pudo observar nada, ya que tenía los ojos cubiertos con el pañuelo negro. Tampoco podía gritar porque tenía en la boca una mordaza unida a un pequeño dildo que ahora mordía violentamente. Se agitó, pero las cuerdas le hirieron las muñecas y tobillos.

-Ya, relájese, señor –escuchó la voz del mayordomo que le desataba y liberaba de cuerdas, pañuelos, anillas y consoladores. Tenía el cuerpo entumecido y acalambrado, pero pronto sintió cómo Aníbal lo masajeaba y lo frotaba con agradables perfumes. También escuchó cómo corría el agua en la tina del baño continuo.

-Usted sabrá perdonarme, señor –continuó el mayordomo.- Es que he tenido una vida extraña que ha provocado que tenga dos personalidades. Normalmente soy muy atento. Pero a veces sale de mí la fiera que usted conoció anoche.

Por toda respuesta, Iván ronroneó suavemente. Los masajes lo habían llevado a un estado de trance entre el sueño y la vigilia. De pronto, sintió que lo alzaban en brazos y lo llevaban hacia el baño. Ya dentro de la tina, Aníbal agitó una campanilla, tras lo cual entraron en escena cuatro jóvenes mulatos, de alrededor de dieciséis años, vestidos sólo con pequeños taparrabos de cuero negro. Pronto, ellos comenzaron a lavar cada rincón del cuerpo de Iván. Al mismo tiempo que pasaban esponjas de líquenes por su cuerpo, iban besando axilas, ombligo, cuello, lóbulos, plantas de pies, testículos y ano. Apenas el joven alcanzaba a darse cuenta en qué posición estaba, cuando nuevamente era girado por manos expertas.

-Se siente mejor el caballero. Desea comer algo –preguntó Aníbal.

Entonces Iván recordó que no comía nada desde hace muchas horas, por lo que pidió un par de huevos revueltos y un vaso de leche.

Más tarde, arrellanado en su cama, se durmió profundamente mientras su cuerpo era acariciado por las expertas manos de los cuatro mulatos.

-Señor, despierte que vienen a verlo –escuchó luego desde su sueño el llamado del mayordomo.

Al abrir sus ojos, vio ante él cuatro hombres vestidos elegantemente. Apenas tuvo conciencia de su desnudez, quiso cubrirse los genitales con las manos; pero gruesos grillos y cadenas se lo impidieron. Sobre su cama, recostado ligeramente, estaba atado.

-Ofrezco trescientos mil pesos por él –vio que decía un anciano mientras golpeaba con su bastón el piso.

Ahí recién Iván se dio cuenta de que su mayordomo Aníbal lo estaba rematando al mejor postor. Miró la concurrencia y sus ojos se quedaron fijos en un hombre de unos cincuenta años, rubio, de rasgos nórdicos, con un bigote que le daba mayor prestancia. Entonces habló ese hombre.

-Se ve, Aníbal, que es buena mercancía –le dijo al mayordomo.- Pero cuando compro una fruta me gusta antes palparla.

-Adelante –dijo el sirviente convertido en esclavista.

Paul, que así se llamaba el hombre, acercó una mano enguantada al culo de la víctima. Con cuidado, apretó su dedo meñique contra la entrada del ano. Lentamente, el dedo enfundado en cuero fue hundiéndose en el cuerpo de Iván, que sólo atinó a gemir de gusto.

-Sí –dijo el catador.- Está bien; como si fuera de mantequilla. Te ofrezco setecientos mil pesos.

Ante esa propuesta, los demás comensales renunciaron a seguir la pelea y se acercaron hacia los jóvenes que pululaban por la habitación. Ya no eran cuatro mulatos, sino veinte muchachos de diferentes etnias. Iván vio, estando semirrecostado, cómo los adultos correteaban, acariciaban y acorralaban a los jóvenes. De pronto, el aire se vio impregnado de olor a orgía. Por otra parte, sentía cómo los labios de Paul se cerraban sobre su miembro, que rápidamente fue hinchándose de sangre.

Creía ya que eyacularía sin problemas, cuando sintió que una aguja atravesaba su prepucio. Sólo gritó de dolor, mientras su miembro recaía. A nadie pareció importarle ese grito ni el que pronunció cuando el escroto fue cruzado por un fino alfiler de corbata, cuya cabeza era un rubí que resplandecía entre los dos testículos. Sin embargo, las caricias continuaron, haciendo que su pene recobrara vida, aunque sin disminuir el dolor.

De pronto, una aguja hipodérmica se hundió en su ingle. Esta vez, sin embargo, Paul no pretendía causar dolor.

-Esto que he introducido con esta jeringa –le dijo a Iván,- es el veneno de una araña, que provocará en ti una erección permanente, durante unas cinco horas.

Dicho y hecho, el miembro ya erecto del muchacho dio un respingo y creció hasta una dimensión que jamás había sentido. La aguja del prepucio fue retirada y pudo contemplar cómo el hombre que había estado jugando con él comenzaba a desvestirse lentamente, como tentándolo. Primero desabrochó los botones de su camisa, dejando ver un torso modelado en gimnasio. Luego, cuando ya se la arrancó, pudo ver unos bíceps de contextura irregular, como dos cordilleras. En el pecho, los pezones sobresalían rosados y alzados. Uno de ellos, estaba cruzado por una anilla de oro. Cuando Paul se sacó los zapatos, los arrojó sobre la víctima, aunque sin causar daños permanentes. Con los calcetines cubrió la nariz del muchacho, que, estimulado, no rechazó el aroma, sino que lo degustó. Realmente, el aroma no era tan fuerte; más bien las feromonas hacían su trabajo. Cuando se quitó los pantalones elegantes, Iván vio cómo el gigantesco pene del nórdico levantaba la tela de un diminuto soutien de cuero negro, cuya tela era unida por cadenas de platino.

Paul tomó entonces el mango de su bastón que, separándolo del resto, quedó transformado en un apreciable dildo de caoba, que introdujo de un solo ímpetu en el culo de Iván, que no pudo reprimir un grito. Sin embargo, el toque de la madera sobre la próstata ocasionó un goce como jamás había sentido.

De pronto, mientras las paredes de su ano seguían siendo acariciadas por Paul, un muchacho montó sobre él en una cabalgata rápida, que provocó la primera eyaculación.

-Ya verás como esto no termina –escuchó que decía el rubio caballero, mientras introducía un dildo más grande.

Así pasaron por él todos los comensales, menos Aníbal, que custodiaba toda la acción, y Paul, que se reservó para el final. Puso al dildo un motor de spiedo para que siguiera girando sin pausas dentro del muchacho y, quitándose la prenda de cuero y dejando ver una arma de grueso calibre, introdujo el pene incansable del muchacho en su ano, mientras castigaba las tetillas de Iván con una fusta. Así estuvo gozando por varios minutos, utilizando las sucesivas descargas del muchacho como lubricante anal, y gritando arre. Al final, con un ligero papirote en su monstruo, eyaculó sobre el pecho del muchacho.

Después, retirándose de él, lo besó en los labios y, sacando un grueso fajo de billetes de los pantalones que estaban tirados, los dejó junto al desfalleciente adolescente y se fue. Junto con él, salió toda la comitiva, quedando sólo Aníbal e Iván, cuyo pene se resistía a descansar. Con un frasco de opio, se acercó al joven, que se durmió con el mástil alzado.

-Ya sabrás agradecerme lo que hago por ti –dijo el mayordomo y apagó la luz.

Si te gustó, escríbeme. Te prometo una respuesta a fines de enero acorde con lo que tú me cuentes. Ahora parto a vacaciones.

Última parte de este relato a fines de enero.

abejorrocaliente@yahoo.com