Iván, un hermano como Dios manda

Fragmento: Mientras Iván explicaba cómo había conocido a su esposa, mi mano fue moviéndose lentamente hacia su entrepierna. No cabía duda de que Leo seguía atentamente el movimiento. Mi hermano perdió el hilo de lo que estaba contando pero lo recuperó rápidamente.

Iván, un hermano como Dios manda

Hacía dos años que no veía a mi hermano Iván y mientras esperaba en el aeropuerto rememoré la pelea que nos había mantenido separados tanto tiempo.

Celos. Ni más ni menos. Compartíamos piso por aquel entonces, solos él y yo, y manteníamos una intensísima relación incestuosa desde tiempos inmemoriales que nos llevaba a arrancarnos la ropa en cuanto estábamos solos, situación que solíamos propiciar a menudo. Había domingos en que no salíamos de la cama y por lo general andábamos siempre desnudos por la casa, acostumbrados a que el otro nos regalara una mamada de improviso o nos plantara la mano torcida en la raja del culo a la primera de cambio. Pero no por natural y cotidiano nuestro sexo era aburrido. Con el tiempo nos hacíamos cada vez más osados (y más guarros). Nos encantaba follar en la terraza y que nos viera todo el vecindario, ir de caza a clubes y follarnos a siete tiarros en una noche, grabarnos con la cámara haciendo cerdadas y colgarlo en xtube, ese tipo de cosas.

Pero entonces yo conocí a un chico y empezamos a salir e Iván enfermó de celos. Yo siempre había pensado que manteníamos una relación de, digamos, hermanos con derecho a goce, (soy consciente del juego de palabras y no me arrepiento). Nunca se me había ocurrido que Iván nos viera como una pareja. Yo había estado esperando el amor desde hacía años y el amor para mí no podía provenir de alguien a quien conocía tan bien como a Iván. El amor era extrañeza y descubrimiento y mariposas en el estómago. Me enamoré perdidamente y sin esperarlo de un compañero de trabajo, y como consecuencia mi relación con mi hermano cambió; tenía que cambiar. Dejamos de acostarnos.

Iván se volvió iracundo y convirtió nuestra convivencia en un infierno. Y un buen día lo eché de casa, después de una pelea en la que, me pesa mucho decir ésto, llegamos a las manos.

Así que estaba esperándole en el aeropuerto, dos años más tarde, y el único motivo por lo que aquello sucedía era porque yo había cortado con mi novio y necesitaba un hombro sobre el que llorar.

Lo cierto es que también echaba mucho de menos a Iván, pero mientras había tenido novio no lo había echado tanto de menos como para llamarlo una sola vez.

Ahora, mientras esperaba verlo cruzar hacia la cinta del equipaje, recordé los viejos tiempos y sentí añoranza. No sabía cuanto tiempo se iba a quedar (en realidad habíamos hablado cinco minutos en los últimos dos años) pero me descubrí deseando que fuera una buena temporada y que volviera a darme polla a diario (Iván tiene una polla cojonuda y además sabe lo que se hace con ella).

Ya había visto pasar a un buen montón de gente presuntamente procedente de su vuelo y mi hermano no parecía estar entre ellos. Intrigado decidí llamarlo al móvil, pero antes me dirigí al lavabo. No tenía ganas de mear, en realidad quería comprobar mi aspecto en un espejo. Quería causarle una buena primera impresión después de tanto tiempo.

La impresión me la llevé yo. Al entrar en los servicios me encontré con la siguiente escena. Iván, mi hermano, se encontraba junto a los urinarios, con los vaqueros por las rodillas. Un tipo de muy buen ver le sacaba brillo a su bate con dedicación y entrega. Ninguno de los dos dejó lo que estaba haciendo al percibir mi presencia. Mi hermano se limitó a saludarme con la mano y el otro comenzó a mamársela con verdadero ahínco. Me acerqué, agradeciéndole al cielo que Iván siguiera siendo el mismo, y le apreté las tetillas mientras le comía la boca para darle la bienvenida.

Durante el rato que tardó Iván en llenarle la boca de crema al desconocido otro tipo entró en el baño. Meó, sin perderse detalle de lo que hacíamos, pero al acabar de sacudírsela abandonó los lavabos sin decidirse a participar.

Después de la copiosa corrida de Iván y cuando el inesperado mamón nos hubo dejado solos, abracé a mi hermano con todas mis fuerzas.

  • Te he echado muchísimo de menos, cabronazo - le dije.

  • Yo a ti no tanto. Ven, tengo que presentarte a alguien.

Me empujó suavemente hacia el exterior de los lavabos y casi en la misma puerta nos tropezamos con una rubia embarazada cargada de maletas que, tierra trágame, parecía conocer a Iván.

  • Hermanito... Ésta es Tamara, mi mujer.

De camino a casa escuché el desconcertante relato de cómo mi hermano se había convertido de la noche a la mañana en amante esposo de una rubia y futuro padre de una criatura. Algo en la actitud de ambos y ciertas partes ambiguas de la historia me hicieron sospechar que Iván no era el padre del hijo que ella esperaba, lo cual me cuadraba más con las apetencias sexuales que le conocía. De todas formas tendría que esperar a estar a solas con él para escuchar la historia no oficial de cómo se había dejado meter en semejante berenjenal.

Pese a que encontrarme con una cuñada que no sabía que existiera me estropeaba mis planes de disponer del cuerpo de mi hermano para todo lo que se me ocurriera, traté de llevarme bien con ella, lo cual no fue difícil porque Tamara era un verdadero amor y yo cuando quiero soy encantador.

Cuando ya llegábamos a mi casa, después de un viaje en coche largo pero ameno, Tamara me pidió que la llevara al Nixon, un hotel de cinco estrellas.

  • No quiero molestar. Nunca me quedo en casa de nadie cuando viajo.

Yo no traté de convencerla de que se quedara en mi casa, aparte de por lo obvio, porque habiendo descubierto que la muchacha era de buena familia me daba vergüenza que viera dónde vivía yo, por lo menos hasta que hiciera algo de limpieza.

Así que la llevamos al hotel, y ella nos pidió que pasáramos el resto del día juntos, Iván y yo, que ella necesitaba descansar.

De camino a mi piso acribillé a Iván a preguntas.

  • ¿Ella sabe de tu propensión a hacer mariconadas como la del aeropuerto?

  • Pues claro que no. Es mi esposa.

  • Entonces no sabe que tú y yo hacemos lo que hacemos cuando nos vemos.

  • ¿Acaso le hablaste de eso a tu novio?

  • No. Claro.

  • Pues esto es lo mismo.

Iba a decirle que yo por lo menos había dejado de hacerlo durante el tiempo que estuve con Leo pero opté por no tocarle los cojones (con la intención de no cabrearlo y que me dejara tocárselos luego en un sentido más literal).

  • Entonces... ¿De quién es el niño?

  • ¿Cómo que de quién es el niño?

  • No jodas que es tuyo.

  • ¿De quién coño quieres que sea, Alex?

  • Pensé que teníais algún tipo de acuerdo.

  • Tenemos un acuerdo. Se llama matrimonio. Vamos a tener un hijo del cual soy el padre por el método tradicional y atrasado de pegar un polvo con mi esposa y tú vas a ser tío y tendrás que regalarle ropita durante un tiempo y más adelante bicicletas, ordenadores y todo aquello que yo y su madre no estemos dispuestos a comprarle por miedo a malcriarlo.

  • Joder.

  • ¿Te supone un problema?

  • No, qué va. Es que me pillas con el pie cambiado, macho - dije.

Decidí no abrir más la boca por un buen rato. Por una parte no me parecía bien que Iván siguiera con su estilo de vida promiscuo a espaldas de su mujer ahora que se suponía que debía sentar la cabeza, con un bebé en camino y todo eso, pero yo no podía ser tan hipócrita dado que estaba deseando contribuir a su promiscuidad llenándome la boca hasta las trancas con su pedazo de polla.

Enseguida estuvimos en casa. Metí el coche en el garage comunitario. Iván comentó que yo ahora conducía mucho mejor. No contesté, pero es que sólo hacía dos años que tenía el carné. En la época de la gran pelea me lo acababa de sacar. Era lógico que él me recordara inseguro al volante.

Salimos del coche. Yo fui a la parte trasera para coger unas bolsas (me había parado en el hipermercado de camino al aeropuerto) y cuando las estaba cogiendo sentí su cuerpo en mi espalda, el tan familiar cuerpo de Iván. Me abrazó desde atrás, pegando su paquete a mi trasero, su pecho a mi espalda y descansando su barbilla en mi cuello.

  • Antes te mentí - me dijo al oído, poniéndome los pelos de punta del placer de tenerlo tan cerca. - Yo también te he echado de menos.

Subimos casi corriendo el primer tramo de escaleras, el que iba del garage al portal, y llamamos al ascensor. Mientras lo esperábamos, Iván me dedicó una mirada llena de deseo, que completó cogiéndome la mano libre y poniéndola sobre su bulto, que empezaba a endurecerse.

El ascensor llegó y entramos corriendo. Durante los siguientes nueve pisos nos besamos con una calentura propia de adolescentes. Mis manos acariciaron sus músculos, mi cuerpo chocó contra el suyo, mi paquete golpeó el suyo, el ascensor daba sacudidas, nuestras bocas intercambiaban saliva. Cuando salimos del ascensor yo ya le había quitado la camisa y me llevaba su pecho a los labios, completamente incapaz de ponerme a buscar las llaves.

Al cabo de unos segundos, Iván informó:

  • Te has dejado las bolsas en el ascensor.

  • Que les jodan, a las bolsas.

Mis manos ya le bajaban la cremallera, mi cuerpo se arrodillaba...

  • ¿Me la vas a chupar aquí?

Quise contestar a eso con actos pero Iván me obligó a levantarme, recogió su camisa del suelo y volvió a llamar al ascensor para recuperar la compra, que ya pululaba por otros pisos.

  • Antes no te importaba que te la mamara en sitios peores que en el rellano.

  • He madurado.

  • Qué pena.

Recuperada la compra entramos en mi piso. Iván trató de continuar entonces con lo que había interrumpido pero no lo dejé.

  • Vamos, Alex. ¿Ya te has enfadado? No era el lugar.

  • ¿Por qué no era el lugar?

  • ¿Para qué chupármela en el rellano teniendo toda la casa? Cualquier vecino nos habría cortado el rollo.

  • Por eso has decidido cortarnos el rollo tú.

  • Pero, ¿de qué va ésto? ¿Quieres que nos peleemos? ¿Para eso me llamaste?

Entré en la cocina, negándome a seguir hablando, y me puse a colocar la compra en los armarios y en la nevera, más cabreado que una mona.

  • ¿Qué te pasa, nen? - dijo Iván, en un tono más sosegado. - Sólo he retrasado un minuto algo que los dos deseábamos hacer.

  • ¿Por qué? -espeté.

  • Ya te lo he dicho. Para que no nos interrumpieran.

  • ¿Seguro?

  • ¿Qué es lo que te molesta tanto?

  • ¿Qué quieres decir?

  • Es obvio que estás cabreado por algo más que lo que ha pasado ahí fuera.

Mientras colocaba una bolsa de doritos en su sitio (sí, claro, como si yo tuviera en mi casa un sitio específico para cada cosa) pensé qué era lo que me tenía tan molesto. La respuesta no era clara. Finalmente, me encaré con mi hermano y dije:

  • Me molesta que pongas trabas cuando tomo la iniciativa...

  • No ha sido mi intención.

  • Sobretodo cuando lo primero que te he visto hacer después de dos años es dejar que un tío te comiera la polla en los baños del aeropuerto, con tu mujer embarazada en la puerta.

  • Vaya. Creí que te había gustado eso. La parte de la mamada, no la de la mujer embarazada.

  • Pero lo que más me jode no es que te portes así con ella, porque en realidad no la conozco, no sé si se lo merece y ni siquiera sé en qué basáis vuestra relación. Lo que me jode es que le des a mamar tu rabo al primero que se te cruza en el camino, sabiendo que yo te había ido a buscar al aeropuerto, y cuando por fin, y como segundo plato, puedo disfrutar de ti, me sales con que el lugar no es el adecuado.

  • Sigo pensando que el rellano no es el mejor sitio, Alex. Tú vives aquí. Tus vecinos hace dos años que no me ven. Pero a ti te ven todos los días. Tú, hasta donde sé, has tenido una sola pareja formal en los últimos tiempos. No creo que se la mamaras a Leo en el rellano. Más bien, creo que habréis sido dos chicos buenos y educados. Cuando yo me vaya tú seguirás viviendo aquí. No quería que tuvieras problemas por mi culpa.

  • ¿Te has hecho abogado en estos dos años?

  • Y si le sumas que yo me he corrido en el aeropuerto, quizá comprendas que tampoco tenía tanta urgencia como tú. Podía esperar a estar dentro de tu casa para hacerlo bien, cosa que sigo deseando y que te mereces. Y en cuanto a lo de Tamara... Cuando la dejé, la cinta de las maletas aún no se había puesto en marcha. Pensé que tenía más tiempo. Tampoco esperaba que tú entraras precisamente en ese baño y me pillaras en plena acción, haciendo algo que como tú sabes mejor que nadie llevo haciendo toda mi vida. Además, precisamente estaba tan caliente por tu culpa. Porque iba a volver a verte. En realidad acabé ahí por ti, le llené la boca de leche ese tío en honor a ti.

  • Ya, ya.

  • Además, no te imaginas lo que ha podido llegar a gustarme correrme mientras tú me besabas, después de tanto tiempo...

Iván se había ido acercando mientras decía todo eso, y acabó:

  • Sabes que tengo razón, pero además añadiré un lo siento. Lo siento, Alex. Lo siento.

  • Eso han sido dos.

  • ¿Un abrazo?

Me dejé estrechar entre sus fuertes brazos y me derretí. Cualquier enfado se desvaneció como por ensalmo. Era fantástico volver a estar en brazos de Iván. Era como volver al hogar.

La cercanía de su cuerpo, el contacto de su piel, la visión de su fuerte pecho desnudo y su respiración por tanto tiempo anhelada, bastaron para prender una llama que en ningún momento se había apagado. Con cierta delicadeza le fui despojando del resto de su ropa mientras Iván se dejaba hacer con una sonrisa traviesa. Cuando lo hube dejado en slips le hice dar una vuelta para advertir los cambios que el gimnasio había logrado en su anatomía.

  • Estás como quieres, cabrón.

Por toda respuesta, Iván empezó a contornearse como si aún estuviera trabajando de gogó en Ibiza, algo de lo que parecía hacer siglos.

Mientras bailaba al son de mis miradas empezó a acariciarse el pecho, el ombligo, las piernas...

Su polla estaba enorme, durísima bajo el apretado slip, y él aprovechaba para tocársela con pequeños roces que yo no perdía de vista. Después las caricias empezaron a centrarse sólo en esa zona. Se cambiaba el vergajo de lado, tiraba hacia abajo del slip y arrastraba con la tela su duro miembro pero sin llegar a liberarlo... Se me hacía la boca agua. Sin dejar de observarlo ni por un momento me fui despojando también de mi ropa hasta quedar como él.

  • Seguimos usando la misma marca - murmuró, la voz tomada por la anticipación.

Sin poder resistir ni un momento más me acerqué a él, que aún danzaba, y le saqué la polla y los cojones por un lado del slip. Durante unos deliciosos segundos recorrí su miembro con mis manos. Iván había dejado de bailar. Miraba el trabajo que hacían mis dedos con una intensidad demoledora. Entonces me puso las manos sobre los hombros y me guió hacia abajo. Me arrodillé y pegué la nariz al tronco de su vara, y me quedé ahí un momento aspirando su aroma.

Siempre me ha vuelto loco el olor a polla, en especial el olor de su polla.

  • ¿Te parece la cocina un lugar adecuado, esta vez? - le pregunté, mirándolo desde abajo.

Me colocó la verga suavemente sobre la mejilla, la sentí palpitar sobre mi piel. Inspiré profundamente. El increíble olor de sus huevos, cerca. El latido de su miembro sobre mí. El paraíso. Noté cómo su precum me mojaba la oreja.

Contestó:

  • Me parece el mejor lugar del mundo ahora mismo.

Después empezó a masturbarse despacio, sobre mi nariz. Aspiré de nuevo su aroma mientras yo también me sacaba la polla por un lado del slip, y empezaba a pajearme embriagado de su olor a macho.

Me puso el glande mojado ante los labios y mi lengua salió a recibir el salado sabor de su precum. Al recoger aquellas gotas él se estremeció pero yo me estremecí más. Entonces Iván me cogió la cabeza y me atrajo hacia sí, introduciendo lentamente su enorme polla en mi boca hasta que no quedó nada fuera, más que sus cojones contra mi barbilla. Dejé de masturbarme porque tener su carne por fin en mi boca después de tanto tiempo, sentir cada centímetro de su increíble falo dentro de mí, me había excitado hasta tal punto que un sólo roce me hubiera bastado para derramar mi leche en el alicatado.

Cuando, después de disfrutar de aquel momento con todos los sentidos, se la empecé a mamar, mi hermano soltó un suspiro que me enterneció. Era un suspiro de "ya era hora", de "por fin en casa". Yo sentía lo mismo.

Mi cabeza se movía diligentemente adelante y atrás y su cuerpo se balanceaba un poco, se alejaba y se acercaba con ritmo propio, pero a veces aprovechaba para coincidir conmigo, bien adentro, dando un golpe de cadera. Mis labios escanciaban abundante saliva. Su mano izquierda guiaba a veces mi cabeza. Su mano derecha sujetaba a ratos sus cojones por la base. Su enorme falo se endurecía más y más. Yo tragaba sin descanso. La saliva se escurría polla abajo. Era sublime.

Adentro y afuera, una y otra vez.

Adentro y afuera.

La saca. La pone toda mojada sobre mi nariz. Respiro. Me golpea con ella. Zas. Zas. Una vez más. Agarro con fuerza mi polla, he estado a punto de correrme otra vez.

Aproveché el descanso para cubrirle el glande tirando de la piel hacia delante, pasear la lengua entre los pliegues de su piel, chupar a placer. La polla de mi hermano me obnubila, me fascina, me enloquece. Mamar ninguna otra polla me ha provocado jamás semejante placer.

Con un suave movimiento volvió a guiar su miembro hacia las profundidades de mi garganta y empujando mientras me sujetaba la cabeza con ambas manos imprimió cierta velocidad al asunto. Comencé entonces a tragar como una buena puta, sin importarme atragantarme con tal de que no se detuviera, para que siguiera violándome la boca por toda la eternidad, cada vez más fuerte y sin compasión.

Sin embargo, Iván tenía otros planes. Me sacó la polla de entre los labios sin avisar y agachándose me llenó la boca con su lengua ávida. Nos comimos las bocas con ansia. De hecho, Iván fue capaz de quitar el montón de cosas que había sobre la mesa de la cocina sin dejar de besarme. Luego recostó el pecho sobre ella ofreciéndome su increíble culo. Me puse a su altura, le di una nalgada y a continuación le di un lametón en el esfínter que le hizo estremecer. A partir de ahí, Iván comenzó a retorcerse de gusto. Me amorré a su agujero y empecé a darle lengua mientras con una mano me pajeaba y con la otra apretaba su dura polla que apuntaba hacia el suelo.

Iván comenzó a gemir de gusto y a pedirme que me lo follara. Le metí el pulgar para ver cómo iba y su culo se lo tragó sin esfuerzo.

  • Fóllame, Alex- volvió a pedir.

Ya estaba en posición, con la polla llena de saliva a las puertas del fabuloso trasero de mi hermano, que se retorcía de placer esperando ser atravesado, cuando escuché la llave girar en la cerradura. Segundos después la puerta de la calle se abría.

Solo una persona aparte de mí tenía llave de mi piso: mi exnovio Leo.

Gracias a Dios, la cocina y el baño no daban directamente al recibidor. Recogí mi ropa a toda leche y corrí al cuarto de baño mientras Iván se colocaba como podía el slip, completamente empalmado, y metía su ropa apresuradamente en la lavadora para quitarla de la vista, botas incluidas. Al meterme en el baño cerré la puerta sin hacer ruido para que Leo pensara que llevaba ahí un buen rato. Luego me pegué a la puerta para escuchar lo que decían. Pude imaginar el rubor que sentiría Leo al encontrarse con mi hermano en paños menores, y más si Iván todavía seguía trempado. Eso le pasaba por presentarse sin llamar antes.

  • Hola - escuché decir a Leo. - Pensaba que no habría nadie.

  • ¿Te acuerdas de mí? – preguntó mi hermano.

Escuché el ¡chas! de una lata de Pepsi Light al abrirse (no es que reconozca el ruido que hacen las distintas marcas de refrescos al abrirse, es que solo tenía latas de Pepsi en la nevera). Mi hermano estaba haciendo bien su papel de invitado inocente en casa ajena.

  • Claro. Eres el hermano de Alex. Vivías aquí cuando nos conocimos. Además, he visto todas vuestras fotos familiares.

  • ¿ Y qué haces aquí, Leo? Mi hermano me ha dicho que cortasteis. – Ahí, dale duro, Iván.

  • Vengo a recoger algunas cosas. Pensé que era mejor hacerlo cuando no estuviera en casa, para evitarnos escenas.

  • Pues está en casa. Se está duchando.

  • Creía que estaría en el trabajo.

  • Hoy no ha ido. Se pidió el día para poder recogerme en el aeropuerto. Por cierto, pensaba que trabajabais juntos.

  • Ya hace tiempo que no, lo cual es lo mejor, dadas las circunstancias.

  • Bueno... Entonces... ¿Te vas?

  • No. Voy a recoger mis cosas, ya que estoy. Si no te molesta.

  • A mí no me molesta, pero no puedo hablar por mi hermano.

De repente pegaron tres golpes en la puerta del baño que me dieron un susto de muerte y me dejaron sordo de un oído.

  • ¡Alex, ¿te importa que recoja mis cosas?!

Leo parecía cabreado. Me alejé de la puerta y le dije que hiciera lo que tuviera que hacer.

La situación era un poco extraña. Me había pasado las últimas semanas desplegando una actividad de locos por las mañanas y llorando como un descosido por las noches, preguntándome si volvería a ver a Leo y si soportaría el terrible momento en que viniera a buscar sus cosas, lo que haría de nuestra ruptura algo aún más definitivo. Y ahora que había llegado ese momento deseaba que se diera prisa, se largara y me dejara follar tranquilamente con mi hermano.

Sopesé la idea de quedarme en el cuarto de baño hasta que se hubiera marchado, para hacerle las cosas más fáciles, pero enseguida recordé que yo era el novio despechado, que Leo me había abandonado por sus ganas de irse a comer pollas, pues decía que tenía la edad para hacer ese tipo de cosas, no para mantener una relación monógama. Y encima tenía que estarle agradecido por haber sido lo suficientemente civilizado como para dejarme antes de ponerme los cuernos. Que le jodan, pensé.

Me vestí, me mojé el pelo para que pareciera que salía de la ducha, me eché un montón de colonia nenuco y salí del baño con ganas de bronca.

Leo también había esperado que me quedara dentro un poco más, a juzgar por su cara.

  • Hola, Leo- dije, con total indiferencia.

Esperaba verlo con una caja, no con un gurruño de bolsas del mercadona. Ni para recoger sus cosas decentemente servía.

  • Hola, Alex. - Tanto la postura de su cuerpo como su voz fueron de tremenda pena. Y yo me sentí fatal por no estar más hecho polvo.

  • ¿Os dejo solos? – preguntó mi hermano.

  • ¡No! - contestamos Leo y yo al unísono.

  • Bueno, pues pondré la tele.

Iván cogió el mando y se tiró en el sofá. Seguía descalzo y desnudo, a excepción, claro está, del slip. Me alegré de tenerlo en casa y de que siguiera siendo tan despreocupado como exhibicionista.

Le pedí que me hiciera un sitio en el sofá y nos pusimos a ver la tele mientras Leo iba de un lado a otro metiendo cosas que consideraba suyas (aunque no todas lo fueran) en sus arrugadas bolsas. Yo preferí no decir esta boca es mía mientras no intentara llevarse el iPod Touch que me había regalado por mi cumpleaños.

La cosa duró otros quince minutos. La verdad es que no se me hizo duro y, curiosamente, tampoco incómodo. Era incapaz de recordar por qué había estado con él los últimos dos años. La presencia de Iván lo eclipsaba todo.

Cuando hubo terminado de recoger sus cosas (el iPod lo dejó en su sitio, bien por él) el tío se sentó delante de nosotros y se puso a darle conversación a mi hermano. Que por qué nos habíamos peleado y se había ido (Iván) de casa, que yo nunca se lo había contado. Que por qué no nos habíamos hablado en dos años. Que cómo habíamos hecho las paces de pronto y, si nuestra ruptura (la de Leo y mía), tenía peso en esa reconciliación...

Para mi sorpresa, Iván fue contestando muy educadamente a todas sus preguntas, con mentiras, eso sí. Y digo para mi sorpresa porque mi hermano no podía ver a Leo ni en pintura. O por lo menos no podía verlo ni en pintura cuando empecé a salir con él (un día, en una de nuestras peleas a raíz de eso, hasta me juró que lo mataría). Sin embargo ahora parecía tolerarlo bastante bien.

Cuando la conversación empezó a girar hacia la vida actual que llevaba mi hermano empecé a ponerme nervioso, no porque mi hermano fuera a contarle nada escabroso sobre lo que pensábamos hacer en cuanto Leo saliera por la puerta (nada más lejos, Iván empezó a hablar de Tamara y del hijo que esperaban) sino porque ya me parecía de mal gusto que Leo siguiera de cháchara con Iván y a mí ni me dirigiera la palabra.

La situación se prolongó más de lo soportable y empecé a pensar que debía echarlo, aunque fuera de malas.

Entonces pillé a Leo echándole a mi hermano una mirada fugaz al paquete y cogí un rebote que no veas. El muy cabrón estaba largando tanto a posta, para poder quedarse más rato disfrutando de la visión del cuerpazo de mi hermano.

Me imaginé saltando del sillón y dándole una ostia a Leo, gritándole que saliera de mi casa, que era un cerdo y un pervertido, que me daba asco y que no comprendía cómo había desperdiciado tanto tiempo con una basura como él… y me reí de mí mismo. En realidad no sentía todo eso. Leo solo conseguía provocarme indiferencia, y un poco de irritabilidad. (Mi hermano tenía algo que ver en eso).

Pero aunque no le gritara todas esas cosas pensé que se merecía un escarmiento.

Como si la conversación me resultara cada vez más interesante me acerqué más a mi hermano, y como quien no quiere la cosa dejé caer la mano sobre su muslo. A Leo no le pasó desapercibido pero por lo visto a mi hermano sí. Igual pensó que era un gesto natural de su hermanito. No tardé en mostrar a ambos cuales eran mis intenciones. Mientras Iván explicaba cómo había conocido a su esposa, mi mano fue moviéndose lentamente hacia su entrepierna. No cabía duda de que Leo seguía atentamente el movimiento. Mi hermano perdió el hilo de lo que estaba contando

pero lo recuperó rápidamente. Mi mano siguió avanzando por su pierna desnuda hacia los huevos. Leo estaba muy quieto, sentado frente a nosotros, y no nos quitaba el ojo de encima. Iván seguía hablando aunque empezaba a decir incoherencias. Me pregunté hasta dónde me dejarían seguir y hasta dónde sería yo capaz de llegar. Mi desbocada imaginación me presentó una escena en la que mi hermano decía, "Alex, ¿podemos hablar un momento en la cocina?" y allí me preguntaba si me había vuelto loco, qué coño creía que estaba haciendo y desde cuando me había vuelto más cerdo que él.

En lugar de eso Alex abrió un poco más las piernas, como invitándome a seguir o para darle a Leo una visión cojonuda de lo que estaba pasando allí.

Cara o cruz, me dije. No sabía lo podía ocurrir si seguía adelante. ¿Leo saldría corriendo retirándome la palabra para siempre? No perdería gran cosa. Nuestra relación había sido un fracaso. Y si no huía... ¿Se quedaría ahí quieto contemplando lo que estaba a punto de hacerle a mi hermano?

Iván estaba claro que no era una incógnita en esta ecuación. Él no iba a detenerme. De hecho, abrió todavía un poco más las piernas, se recostó y dejó definitivamente de hablar. Mi mano llegó por la pierna hasta sus huevos y se mantuvo allí, en la ingle, rozando su paquete, el tiempo suficiente para que una delatora erección tirara tanto de su slip que se le empezaran a ver los pelos de sus gordos cojones por los lados.

La suerte estaba echada. Iván estaba berraco perdido, le estaba poniendo a mil que su hermanito le metiera mano delante de otro tío, como en los viejos tiempos. Leo seguía inmóvil y sin decir esta boca es mía. Y yo tenía que ir a por todas o retirarme.

Pero pensé que ya no había vuelta atrás. Leo ya habría atado cabos. Seguramente ya tenía la respuesta a todas las preguntas que le había formulado antes a Iván. Ahora solo quedaba demostrar si yo sería capaz de mamársela a mi hermano delante de mi ex.

Y si hay algo que se me dé bien en esta vida es mamársela a mi hermano.

Cogí la cinturilla del slip. Tiré, primero hacia fuera y luego hacia abajo y el vergajo de mi hermano quedé al descubierto con una erección de caballo. Me inundó el olor a sexo inacabado y me olvidé definitivamente de Leo. Me llevé aquel manjar del que nunca me cansaría a la boca y se lo comencé a mamar a dos carrillos. Comerle la polla a Iván era un vicio que no me permitía pensar en nada más.

Mientras mi cabeza subía y bajaba, cubriendo y descubriendo su tremendo falo, y mi saliva empezaba a empapar sus cojones, escuché la voz de Leo, que reaccionaba por fin.

  • Esto no está bien- dijo.

Esto no está bien, repetí para mis adentros. Tú sí que no estás bien.

Seguí mamando sin importarme lo que dijera, si se iba o se quedaba.

Se iba. Cogió sus bolsas con sus cosas y casi corrió hacia la puerta.

  • ¿No quieres quedarte?- le lanzó Iván.

No lo dijo en tono de burla, sino de ofrecimiento. Leo, al parecer, se quedó junto a la puerta, indeciso. Yo seguía mamando.

  • Quédate – volvió a ofrecer Iván.

Supongo que Leo me señalaría en su indecisión, porque Iván me preguntó:

  • ¿ A ti te molesta que se quede?

Así que me vi obligado a dejar de hacer aquella estupenda mamada y a cuestionarme algo que no me apetecía en aquel momento. Finalmente dije:

  • Leo, creo que estás en esa edad en la que no deberías dejar pasar la oportunidad de hacer mamadas a pollas tan grandes y sabrosas como ésta.

Aunque era un sarcasmo en toda regla parece que Leo tampoco podía pensar con claridad en presencia de semejante manubrio. Dejó las bolsas y vino directo hacia el sofá. Se puso de rodillas ante Iván y empezó a comerle los huevos, visiblemente agradecido, dejando que yo le siguiera mamando el resto del vergajo.

___

Era sábado, por lo que me quedé en la cama hasta tarde. Me sentía confuso con respecto a mis sentimientos, pero estaba razonablemente contento. Pocas veces había superado una ruptura como en esta ocasión. Ya no pensaba en Leo con pesar. Miento. Realmente ya no pensaba en Leo para nada. Es cierto aquello de que un clavo saca otro clavo. El único problema es que el nuevo clavo era mi hermano, y estaba casado, y esperaba un hijo, y no conseguía quitármelo de la cabeza. Confiaba en que no sería más que una etapa. Pero en el fondo sabía que me estaba enamorando de él, como se había enamorado él de mí dos años atrás. Era algo que yo siempre había descartado que pudiera pasar. Pero estaba pasando.

Estaba planeando pasar el día viendo series en mi cama cuando llamaron a la puerta. Me puse un pantalón de pijama y fui a abrir, convencido de que era el nuevo vecino (sudamericano, aunque no conseguía ubicar exactamente de qué país por el acento) que venía a invitarme otra vez a ir con él a la nueva iglesia que habían montado en un local del barrio. No sabía si decirle de una vez que como buen maricón me esperaba el infierno o invitarle yo a mi cama, (porque el tío estaba buenísimo), pero al abrir la puerta me encontré con Iván.

  • Hola - dije, contento de volver a verlo tan pronto.

Iván entró y me besó como jamás lo había hecho Leo y se me aflojaron las piernas de gusto.

-¿Estabas en la cama? - dijo, despreocupado, y se encaminó a mi habitación quitándose la camiseta.

Lo seguí.

  • Pensaba quedarme en la cama todo el día.

  • No puedes. Tamara quiere que vayamos a comer los tres a algún sitio y que luego le enseñemos la ciudad - se había sentado en mi cama y se estaba desatando los zapatos. Yo me quité el pantalón de pijama.

  • ¿Nos espera ahora mismo? - quise saber.

  • No, no. Es pronto. Le he dicho que tenías cosas que hacer y que yo te ayudaría. Tenemos un par de horas. - Se quitó los pantalones y la ropa interior.

Yo me tumbé, ya desnudo, boca abajo en mi cama y mi hermano se tumbó sobre mí, acomodando su falo, aun morcillón, entre las cachas de mi culo. Era una sensación fantástica sentirme cubierto por su cuerpo desnudo y notar como su polla se iba endureciendo en mi trasero.

  • Ayer lo pasé genial - dijo.

  • Yo también - contesté.

  • Creo que pervertimos a tu exnovio.

  • Y yo no creo que vaya a olvidarlo en su vida.

Mientras hablábamos, Iván se movía sobre mí, acariciándome con toda la piel y en especial con su imponente nabo, que me colmaba, a lo largo, toda la raja del culo de carne caliente.

  • Lo que no me esperaba es que fuera tan insaciable.

  • Supongo que también fue la situación. Tú estás como un queso y Leo nunca había hecho un trío.

Pero mi hermano tenía razón; una vez bien metidos en faena nos había costado un huevo saciar las apetencias de mi exnovio. Nos habíamos turnado varias veces, dándole uno polla para que mamara a placer mientras el otro le rompía el culo y Leo parecía no tener nunca suficiente.

  • ¿Cómo te sientes con respecto a eso? - me pregunto Iván, tras ponerme un buen montón de saliva en la raja del culo para resbalar mejor.

  • ¿Con qué?

  • Con que nos folláramos ayer a Leo.

  • Bien. No hay problema con eso.

  • ¿Fue incómodo que me fuera yo primero?

  • No, no lo fue. Tenías que irte, no te preocupes.

  • ¿Te dijo algo?

Levanté un poco el trasero y tardé en contestar porque las sensaciones que me provocaba su cipote mojado recorriéndome no me permitían ordenar las ideas.

  • Dijo que quería volver conmigo.

  • ¿En serio?

  • Que me quería y que solo me había dejado porque le tiraba tanto la idea del sexo con desconocidos que iba a ser incapaz de serme fiel. - Hice una pausa porque las caricias húmedas de su vergajo por mi orto y sus besos en mi cuello me estaban matando. - Pero que ahora que habíamos demostrado que podíamos estar juntos con otras personas no había razón para no seguir con lo nuestro.

  • ¿Qué contestaste a eso?

  • Que no me interesaba.

  • Bien por ti - Iván volvió a poner saliva e hizo presión con el glande en mi dispuestísimo ano. La cabeza entró sin problema y yo mordí la almohada, encantado.

Iván se quedó muy quieto. Conocía mis preferencias al dedillo. Sabía que si me daba un par de minutos para hacerme al descomunal tamaño de su miembro, yo iba a disfrutar de la follada veinte veces más. No tener que pedir (o explicar) ese tipo de cosas a tu pareja sexual era estupendo. Leo nunca había comprendido ni respetado ese impás.

Aproveché el receso para terminar de explicarle lo de Leo. Luego ya no podría hablar.

  • Le dije que yo no quería un novio para follar con otros tíos. Que mi novio debía ser para mí, que debía quererme y desearme y tener bastante conmigo y que él no era esa persona y aunque quisiera intentarlo, yo ya no quería que lo fuera ni lo permitiría. Le dije que era mi forma de pensar, desde siempre, hasta el punto de haber renunciado a ti hace dos años para estar solo con él. Después de ver cómo se lo pasó ayer tarde comiéndote la polla y la tralla que le diste por el culo, creo que comprende lo que me perdí renunciando a ti.

  • Eso es muy halagador.

  • Hemos quedado como amigos. Le dije que si a ti te apetecía volver a verlo antes de te fueras ya le llamaría. Se mostró muy dispuesto a repetir lo de ayer.

  • Pues si repetimos que se haga un buen pajote en su casa antes de venir. No quiero pegar otro polvo de tres horas.

Me reí. En realidad, Iván no estaba exagerando nada. Leo se había corrido tres veces en la sesión de la tarde anterior y cuando Iván tuvo que irse para el hotel, (después de correrse dos veces seguidas, más la del aeropuerto, horas antes), aún quería que le descargásemos sendas lechadas en la lengua.

  • Te aseguro que conmigo no era tan cansino -dije.

  • Te quiero, Alex - me dijo Iván de improviso al oído.

Y empezó a moverse suavemente dentro de mí, clavándome su miembro de la manera más exquisita y haciéndome el hombre más feliz sobre la Tierra.

___

Sábado por la noche. Tamara se había ido al hotel a descansar. Estaba de seis meses y medio y había sido un día largo.

  • Si tuviéramos una hermana, Tamara no se quedaría tanto tiempo sola en el hotel - dije, sintiéndome culpable.

  • No puedo alquilar una hermana.

  • ¿Y alguna amiga?

  • No te preocupes por todo lo que pasa en el mundo, Alex. Ella está bien.

  • ¿Y si la llevas a ver a mama?

  • No voy a hacerle pisar esa casa.

Estábamos caminando por el muelle hacia las casitas abandonadas de los pescadores y el viejo faro. Eran las 11 y pico de la noche. Me parecía maravilloso que Iván me hubiera propuesto un paseo en vez de salir por ahí. Estar con él a solas era lo único que me apetecía en aquel momento.

  • Lo que pasa es que tienes remordimientos. Te conozco como si te hubiera parido.

  • Curiosa manera de decirlo.

  • Pero aunque tú y yo no tuviéramos esta relación sexual-mística-afectiva-fraternal-loquesea seguiría siendo sábado por la noche, Tamara seguiría en el hotel y yo estaría con mi hermano pequeño saliendo de marcha porque he venido a verlo a él, después de dos años de incomunicación.

  • Somos un par de gilipollas.

  • Cierto.

  • Pero de no haber tenido esta relación fraterno-sexual-loquesea no nos hubiéramos peleado, yo no te habría echado de casa y tú no hubieras conocido a Tamara.

  • Pero si no hubiéramos llevado esta vida loca, loca, loca, seguramente hubiéramos sido los típicos hermanos que se llevan a matar, jamás hubiéramos compartido piso y no hubieras podido echarme de él.

  • También es verdad.

  • ¿Quedamos en tablas?

  • Hecho.

Entonces se produjo un silencio y luego la típica escena de las series para adolescentes. Yo fui a decir algo importante, él lo hizo también, y empezamos a pasarnos la pelota uno al otro, tú primero, no, primero tú, hasta que Iván aceptó hablar primero él. Sabía como terminaban esas escenas. Él me contaría algo que cambiaría profundamente mi percepción sobre lo que yo estaba a punto de decir, algo que me impediría demostrar mis sentimientos para evitar sufrimientos a él, a mí mismo o a un tercero en discordia, y cuando llegara mi turno de hablar y él me preguntara qué quería decir yo, yo contestaría: Nada. No era importante. Y los guionistas tendrían vía libre para estirar la tensión sexual por espacio de quince capítulos más.

A pesar de ello escuché atentamente lo que Iván tenía que decirme.

  • Te debo una disculpa por lo que sucedió hace dos años. Sé que ahora estamos bien y que tú ya sabes lo mucho que lo siento sin que tenga que decirlo, pero te lo debo. Cuando conociste a Leo y empezaste a hablarme del nuevo chico que había entrado a trabajar en la empresa enseguida supe que la única relación real que había mantenido en mi vida se iría a pique. Me asusté e inventé cien excusas para mantenerte alejado de él. Durante esos días se me hacía muy doloroso estar sin ti, sabía que teníamos los días contados y quería aprovechar cada momento. Pero muy dentro de mí sabía que tenías razón, que no podía funcionar, que somos hermanos y que tú te merecías conocer un amor más real. Pero confiaba en tener algo más de tiempo para hacerme a la idea.

  • No tuviste ese tiempo.

  • No lo tuve. De la noche a la mañana cortaste cualquier vínculo. Se acabó el sexo, se acabaron las conversaciones. Se acabó el sentarnos a ver la tele e incluso el cenar juntos. Todo mi mundo se fue a la mierda en un segundo. Y yo sabía que estabas en tu derecho, que debías ser feliz, que no debía detenerte ni interponerme entre vosotros, pero estaba destrozado. Cuando lo traías a casa no podía respirar. Me metía en mi habitación, me tapaba la cabeza con la almohada y lloraba durante horas. Te odiaba y me odiaba por odiarte y por quererte tanto como para no ser ni persona. Me preguntaba cómo había permitido que te metieras tan dentro de mí como para preferir estar muerto a estar sin ti. Recuerdo aquellos días como una pesadilla que nunca iba a terminar. Así que empecé a joderte la vida conscientemente, no porque sintiera realmente las cosas horribles que llegué a decirte, sino porque era la única manera de que me apartaras de ti, ya que yo no podía hacerlo porque te necesitaba cerca para seguir vivo. Y el plan funcionó terriblemente bien, y conseguí que me odiaras y al mismo tiempo me liberaras del infierno en que se había convertido mi vida. Pasé los siguientes cuatro meses buscando razones para seguir viviendo. Y no encontré ninguna. Y un día me encontré mirando a la carretera desde la terraza de tu edificio. Y fue en ese momento decisivo, a un paso de mandarlo todo a tomar por culo, cuando comprendí que estaba trastornado, que no eras tú el que debías cambiar y darme lo que yo necesitaba para querer seguir viviendo, sino que debía ser yo quien debía deshacerse de sus ideas enfermizas con respecto a ti. Y eso me he dedicado a hacer desde entonces. Puedes imaginar la cantidad de promesas que hice para lograrlo y que no cumplí. No volver a verte nunca más, no volver a enamorarme, no volver a acostarme con un hombre... Pero el tiempo pasa y las heridas sanan, y me he hecho fuerte y he ordenado mi cabeza y dominado el corazón. Y aunque soy demasiado débil para ser fiel a nadie, no lo soy para que algo como lo que nos pasó vuelva a ocurrir. Te confieso que estaba aterrado de volver a verte, pero desde que vine hemos estado casi todo el tiempo juntos y no he vuelto a sentir la locura de aquellos días. Te prometo por mi vida que todo aquello jamás volverá a repetirse. Siento mucho el daño que te hice. Bueno, Alex... ¿Qué te ha parecido el discursito?

Yo estaba demasiado conmocionado para dar mi opinión. Caminamos en silencio los últimos metros que nos separaban del faro y nos sentamos en un banco de piedra.

  • Bueno, di algo - me pidió Iván.

  • No tenía ni idea de que habías pensado en el suicidio. Me has dejado helado.

  • Vamos, no es para tanto. Además, todo eso es agua pasada. Tú vuelves a ser lo que nunca debiste dejar de ser para mí: mi hermano. Es cierto que tenemos una dinámica sexual un tanto peculiar, pero eso siempre ha sido así. Ahora puedo decir que sé quien soy. Que me he encontrado a mí mismo.

  • Me alegro mucho por ti, Iván.

  • Bueno. Y tú ¿qué querías decirme?

Lo miré a los ojos por una eternidad y finalmente dije:

  • Nada. No era nada importante.

___

  • Alex, podrías mirar si ahí tienen bocadillos.

Tamara me alargó un billete de cien euros.

  • Bocadillos seguro. Cambio, lo dudo - repliqué, cogiendo el dinero.

  • Prueba.

Busqué a Iván en el agua pero debía haberse sumergido. La última vez que lo había visto nadaba junto a las rocas.

  • Compra también unas cocacolas - Tamara se colocó bien la pamela y se recostó en la hamaca. Parecía una Marilyn embarazada.

Volví a mirar al mar en busca de mi hermano, algo inquieto. No se le veía por ninguna parte.

Fui al chiringuito (aquí los llaman balnearios; que me perdone la fauna isleña pero para mí un balneario es otra cosa), y compré tres bocatas que ya estaban hechos pero que no tenían mala pinta, las cocacolas, cerveza para Iván y porquerías para picar. La camarera que me atendió no tenía bolsas así que tuve que llevar todo cargado en los brazos, contra el pecho. Las cocacolas (de lata) estaban heladas. No veas como jodía.

  • Mmm..., tortilla... - dijo Tamara, cogiendo un bocata.

  • También hay de jamón serrano y de chorizo con queso.

  • No puedo comer jamón serrano. Ni embutidos.

  • ¿Eres alérgica?

Tamara se río.

  • Por el embarazo. Riesgo de toxoplasmosis. Tendría que habértelo dicho.

  • No lo había oído en mi vida.

Me senté en la hamaca de al lado, abrí una lata y ataqué el bocadillo de jamón.

-¿Por qué no has traído a tu novia? - me preguntó Tamara.

A mí se me atragantó el bocadillo.

  • ¿Cómo dices?

  • Ayer me extrañó que no la trajeras, pero hoy clama al cielo. Quiero conocerla.

  • ¿Por qué crees que tengo novia? ¿No puedo ser... soltero?

  • Tu hermano me lo dijo. ¿Qué pasa? ¿Te avergüenzas de ella? ¿Habla demasiado? ¿Cuenta vuestras proezas sexuales a gritos por la calle? ¿Qué?

  • ¿Iván te dijo que tenía novia?

  • ¿Sólo es un rollo? Da Igual. Quiero conocerla.

  • ¿Cuándo te lo dijo exactamente?

A Tamara le cambió la expresión de la cara.

  • Mierda. Acabáis de romper, ¿a que sí? Soy una bocazas. Lo siento.

  • Acabo de romper, pero no con mi novia, sino con mi novio.

  • ¿Novio? ¿Te van las dos cosas?

  • No, solo me van los tíos.

  • ¿Tu hermano lo sabe?

  • Fue la primera persona en saberlo.

  • ¿Y por qué me diría que tenías novia?

  • Quizá lo entendiste mal.

  • No, no lo entendí mal. Me dijo que tenías novia. Hasta me la describió.

  • Pues eso es que se avergüenza de mí.

  • ¡Qué mal!

  • No te preocupes. Siempre supe que Iván era un cromañón. Por cierto... ¿dónde está?

  • En el agua.

  • Sí, pero, ¿dónde? -Dejé la comida y me acerqué a la orilla. No veía su cabeza por ninguna parte.

  • Estará buceando.

  • ¿Le has visto llevarse las gafas?

Tamara miró en la bolsa.

  • Están aquí.

  • Voy a buscarlo.

  • ¿Debo preocuparme?

  • ¡Que va! Habrá ido a la otra cala. Si volviera antes que yo que se quede contigo. Una vez estuvimos buscándonos cinco horas.

Dejé a Tamara comiendo y bronceándose al sol y me metí en el agua para seguir el itinerario que creía, habría seguido Iván. Estaba un poco molesto con él, pero mientras nadaba se me pasó. Iván debía haber hablado a Tamara de mí cuando se conocieron, y en ese momento mi hermano y yo no nos hablábamos. Seguramente pensaba que yo jamás lo perdonaría, así que no esperaba que Tamara llegara a conocerme. Y lo de inventarme una novia también lo veía justificable, dadas las circunstancias. Así se evitaba hablar con ella sobre homosexualidad.

De todas formas aquello confirmaba una vez más que Iván le mentía a su mujer de casi todas las formas posibles, y eso no podía acabar bien. Nunca lo hacía. Claro que quizá no era tan mal final desde mi punto de vista.

Estaba pensando que era una mierda que la vida fuera siempre tan complicada cuando llegué al segundo recodo que hacían las rocas, que era el que buscaba. Me acerqué hasta hacer pie en las rocas, resbaladizas y de tacto asqueroso, y, procurando no romperme la crisma, trepé unos cuantos metros hasta el primer saliente, y de ahí caminé con cuidado de no lastimarme los pies hasta una pequeña cueva donde jugábamos Iván y yo de críos.

Iván estaba dentro, tumbado en una hamaca como las de la playa, pero de otro color. Aquella llevaba allí unos cuantos años.

  • Has tardado mucho - me dijo al verme.

  • ¡Claro! ¡Cómo que me estabas esperando!

  • Pues sí. Te esperaba.

  • La próxima vez dime "nos veremos en la cueva".

  • Has venido, ¿no?

  • Porque estaba preocupado.

  • Vuelves a estar cabreado.

  • Un poco.

  • Pues no te cabrees. Te estaba esperando a ti. No hay ningun hombre escondido, no hay más pollas a la vista que la tuya.

  • Eso ni se me había pasado por la cabeza.

  • Pues debería. Viniendo hacia aquí he visto un tío... No veas cómo estaba. - Me hizo sitio en la hamaca abriendo las piernas. Me senté, recostándome en su pecho, y él me abrazó con brazos y pies.

  • No deberíamos hacer esto - dije.

-¿Hacer qué? Sólo estamos hablando.

  • Me tienes agarrado.

  • Eres mi hermano. Soy cariñoso. No tiene nada de malo.

  • Te siento la polla en la rabadilla. Eso no es muy inocente.

  • Pero no esta dura, ¿verdad?

  • No del todo. Pero me la pone dura a mí.

  • ¿De veras? Ah, pues sí. Te la pone dura - y mientras me metía una mano en el bañador mojado me besó la nuca, la oreja, y hasta donde llegaba de la mejilla. Giré un poco la cabeza para que pudiera besarme los labios. Me besó. Saqué un poco la lengua. La chupó.

Iván me había bajado un poco el bañador y me pajeaba despacio mientras me besaba. Sentí como su rabo se endurecía contra la parte baja de mi espalda.

Conforme Iván me masturbaba mis besos se volvían más apremiantes, más necesitados.

  • Raspas- susurro Iván en mi oído.

  • Me afeitaré.

  • ¿Qué dices? Me encanta.

Seguimos un rato en esa postura, Iván pajeándome y poniéndome los pelos de punta cuando me besaba en el cuello, me chupaba la oreja o me decía ternezas al oído, y yo oprimiendo con mi cuerpo una erección cada vez más descomunal.

Después me levanté y le bajé el bañador de un tirón.

  • ¿Sabes que nunca me canso de verte desnudo?- dije.

  • Ibas a decir "de verte la polla".

  • Es cierto. Pero no quería que pensaras que eres sólo polla.

  • Soy mucho más que polla.

  • Sí, lo eres.

Empezó a hacerse un pajote mientras yo lo miraba.

  • Siempre te ha gustado mucho mirar - dijo, meneándosela para mí, despacio.

Me encantaba ver cómo lo hacía, me encantaban sus brazos, sus manos, su cara de gusto, su enorme verga entre sus dedos y me encantaba ver cómo subían y bajaban sus cojones con el movimiento.

  • ¿Por qué tienes que estar tan bueno? - pregunté.

  • Es cosa de familia- respondió.

Me llené los dedos de saliva mientras me arrodillaba junto a la hamaca y se los planté en el ojete. Él levantó un poco el culo para facilitármelo sin dejar de masturbarse. Yo me lo comía con los ojos. Le paseé mis dedos mojados por el orto. Él se retorcía de gusto. Su mano seguía masturbando su vergajo que era realmente monstruoso a esa distancia. Mis dedos le acariciaban el agujero, su piernas se separaban y se juntaban, su cuerpo ardía. Mi otra mano le acariciaba el pecho, la cara, le apretaba un pezón, el otro. Él había cerrado los ojos y empezaba a masturbarse más deprisa. Apreté más los dedos en su esfínter sin poder apartar la mirada de su polla y de cómo se la meneaba. Sus cojones rebotaban en mi muñeca. Me volvía loco ese contacto. Puse más saliva, y seguí llenando su agujero de las húmedas caricias de mis dedos.

Un reguero de saliva cayo de la comisura de sus labios. Sabía que me encantaba cuando hacía eso. Sabía que me ponía como una moto.

Le lamí la barbilla, recogiendo su saliva con mi lengua hasta llegar a sus labios. Se los comí. Él aceleró el pajote al compás de mis besos, yo apreté un dedo en su esfínter. Él sacaba la lengua enfebrecido, yo calmaba su ansia con mi boca. Sus huevos me golpeaban la muñeca más deprisa, su cuerpo se puso en tensión. Le comí la boca con ansia para propiciarle una corrida que no olvidara. Mi dedo entró en su recto. Iván se estremeció. Sus piernas se abrieron, se cerraron. Su verga parecía a punto de estallar. Iván gimió en mi boca. Lo morreé, completamente ido de amor, mientras le clavaba el dedo hasta el fondo.

El primer chorro llego caliente hasta mi cara. Continué besándolo y metiéndole el dedo mientras echaba el resto de la leche.

  • Menuda corrida - dije, cuando su respiración se hubo calmado y me miraba con una gran sonrisa de tonto.

  • Ven aquí. Quítate eso.

Obedecí. Me quité el bañador y me coloqué donde él quería, con una pierna a cada lado de la hamaca y los huevos sobre su boca. Me agaché, poniendo mis cojones al alcance de su lengua y me empecé a pajear mientras me los comía. Era fabuloso. Mi hermano era una máquina de dar placer. Sobretodo me encantaba que nunca se cansara de hacerme guarrerías, ni siquiera recién corrido. Paseó la lengua por mis ingles, se metió mis cojones en la boca, la polla se me puso como una puta piedra.

  • Sabes amar - dijo, la respiración en mis huevos.

  • Gracias.

  • No. Digo que sabes a mar.

  • Ah. Es lo que tienen los días de playa.

  • Pero amar también sabes.

  • Gracias de nuevo.

Después de lamerme los huevos me abrió las cachas del culo y me hizo sentarme en su lengua. Y aquello fue más de lo que pude soportar. Mientras sus lamidas me recorrían el orto descargué una terrible lechada sobre su pecho.

  • ¿Te estás corriendo? ¿Ya?

Me entró la risa mientras los trallazos de esperma llegaban hasta sus huevos.

Después me tumbé sobre él y nos besamos hasta quedar dormidos.

Continuará...

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