IVAN PAZ LARROSA, Homenaje

Un señor con pretensiones de escritor rinde homenaje a un gran Maestro, contando una historia de zanjeo profundo...

IVAN  PAZ  LARROSA

HOMENAJE

por Eduardo José González de Altamirano

Corría el año del Señor 2002, cuando el azar o la necesidad, cruzó por mi camino de penitente lector un relato que habría de depararme muchas sensaciones inesperadas y todas ellas muy agradables… Tal relato llevaba por título el aserto Yo no era más que un chaval y se encontraba publicado en un portal de la web dedicado a narraciones eróticas de alto voltaje y grueso calibre… La primera de esas sensaciones fue sorpresa… Sí, porque lo máximo que imaginaba encontrar podía ser algo así como el informe de una autopsia interesantemente escrito, con pesos y medidas de algo que inevitablemente acaba muerto; para renacer desde luego de entre sus cenizas como el Ave Fénix, para continuar la eterna y feliz batalla del amor, y lo que efectivamente halle fue una obra cuya enjundia no puedo calificar sin injuriar a madres y esto es algo que a mi decididamente no me agradaría hacer. Pero que lo  es, lo es. A continuación sobrevino la alegría porque los hechos y circunstancias no arrastraban los velos de las tragedias, sino el descaro de la juventud y las ansias de vivir. Cosas estas –ansias y descaro- que, en mi personal caso, se han dado, sensiblemente atenuadas, después que el búho de Minerva alzara su vuelo. Al menos eso creo. Otros supondrán que sigue reptando y quizá no les falte razón. Mezclada entre estas emociones comenzó a cimentarse la admiración. Porque quien es capaz de entrelazar las palabras para que se infiltren en nuestra mente de modo que inevitablemente conduzcan a la representación de realidades que, de tan vividas, se nos hacen tangibles, no puede sino ser admirado. Consubstanciada con la admiración se impuso esa otra compleja sensación que es la gratitud. Gratitud por la generosidad de un hombre que, sin conocernos (haz bien y no mires a quien) nos regala el producido de sus dones, con la misma generosidad con que manantial  entrega sus caudales sin cálculos de ganancias que lo beneficien… Ese hombre se llama Iván Paz Larrosa y, desde mi apacible rincón sudamericano quiero rendirle mi homenaje.

Por supuesto, a posteriori de esa lectura vino la de la segunda parte y las de todas sus contribuciones al placer de quienes nos regodeamos con las bondades del Arte de las Letras. Paz Larrosa es un artista con todas las de la ley; un creador de fuste…

En fin, no son pocas las cosas que puedo decir de las experiencias que me deparó el encuentro con la prosa de Iván Paz Larrosa. Prosa que también es rotunda poesía… Tanto caló en mi su verba (para quienes fueren flacos de oído o torcidos de ojo, repito: “v-e-r-b-a”) que, aprovechando la posibilidad que nos da la bendita red de redes, le envié un mensaje electrónico con mi congratulación y mis felicitaciones por su obra. No albergaba mayores ilusiones de obtener respuesta; pero, contra todas mis desesperanzas, esa respuesta me llegó casi de inmediato… La fuerza de sus palabras no dejó de asombrarme… No cumplían un ritual de mera cortesía… Traducían la calidad y calidez de un hombre íntegro y auténtico, que no desdeña a quienes no alcanzamos el grado de su alta jerarquía… Se sucedió, mas  luego, un intercambio de epístolas electrónicas, que fue substancialmente un intercambio de sinceros afectos… Posteriormente y hasta estos días, devino el silencio, por todas esas razones que solo conoce el destino….

En una de esta piezas, tras haberle manifestado mi berretín de escritor, me recomendó soltarle rienda a ese personaje oculto en mi, por muy torpe que lo presumiera… Y así hice… Como mi insensatez no reconoce limites, además de soltarle rienda, también le abrí la tranquera de su corral para que potreara a su antojo. Fue así como ese inefable sujeto perpetró algunos despropósitos que, suponiéndolos relatos, tuvo la osadía de publicar en la web… Lo curioso del asunto es que, con ocasión de editar el último de ellos, un lector anotó un comentario estimulándome a continuar mi producción “literaria”… ¿Quién es ese lector?... Nada más y nada menos que don Iván Paz Larrosa… De inmediato intenté comunicarme con él para agradecérsele el encomio; pero fue mala mi fortuna… Su dirección de correo-e, la única que conozco, me resultó inaccesible… En vista de ello y no sabiendo de qué manera sortear este escollo, se me ocurrió la idea de escribir estas carillas, buscando de este modo llamar su atención para hacerle saber que aquí, en la lejana Argentina, un viejo setentón quien no ha perdido el buen humor pese a los embates de la vida, mantiene viva la admiración y el reconocimiento de su preeminencia en las artes de la letras… Vaya pues, aquí y ahora, mi homenaje a su querida y querible persona… ¿Cómo?... Con un relato… ¿Cómo iba a ser, si no?... Maestro, música por favor… Bajen las luces…

UN SUEÑO...

Al cumplir 32 años, Eduardo creyó que su destino estaba sellado y que nada, absolutamente nada, debía esperar de la vida... No poseía fortuna y seguiría sin poseerla hasta el fin de sus días... Estaba solo y lo seguiría estando, también, hasta que Dios dijera "basta"... Vivía como si le faltaran ganas de vivir, ateniéndose a una rutina sin sobresaltos: de casa al trabajo y del trabajo a casa, cuidando que esta le diera calor a su cuerpo y a su alma... Solo en las noches, cuando las sombras lo envolvían en la quietud de su cuarto, se dejaba llevar y en una especie de entresueño fantaseaba recurrentemente con la misma historia... Una historia que, con obsesiva pasión, perfeccionaba día a día... Una historia de amor...

Pero, un día todo cambió... Un compañero de trabajo en la Universidad lo invito a una kermese a beneficio de una escuela... En otras circunstancias hubiese declinado la invitación; pero, el compañero siempre había sido muy amable con él y no podía negarse...

Fue así como a las siete de la tarde de un sábado, en lugar de prepararse para ver televisión, se arreglo no sin cierta discreta coquetería y partió rumbo a la escuela... En la puerta, entre gentes que iban y venían, estaba su compañero... Su presencia lo reconfortó y ayudó a superar su natural timidez... Ya dentro del edificio, recorrió los kioscos, compró algunas pequeñeces y se sentó a aguardar los “números artísticos” y los sorteos...

En eso estaba cuando, como salido de la nada, se cruzó frente a él un muchacho de color, de unos dieciocho o veinte años, alto y muy bien parecido... A Eduardo se le congeló la sangre... Era el personaje de su recurrente sueño... Por unos segundos dudó que fuera algo real... Se restregó los ojos para convencerse de que no era una alucinación... Pero no, no era una alucinación... Allí estaba su ídolo, el negro de sus sueños... Alto, atlético, grácil, sonriente... Un escultura de ébano...

Eduardo se sintió subyugado por el negro... No podía dejar de mirarlo... Consciente de que su actitud conllevaba un riesgo muy grande, hizo un esfuerzo y desvió la mirada... Se concentró entonces en mirar el palco escénico donde en minutos más daría comienzo el espectáculo artístico... Pero, la figura del negro podía mas, lo atraía y a hurtadillas, cada tanto, le echaba un vistazo... Ya estaba por comenzar la función cuando para su asombro, como si tuviera el asiento reservado, el joven se acercó y se sentó justo en una silla vacía al lado suyo... Sentarse y empezar a darle charla fueron una misma cosa... Al principio, Eduardo se sintió inhibido; mas la naturalidad con que el negro actuaba y la cordialidad que irradiaba lo hicieron entrar en confianza y mostrarse más verborragico que de costumbre... Sin querer y a pesar del ruido que producía la banda de rockeros instalada en el escenario, los dos conversaron animadamente... De un tema pasaron a otro, y de este al siguiente y así, sin darse cuenta, se alejaron del lugar en busca del kiosco de gaseosas y, en un sitio medio apartado, continuaron la charla...

Eduardo se enteró que el negro se llamaba Duhillo, que tenía veintidós años y que trabajaba en una empresita de instalaciones sanitarias... A su vez, Duhillo tomó conocimiento de todos o casi todos los datos y pormenores de la vida de Eduardo que no eran muchos... La charla se extendió hasta casi las diez de la noche... A esa hora ya se habían hecho amigos... Duhillo le había prometido visitarlo para ver un problema de plomería y como la visita debía producirse la mañana del domingo de la siguiente semana, Eduardo lo había invitado a almorzar...

Unos minutos después de las diez, ambos emprendieron la retirada... Duhillo montó en su moto y Eduardo encaró el regreso a pie... No era mucho el trecho que debía recorrer y, además, se sentía con un ímpetu extraordinario...

Sin notarlo pasaron los días y así se encontró con la mañana del domingo en que debía recibir a Duhilllo... Puntilloso y obsesivo como era, tenía todo preparado para la recepción... Solo debía esperar la llegada… Se le dio por pensar que, acaso, el negro se había olvidado del compromiso y no aparecería... Una confusión de sentimientos lo invadió, llenando de angustia su corazón... Pero, cuando aún no eran las nueve, todo se disipó... Una moto se detuvo frente a su casita y  la figura radiante del negro hizo su aparición  en escena...

De ahí en más las cosas fueron dándose como por arte de magia; de una manera perfecta... Duhillio, con notable habilidad, resolvió el problemita de plomería que preocupaba a Eduardo, y otros detalles de la instalación de aguas de la casita... Casita que, por su diseño y compostura, parecía ser de un cuento de hadas...

A la una, ambos estaban sentados a la mesa, dispuestos para almorzar... Tanta era la alegría de Eduardo, que ella se hacía evidente en cada uno de los gestos que tenía con Duhillio... Lo atendía como si fuera un príncipe... El negro se sentía halagado... Las exquisiteces que Eduardo había preparado maravillaron a su nuevo amigo...

Al tiempo que comían, los jóvenes conversaban... La diferencia de diez años de edad que había entre ellos, no se notaba en absoluto... Al contrario; Eduardo parecía más joven... La conversación fue tocando la más variada gama de temas hasta que de pronto, se tornó íntima y entró en un callejón sin salida... Duhillio lo puso contra las cuerdas a Eduardo cuando, de manera indirecta, le preguntó algo sobre su sexualidad...

Eduardo, que siempre había ocultado sus preferencias y que se castigaba refrenando sus instintitos y condenándose una vida ascética, de absoluto aislamiento, sintió la necesidad de mostrarse tal cual era y, sin meditarlo demasiado, le dijo a Duhillio que, aún cuando no tenía trato con ningún hombre, él era homosexual...

Después de haber soltado tamaña confesión, esperaba recibir la más terrible de las condenas; el más rotundo de los rechazos; pero no, el negro ni se inmuto, no se alteró para nada... Continuó con la misma cordialidad y el mismo talante... Parecía como que la noticia no lo hubiera sorprendido, como que la esperara, como que la necesitaba para continuar sus acciones... Así, de una cosa fue pasando a la otra, hasta que le hizo confesar a Eduardo sus apetencias íntimas y en el momento en que se disponían a tomar el café, le preguntó si aceptaba que se quedara a dormir la siesta con él...

Eduardo no lo podía creer... Duhillio le ofrecía acostarse con él... Por supuesto, no era sólo para dormir juntos... En la oferta había un contenido no explicitado que podía leerse en los ojos chispeantes del negro... Eduardo no sabía cómo decir que sí... Pero, al final  lo dijo, aclarando que era la primera vez que se acostaba con un hombre...

Así fue como, a las dos y veinte de la tarde de ese domingo, Duhillio y Eduardo, emprendieron camino hacia el dormitorio... Situada en la parte trasera de la casita, la pieza era un primor... No era suntuosa, pero si grandecita,  empapelada con muy buen gusto y dotada de buenos muebles. Una cama muy amplia, alfombra de pared a pared y todos los adornos que se le pueden imaginar a un solitario amigo de los chiches…

Lo primero que hizo el negro fue sentarse en la cama para comprobar si el colchón era mullido y se hallaba en condiciones de prestar los importantes y patrióticos servicios que se esperaban de él... Luego, tendió una mano, lo sujetó a Eduardo de una muñeca y suavemente lo hizo acercarse al punto donde él estaba... Quedaron así frente a frente, uno sentado y otro parado... Con su voz grave y seductora, Duhillo le dijo

-Quiero que seamos felices, Edu...

-Yo también...

-Saquémonos ya las ropas...

-Si...

Y, no sin cierto apuro, cada uno fue quitándose sus prendas hasta que quedaron tal como cuando Dios los trajo al mundo... Eduardo siempre se había sentido inhibido de mostrarse desnudo o semidesnudo ante la gente por la vergüenza que le causaba su cuerpo, tan endeble, tan falto de la musculación propia de un varón; esta vez empero no sintió ninguna inhibición... Por el contrario, parecía sentirse contento de que el negro apreciara sus debilidades…

Duhillio, en cambio, era una escultura... Su cuerpo respetaba todos los cánones de las proporciones humanas y de la belleza masculina, excepto en un punto: el sexo... Ahí, a Dios se le había ido la mano… Era enorme... Medio dormida como la tenía era capaz de cortarle la respiración a más de uno… El par de bolas en que ese terrible tronco viril se apoyaba eran todo un monumento a Las Fábrica de Espermatozoides... Tamaño atributo contrastaba con el sexo de Eduardo que apenas si se distinguía, por la mezquindad de sus dimensiones. Cosa que poco le importaba a él pués solo lo usaba para hacer pis.

Con dulce firmeza, el negro abrazó a Eduardo, lo levantó por los aires, como si fuese un muñeco,  para finalmente depositarlo  en la cama y echarse encima de él con todo el peso de su fornido corpachón... Parecía que lo iba a aplastar; pero no lo aplastó porque con sabio cuidado inteligentemente interpuso la acción amortiguadora de sus antebrazos y rodillas…

En un giro de acróbata, Duhillo quedó de espaldas sobre la cama y Eduardo montado a horcajadas sobre su vientre… Así posicionados, el negro se entregó a juguetear con su nuevo amigo haciéndole cosquillas por todas partes… Eduardo no sabía cómo cubrirse de esos embates y no cesaba de reír por el efectos de las cosquillas… La verdad es que se sentía en la gloria… ¡Quién le hubiera dicho, pocos días antes, cuando era una lágrima ambulante, que el destino le tenía reservada semejante sorpresita: el negro de sus sueños, de cuerpo presente, en su cama, haciéndolo vivir su sueño de su vida!...

Con la velocidad que le permitía su felina agilidad y su estado atlético, Duhillio, sin dar respiro, tomó de sorpresa a Eduardo, atrayéndolo contra su pecho de amplios y potentes pectorales… Eduardo parecía una criaturita entre semejantes brazos… Sin mediar palabra, el negro buscó su boca y con sus sensuales y carnosos labios depositó allí un beso que fue toda una declaración de amor…

Si algún temor anidaba en la mente o el corazón de Eduardo, ese beso apasionado y tierno, que pareció no tener fin, fue el viento fuerte que arrastró definitivamente cualquier mal pensamiento… Los besos se repitieron en ardiente catarata… La libido de Duhillo se proyectó por las alturas más altas, contagiando su fervor al deslumbrado Eduardo, que se dejó llevar donde el negro quisiera…

Y lo que a todas luces quería el negro era poseer ese cuerpo blanco que se le ofrecía como una fruta jugosa capaz de aplacar su insaciable sed de sexo… La poronga de Duhillo había adquirido para ese entonces un tamaño atemorizante… No iba a ser broma tragarse semejante pito… Eduardo no las tenía todas consigo… Cierto era que para contentar su sensible culito, en horas de desesperada soledad, había recurrido al dulce engaño de algún pepino seductor y que había logrado darse una buena tolerancia; pero, esa pija era mucho más que un pepino seductor de buen tamaño… Era un misil con cabeza nuclear y todo…

Para la felicidad de Eduardo, los hechos se fueron desarrollando con una vertiginosidad tal, que, en definitiva, cuando quiso pensar lo que le iba a costar comerse la verga de Duhillo: Duhillio ya se la había metido hasta el forro mismo de su sólidas pelotas… Es que, entre otras cosas, el negro era un cogedor nato y se sabía todas las artes y mañas del buen culeador…

Los gestos y gemidos de Eduardo eran el testimonio elocuente de lo que esa enorme poronga, hundida en la profundidad de sus entrañas, lo estaba haciendo gozar… Había perdido toda noción de tiempo y lugar, y solo quería que Duhillo lo cogiese a lo bestia, que le partiera el culo… Y se lo pedía así, sin ambages… Le pedía que le rompiera el culo, que le hiciera entrar toda entera su negra y enorme poronga, que lo hiciera feliz, feliz, feliz… Un hambre callado de años se hacía escuchar, desesperado… Quería comer toda la pija que no había comido a lo largo de toda su vida…

Demás está decir que la locura de Eduardo rápidamente se le traspasó al negro que como embrujado comenzó a machetearlo como si, en lugar de hacerlo gozar, lo que quería en efecto fuese reventarlo… Le sacaba y le metía la verga con una brutalidad infernal… A esta altura, el ojete de Eduardo había perdido toda capacidad de resistencia y la poronga de Duhillo le entraba como bala y salía como relámpago, para volverse luego a meter… También en los gestos y bramidos del negro podía leerse que si ese no era el mejor polvo de su vida: pegaba en el palo, lo que para el caso no era una metáfora, sino una alusión directa…

La piel de ébano del negro estaba bañada en sudor y brillaba en la semioscuridad del coqueto dormitorio, contrastando con el blanco nacarado de las carnes de Eduardo, sobre todo de sus pulposas nalgas… En un primer momento, cuando Duhillo lo ensartó, Eduardo estaba boca abajo… Luego, el negro lo puso de costado para cogerlo mejor… Así, se abría un nutrido repertorio de pequeñas variaciones en la poses, que aumentaban el goce de los amantes… Cuando la acabada ya resultaba ser un hecho inevitable, Duhillo lo devolvió a Eduardo a su pose inicial, exigiéndole que levantara el culo al máximo posible, y en esa postura le aplicó unas inyecciones de pija y leche que hubiesen sido capaces de devolver a la vida a un mamut muerto hace diez mil años… A Eduardo lo dejaron muerto y al negro también… Pero, enseguida se hizo el milagro y volvieron a la vida, con una alegría que no podían ocultar…

A Eduardo se le había cumplido ese sueño reiterativo que noche tras noche recreaba y pulía empeñosamente… Un sueño que, muchas veces, soñaba dormido y, algunas, medio despierto… Estaba feliz, muy feliz… Le preguntó a Duhillo que le había parecido el momento que acababan de vivir… Escueto, el negro contesto: “un sueño”… Azorado, Eduardo exclamó en tono de pregunta “¿un sueño?”… “Si -acotó el negro- un sueño… Desde muy chico, cuando vinimos de Brasil, siempre soñé con coger a un hombre blanco, así como vos, aunque vos sos mucho mas mejor que el blanco de mis sueños. Sos mi blanco”…

Yo sueño que estoy aquí

destas prisiones cargado,

y soñé que en otro estado

más lisonjero me vi.

¿Qué es la vida? Un frenesí.

¿Qué es la vida? Una ilusión,

una sombra, una ficción,

y el mayor bien es pequeño:

que toda la vida es sueño,

y los sueños, sueños son.

Eduardo José González de Altamirano

Muchas gracias a quienes se tomen el trabajo de leer lo que mi irresponsabilidad tiene el atrevimiento de escribir. Si alguien tiene la posibilidad de comunicarse con don Iván Paz Larrosa, agradecido estaré si lo avisan que aquí tiene el testimonio de mi devoción. Confío en que me recuerde. A todos les debo algo, puede que algún día, que será una eternidad, se los pague en el preciso instante de encontrarnos en el paraíso de los sueños. ¡Oh si así se pudieran defaultear las deudas externas, que lindo que sería!... La Banca tendría que cantarle sus cuitas a la Piquer o don Carlitos Gardel, digo para ser ecuménico...

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