Iván (3)

Iván,se traslada a las cañadas,un pequeño pueblo, donde descubrirá algo más que puro sexo...

En cuanto a sexo, la gente en general, prefiere poner una venda a lo que pasa a su alrededor. Y los habitantes de Las Cañadas no eran diferentes. Todos tenían sus pequeños secretos sexuales que escondían a los demás. A Pedro, el de la tienda de piensos de animales, le fascinaba masturbarse después de ver salir a las colegialas que estudiaban enfrente de su tienda; Alberto, el de la oficina de correos, se acostaba con Lucia ,la dependienta de ultramarinos, cada vez que podía escaparse de su esposa; y Luis, el del videoclub, aprovechaba cada oportunidad que se le presentaba, para hacerse una paja en algún baño público: el de la estación del tren, el de la consulta del médico, e incluso el del bar de Vicente, donde se reunían los del pueblo a jugar al dominó. Luis se daba alguna escapadita entre partida y partida para cascársela un rato. Estos eran los secretillos de algunos de los habitantes del pueblo. Quizás la excepción fuera que, lo de Luis lo sabía Vicente el del bar, y era porque éste colocó una pequeña cámara de video oculta en el techo, al lado del plafón de la luz. Y es que a Vicente, le excitaba ver las grabaciones de sus vecinos meando en sus instalaciones.

Lunes

Iván terminó de pasar el domingo de la forma más agradable que pudo. Paseó por el pueblo un largo rato, entre las callejuelas, en las que ya había macetas florecidas, y por la plaza, donde, tal y cómo le había comentado Faustino, la gente le miraba con curiosidad. También se acercó a la panadería, donde una señora entradita en carnes le atendió de lo más amable, y donde comió un pastel de chocolate que se supo a gloria.

Llamó a Fran varias veces, pero éste no le cogió el teléfono,<>.

Pero sin duda, lo mejor del día había sido conocer a Sebastián, el hermano de Juan. En cuanto lo vio bajarse del coche, las piernas le temblaban, y es que Sebastián tenía un gran magnetismo. Alto, seguro que le sacaba a su hermano más de quince centímetros, y muy bien proporcionado, fuerte de espaldas y hermosos bíceps que se dejaban ver gracias a la camiseta corta que se ajustaba perfectamente a su tronco. Lo mejor de todo era lo guapo que era, igual que lo había sido su padre unos años atrás. <<¿habría salido Juan a la madre?>>.

Solo tuvo unos breves instantes para darle la mano y presentarse. Pero fue suficiente para que Iván sintiera un fuerte cosquilleo en el estómago. Después de esto, tomó camino abajo en dirección al pueblo.

La mañana del lunes se había levantado fresca, Iván durmió como un tronco y se levantó del todo descansado. A las ocho y media( media hora antes de comenzar las clases en el colegio del pueblo) había quedado con el profesor de Juan para ponerse al día. A las diez comenzaría las clases privadas con su alumno.

Terminó de vestirse y cuando se disponía a cruzar la puerta escuchó un claxón: era Sebastián el que le esperaba en el coche.

-Mi padre me pidió que te acompañara al colegio, ya que el no puede. ¡así te ahorrarás los veinte minutos de caminata!

Iván pensó que no podía haber comenzado la semana de mejor manera. Se subió al coche agradecido por la buena compañía.

Al sentarse en el coche, sus fosas nasales se abrieron de par en par. El olor fresco que había en el vehículo le dio los buenos días. Miró a Sebastián.

-Es romero fresco, tengo un pequeño vivero donde tengo plantas medicinales, es mi afición. Este que he cogido es para preparar alcohol de romero, muy bueno para todo tipo de dolores musculares-lo decía con orgullo-.Si te apetece, un día de estos te puedo enseñar mi plantación.

-estaré encantado.¿sabes? todo lo medicinal que he tenido en mis manos procedía de la farmacia.-le pareció estúpida la observación, pero ya estaba hecha.

En el camino hacía el colegio, Sebastián le habló de las virtudes del pueblo, de los fabulosos lagos que se encontraban a pocos kilómetros, de los verdes valles y de las amplias cañadas que daban nombre al pueblo. Debía de ser pasión familiar , porque su padre le estuvo contando prácticamente lo mismo el día anterior. Iván se fijó en cómo sus enormes manazas cogían el volante y en como su muslo se endurecía al pisar el pedal del embrague. Mientras le hablaba, Sebastián no dejaba de esbozar una sonrisa. Se le veía un interior limpio. En la ciudad ya era difícil encontrar a un chico que no llevara la picardía o la desconfianza en la cara. Sebastián carecía de todo esto.

Poco antes de llegar, un coche de policía les paró. Sebastián bajo la ventanilla:

-¡Buenos días Sebas! tendrás que tirar por la calle del ayuntamiento, porque vamos a levantar esta calle,¡ otra cañería rota!.-Esteban el policía, trataba con total confianza a Sebastián.

-¡Y para esto tiene que estar la policía aquí!-dijo riendo-¿es que no tenéis ladrones a los que detener?

La policía de Las Cañadas no había hecho ninguna detención en los cinco últimos meses. Esteban llevaba trabajando en el pueblo varios años y ya había pedido el traslado. A el le gustaba la acción y aquí no había mucha. Le gustaba el pueblo, pero más le gustaba la acción, lo suyo era vocacional.

El coche reanudó el camino torciendo a la derecha, hacía el ayuntamiento. En cinco minutos llegaron al colegio.

A Iván, el profesor de Juan le había parecido un estirado. Con su camisa perfectamente planchada , su bigote bien recortado y el pelo repeinado con raya a la derecha. Todo un catedrático en una escuela-instituto de un pueblo de no más de dos mil habitantes.

Los treinta minutos que estuvo con el le bastaron para saber que la trigonometría era el punto débil de Juan, que aunque aprobaba, no sacaba muy buenas notas en matemáticas. Por lo demás, todo muy bien, Juan era muy buen estudiante. Tomó notas de por donde debían continuar las clases y quedaron en reunirse cada lunes para compaginar las tareas.

Los compañeros de Juan ya estaban entrando en clase e Iván se dio cuenta de que ya era hora de salir. El profesor de Juan se quedó frente a los pupitres con las caras adormiladas de sus veinte alumnos. Mientras se disponía a comenzar con Literatura, hizo un repaso mental a su ropa interior y le gustó. Los alumnos no se habían dado cuenta, pero a su profesor le gustaba la lencería femenina y hoy se había puesto unas braguitas de satén negro y unas medias con liga a juego, que quedaban ocultas bajo los pantalones. No había nada más excitante en el mundo que el contacto del satén con la piel de sus genitales, o eso pensaba, el estirado catedrático.

Cargado con los libros que el profesor le había dado, Iván sintió el rugido de las tripas pidiendo alimento, y es que todavía no había desayunado. Antes de reunirse de nuevo con Sebastián en el coche para volver a la casa, pasó por la panadería para coger un par de croissant, uno para el y otro para Sebastián. La señora corpulenta estaba atendiendo a una niña que le pedía un bollo para el recreo. Había otras tres personas esperando. Pero no importaba esperar, el olor a pan recién horneado era una delicia .

-¡Nacho!...¡Nachito!...¿puedes salir un momento a ayudarme a atender?-Doña Manolita le envolvió el bollo en un papel de color marrón-Toma mi niña, que para estudiar tienes que tener bien alimentado el cerebro-y a la niña le hizo gracia.

Cuando Nacho salió de la parte de la Tahona, casi se le cae la bandeja de barras de pan que traía.<<¡¡hostias!! El del tren!!>> Se recompuso y supo disimular, aunque no podía dejar de mirar de vez en cuando a Iván, que cuando lo vio detrás del mostrador se quedó petrificado.

-¡Anda Nacho! Trae un par de croissant de atrás para el profesor de Juan!-en el pueblo se sabía todo, o casi todo.

Nacho fue detrás a donde se encontraba el horno y volvió con una bolsa de papel que contenían los croissant. Se la entregó a Iván y los dos se miraron directamente a los ojos. Ninguno de los dos dijo nada.

Iván pagó y se despidió de Doña Manolita con un hasta luego.

Al salir al exterior , miró la bolsa y se dio cuenta de que dentro había una nota. La cogió:

<>y en la nota, un número de teléfono escrito.

Iván sonrió. << parece que al final de todo, no me tendré que matar a pajas>>.

A Nacho se le ocurrió la idea de repente, era la única manera de quedar con el del tren, escribió la nota en la mesa donde se enharina el pan, en un trozo de papel de envolver.

Por fin tendría con alguien más que follar en el pueblo. Esperaba quedar con Iván sin que el otro se enterase.

Una vez a la semana o a veces dos, Nacho se desplazaba a las afueras, cerca del lago. Allí en una casita de pesca, dejaba la moto aparcada en el cobertizo y entraba. Lo primero que hacía era desnudarse y dejar la ropa amontonada en un rincón. Se ponía a cuatro patas y esperaba que su amo le diese permiso para pasar al salón. Una de estas veces, con el permiso concedido, se acercó la sofá donde su amo estaba sentado.

-¡chupamela!- la orden era contundente.

A Nacho le gustaba ser sometido, le gustaba dejar que fuera el otro el que mandara.

Gateó hasta colocarse entre las rodillas de su mentor y se las separó un poco, lo suficiente para meter su cabeza entre ellas y alcanzar con la boca el bulto que se encontraba debajo de los pantalones de cuero. Recorría con la lengua el tronco de la verga que ya estaba totalmente definida. El olor y el sabor del cuero le excitaba, pero procuraba no dar muestras de ello hasta que no fuese autorizado. Su amo le pasaba la mano por la cabeza pelona, como quien acaricia a un perro que se está portando bien.

-¡Si no fuera por estos ratos!-le decía el amo-¿te has portado bien hoy?

Nacho asentía con la cabeza, sin mirar directamente a los ojos.

El amo, levantó un poco el culo ,para poder quitarse los pantalones y dejar su enorme polla al aire, para que Nacho pudiera comérsela toda entera. Sabía que pocos como el tenían el arte que había que tener para hacer una buena mamada. Sabía también como mover la lengua para enredarla en el piercing que tenía en la punta y mover el arito de acero de un lado a otro, dando pequeños tironcitos que le ponían a mil.

-ponme tu culo a mano.-y nacho dándose la vuelta a cuatro patas se lo ponía.

Algunas veces ,cuando el pelón le decía que se había portado mal , su amo le exigía que también le pusiera el culo a mano, pero en aquellas ocasiones, cogía una pala de madera que solía tener a mano y le daba unos azotes en sus blanquecinas nalgas hasta que estas se ponían coloradas. Nacho apretaba los labios cada vez que la pala le alcanzaba, pero en vez de quejarse , pedía más, e inevitablemente, una erección de caballo se erguía entre sus piernas.

Esta vez no era para hacerle eso. Su amo , con los dedos índices de ambas manos, los dirigía hacia el esfínter que tantas veces había lamido, y los introdujo. Estiraba suavemente hacía los lados, primero en horizontal y luego en vertical, como si de una goma elástica se tratase. Le gustaba tener a la vista el agujero carnoso y abierto. Lo dilataba todo lo que podía. En algunas ocasiones, paraba de dilatarlo para meterle la lengua dentro y lubricarlo.

Sin muchos más preámbulos, después de tener el agujero del culo de Nacho abierto a su gusto, le metió la polla, con piercing incluido, y se lo folló hasta que se corrió dentro.

Nacho no se corría, su amo no se lo permitía. La mayoría de las veces hacía una parada de camino a casa, y se masturbaba bajo un árbol, a la vera de la carretera. Otras veces, se aguantaba hasta la siguiente vez, para aumentar la sensación de placer.

Al dueño de la casa de pesca, le gustaba tener a Nacho como su juguetito, hacía lo que quería con él: le dilataba el culo con dildos de todos los tamaños y formas, lo encadenaba y lo dejaba en un rincón hasta que este le pedía, o más bien le suplicaba, que se lo follase. Con Nacho podía expresar la autoridad que, como policía del pueblo no tenía oportunidad . Y es que a Esteban le iba el rollo duro.

El resto del día pasó rápidamente, las primeras clases que tuvo con Juan fueron bastante productivas. Estuvieron hasta las cinco de la tarde, con una pequeña pausa para comer, donde se deleitaron con un exquisito pollo a la cerveza y pan de pueblo, que Faustino había cocinado.

Había quedado con Sebastián para ver el invernadero el martes por la tarde, cuando Iván terminase con las clases y había pensado en llamar a Nacho cuando terminase con Sebastián.

Al que había vuelto a llamar era a Fran, y seguía sin dar señales de vida. Ya empezaba a preocuparse. Todavía no sabía que el martes sería Fran el que le llamaría.

La noche se echó encima y después de un paseo por los alrededores de la casa, Iván se fue a dormir. Un rato más tarde se despertó, no por un mal sueño, sino por unas ganas increíbles de mear. De camino al baño , pasó por el dormitorio de Juan que tenía la puerta entreabierta. Ligeros suspiros se oían dentro y la curiosidad pudo con Iván: Miró con cautela por la rendija abierta: no daba crédito a lo que estaba viendo.

(fin de la tercera parte)