Iselina

Travieso retorno a una leyenda picante que muestra la verdadera naturaleza de las relaciones entre la ninfa y princesa Iselina, y su esposo Diderico.

ISELINA

Travieso retorno a una leyenda picante que muestra la verdadera naturaleza de las relaciones entre la ninfa y princesa Iselina, y su esposo Diderico.

ISELINA

A Knut Hamsun, a pesar de sus devaneos ‘arios’

... La primavera esplendía ya con plenitud de ardor, e innumerables hojas tiernas reverdecían los prados, engalanados con las más tempranas florecillas. La quietud era tan profunda que a veces, yo sacaba del bolsillo algunas monedas y me ponía a entrechocarlas para interrumpir el silencio. Un efluvio terrenal y antiguo emanaba de todas las cosas y sin saber por qué, imágenes legendarias venían a mi recuerdo haciéndome pensar: "¡Si Diderico e Iselina se me aparecieran de pronto, marchando juntos por cualquiera de estas veredas!..."

... Qué cosas pasarían si me los encontrara, me decía... tal vez Iselina llevaría a Diderico junto a un árbol y le diría en voz baja: "Quédate aquí, de centinela, mientras voy a darle una broma a ese cazador alucinado, pidiéndole que me amarre los cordones de mis zapatitos"

Y el cazador sería yo, pero al verla, bellísima y seductora, yo pasaría a ser la presa y ella sería la cazadora. Mi corazón la comprendería rápidamente y se pondría a latir como un potro desbocado, al contemplarla acercarse maravillosamente desnuda bajo la translucida batita. Ella me pondría su mano, cargada de electricidad sobre el hombro y me diría:

  • Los cordones de mis zapatos están sueltos, ¿quieres atármelos, cazador?

Con una mirada de sus ojos encendidos y tiernos, pícaros y risueños, me haría comprender todo lo que en realidad estaba pidiendo. Mis manos, nerviosas, se enredarían en los cordones, mis ojos se perderían en los encantos de sus hermosas piernas, ofrecidas en un gesto de entrega. Yo temblaría al contacto ardiente de su piel y sufriría al verla sentarse despreocupada sobre la hierba, la delicada bata abriéndose y dejando sus muslos descubiertos, ella estirando una pierna hacia mí para ofrecerme su pie, sin preocuparse de mis ojos clavados en la fina mata rubia de su vientre que se deja entrever al final de sus muslos ligeramente separados.

Ya no es un sueño, ella está frente a mí, puedo tocarla. Arrodillado, afianzo su pie sobre mi muslo y mis manos indecisas y temblorosas sujetan el cordón de su zapato, pero en mi torpe intento por amarrarlo, la descalzo, ella suelta una risita contenida, libera su pie y lo coloca directamente sobre mi bragueta. Siente mi erección a través de la tela y masajea suavemente con la delicada planta. Cierro los ojos mientras siento que ella me acerca su rostro y me hace respirar su aliento. Su voz murmura, primero insinuante y luego encendida:

  • Oh, no importan los zapatos, deja mis pies descalzos y ven a calzarme tú, amor mío, acércate y toma de mi todo lo que quieras.

Ella me atrae hacia su cuerpo, separa las piernas y con una de sus manos libera mi virilidad, la toma, acariciándola y diciéndome al oído:

  • Oh, querido, ya veo que me deseas tanto como yo a ti. Déjame aliviarte.

Las manos de Iselina son dulces y calientes al acariciar mi tronco. A pesar de la confusa calentura que me invade, no puedo evitar darme cuenta de una sombra furtiva entre los árboles. Me detengo temeroso y le susurro a Iselina que hay alguien cerca de nosotros, pero ella me dice, sin soltar su presa:

  • No hay cuidado, es Diderico, mi esposo.

Desconcertado, intento incorporarme y le digo que su esposo puede vernos, pero ella me calma revelándome la complicidad de su marido:

  • No temas, el sabe todo y va a cuidar que nadie nos interrumpa.

Yo capto de inmediato todo el alcance de esa revelación. Al saber que el está mirándonos y que tal vez disfruta contemplando a su mujer en otros brazos, mi excitación crece hasta límites que no había conocido antes. No solo respondo con ardor a los deseos de la hermosa Iselina, sino que lo hago de modo que el escondido observador pueda contemplar cada detalle. Me pongo de pie, rodeando a la ninfa con mis brazos, recorro su espalda y amaso sus nalgas monumentales. Bajo mis manos por detrás para tocar la dulce hendidura entre sus piernas, le busco la boca, el cuello, los pechos. Ayudado por sus brazos colgados de mi cuello y por sus hermosas piernas rodeando mi espalda, la alzo sujetando su trasero majestuoso y llevo la húmeda hendidura entre sus piernas hasta la altura de mi cetro. Levantándola un poco, la acerco a mí para insertar mi carne en su sabrosa grieta. Apretando los apetitosos cachetes de sus nalgas, la penetro hasta la raíz y empezamos una danza rítmica de entrada y salida que enciende más el calor de su carne rodeando mi tronco.

Estamos haciendo fuego juntos y gozamos como locos, ella disfruta sin descanso, colgada de mi cuello, se alza un poco y luego se deja caer de nuevo para sentir la deliciosa fricción, una y otra vez. Su voz se enciende y se hace atrevida cuando me susurra: " ¡Qué pija tan rica que tienes!", o cuando me pregunta: " ¿Te gusta mi coñito?", y cuando me revela: "El loquito de mi esposo se está haciendo la paja mirándonos."

El tiempo se detiene, no sé si han pasado treinta minutos o diez horas, pero cuando vuelvo a percibir el mundo que me rodea, observo la sombra furtiva de su marido, aproximándose a mirar más de cerca, le doy la vuelta a su hermosa mujer para ponerla en cuatro y vuelvo a excitarme contemplando las suculentas posaderas. Froto mi pija caliente entre sus nalgas blancas y redondas y poco a poco ingreso en el altar posterior de su cuerpo. Ella voltea a mirar apretando los labios y le dedica una sonrisa a su esposo. Sigo bombeando una y otra vez, y cuando estoy llegando a la cumbre, me detengo, volteo a Iselina nuevamente para tenderla sobre la hierba y una vez más la penetro, alzo sus pies para apoyarlos en mis hombros y ahora me quedo dentro de ella, sin empujes de entrada y salida, solamente con movimientos laterales en forma de ocho. Ella hunde sus uñas en mi espalda, los dedos de sus pies se estiran y contraen y esta vez ya no podemos contenernos. Me derramo dentro de su vientre y la inundo completamente con mi descarga. Ella pega sus labios de fruta a los míos y me dice en un susurro:

  • Me gustó mucho, estuvo riquísimo, pero ya es tarde y ahora debes retirarte.

Me alejo con el sabor de su boca en mis labios, a la distancia me detengo y volteo a mirarla. Iselina está reposando en una dulce posición de abandono, con las piernas impúdicamente abiertas y el sexo rebosante de licor seminal. Diderico se acerca a ella haciendo gestos de aparente reproche o reclamo:

  • ¿Qué has hecho, Iselina... qué has hecho?... Todo lo he visto desde aquí.

Y ella, mirándolo y sonriendo, cerrando sus piernas y volviéndolas a abrir:

  • ¿Y qué, Diderico? ¿Acaso no tengo tu permiso?... ¿no has disfrutado tú también al verme?

El rostro excitado del esposo se contrae en un gesto que es de dolor y placer a la vez y que él mismo no puede comprender. Sonríe acalorado y confiesa, sin apartar los ojos del jardín recién trabajado de su esposa:

  • Te he visto, Iselina, te he visto y estabas bellísima... Te han dejado muy bien atendida...

Ella, volviendo a su papel de princesa y ninfa feliz, derrama sobre el bosque la canción alegre de su risa contagiosa y él, sediento y goloso, se abalanza sobre el vientre empapado de su esposa, para sorber en silencio y con fruición la voluptuosa mezcla de esencias que rebosan de su fuente, mientras que yo, sonrío y me alejo, un poco avergonzado de la complicidad que me ha hecho participar en esa fiesta de placer. Pero no hay culpas ni temores, mi corazón va alegre, mi rostro encendido, y mi mente todavía caliente con la memoria de las delicias recién gozadas.

Después, tal vez me tocará a mí estar triste, pensando que ella volverá a salir en busca de cualquier otro cazador, para renovar sus pecaminosas aventuras.