Isabel y Azucena, modelos por un día (2)

De vuelta de la sesión de fotos, las dos amigas hacen partícipes a sus parejas de la tensión sexual acumulada, combinando fantasía y realidad en una noche sin precedentes...

Cuando Azucena se corrió, se tomó la libertad de quedarse unos segundos abrazada a su amiga, que trató de dar naturalidad al asunto, abrazándola igualmente. Sentía sus pechos arder, y su entrepierna era un humedal cálido que le resultaba muy agradable, tan cerca de ella. Cuando Azucena trató de musitar una especie de disculpa, ella le puso el dedo índice en los labios, y a continuación creyó que lo mejor era darle un besito, como tranquilizándola. Las dos se miraron a los ojos y luego Azucena se volvió, para vestirse y salir de allí. Pero no se sentía cómoda, porque sabía que había dejado a su amiga no sólo sorprendida, sino con la pierna empapada. Entonces se giró con un pañuelo de papel que había sacado del bolso, pero se quedó inmóvil al descubrir a su amiga con el dedo corazón dentro de su boca. Acababa de limpiarse ella misma los flujos de la pierna y... se estaba lamiendo el dedo?...

Isabel puso cara de niña traviesa y se vistió como si nada, mientras Azucena le preguntaba:

- "Oye cariño, ¿a tí te gustan estas cosas?".

Isabel le respondió con intención:

- "Pues la verdad es que me gusta ser modelo, sí".

Azucena se rió, pero siguió insistiendo en el coche:

- "Oye tía, de verdad, siento haberte dado este espectáculo, pero joder, no sé que me ha pasado, con esa ropa y allí las dos, ha habido un momento en que te he mirado y me has puesto caliente, tómalo como un piropo".

Isabel le respondió:

- "No te preocupes, si Carlos te lo va a agradecer, hoy voy caliente a casa, creo que vamos a echar el polvo del siglo".

Azucena se quedó con la intriga de no haber sido respondida por su amiga exactamente a lo que le había preguntado, pero con el apetito sexual igual de disparado que su amiga. Al llegar a casa, se fué directamente al sofá con su marido y no tardó en calentarle mientras le daba detalles acerca de la sesión de fotos. Él se puso a cien sin saber el episodio lésbico, y cuando metió su mano bajo las bragas de su mujer, se sorprendió de encontrarlas mojadas tan rápido, pero no se hizo preguntas, sólo pensaba en sentir resbalar su pene hasta dentro de su mujer. En follar a su modelo particular, en las pajas que se iba a hacer con las fotos de las dos amigas cuando saliesen publicadas, pero eso sería otra historia... Ahora su mujer estaba completamente desnuda sobre él y casi no sentía su polla entrar y salir de la vagina, estaba muy lubricada. Mientras la acariciaba las caderas, sentía la tentación de lanzarse a hacer algo que siempre había deseado: entrar por su agujerito trasero. Sentía sus pezones erectos como pinchos, y sus caderas tenían un ritmo endiablado...

Mientras sentía el pene de su marido perforarla hasta sus adentros, Azucena no se quitaba de la cabeza la sensación de estar abrazada a su amiga, y el morbo de la experiencia lésbica, unido al tacto del glande golpeando desesperadamente el interior de su vientre, hacía que los flujos vaginales facilitasen todo un poco más. Casi no se dió cuenta de que las caricias de su marido se centraban en su culito, y los dedos recogían sus flujos para empapar su agujerito. Al sentir un dedo deslizarse dentro, lo tomó como una caricia, y gimió de placer. Entonces los brazos de su marido se aferraron a su cintura y en ese momento el glande que antes tenía dentro, ahora entraba por su culito, sorprendentemente para ella, con bastante facilidad. Abrió los ojos como platos y trató de esbozar una queja, pero la entrada era tan suave, que cuando quiso abrir la boca, la polla de su marido ya llenaba su interior, y sólo podía pensar en sentir continuar allí su movimiento de vaivén. Él ahogó un gemido y empezó a bombear sin descanso. Azucena sintió sobrevenir un orgasmo que no sirvió para terminar con aquello, su marido estaba en trance, como si tuviese un juguete que no quería soltar, se aferraba a sus caderas, deslizando su pene en su interior, cada vez con más suavidad...

Los gemidos de Azucena eran cada vez más ahogados, y a la mente le venía la imagen de Isabel lamiéndose el dedo. Mientras en su imaginación Isabel recorría cada rincón de sus cuerpos recogiendo los fluídos con su lengua, su marido se quedó un segundo inmóvil con su pene como una piedra hundido hasta dentro de ella. Azucena  adivinó el orgasmo inminente, y en su interior recibió un chorro de semen que como un bálsamo relajó todo su cuerpo. Se abrazó a su marido con el pene aún dentro y sintió fluir entre sus piernas el cálido líquido, con una sonrisa de satisfacción que le revelaba esa tarde como la más caliente de su vida, al menos en lo que a morbo se refería. Minutos después, con el culito dolorido, vulnerada su virginidad anal, imaginaba a Isabel follando con su marido en una habitación como la suya, a varios kilómetros de allí. Deseó por un momento compartir cama con ellos, y ser objeto de cuantas fantasías cruzasen la mente de su marido, de Isabel y del marido de Isabel.

Ciertamente, a varios kilómetros de allí, Isabel había llegado a su casa dispuesta a disfrutar de uno o varios orgasmos como premio a la mejor amiga. En su línea de sinceridad con su marido, le había contado con pelos y señales la experiencia como modelo sin omitir el final lésbico, que resultó en una erección importante de Carlos, que se fué hacia ella en cuanto terminó el relato. Isabel notaba el pene de su marido golpearla al moverse, estaba muy excitado, y a riesgo de precipitar el orgasmo, le susurró al oído:

- "Cielo, ¿te gustaría probar el sabor de Azucena?".

Y dicho esto, dirigió su cara a su muslo, instándole a lamerlo de arriba a abajo. Carlos se puso a cien, era un detalle de su esposa que le motivó, y eso que ya alguna vez había disfrutado a solas de algún tanga de su amiga en la intimidad del cuarto de baño. Pero después de la narración de su mujer, eso era gloria. Cuando dejó su pierna sin un milímetro sin recorrer, se fué directamente a su entrepierna y follaron durante unos minutos. Cuando Isabel sintió los gemidos de su marido más frecuentes y salió de ella para correrse, entendió que la situación lo merecía. Realmente el morbo había precipitado todo. Así que Isabel, allí tumbada sobre la cama, sintiendo los chorros de semen salpicar sus pechos, luego su cara y sus labios, sintió que por segunda vez en el mismo día se había quedado a medias, con la parte buena de que había ayudado a correrse a las dos personas que más quería...